19 Carta-de-Seikyuji Septembre-2016 -...

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C@rta Seikyuji Septiembre de 2016, número 19 (+34) 674 949 621 [email protected] www.seikyuji.org Editorial (Raphaël Triet) - Los preceptos en La Gendronnière (Annick Beaulieu) Sesión de verano en la Morejona (Pierre Dutheil) - Suave, Suave (François Busson) Noticias del verano !

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C@rta SeikyujiSeptiembre de 2016, número 19

(+34) 674 949 [email protected]

Editorial (Raphaël Triet) - Los preceptos en La Gendronnière (Annick Beaulieu)Sesión de verano en la Morejona (Pierre Dutheil) - Suave, Suave (François Busson)

Noticias del verano !

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E d i t o r i a l - R a p h a ë l T r i e t

Queridos amigos / Queridas amigas:

Como sabéis, este verano he estado en el sur de la India haciendo una cura ayurvédica en una clínica tradicional.

Si quiero hablaros de ello no es, en absoluto, por hablaros de mi enfermedad, que, por otro lado, va mejor, sino por evocar este país que vio nacer al Buda Shakyamuni y que me ha conmovido profundamente.

El viaje, en primer lugar, desde el aeropuerto de Coimbatore hasta la clínica en taxi, trayecto de una hora que, a pesar del cansancio de ese largo vuelo, me deja estupefacto ante el inaudito espectáculo.

En la carretera en un caos indescriptible se cruzan coches, motos, perros, asnos, búfalos, vacas, que surgen como de ninguna parte, y a cada instante, parece que va a tener lugar un drama; al final, la curva de ese desbarajuste afortunadamente se corrige, como hace sobre el alambre el funámbulo que continúa apaciblemente su andar en un frágil equilibrio, igual que El Principito entre las estrellas. En medio de ese caos, de esa muchedumbre, de los bocinazos con los que todos subrayan su presencia, se dibuja un orden.

Por fin llegamos al hospital al pie de las montañas: construcción modesta en medio de un parque en el que se distingue un templo hinduista. Cálida acogida del personal.

Voy a estar allá tres semanas, principalmente en una habitación de confort espartano. El desarrollo de los días se parece más a la vida monacal que a la vida en una clínica. Cada una de mis jornadas empezará invariablemente al alba con zazen, recitado de sutras y para terminar un Daishin dharani ofrecido cada mañana a uno de mis seres queridos desaparecido: mis padres, miembros de mi familia, Sensei, Étienne y todos aquellos de nuestra gran sangha ya fallecidos y que, sin embargo, están tan presentes.

Esta práctica solitaria y sin embargo tan unida en pensamiento a todos vosotros ha sido para mí maravillosa.

El acercamiento del personal del hospital a la medicina está estrechamente ligado a la totalidad de la persona y no solo a su patología; unido a la totalidad del universo y a su dimensión religiosa. En este sentido, mi estancia en este lejano país se lleva a cabo ante todo como monje.

Las ceremonias que tienen lugar en el templo, del que se oyen la campana y los tambores dar todas las horas del día, me recuerdan como un lejano eco las que practicamos en Europa. Las Pujas, ancestro de nuestros kitos, cuyas formas más primitivas y coloristas me conmueven por ese nexo lejano que se muestra con evidencia.

Las ceremonias que abren y clausuran algunos de los tratamientos acompañados por un Sutra; los médicos que, por la mañana antes de franquear la puerta del hospital, van al templo para rendir homenaje en los diferentes altares; el monje que cada mañana viene del templo para ofrecer en cada habitación flores y polvo rojo y oro colocado sobre una hoja de bananero: todo esto me recuerda las enseñanzas de mi maestro, lo que demuestra que nada está separado y cada gota de agua resuena infinitamente en todo el universo.

Para dar las gracias al personal del hospital, desde las mujeres de la limpieza hasta el

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personal sanitario, sigo la costumbre de los indios que consiste en ofrecer una comida en el templo a la que todos quedan invitados. Lo que se sirve es mejor y más abundante que en el día a día. Para iniciar la comida tengo que colocar en una hoja de bananero un poco de todos los alimentos que la componen, después, como yo soy el donante, he de servir yo mismo el arroz a los que se presentan.

Todo esto también responde como un eco a nuestra forma de ofrecer un poco de arroz o de pan al principio de las comidas para los seres hambrientos.

He ido al País del Buda para poder defenderme mejor del cáncer. Lo que he encontrado supera con mucho el marco de mi enfermedad. Allí también he encontrado una renovación inesperada para mi práctica. En el taxi de vuelta al aeropuerto tengo la sensación de acabar de hacer una larga sesshin de tres semanas.

Espero poder saber transmitiros esta cura de renovación.

El maestro Deshimaru nos repetía a menudo que lo malo puede transformarse en bueno. Nunca es alentador descubrir que un cáncer se ha instalado en tu casa. Pues bien, gracias a que mi salud se ha visto en peligro he podido descubrir un mundo que ha hecho crecer mi práctica.

Con toda mi amistad.

E d i t o r i a l - R a p h a ë l T r i e t

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Hacía  un  año  que  lo  había  decidido,  atravesaría  el  Atlán8co  e  iría  a  la  Gendronnière,  lugar  al  que  nunca  hasta  ahora  había  ido,  para  las  ceremonias  de  Ojukai.  Mientras  tanto  a  mi  vida  le  ha  dado  8empo  de  cambiar,  pero  tras  algunos  imprevistos,  conseguí  colarme  en  el  úl8mo  avión,  el  que  permiEa  coger  el  úl8mo  tren  y   llegar   justo  a  8empo,  si  todo  iba  bien;  de  tal  manera  que  la  amiga  que  me  acompañaba  y  yo  misma  llegamos  aceptablemente  tarde.  

Acababa  de   leer  El   Nombre  de   la   rosa   y   tenía   cierta   aprensión   al   ir   a   un   templo   lejos  de  mi   casa,   habitado  por  personas  desconocidas;  pero  estos  temores,  más  bien  abstractos,  se  disiparon  rápidamente,  si  no  en  el  cansancio  del   viaje,   de   todas   formas   en   el  momento   en   que  mis   ojos   se   posaron   en   ese   lugar   de   apacible   verdor   y   en   la  felicidad  de  reencontrarme  con  amigos  tras  este  largo  viaje.  Ya  era  hora  de  acostarse  y  me  dormí  sin  prestar  mucha  atención  al  programa,  después  suena  la  campana  y  todo  se  pone  en  marcha.

Tras  el  zazen  de   la  mañana,  ceremonias  y  más  ceremonias,  algunas  para  mí  desconocidas  y  de   las  que  no  puedo  prever   el   término.   Procesión,   genmai,   después   volvemos   a   las   ceremonias,   cantamos   el  Hannya   Shingyo  más   o  menos  seis  veces  el  primer  día,  oportunidad  para  aprenderlo  de  una  vez.  

Qué   decir   del   desarrollo   de   estos   cinco   días   sino   que   se   parecen   esencialmente   a   esa   primera  mañana;   gassho  hasta  hacer  músculo,  series  de  prosternaciones  que  ya  ni  cuento,  perdida  la  noción  del  8empo,  la  sonrisa  pegada  a  la  cara.  Por  las  tardes  recibimos  enseñanzas  del  profesor  Nara  sobre  los  preceptos  y  nos  dejan  unos  momentos  de  charla  con  los  maestros  europeos.  

En   otros   momentos   recibimos   instrucciones   prác8cas   y  ensayamos   las  grandes  ceremonias  que  se  acercan.  No  hacemos  nada   de   samu;   me   coge   por   sorpresa,   así   que   después   de   la  comida   del   úl8mo   día   la   gente   se   lanza   cuando   nos   piden   que  ayudemos  en  el  fregado  y  la  limpieza  de  las  mesas.

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L o s p r e c e p t o s e n L a G e n d r o n n i è r e A n i c k B e a u l i e u

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Las   dos   principales   ceremonias,   la   de   arrepen8miento   y  recibir   los   preceptos,   celebradas   con   gran   pompa,   fueron  impresionantes;   de   ellas   recordaré   sobre   todo   algunos  detalles   destacados:   los   enseñantes   japoneses   que   se  esforzaban  por  hablarnos  en  francés  y  cuyo  humor  atravesaba  todas   las   barreras   lingüís8cas;   el   hecho   de   dormir   en   una  entreplanta  en  el  ha4o,  gracias  a  lo  cual  oíamos,  a  las  5h  de  la  mañana,  el  primer  sonido  de  las  campanas  y,  al  anochecer,  los  ensayos   de   las   ceremonias   del   día   siguiente,   con   las  campanas,   tambores,   una   especie   de   címbalo   japonés   y   las  

conversaciones   en   japonés,   inglés   y   francés   (con   acentos   de   las   diferentes   regiones   de   Francia)   que   me  confirmaban  que  estaba  de  viaje;  al  final  de  la  ceremonia  de  los  preceptos,  cuando  Minamizawa  Roshi  nos  aseguró  que  guardaría  durante  el  resto  de  su  vida  con  todo  cuidado  la   lista  de   las  personas  presentes;  una  ceremonia,  el  úl8mo  día,  en  memoria  de   los  antepasados  de   los  par8cipantes  y   la  clausura  oficial  de   las  celebraciones,  cuando  todos   los   instrumentos,  no  solo   los  de   la  Gendronnière  sino  muchos  otros  que  se  habían   traído  para   la  ocasión,  sonaron  al  mismo  8empo.

Al  pensar  en  todos  aquellos  que  hicieron  esto  posible,  en  los  organizadores,  en  los  enseñantes  que  se  desplazaron  de   toda   Europa   y   de   Japón,   en   los   numerosos   asistentes   y   en   los   demás   par8cipantes,   pero   también   en   los  agricultores   que   han   cul8vado   el   arroz,   en   el   maestro   Deshimaru,   en   Charles   Lindbergh,   en   los   controladores  aéreos  y  en  todos  los  demás,  siento  un  profundo  agradecimiento.

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El  4  de  julio  de  2016  es  una  fecha  importante  para  mí:  vengo  al  templo  de  Seikyuji  por  primera  vez.  Desde  hace  más   de   20   años   voy   regularmente   a   la   Gendronnière   para   par8cipar   en   sesshines   con   Raphaël   Doko   Triet.   He  seguido  de  lejos  la  construcción  de  la  Morejona,  su  evolución,  los  acontecimientos.  Hoy,  ya  está,  aquí  estoy.

Advertencias  solo  hay  una,  mil  veces  repe8da:  «¡Cuidado,  hace  calor  e  incluso  mucho  calor!».  

Primera  constatación:  es  cierto.  La  única  manera  de  hacerle  frente:  dejar  pasar.

De  nada  sirve  repe8rlo  diez  veces  al  día   (¡e   incluso  por   la  noche!):  Dejar  pasar,  admi8r,  dejar  que  el  cuerpo  y   la  mente  lo  acepten.  Sin  poses  ni  disimulos.  Vivir  y  desplazarse  en  el  templo  es  ya  una  prác8ca.  Se  comprende  mejor  que  en  cualquier  otra  parte.

«Encontrar   tu   lugar»   fue   uno   de   los   temas   del   mondo   y   esta  

sesshin   fue   la   ilustración  perfecta  de   lo  que  se  ha  de  hacer  para  conseguirlo.  Encontrar  tu  lugar  jsicamente  en  un  templo  lleno  a  reventar   por   una   sangha   muy   numerosa.   Encontrar   tu   lugar  también  en  el  orden  cósmico  de   las  cosas  y   llevar  a  cabo  todos,  con   nuestros   actos,   la   unidad   hacia   la   que   cada   uno   8ende   en  zazen.  

Tu  lugar  no  está  en  ninguna  parte:  de  nada  sirve  aferrarse  a  ello,  puede  estar  por  todas  partes  y  se  ha  de  estar  siempre  atento  para  encontrarlo.   También   está   en   la   Gendronnière   que   necesita  nuestros   colores   que   conseguiremos   ma8zar   para   armonizarlos  con   los   de   los   otros   y   formar   así   una   obra   dinámica,   viva   y  profunda.

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S e s i ó n d e v e r a n o e n l a M o r e j o n aP i e r r e D u t h e i l

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Por   lo   que   a  mí   respecta,   la   sesshin   de   Seikyuji   fue   todo  un   éxito   por   un   lado  porque   la   prác8ca   fue   intensa   y  profunda,  pero  también  porque  me  senE  ín8mamente  en  mi  casa.

S e s i ó n d e v e r a n o e n l a M o r e j o n aP i e r r e D u t h e i l

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En los escritos del maestro Dogen se encuentran numerosas referencias al espíritu de la abuela. El término que emplea, rôbaishin, significa literalmente el corazón de una abuela viejita: «Si entre los abades y los venerables antiguos o entre los maestro y enseñantes hay algunos que se comportan de manera inconveniente, hay que invitarles con la compasión y la solicitud de una abuela a seguir las enseñanzas del Buda».*

Al pensar en los días que algunos miembros de la Sangha de Lausana pasamos en Seikyuji, en la Morejona, con ocasión de la ceremonia de hossenshiki de Béatrice Ejo Muller, el 6 de julio pasado, y al intentar aislar la impresión dominante que nos dejó la ceremonia y la sesshin, esta es la noción que se imouso en mí. Todos, y Béa en primer lugar, quedamos conmovidos por la amabilidad y la suavidad con las que se nos acogió, por las constantes atenciones que todos los miembros de la Sangha, y Raphaël Doko Triet el primero, nos prodigaron durante toda nuestra estancia. Cito a Béatrice: «Esta ceremonia de primer discípulo es la continuación natural de mi práctica cotidiana. Me ha conmovido profundamente y me ha aportado alegría. Gracias por haberme dado la ocasión de llevarla a cabo en vuestro templo. Gracias a Raphaël y gracias al Sokan, Yuso san. »

En una época en que la amabilidad para muchos es sospechosa de debilidad, o en que algunos consideran aún que la enseñanza del zen no debe mezclarse con sentimientos, tanta atención y consideración nos reconfortaron. Sobre todo porque además coincidían con una perfecta organización de la ceremonia de hossenshiki y de la sesshin a la que se nos había invitado.

Hoy me pregunto si esa suavidad que todos sentimos no está, en parte, en relación con la dureza del clima que prevalece en esas planicies de Andalucía. Cuando hace más de 40 grados a la sombra (lo que ocurrió durante nuestra estancia, bendiciendo las largas siestas a mediodía en Seikyuji…) o cuando los vientos glaciales del invierno barren los olivares (lo que algunos me contaron), uno tiene menos tendencia a dar vueltas a la cabeza con nimiedades del compañero de habitación o a lanzar un comentario caustico al que barre el patio porque se ha dejado un hoja en una esquina.

S u a v e , S u a v eF r a n ç o i s B u s s o n

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Es como si, ante una naturaleza tan ruda, tan parca en concesiones, nosotros, pobres humanos, tuviéramos que mostrarnos algo más humildes y aceptar… las concesiones.

Luego está también ese islote brillante de blancura en medio del mar esmeralda de olivos. Nosotros que venimos de Suiza país en el que el horizonte casi siempre está cerrado por una montaña, al contemplar esta horizontalidad infinita, sentimos como un vértigo. Aprovecho la ocasión para invitar ahora a todos los miembros de la sangha Ibérica a que nos visiten en Lausana, para que les llevemos a sentir el mismo vértigo, pero vertical, a lo alto de los Rochers-de-Naye o del Dent de Vaulion (preguntadle a Yves, él los conoce muy bien…).

Por último, los sonidos. Todos los dojos tienen una música que les es propia. En la Gendronnière recuerdo el grito agudo de los grajos en los árboles en verano, en el dojo de Lausana las campanas de las iglesias que tocan las horas, en Weiterswiller, en el corazón de la reserva natural de los Vosgos del Norte, el concierto de los pájaros en primavera. En la Morejona, nunca olvidaremos el testarudo rumor de las cigarras en los momentos más cálidos del día, esa musiquilla que nos acompañaba durante la meditación, que a veces nos molestaba y que nos esforzábamos por dejar pasar. Como todo…

De nuevo, muchas gracias a todos vosotros y a Raphaël Doko Triet en particular.

*Shōbōgenzō zuimonki, traducido y comentado por Kengan D. Robert

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