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¿Es conveniente engañar al pueblo? Marie-Jean-Antoine-Nicolas de Caritat Marqués de Condorcet Introducción de Miguel Catalán Traducción de Javier de Lucas sequitur

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¿Es conveniente engañar al pueblo?Marie-Jean-Antoine-Nicolas de Caritat

Marqués de Condorcet

Introducción de Miguel CatalánTraducción de Javier de Lucas

sequitur

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Índice

Introducción

Miguel Catalán 9

¿Es conveniente engañar al pueblo?

Condorcet 37

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Introducción

Cada vez que la tiranía intenta someter a la masa de un pueblo a la voluntad de unade sus partes, cuenta entre sus medios con

los prejuicios y la ignorancia de sus víctimas

Condorcet, Esquisse d'un tableau historique des progrès de l'esprit humain

Marie-Jean-Antoine Caritat, marqués de Condorcet,o, simplemente, Condorcet, como hoy lo conocemos,nació el 17 de septiembre de 1743 en Ribemont, pueblofrancés de la región septentrional de Picardía. El hechode que el primero de sus nombres propios fuera el feme-nino de María obedece a la disposición de su madre,devota marianista que no sólo utilizó este recurso advo-catorio para poner al niño bajo la protección de laVirgen, sino que, según alguno de sus biógrafos, tam-bién vistió a Condorcet de niña durante sus primerosocho o nueve años de vida, en tanto otros afirman quesólo lo hizo de "blanca pureza", a fin de liberarlo de lospeligros de la infancia.1 Huérfano de padre al poco denacer, su madre le asignó a los ocho años de edad un

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preceptor jesuita y a los once lo ingresó en el Collègedes Jésuites de Reims. Estas experiencias infantiles deCondorcet pudieron incubar, por reacción, su anticleri-calismo posterior y su ateísmo militante. En el Collègede Navarre de París mostró tempranas dotes matemáti-cas que le permitieron presentar en la Academia deCiencias con sólo veintidós años su elogiado Ensayosobre el cálculo integral y publicar con veintiséis losEnsayos de análisis. Al año siguiente Condorcet ingre-sa en la Academia de Ciencias, de la que fue secretariovitalicio a partir de 1776.

Gracias a su profesor y después protector D'Alembert,trabó en la capital de Francia un estrecho contacto conlos intelectuales de la Ilustración y contribuyó a laredacción de la Enciclopedia. En 1782 ingresó en laAcademia Francesa, de la que llegó también a ser secre-tario vitalicio. En 1786 se casó con Sophie de Grouchy,muchacha aristócrata de extraordinarias belleza e inteli-gencia, lectora ferviente de Adam Smith, Voltaire yRousseau, traductora al francés de su amigo ThomasPaine y dueña de una formación ilustrada e ideales repu-blicanos. El interés de Condorcet por los problemassociales y políticos se fue incrementando en esa época,cuando promovió y luego participó activamente en laRevolución francesa. En 1790 nace su única hija,Louise Alexandrine. Ese año funda con E. J. Sieyès laSociété de 1789 y dirige el Journal de la Société de1789. Fue diputado de París en la Asamblea Legislativaen 1791. Republicano de tendencias moderadas, se

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opuso a la pena de muerte decretada contra Luis XVI ydefendió a los diputados girondinos caídos en desgracia.Su postura independiente quedó de nuevo manifiesta alcriticar la propuesta de Constitución del jacobinoHérault, lo que le valió la condena a muerte de laAsamblea por traición. Huido de la justicia a partir deese momento, Condorcet se refugió en casa de MadameVernet, amiga que le brindaría amparo durante cincomeses con peligro de su vida. Es en esa época clandes-tina cuando escribe su obra más conocida, el Esquissed'un tableau historique des progrès de l'esprit humain;en ella traza el recorrido de la historia pasada, presentey futura como un progreso hacia las luces de la razón, laigualdad y la libertad gracias a los efectos de una ins-trucción cada vez más extendida. La nobleza de espíri-tu de Condorcet no desmereció a la de su protectora.Sabedor de que pesaba la amenaza de muerte sobre losencubridores, en marzo de 1794 abandonó la casa dondeestaba escondido y buscó fuera de París un auxilio queya no obtuvo bajo un anonimato que tampoco duraríamás de unos pocos días. Descubierto en un mesóndonde sospecharon de su disfraz de campesino,Condorcet fue detenido y encarcelado en la prisión deBourg-l'Égalité, en Bourg-la-Reine. Dos días después,la mañana del 29 de marzo de 1794, lo encontraronmuerto en su celda, seguramente por suicidio, junto allibro de Horacio que le había acompañado en su huida.

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Científico, racionalista y convencido del progresoespiritual no menos que del material, Condorcet defen-dió la independencia de los Estados Unidos frente aInglaterra y la aplicación de la doctrina de los derechoshumanos en áreas como la educación de los niños, elvoto de las mujeres y la manumisión de los esclavos. Sucruzada a favor de la igualdad y la libertad (puede con-siderársele sin temor a equívocos el ideólogo más libe-ral de la Revolución francesa) lo llevó a presentar a laAsamblea revolucionaria un proyecto de organizacióneducativa para la nación que pretendía instaurar laenseñanza universal, laica, mixta, gratuita y obligatoria.El proyecto de transformar a los jóvenes de todas lasextracciones sociales en ciudadanos conscientes de susderechos y deberes, facultándolos para lo que hoy lla-maríamos competencia democrática, se basaba en unaidea optimista sobre la perfectibilidad indefinida delhombre.

En esta esfera ideológica, la disertación de Condorcettitulada "¿Es útil para los hombres ser engañados?"(1790) se opone con rotundidad a la llamada "noblementira", es decir, al supuesto derecho del gobernante amentir al pueblo en bien de este. Aunque la doctrina dela noble mentira se remonta a Platón, la disertación crí-tica de Condorcet presenta una interesante historia quecomienza con la doctrina de Maquiavelo a favor de lamendacidad y la mala fe del príncipe. El monarca pru-siano Federico II, escandalizado con las tesis deMaquiavelo y aconsejado por D'Alembert, auspició un

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concurso de disertaciones filosóficas convocado en1778 por la Real Academia de Ciencias de Berlín, alque se presentaron cuarenta y dos originales, sobre siera útil para el pueblo ser engañado, bien induciéndolea nuevos errores o bien manteniéndolo en los que yaestaba. Tal como rezaba el lema en dos lenguas: "Est-ilutile au peuple d'être trompé?", o bien "Kann irgendeine Art von Täuschung dem Volke zuträglich sein?".Condorcet escribió su disertación para este concurso, sibien no llegó finalmente a presentarla. Más adelante,como señala Javier de Lucas, el filósofo alemán WernerKraus incluyó la disertación de Condorcet en su anto-logía de originales presentados al concurso en atencióna la nombradía del autor y a la enjundia del propiotexto.2 La disertación de Condorcet que presentamos fuetraducida por primera vez al castellano en 1991 porJavier de Lucas para su edición de Castillon-Becker-Condorcet ¿Es conveniente engañar al pueblo? (Madrid,CEC, 1991), en la que también figuraban las dos contri-buciones ganadoras del concurso patrocinado porFederico II.

No era la primera vez que se formulaba la preguntasobre la oportunidad de engañar al pueblo, ni sería laúltima. En la Edad Moderna el tema del concurso de laPreussischen Akademie aparece ya en unas palabrasatribuidas, al parecer de forma espuria, al cardenalrenacentista Carlo Caraffa: "Populus vult decipi, ergodecipiatur" (El pueblo quiere ser engañado, por tanto,que sea engañado). Este aforismo sería una aplicación

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particular y política al más general y filosófico"Mundus vult decipi" (El mundo quiere ser engañado)del humanista alemán coetáneo Sebastian Frank en suParadoxa, libro publicado en 1534.3 La cuestión sobresi el gobernante debía o no mentir al pueblo fue objetode debate y reflexión en el siglo XVIII, como muestrael poema epigramático de Goethe "Mentira o engaño"(Lug oder Trug), en que el autor francofortino mani-fiesta su talante más cortesano dejando entrever que talacción era un mal menor o, quizá, necesario: "¿Debeengañarse al pueblo? / Desde luego que no. / Mas si leechas mentiras, / mientras más gordas fueren / resul-tarán mejor".4

El concurso promovido por Federico II y la respuestapositiva, bajo ciertas condiciones, ofrecida por el propiomonarca a la pregunta del lema reflejan bastante bien elespíritu complejo del despotismo ilustrado, a la vezinnovador y conservador, a la vez humanitario y autori-tario, que el propio Condorcet describió así: "este géne-ro de despotismo, del que ni los siglos anteriores ni lasotras partes del mundo habían ofrecido el ejemplo, en elque la autoridad casi arbitraria, contenida por la opi-nión, reglada por las luces, suavizada por su propiointerés, ha contribuido frecuentemente al progreso de lariqueza, de la industria, de la instrucción y algunasveces a los progresos mismos de la libertad civil".5 Lasrespuestas negativas de Castillon o el propio Condorceta la cuestión establecida por el concurso de 1778 seoponían a la doctrina de Maquiavelo favorable al

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engaño del príncipe que tanta influencia tuvo sobre lamoderna "razón de Estado".

Los seguidores de Maquiavelo suelen afirmar queeste no recomendaba la mentira del gobernante, sinoque se limitaba a describir los procedimientos por loscuales se conserva de hecho el poder. Tal pretensión delos maquiavelianos no viene, sin embargo, corroboradapor los textos, pues el diplomático florentino proponesus acciones de gobierno mediante términos técnicoscomo 'conviene', pero también con otros morales como'debe', en el sentido de obligación moral, u ocultamenteperformativos, como 'es preciso'. El célebre capítuloXVIII de El príncipe recomienda al príncipe hacer evi-dentes en palabras y gestos públicos su conformidadcon las virtudes que desprecia, en especial con la paz yla fe. Semejante doblez del príncipe debe atribuirse a lanaturaleza del vulgo, cuya 'estupidez' y 'simpleza' lelleva a querer ser engañado y, en cierto modo, a pedirser engañado. Tales afirmaciones de hecho alberganimplicaciones morales basadas en una antropologíapesimista en virtud de la cual los hombres son incapa-ces de mejorar sus facultades morales e intelectuales.En Discursos sobre la primera década de Tito Livio,Maquiavelo afirma: "Es necesario que quien disponeuna república y ordena sus leyes presuponga que todoslos hombres son malos y que pondrán en práctica susideas perversas siempre que se les presente la ocasiónde hacerlo libremente".6 A causa de esta supuesta mal-dad universal, Maquiavelo exhorta en El Príncipe a que

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el gobernante imite en unos casos el proceder de lazorra y en otros el del león, pues así como la zorra nopuede defenderse de los lobos, el león no sabe defen-derse de las trampas. Si bien aquí Maquiavelo utiliza unargumento defensivo extraído de Plutarco,7 obrar comouna raposa es lo que según el florentino debe hacer tam-bién el propio príncipe en otras ocasiones; quienempuña las riendas del gobierno no sólo no puede, sinoque no debe ser de fiar: "Por tanto, un príncipe pruden-te no puede ni debe mantener fidelidad en las promesas,cuando tal fidelidad redunda en perjuicio propio"8 (lacursiva es mía). La razón de ello es que, siendo losdemás hombres malos, uno debe ser malo para no que-dar en inferioridad. De la atrevida afirmación del ser delas cosas, a saber, que todos los hombres son malos,Maquiavelo deduce el deber ser de la infidelidad en unespécimen de falacia naturalista que para sí hubieraquerido George Edward Moore. Textualmente: "Si loshombres fueran todos buenos, este precepto no seríabueno; pero, como son malos y no observarán su fe conrespecto a ti, tú tampoco tienes que observarla con res-pecto a ellos".9 Ahora que salimos de una guerra pre-ventiva, aquí tenemos un buen ejemplo de mala fe pre-ventiva.

Maquiavelo es lo bastante tácito como para no seña-lar ante quién en concreto hay que tener mala fe u olvi-dar las promesas cuando no convienen; tiene la pruden-cia de emplear para sus ejemplos a los príncipes extran-jeros, pero en otros pasajes en que utiliza un estilo

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impersonal o habla de los hombres en general se ve condiáfana claridad que el destinatario de los mensajesprincipescos es el "estúpido vulgo": "Pero es necesariosaber encubrir bien este natural, y tener gran habilidadpara fingir y disimular; los hombres son tan simples yse someten hasta tal punto a las necesidades presentes,que quien engaña encontrará siempre quien se dejeengañar".

En la obra política de Maquiavelo destaca un finúnico que nunca se discute y al cual hay que sacrificarcualesquiera otros bienes o valores: me refiero al man-tenimiento de un poder que el príncipe ha obtenido porno importa los medios y que deberá conservar con igualindiferencia hacia los métodos: "Procure, pues, un prín-cipe, conservar y mantener el Estado: los medios queemplee serán siempre considerados honrosos y alaba-dos por todos; porque el vulgo se deja siempre cogerpor las apariencias [...]".10 Aquí el destinatario de lasartimañas y mala fe es el propio vulgo; vale decir, losgobernados. También iba referido a ellos el lema delconcurso filosófico de 1778, "¿Es conveniente engañaral pueblo…?", el cual parte de un escrito del gramáticoy filósofo francés César Chesnau du Marsais tituladoDes Prejugés. Du Marsais mantenía en él que el pueblotenía derecho a exigir del príncipe toda la verdad sobrelos asuntos de interés público.

El propio Federico II, pese al precedente de su escri-to Contra Maquiavelo, dio una respuesta positiva a lapregunta del concurso: convenía engañar al pueblo en

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favor del propio pueblo debido, entre otros aspectos, asus deficientes condiciones intelectuales. Federico,amigo y protector de filósofos y literatos a quien gusta-ba ser apodado platónicamente "el rey filósofo" y tam-bién el "filósofo de Sans Souci", fue, como se sabe, unode los modelos del llamado despotismo ilustrado,defensor de un centralismo que descansaba en el carác-ter absoluto del soberano. Sin embargo, el hecho deconvocar el concurso y permitir la libre expresión deideas al respecto ya suponía un adelanto respecto a supadre, Federico Guillermo, quien, haciendo honor a suapodo de "el Rey sargento", ordenó desterrar al filósofoChristian Wolff porque su defensa del libre albedríopodía incitar a los soldados a la deserción.11 Las aficio-nes literarias y filosóficas del hijo, Federico II, hombretolerante que fue denominado "Federico el Grande" porsu ilustre huésped Voltaire, no le impidieron albergaruna visión pesimista de la naturaleza humana que lellevó a descreer del poder de la educación. En un signi-ficativo dictamen a la vez literario, político y diplomáti-co, el premio se repartió en 1780 a partes iguales entreun defensor del "sí", el francés Fréderic de Castillon, yotro del "no", el alemán Rudolf Zacharias Becker.Castillon mantenía que debía mentirse al pueblo con elargumento de su condición de minoría de edad perpe-tua, y lo hacía mediante una analogía platónica del pue-blo con el niño y hasta con el enfermo.12 El ganador dela modalidad del "no", Becker, sostenía por su parte quelas autoridades debían proteger las libertades de expre-

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sión y pensamiento al tiempo que educar al pueblo parasacarlo de su estado de postración.13 Los principalesargumentos de Becker no eran muy distintos de losdesarrollados en la obra de Cartaud de la Villate; estehabía vinculado el recurso de los gobernantes a la igno-rancia y el secreto con un despotismo que sólo podríasuperarse educando al vulgo en un clima de libertad deopinión y tolerancia de ideas y costumbres.14 No sinrazón ha encontrado Javier de Lucas ecos del AncienRégime en los argumentos de Castillon, en tanto en losde Cartaud y Becker más bien detecta el rechazo ilus-trado al maquiavelismo y, con él, a la consideración delpueblo como menor de edad perpetuo que precisa serapartado de las cuestiones de gobierno mediante lasimulación y la mentira. De Lucas atribuye la reacciónde Cartaud al esfuerzo de la ilustración kantiana queculminó en Fichte y su propósito de acabar con "el velode la ignorancia, secreto y engaño que envuelve elpoder de los príncipes en el Ancien Régime: el impera-tivo de la emancipación, de la mayoría de edad y laautonomía de la razón es incompatible con esosmedios".15

En el texto que aquí presentamos, Condorcet explicasu negativa a que el gobernante tenga derecho a engañaral pueblo en bien de este. Admite que las verdadesmorales son más discutibles que las verdades de lasciencias físicas, y, en consecuencia, se dispone ademostrar mediante una cadena de argumentos que lafelicidad común, sin distinción de la procedencia social,

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será mayor cuanto mayor conocimiento tengan todosacerca de los asuntos que les conciernen. Con su estiloelegante, racional y ceñido al tema del discurso,Condorcet ataca la visión egoísta de las clases superio-res que prefieren disponer de todo el conocimiento, por-que esto les permite incrementar su poder sobre las cla-ses oprimidas. Sin embargo, la argumentación hastacierto punto utilitarista de Condorcet apunta premonito-riamente a que esas clases superiores han realizado uncálculo erróneo acerca de su propio bienestar, pues labrutalidad y la ignorancia de los menos favorecidos ter-minarán por perjudicarles también a ellas. Entre otraslíneas de argumentación, desarrolla una interesantedialéctica pre-hegeliana del amo y el esclavo (laFenomenología del espíritu no se publicaría hasta 1807)y también se pregunta cómo puede nadie asegurar queel poderoso no utilizará la mentira para hacer el mal unavez se le haya permitido emplearla para hacer el bien.Condorcet deja traslucir su característico optimismoantropológico en la disertación sobre la noble mentira yrefuta la tesis paternalista de que es preciso tratar alpueblo como a un niño ignorante, argumentando que nose debería mentir ni siquiera a los niños. Aceptando exhypothesi la distinción conservadora que segrega alpueblo de la nación para después asociar aquel con lainmadurez mental, Condorcet concluye brillantementesu ensayo recordando el deber ilustrado de abrir lasmentes a la realidad y de librar a los espíritus del yugode la tradición.

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El marqués girondino respondió a la cuestión de la"noble mentira" no sólo en el texto que introducimos,sino también en el Bosquejo de un cuadro histórico, enque atribuye tal doctrina a los intereses monárquicos yeclesiásticos. Allí consigna el hecho de que, hacia lostiempos de la Reforma Protestante, los principios delmaquiavelismo habían llegado a constituir la principalcreencia de los príncipes y los pontífices para terminarafectando a las opiniones de los filósofos. Condorcetconcluye su análisis en tono de vibrante indignación:"¡Qué moral esperar, en efecto, de un sistema, uno decuyos principios consiste en que es preciso apoyar la delpueblo sobre falsas opiniones; y otro que los hombrescultos tienen el derecho de engañarle, con tal de que leden errores útiles, y retenerle en las cadenas de que ellosmismos han sabido libertarse!".16

Lo que aquí está en juego es la diferencia de conoci-miento como herramienta de dominio político: delmismo modo que los dioses mantienen a los hombresignorantes de su destino y se ocultan a sí mismos de lavista de sus criaturas debido a la diferencia de poder ysaber entre unos y otros,17 también los sabios y pudien-tes tienen derecho a conservar su ventaja sobre losignorantes y pobres manteniendo a estos en un estadode atraso y miseria de la que aquellos ya han logradosepararse. Por ese motivo, Condorcet asignará a la edu-cación universal e igualitaria, a la "instrucción públi-ca", un papel tan relevante en la eliminación de la noblementira. A diferencia del modelo paternalista del

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Estado en la antigüedad grecorromana, heredado inte-resadamente por las modernas monarquías, para el cualel pueblo es un niño que nunca va a madurar y que, portanto, debe ser guiado indefinidamente por un regentede sabiduría paternal,18 Condorcet pensaba según elmodelo ilustrado que con una buena elección de lasmaterias y los métodos de enseñanza se podría procu-rar al pueblo no sólo la instrucción de todo cuanto unhombre tenía derecho a saber para llevar adelante laeconomía doméstica o la administración de sus nego-cios, sino, sobre todo, la capacidad de juzgar por símismo los deberes y derechos que le asisten como ciu-dadano; sólo de esa forma podría evitar las celadas ten-didas en su camino por los poderes materiales y espiri-tuales. En sus propias palabras: "para no depender cie-gamente de aquellos a quienes hay necesidad de con-fiar el cuidado de sus negocios o ejercicio de sus dere-chos; para poder escogerlos y vigilarlos; [...] para esca-par a los prestigios del charlatanismo, que tenderíalazos a su fortuna, a su salud, a la libertad de sus opi-niones y de su conciencia, bajo pretexto de enriquecer-le, de curarle y de salvarle".19

En su Informe y proyecto de decreto sobre la organi-zación de la Instrucción pública, Condorcet ya habíadeclarado con una transparencia aparentemente ingenuaque el primer deber de toda instrucción era enseñar sóloverdades.20 Nuestro autor atribuía la mentira interesadaa los intereses particulares y antisociales de la enseñan-za clerical, reducida a una mínima parte de la nación

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que tendía a reproducir con sus privilegios el statu quodel Antiguo Régimen, así como a las declaracionespúblicas de los ministros y diplomáticos de la facciónmonárquica. Por ello proclamaba la necesidad de unaenseñanza universal, a fin de que los más pobres no sevieran privados del conocimiento necesario para ejercerrealmente sus derechos y conocer sus deberes ciudada-nos.21 En la misma obra vuelve a tratar el vínculo entrela "noble mentira" y la estructura social del AntiguoRégimen, con estamentos rígidamente establecidos yperpetuados a través de la reprodución de las elites,donde unos gobiernan y otros son gobernados. Losmiembros de esas clases sociales aparecen como indivi-duos de razas diferentes, unos destinados a gobernar yotros a obedecer. Frente al antagonismo entre el sabertácito de las clases altas y la ignorancia inducida de lasclases bajas, Condorcet opone el derecho de todos ainformarse (en sus términos: "ilustrarse") sobre aquellosintereses que les afectan, así como a conocer todas lasverdades, de forma que ningún poder establecido pudie-ra tener el derecho de ocultarles ninguna.22 Para evitarque las leyes republicanas se convirtieran en nuevafuente de mera creencia, y, por tanto, de una renovadaesclavitud social a través de una religión "laica" o"secular" (Condorcet abominará de la visión criptoreli-gioso de la Revolución Francesa por parte de los radi-cales jacobinos, no sólo censurando las hiperbólicasnociones de la Diosa Razón o el Dios Progreso, sinotambién definiendo a Robespierre como un "falso

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cura"), nuestro autor promoverá la idea de que la propiaConstitución revolucionaria, lejos de repristinar lasTablas de la Ley bajadas del Sinaí a las que de nuevosería preciso adorar, debía ser modificada cuando larazón y la utilidad así lo aconsejaran.23

El interés del lema del concurso de 1778 no ha perdi-do un ápice de actualidad. Tras Maquiavelo, Federico IIo Castillon, muchos otros han sugerido después la nece-sidad u oportunidad de engañar al pueblo. Dejando atrásel periodo de las Luces, una variante religiosa conimplicaciones políticas se desarrolla, a partir de la metá-fora del pastor y su grey, en la obra de FiodorDostoievsky y más delante de Miguel de Unamuno.Tenía que ser un autor refractario al ideal ilustradocomo Dostoievsky, importante en esta línea de defensade la noble mentira porque fue uno de los autores másadmirados por Nietzsche, quien intrincara la negacióndel libre albedrío en el pesimismo antropológico de lanoble mentira mediante su leyenda del Gran Inquisidoren el capítulo quinto de Los hermanos Karamazov. Conella, prefiguró el argumento unamuniano de SanManuel Bueno, mártir, ese sacerdote que miente a susfeligreses sobre la vida eterna, en la que él mismo nocree, a fin de procurarles la felicidad.

Aunque nunca propuso engañar al pueblo, Nietzschesí impulsó en otros autores germánicos posteriores esaconveniencia con su idea de que la mayoría no busca laverdad, sino sólo la creencia satisfactoria, y tambiéncon la división del género humano en dos comparti-

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mentos estancos: por un lado el noble individuo de dis-tancias, prefiguración del superhombre capaz de afron-tar la mirada de la muerte, y por otro la masa ciega quenecesita ser consolada mediante falsas esperanzas,incluyendo las de la religión.

El sociólogo Max Weber, por su parte, argumentó en"La política como vocación"24 que los reinos de la éticay la política son independientes. Su noción de 'ética dela responsabilidad' (Verantwortungsethik) vaciaba decontenido práctico los principios morales, los cualesquedaban adscritos a una impracticable en la vida públi-ca 'ética de la convicción' (Gesinnungsethik) que Weberejemplifica en la moral evangélica o en la kantiana, tanelevadas como ineficaces. Esta dicotomía weberianasignifica, en la práctica, que los principios morales nopueden aplicarse a la actividad política, siguiendo laidea de Maquiavelo de que la relación natural entreética y política es la del divorcio. El propio Weberincluyó entre esos principios impracticables el de laveracidad. Y justificó, entre otras, la mentira a los ciu-dadanos alemanes respecto a las responsabilidades quehabían contraído en el estallido de la Primera GuerraMundial.

Esta línea de pensamiento llega tras la SegundaGuerra Mundial a Leo Strauss, cuyos seguidores haninfluido en la política exterior de Estados Unidos bajoel mandato de George W. Bush; algunos de entre ellos,incluyendo a Paul Wolfowitz, han desempeñado unpapel notorio en la invención del argumento de las

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armas de destrucción masiva y, en general, del peligroinminente que representaba Saddam Hussein paraEstados Unidos, con el fin premeditado de invadir yocupar Iraq. Entre otros Miles Burnyeat, Gordon Wood,Brent Staples o Shadia Drury han relacionado el papelde los straussianos en el entorno de la Casa Blanca conlas ideas de Strauss acerca de la utilidad política de lamentira.

El ideal político de Strauss, filósofo judío emigrado aEstados Unidos en 1938 desde la Alemania nazi y luegoprofesor en la Universidad de Chicago, es antiguo yplatónico en el sentido de que, a su juicio, deben gober-nar sólo quienes saben y han de hacerlo, además, almargen de quienes no saben. En diversos lugaresdefiende asimismo la visión del Trasímaco platónicosegún la cual la justicia se reduce en realidad al interésdel más fuerte. La impronta que se esconde tras el idealstraussiano es, a su vez, maquiaveliana (uno de suslibros más instructivos fue Thoughts in Machiavelli, enque elogia la intrepidez del florentino, su grandeza devisión y su grácil sutileza)25 y nietzscheana, aquella queatribuye sólo a la elite de los sabios el coraje suficientepara mirar de frente la verdad y actuar en consecuencia.Entre los filósofos y los no-filósofos se produce segúnLeo Strauss un conflicto inevitable, puesto que la socie-dad (o también: la ciudad) constituida por los no-filóso-fos reposa sobre creencias compartidas y, en cambio, lafilosofía pone en entredicho toda confianza y toda auto-ridad.26

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En este punto se anuda el vínculo de Strauss con latradición platónico-maquiaveliana de la noble mentira,pues la sociedad (el pueblo) no se encuentra preparadapara escuchar la cruda verdad de quienes han sabidoreconocerla, razón por la cual pide ser engañadamediante mitos políticos y consuelos metafísicos. Talincompetencia política del pueblo y tal dependencia delas pasiones resulta, siguiendo la tradición paternalista,irreformable. Saber la verdad desmoralizaría a los ciu-dadanos corrientes, y de ahí la necesidad de la mentirapolítica. El gobernante debe sacar partido de talespasiones a fin de conservar el orden social; ha de tratara los ciudadanos como niños. A diferencia de su amigoy corresponsal Alexandre Kojève, que abogaba por lareconciliación futura entre gobernantes y gobernados,Strauss propugna mantener una gran distancia entreambos.27 No hace aquí Strauss sino reiterar la mismadistancia que habían defendido Nietzsche, Heidegger y,en especial, su admirado Carl Schmitt, quien denostó elliberalismo por su incapacidad para comprender el fun-damento de la política, que no es el entendimiento, sinomuy al contrario el enfrentamiento profundo de los gru-pos; de ahí la polarización insuperable entre las nocio-nes de 'amigo' y de 'enemigo'. Este talante agresivo dela política implica desde luego la necesidad de un ene-migo exterior que mantenga unido al pueblo, aunquehaga falta crearlo de forma artificial, al modo recomen-dado también por Maquiavelo. La línea de pensamientopolítico de confrontación en que todo vale, incluyendo

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desde luego la mentira estratégica, es profundamenteantiliberal y antidemocrática, como se ve en la propues-ta de Strauss de utilizar la fuerza procedente de laausencia de dudas y de discusión: la eficacia política deuna nación implica la 'claridad moral' y el ataque a todorelativismo interno. Por esa causa, la insalvable distan-cia entre gobernantes y gobernados ha de protegersemediante la ocultación y la mentira, que Strauss justifi-ca en Natural Right and History apelando justamente ala superioridad intelectual y moral platónica28 de losfilósofos gobernantes sobre el vulgo gobernado. A par-tir de esta idea del significado oculto de los dicta delsabio de Strauss, dos discípulos suyos escribieron en suobra conjunta Silent Warfare29 que la norma de la vidapolítica se encuentra íntimamente vinculada al engaño,y también sugirieron que debían impulsarse sin amba-ges tácticas concretas de información que aunaran efi-cacia y engaño.

Frente al conjunto de estas teorías elitistas, autorita-rias y misantrópicas sobre la naturaleza humana quejustifican la noble mentira, cabe esgrimir tanto el idealilustrado de Kant cuanto la teoría liberal de Mill y laidea democrática de Dewey en el sentido de que el pen-samiento y la acción pública son y sólo pueden ser, enel fondo, una tarea colectiva; el primero expuso en Quées la ilustración el ideal ilustrado de emancipación detodos los hombres y el acceso a su mayoría mentalmediante la autonomía de la razón, dejando así en entre-dicho tanto el paternalismo platónico como el elitismo

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maquiavélico; Mill, por su parte, atribuyó agudamenteen Sobre la libertad el principio de autoridad basado enel conocimiento (el gobierno de los sabios) al deseooculto de restringir la libertad de los demás hombres, yeste, a su vez, al deseo de imponer su poder sobre ellosy obligarlos a una conformidad ciega; tales deseoslatentes, además, harían uso para alcanzar su finalidadde una falsa presunción: la de que no hay sino una solarespuesta a los problemas colectivos y que esa respues-ta es conocida sólo por un tipo especial de persona;Dewey, por último, explicó en La reconstrucción de lafilosofía que la prueba que sirve para decidir si unsupuesto bien es auténtico o espurio nos la proporcionasu capacidad para resistir la comunicación y la publici-dad, y en el resto de su obra que la tarea de toda filo-sofía es promover la ampliación de la libertad de todoslos hombres mediante el conocimiento y la educación.

En una comunicación pública en que el hablante trataa los ciudadanos como seres adultos y responsables espreciso rechazar toda idea de noble mentira. Me atre-vería a decir que lo que se opone aquí son dos concep-ciones del mundo: una autoritaria y otra democrática.Esta diferencia de Weltanschauung entre ambas tradi-ciones fue asociada por Dewey en un escrito de 1942 ala diferencia entre la tradición autoritaria germánica y latradición liberal anglosajona; en el prólogo deweyano ala segunda edición de su German Philosophy andPolitics30 sitúa Dewey a un lado el principio autoritariode la imposición, con su intento de alcanzar de arriba

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abajo el ideal de una sociedad unida (una comunidadpopular o Völkische Gemeinschaft) mediante la implan-tación, a través de la propaganda y la educación ideoló-gicas, de unas verdades absolutas e incontrovertibles, yal otro lado el principio democrático de la comunica-ción,31 que pretende alcanzar el ideal de la comunidadmediante la colaboración, la práctica del consenso y lahegemonía de las asociaciones voluntarias, de abajoarriba.

En un Estado democrático, quien es elegido para ejer-cer labores de gobierno no tiene derecho moral ni polí-tico a mentir a su elector, pues está defraudando, preva-liéndose de su posición de poder, la tarea que este le haencomendado. En una sociedad basada en el poder de laopinión pública, los ciudadanos no deben consentir quesus representantes les mientan en asuntos que lesatañen; y cuando esto sucede sin que le cueste su cargoal gobernante es porque el necesario vínculo entre siste-ma político y vida social se encuentra maltrecho o que-brantado.

No debemos permitir en nuestras sociedadesdemocráticas la así llamada noble mentira. Tal prácticaimplica una perversión y, en última instancia, una anu-lación, del espíritu de la propia democracia, que es denaturaleza sobre todo moral. La preponderancia de laactual mentira institucionalizada no radica en el hechode que los dirigentes tengan en poco la verdad, o que ladesprecien. Estimo que aprecian la verdad en lo quevale; a quienes no aprecian en realidad es a sus gober-

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nados. Como en los amenes del Antiguo Régimen quevivió Condorcet, existe también hoy entre las elitesgobernantes un problema de desprecio a la libertad ydignidad del público, al que en ocasiones se sigue tra-tando como menor de edad. Tales actitudes parecenhaber olvidado el hecho de que el conocimiento públi-co de la verdad es una condición necesaria para el ejer-cicio de una democracia sustancial.

El compromiso de Condorcet con la verdad políticapuede considerarse integral en una época en que losvalores parecían someterse a la sola virtud de la efica-cia. Tras la muerte que se procuró por su propia mano,la memoria del marqués girondino sería vindicada fren-te a la de aquellos que la decretaron, cumpliéndose asíuna de las sentencias que Condorcet había pronunciadoen abril de 1791 en su Discurso sobre las convencionesnacionales sin saber que hablaba de sí mismo: "La ver-dad pertenece a aquellos que la buscan y no a los quepretenden tenerla".

Miguel CatalánProfesor de Ética de la Comunicación

Universidad Cardenal Herrera-CEU, Valencia

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