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LOS SALMOS EL LIBRO DE ORACIÓN DE LA BIBLIA

Una introducción

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DIETRICH BONHOEFFER

LOS SALMOS EL LIBRO DE ORACIÓN DE LA BIBLIA

Una introducción

DESCLÉE DE BROUWER BILBAO - 2010

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Título de la edición original: Dietrich Bonhoeffer, Die Psalmen. Das Gebetbuch der Bibel. © 1940/1995 MBK-Verlag, Bad Salzuflen

Brunnen Verlag, Giessen www.brunnen-verlag.de

Traducción: María del Carmen Blanco Moreno

© EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2010 Henao, 6 - 48009 Bilbao www.edesclee.com [email protected]

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pú- blica y transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos - www.cedro.org-), si necesita fotocopiar o escanear algún fragmen- to de esta obra.

Printed in Spain - Impreso en España ISBN: 978-84-330-2376-6 Depósito Legal: BI-41/2010 Impresión: RGM, S.A. - Urduliz

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ÍNDICE

PRESENTACIÓN, por Hartmut Bdrend . . . . . . . . . . . . 9

PRÓLOGO, por Eberhard Bethge . . . . . . . . . . . . . . . . 11

SALMO 1 15

l. «SEÑOR, ENSÉÑANOS A ORAR»1••••••••••••••• 16

2. APRENDER A ORAR EN EL NOMBRE DE JESÚS . . . 17

3. Los ORANTES DE LOS SALMOS . . . . . . . . . . . . . . . 20

4. NOMBRES, MÚSICA Y FORMA DE LOS VERSÍCULOS . 23

5. EL CULTO Y LOS SALMOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24

6. CLASIFICACIÓN. . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . 25

7. LA CREACIÓN ; . . . . . . . . . . . . 26

SALMO 8 · 31

8. LA LEY 30

9. LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN . . . . . . . . . . . . . . . 31

10. EL MESÍAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32

l. En-fa edición alemana, los títulos que encabezan los aparta- dos del presente libro no están numerados. La numeración que se añade en esta edición quiere únicamente servir de guía o ayuda para el lector. [Nota de la traductora].

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SALMO 22 35

11. LA IGLESIA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 38

12. LA VIDA. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39

13. EL SUFRIMIENTO......................... 40

14. LA CULPA............................... 43

SALMO 51 47

15. Los ENEMIGOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50

SALMO 73 53

16. EL FIN........... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56

17. LA SÚPLICA POR EL ESPÍRITU DE VIDA . . . . . . . . . 57

18. LA BENDICIÓN DE LA ORACIÓN DE LA MAÑANA.... 58

SALMO 103 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59

p ANO RAMA DE LA VIDA Y LA OBRA DE DIE TRI CH

BONHOEFFER, por Eberhard Bethge . . . . . . . . . . . . . 61

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PRESENTACIÓN

Nos produce una gran alegría poder publicar la deci- mocuarta edición de la obra de Dietrich Bonhoeffer, Das Gebetbuch der Bibel. Advertimos con agradecimien- to que precisamente este breve escrito haya sido busca- do y leído cada vez más a lo largo de los últimos dece- nios. Y no sólo en Alemania, sino también en muchos países cercanos y lejanos. La editorial MBK-V�rlag desearía justamente que este libro fuera apreciado de un modo especial.

En el texto seguido se han incorporado seis salmos a los que Dietrich Bonhoeffer se refiere directa o indirec- tamente en su exposición. Pensamos que tiene pleno sentido que nosotros, como lectoras y lectores, nos detengamos un momento, con el fin de meditar y orar dichos salmos.

Agradecemos sinceramente al profesor Dr. Eberhard Bethge el Prólogo que ha redactado para esta edición.

HARTMUT BAREND

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l PRÓLOGO

La presente es ya la decimocuarta edición del escrito de Dietrich Bonhoeffer titulado Die Psalmen: das Gebet­ buch der Bibel. Esto me trae a la memoria algunos recuerdos, relativos sobre todo a la elección de la ilus- tración que muestra a David tocando la cítara, que un día descubrimos y ha sido recuperada en esta nueva edi- ción.

Es de lamentar que no sólo no se haya conservado el manuscrito original, sino que tampoco hayan llegado hasta nosotros apuntes epistolares sobre la génesis de este escrito. Bonhoeffer se ocupó, durante mucho tiem- po y de un modo especial, de los Salmos, y no sólo de la praxis relativa a su uso en las oraciones y meditaciones del seminario de Finkenwalde -incorporado posterior- mente al vicariato colectivo del este de Pomerania (Kos- lin, Gross-Schlonwitz y Sigurdshof)-, sino también de su significado teológico-hermenéutico para nosotros. Ya en el verano de 1935 nos obsequió con una conferen- cia sobre «Cristo en los Salmos» [ «Christus in den Psal- men» (GS 1111, 294ss)J; después redactó los trabajos bíblicos sobre el rey David y la construcción de la mura- lla de la ciudad, que no se atenían a la exégesis históri-

1. Dietrich BoNHOEFFER, Gesammelte Schriften III, Chr. Kaiser Verlag, München 1960. [Nota de la traductora].

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co-crítica a la que estábamos acostumbrados, sino que tomaban el hecho del canon más en serio que el proceso de formación de los textos. Estos trabajos se divulgaron y la noticia llegó a la editorial MBK-Verlag, que en 1939 propuso a Bonhoeffer que escribiera un ensayo para la colección «Hinein in die Schrift» [«Entraren la Escritu- ra»], tarea que él asumió gustosamente. De hecho, fue el último escrito publicado en vida de su autor antes de que se le prohibiera escribir en 1941.

Esta nueva edición acierta al incluir de nuevo la ilus- tración de David. No sólo porque Bonhoeffer admiraba el gesto de David tocando la cítara y cantando en esta escultura de Worms, sino también porque recupera el papel del rey para los cristianos que oran los Salmos, un papel que se había perdido bajo la influencia de los métodos histórico-críticos. Para Bonhoeffer, lo impor- tante no era la histo_ria de la formación de esas antiguas poesías, sino la continuidad de las experiencias de sal- vación con los hijos de Dios que oran los Salmos y aque- llo que los vincula con los antepasados de Cristo y su promesa.

EBERHARD BETHGE

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SALMO 11

1 Feliz quien no sigue consejos de malvados ni anda mezclado con pecadores ni en grupos de necios toma asiento, 2 sino que se recrea en la ley del Señor, susurrando su ley día y noche. ' Será como árbol plantado entre acequias, da su fruto en sazón, su fronda no se agosta. Todo cuanto emprende prospera. • Pero no será así con los malvados. Serán como tamo impulsado por el viento. s No se sostendrán los malvados en el juicio, ni los pecadores en la reunión de los justos. • Pues el Señor conoce el camino de los justos, pero el camino de los malvados se extravía.

1. Los textos bíblicos se toman -con algunos cambios- de la Nueva Biblia de Jerusalén. Revisada y aumentada, Desclée De Brouwer, Bilbao 1998. Se introducen. [Nota de la traductora].

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l. «SEÑOR, ENSÉÑANOS A ORAR»

Éstas son las palabras que los discípulos dijeron a Jesús. Y con ellas reconocían que por sí solos eran incapa- ces de orar. Tenían que aprender a rezar. «Aprender a orar» es una expresión que nos parece contradictoria. Nosotros diríamos más bien: o nuestro corazón sobre- abunda hasta tal punto que por sí mismo empieza a orar o, de lo contrario, nunca aprenderá a orar. Pero es un error peligroso, que de hecho está hoy muy difundido en el cris- tianismo, pensar que el corazón humano puede orar por naturaleza. Esto significaría confundir el deseo, la espe- ranza, el suspiro, el lamento, el júbilo -todo aquello de lo que nuestro corazón es capaz por sí mismo- con la ora- ción. Sería confundir la tierra con el cielo, el ser humano con Dios. No, orar no significa únicamente abrir el propio corazón, sino más bien encontrar el camino que conduce hacia Dios para dialogar con él, esté nuestro corazón lle- no o vacío. Pero nadie es capaz de hacer esto por sus pro- pias fuerzas; para ello necesita a Jesucristo.

Los discípulos quieren orar, pero no saben qué deben hacer. Puede ser una gran angustia querer hablar a Dios y no poder, tener que permanecer mudos ante Dios, sentir que nuestro clamor se pierde en nuestro propio yo, que el corazón y la boca hablan una lengua equivocada que Dios no quiere escuchar. En esta difícil situación buscamos per- sonas que conozcan de algún modo la oración y sean capa- ces de ayudamos. Si al menos alguien capaz de orar nos hiciera partícipes de su oración, si pudiéramos hacer nues- tra su oración, ¡estaríamos salvados! Ciertamente quienes viven en profundidad su cristianismo pueden ayudamos mucho, pero sólo pueden hacerlo en virtud de Jesucristo, del cual ellos mismos reciben la ayuda, y al cual nos recon- ducen si son verdad�ros maestros de oración.

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Cuando Jesús nos incorpora a su oración, cuando podemos hacer nuestra su oración, cuando nos toma con- sigo en su camino hacia Dios y nos enseña a orar, enton- ces somos liberados de la angustia de quienes no pueden orar. Pero esto es justamente lo que Jesucristo quiere para nosotros. Quiere orar con nosotros, que hagamos nuestra su oración y que nos sintamos seguros y gozosos porque Dios nos escucha. Oramos rectamente cuando nuestra voluntad y nuestro corazón entero se unen a la oración de Cristo. Sólo en Jesucristo podemos orar y también con él somos escuchados.

De esta manera debemos también nosotros aprender a orar. El niño aprende a hablar porque su padre le habla, y aprende la lengua de su padre. Del mismo modo, nosotros aprendemos a hablar a Dios porque Dios nos ha hablado y sigue hablándonos. En el lenguaje del Padre que está en el cielo aprenden sus hijos a hablar con él; repitiendo las palabras mismas de Dios, empezamos a dirigirle nuestra oración. Debemos hablar a Dios, no con el lenguaje falso y enrevesado de nuestro corazón, sino con la lengua clara y pura con la que Dios nos ha hablado en Jesucristo, y él nos escuchará.

El lenguaje de Dios en Jesucristo nos habla en la Sagra- da Escritura. Si queremos orar con confianza y con ale- gría, es necesario que la palabra de la Sagrada Escritura sea el sólido fundamento de nuestra oración. En ella se nos revela cómo Jesucristo, la Palabra de Dios, nos ense- ña a orar. Las palabras que vienen de Dios serán los escas Iones sobre los cuales encontraremos a Dios.

2. APRENDER A ORAR EN EL NOMBRE DE JESÚS

En la Sagrada Escritura hay un libro que es distinto de todos los demás libros bíblicos, porque sólo contiene ora-

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dones: es el libro de los Salmos. Al principio resulta muy extraño que en la Biblia haya un libro de oraciones. La Sagrada Escritura es, en efecto, la Palabra que Dios nos dirige. Pero las oraciones son palabras humanas. Enton- ces ¿cómo se explica que se encuentran en la Biblia? No deberíamos equivocarnos: la Biblia es Palabra de Dios también en los Salmos. Por tanto, también las oraciones dirigidas a Dios son Palabra de Dios. Nos resulta difícil comprender este hecho. Podemos entenderlo únicamente si pensamos que sólo Cristo puede enseñamos a orar rec- tamente, que la oración es la palabra que el Hijo de Dios, que vive entre los seres humanos, dirige al Padre, que vive en la eternidad. Jesucristo ha presentado ante Dios todo el dolor, toda la alegría, toda la gratitud y toda la esperan- za de la humanidad. En su boca, la palabra humana se convierte en Palabra de Dios. Y cuando oramos con su oración, la Palabra de Dios se hace a su vez palabra huma- na. Así, todas las oraciones de la Biblia son oraciones que hacemos junto con Jesucristo, en las cuales él nos incor- pora y nos lleva ante el rostro de Dios; si no fuera así, no serían oraciones auténticas, porque sólo podemos orar rectamente en Cristo y con Cristo.

Así pues, si queremos leer y orar las oraciones de la Biblia, y especialmente los Salmos, debemos ante todo preguntarnos, no qué interés tienen para nosotros, sino qué relación guardan con Jesucristo. Debemos pregun- tarnos de qué modo podemos comprender los Salmos como Palabra de Dios y después podremos hacer nuestra esta oración. No se trata, por tanto, de saber si los Salmos expresan exactamente lo que en este momento sentimos en nuestro corazón. También puede suceder que necesite- mos orar contra las disposiciones de nuestro corazón, jus- tamente para orar con rectitud. Lo importante no es el objeto preciso de nuestra oración, sino aquello por lo que

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Dios quiere que se la dirijamos. Si estuviéramos solos ante nosotros mismos, es indudable que a menudo sólo pronunciaríamos la cuarta oración del Padrenuestro. Pero la voluntad de Dios es otra. No es la pobreza de nues- tro corazón, sino la riqueza de la Palabra de Dios la que debe determinar nuestra plegaria.

Así pues, si la Biblia contiene también un libro de ora- ción, comprendemos que la Palabra de Dios no es única- mente la que nos dirige a nosotros, sino también la pala- bra que quiere escuchar de nosotros, porque es la palabra de su Hijo amado. Es una inmensa gracia que Dios nos diga cómo podemos hablarle y cómo podemos entrar en comunión con él. Y podemos hacerlo orando en el nom- bre de Jesucristo: los Salmos se nos han dado para que aprendamos a orar en el nombre de Jesucristo.

Cuando los discípulos le pidieron que les enseñara a orar, Jesús les dio el Padrenuestro. Toda oración está con- tenida en él. Cuanto se contiene en las peticiones del Padrenuestro es oración auténtica; lo que no tiene cabida en él no es oración. Todas las oraciones de la Sagrada Escritura se hallan recogidas en el Padrenuestro y asumi- das en su inconmensurable inmensidad. Por consiguien- te, la Oración del Señor no hace superfluas las demás ora- ciones bíblicas, sino que éstas muestran la inagotable riqueza del Padrenuestro, del mismo modo que éste es su consumación y el vínculo que las une. A propósito del Sal- terio dice Lutero: «El Salterio es atraído por el Padrenues- tro y el Padrenuestro es atraído por el Salterio; por eso, el uno puede ser interpretado mediante el otro de un modo muy sutil, y ambos concuerdan felizmente».

De esta manera, el Padrenuestro se convierte en la pie- dra de toque para saber si oramos en el nombre de Jesús o en nuestro propio nombre. Por eso tiene pleno sentido

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que el Salterio sea citado con frecuencia en el Nuevo Tes- tamento. Es la oración de la comunidad de Jesucristo, forma parte del Padrenuestro.

3. Los ORANTES DE LOS SALMOS

El Salterio contiene 150 Salmos: 73 de ellos son atri- buidos al rey David; 12 a Asaf, maestro de coro al servicio de David; 12 a los hijos de Coré, familia levítica de canto- res que desempeñaron su función bajo el reino de David; 2 al rey Salomón y uno a cada uno de los maestros de música, que probablemente vivieron en tiempos de David y Salomón, es decir, Hemán y Etán. Por esta razón se com- prende que el nombre de David esté vinculado de un modo especial al Salterio.

Se cuenta que David, después de haber sido ungido rey en secreto, fue llamado a la presencia del rey Saúl, que había sido rechazado por Dios y era atormentado por un espíritu malo. Y David tenía la misión de tocar la cítara en presencia de Saúl: «Cuando el espíritu de Dios asaltaba a Saúl, tomaba David la cítara, la tocaba, Saúl encontraba calma y bienestar y el espíritu malo se apartaba de él» (1 Samuel 16,23).

Es posible que la poesía salmódica de David tuviera su origen en este hecho. Mediante la fuerza del Espíritu de Dios, que vino sobre él con la unción como rey, aleja el espíritu malo con su canto. No se nos ha transmitido nin- gún salmo que se remonte al periodo anterior a su consa- gración como rey. Sólo quien había recibido la vocación del rey mesiánico, del cual debía descender Cristo, el Mesías prometido, expresaba su oración en cantos que más tarde serían incorporados al canon de la Sagrada Escritura.

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Según el testimonio de la Biblia, David, consagrado rey del pueblo elegido por Dios, es un «tipo» de Jesucris- to. Lo que él experimenta, le sucede en función de Aquel que está ya en él y saldrá de él: Jesucristo. David tenía conciencia de ello: «Pero como él era profeta y sabía que Dios le había asegurado con juramento que se sentaría en su trono uno de su linaje, vio el futuro y habló de la resu- rrección de Cristo» (Hechos 2,30-31).

David fue un testigo de Cristo en su misión, en su vida y en sus palabras. De hecho, el Nuevo Testamento dice aún más: en los salmos de David habla ya el Cristo prome- tido (Hebreos 2,12; 10,5), o también se puede decir que es el Espíritu Santo quien habla (Hebreos 3, 7). Las palabras mismas que David pronunciaba, las pronunciaba en él el Mesías futuro. Las oraciones de David eran al mismo tiempo oraciones de Cristo o, mejor dicho, era Cristo quien las elevaba en su precursor David.

Esta breve observación del Nuevo Testamento arroja una luz significativa sobre todo el Salterio; lo aplica a Cristo. Más adelante reflexionaremos acerca de cómo esto se ha de entender concretamente. Lo importante para nosotros ahora es que David no oraba simplemente desde la exaltación personal de su corazón, sino por el hecho de que Cristo habitaba en él. Es cierto, con todo, que es el mismo David quien ora sus salmos, pero Cristo ora en él y con él. Las últimas palabras del anciano David lo expresan de un modo misterioso: «Éstas son las últi- mas palabras de David: Oráculo de David, hijo de Jesé, oráculo del hombre puesto en alto, el ungido del Dios de Jacob, el suave salmista de Israel: "El espíritu del Señor habla por mí, su palabra está en mi lengua"» (2 Samuel 23,1-2).

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Esto nos lleva a lo que hemos afirmado antes. Si bien es verdad que no todos los Salmos son de David, y que no hay ningún texto del Nuevo Testamento que ponga todo el Salterio en boca de Cristo, no es menos cierto que las indi- caciones que hemos citado tienen importancia suficiente en relación con todo el Salterio, ligado de manera decisiva al nombre de David. Y, además, Jesús mismo dice, a pro- pósito de los Salmos en su conjunto, que han anunciado su muerte y su resurrección, y también la predicación del evangelio (Lucas 24,44ss).

¿Cómo es posible que un ser humano y Jesucristo oren al mismo tiempo el Salterio? Es el Hijo de Dios hecho hombre quien llevó toda la debilidad humana en su propia carne, es él quien presenta ante Dios el corazón de toda la humanidad, es él quien toma nuestro puesto y ora por nosotros. Él conoció la angustia y el dolor, la culpa y la muerte de un modo más profundo que nosotros. Por eso, aquí se trata de la oración de la naturaleza humana asumi- da por él y que se presenta ante Dios. Es ciertamente nues- tra oración; pero, dado que él nos conoce mejor que noso- tros mismos y se hizo verdadero ser humano por nosotros, es también realmente su oración y sólo puede convertirse en oración nuestra porque ha sido suya.

¿Quién ora el Salterio? David (Salomón, Asaf, etcétera) ora; Cristo ora; nosotros oramos. «Nosotros», es decir, en primer lugar la comunidad entera, la única que puede orar toda la riqueza del Salterio; pero, en último término, quien ora es cada uno de los creyentes, en la medida en que participa de Cristo y de su comunidad y ora con ÉL David, Cristo, la comunidad, yo mismo; y cuando pensa- mos en todas estas personas unidas en una sola realidad, reconocemos el camino maravilloso que Dios recorre para enseñamos a orar.

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4. NOMBRES, MÚSICA Y FORMA DE LOS VERSÍCULOS

El título hebreo del Salterio viene a significar «him- nos». El Salmo 72,20 llama «oraciones de David» a todos los salmos anteriores. Estas dos denominaciones son sor- prendentes y, al mismo tiempo, comprensibles. Si bien es cierto que, en una primera mirada, el Salterio no contiene sólo himnos ni únicamente oraciones, también es verdad que tanto los poemas didácticos como las elegías son tam- bién fundamentalmente himnos, ya que sirven para ala- bar la gloria de Dios. Incluso los salmos que no contienen ni siquiera una palabra dirigida a Dios (por ejemplo, Sal 1; Sal 2; Sal 78) deben ser llamados oraciones, ya que sirven para profundizar en el pensamiento y la voluntad de Dios. El «salterio» era originariamente un instrumento musical y sólo en sentido figurado sirvió para designar la compila- ción de las oraciones dirigidas a Dios en forma de cantos.

Los Salmos, tal como han llegado hasta nosotros, fue- ron en gran parte musicalizados para su uso litúrgico. Se compusieron melodías tanto para las voces de los canto- res como para el acompañamiento de todo género de ins- trumentos. También en este caso se atribuye a David la música propiamente litúrgica. Del mismo modo que en otro tiempo su cítara alejaba el espíritu malo, así también la música litúrgica y sagrada es una fuerza eficaz, hasta tal punto que se puede decir de ella lo mismo que se afir- ma con respecto al anuncio profético (1 Crónicas 25,2). Un buen número de encabezamientos de los salmos, difí- cilmente comprensibles, son indicaciones para los maes- tros de música. Lo mismo vale a propósito de la palabra «selah» -empleada con frecuencia e interpolada en el tex- to d� los salmos-, la cual indica probablemente que en ese lugar se ha de insertar un interludio. Lutero afirma: «El "selah" indica que en ese lugar es preciso hacer una pausa

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y detenerse para reflexionar sobre la palabra del salmo; ya que los salmos exigen un espíritu tranquilo y pacificado que esté en disposición de captar y comprender todo lo que el Espíritu Santo le presenta y propone».

Ciertamente la mayoría de los salmos se cantaban en coros alternados. Esto lo propiciaba la forma en que están dispuestos sus versículos: cada uno de los dos miembros del versículo está ligado al otro, de modo que expresan esencialmente el mismo pensamiento con palabras dis- tintas. Es el llamado «paralelismo de los miembros». Esta forma no es casual, sino que, por el contrario, induce a no interrumpir la oración y, al mismo tiempo, invita a orar con los demás.

A nosotros, que estamos acostumbrados a orar apre- suradamente, nos parece que esto es una repetición inne- cesaria. En realidad, sin embargo, es una verdadera pro- fundización y recogimiento en la oración; y es, al mismo tiempo, la señal de que muchos creyentes, más aún, todos los creyentes, hacen la misma oración con distintas pala- bras. La forma de los versículos nos exige particularmen- te que oremos los salmos en común.

5. EL CULTO Y LOS SALMOS

En muchas iglesias se leen o se cantan los salmos de forma alternada los domingos o incluso diariamente. Estas iglesias han sabido conservar una inmensa riqueza; de hecho, sólo mediante el uso cotidiano se puede profun- dizar progresivamente en este libro divino de oración. En una simple lectura ocasional, estas oraciones son para nosotros demasiado densas de pensamiento y demasiado intensas, de modo que después nos resulta cómodo diri- gimos a alimentos más ligeros. Pero quien ha empezado a

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recitar el Salterio con seriedad y regularmente, abando- nará «pronto las otras oraciones fáciles y particulares, y dirá: "Ciertamente en éstas no está el jugo, la fuerza, el ardor y el fuego que encuentro en el Salterio; esas oracio- nes me parecen demasiado frías y duras"» (Lutero).

Por eso, si en nuestras iglesias ya no recitamos los sal- mos, tenemos una razón más para recitar el Salterio en nuestras oraciones cotidianas de la mañana y de la tarde, para orar cada día algunos salmos, si es posible en común, de modo que podamos recorrer este libro varias veces cada año y adentramos en él cada vez más. Pero debemos evitar hacer una selección según nuestro gusto, porque en este caso deshonramos al libro de oración de la Biblia, ya que pensaremos que sabemos lo que debemos orar mejor que Dios mismo. En la Iglesia antigua no era en modo alguno extraordinario conocer de memoria «todo el David». En una Iglesia oriental era incluso un requisito previo para acceder al ministerio eclesiástico. Jerónimo, uno de los Padres latinos, cuenta que en su tiempo se can- taban los salmos en los campos y en los huertos. El Salte- rio llenó la vida de la joven cristiandad. Pero más impor- tante aún que todo esto es el hecho de que Jesús murió en la cruz pronunciando palabras de los salmos.

Si una comunidad cristiana pierde el Salterio, pierde un tesoro incomparable. Pero si lo recupera, se enriquece con fuerzas insospechadas.

6. CLASIFICACIÓN

A continuación abordaremos el contenido de la ora- ción de los salmos, centrándonos en estos temas: la crea- cióri; la ley; la historia de la salvación; el Mesías; la Iglesia; la vida; el sufrimiento; la culpa; los enemigos; el fin. No

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será difícil reconducir todos estos elementos al Padre- nuestro y mostrar de este modo cómo el Salterio entero es asumido en la oración de Jesús. Mas para no anticipar este resultado de nuestras consideraciones queremos ate- nemos a la clasificación que se encuentra en los propios Salmos.

7. LA CREACIÓN

La Sagrada Escritura proclama a Dios como creador del cielo y de la tierra; y muchos salmos nos invitan a hon- rarlo, alabarlo y darle gracias. No obstante, ningún salmo habla exclusivamente de la creación. El Dios que debe ser reconocido como creador del mundo es siempre el Dios que se ha manifestado ya a su pueblo en su palabra.

Nosotros podemos creer que es el Creador porque nos ha hablado, porque su Nombre nos ha sido revelado. Si no fuera así, no podríamos conocerlo. La creación es una imagen del poder y de la fidelidad de Dios, que él ha pues- to de manifiesto en su revelación en Jesucristo. Dirigimos nuestra oración al Creador que se nos ha revelado como Redentor.

El Salmo 8 alaba el nombre de Dios y su amorosa acción para el ser humano como cima de sus obras, pero en realidad es inconcebible si se parte sólo de la creación. El Salmo 19 no puede hablar de la magnificencia del cur- so de los astros sin pensar, con un impulso imprevisto y nuevo, en la gloria mucho mayor de la revelación de su ley para poder exhortar después a la conversión. El Salmo 29 nos conduce a admirar la violencia fecunda de Dios que se expresa en el huracán y, no obstante, la finalidad de esta violencia está en el poder, en la bendición y en la paz que Dios regala a su pueblo. El Salmo 104 abarca en una

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sola mirada la plenitud de las obras de Dios y las conside- ra al mismo tiempo como nada ante él: sólo su honor per- manece eternamente y exterminará a los pecadores.

Los salmos de la creación no son poesías líricas, sino guías que conducen al pueblo de Dios para que encuentre y honre al Creador del mundo en la gracia vivida de la sal- vación. La creación está al servicio de los creyentes y todas las criaturas de Dios son buenas cuando las aceptamos con agradecimiento (1 Timoteo 4,3-4). Pero nosotros sólo podemos dar gracias por aquello que se refiere a la revela- ción de Dios en Jesucristo. La creación existe con todos sus dones por Jesucristo. Y por eso damos gracias a Dios por la gloria de su creación: con Cristo, en Cristo y por Cristo, a quien nosotros pertenecemos.

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SALMO 8

1 Un salmo de David, para cantar sobre el Guittit.

'¡Señor, Dios nuestro, qué glorioso es tu nombre en toda la tierra! Tú que asientas tu majestad sobre los cielos, 'por boca de chiquillos, de niños de pecho, cimentas un baluarte frente a tus adversarios, para acabar con enemigos y rebeldes. 'Al ver tu cielo, hechura de tus dedos, la luna y las estrellas que pusiste, '¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el hijo de Adán para que de él te cuides? • Apenas inferior a un dios lo hiciste, coronándolo de gloria y esplendor; 7 señor lo hiciste de las obras de tus manos, todo lo pusiste bajo sus pies: 'ovejas y bueyes, juntos, y hasta las bestias del campo, 'las aves del cielo, los peces del mar que circulan por las sendas de los mares. ro ¡Señor, Dios nuestro, qué glorioso es tu nombre en toda la tierra!

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8. LA LEY

Los tres salmos (Sal 1; Sal 19; Sal 119) que hacen de la ley de Dios el objeto específico de la acción de gra- cias, la alabanza y la súplica, pretenden sobre todo poner ante nuestros ojos los beneficios de la ley. En el término «ley» hay que entender sobre todo la acción redentora de Dios y los preceptos para una vida nueva en la obediencia. La ley y los mandamientos de Dios nos llenan de alegría porque Dios ha transformado radical- mente nuestra vida a través de Jesucristo. Y la angustia más profunda de la nueva vida es que Dios pueda escon- derme su mandamiento ( Sal 119, 1 7), que un día no me dé a conocer su voluntad.

Es una gracia conocer los mandatos de Dios, que nos liberan de nuestros conflictos y de los planes que hace- mos. Los preceptos divinos dan seguridad a nuestros pasos y hacen gozoso nuestro camino. Dios nos da sus decretos para que los cumplamos y «sus mandamientos no son pesados» (1 Juan 5,3) para quien ha encontrado en Jesucristo toda la salvación. Jesús mismo estuvo sometido a la ley y la cumplió en una total obediencia al Padre. La voluntad de Dios se convierte en su alegría, en su alimento. Por eso da gracias en nosotros por la gracia de la ley y nos regala la alegría de cumplirla. Ahora con- fesamos nuestro amor a la ley, declaramos que quere- mos observarla y pedimos el don de perseverar fieles a ella irreprensiblemente. Pero no lo hacemos con nues- tras fuerzas, sino que lo imploramos en nombre de Jesu- cristo, que vino por nosotros y permanece en nosotros.

Tal vez nos parezca particularmente difícil el Salmo 119 por su extensión y monotonía. Aquí nos resultará provechoso proceder palabra por palabra, frase por fra- se, lenta, tranquila y pacientemente. Descubriremos

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entonces que las aparentes repeticiones son en realidad aspectos siempre nuevos de una sola realidad: el amor a la Palabra de Dios. Así como este amor no puede tener nunca fin, tampoco pueden tener fin las palabras que lo confiesan. Pueden acompañarnos durante toda nuestra vida, y en su simplicidad se convierten en la oración del niño, del hombre y del anciano.

9. LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN

Los Salmos 78, 105 y 106 presentan el relato la histo- ria del pueblo de Dios sobre la tierra, de la gracia de elección y la fidelidad de Dios, de la infidelidad y la ingratitud de su pueblo. El Salmo 78 no contiene ningu- na oración. ¿Cómo podemos orar estos salmos? El Sal- mo 106 nos invita a dar gracias, adorar, prometer, supli- car, confesar nuestros pecados y también implorar des- de el trasfondo de la historia de la salvación. Dar gracias a Dios por su bondad, que actúa eternamente sobre su pueblo y que también nosotros experimentamos actual- mente, como la experimentaron nuestros padres; ado- rar por las maravillas con las que Dios nos enriquece desde que liberó de Egipto a su comunidad hasta el Gól- gota; hacer la promesa de observar con más fidelidad que hasta ahora el mandamiento de Dios; pedir la gra- cia de Dios para que podamos mantener su promesa; confesar nuestros pecados personales, nuestra infideli- dad e indignidad frente a una misericordia tan grande; implorar la reunión y la redención definitivas del pue- blo de Dios.

Oramos estos salmos recordando todo lo que hizo Dios antiguamente por su pueblo como una acción rea- lizadI por nosotros, a la vez que confesamos nuestra culpa y la gracia de Dios, y presentamos ante Dios, fun-

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dados sobre los beneficios que él nos ha concedido en el pasado, sus promesas, mientras le pedimos que las cum- pla; y, al mismo tiempo, contemplamos que toda la his- toria de Dios con su pueblo se realiza en Jesús, por el cual hemos sido y somos salvados. Por amor de Jesu- cristo presentamos a Dios la acción de gracias, la súpli- ca y la confesión.

10. EL MESíAS

La historia de la salvación de Dios llega a plenitud en el envío del Mesías. Según la interpretación propia de Jesús, el Salterio profetizó sobre este Mesías (Lucas 24,44). Para la comunidad, los Salmos 22 y 69 son sal- mos de la pasión de Cristo.

En la cruz, Jesús mismo oró con el comienzo del Sal- mo 22, convirtiéndolo de este modo con toda claridad en su propia oración. Y el texto de Hebreos 2,12 pone el versículo 23 del mencionado salmo en boca de Jesús. Los versículos 9 y 19 son profecías inmediatas de la cru- cifixión de Jesús. Si el mismo David pudo, en tiempos más antiguos, orar este salmo en su sufrimiento, lo hizo en calidad de rey, es decir, de ungido de Dios y, por tan- to, perseguido por los hombres, del cual debía descen- der el Mesías. David oró este salmo como aquel que lle- vaba en sí mismo a Cristo. Y Cristo hizo suya esta ora- ción, que sólo en él adquiere todo su sentido. Pero noso- tros sólo podemos orar este salmo en la comunidad de Jesucristo como personas que han participado en la pasión de Cristo. Ahora bien, no lo rezamos por nues- tros sufrimientos personales y ocasionales, sino por la pasión de Cristo, que vino también por nosotros. Por eso escuchamos siempre que Cristo ora con nosotros y,

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a través de él, escuchamos a este rey del Antiguo Testa- mento. Y mientras repetimos esta oración sin poder nunca medir y conocer toda su profundidad, nos pre- sentamos con el Cristo orante ante el trono de Dios.

En el versículo 6 del Salmo 69 hay una dificultad que se suele poner de relieve, porque Cristo se lamenta en él ante Dios de su locura y de su culpa. Ciertamente David hablaba de su culpa personal, pero Cristo habla de la culpa de todos los seres humanos, de la de David y tam- bién de mis culpas, que él ha tomado sobre sí y ha lleva- do, y por las cuales ha sufrido la cólera del Padre. Jesu- cristo, verdadero hombre, ora en este salmo y nos aso- cia a su oración.

Los Salmos 2 y 110 atestiguan la victoria de Cristo sobre sus enemigos, el establecimiento de su reino, su adoración por el pueblo de Dios. También aquí la profe- cía se aplica a David y su reinado. Pero en David recono- cemos ya al Cristo futuro. Lutero afirma que el Salmo 110 es «el verdadero y elevado salmo principal de nues- tro amado Señor Jesucristo».

Es indudable que los Salmos 20, 21 y 72 se refieren originariamente al reinado terreno de David y de Salo- món. El Salmo 20 implora la victoria del rey mesiánico sobre sus enemigos, la aceptación de su sacrificio por parte de Dios. El Salmo 21 da gracias por la victoria y la coronación del rey. El Salmo 72 implora el derecho y la ayuda debidos a los pobres, la paz, la soberanía estable y la gloria eterna en el reino de este rey. En estos salmos pedimos la victoria de Jesucristo en el mundo, damos gracias por la victoria conquistada e imploramos que se establezca el reino de la justicia y de la paz bajo la sobe- ranía. de Jesucristo. También los textos de Sal 61, 7ss; 63,12 se deben entender en este sentido.

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El Salmo 45, que es objeto de muchos debates, habla del amor al rey mesiánico, de su belleza, de su riqueza, de su poder. Al desposarse con este rey, la esposa tiene que olvidar a su pueblo y la casa paterna (v. 11) y tiene que realizar un juramento de fidelidad al rey. Tiene que engalanarse sólo para él y habitar con alegría junto a él. Es el canto y la oración del amor entre Jesús, el rey, y la comunidad que le pertenece.

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SALMO 22

' Un salmo de David, para cantar; sobre «la cierva de la aurora».

'¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado? Estás lejos de mi queja, de mis gritos y gemidos. ' Clamo de día, Dios mío, y no respondes, también de noche, sin ahorrar palabras. '¡Pero tú eres el Santo, entronizado en medio de la alabanza de Israel! s En ti confiaron nuestros padres, confiaron y tú los liberaste; 'a ti clamaron y se vieron libres, en ti confiaron sin tener que arrepentirse. 'Yo en cambio soy gusano, no hombre, soy afrenta del vulgo, asco del pueblo; 'todos cuantos me ven de mí se mofan, tuercen los labios y menean la cabeza: • «Se confió al Señor, ¡pues que lo libre, que lo salve si tanto lo quiere!». 'º Fuiste tú quien del vientre me sacó, a salvo me tuviste en los pechos de mi madre; 11 a ti me confiaron al salir del seno, desde el vientre materno tú eres mi Dios. ,;.:.. 12 ¡No te alejes de mí, que la angustia está cerca, que no hay quien me socorra!

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13 Novillos sin cuento me rodean, me acosan los toros de Basán; 14 me amenazan abriendo sus fauces, como león que desgarra y ruge. 1' Como agua me derramo, mis huesos se dislocan, mi corazón, como cera, se funde en mis entrañas. 16 Mi paladar está seco como teja y mi lengua pegada a mi garganta: tú me sumes en el polvo de la muerte. 1' Perros sin cuento me rodean, una banda de malvados me acorrala; mis manos y mis pies vacilan, " puedo contar mis huesos. Ellos me miran y remiran, 19 reparten entre sí mi ropa y se echan a suertes mi túnica. 20 Pero tú, Señor, no te alejes, corre en mi ayuda, fuerza mía, 21 libra mi vida de la espada, mi persona de las garras de los perros; " sálvame de las fauces del león, mi pobre ser de los cuernos del búfalo. " Contaré tu fama a mis hermanos, reunido en asamblea te alabaré: 24 «Los que estáis por el Señor, alabadlo, estirpe de Jacob, respetadlo, temedlo, estirpe de Israel. zs Que no desprecia ni le da asco la desgracia del desgraciado; no le oculta su rostro, le escucha cuando lo invoca».

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26 Tú inspiras mi alabanza en plena asamblea, cumpliré mis votos ante sus fieles. " Los pobres comerán, hartos quedarán, los que buscan al Señor lo alabarán: «¡Viva por siempre vuestro corazón!». " Se acordarán, volverán al Señor todos los confines de la tierra; se postrarán en su presencia todas las familias de los pueblos. 29 Porque del Señor es el reino, es quien gobierna a los pueblos. so Ante él se postrarán los que duermen en la tierra, ante él se humillarán los que bajan al polvo. Y para aquel que ya no viva '

1 su descendencia le servirá: hablará del Señor a la edad " venidera, contará su justicia al pueblo por nacer: «Así actuó el Señor».

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11. LA IGLESIA

Los Salmos 27, 42, 46, 48, 63, 81, 84, 87, y otros, can- tan a Jerusalén, la ciudad de Dios, las grandes fiestas del pueblo de Dios, el Templo y sus hermosas liturgias. En ellos exultamos y damos gracias por la presencia -que es objeto de nuestro anhelo- del Dios de la salvación en su comunidad. Lo que eran el monte Sión y el Templo para los israelitas es ahora para nosotros la Iglesia de Dios en todo el mundo, porque en ella habita Dios siem- pre en su comunidad mediante su palabra y su sacra- mento. Esta Iglesia seguirá existiendo a pesar de todos sus enemigos (Sal 46) y será liberada de la prisión de los poderes del mundo sin Dios (Sal 126; Sal 137). El Dios que da la gracia y que se hace presente a su comunidad en Cristo es el cumplimiento de todas las acciones de gracias, de todas las alegrías y de todos los deseos de los salmos. Ahora bien, Jesús, en quien habita el mismo Dios, anheló la comunión de Dios porque se había con- vertido en un hombre como nosotros (Lucas 2,49); y por eso ora con nosotros por una total cercanía y presencia de Dios a los suyos.

Dios prometió que estaría presente en el culto de su comunidad. Por eso la comunidad celebra su liturgia siguiendo el mandato de Dios. El mismo Jesucristo reali- zó la liturgia perfecta consumando todos los sacrificios prescritos en su sacrificio libre y sin pecado. Cristo ofre- ció en sí mismo el sacrificio de Dios por nosotros y nues- tro sacrificio a Dios. A nosotros nos corresponde ahora ofrecer el sacrificio de alabanza y de acción de gracias, con las oraciones, los cantos y una vida vivida según los mandamientos de Dios (Sal 15, Sal 50). Así, toda nuestra vida se convierte en culto divino, en sacrificio de acción de gracias. Dios quiere mostrarse favorable a este sacrifi-

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cío de acción de gracias y manifestará su salvación a quien lo ofrezca (Sal 50,23). Los salmos nos enseñan, en definitiva, a dar gracias a Dios por Cristo y alabarlo en la comunidad con el corazón, la boca y las manos.

12. LA VIDA

A muchos cristianos serios les sorprende encontrar con tanta frecuencia, cuando oran los salmos, la súplica por una vida feliz. Cautivados por la idea de la cruz de Cristo, muchos piensan que la vida y las bendiciones visibles y terrenas de Dios son ya en sí un bien ambiguo o, en cualquier caso, que no se ha de desear. Por eso sos- tienen que las oraciones del Salterio que piden estos dones representan un estadio elemental e imperfecto de la piedad del Antiguo Testamento, superado por el Nue- vo Testamento. Pero con esto quieren ser más espiritua- les que el mismo Dios.

La petición del pan cotidiano abarca todo el campo de las necesidades de la vida corporal; del mismo modo, la oración por la vida, la salud y para obtener pruebas visibles de la benevolencia divina, forma parte necesa- riamente de la oración que se dirige a Dios, que crea y conserva esta vida. La vida corporal no es despreciable; por el contrario, Dios nos ha dado su comunión en Jesu- cristo para que podamos vivir de él en esta vida ya desde ahora y, después, también en la vida futura. Si él nos da oraciones terrenas es para que podamos conocerlo, ala- barlo y amarlo mejor. Dios quiere que los justos prospe- ren sobre la tierra (Sal 37). Y esta voluntad no queda derogada por la cruz de Cristo, sino más bien confirma- da. P;ecisamente cuando los seres humanos que siguen a Jesús tienen que soportar muchas privaciones, les

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sucede como les sucedió a los discípulos que, cuando Jesús les pregunta: «¿Os ha faltado algo?», ellos respon- den: «Nada». La condición previa para que estosuceda es la afirmación del Salmo: «Más vale lo poco del honra- do que la enorme riqueza del malvado» (Sal 37,16).

En realidad, no debemos tener mala conciencia cuan- do pedimos, con el Salterio, la vida, la salud, la paz, un bien terreno; pero con una condición, a saber: que vea- mos en todo esto, como hace el propio Salmo, la prueba de la comunión de gracia con Dios y mantengamos que la bondad de Dios vale más que la vida (Sal 63,4-5; Sal 73,25-26).

El Salmo 103 nos enseña a ver en toda la abundancia de los dones de Dios, desde la conservación de la vida hasta el perdón de los pecados, una gran unidad, y a presentarnos ante Dios para alabarlo y darle gracias por todo esto (véase también Sal 65). Por Jesucristo, el Crea- dor nos da y nos conserva la vida. Y así, quiere preparar- nos para que obtengamos la vida eterna mediante la pérdida de todos los bienes terrenos en la muerte. Sólo por Jesucristo, y porque él nos lo ordena, podemos pedir los bienes de la vida, y por él debemos hacerlo también con confianza. Y cuando hayamos recibido aquello que necesitamos, no debemos dejar de dar gracias a Dios de corazón por haber sido tan generoso con nosotros, por medio de Jesucristo.

13. EL SUFRIMIENTO

«¿Dónde podrás encontrar palabras de aflicción más trágicas y desgarradoras que en los salmos de lamenta- ción? En ellas puedes adentrarte en el corazón de todos los santos, en la muerte, en el infierno mismo. ¡Qué oscu-

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ro y tenebroso se vuelve todo ante la vista tan terrible de la cólera de Dios!» (Lutero).

El Salterio nos enseña abundantemente a presentar- nos como debemos ante Dios en los numerosos sufri- mientos que el mundo nos depara. La dolorosa enfer- medad y el angustioso sentimiento de haber sido aban- donados por Dios y por los hombres, la persecución, la cárcel y todas las situaciones críticas que se dan sobre la tierra, están muy presentes en los Salmos (Sal 13; Sal 31; Sal 35; Sal 41; Sal 44; Sal 54; Sal 55; Sal 56; Sal 61; Sal 74; Sal 79; Sal 86; Sal 88; Sal 102; Sal 105 y otros). Estos salmos no niegan el sufrimiento, no cometen el error de responder con palabras piadosas, sino que lo expresan como dura protesta contra la fe, y a veces ni siquiera van más allá de este sufrimiento (Sal 88), pero todos ellos expresan esta queja ante Dios. Ningún ser humano puede hacer suya la oración de los salmos de lamentación partiendo de su experiencia; en dichos sal- mos se expresa el desgarramiento de toda la humanidad de todos los tiempos, el dolor que fue experimentado de forma total sólo por Jesucristo. Es una angustia que se abate por voluntad de Dios y él la conoce en su totalidad y mejor que nosotros mismos. Poreso sólo Dios puede ayudamos y todas nuestras preguntas no deben dejar de elevarse hasta Dios mismo.

No se encuentra en los salmos una prisa excesiva por abandonarse al sufrimiento. Esto sucede siempre a tra- vés de la lucha, la angustia y la duda. Se cuestiona la justicia de Dios que permite la desgracia de los buenos, y deja libres a los impíos. Y también se pone en tela de juicio incluso la voluntad buena y graciosa de Dios (Sal 44,25\ Su modo de actuar es incomprensible. Pero has- ta en la más profunda desesperación, Dios sigue siendo

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el único a quien nos dirigimos. No esperamos ninguna ayuda del ser humano, y tampoco en nuestra aflicción y en la compasión que sentimos hacia nosotros mismos perdemos de vista el origen y la meta de toda aflicción: Dios. Entonces entablamos una lucha contra Dios y por Dios. Innumerables veces presentamos al Dios de la cólera su promesa, sus beneficios pasados, el honor de su nombre en la humanidad.

Si soy culpable, ¿por qué Dios no perdona? ¿Si soy inocente, por qué no pone fin a mi tormento y prueba mi inocencia ante mis enemigos? (Sal 38; Sal 44; Sal 79). No hay una respuesta teórica a todas estas pregun- tas, así como tampoco se encuentra en el Nuevo Testa- mento. La única respuesta verdadera es Jesucristo.

Mas esta respuesta está ya presente en los salmos. Todos los salmos tienen en común que arrojan ante Dios la aflicción y la tribulación: nosotros ya no podemos soportarlas; quítanoslas y llévalas tú mismo; sólo tú puedes liberarnos de nuestro sufrimiento. Ésta es la finalidad de todos los salmos de lamentación. Imploran a quien cargó con la enfermedad y llevó todas nuestras debilidades, a Jesucristo; predican a Jesucristo como el único auxilio en el sufrimiento. Porque en él Dios está cerca de nosotros.

En los salmos de lamentación se expresa la plena comunión con Dios, que es justicia y amor. Con todo, Jesucristo no es sólo el fin de nuestra oración, sino que también está con nosotros cuando oramos. Él, que car- gó con todas nuestras angustias, las presentó ante Dios, y oró en nombre de Dios por amor a nosotros: «No como yo quiero, sino como quieres tú».

Por nosotros gritó en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».

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Y ahora sabemos que ya no hay ningún sufrimiento en la tierra en el que Cristo no esté con nosotros, sufrien- do y orando con nosotros como el único Salvador.

Sobre este terreno nacen los grandes salmos de con- fianza. Pero una confianza en Dios sin Cristo está vacía y carece de certeza; más aún, podría ser únicamente otra forma de confianza en nosotros mismos. Pero quien sabe que Dios ha entrado en nuestros sufrimien- tos a través de Cristo, puede decir con gran confianza: «Tú estás conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan» (Sal 23; Sal 37; Sal 63; Sal 73; Sal 91; Sal 121).

14. LA CULPA

En el Salterio encontramos la petición del perdón de los pecados con menos frecuencia que lo que podríamos esperar. La mayor parte de los salmos suponen la plena certeza del perdón de los pecados. Esto podría sorpren- dernos, pero también en el Nuevo Testamento encontra- mos esta misma realidad. Pretender que la oración cris- tiana gire exclusivamente en torno al perdón de los pecados es mutilarla y ponerla en peligro. Hay una for- ma confiada de dejar atrás el pecado por amor a Jesu- cristo.

Con todo, la oración penitencial no falta en modo alguno en el Salterio. Los siete salmos llamados «peni- tenciales» (Sal 6; Sal 32; Sal 38; Sal 51; Sal 102; Sal 130; Sal 143), y algunos más (Sal 14; Sal 15; Sal 25; Sal 31; Sal 39; Sal 40; Sal 41 y otros), nos introducen en toda la profundidad del reconocimiento del pecado ante Dios; nos ayudan a confesar nuestra culpa; guían toda nues- tra c�nfianza hacia la gracia del perdón de Dios, de modo tal que Lutero pudo llamarlos con razón «salmos

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paulinos». En la mayor parte de los casos se trata de una circunstancia particular que lleva a expresar tal ora- ción, ya se trate de una culpa grave (Sal 32; Sal 51) o de un sufrimiento inesperado que induce a la penitencia (Sal 38; Sal 102). En todos los casos se pone de nuevo toda la esperanza en el perdón gratuito de Dios, que él nos ha ofrecido y prometido mediante la palabra que nos da en Jesucristo para todos los tiempos.

El cristiano no tendrá dificultades para orar estos salmos. Sin embargo, podría preguntarse cómo se pue- de pensar que también Cristo ora con nosotros estos salmos. ¿Cómo puede pedir perdón Aquel que no tiene pecado? Cristo puede hacerlo como Aquel que, sin haber cometido pecado, puede llevar los pecados del mundo entero y hacerse pecado por nosotros (2 Corin- tios 5,21). Jesús no pide el perdón de sus pecados, sino la remisión de los nuestros, con los que él mismo cargó y por los que sufre. Se pone por entero a nuestro servi- cio, quiere ser ante Dios un ser humano como nosotros. De este modo eleva también con nosotros la más huma- na de todas las oraciones y se manifiesta como verdade- ro Hijo de Dios.

Para un cristiano evangélico resulta especialmente sorprendente y chocante constatar que los Salmos hablan con tanta frecuencia de la inocencia como de la culpa de los seres humanos (véanse Sal 5; Sal 7; Sal 9; Sal 16; Sal 17; Sal 26; Sal 35; Sal 41; Sal 44; Sal 59; Sal 66; Sal 68; Sal 69; Sal 73; Sal 86 y otros). Al parecer, en estos salmos queda un resto de lo que se podría denomi- nar «la justicia por las obras» en el Antiguo Testamento, con la que el cristiano no tiene ya nada que ver. Sin embargo, esta observación es totalmente superficial y no tiene en cuenta la profundidad de la Palabra de Dios.

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Ciertamente podemos hablar de nuestra inocencia para justificarnos, pero no hemos de ignorar que es posible presentar la más humilde expresión de nuestros peca- dos y, al mismo tiempo, justificarnos ante Dios. Pode- mos estar lejos de la Palabra de Dios si le hablamos de nuestra culpa lo mismo que si le presentamos nuestra inocencia.

·P.­

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SALMO 51

1 Un salmo de David, para cantar; cuando el profeta Natán lo visitó después de haberse unido aquél a Betsabé.

a Piedad de mí, oh Dios, por tu bondad, por tu inmensa ternura borra mi delito, • lávame a fondo de mi culpa, purifícame de mi pecado. s Pues yo reconozco mi delito, mi pecado está siempre ante mí; ' contra ti, contra ti solo pequé, lo malo a tus ojos cometí. Por que seas justo cuando hablas e irreprochable cuando juzgas. 1 Mira que nací culpable, pecador me concibió mi madre. e Y tú amas la verdad en lo íntimo del ser, en mi interior me inculcas sabiduría. s Rocíame con hisopo hasta quedar limpio, lávame hasta blanquear más que la nieve. 10 Devuélveme el son del gozo y la alegría, se alegren los huesos que tú machacaste. 11 Aparta tu vista de mis yerros y borra todas mis culpas.

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12 Crea en mí, oh Dios, un corazón puro, renueva en mi interior un espíritu firme; " no me rechaces lejos de tu rostro, no retires de mí tu santo espíritu. 1' Devuélveme el gozo de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso; 1' enseñaré a los rebeldes tus caminos y los pecadores volverán a ti. ie Líbrame de la sangre, oh Dios, Dios salvador mío, y aclamará mi lengua tu justicia; 11 abre, Señor, mis labios, y publicará mi boca tu alabanza. "Pues no te complaces en sacrificios, si ofrezco un holocausto, no lo aceptas. 1• Dios quiere el sacrificio de un espíritu contrito, un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo des- precias. 2º ¡Sé benévolo y favorece a Sión, reconstruye los muros de Jerusalén! 21 Entonces te agradarán los sacrificios legítimos -Iiolocausto y oblación entera-, entonces se ofrecerán novillos en tu altar.

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Pero la cuestión no es saber qué posibles motivos puede tener una oración, sino si el contenido de esa ple- garia es justo o injusto. Ahora bien, en este caso resulta claro que el cristiano fiel tiene algo que decir no sólo sobre su culpa, sino también algo igualmente importan- te sobre su inocencia y su justicia. Creer que por la gra- cia de Dios y los méritos de Cristo el cristiano ha sido totalmente justificado y hecho inocente a los ojos de Dios, y que «ninguna condenación pesa ya sobre los que están en Cristo Jesús» (Romanos 8,1) es un artículo de fe. Y, por consiguiente, una parte de la oración del cris- tiano consiste en permanecer fiel a esta inocencia y a esta justicia de la que participa, referirse a la Palabra de Dios y dar gracias por estos dones. Y si, por otro lado, tomamos en serio la acción de Dios en nosotros, no sólo tenemos el derecho, sino que sencillamente tenemos el deber de decir con toda humildad y certeza: «He sido irreprochable con él, y de incurrir en culpa me he guar- dado» (Sal 18,24), «Sondeas mi corazón ... y no hallas en mí malicia» (Sal 17,3). Al orar de esta forma, nos encontramos en el núcleo del Nuevo Testamento, nos hacemos partícipes de la cruz de Jesucristo.

La afirmación de la inocencia se hace particular- mente vigorosa en los salmos que tratan de los tormen- tos infligidos por los enemigos impíos. En ellos se pien- sa aún más en el derecho de la causa de Dios que sostie- ne también a quien permanece fiel a ella. Si somos per- seguidos por la causa de Dios, entonces nos encontra- mos realmente en una situación de derecho frente al enemigo de Dios. Junto a la inocencia objetiva -que de seguro no puede nunca ser únicamente objetiva, porque la causa de la gracia de Dios nos afecta siempre también de modo personal-, la confesión de los pecados perso- nales puede igualmente tener cabida en estos salmos

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(Sal 41,5; Sal 69,6). Y también esto, a su vez, es un indi- cio de la verdadera adhesión a la causa de Dios. Enton- ces puedo incluso atreverme a presentar esta oración: «Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa contra gen- te sin amor» (Sal 43,1).

La idea según la cual no podemos sufrir nunca ino- centemente mientras alguna culpa se oculte aún dentro de nosotros es inexacta y totalmente contraria a la Biblia. Tal cosa no se afirma ni en el Antiguo ni el Nuevo Testamento. Si somos perseguidos por la causa de Dios, sufrimos inocentemente, y esto significa que entonces sufrimos con Dios mismo. Que estamos realmente con Dios y, por tanto, somos inocentes, se manifiesta preci- samente en el hecho de que imploramos el perdón de nuestros pecados.

Ahora bien, no somos inocentes únicamente frente a los enemigos de Dios, sino también ante Dios mismo; de hecho, él nos ve fieles a su causa, a la que él mismo nos ha incorporado y nos perdona nuestros pecados. De modo tal que todos los salmos de inocencia desembo- can en este canto: «La sangre y la justicia de Cristo son mi adorno y mi vestido, para presentarme ante Dios cuando entre en el cielo».

15. Los ENEMIGOS

Los llamados «salmos de venganza» nos presentan actualmente más dificultades que cualquier otra parte del Salterio. La terrible frecuencia de los pensamientos contenidos en ellos atraviesa todo el Salterio (Sal 5; Sal 7; Sal 9; Sal 10; Sal 13; Sal 16; Sal 21; Sal 23; Sal 28; Sal 31; Sal 35; Sal 36; Sal40; Sal 41; Sal 44; Sal 52; Sal 54; Sal 55; Sal 58; Sal 59; Sal 68; Sal 69; Sal 70; Sal 71; Sal

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137 y otros). En este caso, todos los intentos de hacer nuestras estas oraciones parecen destinados al fracaso, y lo que se considera una expresión del estadio religioso elemental parece oponerse realmente al Nuevo Testa- mento. Sobre la cruz, Cristo oró por sus enemigos y nos enseñó lo mismo a nosotros. Entonces ¿cómo podemos invocar la venganza de Dios sobre los enemigos cuando oramos los salmos? O, preguntándolo de otro modo: ¿podemos comprender los salmos de venganza como una palabra de Dios para nosotros, como una oración de Jesucristo? ¿Podemos rezar como cristianos estos salmos?

Entiéndase bien que no estamos preguntando por posibles motivos que en modo alguno podemos son- dear, sino por el contenido de la oración.

Los enemigos de los que aquí se habla son los enemi- gos de la causa de Dios, que nos atacan por causa de Dios. No se trata, pues, en modo alguno de una lucha personal. El orante de los salmos no quiere nunca ven- garse por su cuenta, sino que deja la venganza única- mente en manos de Dios (véase Romanos 12,19). Por eso, debe abandonar toda idea de desquite personal, tie- ne que liberarse de la sed de revancha, porque, si no fue- ra así, la venganza no estaría reservada estrictamente a Dios. Sólo quien es inocente frente al enemigo puede dirigirse al Dios de la venganza. Invocar la venganza de Dios es pedir que su justicia se cumpla en el juicio con- tra los pecados. Esta justicia tiene que realizarse si Dios es fiel a su palabra, y debe cumplirse en todos. Yo mis- mo con mis pecados estoy sometido a este juicio, no tengo ningún derecho a querer impedir esta justicia. Tiene.que cumplirse por Dios y, de hecho, se ha cumpli- do, pero de un modo maravilloso.

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SALMO 73

1 Un salmo de Asaf

¡Qué bueno es Dios para Israel, el Señor para los limpios de corazón! ' Por poco se extravían mis pies, casi resbalan mis pasos, ' celoso como estaba de los perversos, al ver prosperar a los malvados. ' No hay congojas para ellos, sano y rollizo está su cuerpo; s no comparten las penas de los hombres, no pasan tribulaciones como los otros. ' Por eso el orgullo es su collar, la violencia el vestido que los cubre; ' su gordura rebosa malicia, de artimañas desborda su corazón. • Se sonríen, hablan con maldad, hablan altivamente de opresión; ' ponen en el cielo su boca, y su lengua se pasea por la tierra. 10 Por eso mi pueblo va tras ellos: sorben con ansia sus palabras. 11 Dicen: «¿Va a saberlo Dios? ¿Lo va a saber el Altísimo?».

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12 ¡Así son, éstos son los malvados!, tranquilos y acumulando riqueza. "¿Así que en vano purifiqué mi corazón, lavé mis manos en señal de inocencia, 1' aguanté golpes todo el día y correcciones cada mañana? 1' Si hubiese dicho: «Hablaré como ellos», habría traicionado a la raza de tus hijos. 1' Me di entonces a pensar para entenderlo, pero me resultaba harto difícil. 11 Hasta que entré en el santuario de Dios y acabé entendiendo su destino: 1' los pones en el resbaladero, los empujas a la ruina. 1' De pronto quedan hechos un horror, desaparecen consumidos de espanto: 20 como un sueño al despertar, Señor, al levantarte desprecias su imagen. 21 Cuando mi corazón se avinagraba, cuando se torturaba mi conciencia, 22 estúpido de mí, no comprendía, sólo era un animal ante ti. za Pero yo estoy siempre contigo, me tomas de la mano derecha, "me guías según tus planes, me conduces tras la gloria. "¿A quién tengo yo en el cielo? Estando contigo no hallo gusto en la tierra. "Aunque se consuman mi cuerpo y mi mente, tú eres mi roca, mi lote, Dios por siempre. " Los que se alejan de ti se pierden, aniquilas a los que te son adúlteros. za Pero mi bien es estar junto a Dios, he puesto mi cobijo en el Señor a fin de proclamar tus obras.

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La venganza de Dios no está reservada a los pecado- res, sino al único ser inmune al pecado y que ha ocupa- do el puesto de los pecadores: el Hijo de Dios. Jesucristo sufrió la venganza de Dios, cuyo cumplimiento implora el salmo. Aplacó la cólera de Dios sobre los pecadores y, en la hora del cumplimiento del juicio divino, interce- dió: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».

Nadie, excepto quien había sufrido la cólera de Dios, podía orar así. Y éste fue el final de todas las falsas ideas sobre el amor de Dios que no tomaban realmente en serio el pecado. Dios odia a sus enemigos, los remite al único Justo y éste invoca el perdón para los enemigos de Dios. Sólo en la cruz de Jesucristo se puede encontrar el amor de Dios.

De esta forma, el salmo de venganza conduce a la cruz de Jesús y al amor de Dios que perdona a los enemigos. Yo no puedo por mí mismo perdonar a los enemigos de Dios. Sólo Cristo crucificado puede hacerlo, y yo puedo a través de él. Así, el cumplimiento de la venganza se convierte en gracia para todos los seres humanos en Jesucristo.

Ciertamente hay una diferencia significativa si me sitúo con el salmo en el tiempo de la promesa o en el tiempo del cumplimiento; pero esta diferencia vale para todos los salmos. Rezo el salmo de la venganza desde la certeza de su maravilloso cumplimiento. Reservo a Dios la venganza y pido que se cumpla su justicia para todos sus enemigos. Sé también que Dios ha permanecido fiel a sí mismo y se ha hecho justicia en el juicio de su cólera en la cruz, y que para nosotros esta cólera se ha conver- tido en gracia y alegría. El mismo Jesucristo pide que se cumpla la venganza de Dios en su propio cuerpo, y así

.;.;,

me reconduce cada día a la seriedad y la gracia de su cruz para mí y para todos los enemigos de Dios.

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También hoy puedo creer en el amor de Dios y perdo- nar a mis enemigos sólo a través de cruz de Cristo y el cumplimiento de la venganza de Dios. La cruz de Cristo nos afecta a todos. Quien se opone a ella, quien reduce a nada la palabra de la cruz de Jesús, del Jesús sobre el cual se realiza la venganza de Dios, tendrá que llevar ciertamente la maldición de Dios en este tiempo o en el otro. Ahora bien, de esta maldición que recae sobre quienes odian a Cristo habla el Nuevo Testamento con toda claridad, y no se distingue en nada del Antiguo Tes- tamento. Pero también habla de la alegría de la comuni- dad en el día en que Dios realizará su último juicio (Gálatas 1,8-9; 1 Corintios 16,2; Apocalipsis 18; 19; 20,21). De este modo, Jesús crucificado nos enseña a orar rectamente los salmos de venganza.

16. ELF1N

La esperanza de los cristianos está puesta en el retor- no de Jesús y la resurrección de los muertos. Esta espe- ranza no está expresada literalmente en el Salterio. Lo que se ha realizado para la Iglesia -después de la resu- rrección de Jesús y en una larga serie de acontecimien- tos histórico-salvíficos al final de todas las cosas- es, desde la perspectiva del Antiguo Testamento, aún un todo único e indivisible. La vida de comunión con el Dios de la revelación, la victoria final de Dios en el mun- do y el establecimiento del reinado mesiánico son obje- to de oración en los Salmos.

En realidad, no encontramos aquí ninguna diferen- cia con respecto al Nuevo Testamento. Los Salmos imploran ciertamente la comunión con Dios en la vida terrena, pero saben que esta comunión no se cumplirá

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completamente en esta vida terrenal, que supera enor- memente su realización actual e incluso se puede opo- ner a ella (Sal 17,14-15; Sal 6,34). Así, la vida de comu- nión con Dios se sitúa siempre más allá de la muerte. Es indudable que ésta es el final amargo e irrevocable para el cuerpo y el alma. Es el salario del pecado, y es preciso recordarlo (Sal 39; Sal 90). Pero más allá de la muerte está el Dios eterno (Sal 90; Sal 102). Por consiguiente, no será la muerte, sino la vida la que triunfará por la fuerza de Dios (Sal 16,9ss; Sal 56,14; Sal 49,16; Sal 73,24; Sal 118,15ss). Nosotros encontramos esta vida en la resurrección de Jesucristo y la imploramos para este tiempo y para el tiempo futuro.

Los salmos que hablan de la victoria final de Dios y de su Mesías (Sal 2; Sal 96; Sal 97; Sal 98; Sal 110; Sal 148-150) nos llevan a alabar, dar gracias e implorar el fin de todas las cosas, cuando todo el universo dará glo- ria a Dios, cuando la comunidad redimida reinará con Dios en la eternidad, cuando caerán las potencias del mal y sólo Dios conservará el poder.

17. LA SÚPLICA POR EL ESPÍRITU DE VIDA

Hemos tratado de realizar este breve recorrido por el Salterio, para aprender a orar tal vez mejor algunos sal- mos. No sería difícil vincular al Padrenuestro todos los salmos citados. Bastaría cambiar algunas cosas en la sucesión de los apartados que hemos presentado. Pero lo único que importa es que empecemos de nuevo, con fidelidad y amor, a orar los Salmos en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.

«Nuestro amado Señor, que nos enseñó a orar y nos dio el Salterio y el Padrenuestro, nos concede también

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el Espíritu de la oración y de la gracia para que oremos con gusto, con una fe seria, recta e incesantemente, por- que lo necesitamos. Esto es lo que nos mandó y es cuan- to espera de nosotros. A él la alabanza, la gloria y la acción de gracias. Amén» (Lutero).

18. LA BENDICIÓN DE LA ORACIÓN DE LA MAÑANA

Cuando hemos conseguido dar unidad a nuestra jor- nada, el día entero adquiere orden y disciplina. Es en la oración de la mañana donde debemos buscar y encon- trar esta unidad, y entonces se conservará mientras tra- bajamos. La oración de la mañana decide la jornada. El tiempo perdido del que nos avergonzamos, las tentacio- nes a las que sucumbimos, la debilidad y el desaliento en el trabajo, el desorden y la falta de disciplina en nues- tros pensamientos y en nuestra relación con los demás, tienen con mucha frecuencia su origen en el hecho de que somos negligentes en la oración de la mañana.

El orden y la disposición de nuestro tiempo son más estables cuando nacen de la oración. Las tentaciones propias de los días laborales son vencidas cuando nos abrimos a Dios. Las decisiones que nos pide el trabajo se tornan más sencillas y más fáciles cuando las toma- mos, no en función del temor a los demás, sino única- mente en la presencia de Dios. «Todo cuanto hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres» (Colosenses 3,23).

Incluso un trabajo mecánico lo realizaremos con mayor paciencia si procede del conocimiento de Dios y de su mandamiento. Nuestras energías para trabajar se acrecientan si hemos pedido a Dios que nos dé hoy la fuerza que necesitamos para realizar nuestro trabajo.

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SALMO 103

I Un salmo de David.

Bendice, alma mía, al Señor, el fondo de mi ser, a su santo nombre. ' Bendice, alma mía, al Señor, nunca olvides sus beneficios. ' Él, que tus culpas perdona, que cura todas tus dolencias, ' rescata tu vida de la fosa, te corona de amor y ternura, ' satura de bienes tu existencia, y tu juventud se renueva como la del águila. • El Señor realiza obras de justicia y otorga el derecho al oprimido, ' manifestó a Moisés sus caminos, a los hijos de Israel sus hazañas. ' El Señor es clemente y compasivo, lento a la cólera y lleno de amor; ' no se querella eternamente, ni para siempre guarda rencor; 10 no nos trata según nuestros yerros, ni nos paga según nuestras culpas. II Como se alzan sobre la tierra los cielos, igual de grande es su amor con sus adeptos;

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IMPORTANCIA DE LA ORACION
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12 como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros crímenes. 13 Como un padre se encariña con sus hijos, así de tierno es el Señor con sus adeptos; 1• que él conoce de qué estamos hechos, sabe bien que sólo somos polvo. 1' ¡El hombre! Como la hierba es su vida, como la flor del campo, así florece; 1' lo azota el viento y ya no existe, ni el lugar en que estuvo lo reconoce. 11 Pero el amor del Señor es eterno con todos que le son adeptos; de hijos a hijos pasa su justicia, 1' para quienes saben guardar su alianza, y se acuerdan de cumplir sus mandatos. 1' El Señor asentó su trono en el cielo, su soberanía gobierna todo el universo. 2º Bendecid al Señor, ángeles suyos, héroes potentes que cumplís sus órdenes en cuanto oís la voz de su palabra. 21 Bendecid al Señor, todas sus huestes, servidores suyos que hacéis su voluntad. 22 Bendecid al Señor, todas sus obras, en todos los lugares de su imperio. ¡Bendice, alma mía, al Señor!

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PANORAMA DE LA VIDA Y LA OBRA

DE DIETRICH BONHOEFFER 1

Su padre era un gran médico en Berlín, psiquiatra en la más famosa cátedra universitaria de Alemania; sus abuelos fueron burgomaestres y pastores. En la Iglesia de Schwabisch Hall hay antiguas losas sepulcrales don- de está escrito el apellido Bonhoeffer. Su madre era sobrina de Karl von Hase, profesor de historia de la Igle- sia en la Universidad de Jena, cuyos cursos eran muy frecuentados. En su juventud fue detenido una vez en el Hohen Asperg por haberse declarado a favor de las libertades de las corporaciones de estudiantes.

Dietrich Bonhoeffer debe a su madre la necesidad espontánea de ayudar a los otros y su energía natural; y a su padre una extraordinaria y sabia previsión en las cosas, así como la capacidad de concentrarse en cual- quier tema. De la primera impresión consciente que recordaba de la personalidad de su padre, destacaba la «aversión a los lugares comunes y el gusto por la reali- dad». De hecho, Dietrich fue educado para la acción concreta con una firmeza íntegra, y muy pronto se le

1. Por lo que sabemos, la biografía más completa de Dietrich Bon- hoeffer existente en castellano fue escrita por el autor de las si- guientes páginas. He aquí los datos bibliográficos de la versión española: Eberhard BETHGE, Dietrich Bonhoeffer. Teólogo, cristia­ no, hombre actual, Desclée De Brouwer, Bilbao 1970. [Nota de la traductora].

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puso en guardia contra los sentimientos excesivos. En una de las últimas cartas que escribió, Dietrich afirma- ba: «Considero que uno de los mejores factores educati- vos de nuestra familia ha sido que se nos haya puesto en situación de superar tantas inhibiciones (respecto de la objetividad, claridad, naturalidad, tacto, sencillez), antes de que pudiésemos expresarnos de un modo per- sonal».

Nacido el 4 de febrero de 1906 en Breslau, creció en el seno de una familia numerosa en Berlín-Grunewald. Era un muchacho fuerte e inteligente. No le gustaba perder en las competiciones y, por otro lado, no perdía nunca. Una vez que regresó a casa con una gran corona de hojas de encina, le costó sobreponerse al hecho de que sus hermanos y hermanas se rieran de él por su aspecto. Pensaban que era muy hermoso vencer, pero no tanto exhibirlo. En las casas vecinas vivían los hijos de Adolf von Harnack y de Hans Delbrück. Los hijos de la familia Bonhoeffer jugaban, debatían, hacían excur- siones y ejecutaban piezas de música con ellos -Dietrich llegó a convertirse en un apasionado pianista.

«En mi imaginación vivo mucho en la naturaleza y, más exactamente, en la estival montaña de mediana altura, es decir, en las llanuras boscosas cerca de Frie- drichsbrunn o en las laderas desde donde se divisa, más allá de Treseburg, el Brocken. Entones me tiendo sobre la hierba, veo las nubes empujadas por un viento ligero y escucho los sonidos del bosque. Es asombroso obser- var con qué fuerza las impresiones infantiles de este género influyen vigorosamente en la formación de toda la persona. Hasta tal punto que me parece imposible y verdaderamente contrario a mi ser que hayamos tenido, por ejemplo, una casa en la alta montaña o también a

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orillas del mar. La montaña de mediana altura es para mí la naturaleza que me pertenece -Harz, Thüringer Wald, Wesergebirge-, ésta es la naturaleza que ha con- tribuido a formarme». Así revive en él, que a la sazón se encuentra en la prisión, esta época de la juventud.

En un fragmento de novela describe la inserción común y progresiva de dos familias burguesas en la diversidad de las responsabilidades públicas. Se evoca continuamente un pasado de riqueza; es el esfuerzo por participar despreocupadamente en todo lo que es huma- no. Ésta es la herencia que Bonhoeffer lleva en su inte- rior con agradecimiento. Después, él experimentó cómo, incluso en la ruina de tantas relaciones humanas en la época de Hitler, su amada y numerosa familia no hizo más que fortalecerse y profundizar su cohesión, a pesar de que las vocaciones y las metas laborales fueran diversas. Durante las pruebas más duras no hubo nin- guna sombra sobre el compromiso común. Cada uno sabía que el corazón del otro reaccionaba como su pro- pio corazón, ya fuera en la casa familiar o en el lejano y doloroso exilio de los hermanos y las hermanas.

A la edad de 16 años supo que quería ser teólogo. Después de un año en Tubinga, se matriculó en Berlín en 1924 y allí transcurrieron sus años de estudio. Por la mañana iba en metro a la universidad, en compañía de Adolf von Harnack, ya anciano. Tiempo atrás, Harnack había suscitado un encendido debate cuando quiso cambiar la confesión de fe de la Iglesia, sólo porque quería sencillamente expresar cuanto él mismo com- prendía. Pero en ese momento se sentía feliz de hablar con el joven teólogo, en quien percibía que estaba pre- sente una nueva generación que no debería debatir ya por determinadas frases, sino confesar los artículos de

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fe en el momento de peligro. «Tengo la mayor confianza en su trabajo y en su progreso en el buen camino», escri- bió Harnack a Dietrich cuando tuvo que abandonar su ambiente de trabajo. Junto a Harnack, Bonhoeffer fue alumno de maestros influyentes de Berlín, como Holl y R. Seeberg, Lietzmann y Lütgert, y se conquistó su afec- to. No obstante, muy pronto se convirtió en un colabo- rador decidido de la moderna «teología de la Iglesia», de la teología de Karl Barth, del cual no había sido alumno.

Se cuenta que un día en Bonn, mientras participaba como invitado en un seminario de Barth, Bonhoeffer pronunció durante el debate una cita de Lutero: «La blasfemia de los impíos puede ser para los oídos de Dios más agradable que el aleluya de los piadosos». «¿Quién ha dicho eso?», preguntó Barth entusiasmado. De este modo conoció a Dietrich Bonhoeffer. A la edad de 21 años presentó Bonhoeffer su tesis, una investigación dogmática titulada Communio sanctorum [ «La comu- nión de los santos»], Y en Akt und Sein [ «Acto y ser»], escrito posterior redactado para su habilitación, defi- nió, gracias a un dominio soberano de la filosofía, la posición y el significado de la teología dialéctica.

En 1928 fue nombrado vicario de la comunidad evangélica alemana de Barcelona. Narró magistralmen- te el fascinante rito de las corridas de toros. [Cuántas veces trató de convencernos de que no hay expresión más aristocrática de una antigua cultura!

En 1929 se encontraba de nuevo en Berlín y le enco- mendaron en Wedding -un barrio popular de la ciudad- un grupo de confirmandos para el cual nadie podía estar mejor preparado que él. Entabló tanta amistad con aquellos jóvenes que, bastantes años más tarde,

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algunos de ellos pasaron sus vacaciones cerca de Berlín, en la casa de Bíesenthal que Bonhoeffer había alquilado para ellos. «¿Qué culpa pesa sobre las personas con quienes te has encontrado en la vida y no les has dado un terreno firme bajo los pies? ¿Puedes olvidarlas?», pregunta el proletario al hijo del burgués, en un frag- mento de drama que Bonhoeffer retoma en 1943, para reflexionar en el cautiverio sobre el problema de esa juventud sin vínculos del que se había ocupado durante algún tiempo. «Sí, un terreno bajo los pies ... En otro tiempo no lo sabía».

Después de su habilitación, el Consistorio supremo lo envió a realizar un año de estudios en el Union Theo- logical Seminary de Nueva York, «estimado y venerado como baluarte de la crítica en América», «lugar de la libre expresión de todos con todos, hecha posible por el coraje civil propio del norteamericano y la ausencia de todo carácter oficial embarazoso en las relaciones per- sonales» (Bonhoeffer, véase «Bericht» [Relato de su estancia en América] 1931 ). Fue entonces cuando nació su amistad con los Reinhold y con Ursula Niebuhr. El encuentro con los cantos espirituales negros y la lucha de los negros por la igualdad de derechos atrajo su aten- ción. Cuando algunos años más tarde los muros se alza- ban alrededor de Alemania, él introdujo a sus alumnos en este mundo que procedía de un contexto extranjero: «Swing low, sweet chariot», cantamos nosotros veinte años antes de que la radio y las salas de concierto nos lo dieran a conocer. Cuando Bonhoeffer viajó en 1939 a América por segunda vez, no tuvo posibilidad de publi- car sus informes. Pero describió claramente las profun- das posibilidades que habría abierto el diálogo entre el «protestantismo sin Reforma» (de los Estados Unidos) y las Iglesias de la Reforma.

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Una vez que regresó a Berlín, reanudó sus conferen- cias en la universidad e inmediatamente se formaron círculos alrededor de él. Del seminario sobre Hegel nació el círculo de amigos de Prebelow. La crítica pene- trante del concepto de Iglesia desembocó de manera sorprendente en la exhortación a amar a la ecclesia visi­ bilis de la Unión de la antigua Prusia. De estas conferen- cias nació el primer libro que suscitó un amplio círculo de interés: Schopjung und Fall [Creación y caída], un comentario teológico de Génesis 1-3.

Al mismo tiempo, ejerce las funciones de asistente espiritual de los estudiantes en la Technische Hochs- chule [Escuela Técnica Superior] de Charlottenburg. A sus predicaciones asisten muchos oyentes y los círculos de conferencias tienen éxito; pero es imposible hacer que nazca una comunidad activa de estudiantes: los tiempos no están maduros. Por eso, renuncia a este encargo y lo pone en manos de los dirigentes de la Igle- sia. Él no quiere realizar ningún trabajo para alardear.

Entonces llega el año 1933. En febrero se retransmi- te en Berlín una charla de Bonhoeffer. Critica el deseo vehemente de un Führer que se convertirá necesaria- mente en un seductor peligroso, si no renuncia, estable- ciendo claros límites, a convertirse en el ídolo y el falso dios de aquellos a quienes guiará y, al mismo tiempo, se dedica a servir al pueblo conduciéndolo hacia la autori- dad legítima del Padre, maestro y juez. La transmisión se interrumpe antes de que Bonhoeffer termine su inter- vención. Dado que es lúcido en el diagnóstico según el cual el ídolo y falso dios ha conseguido la supremacía, dos comunidades alemanas de Londres lo invitan en octubre de 1933. No quiso participar en la construcción de los «cristianos alemanes». Y se despidió de sus alum-

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nos con estas palabras: «Ha llegado la hora de la resis- tencia en el silencio, y de prender el fuego de la verdad en todos los rincones del orgulloso edificio para que éste se derrumbe algún día».

En el extranjero se convirtió en uno de los más importantes intérpretes de lo que sucedía en las Iglesias alemanas. Fue entonces cuando nació su profunda amistad con el obispo de Chichester. Las primeras per- sonas a quienes éste visitó cuando viajó en 1945 a la des- truida ciudad de Berlín fueron los padres de Dietrich. Bonhoeffer dirigió a la delegación de la juventud alema- na en la dramática conferencia de Fano en 1934; se pro- dujo un enfrentamiento con los emisarios de las autori- dades de los «cristianos alemanes» y el obispo danés Ammundsen elevó su voz a favor de la «Iglesia confe- sante». «Con la conferencia de Fano, el ecumenismo ha entrado en una nueva época» fue su juicio, expresado en el artículo «La Iglesia confesante y el ecumenismo» - una época de elección entre la unión que no obliga a nada y las decisiones a favor o en contra de la Iglesia de Cristo.

Mientras Bonhoeffer estaba preparando, ayudado por C.F. Andrews, un amigo inglés que vivía en la India, un viaje para conocer a Gandhi -el mundo inglés había suscitado su interés por los movimientos pacifistas-, recibió la invitación de la Iglesia confesante para que colaborase en el seminario establecido en Pomerania con el objetivo de formar a los jóvenes pastores. Y acep- tó la invitación. En abril de 1935, junto a 25 «vicarios», viaja a Zingst y después a Finkenwalde, y vive con los hermanos en casas provisionales. Comparte con ellos sus bienes personales, materiales y espirituales, su tiem- po y sus proyectos. Era generoso y la mezquindad se

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disipaba en su presencia como la nieve bajo el sol. Cier- tamente más de uno tuvo una reacción de repulsa ante el rigor y el vigor de su pensamiento. Pero todos intuye- ron pronto que nadie había sido hasta entonces capaz de comprender las cosas tan bien y de un modo tan total como Bonhoeffer. Por eso, era capaz de aconsejar y for- mular con éxito exigencias que nadie había podido plantear antes.

Allí, en aquel seminario, se hacía todo con frescura y como si fuera la primera vez: el trabajo teológico, la vida en comunidad, las tomas de posición sobre la polí- tica de la Iglesia. Hubo momentos en que se dio cuenta de la fuerza de su influjo y que constituyeron las tenta- ciones más penosas para su fe: cuando sentía el terror de constatar cómo su salud y su vitalidad, su superiori- dad y su juicio se imponían. Llegó a odiar la falta de independencia y por esta razón tomó muchas precau- ciones para hacer que los demás tomaran sus decisiones responsablemente.

En este periodo vieron la luz los escritos polémicos contra cualquier acomodación de la doctrina: « Ya no podemos retirarnos frente a la aplicación de las decisio- nes de Barmen y de Dahlem, porque no podemos reti- rarnos frente a la aplicación de la Palabra de Dios».

Se desencadenó una tempestad porque se atrevió a plantear la cuestión de la Iglesia confesante junto a la de la salvación. En este periodo vieron la luz Nachfolge (1937) [El precio de la gracia], donde protestó contra la gracia barata, y Gemeinsame Leben (1938) [Vida en comunidad], que recogió las ideas bíblicas y las expe- riencias de Finkenwalde. En vida de Bonhoeffer, estos dos libros fueron los que más contribuyeron a divulgar su nombre y su llamamiento en lo relativo al significado

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del estar con Cristo. Despertó en muchas personas el amor a la Escritura. Y pronto apareció también este libro sobre los Salmos; pero acto seguido llegó la prohi- bición de escribir y, más tarde, el cierre del seminario de Finkenwalde.

Mientras tanto, la vida y el pensamiento de Bonhoe- ffer empezaban a experimentar otros desarrollos. Por medio de su cuñado Hans von Dohnanyi conoció el tras- fondo de la crisis en el caso del general Fritsch y los pri- meros proyectos de golpe de Estado en los ambientes del general Beck. Ya antes -aun cuando esto fuera inau- dito en Alemania-, Bonhoeffer se había hecho defensor de la causa pacifista. En aquel momento sentía que era ilícito para él rechazar los contactos que se le ofrecían con políticos y militares de la resistencia. No pretendía que todos tuvieran que actuar como él, pero en su posi- ción ya no veía la posibilidad de evadirse a un lugar ino- cente y sin pecado. El pecado de la burguesía se mani- festaba en la huida de las responsabilidades. Sentía cómo pesaba sobre él aquella culpa y la asumió. Allí donde Dios lo había puesto por su nacimiento y sus dones, pensaba que no debía defender la Iglesia con medios poderosos, sino asumir como alemán sus res- ponsabilidades civiles; de hecho, su preocupación más profunda fue que la Iglesia confesante perdiera también su fuerza, dado que ya no sacrificaba su existencia por los judíos y, por el contrario, combatía para conservar sus intereses económicos y sus privilegios.

Durante un viaje que realizó a los Estados Unidos para impartir conferencias en 1939, algunos buenos amigos trataron de convencerlo, haciéndole incluso ofre�'1mientos interesantes, para que permaneciera en el extranjero. Su espíritu ecuménico y su empatía le

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indicaban el camino. Pero prefirió subir a uno de los últimos navíos que zarparon rumbo a Europa para ir al encuentro de su fin. Leemos en su diario: «No compren- do por qué estoy aquí... La breve oración en la que hemos recordado a los hermanos alemanes casi me ha vencido ... Si ahora la situación se torna inquietante, he decidido regresar a Alemania ... No quiero encontrarme aquí si estalla la guerra ... », y unos días después: «Desde que estoy en el barco ha desaparecido toda inquietud interior acerca del futuro».

Algunos años más tarde escribe desde la prisión: «Es preciso que sepas que no he lamentado ni un solo ins- tante mi regreso en 1939 ni nada de lo que ha sucedido desde entonces. Todo ha acontecido en una total lucidez y con plena conciencia. El hecho de que ahora me encuentre en la cárcel lo considero como la participa- ción en el destino de Alemania, participación por la cual me había decidido».

Comenzó entonces una vida dividida entre las tareas de la Iglesia confesante y los deberes del trabajo de la resistencia, las visitas, la labor teológica dedicada a la Ethik [Ética] -una obra que había proyectado y que se publicó póstumamente y de forma fragmentaria (1949), pero que él consideró como la auténtica misión de su vida- y los viajes. El más difícil y emocionante de éstos fue el que realizó a Estocolmo en 1942, para entrevistar- se de improviso con el obispo de Chichester e informar- le acerca de los círculos y los nombres que habrían apo- yado un eventual cambio de régimen.

Por un lado, estaba el trabajo eclesiástico que se había vuelto difícil por la prohibición tanto de pronun- ciar conferencias y de escribir como. de residir en Ber- lín; por otro lado, conseguíadandestinamente pasapor-

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tes y autorizaciones para viajar que sólo obtenían los privilegiados. Tuvo experiencias maravillosas de ayuda y de confianza. Capítulos enteros de la Ética fueron escritos en la acogedora abadía benedictina de Ettal, y otros en la casa de verano de la mujer de Kleist en Klein- Krossin, Pomerania.

Pero finalmente llegó su hora. Fue un luminoso lunes del mes de abril de 1943. Algunas llamadas telefónicas nos informaron de que Hans van Dohnanyi había sido arrestado mientras trabajaba. Hubo tiempo de ordenar la habitación de Dietrich de tal modo que no quedaran indicios que lo comprometieran. Después llegó el espe- rado automóvil. Del 5 de abril de 1943 al 8 de octubre de 1944, Bonhoeffer estuvo encarcelado en la prisión mili- tar de Tegel. Los guardias intuyeron de inmediato que entre los prisioneros había un pastor y que sus palabras eran sinceras y beneficiosas. Y lo llevaban en secreto a otras celdas para que ayudara a los prisioneros desespe- rados. Custodiaron sus trabajos, artículos y poesías, y de ese modo los conservaron para el futuro. Crearon un servicio postal para su familia y sus amigos. Vivió este tiempo de cautiverio con toda su sensibilidad: las esta- ciones, los bombardeos, la tensión de los interrogato- rios; y, sin embargo, escribía a quienes estaban fuera: «Saboread aquello de lo que aún podéis gozar».

Reflexionaba sobre la gracia de participar en la dolo- rosa «existencia para los demás» de Cristo y mantenía con quienes estaban fuera un diálogo sobre el maravi- lloso significado de la vida en· el siglo XX. Es un pastor entre los prisioneros y, sin embargo, no se construye un mundo de piedad junto al mundo sin Dios. Y en la enor-

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me conmoción suscitada por el anuncio del fracaso del 20 de julio, la responsabilidad por la vida pública de la

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nación se transforma en una responsabilidad nueva y no vencida: la de llevar sus consecuencias dolorosas.

Con el asunto del dossier Zossen ( documentos de los miembros de la resistencia sobre Canaris, Oster, von Dohnanyi) empezó en septiembre el último capítulo de su vida: Prinz-Albrecht-Strasse, Buchenwald, Schon- berg y Flossenbürg. Se interrumpieron los contactos con el exterior. La Gestapo se negó a dar noticia alguna. Bonhoeffer pasó sus últimas semanas con varones y mujeres de distintos países: rusos, ingleses, franceses, italianos y alemanes. Payne Best, oficial inglés, escribe en The Venlo Incident: «Siempre me ha parecido que Bonhoeffer difundía una atmósfera de paz, de alegría por el más pequeño acontecimiento de la vida, y de pro- funda gratitud por el mero hecho de estar vivo ... Fue uno de los pocos seres humanos que he conocido para los cuales Dios era real y siempre cercano ... », Lo obliga- ron a subir en un camión y lo trasladaron sucesivamen- te a tres campos de concentración, huyendo del frente que avanzaba, en medio de una situación cada vez más incierta.

P. Best escribe: «El domingo 8 de abril de 1945, el pastor Bonhoeffer celebró una breve liturgia y nos habló de un modo que penetró en el corazón de todos. Encon- tró las palabras justas para expresar el espíritu de nues- tra condición de prisioneros, las ideas y las decisiones que ésta nos había inspirado. Cuando apenas había ter- minado la última oración, se abrió la puerta de la pri- sión y entraron dos policías, que dijeron: "Prisionero Bonhoeffer, prepárese y venga con nosotros". Estas palabras: "Venga con nosotros", tenían para todos los prisioneros un solo significado: la ejecución. Nos despe- dimos de él. Me llevó aparte y me dijo: "Éste es el fin, y

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para mí el comienzo de la vida". Al día siguiente fue eje- cutado en Flossenbürg».

Todo esto sucedió en el aula de una escuela de Schon- berg, en el bosque bávaro, el bosque de Stifter2, cuyos libros tanto había amado. El texto bíblico del día, sobre el cual había predicado, era éste: «Por sus heridas hemos sido salvados». Hombres de todos los países ene- migos, y de confesiones religiosas en otro tiempo hosti- les, fueron sus hermanos y para él sus últimos compa- ñeros.

Dietrich Bonhoeffer dijo en una ocasión que no lle- garía a viejo. A su generación no se le concedería madu- rar la obra de toda una vida y llevarla a término. Pero la ruptura prematura dio a su mensaje una fuerza inigua- lable, de modo que él y su mensaje están indisoluble- mente ligados. El testimonio de Dietrich Bonhoeffer consistió en empezar un día a vivir y a decir lo que sig- nifica estar con Cristo; y terminó enseñando lo que sig- nifica que Cristo se haya quedado con nosotros.

Como afirmó en una de las cartas escritas desde la cárcel: «Lo único que importa es que en el fragmento de nuestra vida sea perceptible de qué modo fue dispuesto y planeado el todo, y de qué material estaba formado. Porque en definitiva, existen fragmentos que sólo mere- cen ir al estercolero y otros que siguen siendo importan- tes durante siglos, ya que su acabamiento sólo puede ser obra de Dios: son fragmentos que deben ser fragmentos. Pienso, por ejemplo, en el arte de la fuga. Si nuestra vida es al menos un débil reflejo de semejante fragmen- to, en el que, aunque sólo sea durante un breve tiempo, se armonizan los temas cada vez más numerosos y

2. Adelbert Stifter (1805-1868), poeta austriaco. [Nota de la tra- ductora].

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Nicolas Aller
Resaltar
Nicolas Aller
Resaltar
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diversos y en el que el gran contrapunto se sostiene des- de el comienzo al fin -de modo que tras la última nota sólo nos quede por entonar el canto coral: "Ante tu tro- no me presento"-, entonces no deploraremos nuestra vida fragmentaria, sino que incluso nos alegraremos de ella» (Carta del 23 de febrero de 1944)3.

EBERHARD BETHGE

3. Dietrich BoNHOEFFER, Resistencia y sumisión, Sígueme, Sala- manca 1983, p. 159 (original alemán: Widerstand und Ergebung, Chr. Kaiser Verlag, München 1970). En la nota 146 al pie de la citada página, y a propósito del canto coral: «Vor deinen Thron tret ich hiermit» ( «Ante tu trono me presento»), se encuentra este texto: «El inacabado "Arte de la fuga" de J.S. Bach ha llegado hasta nosotros con esta coral como conclusión». [Nota de la tra- ductora].

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caminos Director de Colección: FRANCISCO JAVIER SANCHO FERMÍN

l. MARTÍN BIALAS: La "nada" y el "todo". 2. JOSÉ SERNA ANDRÉS: Salmos del Siglo XXI. 3. LÁZARO ALBAR MARÍN: Espiritualidad y práxis del orante cristiano. 5. JOAQUÍN FERNANDEZ GONZALEZ: Desde lo oscuro al alba. 6. KARLFRIED GRAF DUCKHEIM: El sonido del silencio. 7. THOMAS KEATING: El reino de Dios es como ... reflexiones sobre las pará­

bolas y los dichos de Jesús. 8. HELEN CECILIA SWIFr: Meditaciones para andar por casa. 9. THOMAS KEATING: Intimidad con Dios.

10. THOMAS E. RODGERSON: El Señor me conduce hacia aguas tranquilas. Espiritualidad y Estrés.

11. PIERRE WOLFF: ¿Puedo yo odiar a Dios? 12. JOSEP VIVES S.J.: Examen de Amor. Lectura de San Juan de la Cruz. 13. JOAQUÍN FERNÁNDEZ GONZALEZ: La mitad descalza. Oremus. 14. M. BASIL PENNINGTON: La vida desde el Monasterio. 15. CARLOS RAFAEL CABARRÚS S.J.: La mesa del banquete del reino. Criterio

fundamental del discernimiento. 16. ANTONIO GARCfA RUBIO: Cartas de un despiste. Mística a pie de calle. 17. PABLO GARCfA MACHO: La pasión de Jesús. (Meditaciones). 18. JOSÉ ANTONIO GARCÍA-MONGE y JUAN ANTONIO TORRES PRIETO: Camino de

Santiago. Viaje al interior de uno mismo. 19. WILLIAM A. BARRY S.J.: Dejar que le Creador se comunique con la criatu­

ra. Un enfoque de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. 20. WILLIGIS JAGER: En busca de la verdad. Caminos ­ Esperanzas ­

Soluciones 21. MIGUEL MARQUEZ CALLE: El riesgo de la confianza. Cómo descubrir a

Dios sin huir de mí mismo. 22. GUILLERMO RANDLE s.J.: La lucha espiritual en John Henry Newman. 23. JAMES EMPEREUR: El Eneagrama y la dirección espiritual. Nueve caminos

para la guía espiritual. 24. WALTER BRUEGGEMANN, SHARON PARKS y THOMAS H. GROOME: Practicar la

equidad, amar la ternura, caminar humildemente. Un programa para agentes de pastoral.

25. JOHN WELCH: Peregrinos espirituales. Car! Jung y Teresa de Jesús. 26. JUAN MASIA CLAVEL S.J.: Respirar y caminar. Ejercicios espirituales en reposo. 27. ANTONIO FUENTES: La fortaleza de los débiles. 28. GUILLERMO RANDLE S.J.: Geografía espiritual de dos compañeros de Igna­

cio de Loyola. 29. SHLOMO KALO: "Ha llegado el día ... ". 30. THOMAS KEATING: La condición humana. Contemplación y cambio. 31. LÁZARO'ALBAR MARÍN PBRO.: La belleza de Dios. Contemplación del icono

de Andréi Rublev. 32. THOMAS KEATING: Crisis de fe, crisis de amor. 33. JOHN s. SANFORD: El hombre que luchó contra Dios. Aportaciones del

Antiguo Testamento a la Psicología de la Individuación. 34. WILLIGIS JAGER: La ola es el mar. Espiritualidad mística.

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35. JOSÉ-VICENTE BONET: Tony de Mello. Compañero de camino. 36. XAVIER QUINZÁ: Desde la zarza. Para una mistagogía del deseo. 37. EDWARD J. o'HERON: La historia de tu vida. Descubrimiento de uno

mismo y algo más. 38. THOMAS KEATING: La mejor parte. Etapas de la vida contemplativa. 39. ANNE BRENNAN y JANICE BREWI: Pasión por la vida. Crecimiento psicológico

y espiritual a lo largo de la vida. 40. FRANCESC RIERA I FIGUERAS, S.J.: Jesús de Nazaret. El Evangelio de Lucas

(I), escuela de justicia y misericordia. 41. CEFERINO SANTOS ESCUDERO, S.J.: Plegarias de mar adentro. 23 Caminos

de la oración cristiana. 42. BENOÍT A. DUMAS: Cinco panes y dos peces. Jesús, sus comidas y las nues­

tras. Teovisión de la Eucaristía para hoy. 43. MAURICE ZUNDEL: Otro modo de ver al hombre. 44. WILLIAM JOHNSTON: Mística para una nueva era. De la Teología Dogmá­

tica a la conversión del corazón. 45. MARIA JAOUDI: Misticismo cristiano en Oriente y Occidente. Las enseñan­

zas de los maestros. 46. MARY MARGARET FUNK: Por los senderos del corazón. 25 herramientas

para la oración. 47. TEÓFILO CABESTRERO: ¿A qué Jesús seguimos? Del esplendor de su verda­

dera imagen al peligro de las imágenes falsas. 48. SERVAIS TH. PINCKAERS: En el corazón del Evangelio. El "Padre Nuestro". 49. CEFERINO SANTOS ESCUDERO, S.J.: El Espíritu Santo desde sus símbolos.

Retiro con el Espíritu. 50. XAVIER QUINZÁ LLEó, s.J.: Junto al pozo. Aprender de la fragilidad del amor. 51. ANSELM GRÜN: Autosugestiones. El trato con los pensamientos. 52. WILLIGIS JAGER: En cada ahora hay eternidad. Palabras para todos los días. 53. GERALD o'coLLINS: El segundo viaje. Despertar espiritual y crisis en la

edad madura. 54. PEDRO BARRANCO: Hombre interior. Pistas para crecer. 55. THOMAS MERTON: Dirección espiritual y meditación. 56. MARÍA SOAVE: Lunas ... Cuentos y encantos de los Evangelios. 57. WILLIGIS JAGER: Partida hacia un país nueuo. Experiencias de una vida

espiritual. 58. ALBERTO MAGGI: Cosas de curas. Una propuesta de fe para los que creen

que no creen. 59.JOSÉ FERNÁNDEZ MORATIEL, O.P.: La sementera del silencio. 60. THOMAS MERTON: Orar los salmos. 61. THOMAS KEATING: Invitación a amar. Camino a la contemplación cristiana. 62. JACQUES GAUTIER: Tengo sed. Teresa de Lisieux y la madre Teresa. 63. ANTONIO GARCÍA RUBIO: Aún queda un lugar en el mundo. 64. ANSELM GRÜN: Fe, esperanza y amor. 65. MANUEL LÓPEZ CASQUETE DE PRADO: Regreso a la felicidad del silencio. 66. CHRISTOPHER GOWER: Hablar de sanación ante el sufrimiento. 67. KATTY GALLOWAY: Luchando por amar. La espiritualidad de las bien­

aventuranzas. 68. CARLOS RAFAEL CABARRÚS: La danza de los íntimos deseos. Siendo perso­

na en plenitud.

69. FRANCISCO JAVIER SANCHO FERMÍN, O.C.D.: El cielo en la Tierra. Sor Isabel de la Trinidad.

70. THOMAS MERTON: Paz en tiempos de oscuridad. El testamento profético de Merton sobre la guerra y la paz.

71. XAVIER QUINZÁ LLEÓ, S.J.: Dios que se esconde. Para gustar el misterio de su presencia.

72. THOMAS KEATING: Mente abierta, corazón abierto. La dimensión contem­ plativa del Evangelio.

73. ANSELM GRÜN - RAMONA ROBBEN: Marcar límites, respetar los límites. Por el éxito de las relaciones.

74. TEÓFILO CABESTRERO: Pero la carne es débil. Antropología de las tentacio­ nes de Jesús y de nuestras tentaciones.

75. ANSELM GRÜN - FIDELIS RUPPERT: Reza y trabaja. Una regla de vida cristiana. 76. MANUEL LÓPEZ CASQUETE DE PRADO: Las dos puertas. La reconciliación

interior en la experiencia del silencio. 77. THOMAS MERTON: El signo de Jonás. Diarios (1946­1952). 78. PATRICIA McCARTHY: La palabra de Dios es la palabra de la paz. 79. THOMAS KEATING: El misterio de Cristo. La Liturgia como una experien­

cia espiritual. 80. JOSEPH RATZINGER -BENEDICTO XVI-: Ser cristiano. 81. WILLIGIS JAGER: La vida no termina nunca. Sobre la irrupción en el ahora. 82. SANAE MASUDA: La espiritualidad de los cuentos populares japoneses. 83. EUSEBIO GÓMEZ NAVARRO: Si perdonas, vivirás. Parábolas para una vida

más sana. 84. ELIZABETH SMITH - JOSEPH CHALMERS: Un amor más profundo. Una intro­

dución a la Oración Centrante. 85. CARLO M. MARTINI: Los ejercicios de San Ignacio a la luz del Evangelio de

Mateo. 86. CARLOS R. CABARRÚS: Haciendo política desde el sin poder. Pistas para un

compromiso colectivo, según el corazón de Dios. 87. ANTONIO FUENTES MENDIOLA: Vencer la impaciencia. Con ilusión y esperanza. 88. MARÍA VICTORIA TRIVIÑO, o.s.c.: La palabra en odres nuevos, presencia y

latido. Una mirada hacia el Sínodo de la palabra. 89. ROBERT E. KENNEDY, S.J.: Los dones del Zen a la búsqueda cristiana. 90. WILLIGIS JAGER: Sabiduría de Occidente y Oriente. Visiones de una espiri­

tualidad integral. 91. DOROTHEE SÓLLE: Mística de la muerte. 92. THOMAS MERTON: La vida silenciosa. 93. EUSEBIO GÓMEZ NAVARRO, O.C.D.: ¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora? Y ¿por

qué no? Sentido del sufrimiento. 94. MARY MARGARET FUNK, o.s.B.: La humildad importa. Para practicar la vida

espiritual. 95. TEÓFILO CABESTRERO: Entre el sufrimiento y la alegría. Nuestra experiencia

actuat'y la experiencia de Jesús de Nazaret. 96. WILLIAM A. MENINGER, o.c.s.o.: El proceso del perdón. 97. LAUREANO BENÍTEZ, o.c.s.o.: Cuentos cristianos. Una fuente de espirituali­

dad. 98. DIETRICH BONHOEFFER: Los Salmos. El libro de oración de la Biblia.