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RETIRO ESPIRITUAL DE ADVIENTO

“DAR RAZÓN DE LA ESPERANZA”

“Glorifiquen en sus corazones a Cristo, el Señor. Estén siempre dispuestos a defenderse delante de cualquiera que les pida razón de

la esperanza que ustedes tienen”. (1Pe 3,15)  

SEGUNDO DÍA: JUEVES 15 DE DICIEMBRE 2011

     

“ESPERAR DESDE UNA LECTURA ESPIRITUAL”

  1. Comenzar repitiendo unos versículos de Salmos de Esperanza, para entrar en el espíritu de oración:  

 Sal 39, 6.b-9a Ahí está el hombre: es tan sólo un soplo,   7 pasa lo mismo que una sombra; se inquieta por cosas fugaces y atesora sin saber para quién. 8 Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda? Mi esperanza está puesta sólo en ti Sal 33, 19-22 18 Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia, 19 para librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia. 20 Nuestra alma espera en el Señor; él es nuestra ayuda y nuestro escudo.

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21 Nuestro corazón se regocija en él: nosotros confiamos en su santo Nombre. 22 Señor, que tu amor descienda sobre nosotros, conforme a la esperanza que tenemos en ti.  Salmo 42, 6  6 ¿Por qué te deprimes, alma mía? ¿Por qué te inquietas? Espera en Dios, y yo volveré a darle gracias, a él, que es mi salvador y mi Dios  

2. Itinerarios Espirituales de la Lectura Espiritual  “¡Padre, dame una palabra!” A finales del siglo IV de nuestra era, cuando el cristianismo estaba ya a punto de convertirse en religión oficial y de impregnar las costumbres de una sociedad, comenzó a resonar con insólita frecuencia esta petición de desconcertante sencillez en los desiertos de Palestina, de Siria y de Persia.

Visitantes ocasionales o hermanos inexpertos acostumbraban a dirigirse así a un “anciano” para pedirle una enseñanza que, nacida de su experiencia de vida en el Espíritu, pudiese resultar de valiosa ayuda en las sendas tras de las huellas del Señor, una palabra para la vida que, exigida por la experiencia cotidiana, pudiese dotarles de un sentido; una palabra proveniente del exterior, pero capaz de descender hasta las profundidades del ser; un acontecimiento externo capaz de orientar la interioridad del oyente.

Trasmitidas desde la boca al oído, acogidas en el corazón, meditadas y puestas en práctica, estas palabras, eco de la Palabra, acabaron pronto por constituir un auténtico y preciso “vocabulario del desierto”, proporcionando así un lenguaje a la espiritualidad y otorgando un nombre a las diversas realidades del Espíritu.

Esta tradición de consejería espiritual ha continuado. Recogemos aquí a tres autores importantes de la vida interior de nuestro tiempo: Enzo Bianchi1 ; Thomas Merton2 y Carlo Maria Martini3.

   

                                                                                                               1  Enzo  Bianchi  es  el  Prior  de  la  Comunidad  Ecuménica  del  Monasterio  de  Bose  en  Italia;  autor  espiritual  muy  leído  y  reconocido.  2  Thomas  Merton,  Monje  Trapense  de  origen  francés  del  siglo  pasado,  que  se  desenvolvió    Estados  Unidos,  padre  espiritual  que  ha  dejado  una  honda  huella.  3  Carlo  Maria  Martini,  jesuita,  biblista  connotado,  Arzobispo  de  Milán  y  Cardenal.  Uno  de  los  autores  católicos  más  leídos  en  todo  el  mundo.  

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 ESPERANZA  

 “En su Comentario a los salmos, Hilario de Poitiers se hacía eco de la pregunta de muchos que gritan a los cristianos: <<Cristianos, ¿dónde está su esperanza?>> (118, 15,7). Los cristianos y las Iglesias de hoy deben asumir esta pregunta como dirigida directamente a ellos. Poco importa que en ella puedan existir tonos de suficiencia o de escepticismo: el cristiano sabe que para él la esperanza es una responsabilidad. Está llamado a responder de ella a cualquiera que le pida cuentas: <<Estén siempre dispuestos para responder a cualquiera que les pida razón de la esperanza que hay en ustedes>> (1 Pe 3,15). Hoy esta responsabilidad es dramática y constituye uno de los retos decisivos de la Iglesia. ¿Puede abrir horizontes de sentido? ¿Sabe vivir la esperanza del Reino iniciada por Cristo? ¿Es capaz de infundir esperanza a vidas concretas, de abrir el futuro a existencias personales, demostrar que vale la pena vivir y morir por Cristo? ¿Sabe llamar a la vida bella y feliz, buena y plena porque está habitada por la esperanza, según el ejemplo de la vida de Jesús de Nazaret? No se pueden eludir estas preguntas, sobre todo hoy en que los horizontes culturales son enormemente asfixiantes y resulta difícil formular esperanzas a largo plazo que sean capaces de sostener una vida. Estamos en la <<sociedad de la incertidumbre>>, descrita con gran acierto Zygmunt Bauman. Es una época situada bajo el signo del <<fin>> de la modernidad, de las ideologías, de la cristiandad. Es el tiempo de la fractura del tiempo: hasta las pocas esperanzas que se abren fatigosamente camino en la historia son irremediablemente de breve duración, no tienen ocasión para consolidarse, sino que están expuestas a un inminente desmentido. Por eso, resuena de manera dramática la pregunta: <<¿Qué podemos esperar?>>. E impresiona que la existencia sobre el acontecimiento del nuevo milenio acompañe en la Iglesia a esta pavorosa incapacidad de abrir caminos hacia el futuro, demostrar caminos concretos y vivos de futuro y de proyección, de dar esperanza y de ser esperanza significativa sobre todo para los que tienen su horizonte próximo en el futuro: los jóvenes. Hoy la impresión dominante señala como enemigo de la esperanza a la indiferencia, el sinsentido o, al menos, la irrelevancia del sentido. Además de muchos aspectos positivos, la insistencia misma de la pastoral de la Iglesia en la caridad y en el voluntariado presenta también el aspecto de ser un repliegue sobre el presente, sobre el hoy, sobre la acción que debe realizarse a favor del necesitado. Y sin embargo, también da la impresión de que todo ello forma parte de una opción que es para un tiempo concreto y que puede ser a su vez de retirada, pues no compromete el futuro. Frente a todo esto se sitúa la pregunta: <<Cristianos, ¿Dónde está su esperanza?>>. Y porque la virtud teologal de la esperanza debe ser visible y vivida, resulta obligado encontrar un dónde, un lugar; de lo contrario, es ilusión y retórica un bello texto de Agustín de Hipona

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que afirma que <<la esperanza es lo único que nos hace propiamente cristianos>> (La ciudad de Dios 6, 9, 5). Es decir, el cristiano no vive cosas y realidades distintas y nuevas, sino que dota de un sentido nuevo y distinto a las cosas y a las realidades e incluso a todas las relaciones. El problema tampoco consiste en definir la esperanza, sino en vivirla. Podemos decir que la esperanza es <<una lucha activa contra la desesperación>> (G. Marcel), o que es <<la capacidad de una actividad intensa aunque todavía no agotada>> (E. Fromm); pero, sobre todo, es lo que permite al hombre recorrer el camino de la vida, ser hombre. ¡No se puede vivir sin esperar! Hommo viator, spe erectus: es la esperanza la que sostiene al ser humano en camino, en posición erecta, la que le hace capaz de futuro. El cristiano encuentra en Cristo su esperanza, es decir, el sentido último que ilumina todas las realidades y relaciones: <<Cristo Jesús, nuestra esperanza>> (1 Tim 1, 1). En este sentido, la esperanza cristiana es un depósito de potentes energías espirituales, es un elemento dinamizador que se funda en la fe en Cristo muerto y resucitado. La victoria de Cristo sobre la muerte se convierte en la seguridad del creyente de que el mal y la muerte, en todas las formas en que puedan presentarse al ser humano, no tienen la última palabra. Por esto, el cristiano funda la explicación de su esperanza en el perdón, testimoniando que el mal cometido no tiene el poder de cerrar el futuro de una vida; narra su esperanza configurando su presencia entre los hombres desde la fe en que el acontecimiento pascual expresa la voluntad divina de salvación de todos los hombres (1 Tim 2, 4; 4, 10; Tit 2, 11); sobre todo testimonia la esperanza viviendo la lógica pascual. La <<lógica>> que consiente al creyente vivir en la fraternidad con personas que él no ha escogido; que le hace capaz de amar también al enemigo al que le resulta antipático, al que le es hostil; que le lleva a vivir con alegría y serenidad incluso cuando aparecen las tribulaciones, las pruebas y los sufrimientos; que el encamina al don de la vida, al martirio. Si hoy hemos de descubrir en la Iglesia testimonios fidedignos de la esperanza cristiana, tenemos que mirar propiamente las situaciones de martirio y de persecución. Allí la esperanza de la vida eterna, de la vida en Cristo más allá de la muerte, encuentra una plasmación misteriosa, turbadora, pero concretísima y convincente. Allí se revela creíble lo que también ha escrito Agustín de Hipona: <<Nuestra historia es ahora esperanza; después será eternidad>> (Comentario a los salmos 103, 4, 17)”. Enzo Bianchi  

 

   

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PENSAMIENTOS DE ESPERANZA  

“No tengo esperanza alguna, Señor, sino en tu cruz. Tú, con tu humildad, tus sufrimientos y tu muerte me has librado de toda vana esperanza. Tú has

dado muerte en Ti mismo a la vanidad de la vida presente y me has dado a mí todo cuanto es eterno resucitando de entre los muertos.

Mi esperanza está en lo que ojo alguno vio jamás. No me permitas pues, confiar en recompensas visibles. Mi esperanza está en lo que el corazón

humano no puede sentir. No me permitas, pues, confiar en los sentimientos de mi corazón. Mi esperanza está en lo que mano alguna tocó jamás. No me permitas, pues, confiar en lo que puedo aferrar con mis dedos, porque la

Muerte me hará soltar mi presa, y mi vana esperanza se habrá esfumado.

Hazme confiar en tu misericordia, no en mí mismo. Hazme esperar en tu amor, no en la salud, ni en la fuerza, ni en la habilidad, ni en los recursos humanos. Si confío en Ti, todo lo demás será para mí fuerza, salud y sustento. Todo me

conducirá al cielo. Si no confío en Ti, todo servirá para mi destrucción”. Thomas Merton

“Oh Dios! Somos uno contigo. Tú nos has hecho uno contigo. Tú nos has enseñado que si permanecemos abiertos unos a otros Tú moras en nosotros.

Ayúdanos a mantener esta apertura y a luchar por ella con todo nuestro corazón. Ayúdanos a comprender que no puede haber entendimiento mutuo si

hay rechazo. ¡Oh Dios! Aceptándonos unos a otros de todo corazón, plenamente, totalmente, te aceptamos a Ti y te damos gracias, te adoramos y

te amamos con todo nuestro ser, nuestro espíritu está enraizado en tu Espíritu. Llénanos, pues, de amor y únenos en el amor conforme seguimos nuestros propios caminos, unidos en este único Espíritu que te hace presente en el

mundo, y que te hace testigo de la suprema realidad que es el amor. El amor vence siempre. El amor es victorioso. AMÉN”.

Thomas Merton    

ESPERANZA  

“Nos preguntamos: ¿Qué es la esperanza? Empezaremos por decir, ayudados por san Pablo, que lo que vemos no es objeto de esperanza, que eso no es esperanza. Por ejemplo, no es esperanza el simple optimismo que nos hace decir: “Después de todo, la vida no me va tan mal, más o menos “la llevo”, consigo salir adelante”. Ésta es, en todo caso, la valoración de una situación feliz que el Señor nos ha concedido.

Lo que San Pablo considera esperanza es algo que crece en la caducidad, allí donde no hay ningún sentido, donde está el desierto, donde hay un mundo que se sabe condenado a morir. La esperanza no es cerrar los ojos ante un final ineludible, conformándome con lo poco que tengo; no es no querer mirar una historia que se va degradando, pensando que, en el fondo, tampoco estoy tan mal.

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La esperanza –siempre según las palabras de Pablo- es aguardar la revelación de los hijos de Dios, es decir, la gloria futura. Es, ante todo, dirigir la mirada hacia esa vida que nos viene de Cristo, que está más allá y por encima de todo aquello que nos defrauda y se nos escapa de las manos.

En este sentido, la esperanza es un don gratuito de Dios, es aceptación de este don, es mirar hacia el futuro incluso cuando estamos inmersos en la oscuridad; no depende pues, de condiciones externas más o menos favorables. Depende de saber levantar la mirada hacia lo alto, contemplando la gloria que inunda a Cristo y a nosotros en él.

La esperanza es fijar los ojos en Cristo resucitado, que está más allá de toda corrupción y mortalidad.

A partir de aquí, la esperanza es también abrir los ojos para ver hasta qué punto esta fuerza –que está por encima de la historia- actúa en ella y la atrae hacia sí.

Cuando tenemos esperanza, somos capaces de mirar a nuestro alrededor y ver los signos de Cristo resucitado en medio de nosotros”.

Carlo Maria Martini

3. Para Meditar A partir de la lectura pausada y meditativa de estos textos nos preguntamos:

a) ¿Qué frase o pensamiento de estas lecturas quisiera retener?

b) Después de escribir la frase en mi cuaderno o computadora me interrogo: ¿qué dice esta frase concretamente para mi? ¿qué significado le doy?

c) Para finalizar repito los salmos del comienzo.

¡¡BUEN CAMINO DE ADVIENTO!!