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Martín Rejtman Rapado

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Martín Rejtman

Rapado

DEL AEROPUERTO DE BARAJAS llamé a Lisa, la chica ameri-cana de las discotecas de Nueva York, que me había invitado apasar unos días en su casa. Le dije:

—Estoy en Madrid.Y ella:—Coge un taxi, me da pereza darte las explicaciones de auto-

buses. Igual no es caro, sale como mil.Yo estaba con muy poco dinero y el taxi que cogí me salió

como dos mil, mientras que el autobús costaba doscientas pese-tas solamente. Llegué a su casa y Lisa me abrió la puerta. Estabaen batón y completamente pálida.

—Agh. He estado vomitando toda la noche —me dijo, consu acento tan particular y su característica voz nasal.

Yo tenía mi valija en la mano, que era muy pesada, y estabatodavía afuera. Entré.

—Voy al baño —dijo Lisa agarrándose el estómago, y desa-pareció por un pasillo. Todavía no me había saludado.

—Hola —oí que me decían. Era otra chica en batón, esta vezuna española, que cruzaba el living pálida como un fantasm—.Es que anoche casi no hemos dormido.

Desapareció por el mismo pasillo por el que había desapare-cido Lisa. Oí que golpeaba a la puerta del baño.

5 Madrid es una mierdaComo tardaban en aparecer, había ido a buscar el 504 y lo esta-cionó delante de la discoteca, y había puesto una grabación delrecital que habían dado los tres esa misma noche en la CuartaMarathon Nacional del Jazz.

Cuando Fabián y el tío vuelven de tirar, los tres toman el té.Después, Fabián le enseña a Ana a manejar en un Rambler mode-lo 67 que hay en el campo y juntan limones y naranjas de losárboles frutales, para llevar a sus familias. Y cuando, antes de salir,Ana quiere despedirse de Núber, no lo puede reconocer entrelos demás conejos.

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paella party), vacié las botellas de vino y las dejé ordenadas a uncostado de la cocina. Al llegar de Barajas apenas podía mante-nerme en pie, pero la limpieza me dio nuevas energías. Me diuna ducha y llamé por teléfono a la única persona que conocíaen Madrid, además de Lisa, alguien que trabajaba de curadorpara la Caixa. Me preguntó qué tal estaba.

—Bien —le contesté—. Un poco cansado, todavía bajo losefectos del jet lag.

Y un poco después, antes de cortar, se despidió diciéndome:—Oye, pues, mira, cuando se te pase el jet pack ese, me lla-

mas.

4Victoria se fue a trabajar y Lisa está durmiendo en su cuartobajo los efectos de la codeína cuando llaman a la puerta.

—¿Quién es? —pregunto.—Su vecina.Abro y me encuentro con una mujer menuda de unos sesen-

ta años, que tiene una caja en la mano.—Mire, que ha llegado un paquete para Victoria Álvarez

y que como yo soy Álvarez me lo han traído a mí, pero no lohe recibido porque mis hijos no me permiten que le abra lapuerta a nadie, vivo sola, usted comprenderá, y lo he manda-do de vuelta.

—Ahá —le digo.—Pues nada, eso, que si está esperando un paquete, que ya no

lo espere. Aunque a lo mejor Correos se lo vuelve a traer por latarde.

—Es posible —le digo, aunque no conozco cómo funciona elservicio postal en España—. Bueno, gracias.

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—Oye, ¿te falta mucho? —preguntó.Yo había tenido un viaje muy largo, la noche anterior al vuelo

no había dormido, en el avión tampoco había conseguido pegarun ojo, y además de todo sufría los efectos del jet lag. Y todavíano encontraba el momento de apoyar la valija en el suelo.

El living estaba cubierto de botellas de vino llenas a medias, yde vasos, platos, tazas sucias con colillas de cigarrillos pegadasadentro, además de todos los ceniceros repletos. Eran aproxima-damente las once de la mañana.

Después de darse una ducha, la chica española, Victoria, sefue a trabajar. Lisa entró al living un poco más despierta.

—No sabes lo mal que me siento —dijo.Le pregunté si quería un té. Fui a la cocina a preparárselo.

Tuve que desenterrar una taza de la pila de vajilla que se amon-tonaba en la pileta. Las ollas estaban apiladas de tal manera queresultaba muy difícil usar la canilla.

Le llevé el té a la cama y le pregunté si quería algún remedio.Me dijo que sí. Me ofrecí a buscar una farmacia y comprarlo.

—Traeme algo que no tenga codeína. En este país le ponencodeína a todo.

Bajé a la farmacia. Era mi primera mañana en Madrid. La casade Lisa quedaba en una calle en pendiente de un barrio popular.Todo me parecía sucio y pobre y corría mucho viento. Los remo-linos de polvo no me dejaban abrir los ojos. Volaban bolsas deplástico y hojas de diarios. Los remedios me costaron carísimo.

Le di los remedios a Lisa.—Puaj —dijo—. ¿Podrías ordenar un poco todo esto? ¿Sí?

Gracias. Agh. Ciérrame la puerta que quiero dormir.Pasé las dos horas siguientes limpiando y fregando toda la

casa. Lavé los platos, tiré las cenizas de los ceniceros, rasqueteélas ollas, que tenían arroz pegado en el fondo (habían tenido una

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to de gente, y sin querer le obstaculizo la salida a una mujer que,entonces, me pega un codazo. La miro con cara de odio, me daun pisotón y me grita:

—¡Sunormal!La gente se da vuelta a mirarnos. La mujer se aleja caminan-

do por el andén, se cierran las puertas del vagón, y yo sigo viajeen el tren.

Cuando vuelvo a lo de Lisa, me abre la puerta Victoria. Lisano está. Victoria me señala el paquete que recibí yo el día ante-rior; está otra vez sobre la mesa del living. Me dice que ni ella niLisa se animaron a abrirlo porque viene de Suiza, y hace unosdías ella se peleó con su novio por teléfono. Su novio vive enFriburgo, y esta es su respuesta a la pelea telefónica.

—Es que es cazador, y tengo miedo de lo que pueda ser.Y me cuenta que la noche anterior se llevó el paquete a su

cuarto y no pudo dormirse pensando en su contenido. Llegójunto con una notita que decía: “Esto es por la conversación delotro día”. Finalmente Victoria tuvo que sacar la cajita de su cuar-to para poder conciliar el sueño.

Me acerco a la mesa donde está el paquete. Mide aproximada-mente treinta centímetros por veinte. Adentro puede habercualquier cosa.

—¿Y si lo tiramos? —dice Victoria.Con cuidado despego la primera cinta adhesiva y quito el papel

que envuelve el paquete. Es una cajita de cartón en bastante malestado. La abro muy de a poco. Adentro hay gomaespuma envol-viendo otra cosa; no puedo adivinar qué. Cuesta trabajo sacar lagomaespuma de la cajita, porque está muy ajustada. Tengo quedarla vuelta sobre la mesa, y lo hago de golpe.Victoria pega un gritoy yo, asustado, salto hacia atrás. Adentro de la gomaespuma todavíahay algo más: está ahí sobre la mesa y tengo miedo de tocarla.

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—Servidora —me contesta, y se va hacia abajo por las escaleras.A eso de las seis y media vienen los de Correos a traer el

paquete para Victoria Álvarez y, como no hay nadie más en lacasa, les firmo la planilla y lo recibo yo, y lo dejo sobre la mesadel living. A la noche salgo y vuelvo tarde. Las chicas, o estándurmiendo, o no están. Tengo el sueño cambiado por el jet packy decido tomar remedios para dormir. Pero, preocupado por elefecto que me va a hacer tal cantidad de somníferos, no consigopegar un ojo en toda la noche.

4Voy al Prado. La gente espera durante horas para ver la muestrade Velázquez y salen del museo con dos o tres catálogos cadauno. Yo decido ver la colección permanente, para la que no hayque hacer cola.

Una guarda del museo me dice que no los entiende:—Es que toda la obra importante de Velázquez la tenemos

aquí colgada todo el año. Sacando la mulata, la Venus del espe-jo, y esa viejita friendo huevos, los demás cuadros que han traí-do son vulgares.

Al salir del museo, entro en una librería y me compro unaagenda de 1990. Anoto en la primera hoja:

Llamar a Raquel de la Concha.Llamar a Jesús.

Cuando más tarde releo lo que tengo que hacer durante el día,ya no me queda ninguna duda de que estoy en España.

Es invierno pero en la calle sopla un viento africano. Ya es denoche y decido volver a lo de Lisa. Entro al metro, que está reple-

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fue como un flechazo, yo le gusté a él y él me gustó a mí, y miracómo fue que ese primer día le pregunté: “Have you been befo-re to Madrid?”, y él me contestó: “Uh, yes, I’m married”. En vezde “Madrid” había entendido “married”… Bueno, pues todosestos diez días hubo guiños, miraditas, y todo eso, y yo esperabaque el tío de una vez por todas hiciera algo, pero nada. Hastaque esta noche, la última de Arco, por fin fuimos a cenar los dossolos, un tête à tête. Pedimos la comida, luego los postres, y alfinal unas copas, pero el tío nada. El tiempo pasaba y ya me esta-ba cansando, así que le pregunté: “What are we going to doabout it?”. “About what”, me contestó.“Come on, you know verywell what I’m talking about.” “I don’t know what you mean…”Así que me levanté, cogí un taxi, y me vine furiosa para aquí. Alos cinco minutos sonó el teléfono y era este tío que quería avi-sarme que a su hotel había llegado una carta para mí del extran-jero, y aprovechó para preguntarme si todavía seguía enfadada.“Of course”, le digo. “But why?” “Mira, tío”, le digo,“because rightnow we should be making love in your hotel room”. Y el tío sequedó shockeado y dijo que no entendía nada y tal. Se quedómudo. “I don’t know what to say”, me dijo cuando recuperó lavoz. “This is so unusual.” Así que le corté. Esto fue cinco minu-tos antes de que llegaras tú. ¿Tú qué crees? ¿El tío es un tonto?¿Actué bien? Si una chica te dice eso, ¿tú cómo lo tomas?

Le contesto que me parece que hizo lo que tenía que hacer.—Es que ninguna de mis amigas habría aguantado diez días

con un tío que les gusta sin hacer nada. Me porté como un ange-lito. ¿Qué piensas?

—Bueno, depende de cada uno…—El tío es un tonto.—Es americano.—¿Y tú qué pensarías de una chica que actuara así contigo?

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—Pueden ser los dientes de un pescado —me dice Victoria.La miro sorprendido.—Es que batí el récord de pesca en Nepal y los dientes se los

ha quedado él. Tal vez ahora que peleamos me los ha queridodevolver.

Va hacia la biblioteca, busca una escama gigantesca y me lamuestra.

—Era la primera vez que pescaba.Con la punta de una birome toco la gomaespuma. Al princi-

pio parece blanda, pero hago presión y hacia el fondo toco algoduro.

—¿Y si lo tiramos? —vuelve a preguntar Victoria—. Estopuede ser cualquier cosa.

No le hago caso. Con la punta de los dedos agarro un extre-mo de la gomaespuma para que se despliegue sobre la mesa.Adentro hay un pañuelo rojo. Pero adentro del pañuelo rojo hayalgo más.

—Es demasiado —le digo—. ¿Y si lo tiramos?Hay una pausa. Me acerco al pañuelo, lo agarro de una punta

y lo dejo desplegarse sobre la mesa. Pienso que puede ser undedo, o la pezuña de un jabalí. Ese hombre puede haber estadodesesperado. Pero cuando el contenido del pañuelo cae sobre lamesa de madera el ruido es fuerte y seco, y Victoria y yo nos que-damos mirando con la boca abierta un brazalete de plata quetiene labrados en sus extremos dos pescados que se miran.

—Oye, es precioso —dice Victoria, y se lo prueba.Quince minutos después, mientras lavo más platos en la coci-

na, se me acerca y dice:—Mira lo que me pasó. Sucede que estuve trabajando estos

días para una galería en Arco, sabes, y el dueño de la galería esun americano guapísimo, y desde el primer día que nos vimos

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—¿Qué hago?—¿Por qué no te llevás el frasquito en la cartera y decidís des-

pués?Lisa se va al Chicote con mi frasquito. Más tarde, cuando

vuelve, yo todavía sigo sin pegar un ojo.—Hola.—Hola. Al final he ido al Stella, y este tipo Carpio me persi-

guió por todas partes y no me dejaba tranquila, creo que metocaba. Voy a hacerle un juicio. Mientras me estaba yendo, mecorrió por las escaleras y me preguntaba a los gritos de qué signosoy, y después me dijo que estaba seguro de que un día íbamos aser amigos.

La escucho, y ya totalmente despabilado le pregunto qué deci-dió tomar finalmente.

—Cocaína.

4Pasaron cuatro días desde que llegué a España; sigo sin conocera nadie, sigo sin un duro, y Madrid sigue siendo una mierda.Lisa necesita la casa para ella y me busco otro lugar dondeparar. Ella se va por el fin de semana largo a un hotel con pisci-na en las islas Canarias, invitada a un seminario de “NewCollectors” donde se encontrará con críticos, curadores, artistasy nuevos coleccionistas. Como todavía no sé bien adónde voy adormir esa noche, le pido permiso a Victoria para dejar mi vali-ja allí. Victoria me dice:

—Ponla debajo de la cama de Lisa; hay sitio para maletas.Me preparo un bolso con unas pocas cosas, dejo la valija

donde me dijo Victoria, y busco una pensión que no sea muycara. Encuentro una que no está tan mal en la calle Barco y, como

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—Bueno, lo que importa es lo que piensa él, no yo.—Te pregunto porque te considero un tío normal.—Bueno, no me parecería tan raro… Pero yo no soy un tío

tan normal. —Empiezo a abrir el sofá-cama.—¿Quieres que te ayude a armar la cama? ¿Cómo te llamas tú?—Martín.—Buenas noches, Martín.—Buenas noches.Apago la luz y me meto entre las sábanas. Al poco rato

Victoria vuelve a abrir la puerta de su cuarto, que da al living,donde estoy yo, y sin salir de la habitación me pregunta:

—Martín, ¿tú crees que deba llamar al suizo para agradecerleel brazalete? Es precioso… ¿Pero no crees que está intentandocomprarme?

4Y yo sigo sin conseguir vencer el insomnio. Esta vez aumentéla dosis de valeriana: cuatro comprimidos, y decidí desconfiarde lo natural agregándole a esta dosis dos Lexotanil. Cuandoestoy a punto de tomarme un Calm Forté se abre la puerta yentra Lisa. Victoria ya está durmiendo, seguramente abrazadaa su brazalete.

Le cuento toda la historia de Victoria con su galerista y sunovio suizo y se tira al suelo de la risa. Cuando termina de reír-se, ve el frasquito que tengo en la mano y me pregunta:

—Oye, ¿qué tienes ahí?—Es Calm Forté, te tranquiliza. ¿Querés?—Es que ahora tengo que salir, me han invitado al Chicote a

beber unas copas. Ay, no sé si tomar cocaína o eso que tienes tú.—El Calm Forté no tiene codeína —le digo.

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El lunes a las cuatro y media de la tarde toco el timbre en lode Lisa.

—¿Qué haces aquí a esta hora? —me gruñe al abrirme lapuerta.

—Vengo a buscar mi valija.—Agh, no me quieres dejar trabajar, te había dicho que vinie-

ras por la tarde.—Es la tarde, Lisa. Son las cuatro y media.—No es la tarde, es el mediodía.—Ah —digo, sorprendido—. ¿Y a qué hora es la tarde?—A las ocho.—Entiendo —le contesto, como si lo que me está diciendo

fuera algo lógico y natural. Pero ella sigue gritándome.—¡Casi sin conocerte te he dejado quedarte en mi casa y tú te

tomaste tus libertades! ¡Te dan una mano y te coges el brazo! ¡Yono tengo ninguna responsabilidad por los argentinos que estándando vueltas a Europa y no tienen la casa!

Trato de no mirarla a los ojos.—Agh, estoy harta de vivir como una gitana, ya no soy aque-

lla chica que se encerraba por dos días en su cuarto de BuenosAires a tomar coca. Y tampoco soy tu secretaria: mientras esta-bas aquí has recibido cinco llamados de teléfono. Agh, los argen-tinos, ahora sí entiendo por qué en Europa tenéis esa fama, soistodos como tú.

Yo trato de explicarle. Le pido que no le eche la culpa a todoun país por mis malas acciones, que no use esta situación parti-cular para sacar conclusiones tan generales. Pero ella insiste consu tesis. Así que, para terminar con la escena, le digo que perte-necemos a dos culturas diferentes y que tal vez nunca lleguemosa entendernos del todo, pero que a pesar de eso, y por sobre todaslas cosas, no quiero que este episodio arruine nuestra amistad.

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estoy muy paranoico por la fobia que los españoles nos tienen alos argentinos, cuando me registro intento hablar como ellos,marcando mucho la diferencia entre las ces y las eses, pero loúnico que consigo es que la dueña me pregunte:

—¿Eres canario?—Pues claro —le contesto. Pero me descubre cuando le

entrego el pasaporte.—Nací en Buenos Aires porque mis padres son diplomáticos

—me justifico—. Fue un accidente.Pasa una semana y el viento africano deja de soplar. Cada vez

hace más frío y yo dejé mi campera de cuero en la valija, así queun viernes vuelvo a casa de Lisa a buscarla. Le pido permiso paraentrar en su cuarto, y cuando saco la valija de abajo de la camaoigo unos gritos descontrolados:

—¡Qué! ¿Esa maleta es tuya? ¡Llevátela! ¡Llevátela! ¡Llevátela!¿Quién te dio el permiso?

Al principio no sé muy bien a qué se refiere, pero enseguidame doy cuenta de que Lisa no estaba el día en que dejé la valija.Está cada vez más enfurecida. Le explico que le pedí permiso aVictoria, pero ella sigue gritándome sin poder controlarse. Lepido mil disculpas por todas las molestias que le pude habercausado y le digo también que no tengo ningún lugar adonde lle-varme la valija, y si por favor puedo dejarla en su casa un día más.

—¡No! ¡No! ¡No! —me grita.Victoria, que estuvo presenciando muda toda la escena, dice:—Arriba en mi armario creo que hay sitio, tendría que

fijarme…—¡No! ¡No! ¡No!Al final, ya más calmada, Lisa entra en razón:—Está bien, la puedes dejar debajo de mi cama hasta el lunes.

Pasa a buscarla por la tarde.

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JAVIER ESTÁ SENTADO y mira de frente a su madre. Ellaenciende el televisor, sabe que la carne está en el horno y que vaa estar lista entre cinco y diez minutos más tarde. Javier puedeoler la carne cocinándose y oír el ruido que hace la grasa y el acei-te chisporroteando en la asadera. El noticiero habla de corrup-ción policial y de la caída de un avión en una provincia del norte.Javier repasa rápidamente la lista de conocidos para saber si exis-te alguna posibilidad de que alguien… pero cierra los ojos ypiensa en una canción de The Smiths.

Ahora los dos están comiendo y suena el teléfono. La madreatiende. Dice “hola” un par de veces. Del otro lado no hay res-puesta. Comen la carne que no está muy tierna. O al menos esole parece a Javier. Cuando la madre se levanta para llevar los pla-tos a la cocina y traer la fruta, Javier también se levanta y seencierra en el baño. Se saca la remera y observa su cuerpo: deba-jo de los brazos, el tórax, el ombligo, la mancha de nacimiento.Trata, sin embargo, de no mirarse la cara.

Se vuelve a sentar a la mesa mientras su madre termina depelar una segunda naranja. Se la ofrece a Javier pero él no quie-re postre. Termina el contenido de la botella de agua mineral yse queda mirando a su madre, que divide la naranja en dos, secome una mitad y deja la otra intacta en el plato.

5 Todo puede pasarPero Lisa insiste:—Si estuviéramos en mi país te haría un juicio por emotional

disturbances.Nada de lo que le digo parece calmarla, ni los razonamientos

sociológicos, ni las disculpas, ni las promesas. Soy el único blan-co de toda su ira, que parece inagotable.

—Podemos seguir hablando de lo mismo durante horas, Lisa—la interrumpo al final, con energía, casi desesperado por salirsano y salvo a la calle con mi valija—. Pero creo que nuncavamos a llegar a nada. Son dos puntos de vista diferentes. ¿Porqué no querés terminar con esto de una vez?

—Es que tú vas a llegar a Buenos Aires ahora y vas a contar-le a todos mis amigos que yo te he tratado como una bruja —mecontesta.

Fuck your arm.

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Núber

Madrid es una mierda

Todo puede pasar

Música disco

House plan with rain drops

Rapado

Tiene que haber un mundo mejor

Shawinigan

Algunas cosas importantes para mi generación

Tres puntos rojos

San Pablo de noche

Música disco - extended version

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5 Índice