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FUNCIÓN EJECUTIVA EN EL TRASTORNO LÍMITE DE LA PERSONALIDAD:

A PROPÓSITO DE UN CASO

Ernesto Cazorla Pérez y Jonathan Zegarra ValdiviaUniversidad Nacional de San Agustín, Arequipa, Perú

RESUMEN

El trastorno límite de personalidad (TLP) tiene una elevada preva-lencia, heterogeneidad sintomatológica y dificultad terapéutica. El objetivo de este trabajo es analizar el TLP desde la perspectiva neu-ropsicológica a través de la exploración de un caso. Encontramos que la intervención clínica y neuropsicológica pueden proveernos de un mejor entendimiento de la etiopatogenia de este trastorno y su sinto-matología; así como de las implicancias para la propuesta terapéutica y de rehabilitación.Palabras clave: Trastorno límite de la personalidad, evaluación neu-ropsicológica, funcionamiento ejecutivo, estudio de caso.

ABSTRACT

EXECUTE FUNCTIONS IN BORDER LINE PERSONALITY DISORDER. ABOUT A CASEThe Borderline Personality Disorder (BPD) has a high prevalence, symptomatologic heterogeneity and therapeutic difficulty. The objec-tive of this work is to analyze the BDP from the neuropsychological perspective through the exploration of a case. We find that the clini-cal intervention and neuropsychological examinations can provide us with a better understanding of the pathogenesis of this disorder and its symptoms; as well as the implications for the therapeutic proposal and rehabilitation.Key words: Borderline personality disorder, neuropsychological eva-luation, executive function, case study.

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INTRODUCCIÓN

Entre los distintos investigadores que analizaron este trastorno, Stern en 1938 fue quien acuñó por primera vez el término “límite” (Molina, Gariup & Roig, 2010). A pesar de esto, su aproximación la podemos rastrear inclusive hasta Prichard y su trabajo sobre la “locura moral” (véase en Matusevich, Ruíz y Vairo, 2010), al caracterizar en 1835 distintos pacientes con una “perversión mórbida” de sus emociones, afectos y capacidades sin rastro alguno de alucinaciones o delirio, coexistiendo con unas facultades mentales indemnes (Matusevich et al., 2010).

La locura moral de estos pacientes –en el análisis de Prichard, tenía dos ele-mentos de importancia: por un lado, 1) las tendencias hereditarias de locura en la familia, y por el otro 2) el comportamiento de estos sujetos afecta de sobremanera a sus familiares y amigos. Dos aspectos que en la actualidad se reflejan, por un lado en la aproximación por endofenotipos (neuropsicológicos y neurobiológi-cos), y por el otro, demarca la afectación clínica del trastorno. Retornando a Stern, este autor situó a los pacientes “limite” entre la psicosis y la neurosis, y destacó que no respondían a terapia psicoanalítica habitual (Molina et al., 2010).

A través de los años han destacado otros términos para representar a todo un conjunto de rasgos sindrómicamente distintos (véase en Caballo y Camacho, 2000); entre los que destacan la personalidad cicloide, trastorno ambivalente de personalidad, trastorno lábil de la personalidad, trastorno impulsivo de la persona-lidad, etc. El Trastorno Límite de la Personalidad (TLP) es una entidad diagnóstica muy nueva, tanto en su incorporación a la nosología y nosografía psiquiátrica (Szerman, 2009) que se produce en 1980 con la aparición del DSM-III (APA, 1980).

El trastorno de personalidad límiteHistóricamente, se ha considerado que los trastor nos de la personalidad obe-

decen a anomalías del desarrollo psicológico del sujeto, pero en los últimos años se han evidenciado una serie de alteraciones neurobiológicas, principalmente en el trastorno límite y el esquizotípico, que modifican las consideraciones etiopa-togénicas hasta ahora sostenidas (Tajima y De Anta, 2010; Arza, Díaz-Marza y López-Micó, 2009), relacionando en última instancia al TLP a dos espectros clí-nicos distintos, por un lado, al espectro de la esquizofrenia, y por otro, como parte del espectro bipolar.

Se calcula que el TLP tiene una prevalencia entre el 1-2% en promedio den-tro de la población general (Molina, Gariup y Roig, 2010). Es con mucho, el más común de los trastornos de la personalidad (Hughes, Crowell, Uyeji y Coan, 2013; Tajima, Díaz-Marsá, Montes, Fernández, et al, 2009; Tajima, Díaz-Marsá, Mon-tes, Fernández, Casado y Carrasco, 2009; Escribano, 2006), ya que en poblaciones clínicas se encuentra en una frecuencia entre el 30 y el 60% (GPC, 2011). Pode-

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mos mencionar que cerca del 70% a 76% de los pacientes diagnosticados con este trastorno, son mujeres (DSM-V [APA, 2013]; Arza, et al, 2009; Swartz, Blazer, George y Winfield, 1990).

Los pacientes con trastornos de la personalidad a menudo ven los desórdenes con los que se encuentran en el trato con otras personas o en sus tareas como exter-nos a ellos, y por lo general independientes de su propia conducta o percepción, se describen como víctimas de otros o, más globalmente del sistema (Muñoz y Sán-chez, 2006). La investigación sobre el trastorno límite de la personalidad (TLP) ha centrado su atención en componentes conductuales del síndrome como: los actos impulsivos, las relaciones interpersonales tormentosas y las autoagresiones; por ejemplo, la prevalencia de actos auto-lesivos oscila entre el 69 y 75% (véase en Levy, 2005).

Estas características son las que se abordan principalmente en los manuales clasificatorios, por ejemplo, en el DSM-IV-TR se describen 9 criterios que enfo-can las principales características sintomáticas, exigiendo que se cumplan 5 o más criterios para su diagnóstico (véase la Tabla 1).

Tabla 1. Características diagnósticas para el trastorno límite de personalidad

Un patrón general de inestabilidad en las relaciones interpersonales, la autoimagen y la efectividad, y una notable impulsividad, que comienzan al principio de la edad adulta y se dan en diversos contextos, como lo indican cinco (o más) de los siguientes ítems:(1) Esfuerzos frenéticos para evitar un abandono real o imaginado.(2) Un patrón de relaciones interpersonales inestables e intensas caracterizado por la alternancia entre los extremos de idealización y devaluación.(3) Alteración de la identidad: autoimagen o sentido de sí mismo acusada y persistentemente inestable.(4) Impulsividad en al menos dos áreas, que es potencialmente dañina para sí mismo (p. ej., gastos, sexo, abuso de sustancias, conducción temeraria, atracones de comida).(5) Comportamientos, intentos o amenazas suicidas recurrentes, o comportamiento de automutilación.(6) Inestabilidad afectiva debida a una notable reactividad del estado de ánimo (p. ej., episodios de intensa disforia, irritabilidad o ansiedad, que suelen durar unas horas y rara vez unos días).(7) Sentimientos crónicos de vacío.(8) Ira inapropiada e intensa o dificultades para controlar la ira (p. ej., muestras frecuentes de mal genio, enfado constante, peleas físicas recurrentes).(9) Ideación paranoide transitoria relacionada con el estrés o síntomas disociativos graves.

Esta visión categorial del trastorno, basada en el modelo médico-psiquiátri-co, dista mucho de poder ofrecer una teoría etiopatogénica para entenderlo. Como ya mencionamos, el trastorno límite de personalidad es un síndrome heterogéneo, difícil de delimitar, que se diferencia en sus determinantes etiológicos y en sus formas clínicas y comportamentales de presentación, no sólo de un individuo a

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otro, sino incluso, de una etapa a otra en la evolución del mismo paciente (Vicens, 2006). Es por ello que en los últimos años la investigación desde otros enfoques (genética molecular, cognición, neuropsicología, imagenología, etc.), propios a la neurociencia han aumentado, generando nuevos aportes.

Sobre el abordaje de la etiopatogenia de este trastorno, distintos rasgos neu-rocognitivos han sido pasados por alto durante bastante tiempo, pero de unos años a esta parte, se está estudiando más a fondo su implicación en el trastorno (Arza et al., 2009). Distintos investigadores proponen que el daño neurocognitivo juegan un papel clave en el trastorno, suponiendo un aspecto fundamental en la expresión del trastorno (Skodol, 2002 en Arza, et al., 2009), sugiriendo la alteración del lóbulo frontal (Piñeiro, Cervantes, Ramírez, Ontiveros y Ostrosky, 2008), y los circuitos fronto-límbicos (Hughes, Crowell, Uyeji y Coan, 2012; Tajima et al., 2009); y que estaría mediado, principalmente por factores traumáticos (Zanarini, 2000).

Aquí tenemos como objetivo desarrollar un caso clínico de una paciente con trastorno límite de personalidad, poniendo especial atención al funciona-miento ejecutivo.

Funcionamiento ejecutivoEl área prefrontal del cerebro, desde un punto de vista funcional, reúne las

funciones cognitivas más complejas y evolucionadas del ser humano y se le atri-buye un papel esencial en actividades tan importantes como la creatividad, la eje-cución de actividades complejas, el desarrollo de las operaciones formales del pensamiento, la conducta social, la toma de decisiones y el juicio ético y moral (Price, Daffner, Stowe, et al, 1990; Pelegrin y Tirapu, 1995).

El interés por el estudio de los lóbulos frontales se remonta a 3 aspectos históricos importantes, la primera a principios del siglo XX, cuando Gally y Spur-zheim sospecharon que –dichos lóbulos– podían ser responsables del habla y el cálculo, ya en 1886, Pierre Paul Broca describió diversos casos de “afemia” tras lesión en el giro frontal inferior del lado izquierdo del cerebro; y la tercera, en 1868, cuando Harlow relató el caso de Phineas Gage (véase en Estévez-González, García-Sánchez y Barraquer-Bordas, 2000).

La observación de las áreas cerebrales prefrontales están involucradas en estrategias cognitivas, tales como la solución de problemas, formación de concep-tos, planeación y memoria de trabajo, dio como resultado el término “funciones ejecutivas” (Ardila y Ostrosky-Solís, 2008).

Las cuales permiten a las personas responsabilizarse de sus propias vidas, proyectarse metas a corto, mediano y largo plazo, y ajustar su conducta ante los cambios del entorno (Uribe, 2009); e inclusive como mencionara Jackson (citado por Lopera, 2008) esta propiedad –las FE–, pueden ser un prerrequisito para la conciencia. Su estudio ha sido especialmente enfocado a discernir su naturaleza

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desde modelos mentales y neurobiológicos, en poblaciones adolescentes y nor-males, pero especialmente con condiciones patológicas –especialmente lesiones traumáticas, resultando en un corpus teórico amplio y abundante en propuestas sobre sus aspectos cognitivos asociados y las redes neurales subyacentes (Cada-vid, 2008).

La civilización humana y la conciencia son inseparables del surgimiento de los lóbulos frontales, o del cerebro ejecutivo. La mayor evolución de la corteza cerebral ha sido la emergencia del lenguaje y de las funciones ejecutivas (Lopera, 2008). Las Funciones Ejecutivas (FE) han sido estudiadas por múltiples autores como Luria, Lezack, Goldberg, entre otros (Véase en Lezak, 1982; Tirapu-Ustá-rroz, Muñoz-Céspedes y Pelegrín, 2002; Lopera, 2008; Trujillo, 2008; Tiruapu-Ustarroz, Ríos-Lago y Maestrú, 2011; Tirapu-Ustárroz, García, Ríos-Lago y Ar-dila, 2012).

Así Luria, nos habla de ellas como la tercera unidad funcional (Luria, 1982) de papel ejecutivo, encargada de la programación, control y verificación de la actividad, lo cual depende de la actividad de la corteza prefrontal (Luria, 1980). Luria (1989), citado por Ardila y Ostrosky (2012), nos menciona que él “percibe la organización de las regiones frontales en un arreglo jerárquico similar a su di-visión de las zonas posteriores cerebrales en primarias (sensoriales) secundarias (asociación) y terciarias (supramodales o integrativas). Así incluye en las regiones frontales a la corteza motora, la corteza premotora (organización motora) y la CPF (integración superior). Esto conlleva al concepto de dos tipos de síndromes: el premotor y el prefrontal”.

Su estudio lo desarrolló especialmente con pacientes con daño en el lóbulo frontal, deduciendo que algunas de las principales funciones del cerebro, depen-den de ésta área (Araujo, 2012).

Las FE “son operaciones mentales que están críticamente involucradas en la propia adaptación a situaciones nuevas… son en sí mismas procesos cognitivos que orquestan o dirigen las ideas, movimientos o acciones relativamente simples en comportamientos complejos dirigidos hacia un fin” (Estévez-Gonzáles, García-Sánchez y Barraquer-Bordas, 2000).

De aquí que este concepto resalte en la literatura científica como factor expli-cativo del control y regulación del funcionamiento ejecutivo humano tanto normal como patológico (Cadavid, 2008); además de esto, a diferencia de los procesos automáticos que lleva a cabo la mente, la FE requiere de la conciencia del sujeto, de su total atención y reconocimiento sobre estos procesos para ser ejecutados eficazmente, porque tienen que responder esencialmente a situaciones novedosas e infrecuentes (Cadavid, 2008).

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Componentes de las funciones ejecutivasComo ya hemos visto, en realidad no podemos hablar de una función ejecutiva,

sino de varias y diferentes funciones ejecutivas o de un cerebro ejecutivo porque la función rectora o gerencial del cerebro es más bien un conjunto de funciones directivas que incluyen aspectos muy variados de la programación y ejecución de las actividades cerebrales (Lopera, 2008). Este constructo psicológico que incluye un conjunto de habilidades que controlan y regulan otras habilidades y conductas (Ardila y Ostrosky, 2012).

Una de las principales características de las funciones ejecutivas es su in-dependencia del “input”, es decir, los mecanismos ejecutivos coordinan infor-mación procedente de distintos sistemas de entrada (percepciones de distintas modalidades sensoriales), procesamiento (atención, memoria o emociones) y salida (programas motores) según Verdejo-García y Bechara (2010).

Dentro del desarrollo de las funciones ejecutivas, podemos mencionar tres componentes importantes (Uribe, 2009):

• Clasificación y categorización (flexibilidad): esta característica hace refe-rencia a la organización de los elementos según características similares y compartidas o a la posibilidad de diferenciarlos según criterios de disparidad (Ionescu, 2007). Y se vería conformado por la flexibilidad, que hace referen-cia a la posibilidad de cambiar una respuesta por otra, mediante estrategias de clasificación diferentes, para ajustarse a las demandas del medio (Sopra-no, 2003).

• Control atencional y control de la conducta: indica la selección y el man-tenimiento de la atención en los elementos ambientales indicados, que inhibe a aquellos irrelevantes para emitir la respuesta adecuada (Rosselli, Jurado y Matute, 2008), al tiempo que se impide la ejecución de conductas impropias; es así que la inhibición permite organizar la conducta, actuar de manera inten-cionada, guardar información, tener varias alternativas para actuar, tomar de-cisiones y planificar otras (Sastre-Riba, MerinoMoreno y Poch-Olivé, 2007). Ahora bien, la inhibición requiere la reflexión sobre las reglas que se están usando, para así formular otras de orden superior que les permita detener las respuestas inadecuadas y re-focalizar la atención en los elementos importantes de la situación (Zelazo, Müller, Frye y Marcovitch, 2003).

• Planeación de la conducta: alude a la capacidad para reconocer y ordenar secuencias de eventos que llevarán a alcanzar una meta determinada (Sastre-Riba, Merino-Moreno y Poch-Olivé, 2007), La solución de problemas com-plejos y la planeación requieren flexibilidad (Uribe, 2009). En el contexto de las actividades de la vida del individuo, cualquiera de estos aspectos de la función ejecutiva puede estar alterado o volverse disfuncional con un impac-to clínico en su vida cotidiana. Ahora bien, el análisis y estudio de las FE ha

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sido abordado no solamente desde distintas áreas cerebrales y componentes, sino desde aproximaciones teóricas y modelos diferentes por la complejidad de dicho constructo.

Evaluación de las funciones ejecutivasTradicionalmente distintos investigadores han considerado a las funciones

ejecutivas como un constructo unitario, y otros por el contrario, de múltiples com-ponentes (McCabe, Roediger, MackDaniel, Balota y Hambrick, 2010). Su eva-luación suele ser complicada al distribuirse entre estas dos posturas. Es necesario tener en cuenta que toda evaluación neuropsicológica, con independencia de la función específica que se requiera indagar, se compone de dos tipos de procedi-mientos: la evaluación cualitativa y la evaluación cuantitativa (Buller, 2010); el propósito de dicha evaluación es determinar conductas y comportamientos que indiquen la presencia de síntomas; distinguiéndose según Pineda (1998, citado por Buller, 2010):

- alteraciones en la autorregulación,- dificultades en la atención sostenida,- problemas en la organización cognoscitiva y del comportamiento,- rigidez cognoscitiva y comportamental,- impulsividad,- inatención,- dependencia ambiental,- perseverancia patológica e inercia comportamental, y- alteración metacognoscitiva.

Tabla 2. Instrumentos utilizados para la evaluación del funcionamiento ejecutivo

TEST UTILIZADO AUTOR

Test de tarjetas de Winsconsin Heaton, Chelune, Talley, Kay, Curtiss (1993, 2001)

Trail Making Test (A y B) Raitan (1958); Raitan y Wolfson (1993)Test de Fluidez Verbal Burin, Drake, Harris P. (2007)Dígitos directos e inversos (Batería WAIS-III) Wechsler (1997a, 1997b)

Test del Zoo (Batería BADS) Wilson et al. (1997)

Por otro lado, múltiples instrumentos han sido desarrollados con el propósito explícito de medir y comparar el rendimiento, tanto de pacientes orgánicos como normales. Sin embargo, es posible observar que ninguna de estas herramientas puede por sí misma dar cuenta del estado general de la totalidad de las dimensio-

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nes que componen el funcionamiento ejecutivo, para ello es necesario la incorpo-ración de baterías “fijas o flexibles” (Drake, 2007) que midan específicamente el funcionamiento ejecutivo.

Dentro de los instrumentos utilizados para la evaluación de la función ejecu-tiva en este trabajo, destacan los que se exponen en la Tabla 2.

CASO CLÍNICO

Paciente de 19 años, de sexo femenino, grado de instrucción de secundaria completa; con un desarrollo y crecimiento aparentemente normales. La familia re-fiere que a los 13 años ya intentaba cortarse las venas; cuando se le preguntaba por qué lo intentó, ella refiere que era “de juego”. Consumió alcohol desde los 14 años de edad. Se escapaba de casa, desapareciendo entre 2 ó 3 días a la semana, salien-do para consumir alcohol. La propia paciente indica que ha consumido distintas drogas (cigarrillos de tabaco, marihuana y pasta básica de cocaína). Ha llegado a robar dinero a su madre para poder salir. En casa, cada vez que no le hacen caso a sus demandas ella amenaza con hacerse daño. Incluso, frente a sus constantes salidas, los familiares optaron por encerrarla en su casa. La paciente reaccionó a esto lanzándose del 2° piso de su casa y huyendo a casa de “mis amigos”. Refiere que conoce a distintas personas que “me invitan cosas” (drogas y alcohol), men-ciona que “estoy un tiempo con ellos y luego me busco otros amigos”. Mantiene relaciones inestables con sus familiares, por ejemplo, indica “querer mucho a su madre y preocuparse por ella”, no obstante, la descalifica de ser “una mala madre y no apoyarla”, ya que no cumple sus demandas (como salir cuando quiere en la noche, o que le entreguen dinero). Refiere haber estado con distintos chicos solo por “divertirse”, en ocasiones ha salido a fiestas, a tomar, e incluso se ha desperta-do sin ropa, refiere haber tenido relaciones sexuales con distintas personas, como amigos e incluso personas que conocía en fiestas o discotecas.

Actualmente la familia se encuentra muy preocupada ya que los intentos por parte de la familia de controlarla han fracasado. La paciente se escapa cons-tantemente de casa, es agresiva con sus familiares, pelea constantemente con sus hermanos y ha amenazado en distintas ocasiones con hacerse daño o intentar sui-cidarse (ha tenido 4 intentos; en dos ocasiones ha ingerido medicamentos en forma excesiva y en una ocasión se le realizó un lavado gástrico, en la otra cuenta la paciente, que sus familiares no se dieron cuenta), además de cortarse las muñecas. Ha presentado episodios de despersonalización (siente que está viviendo una vida que no es suya, “que el tiempo pasa, y me veo a mi misma, y no siento ser yo”), además de alucinaciones de tipo auditivo y visual; siente constantemente que la llaman, en ocasiones –las voces– “me insultan, me dicen que no valgo nada, que estoy loca” y observa “animales extraños” en su cuarto. Es por esta razón que la paciente acude a consulta, al mencionar que “se está asustando” por lo que le

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ocurre, dejando de consumir marihuana por dos semanas –práctica que realiza casi cada fin de semana. La paciente ha sido internada en 3 ocasiones en distintos centros psiquiátricos y de rehabilitación sin mayor éxito. Se encuentra medicada en la actualidad.

RESULTADOS

En la evaluación de la personalidad (evaluada con la entrevista clínico-psico-lógica y el Inventario Clínico de Millon II), evidencia una patología de personalidad tipo “límite”; es hipersensible a la crítica, con poca tolerancia a la frustración e impulsiva. Tiene un diagnóstico de Trastorno de Personalidad límite (301.8 [DSM-IV]; F60.3), además de consumo perjudicial a múltiples drogas (F19.1; marihuana, alcohol y PBC). Respecto a su inteligencia, la paciente muestra un CI global de 97 (conforme a la evaluación del WAIS-III, escalas verbales y de ejecución) ubicándo-se en la categoría mental de normal promedio. En la evaluación neuropsicológica, se analizaron las funciones ejecutivas o el dominio cognitivo (planificación, abs-tracción, flexibilidad cognitiva, memoria de trabajo, fluidez verbal, auto-monitoreo cognitivo). Los resultados cuantitativos se muestran en la Tabla 3.

Sobre su desempeño en las tarjetas de Winsconsin, la paciente muestra un funcionamiento ejecutivo “aparentemente normal”, resolviendo las categorías de color, forma y número sin dificultades, pasando de un grupo conceptual casi sin dificultades. Esto parece indicar que el feedback proporcionado por el evaluador, le permite organizar la tarea y poner en juego sus habilidades cognitivas (Heaton, Chelune, Talley, Kay y Curtiss, 2001). En su desempeño en el Trail Making Test, forma A, la paciente muestra una ejecución adecuada, con una atención sostenida, habilidades motoras y de búsqueda visual apropiadas; pero en la forma B, a pesar de haber cometido solo un error de tipo perseverativo, este ya es significativo al comprometer la flexibilidad mental y la atención dividida. Su fluencia verbal, tan-to a nivel fonológico como semántico, se observan disminuidas.

En su desempeño en el Test del WAIS (subpruebas de dígitos directos e in-versos) como medida de span o amplitud atencional, más que de memoria, mues-tra un rendimiento normal bajo. Sobre la segunda subprueba, la paciente muestra un déficit en la memoria de trabajo, en la atención ejecutiva y el funcionamiento ejecutivo. Sobre la sub-prueba de secuencia de números y letras –siendo esta una medida de control atencional y memoria de trabajo– , la paciente muestra una rea-lización igualmente deficiente, relacionada al desempeño anterior de dígitos inver-sos (Drake, 2007). Sobre una medida más ecológica del funcionamiento ejecutivo, como es el Test del ZOO, la paciente muestra un claro déficit en su planificación, organización, flexibilidad mental y memoria de trabajo.

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Tabla 3. Resultados de la evaluación neuropsicológica

TEST APLICADO RESULTADOSTarjetas de Winsconsin N° intentos: 79

Correctos:83%Incorrectos:17%Errores perverativos:12%Rpta. Conceptual:75%Tiempo: 19

Trail Making Test Form “A y B” Form A: 37 seg.Errores: 0Form B: 69 seg.Errores: 1

Fluidez Verbal Fonológica: 10Tiempo: 60 seg.Semántica: 13Tiempo: 60 seg.

Secuencia de Números y Letras (WAIS) Puntaje intento:5Puntaje ítem: 2Total: 6/21Tiempo: 120 seg.

Dígitos Directos e Inversos (WAIS) Directos (Intento:08) (Puntaje ítem: 04)Total: 8/16Inverso (Intento:06) (Puntaje ítem:03)Total: 6/14Total (D + I): 14 /30

Test del Zoo (Batería BADS) Correctas:2Errores: 1Omisiones:3Tiempo: 250 seg.

DISCUSIÓN

El abordaje neuropsicológico del trastorno límite de personalidad muestra su utilidad en dos aspectos principales para la atención de estos sujetos. Por un lado, podemos mencionar sus alcances sobre la etiopatogenia; ya que podríamos con-siderar a los síntomas como la expresión de un trastorno del neurodesarrollo, que se confundirían con rasgos de personalidad de carácter permanente, y la expresión manifiesta de los mismos, que podrían aparecer en momentos determinados de alte-ración cognitiva –posiblemente relacionados a procesos traumáticos, familiares dis-funcionales y de apego inseguro/desorganizado (Zanarini, 2000; Muñoz y Sánchez, 2006; Mosquera y Gonzales, 2011). Particularmente, en nuestro caso, se observarían que la capacidad ejecutiva se encuentra alterada, aunque resaltamos que la utiliza-ción de una batería flexible y extensa para distintos componentes de las FE es útil para elucidarlo; pudiendo aportar este déficit (o ser el causante) a la perseveración

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de conductas anómalas clínicamente significativas, como las conductas de riesgo, constantes conflictos familiares, conducta auto-lítica, o intentos de suicidio, etc., al tener poca flexibilidad mental, razonamiento y organización conceptual de las situaciones, y por lo tanto de sus consecuencias esencialmente negativas para sí misma. Así, solamente explicando las alteraciones cognitivas propias a un trastorno mental en el transcurso del neurodesarrollo, o las alteraciones neurocognitivas espe-cialmenteutilizando el concepto de endofenotipos, podemos explicar la recurrencia de rasgos típicos o sintomatología común, aunada a nuestro conocimiento clínico, podríamos mejorar nuestro tipo de intervención y conocimiento del trastorno. Pero, este conocimiento y abordaje no solo podría ayudarnos a explicar su sintomatología, sino principalmente, como una herramienta dentro de la psicoterapia, ya que, es necesario que tengamos en cuenta los factores neurocognitivos y socioemocionales al iniciar un tratamiento terapéutico. Donde al utilizar tanto técnicas conductuales o cognitivas tradicionales, no podríamos aseverar que este trabajo sea apropiadamente internalizado en el paciente, justamente por sus dificultades neurocognitivas presen-tadas (lo que explicaría la dificultad del tratamiento y sus constantes recaídas). Será necesario además, incorporar a nuestra evaluación neuropsicológica e intervención, medidas del tipo emocional, enfocadas principalmente a la regulación emocional en el trastorno límite de personalidad.

REFERENCIAS

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