19 Carta-de-Seikyuji Septembre-2016 -...
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C@rta SeikyujiSeptiembre de 2016, número 19
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Editorial (Raphaël Triet) - Los preceptos en La Gendronnière (Annick Beaulieu)Sesión de verano en la Morejona (Pierre Dutheil) - Suave, Suave (François Busson)
Noticias del verano !
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Queridos amigos / Queridas amigas:
Como sabéis, este verano he estado en el sur de la India haciendo una cura ayurvédica en una clínica tradicional.
Si quiero hablaros de ello no es, en absoluto, por hablaros de mi enfermedad, que, por otro lado, va mejor, sino por evocar este país que vio nacer al Buda Shakyamuni y que me ha conmovido profundamente.
El viaje, en primer lugar, desde el aeropuerto de Coimbatore hasta la clínica en taxi, trayecto de una hora que, a pesar del cansancio de ese largo vuelo, me deja estupefacto ante el inaudito espectáculo.
En la carretera en un caos indescriptible se cruzan coches, motos, perros, asnos, búfalos, vacas, que surgen como de ninguna parte, y a cada instante, parece que va a tener lugar un drama; al final, la curva de ese desbarajuste afortunadamente se corrige, como hace sobre el alambre el funámbulo que continúa apaciblemente su andar en un frágil equilibrio, igual que El Principito entre las estrellas. En medio de ese caos, de esa muchedumbre, de los bocinazos con los que todos subrayan su presencia, se dibuja un orden.
Por fin llegamos al hospital al pie de las montañas: construcción modesta en medio de un parque en el que se distingue un templo hinduista. Cálida acogida del personal.
Voy a estar allá tres semanas, principalmente en una habitación de confort espartano. El desarrollo de los días se parece más a la vida monacal que a la vida en una clínica. Cada una de mis jornadas empezará invariablemente al alba con zazen, recitado de sutras y para terminar un Daishin dharani ofrecido cada mañana a uno de mis seres queridos desaparecido: mis padres, miembros de mi familia, Sensei, Étienne y todos aquellos de nuestra gran sangha ya fallecidos y que, sin embargo, están tan presentes.
Esta práctica solitaria y sin embargo tan unida en pensamiento a todos vosotros ha sido para mí maravillosa.
El acercamiento del personal del hospital a la medicina está estrechamente ligado a la totalidad de la persona y no solo a su patología; unido a la totalidad del universo y a su dimensión religiosa. En este sentido, mi estancia en este lejano país se lleva a cabo ante todo como monje.
Las ceremonias que tienen lugar en el templo, del que se oyen la campana y los tambores dar todas las horas del día, me recuerdan como un lejano eco las que practicamos en Europa. Las Pujas, ancestro de nuestros kitos, cuyas formas más primitivas y coloristas me conmueven por ese nexo lejano que se muestra con evidencia.
Las ceremonias que abren y clausuran algunos de los tratamientos acompañados por un Sutra; los médicos que, por la mañana antes de franquear la puerta del hospital, van al templo para rendir homenaje en los diferentes altares; el monje que cada mañana viene del templo para ofrecer en cada habitación flores y polvo rojo y oro colocado sobre una hoja de bananero: todo esto me recuerda las enseñanzas de mi maestro, lo que demuestra que nada está separado y cada gota de agua resuena infinitamente en todo el universo.
Para dar las gracias al personal del hospital, desde las mujeres de la limpieza hasta el
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personal sanitario, sigo la costumbre de los indios que consiste en ofrecer una comida en el templo a la que todos quedan invitados. Lo que se sirve es mejor y más abundante que en el día a día. Para iniciar la comida tengo que colocar en una hoja de bananero un poco de todos los alimentos que la componen, después, como yo soy el donante, he de servir yo mismo el arroz a los que se presentan.
Todo esto también responde como un eco a nuestra forma de ofrecer un poco de arroz o de pan al principio de las comidas para los seres hambrientos.
He ido al País del Buda para poder defenderme mejor del cáncer. Lo que he encontrado supera con mucho el marco de mi enfermedad. Allí también he encontrado una renovación inesperada para mi práctica. En el taxi de vuelta al aeropuerto tengo la sensación de acabar de hacer una larga sesshin de tres semanas.
Espero poder saber transmitiros esta cura de renovación.
El maestro Deshimaru nos repetía a menudo que lo malo puede transformarse en bueno. Nunca es alentador descubrir que un cáncer se ha instalado en tu casa. Pues bien, gracias a que mi salud se ha visto en peligro he podido descubrir un mundo que ha hecho crecer mi práctica.
Con toda mi amistad.
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Hacía un año que lo había decidido, atravesaría el Atlán8co e iría a la Gendronnière, lugar al que nunca hasta ahora había ido, para las ceremonias de Ojukai. Mientras tanto a mi vida le ha dado 8empo de cambiar, pero tras algunos imprevistos, conseguí colarme en el úl8mo avión, el que permiEa coger el úl8mo tren y llegar justo a 8empo, si todo iba bien; de tal manera que la amiga que me acompañaba y yo misma llegamos aceptablemente tarde.
Acababa de leer El Nombre de la rosa y tenía cierta aprensión al ir a un templo lejos de mi casa, habitado por personas desconocidas; pero estos temores, más bien abstractos, se disiparon rápidamente, si no en el cansancio del viaje, de todas formas en el momento en que mis ojos se posaron en ese lugar de apacible verdor y en la felicidad de reencontrarme con amigos tras este largo viaje. Ya era hora de acostarse y me dormí sin prestar mucha atención al programa, después suena la campana y todo se pone en marcha.
Tras el zazen de la mañana, ceremonias y más ceremonias, algunas para mí desconocidas y de las que no puedo prever el término. Procesión, genmai, después volvemos a las ceremonias, cantamos el Hannya Shingyo más o menos seis veces el primer día, oportunidad para aprenderlo de una vez.
Qué decir del desarrollo de estos cinco días sino que se parecen esencialmente a esa primera mañana; gassho hasta hacer músculo, series de prosternaciones que ya ni cuento, perdida la noción del 8empo, la sonrisa pegada a la cara. Por las tardes recibimos enseñanzas del profesor Nara sobre los preceptos y nos dejan unos momentos de charla con los maestros europeos.
En otros momentos recibimos instrucciones prác8cas y ensayamos las grandes ceremonias que se acercan. No hacemos nada de samu; me coge por sorpresa, así que después de la comida del úl8mo día la gente se lanza cuando nos piden que ayudemos en el fregado y la limpieza de las mesas.
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Las dos principales ceremonias, la de arrepen8miento y recibir los preceptos, celebradas con gran pompa, fueron impresionantes; de ellas recordaré sobre todo algunos detalles destacados: los enseñantes japoneses que se esforzaban por hablarnos en francés y cuyo humor atravesaba todas las barreras lingüís8cas; el hecho de dormir en una entreplanta en el ha4o, gracias a lo cual oíamos, a las 5h de la mañana, el primer sonido de las campanas y, al anochecer, los ensayos de las ceremonias del día siguiente, con las campanas, tambores, una especie de címbalo japonés y las
conversaciones en japonés, inglés y francés (con acentos de las diferentes regiones de Francia) que me confirmaban que estaba de viaje; al final de la ceremonia de los preceptos, cuando Minamizawa Roshi nos aseguró que guardaría durante el resto de su vida con todo cuidado la lista de las personas presentes; una ceremonia, el úl8mo día, en memoria de los antepasados de los par8cipantes y la clausura oficial de las celebraciones, cuando todos los instrumentos, no solo los de la Gendronnière sino muchos otros que se habían traído para la ocasión, sonaron al mismo 8empo.
Al pensar en todos aquellos que hicieron esto posible, en los organizadores, en los enseñantes que se desplazaron de toda Europa y de Japón, en los numerosos asistentes y en los demás par8cipantes, pero también en los agricultores que han cul8vado el arroz, en el maestro Deshimaru, en Charles Lindbergh, en los controladores aéreos y en todos los demás, siento un profundo agradecimiento.
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El 4 de julio de 2016 es una fecha importante para mí: vengo al templo de Seikyuji por primera vez. Desde hace más de 20 años voy regularmente a la Gendronnière para par8cipar en sesshines con Raphaël Doko Triet. He seguido de lejos la construcción de la Morejona, su evolución, los acontecimientos. Hoy, ya está, aquí estoy.
Advertencias solo hay una, mil veces repe8da: «¡Cuidado, hace calor e incluso mucho calor!».
Primera constatación: es cierto. La única manera de hacerle frente: dejar pasar.
De nada sirve repe8rlo diez veces al día (¡e incluso por la noche!): Dejar pasar, admi8r, dejar que el cuerpo y la mente lo acepten. Sin poses ni disimulos. Vivir y desplazarse en el templo es ya una prác8ca. Se comprende mejor que en cualquier otra parte.
«Encontrar tu lugar» fue uno de los temas del mondo y esta
sesshin fue la ilustración perfecta de lo que se ha de hacer para conseguirlo. Encontrar tu lugar jsicamente en un templo lleno a reventar por una sangha muy numerosa. Encontrar tu lugar también en el orden cósmico de las cosas y llevar a cabo todos, con nuestros actos, la unidad hacia la que cada uno 8ende en zazen.
Tu lugar no está en ninguna parte: de nada sirve aferrarse a ello, puede estar por todas partes y se ha de estar siempre atento para encontrarlo. También está en la Gendronnière que necesita nuestros colores que conseguiremos ma8zar para armonizarlos con los de los otros y formar así una obra dinámica, viva y profunda.
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Por lo que a mí respecta, la sesshin de Seikyuji fue todo un éxito por un lado porque la prác8ca fue intensa y profunda, pero también porque me senE ín8mamente en mi casa.
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En los escritos del maestro Dogen se encuentran numerosas referencias al espíritu de la abuela. El término que emplea, rôbaishin, significa literalmente el corazón de una abuela viejita: «Si entre los abades y los venerables antiguos o entre los maestro y enseñantes hay algunos que se comportan de manera inconveniente, hay que invitarles con la compasión y la solicitud de una abuela a seguir las enseñanzas del Buda».*
Al pensar en los días que algunos miembros de la Sangha de Lausana pasamos en Seikyuji, en la Morejona, con ocasión de la ceremonia de hossenshiki de Béatrice Ejo Muller, el 6 de julio pasado, y al intentar aislar la impresión dominante que nos dejó la ceremonia y la sesshin, esta es la noción que se imouso en mí. Todos, y Béa en primer lugar, quedamos conmovidos por la amabilidad y la suavidad con las que se nos acogió, por las constantes atenciones que todos los miembros de la Sangha, y Raphaël Doko Triet el primero, nos prodigaron durante toda nuestra estancia. Cito a Béatrice: «Esta ceremonia de primer discípulo es la continuación natural de mi práctica cotidiana. Me ha conmovido profundamente y me ha aportado alegría. Gracias por haberme dado la ocasión de llevarla a cabo en vuestro templo. Gracias a Raphaël y gracias al Sokan, Yuso san. »
En una época en que la amabilidad para muchos es sospechosa de debilidad, o en que algunos consideran aún que la enseñanza del zen no debe mezclarse con sentimientos, tanta atención y consideración nos reconfortaron. Sobre todo porque además coincidían con una perfecta organización de la ceremonia de hossenshiki y de la sesshin a la que se nos había invitado.
Hoy me pregunto si esa suavidad que todos sentimos no está, en parte, en relación con la dureza del clima que prevalece en esas planicies de Andalucía. Cuando hace más de 40 grados a la sombra (lo que ocurrió durante nuestra estancia, bendiciendo las largas siestas a mediodía en Seikyuji…) o cuando los vientos glaciales del invierno barren los olivares (lo que algunos me contaron), uno tiene menos tendencia a dar vueltas a la cabeza con nimiedades del compañero de habitación o a lanzar un comentario caustico al que barre el patio porque se ha dejado un hoja en una esquina.
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Es como si, ante una naturaleza tan ruda, tan parca en concesiones, nosotros, pobres humanos, tuviéramos que mostrarnos algo más humildes y aceptar… las concesiones.
Luego está también ese islote brillante de blancura en medio del mar esmeralda de olivos. Nosotros que venimos de Suiza país en el que el horizonte casi siempre está cerrado por una montaña, al contemplar esta horizontalidad infinita, sentimos como un vértigo. Aprovecho la ocasión para invitar ahora a todos los miembros de la sangha Ibérica a que nos visiten en Lausana, para que les llevemos a sentir el mismo vértigo, pero vertical, a lo alto de los Rochers-de-Naye o del Dent de Vaulion (preguntadle a Yves, él los conoce muy bien…).
Por último, los sonidos. Todos los dojos tienen una música que les es propia. En la Gendronnière recuerdo el grito agudo de los grajos en los árboles en verano, en el dojo de Lausana las campanas de las iglesias que tocan las horas, en Weiterswiller, en el corazón de la reserva natural de los Vosgos del Norte, el concierto de los pájaros en primavera. En la Morejona, nunca olvidaremos el testarudo rumor de las cigarras en los momentos más cálidos del día, esa musiquilla que nos acompañaba durante la meditación, que a veces nos molestaba y que nos esforzábamos por dejar pasar. Como todo…
De nuevo, muchas gracias a todos vosotros y a Raphaël Doko Triet en particular.
*Shōbōgenzō zuimonki, traducido y comentado por Kengan D. Robert
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