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  E l  a n t i  g u o  O cc i d e n t e  d e  M  é x i c o . A r  t e   y  a r  q u e o l o  g í  a  d e  u n   p a s a d o d e s c o n o c i d o (Richard F. Townsend, editor ge neral; Carlos Eduardo Gutiérrez Arce , editor en español) México, The Art Institute of  Chicag o-Secretarí a de Cultura Gobierno de Jalisco-Tequila Sauza, por      Recientemente, el  dí a   de enero de , f ue pr e s e nt ad o  en el  I ns t i t ut o  Cul t ur a l Ca b a ña s  d e  Gu a d a l aj a r a  l a  v e r s i ó n e n español de E l  an t i  g u o  O cc i d e n t e  d e  M é x i c o , gracias a los esf uerzos del  direc tor de Patri- monio Cul tural  de la Sec retaría de Cultura del Gobierno de Jalisco, ingeni er o Carlos Gut i érr ez , q ui en f unge  co mo ed i t or . S e trata de un libro que viene a llenar un vací o por  años  s enti do, en lo q ue conci er ne al conocimiento del  arte y de los puebl os que habitaron en el  occidente del  paí s, en tiem- pos anteriores a la llegada de los españoles. Es un esf uerzo con  junto que destaca por las colaboraciones señeras de sus participantes: l o s  más  d e s t a c ad o s  e s pec ia l i s t as  e n es t e campo. La publ i caci ón or i gi nal del  li br o que me ocupa se hizo de manera simul tánea a la exposición An c i e n t  W  e s t  M e x i c o :  Ar  t  o f  t h e  U n k n o w n  P a s t , organizada por The Art Ins ti tute of  Chi cago, y  pr es entada en el Rege nstein Hall y en Los Angeles County Museum of  Art, entre septiembre de  y marzo de . Participaron múltiples insti- tuciones of iciales y coleccionistas particu- lares en la el aboración de los ensayos para el libro y en la exhibición de ob  jetos. La ma- yorí a de las obras escultóricas procedentes d e l as  t umbas  d e ti r o  d e es t a r eg i ó n d e Mesoamérica, espndidamente f otogr af ia- das en el  libro, f orma parte de colecciones estadounidenses. Entre los trabajos prec ur- sores de esta nación vecina, que conviene rec ordar por su esf uerzo y entusiasmo en el i nt e r é s  c i e nt í f i c o  y  e n el  i mp u l s o  p o r dif undir una cultur a poco conocida, cabe mencionar el trabajo pionero del catálogo S c u l  p t u r  e  o f   An c i e n t  W  e s t  M e x i c o . N a  y a r  i t , J a l i s c o , C o l i m a. T  h e  P r  o c t o r   S t a ff  o r  d  C o ll e c - t i o n , de los autores Michael  Kan, Clement Meighan y H. B. Nichol son, en . Por parte nuestra, en el  Palacio de Be- ll as Artes de la ciudad de México tuvo l ugar en   la pr i mer a magna exposi ci ón del arte prehispánico del  Occidente. Entonces, casi el  total de l as obras expuestas habí a sido colecc ionado por Diego Rivera. La coordi- nación del  suceso estuvo a cargo del  conoci- do poeta y af icionado a la arqueologí a Car- R e s e ñ a s 

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  • !El antiguo Occidente de Mxico.Arte y arqueologa de un pasado

    desconocido(Richard F. Townsend, editor general;

    Carlos Eduardo Gutirrez Arce,editor en espaol)

    Mxico, The Art Institute of Chicago-Secretara

    de Cultura Gobierno de Jalisco-Tequila Sauza, 2000

    porBEATRIZ DE LA FUENTE

    Recientemente, el da 24 de enero de 2001,fue presentado en el Instituto CulturalCabaas de Guadalajara la versin enespaol de El antiguo Occidente de Mxico,gracias a los esfuerzos del director de Patri-monio Cultural de la Secretara de Culturadel Gobierno de Jalisco, ingeniero CarlosGutirrez, quien funge como editor. Setrata de un libro que viene a llenar un vacopor aos sentido, en lo que concierne alconocimiento del arte y de los pueblos quehabitaron en el occidente del pas, en tiem-pos anteriores a la llegada de los espaoles.Es un esfuerzo conjunto que destaca por lascolaboraciones seeras de sus participantes:los ms destacados especialistas en este

    campo. La publicacin original del libroque me ocupa se hizo de manera simultneaa la exposicin Ancient West Mexico: Art ofthe Unknown Past, organizada por The ArtInstitute of Chicago, y presentada en elRegenstein Hall y en Los Angeles CountyMuseum of Art, entre septiembre de 1998 ymarzo de 1999. Participaron mltiples insti-tuciones oficiales y coleccionistas particu-lares en la elaboracin de los ensayos para ellibro y en la exhibicin de objetos. La ma-yora de las obras escultricas procedentesde las tumbas de tiro de esta regin deMesoamrica, esplndidamente fotografia-das en el libro, forma parte de coleccionesestadounidenses. Entre los trabajos precur-sores de esta nacin vecina, que convienerecordar por su esfuerzo y entusiasmo en elinters cientfico y en el impu lso pordifundir una cultura poco conocida, cabemencionar el trabajo pionero del catlogoSculpture of Ancient West Mexico. Nayarit,Jalisco, Colima. The Proctor Stafford Collec-tion, de los autores Michael Kan, ClementMeighan y H. B. Nicholson, en 1970.

    Por parte nuestra, en el Palacio de Be-llas Artes de la ciudad de Mxico tuvo lugaren 1946 la primera magna exposicin delarte prehispnico del Occidente. Entonces,casi el total de las obras expuestas haba sidocoleccionado por Diego Rivera. La coordi-nacin del suceso estuvo a cargo del conoci-do poeta y aficionado a la arqueologa Car-

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    los Pellicer. El catlogo de la muestra contcon los ensayos de distinguidos pioneros enlos estudios mesoamericanos como SalvadorToscano, Paul Kirchhoff y Daniel Rubn dela Borbolla. Es as como principalmentedesde la dcada de los cuarenta la investi-gacin de diversas disciplinas, como laantropologa, arqueologa, etnologa e histo-ria del arte, ha abordado de manera particu-lar el tema del oeste prehispnico. Uno delos principales exponentes de tales tenden-cias ha sido el investigador Hasso von Win-ning al cual reconozco, en lo personal, sudedicacin y sabidura en estos terrenos.Entre las acciones recientes que se handesarrollado en el pas, en particular en elestado de Jalisco, est la muestra El antiguoOccidente de Mxico, que tuvo lugar enmeses pasados en las galeras del InstitutoCabaas. Cont con las piezas de colec-cionistas locales. La publicacin en espaoly en Mxico de la obra que ahora nos ocupaes uno ms de los intereses por difundir yfomentar la investigacin sobre un tema queconvoca a la identidad de todos los mexi-canos, aunque su espacio particular se cir-cunscriba a la regin occidental. Este breverecuento que brinca de lo pasado a lo actualrefiere los dilogos que se establecen a lolargo del tiempo, en diversos espacios einstituciones y entre las diferentes reas deestudio de los investigadores de ahora y deantes. Comunicacin que apreciamos clara-mente en los ensayos que constituyen Elantiguo Occidente de Mxico. Estudios pluri-disciplinarios con un enfoque histrico queincorpora los ltimos descubrimientos en lazona. Era necesaria la opera actualizada: re-conocer la excelente calidad de la plsticarequera para transmitirla de voces crea-tivas consecuentes y originales. De tal suerteque las esculturas de barro que acompaa-

    ban a los muertos en las tumbas de tiro noslo revelan la elevada creatividad de losantiguos pobladores del Occidente: ahora esposible conocer algunos de los espaciosarquitectnicos por los que transitaban en lasuperficie; observar in situ restos de los per-sonajes enterrados y apreciar su parafernaliay contexto funerario; advertir, tambin, lamanera como los vivos desarrollaban su vidacotidiana; continuar estudiando los rasgosfundamentales que compartieron con otrasculturas mesoamericanas y, asimismo, acer-carnos de modo contundente a algunos delos tempranos vnculos de larga distanciaque establecieron. Aspectos todos que nosmanifiestan la compleja historia y desarrollode las culturas de esta regin, pero que almismo tiempo nos sealan un camino deestudio incipiente y promisorio. Es ciertoque las obras con artisticidad comunicanvisualmente cantidades abrumadoras deinformacin, pero tambin es verdad quelos conocedores deben comunicar su sabi-dura y emociones con el propsito funda-mental de extender la visin del mundopara aquellos no ilustrados. Este dobleaspecto se cumple justamente en la exposi-cin y en el libro que reseamos. Su laborde difusin para nios y adultos es recono-cida. A continuacin referir algunas de lasincgnitas y de las revelaciones planteadaspor quienes escribieron los textos de Elantiguo Occidente de Mxico, y glosar algu-nas aportaciones de los mismos, que en sudiversidad abordan una materia comn.Para ello seguir el orden enunciado en elndice del volumen. Dentro de una comple-ta visin global, Richard Townsend presen-ta en la introduccin la historia y la identi-dad de la cultura de las tumbas de tiro atravs de su arquitectura y escultura. Co-mienza desde los primeros contactos de los

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    viajeros del siglo XIX hasta el descubrimien-to reciente de los complejos arquitectnicosde superficie. Su panorama historiogrficoposibilita el acercamiento, de modo pun-tual, a los intereses que ha despertado a lolargo del tiempo el Occidente prehispnico.De manera particular, Townsend se ocupade distinguir los variados estilos artsticos dela escultura y de la cermica. Al respecto, enEl antiguo Occidente de Mxico se dan otrosnombres diferentes a los que tradicional-mente se han usado. He de destacar el nove-doso enfoque geogrfico, an poco conoci-do, de tales asignaciones, como por ejemploel nombre de Ameca-Etzatln para las delestilo conocido como Ameca Gris y Tala-Tonal para las del Sheep Face o Cara deBorrego. Por su parte, Phil C. Weigand yChristopher S. Beekman relatan el desarro-llo histrico de la tradicin Teuchitln, pormedio de las indagaciones arqueolgicas enla regin lacustre del centro norte de Jalisco.La exploracin, iniciada por Weigand desdehace ms de tres dcadas, permite conocerlos complejos arquitectnicos circulares yconcntricos asociados a las construccionesfunerarias. Posibilita tambin la identifi-cacin de los asentamientos de antiguospobladores y los medios para subsistir. En elensayo de estos autores se muestra tanto lahistoria de los descubrimientos, como lostempranos antecedentes de la cultura, ydiversos aspectos de su evolucin y colapso.A la contextualizacin de la tumba halladaintacta en Huitzilapa, en Jalisco, en 1993, sededica otro de los ensayos del libro. A partirdel entorno arquitectnico de la superficie,Lorenza Lpez y Jorge Ramos, sus descubri-dores, enmarcan temporal y culturalmentela cripta dentro de la tradicin Teuchitln.Conjuntando tales evidencias con las carac-tersticas particulares de la tumba, la natu-

    raleza de las diversas ofrendas encontradas ycon el ajuar de los difuntos, los autoresabordan la jerarquizacin social en el Occi-dente precolombino. De igual modo, lainterpretacin de estos aspectos por parte delos arquelogos Lpez y Ramos identificauna profunda reverencia por los ancestros,la creencia en la vida despus de la muerte yvariados smbolos de fertilidad. El texto deRobert B. Pickering y Mara Teresa Cabrerocontina el estudio de la hoy famosa tumbade Huitzilapa. De inters relevante son losresultados del anlisis de los restos seos, yaque les permiten confirmar el uso reiteradode algunas tumbas, y la vinculacin de lasactividades de las personas enterradas conlas figuraciones en barro. Los autores, unoantroplogo fsico y la otra arqueloga, con-juntan sus conocimientos y exploracionesen otras reas del Occidente, para dar aconocer aspectos varios de las prcticas mor-tuorias de la regin. En Comida para losmuertos: el arte de los banquetes en el Occi-dente, Kristi Butterwick se ocupa de con-juntos de figuras representados sobreplataformas y asociados a edificios; obrasencontradas principalmente en Nayarit.Considera tales escenas como banquetes ri-tuales, con fines sociopolticos. Por la indu-mentaria, los atributos y las actividades delas figuras, deduce que se trata de la estrati-ficacin de la sociedad. La autora interpretala igualdad de representaciones de hombresy mujeres, como una sociedad conjunta detipo dual. Establece analogas etnogrficascon los huicholes e infiere que se trata de laconmemoracin de los ancestros. En unsegundo ensayo, Townsend explora la re-presentacin en el arte cermico del antiguoOccidente del sistema de creencias bsico deMesoamrica. Trascendiendo la ausencia delos atributos religiosos conocidos para otras

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    culturas, el autor encuentra en los objetossimbolismos comunes. Reconoce en las fi-guras individuales a los gobernantes gue-rreros, las diosas de la tierra y a las parejasprimordiales de la creacin. En los conjun-tos de figuras y en los modelos de edificiosadvierte el desarrollo de los rituales en tornoa estos seres, y observa en la configuracinarquitectnica de los centros ceremonialesuna organizacin cosmolgica. De igualmodo, Townsend aborda incipientementeel papel que los muertos, sus moradas yofrendas tuvieron para los vivos. Los com-plejos arquitectnicos de la tradicin Teu-chitln son los considerados por Chris-topher L. Witmore. Para su estudio sesustenta en la homogeneidad de los princi-pios cosmolgicos de Mesoamrica y en lassimilitudes con la iconografa religiosa deetnias actuales, como los huicholes. Estearquelogo interpreta los edificios circularesy concntricos de la tradicin mencionadaen forma de cosmogramas. Recurriendo adiversas representaciones, Witmore suponeen los complejos de Teuchitln la celebra-cin de ritos que aseguraban la continuidadvital. Tambin sugiere que los edificios esta-ban dispuestos para hacer observacionessolares y mediciones del tiempo. La mayorantigedad en Mesoamrica de la repre-sentacin de jugadores de pelota, hastaahora conocida, pertenece a Occidente. Aslo dice Jane Stevenson Day al hablar en suensayo de las figuras de El Opeo en par-ticular y del juego de pelota en general. Laautora aborda las evidencias arqueolgicasde canchas de juego en esta regin, as comolos modelos cermicos y las esculturas indi-viduales de los practicantes de esta trascen-dente actividad ritual. Su asociacin conotros edificios, los aspectos formales de lascanchas y la parafernalia de los jugadores

    representados en barro son temas tratadoscon extensin y hondura. Los resultados delestudio le sirven para descartar el viejo con-cepto acerca de la marginalidad del Occi-dente en el concepto mesoamericano. As, laserie de elementos vinculados con el juegoexhiben relaciones panmesoamericanas y lacomunin de tradiciones. Peter T. Fursttrata en trminos chamnicos la interpre-tacin de las imgenes representadas en elarte del Occidente prehispnico. Apoyadode manera principal sobre los huicholesactuales, Furst concibe los objetos queostentan algunas figuras, como atributospropios de quienes curaban y servan deintermediarios entre el mundo terrenal y eldivino y espiritual. De igual modo, a travsde las actividades que las figuras parecenrealizar, este autor encuentra el Simbolis-mo chamnico, trasformacin y deidades enel arte funerario del Occidente. Por suparte, Mark Miller Graham rebate el ante-rior modelo chamnico de interpretacin yencuentra en las esculturas del Occidente,segn sus propias palabras, ms bien signosque smbolos. Se propone aplicar el mtodode estudio iconogrfico para entender lasimgenes de manera contextual y a travs dereferencias. Su corpus de obras bsico sonesculturas colimenses de hombres con pro-tuberancias cnicas en la cabeza. Siguiendo,segn el autor, el mtodo antes dicho,seala que las obras artsticas son resultadode la ideologa sociopoltica que se viva enel Occidente. De igual modo, establece unamplio margen de comparacin con lasimgenes de diversas culturas mesoameri-canas. Otto Schndube se ocupa de escul-turas de Colima, su meta es proporcionarevidencia de la relacin prctica entre loshabitantes del rea con su medio ambiente.A travs de las figuras de cargadores y las

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    representaciones de los ms diversos ani-males y vegetales, Schndube refiere lasactividades agrcolas, de caza y recoleccinllevadas a cabo. Se sirve tanto de escritosnovohispanos, como de sus hallazgos ar-queolgicos, para hablar de la riqueza ydiversidad de fauna, vegetacin y recursosminerales del antiguo Occidente. En otroorden de ideas, Francisco Valdez indagaacerca de los contactos interregionales queexistieron entre los pobladores del rea quenos ocupa, y que dieron lugar a las mlti-ples variantes estilsticas. Su enfoque esarqueolgico y se centra en la cuenca deSayula, sitio importante en la produccin desal, y territorio considerado como el msdbil eslabn de la cadena cultural entreJalisco y Colima. Valdez presenta un pro-fundo estudio ambiental de la zona deSayula. En conjuncin con los restos ar-queolgicos, deduce el modo de vida de sushabitantes, su organizacin social, activi-dades productivas y fases temporales de sudesarrollo. Expone sus modelos alternativossobre la economa global del Occidentepara el periodo de las tumbas de tiro y enparticular con la posicin poltica central deTeuchitln. La continuidad cultural de lassociedades de las tumbas de tiro de los pe-riodos Formativo y Clsico con los tarascosde Michoacn durante el Posclsico es unode los aspectos que revela el estudio de laindumentaria. ste es el punto de partidaque lleva a Patricia Rieff Anawalt a plantearcon abundantes y slidas evidencias los tem-pranos contactos por va martima y a largadistancia entre los habitantes del Occidentecon Sudamrica. Los rasgos comunes entreestas dos reas han sido considerados enestudios previos; ahora, Anawalt aborda concerteza aspectos de vestuario, fauna, formas

    cermicas y caracoles de uso ritual para pos-tular el origen sudamericano de rasgos ca-ractersticos del Occidente mexicano. Desdelos primeros tiempos del poblamiento enOccidente, hasta el llamado periodo Clsi-co, Joseph Mountjoy ofrece una visin ge-neral y comparativa con las sociedades deotras regiones de Amrica. En esta ocasin,el texto extiende la informacin sobre otrasculturas diferentes a la de las tumbas de tiro.En tanto, de modo especial, discute el nivelde organizacin sociopoltica de la tradicinTeuchitln, y anota que la investigacinarqueolgica es a la fecha insuficiente. Unaperspectiva contempornea del arte prehis-pnico funerario es presentada por BarbaraBraun. Su enfoque se dirige al impacto cau-sado por la escultura cermica antigua deJalisco, Colima y Nayarit, en famosos pin-tores y escultores modernos. La autora con-textualiza la representacin plstica de lasantiguas esculturas de la zona y explora suposible diversidad de usos.

    He glosado, hasta ahora, lo dicho por losautores de este libro de excepcin, el cualcolabora, extiende y promueve con funda-mento el arte y la arqueologa del antiguoOccidente indgena. Se trata de una obra quemarca un hito en el ascenso del conoci-miento de tan rica dira yo fascinanteregin habitada por los abuelos de esas lati-tudes. Al mirar en las reproducciones dellibro que comento las obras maestras de Co-lima, Jalisco, Nayarit y Zacatecas, ahoraguardadas en museos locales y en muchosotros del extranjero, me ilumin sobrema-nera la esencia bioflica que a todas integra.No hay expresin en Mesoamrica mayor-mente vinculada a la alegra vital del barromodelado como la que se advierte en losobjetos de esta regin.

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    !

    Nmadas y sedentariosen el Norte de Mxico: homenaje

    a Beatriz Braniff*(Marie-Areti Hers, Jos Luis Mirafuente

    et al., compiladores)

    Mxico, Universidad Nacional Autnoma de Mxico,

    Instituto de Investigaciones Estticas, Instituto

    de Investigaciones Antropolgicas,

    Instituto de Investigaciones Histricas, 2000

    porWILLIAM MERRILL

    Ante todo, quisiera agradecer a los organi-zadores por haberme invitado a participaren el coloquio que se llev a cabo en la ciu-dad de Durango hace ya cinco aos, ascomo a contribuir en el tomo que esta tardese presenta al pblico. Como todos sabe-mos, la organizacin de coloquios y publica-ciones de tan gran magnitud requiere de unesfuerzo enorme y no siempre produceresultados tan impresionantes como ste.Tanto en las aportaciones de los ensayosque contiene como en la calidad de su pro-duccin, este tomo Nmadas y sedentariosen el Norte de Mxico: Homenaje a BeatrizBraniff demuestra la visin, capacidad ydedicacin que los organizadores trajeron alproyecto. A todos ustedes los felicito poreste xito.

    Quisiera tambin felicitar a la maestraTita Braniff por sus contribuciones al mejorentendimiento del norte de Mxico y sus

    habitantes. Por medio de sus investiga-ciones, nos ofrece una visin profunda ysofisticada del norte, la cual se encuentra ala disposicin no slo de los investigadoressino gracias a su trabajo en la creacin delMuseo de las Culturas del Norte en Pa-quim, Chihuahua de un pblico gene-ral. El compromiso con el norte que lamaestra Braniff ha mantenido a lo largo desu vida profesional ha inspirado el trabajode muchos investigadores y seguir hacin-dolo con futuras generaciones.

    Pasando ahora a la coleccin de ensayosque se presenta hoy, su principal propsitoes el de reconocer y agradecer a la maestraBraniff por sus contribuciones a la investi-gacin y desarrollo de la arqueologa deMxico. Es un homenaje en el sentido deque se celebra en honor de una persona; sinembargo, comparte adems algo de laantigua tradicin europea de los festscrift, uobras celebradoras, que se ofrecan a per-sonas destacadas, no slo para reconocer yconmemorar sus logros sino tambin paradarles algo que pudieran disfrutar. Esperoque la maestra Braniff se divierta al leer estetomo y que reconozca en l la admiracinque sus colegas tenemos por ella.

    En trminos generales, el tomo exploratres temas. Dos de ellos se encuentran indi-cados en el ttulo del mismo: el primero, elnorte de Mxico y el segundo, los nmadas ysedentarios. El tercer tema tambin es expl-cito, no en el ttulo del tomo sino en suconceptualizacin y contenido, que es lainterdisciplinariedad.

    En cuanto a los primeros dos temasel norte de Mxico y los nmadas ysedentarios una de las aportaciones msimportantes del libro es, irnicamente, elcuestionamiento sobre la legitimidad de estadivisin geogrfica y este contraste socio-

    * Texto ledo en la presentacin del libro el 19 de sep-tiembre de 2000.

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    econmico como conceptos analticos tilespara la investigacin.

    Siguiendo el argumento de la maestraBraniff, el tomo hace hincapi en la diversi-dad del norte de Mxico, tanto en su histo-ria cultural como en su geografa y sistemasecolgicos. Al mismo tiempo, reconoce quecasi todas las reas incluidas bajo el nombreel norte de Mxico tienen por lo menosuna cosa en comn: el haber sido poco estu-diadas por los investigadores. Los ensayosque constituyen esta coleccin comienzan allenar el enorme hueco en nuestro conoci-miento del norte de Mxico, proporcionan-do nuevos datos y perspectivas que nos per-miten empezar a interpretar el norte comodebe ser interpretado: no como el alter egode Mesoamrica o el hermanastro del sur-oeste estadounidense sino como una diversi-dad de regiones, cada una con sus propiascaractersticas y dinmicas.

    De la misma manera, el tomo demues-tra que no se puede sostener fcilmente unadistincin marcada e inflexible entre socie-dades nmadas y sedentarias. Varios de losautores documentan las diversas formas demovilidad que caracterizaban a las socieda-des del norte, as como el hecho de que todasdependan hasta cierto punto de la caza y larecoleccin de recursos silvestres para susobrevivencia. Adems, indican cmo las es-trategias de movilidad y subsistencia de estassociedades varan en el tiempo y el espacio,produciendo relaciones intersociales e inter-culturales de mucha diversidad y complejidad.En cuanto a este tema, es muy importantetomar en cuenta el impacto de caballos,mu las y otras clases de ganado intro-ducidas por los europeos. La introduccinde estos animales no slo aument lasposibilidades de movilidad y subsistenciaque tenan las sociedades indgenas del

    norte sino tambin trastorn los ecosistemasde la regin, haciendo imposible la conti-nuacin de estrategias tradicionales de mo-vilidad y subsistencia.

    Al mismo tiempo aunque no pode-mos aceptar como realidad etnogrfica unaoposicin pura y no-mediada entre las cate-goras de nmadas y sedentarios tal opo-sicin s tena una realidad ideolgica desuma importancia en la historia del norte. Atravs de las pocas coloniales y poscolo-niales, esta oposicin justificaba la expro-piacin de territorios indgenas, la explota-cin de su mano de obra y la destruccin desus culturas, adems de estructurar la visinque tuvieron generacin tras generacin demexicanos de su mundo social y cultural.

    El tercer tema general del tomo es lainterdisciplinariedad. La interdisciplina-riedad se puede realizar de varias maneras,de las cuales dos en particular se encuentranen este tomo. La primera manera es la dereunir especialistas de diversas disciplinaspara explorar un tema en comn, cada espe-cialista enfocndose en la dimensin deltema ms relevante de su propia disciplina yproduciendo un trabajo que expresa laorientacin de esta disciplina. La segundamanera es la de combinar en el trabajo deuna sola persona las orientaciones e intere-ses de dos o ms disciplinas.

    Para comprender el fenmeno de lainterdisciplinariedad, es fundamental com-prender la naturaleza de las disciplinas. Elconcepto de las disciplinas emergi entre losgriegos y romanos para designar las escuelasde pensamiento que existan, muchas vecesalrededor de un filsofo o grupo de filsofos;la palabra discpulo, que comparte razcon la palabra disciplina, design a unestudiante de estas escuelas y seguidor de lasperspectivas filosficas que promulgaban.

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    En tiempos ms recientes, el conceptode disciplina dej de referirse principal-mente a perspectivas filosficas sobre elmundo en general y comenz a designardiferentes reas de investigacin, cada unatomando una dimensin del mundo comosu rea de enfoque. La misin de cada disci-plina era la de comprender los fenmenosque se encontraban dentro de su rea deenfoque. Sin embargo, en realidad son lasactividades de los investigadores que se hanidentificado como los practicantes de cadadisciplina que han servido para definirla disciplina y distinguirla de las dems. Porejemplo, desde la perspectiva de su misin,la antropologa es la disciplina que estudiala humanidad en todas sus dimensiones. Noobstante, una definicin ms realista es quela antropologa es lo que hacen y han hecholos antroplogos.

    Aparte de su misin general y rea deenfoque, cada disciplina se caracteriza por elcuerpo de datos que sus practicantes hanrecolectado, as como las teoras y metodo-logas que han generado y las estructurasinstitucionales que las sostienen. Al mismotiempo y en un nivel ms general, distintasdisciplinas comparten esquemas filosficoso intelectuales que proporcionan las basespara la colaboracin interdisciplinaria.

    Hasta cierto punto, se pueden concep-tualizar estos esquemas como series deoposiciones entre las cuales la investigacinse desarrolla. En el caso de la historia de lainvestigacin antropolgica, la oposicinentre la estructura y el proceso o la sin-crona y la diacrona ha sido una de las msimportantes. Hace como treinta aos, granparte de los antroplogos se preocupaba porcuestiones estructurales pero en aos msrecientes han puesto ms nfasis en docu-mentar y analizar procesos sociales y cultu-

    rales. Este cambio ha producido un acer-camiento entre la antropologa y la historia,reforzado por cambios en las problemticasde muchos historiadores, quienes han re-chazado una historia cronolgica y elitista afavor de estudios de procesos que toman encuenta grupos subordinados o marginados,uno de los enfoques tradicionales de laantropologa. Por razones semejantes, tam-bin existe ahora un acercamiento entre laantropologa y la historia del arte y la arqui-tectura.

    Esperamos que estos acercamientos nosean como la convergencia de los planetas,que despus de un rato cada disciplina sigueun camino distinto. Para asegurar que lacolaboracin interdisciplinaria que ahoragozamos sea permanente, tenemos quefomentar la creacin de problemticas,metodologas y teoras interdisciplinariasque nos lleven ms all de la interdiscipli-nariedad, hacia perspectivas y acciones trans-disciplinarias o posdisciplinarias.

    El proceso que result en el tomo quehoy se presenta nos da las bases para la for-macin de tal transdisciplinariedad dentrode los contextos del norte de Mxico. Sinembargo, podemos realizar esta transdisci-plinariedad solamente si llevamos a caboproyectos de investigacin en conjunto y sisostenemos un intercambio permanente deperspectivas que involucre no slo a losinvestigadores sino tambin a los residentesdel norte, tanto indgenas como no-indge-nas. Adems tenemos que crear ampliasoportunidades para la formacin de nuevasgeneraciones de investigadores, especial-mente en el norte.

    Como todos sabemos, lo que sabemosdel norte de Mxico es mnimo en com-paracin con lo que no sabemos. LuisGonzlez Rodrguez, quien estoy seguro est

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    hoy con nosotros, sola usar la metfora deuna biblioteca para comparar el conoci-miento del norte con el de las culturasmediterrneas y mesoamericanas. Esta bi-blioteca tendra escritos sobre las culturasmediterrneas que llenaran estante trasestante, los escritos sobre las culturasmesomericanas requeriran de un estante,mientras que los escritos sobre las culturasdel norte constituiran un solo tomo. Nues-tro reto es asegurar que esta biblioteca sellene, estante tras estante, de escritos sobreel norte.

    !

    El Primero sueo de sor JuanaIns de la Cruz. Bases tomistas

    de Alejandro Soriano Valls

    Mxico, Universidad Nacional Autnoma de Mxico,

    Instituto de Investigaciones Estticas,

    2000 (Estudios de Literatura, 6)

    porROCO OLIVARES ZORRILLA

    Recuerdo un emblema de AthanasiusKircher en su Aedipus Aegyptiacus en el queaparece un escarabajo trazando un senderoen espiral a partir de lo que Kircher llama elespritu mundano con apetito de for-ma,1 sendero cuyos siete crculos concn-tricos, que culminan de afuera hacia aden-tro en el centro del Espritu Divino,

    ostentan sendos signos planetarios. En eseapetito de forma me hace pensar a veces eluniverso de correspondencias y voces quelate en el mundo de la literatura, rizomasque se entrecruzan y separan, fundindose ybifurcndose en una espesa maraa cuyoapetito caprichoso, de pronto, en momen-tos luminosos, emerge del vientre terreno.Esos instantes germinales son los atisbos dela forma, constructos, poemas, pirmidesque se yerguen airosas hacia la luz. Cuandonos acercamos subyugados por una forma yla palpamos y abrazamos en un acto autn-ticamente amoroso, descubrimos en su tex-tura el rumor interno de sus races. Todo uncoro de murmullos, que en el poema omosen singular concierto, nos remite a sus fun-damentos. En el caso del Primero sueo, desor Juana Ins de la Cruz, el amoroso abrazosuele perderse en un laberinto de voces, ynos puede pasar, en reflejo abismal, lomismo que al alma atnita ante el cmulode lo creado. Es preciso entonces un hilo deAriadna, una gua veraz que nos conduzca ala fuente subterrnea de imgenes, ritmos yenigmas dibujados en el poema. La escols-tica viene a ser, as, una raz maestra en laque podemos apoyarnos para dilucidar elPrimero sueo, desembarazados lo ms posi-ble de prejuicios denostatorios fabricadospor el didactismo de nuestro tiempo y aden-trndonos en la verdadera significacin de lallamada philosophia perenne. sta es la aven-tura que emprende Alejandro Soriano,armndose de los mismos elementos queofrece el discurso lgico y analtico y dejan-do en el olvido la superficial prevencincontra el pensamiento tomista que sueleninocularnos en las aulas. A partir de una lec-tura puntual y de un sagaz examen delPrimero sueo, Alejandro explora el universode la Summa, detectando, identificando y

    1. Aedipus Aegyptiacus, Roma, Vitalis Mascardi, 1652,t. II, p. 411.

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    vinculando los componentes de ambosmundos, el del poema y el del tratadofilosfico. Esta singular tarea tiene pocosantecedentes, como el de Alfonso MndezPlancarte y el de Gerald Cox Flynn, perosus resultados nunca han sido expuestos tansistemticamente ni tampoco en un para-lelismo dialogante con una obra insosla-yable en nuestro momento: Las trampas dela fe, de Octavio Paz. A raz de la publi-cacin de este libro crtico-biogrfico, semodific sensiblemente la luz bajo la cual lacrtica literaria vea la obra de sor Juana.Pero las nuevas conclusiones y presuncionesacerca de la vida de la Fnix, fundadas ennuevos datos, que por cierto debemosagradecer tambin a Elas Trabulse, resultaninsuficientes para juzgar de manera atinadael gran poema sorjuanino. Es innegable,adems, que muchas de las aseveracionesque en un principio arrebataron al pblicolector de la obra de Paz, sobre todo las refe-rentes al contexto literario y filosfico de sorJuana, desde los autores clsicos y helensti-cos hasta los renacentistas y barrocos con-temporneos a ella, poco a poco han sidoidentificadas como provenientes de crticosanteriores que permanecan en los oscurosanaqueles universitarios y que nunca fueronbest-sellers, como Karl Vossler o RobertRicard, entre otros, de quienes por ciertoPaz da muy vagas referencias cuando dehecho los cita, eso s, expandiendo los ha-llazgos de sus antecesores con las analogasdel brillante discurso potico que lo carac-teriza. Sin embargo, si la tarea de OctavioPaz al completar los sealamientos de susmaestros con nuevos descubrimientos y atis-bos proyecta la obra de sor Juana en unadimensin ms plena y profunda, Paz tocamuy escasamente aspectos fundamentales,radicales, diramos, del contexto cultural de

    sor Juana, como ese inmenso paraje de lacultura occidental que es la obra de Tomsde Aquino. Y sucede que de la adecuada oinadecuada ponderacin de las bases tomis-tas de la obra de sor Juana depende un sin-nmero de conclusiones y afirmaciones deOctavio Paz que muchas veces s, pero aveces no, responden a la realidad literariadel Primero sueo. Y as como despus deLas trampas de la fe, tanto en Mxico comoen otros pases, la crtica sorjuanina ha deja-do de repetir viejos lugares comunes sobresu vida y su obra, teidos de romanticismo,beatera o psicologismo, tambin hace faltasometer a un detenido e implacable examenesta obra de Paz para poder internarnoscada vez ms y de manera ms cierta en lasavia y las races del Primero sueo. El librode Alejandro Soriano nos demuestra hastaqu punto no todo estaba dicho sobre elPrimero sueo, como algunos queran hacercreer. El sondeo que Soriano realiza de losmuy diversos supuestos de las metforas desor Juana, su precisin de los alcancesfilosficos y semnticos de sus muchos sm-bolos, la delimitacin de cada una de lascategoras aristotlico-tomistas que descubreen el cliz de los ptalos poticos, nos brin-dan un perfume ms definido del Primerosueo del que emana de muchos respetablescomentaristas sorjuaninos que prefierenglosar las afirmaciones de Paz que desplegarlos misterios radicales del poema. El estudiocontextual de una obra de gran envergadu-ra, como sta de sor Juana, es ms vasto delo que pudiera imaginarse, y no tenemosnunca debemos! cruzarnos de brazos yno ver ms que la cena de las cenizas des-pus del espectculo deslumbrante. Antesque la crtica, fue el poema.

    Sobre el carcter verdadero o engaosode El sueo de sor Juana, por ejemplo,

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    omos una y cien veces, que el Primero sue-o es un poema del desengao barroco.Nada ms parcial sobre este gran poema, ycoincido enteramente con los largos ymeticulosos pasajes que Alejandro Sorianodedica al problema del supuesto desen-gao del alma en El sueo. Ms an, conrespecto al mismo contexto de sor Juana eslimitada la casustica del desengao en rela-cin con la amplitud de motivos y resortesde ese gran universo del barroco, un estilo yun pensamiento optimista si los hay, aldecir de Otis Green, y que se abre al mundoen crecimiento; escptico, s, pero entusias-ta, lleno de curiosidad y de esperanza. Ale-jandro Soriano se pregunta como punto departida: Dnde reside el fracaso del al-ma?, en referencia a la afirmacin de Pazde que El sueo es la historia de una derro-ta. Y procede puntualmente a desnudar lalectura del poema de los prejuicios didas-clicos con que se desva el recto sentido delpoema. Soriano precisa: el entendimientohumano no es deficiente sino que posee supropia perfeccin humana. Slo tienelmites, con lo que el Primero sueo es unpoema sobre los lmites del saber humano.Y no slo Octavio Paz es rebatido en unpormenorizado examen de las connota-ciones de las metforas sorjuaninas sino, depaso, toda una secuela crtica que ha toma-do por verdad incuestionable lo que final-mente resulta ser una lectura parcial y msbien forzada. Es magistral el captulo queOtis Green dedica al problema del optimis-mo-pesimismo en el barroco en el tomocuarto de su gran obra Espaa y la tradicinoccidental. Ah podemos encontrar un sin-nmero de referencias que apoyan la rectacomprensin de El sueo de sor Juana comoun poema bsicamente optimista, que es laposicin de Alejandro Soriano y la que yo

    comparto. Y si Soriano accede a esta con-clusin despus de un anlisis del discursopotico-filosfico de sor Juana, Otis Greensustenta dicha conclusin ofrecindonosuna gama de citas de autores espaoles delRenacimiento y del barroco a la vista de lascuales sostiene que, para los barrocos his-pnicos, el fraude es obra del hombre, node Dios y que esta idea, tan vieja como elcristianismo, no se tambale en el barrocoespaol: la esperanza no ha muerto.Prosigue asentando que la esperanza notiene ms alternativa que la desesperacin, yque sta es el pecado ms grave que puedecometer un creyente catlico. El mismoGracin, catalogado como el pesimista porexcelencia, justifica las vueltas de la Fortunacomo alternativas de una justsima provi-dencia. El pesim ismo surge ante losequvocos humanos. As en san Pablo comoen Nieremberg, quien condena la futilidadde los hombres mundanos, pero no de loshombres a secas. Entonces, concluye OtisGreen, En las obras que presentan la vidacomo un sueo, o como una comedia o unteatro, se ve, ms que un desfogue de pesi-mismo, la sensacin de que la realidad estseparada de nosotros por el mundo de losfenmenos.2 Creo sinceramente queGeorgina Sabat de Rivers dio en el clavo enun ensayo suyo de 1969,3 cuando afirmque el Primero sueo no slo ensea a bienmorir, sino tambin a bien vivir, comple-mentando con esta certsima observacin, ala que llama el magisterio del sueo, elclebre ensayo de Jos Gaos en el que el

    2. Espaa y la tradicin occidental, Madrid, Gredos,1969 (BRH), vol. 4, pp. 29-36.

    3. A propsito de sor Juana Ins de la Cruz: tradicinpotica del tema sueo en Espaa, en MLN, 1969, 84, 2,p. 195.

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    filsofo hermana el poema de sor Juana conel drama de Caldern. No es un sueoengaoso el de sor Juana, no, pues no tienela naturaleza ebrnea, opaca, de aquellossueos que los petrarquistas vean en vanode su amada ausente. El sueo de sor Juanaes el sueo del hombre, de todos los hom-bres, en trayectoria tenaz hacia la verdad yel bien. Fcil sera decir que no hay tal ver-dad ni bien y que, por tanto, los que a ellotienden se engaan, pero subyace en esaafirmacin una buena dosis de nihilismo, sino es que de farisesmo. El alma de sorJuana tiene un sueo verdadero, uno quevislumbra a travs de la puerta translcida,hecha de cuerno pulido, la trascendencia delhombre mismo a pesar de todas sus limita-ciones y con todos sus despertares, los quepor cierto son tan anticlimticos con respec-to a los bellos sueos como reconfortantesante los malos. El despertar de sor Juanaest lleno de luz y certidumbre cuando sualma en sueo tocaba sirtes. Si Jos Gaos noobserv esto fue porque estaba muy ocupa-do haciendo otros sealamientos igualmenteimportantes, pero que no eran todos lossealamientos posibles. La naturaleza de lacrtica no consiste en abarcar todas las lec-turas de una sola vez como quien tapa el solcon un dedo. El papel de la crtica es ofreceruna lectura coherente y abierta a otras lec-turas plausibles. El gran maestro segura-mente estara de acuerdo con esto, as queresulta absurdo interponerlo como obstcu-lo insalvable al sano ejercicio de la crtica.Valgan estos captulos de Alejandro Sorianopara reafirmar, a partir de la semnticapropia del poema y del contexto del pensa-miento escolstico en el que aquel se inserta,que la vieja filosofa tena ms rasgos mo-dernos de lo que sospecharamos si nos atu-visemos a una ptica superficial.

    Observaciones tan sutiles y sagaces denuestro autor, como la de que ni OctavioPaz ni Sergio Fernndez incluyen el ama-necer como parte de la alegora del poema,con lo que aqulla queda incompleta en susinterpretaciones, nos iluminan ese rincnque permaneca en penumbra cuando lea-mos subyugados, por ejemplo, el brillantediscurso de Paz; rincn oscuro o mbito delsignificado potico que por sus fueros, ytambin gracias a Alejandro Soriano, vieneahora a completarnos el sentido del Primerosueo. El amanecer es salida del engao delsoar, pero no decepcin, ni mucho menosdesesperacin. Es acceso a la certidumbre ycspide del ser humano, plenitud de todaslas potencias y, entre ellas, la del librealbedro; conciencia de las propias limita-ciones pero certeza de estar en el caminocorrecto. Esto es, nada menos, la perfeccindable al ser humano. Una perfeccin cir-cunscrita, asimtrica, poblada de anomalascomo esta extravagancia del soar. Es recon-fortante, an ms, realmente estimulantever cmo los derroteros de la mejor crticavienen a confluir en una visin ms clara delpoema de sor Juana. Queda ya muy lejos elpsicodrama que la crtica nos pintaba deuna sor Juana renunciante que sacrifica elmundo de las letras como acto de contri-cin religiosa. Y lo excitante es que no slologramos dar este gran paso a travs delanlisis contextual del momento en quevivi sor Juana, de las circunstancias querodearon los ltimos aos de su vida, de lostextos documentales que arrojan luz sobrelos motivos de esta rara mujer, sino tambinpor medio del examen riguroso de las met-foras que componen su obra.

    Otra cuestin fundamental es la de lamstica en relacin tanto con el Primerosueo como con la propia existencia de sor

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    Juana. Sobre esto hay todava mucho quedecir. Hasta la obra de Octavio Paz o pocoantes, habamos estado en el terreno de lacrtica sorjuanina ante una imagen ms biendistorsionada de ella como mstica, imagenque por cierto persiste en pases fuera delnuestro en los que sor Juana slo es superfi-cialmente considerada, en mbitos acadmi-cos, como una escritora de la ndole de san-ta Teresa. Era la visin de Ezequiel Chvez,la que ahora pretenden seguir sosteniendoalgunos a pesar del camino recorrido desdeLas trampas de la fe. Alejandro Soriano con-tribuye enormemente al esclarecimiento dela relacin de sor Juana con la mstica. Suscaptulos dedicados al carcter metafsicodel vuelo del alma son un dechado de rigoranaltico. En ellos desmenuza las imgenespoticas a la luz del pensamiento escolsticoy coincide, con Paz, en la naturaleza filos-fica del trayecto intelectual de que somostestigos en El sueo. Y la relevancia de estospasajes de la obra de Alejandro Soriano noslo se debe a esta capital especificacinsobre el poema sorjuanino, sino que en ellacoincide con los mejores crticos que lepreceden, entre los que tambin se encuen-tra Octavio Paz. Es decir que la obra de Ale-jandro Soriano no es una mera contestacina Las trampas de la fe, sino una crtica sin-cera que toma al poema como eje rector yque coincide con la crtica de Paz en muydiversas ocasiones, lo que nos demuestra ygarantiza el afn de Soriano por llegar a lalectura ms plausible en bien de todos losinteresados. Otra cosa sera ser ms enemigode Platn que amigo de la verdad, lo que estan suplantador de la verdad como el sermuy amigo de Platn. El vuelo del alma enEl sueo es slo mstico en cuanto a laintencin, nos dice Alejandro Soriano, nohay una experiencia mstica real como la de

    san Juan o santa Teresa sino mental. En esaexperiencia intelectual, dira yo, ahora sdistancindome de Las trampas, la ver-dadera cspide es el propio intelecto agente,como pice del hombre hacia Dios, y noprecisamente las esferas supralunares queCosmiel muestra a Teodidacto en el Iterextaticum de Kircher. Cuando volv los ojosde nuevo al poema despus de leer Lastrampas no encontr ms planetas que laTierra dormida y en sombras, ni ms astrosque las intelectuales y claras estrellasen slo un verso de todo el poema. En cam-bio s vi, como Alejandro, interiorizacin,autoconciencia del alma, cumbre de supropio vuelo. Es por eso que resulta centralel problema de la centella del alma. Estoyplenamente de acuerdo en esto con Soriano;desde hace ya un buen tiempo me percatde que la crtica sorjuanina no haba tocadocon suficiencia esta cuestin fundamental.En efecto, el alma no es centella comopretende Paz, sino que contempla la cen-tella. Por medio de ella y participada deAlto Ser, le es dable ver a la Divinidadcomo uno ve al Otro. sta es la proposicinde santo Toms en la Summa, y a la que seadhiere sor Juana. El alma participa de Diospero no es Dios: diferencia abismal con laperspectiva emanatista de la heterodoxia yresultado decantado de la inmensa labor dedepuracin que santo Toms realiz en elsiglo XIII de la herencia platonizada de lostextos aristotlicos.

    Sigamos con otras afirmaciones cues-tionables de ciertos comentaristas: la sorJuana cartesiana, por ejemplo. Este curiosoafn lo veo muy emparentado con posturasms bien liberales en torno a la cultura me-xicana, en las cuales la revolucin de Inde-pendencia es una especie de eje hacia el cualy desde el cual gira toda la historia de nues-

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    tro pas. A ese vrtice ira, pues, a parar elinters cientfico de sor Juana, su obser-vacin pragmtica de la naturaleza y sucuriosidad experimental. Es decir que antesde Descartes no haba ms ciencia que larecitacin de los libros heredados ni msprctica que la sangra con sanguijuelas.Pobre escolstica, cuyos esfuerzos y sudoresen mil laboratorios tanto del Viejo como delNuevo Mundo no podan encontrar msque el error! Hasta que de pronto se hizo laluz y la razn nos puso en el camino correc-to. Entonces sor Juana no puede menos queparticipar de un racionalismo de tipo carte-siano, pues lo que nos narra acerca de susobservaciones y experiencias en la Respuestaa sor Filotea no tiene nada que ver con laaproximacin escolstica al conocimiento.Ejemplos de mixtificacin, como ste, sonfrecuentes al tratarse de personajes tan sin-gulares como nuestra Juana. Hay quienes lahan tildado de pagana, de hermetista, demanierista, de preilustrada, de mstica yhasta de lesbiana. A veces pienso que entretanto epteto, lo que se hace evidente es unanecesidad obsesiva de la crtica de postularaparentes tesis por medio de dichos eptetosy probarlas con unas cuantas analogasprendidas con alfileres. Y conste que no esporque yo niegue de plano que existan en laobra de sor Juana elementos de hermetismoo de manierismo o de mstica, sino que elproblema es, precisamente, la etiquetacinsin ms, que omite todo un complejo devinculacin entre ciertas caractersticas yotras; entre las circunstancias concretas querodean una produccin literaria y estamisma. El hermetismo, por ejemplo, es param ms bien hermenutica; el manierismo,slo un aspecto ms del barroco que ellacomparte y vive; el supuesto lesbianismo,simplemente petrarquismo potico. Sucede

    algo parecido con la pretendida modernidadde sor Juana. Creo, s, que Sigenza, suamigo, fue un preilustrado, como lo fueronotros sabios de su tiempo, pero hace falta unestudio detenido como el que emprendeAlejandro Soriano para establecer la diferen-cia entre la naturaleza quiditativa o escols-tica del conocimiento que propone sorJuana y no la propuesta perinotica delcartesianismo, que separa el mbito de la fedel mbito de la razn operacin clavedel racionalismo ilustrado. El racionalismoescolstico pas por diversas etapas a lolargo de su existencia. Ya en el siglo XIII elgran avance de determinadas ciencias, comoel de la ptica, evidenciaba que en el senode la escolstica haba un autntico interspor el comportamiento del mundo objetual.A mediados del siglo XVI, Petrus Ramus,desde Pars, haba difundido ampliamenteun nuevo racionalismo escolstico y anti-aristotlico basado en la observacin deluniverso. En el XVII, siglo de sor Juana,desde las primeras dcadas se dej sentir enlos crculos intelectuales de Europa la in-fluencia empirista del Novum organum deFrancis Bacon, cuya propuesta era precisa-mente la experimentacin. El racionalismode sor Juana va por estos caminos: perotambin tiene a Dios como fin ltimo detoda reflexin. Es una escolstica de nuevotipo. Pero esto no se puede percibir si nonos adentramos en la historia misma delracionalismo filosfico y si no distinguimos,como lo hace Alejandro Soriano en suesclarecedor captulo La deduccin, lasverdaderas implicaciones de su aproxi-macin cognoscitiva al mundo y a Dios.

    Es filsofa sor Juana? La pregunta tienefacetas y pienso, tambin, que este eptetopuede sumarse a la serie que mencion ante-riormente y que tiende a encajonar a sor

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    Juana en requisitos inventados por nuestraspropias necesidades reivindicativas. SorJuana es tan filsofa como lo fueron Queve-do o fray Lu is de Len. Su profundoconocimiento de la figura del mundo quepropone el tomismo aristotlico no la con-vierte en un Francisco Surez sino en unapoeta de primera lnea. No otro es el fin dela filosofa, que no slo es el tautolgico, eldel amor a la sabidura, sino el fin social dehacer de la vida de los hombres una vidaacorde a la verdad. Y la vida creativa de sorJuana lo fue siempre: sabia y atenta a losdictados de su inteligencia, pero no sujeta aldiscurso argumentativo-expositivo de lafilosofa. Cmo explicarse, si no, el gra-cioso desparpajo ideolgicamente conve-niente de poetas y dramaturgos cuandoconvierten al libre albedro o voluntad, enlugar de un acto en sentido estricto, comolo era para santo Toms, en una potenciadel alma acompaada del entendimiento yde la memoria? Los resortes culturales sue-len trastocar las categoras filosficas cuandolos poetas las alegorizan. En esta metamor-fosis se desdibujan los lmites y distincionesque traza cu idadosamente el filsofo,porque de lo que se trata es de persuadir pormedio de una representacin figurativa. Unfilsofo de tomo a lomo escribira un trata-do sobre el asunto. Pero los poetas hacenpoesa. Sus instrumentos son la polisemia yla imaginacin formativa, no el rigor analti-co ni la sntesis expositiva. Es menos lapoesa por ello? sa sera una nueva impos-tura. Pienso entonces que cierta crtica suelecaer en un reflejo especular de sus propiasintenciones, lo que la aleja de una inter-pretacin ajustada de la obra que examina.Como el reflejo en abismo de Las Meninasde Velzquez, hay crticos que se pintanpintando el cuadro al infinito. Es reparador,

    entonces, un estudio como el de AlejandroSoriano para hacernos conscientes de quetoda la filosofa de sor Juana est contenida,cifrada en sus imgenes y alusiones, y deque la filosofa es para ella enraizamiento desu obra, humus o sustrato del portentosodespliegue que llamamos poesa. AlejandroSoriano nos lleva as de la mano por lassoterradas bases tomistas del Primero sueo,identificando ramificaciones y vericuetospara revelarnos la verdadera ndole de lasavia nutriente de sus metforas y para quepodamos encontrarnos, en el recodo final,con el poema en luz.

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    Los gremios de plateros yde batihojas en la ciudad de Quito

    (siglo XVIII)de Gloria M. Garzn Montenegro

    y Jess Paniagua Prez

    Mxico, Universidad Nacional Autnoma de Mxico,

    Instituto de Investigaciones Estticas,

    2000 (Monografas de Arte, 26)

    porJORGE ZEPEDA

    Como primera parte de una extensa investi-gacin sobre la orfebrera en la ciudad deQuito, este volumen rene diversos datoshistricos y sociales que intentan aproxi-marse a las circunstancias que rodearon ycondicionaron en ms de una forma laactividad de los gremios de plateros y bati-hojas en el siglo XVIII.

    En el primer captulo (Los plateros

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    quiteos en los siglos XVI y XVII) se desa-rrolla la exposicin pormenorizada de losescasos antecedentes disponibles en torno aeste oficio en los siglos precedentes, puntode partida para contextualizar la trayectoriade dichos grupos de artesanos a lo largo delperiodo examinado.

    El segundo captulo, Quito en el sigloXVIII, traza un panorama de los distintosfactores que configuraron la historia de lalocalidad a lo largo de la centuria, y cuyosrasgos ms sobresalientes son la inesta-bilidad administrativa por los cambios deadscripcin, ya como parte del virreinatode Lima o del intermitente virreinato de laNueva Granda, hasta su reduccin territo-rial, en 1803; fluctuacin demogrfica contendencia a la baja debido a crisis econmi-cas, epidemias y catstrofes naturales, entreotros; actividad econmica reducida porcarencias de circulante; revueltas popularesen respuesta a las reformas impositivas bor-bnicas; una clase clerical compuesta en sumayor parte por criollos, poseedores derecursos relativamente sanos de ah suimportancia como clientes sobresalientes delgremio de los orfebres; y una produccinartstica importante, a pesar de la crisiseconmica.

    Una consecuencia de centrar el estudiodel tema en el siglo XVIII es la posibilidad deapreciar los efectos de la puesta en prcticade las reformas borbnicas en materia fiscal,las cuales pusieron al descubierto que tantoplateros como batihojas se desempeabansin cumplir los lineamientos dispuestos porla corona. As lo hacen patente tambin losintentos que, segn los testimonios aporta-dos, por lo menos dos maestros platerosprotagonizaron por perpetuarse en los car-gos de control del gremio, como se muestraparadigmticamente en los casos de Jos

    Murillo y Xavier Ruiz, que evidencian elchoque de intereses a su interior y los pro-blemas de jurisdiccin sobre nombramien-tos de tal naturaleza entre el cabildo quite-o, por una parte, y la Audiencia y el virrey.La historia de la cofrada correspondiente,de san Eligio o san Eloy, tambin atestigupugnas semejantes, centradas en el manejode los recursos destinados al cumplimientode las fiestas religiosas y las devocionesdebidas al patrono del gremio; en ellas des-taca la rivalidad de los grupos encabezadospor Jos Murillo y Jos Albn y Palis, res-pectivamente.

    El captulo Los plateros y los batiho-jas da cuenta de la organizacin jerrquicadel gremio y de los mecanismos del ascenso,requisitos mediante los cuales un oficial lle-gaba a independizarse y a establecer su propiotaller y tienda. La distribucin de algunosde dichos sitios segn un plano de 1725 (p.136) permite percibir la ausencia de todoslos establecimientos de la calle que reciba elnombre del gremio, un efecto ms de la cri-sis econmica de la ciudad, y de los ele-vados costos de adquisicin de inmueblesen dicha rea, inaccesibles para un artesano.Como en todos los apartados descritos, el es-tudio de casos particulares posibilita el co-nocimiento de la dinmica interna delgremio.

    El oro y la plata expone la escasez deorfebrera con respecto a las piezas inven-tariadas en la poca colonial, debido amomentos muy precisos de la historia de laciudad, que provocaron prdidas y desapari-ciones, como la Independencia, la expulsinde los jesuitas y la Ley de Cultos de 1904. Aello debe sumarse la frecuente prctica defundir piezas viejas para obtener otras, ca-racterstica del sector eclesistico. Se apre-cian, tambin, otros aspectos de la ilegalidad

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    extendida dentro del gremio, puesto que lamayor parte de los metales trabajadoscarecan de las marcas correspondientes alquinto y, por tanto, evadan al fisco. Conse-cuencia lgica de lo anterior era la falta,asimismo, de la marca del orfebre, lo cualdificulta el estudio estilstico de la plateraque los autores realizan en el captulo Laevolucin formal de la platera quitea. Noobstante, se ofrece en l un esbozo introduc-torio y panormico de la influencia pre-dominante del barroco sobre el rococ de-corativo y el neoclasicismo, tendenciasdesarrolladas a lo largo de esta etapa. Cie-rran el apartado los estudios descriptivos ycontextuales de las piezas cuyo autor ha sidoidentificado, todas ellas de carcter eclesis-tico, rasgo que los investigadores atribuyena que la autoridad civil no actuara legal-mente a pesar de tratarse tambin, en lamayora de los casos, de metal que habaevadido sus disposiciones tributarias. Acom-paan a esta breve panormica fotografasen blanco y negro de las piezas susodichas,as como un conjunto de 16 reproduccionesfotogrficas ms, todas ellas eclesisticas. Enresumen, un significativo balance de la pro-duccin de los orfebres quiteos.

    El ltimo captulo corresponde a lanmina anotada de plateros y batihojasordenada alfabticamente, que rene bajocada entrada el total de la informacindisponible hasta el momento sobre cadauno de los artesanos identificados, los maes-tros plateros y sus respectivos oficiales.

    Cierra el volumen el apndice quereproduce las Ordenanzas de Guatemala(1781), documento que rega la actividad delgrem io platero en todos sus aspectos,adems del reglamento decretado por laAudiencia en 1779, efectivo sobre la juris-diccin de Quito.

    Es de gran mrito la labor desarrolladapor los autores, pues la investigacin docu-mental en el mbito hispnico suele toparsecon la carencia de fuentes merced a circuns-tancias sociales e histricas muy particu-lares, a la dispersin de documentos y testi-monios, o a la imposibilidad de acceso aciertos archivos o colecciones. El textoreseado no estuvo libre de dichos obstcu-los, mas resulta gratificante el empeo porreconstruir, as sea fragmentariamente, lanmina de los maestros mayores del gremio,la de los mayordomos de la cofrada, o anms all, la de los oficiales integrantes deltaller de cierto maestro en un momentoparticular por medios indirectos (pp. 131-134). Si la tarea del historiador puede aspirarslo a ofrecer aproximaciones parciales arealidades pretritas, los autores han logradoobtener el mximo beneficio posible a partirde los recursos y la informacin disponiblesa su empeo.

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    El imaginariode Luis Mrquez

    Alquimia, ao 4, nm. 10, septiembre-diciembre de 2000

    porFAUSTO RAMREZ

    Fiel a sus tareas de conservacin y rescate delos acervos que tiene bajo su custodia, elInstituto de Investigaciones Estticas (Uni-versidad Nacional Autnoma de Mxico) hallevado a cabo, en el transcurso de los lti-mos dos aos, un par de empresas por

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    dems interesantes relacionadas con el acer-vo fotogrfico de Luis Mrquez Romay,depositado en las bvedas de su ArchivoFotogrfico Manuel Toussaint.

    La primera de ellas fue la exposicinorganizada por Louise Noelle y LourdesCruz, formada por una seleccin de lasfotos que de la ciudad de Mxico y su arqui-tectura fue haciendo Mrquez a lo largo delos aos. La exposicin, titulada Una ciu-dad imaginaria. Arquitectura mexicana de lossiglos XIX y XX en fotografas de Luis Mrquez,se present en diciembre de 1999 y tuvo porsede el as llamado Museo de Arquitectura,sito en el Palacio de Bellas Artes. Se publicun bello catlogo, y es a ste al que quierohacer primero una breve referencia. Marca-da por el signo de la nostalgia por una ciu-dad ordenada y armoniosa, la de mediadosdel siglo XX, todava no devorada por elcrecimiento anrquico y desmesurado quehabra de padecer en los decenios posterio-res, la seleccin que las curadoras nos ofre-cen est constituida por un conjunto deimgenes de edificios de pulcra geometra,en calles extraamente deshabitadas, o ape-nas transitadas acaso por contados peatonesy vehculos. En este despoblamiento urba-no, Mrquez se nos antoja el heredero tar-do de una tradicin tpicamente simbolista,fundada en Mxico a principios del siglo XXen los leos de Germn Gedovius y sus dis-cpulos y que se confirma en los cuadrostempranos pintados en Europa por DiegoRivera y por Roberto Montenegro, o en losde Francisco Goitia durante su estanciabarcelonesa. Varios otros ejemplos pictri-cos podran aducirse para corroborar lo di-cho. Pero lo importante aqu es sealar lasposibles races del imaginario de Luis Mr-quez en algunas de las propuestas iconogr-ficas de los modernistas. Y esto sin olvidar

    que la fotografa arquitectnica de aquellosmismos aos se caracterizaba igualmentepor la ausencia, absoluta o casi, de presen-cias humanas vivas: pienso, por supuesto, enlas bien conocidas visiones fotogrficas deGuillermo Kahlo.

    Ahora el Instituto de InvestigacionesEstticas, en coordinacin con el SistemaNacional de Fototecas del Instituto Na-cional de Antropologa e Historia, ha vueltoa hurgar en el rico acervo de los negativosde Mrquez para proponernos otra versinde su labor fotogrfica. El resultado es elnmero 10 de la revista Alquimia, cuya pre-sentacin nos rene esta noche. Porinvitacin del editor de la revista, JosAntonio Rodrguez, fungi de editor invita-do Ernesto Pealoza, encargado de la colec-cin Mrquez, junto con Adriana Roldn.El propsito de los editores era el de ofrecer,en lo posible, facetas variadas del imagi-nario de Mrquez, que acaso vinieran aromper con el calificativo de folkloristaproverbialmente asociado a su figura. Uncalificativo que, hay que decirlo, el propiofotgrafo se gan a pulso. Basta pensar en lainmensa coleccin de trajes regionales, unosautnticos y otros deformados o fabricadosa la medida de sus deseos, que con unaobsesin casi manitica fue acumulando a lolargo de varias dcadas. O bien, en los doslibros que renen sendas selecciones de sustrabajos fotogrficos con el objeto de docu-mentar usos y tradiciones del pueblomexicano. Me refiero, por supuesto, a Fol-klore mexicano, de 1950, y a El Mxico deLuis Mrquez, de 1978.

    En un texto ejemplar, dentro de la bre-vedad exigida por los editores, Laura Gon-zlez cuestiona la falsa nocin de la trans-parencia de la clsica foto marqueciana, queha llevado a su calificacin proverbial como

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    uno de los artistas reveladores de la realidadnacional. Mrquez no revela sin ms unassupuestas esencias nacionales con su talen-to escnico y fotogrfico: construye unimaginario propio, conforme a ciertos pre-supuestos ideolgicos, mediante el cualcomunicaba su versin muy personal delMxico de la posrevolucin a un pblicoigualmente vido de nutrirse de una imagenheroica y reverenciable.

    Jos Antonio Rodrguez lo expresa muybien en su texto introductorio:

    l fue un creador que pona los signosen juego, no importando qu tanto secomplementaban o se rechazaban entres. Es ms, si no haba una concordanciaentre stos no importaba porque enesencia lo que Luis Mrquez queraofrecer era su propia versin de loshechos, o sea, sus obsesiones, esto es, supropio imaginario Y s, lo mismo enuna puesta en escena [...] que en lapuesta en cuadro [...], l ira creando suconcepcin de lo que Mxico deba ser,su ideal escenogrfico, ficticio, sobre lanacin (p. 4).

    Nunca se subrayar lo suficiente, a mi mo-do de ver, la relacin familiar de Mrquezcon el teatro y su ambicin perennementefrustrada de convertirse en cineasta. Dealguna manera, esto queda sealado en lostextos de Deborah Dorotinsky, FranciscoMontellano y Aurelio de los Reyes, inclui-dos en la revista. Es evidente, en Mrquez,una urgencia por la comunicacin narrativay dramtica, una obsesin por la puesta enescena que le llevaba a convertir casi todopaisaje en locacin, para poblarlo deactores que escenificaban, con sus posesmuy bien meditadas, un cuadro esttico de

    gran intensidad dramtica o de densa cargametafrica. Todos los recursos fotogrficosestaban al servicio de semejante concepcin.

    Lo que yo quiero hacer aqu esta nochees poner a la consideracin de ustedes otroelemento formativo en la esttica visual deMrquez, que vino a complementar suspropensiones histrinicas. Tengo para mque su visin de Mxico arraiga profunda-mente en la que los modernistas pusieronen boga en el periodo de entresiglos. Si seha repetido hasta el cansancio que las can-ciones de Agustn Lara representan unadivulgacin de la potica modernista parasatisfacer las demandas expresivas y senti-mentales de la cultura de masas; si el magn-fico sentido ornamental del diseo queposey Ernesto Garca Cabral le permiticonvertirse en uno de los ms popularesartistas grficos hasta ms all del mediosiglo XX, por qu no plantear la hiptesis deque el ind iscutible protagonismo deMrquez en el campo de la fotografanacionalista, que tanta repercusin tuvodurante aquellas mismas dcadas, tienemucho que ver con la persistencia, en suobra, de los presupuestos estticos simbolis-tas y decorativos que el modernismo pusoen circulacin al inicio del siglo XX?

    La estilizacin casi dancstica de las pos-turas que hace adoptar a sus modelos, porejemplo, no slo tiene que ver con el nfasismmico del cine mudo (en cuya poca deapogeo Mrquez inici sus tareas comofotgrafo) sino, mucho tambin, con lasposes estudiadas y exquisitas, rayanas en elamaneram iento, que los pintores mo-dernistas exigan de sus modelos. Basta pen-sar en Saturnino Herrn, por ejemplo, y enlas acciones tensas o lnguidas, con ecosmiguelangelescos, que adjudic a sus fi-guras. Tambin Herrn supo gozarse en la

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    belleza del cuerpo humano desnudo, yafemenino (como lo hicieron los escultoresde entresiglos y otros pintores), ya masculi-no (con una muy particular sensualidad,como tambin lo hizo ngel Zrraga y, porsupuesto, Mrquez). La gracia adolescente yuna cierta fragilidad andrgina se hallantanto en Herrn como en la famosa serie dedesnudos masculinos que Mrquez ejecut,y que Jos Antonio Rodrguez dio a conocerparcialmente en la revista Luna Crnea(Mrquez: Un universo idlico, en LunaCrnea, enero-abril de 1997, nm. 11).Alquimia incluye algunas imgenes, sobretodo unos esplndidos desnudos femeninos,entre los cuales hallo algunos afines a losque de Nahui Ollin tom Antonio Gar-duo (un artista, no lo olvidemos, que coin-cidi en las aulas de la Escuela Nacional deBellas Artes con Herrn, igual que AlbertoGarduo). Y, por cierto, en la relectura deMrquez que en Alquimia se hace, echo demenos un estudio puntual de sus tareasinaugurales como fotgrafo profesional enlos aos 20, y sus posibles relaciones conotros practicantes de algunas formas depictorialismo en Mxico.

    Alquimia publica un desnudo femeni-no, de inspiracin casi caligrfica, donde lamujer con el cuerpo en tensin extremasostiene con ambas manos una calavera (p.4). Aqu la semejanza con Ruelas es evi-dente, y evoca una de las siniestras letrascapitulares que ornaban las planas de laRevista Moderna. Por lo dems, la aso-ciacin mujer-eros-muerte es uno de lostpicos ms socorridos del pasado entresi-glos artstico.

    Entre las imgenes ms sorprendentesque ahora se publican, est la de la pgina18, dentro del fascinante artculo en queItala Schmelz rescata la participacin de

    Mrquez en la Exposicin Mundial deNueva York, en 1939-1940. La usual pres-tancia de la modelo vestida de tehuana queMrquez pase por las instalaciones ferialesparece competir aqu con la ferocidad de unlen decorativo, de antiguo linaje babilni-co, configurndose as una asociacin mu-jer-fiera de larga tradicin simbolista: estafemme fatale del trpico, cada como por en-salmo en Queens, se nos antoja una versinactualizada de las esfinges y mujeres leopar-dos y tigresas que pululan en los cuadros,dibujos y grabados del fin de siglo. La delibe-rada mezcolanza de lo antiguo y lo moderno,de la fuerza de las tradiciones vernculas y lospoderes de la invencin tecnolgica, queimpregna como un leitmotif sta y las demsfotos hechas por Mrquez en la feria neo-yorquina remite, en alguna medida, a lanocin anloga del maridaje entre el norte yel sur continentales que Diego Rivera pin-tara unos meses despus en las instalacionesde otra gran feria mundial estadounidense, lade San Francisco en 1940 (The Golden GateInternational Exposition), en un fresco titu-lado La unin panamericana. Pese a laaparente contradiccin, conciencia de mo-dernidad y nacionalismo no representabanpolos antagnicos sino fenmenos comple-mentarios en el proceso de construccin delEstado, del que nuestro fotgrafo ofrece supropia interpretacin.

    Y esto nos lleva a uno de los nexos mssignificativos que encuentro entre la visinnacionalista de Mrquez y el modernismo.Conviene recordar aquellos cuadros dearreglo tan gustados en las primeras dosdcadas del siglo XX, con ejemplos memora-bles pintados por Herrn y por Gedovius:estudios de figuras rodeadas de elementosartesanales y/o arquitectnicos en que nues-tros pintores pretendan cifrar una supuesta

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    alma nacional, muy relacionada con laidea del mestizaje entonces en gran circula-cin. Cuando Mrquez hace posar a un ouna modelo de apariencia criolla o mes-tiza, o de fuertes rasgos indgenas, que sos-tiene en las manos una batea, una olla debarro, un sombrero de palma o un guaje,nos parece que est recreando, con los re-cursos fotogrficos, una composicin deevidente intencin metafrica, anloga a lade sus predecesores acadmicos. O bien,cuando procede a la petrificacin de losindgenas, como califica en su artculo De-borah Dorotinsky a ese gusto por entremez-clar lo etnolgico con la arqueologa y retra-tar a aqullos contra un fondo de pirmides(pp. 9-10), Mrquez no slo adapta procedi-mientos fotogrficos puestos en circulacinpor Charnay o por Gamio: tambin invocalo que tan bien supieron hacer Jorge Encisoy, sobre todo, Saturnino Herrn al yuxtapo-ner sus sinuosas figuras de adolescentes in-dios contra el fondo ptreo de alguna cle-bre escultura. Es cierto, a veces se percibe enMrquez un relativo grado de abstraccin,una simplificacin extrema de la puesta encuadro que, aunada al uso de enaltecedoresngulos en contrapicado, ubican estas piezasde modo inconfundible en la dcada de los20. Pero el propsito expresivo-ideolgicosubyacente, traducido en trminos estticos,remite sin duda a los paradigmas del moder-nismo. Acaso podra hablarse de un epimo-dernismo adaptado a la cultura de masas dela posrevolucin.

    En suma, el esfuerzo colectivo de repen-sar a Mrquez que estuvo detrs de estenmero de Alquimia representa un pasoimportante en el necesario proceso dedesmitificacin de su figura y de su obra, ypone en evidencia la opacidad ms que latransparencia semntica de aquel univer-

    so. Por otra parte, el catlogo de la exposi-cin Una ciudad imaginaria y algunas de lasreproducciones fotogrficas incluidas enAlquimia nos demuestran la variedad delimaginario del artista. Como todo acervoextenso de negativos, slo Dios sabe las sor-presas que el de Luis Mrquez nos puedadeparar en lo futuro.

    !

    La an-esttica de la arquitecturade Neil Leach

    Barcelona-Mxico, Gustavo Gili, 2001

    (Ttulo original: The Anaesthetics of Architecture,

    Cambridge, Massachusetts, MIT Press, 1999)

    porPETER KRIEGER

    Neil Leach, director del programa de arqui-tectura y teora crtica de la Universidad deNottingham, Gran Bretaa, public en1999 un libro sobre la virtualizacin y esteti-zacin de la arquitectura actual. Dos aosdespus, este ensayo de 144 pginas est enversin castellana. El gran pblico de lec-tores espaoles y latinoamericanos, interesa-dos en el anlisis de la arquitectura contem-pornea, tiene a su disposicin una hiptesisinteresante, aunque al elaborarse result unfracaso intelectual. Despus de leerlo pareceincomprensible que este texto haya podidoaprobar los dictmenes de dos reconocidascasas editoriales, MIT Press y Gustavo Gili.

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    El producto presentado por Leach es undesgaste intil de energa intelectual, papely tinta. No obstante, vale la pena researloporque sus errores son paradigmticos y sir-ven, ex negativo, para mejorar la calidad dela teora de arquitectura.

    La hiptesis del libro es simple, verificala disolucin de la esencia arquitectnicapor su comercializacin y virtualizacin. Alinicio de la argumentacin, Leach se basa enlos escritos ampliamente conocidos de JeanBaudrillard; este filsofo francs, quien a lolargo de su desarrollo intelectual en el mer-cado internacional de ideas se convirti enel telogo de la virtualizacin, diagnostic ladesaparicin de la cultura material en susfoto-copias y simulacros digitales. El resu-men de esta hiptesis, bastante conocida ycriticada, enmarca la argumentacin deLeach. No slo estructura el desarrollo deideas, sino tambin caracteriza involun-tariamente el concepto intelectual delautor: su libro es un montaje interminablede fotocopias de textos ya conocidos, inclu-so anacrnicos. As, retomar y refritear aBaudrillard es el hilo conductor del libro deLeach, y una confirmacin posterior delrefutable filsofo francs.

    Un recorrido por el montaje de ideassueltas demuestra la disciplina intelectual deLeach. Su mayor logro fue la invencin delttulo que en el original ingls anaesthe-tics combina anesttica y anestesia (p. 8).Tal proceso de abolicin de la arquitectura,que se reduce a un juego de formas vacas yseductoras (p. 9), est explicado en cincocaptulos. El primero, llamado La satura-cin de la imagen (pp. 13-35), reincide en ellamento por la prdida de los significadosculturales en los tiempos de la sobreproduc-cin de imgenes en un nivel global (pp. 16-18). Para ejemplificar la exgesis de Baudri-

    llard, Leach escoge el caso de Disneyland hi-perreal (p. 18), que sin duda es un paradig-ma de la cultura popular actual, pero tam-bin es uno de los clichs ms gastados en lacrtica, especialmente cuando falta una ar-gumentacin profunda e informada. Lo quehace falta para la comprensin del fenme-no es analizar las estrategias del imagenee-ring, que con alta profesionalidad desarro-llan los ingenieros de la manipulacin visualen los laboratorios del consorcio Disney.Tampoco Leach conoce el hecho de que al-gunos de los arquitectos ms exitosos cola-boran con el imperio virtual norteamerica-no: entre ellos no slo los posmodernistascnicos como Philip Johnson, Charles Moo-re y Stanley Tigerman, sino tambin el de-constructivista Frank Gehry, los vanguardis-tas Jean Nouvel y Arata Isozaki, aun elestalinista recin fallecido Aldo Rossi y elcomercialista Helmut Jahn. Esta informa-cin hubiera abierto otro camino hacia lainterpretacin de la arquitectura en este li-bro, de teora de arquitectura, que se hundeen un descontento nebuloso con la culturaactual posutpica-globalizadora.

    En lugar del necesario anlisis de la fun-cin comunicativa de una arquitectura ideo-logizada por los estrategas de la globa-lizacin, la parfrasis de Baudrillard cierracaminos epistemolgicos. Es evidente encada rengln del libro que el autor carece deconocimientos bsicos en la historia del artey de la cultura. En un intento por criticar laestetizacin como problemtica sociocultu-ral de la arquitectura no hace ms que ex-presar vagas preocupaciones, sin definir, demanera slida, el aparato terminolgico uti-lizado. Cules son, por ejemplo, los obje-tos de antiarte (p. 22), que menciona elautor? Una consulta a las memorias del XXIColoquio Internacional del Instituto de

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    Investigaciones Estticas, La abolicin delarte, le hubiera inspirado a comprometersecon mayor profundidad con su tema. En Laan-esttica de la arquitectura est ausentetoda capacidad de crear una argumentacinterica. Y en lugar de actualizarse con losmodelos deconstructivistas (Derrida) osistmicos (Niklas Luhmann) de inter-pretacin, Leach se basa en una segundamuleta, al lado de Baudrillard, en la crticaneomarxista de Frederic Jameson. Elretomar las tesis imprecisas y cuestionadasdel filsofo norteamericano sobre la sim-bolizacin poltica de formas artsticas, porfin (p. 27), lleva Leach a un subcaptulosobre la estetizacin de la arquitectura, esdecir al objeto de estudio.

    Sin embargo, como en todo el texto,Leach no logra ocultar su profunda ignoran-cia de la teora de la imagen cuando hablade la apariencia esttica de la arquitectura.Recurrir a la filosofa marxista de Henri Le-fbvre enfocado en la frase tan clara co-mo tonta: La imagen mata (p. 27) nocompensa la consulta de la amplia y elabo-rada investigacin en la iconografa polticade la arquitectura. Peor an, cuando Leachdecide criticar la arquitectura brutalista delos arquitectos britnicos Peter y AlisonSmithson, repite resmenes de treinta aosde crtica del funcionalismo (pp. 29-33) sinmencionar las fuentes y sin aadir algn as-pecto novedoso. Con su diccin polmicacontra otro representante ingls del funcio-nalismo arquitectnico, Denys Lasdun,Leach se acerca al nivel ideolgico del prn-cipe Carlos, desacreditado por su visin re-trospectiva y reaccionaria de la arquitecturaen el Reino Unido, publicado en 1989.

    En el segundo captulo, El arquitectocomo fascista (pp. 37-60), contina la ar-gumentacin sumamente banal. Tal ttulo

    sugiere un anlisis del concepto poltico delfascismo, y la relacin del arquitecto con unsistema de represin dictatorial. Sin embar-go, nada de la amplia investigacin esttica,histrica y sociolgica sobre las connotacio-nes polticas de la arquitectura en los reg-menes fascistas est presente en la mente delautor. l, otra vez, cita como testigoprincipal a Baudrillard; esta vez con la hi-ptesis de que la desemantizacin de la ar-quitectura se basa en el idealismo alemndel siglo XVIII y culmina en el pensamientode Nietzsche (p. 39). Una lectura de Lascartas sobre la educacin esttica del ser hu-mano de Friedrich Schiller, o de las actas delos coloquios internacionales sobre Nietzs-che y la arquitectura, le hubieran proporcio-nado criterios ms diferenciados a Leach, altratar una temtica controvertida y muy in-teresante. Dado que Leach prefiere utilizarpara su interpretacin las lecturas neomar-xistas, es un descuido no haberse referido alensayo clsico de Herbert Marcuse sobre elcarcter afirmativo de la cultura.

    Este segundo captulo evidencia, de ma-nera drstica y dolorosa, el fracaso intelec-tual del libro. Cuando Leach resume (pp.40-41) uno de los ensayos claves del siglo XXpara entender la poltica de la imagen, DasKunstwerk im Zeitalter seiner technischen Re-produzierbarkeit (La obra de arte en la edadde su reproductibilidad tcnica) de WalterBenjamin, es recomendable cerrar el librode Leach y abrir el de Benjamin. El ensayodel ao 1936 que termina con una reflexin,amarga y brillante, sobre la estetizacin de lapoltica en el fascismo, incluso ahora ayuda aentender la estrategia visual de la Guerra delGolfo del ao 1991, un ejemplo que Leachcita en su discurso (p. 48).

    La revisin, actualizacin y aplicacindel pensamiento de Benjamin al anlisis de

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    la arquitectura contempornea, sin embar-go, requiere cierto trabajo de reflexin.Aunque Leach glorifica a Benjamin (p. 42),no logra entrar al pensamiento complejo delpensador alemn. Los comentarios sobre elcarcter fascista de la arqu itectura yplaneacin urbana al fin del siglo XX (pp.52-53) permanecen en un nivel pre-acadmi-co o pre-intelectual. Como ha sucedido enfracasos parecidos de produccin terica enel campo de la arquitectura, tampoco faltaFoucault (pp. 57-58). La lcida tesis del fil-sofo francs sobre la poltica espacial de lacrcel de Bentham ya es elemento indis-pensable en muchos discursos crticos de laarquitectura. No obstante, Leach cometeotro error al abusar del resplandor de unagran teora para su arbitrario montaje defragmentos de pensamiento, lo que al finallo lleva a una queja tipo pber contra laobsesin esteticista de revistas y escuelas dearquitectura en la actualidad (p. 60).

    En el tercer captulo, La esttica de laembriaguez (pp. 61-92), Leach presentaexactamente esta misma seleccin de pensa-dores urbanos, que desde hace ms de vein-te aos no faltan en cualquier libro sobrecultura urbana. Tanto como el abuso poste-rior del pensamiento benjaminiano, una ci-ta del poeta Charles Baudelaire y del soci-logo Georg Simmel (pp. 63-65) sirven paraornamentar y ocultar cada debilidad intelec-tual de un autor contemporneo. Aqu, elprincipio de la fotocopia, que libera de lareflexin, est practicado en su plena conse-cuencia fatal. Slo puede ser superado por lainclusin narrativa de los episodios urbanosde Walter Benjamin bajo la influencia dehachs en Marsella (pp. 71-72). Todo el fon-do establecido y conocido del anlisis de lacultura metropolitana es utilizado por Leachpara hacer brillar su pensamiento pobre: el

    shock de la modernidad, que se expresa en laexperiencia de la fragmentacin visual en laciudad moderna, la mecanizacin y repro-duccin infinita que descubri Sigfried Kra-cauer (p. 73), hasta repetir la escena clavedel hombre en la masa en la novela de Ed-gar Allan Poe (p. 74), sin olvidar el tesorode acontecimientos citables escritos por Sig-mund Freud (p. 75), etctera. Es un catlo-go tpico de lecturas de un seminario de li-cenciatura sobre urbanidad y modernidad;pero no es un esfuerzo acadmico, es un na-me dropping vaco que se acumula hasta te-ner el tamao de un libro.

    En el subcaptulo Esttica y anestesia(p. 77) Leach ofrece una comparacin inte-resante para entender el efecto aniquiladorque sufre la arquitectura en la edad de lamediatizacin. Explica que los arquitectoscontemporneos fetichizan la imagen ef-mera, la membrana superficial (pp. 80-81)de los edificios tanto como en los anunciosespectaculares del consumismo acelerado.Sin embargo, una y otra vez el autor desa-provecha la oportunidad de un caminoepistemolgico creativo, actualizado y au-tnomo del saber popular establecido. Lasfotografas reproducidas de las campaaspublicitarias de las marcas Marlboro, Ba-card y Southern Comfort (pp. 82-87) hu-bieran servido para la interpretacin feno-menolgica del ambiente cultural del quela arquitectura contempornea tiene quedefenderse. Si el lector llega hasta aqu sinabortar el libro, por lo menos tiene a sudisposicin un material visual para la refle-xin ms all de los lmites intelectualesdel autor. Otros trabajos tericos, algunosde ellos publicados por MIT Press y Gusta-vo Gili, ya presentaron pensamientos esti-mulantes sobre las llamadas fachadas de in-formacin en la mayora pantallas

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    grandes para anuncios propuestas porJean Nouvel o Toyo Ito, y su efecto en lacultura arquitectnica.

    El penltimo captulo, La arquitecturade la pasarela (pp. 93-118), adems de repe-tir las dbiles ideas del autor, introduce elmovimiento situacionista alrededor del ar-tista Guy Debord, que contiene gran poten-cial reflexivo sobre el tema general de la an-esttica arquitectnica. Lo que Debord ytambin Constant (pp. 96-103) desarrolla-ron en el ambiente revolucionario de Parsen 1968, en la actualidad puede ser revitali-zado como crtica y prctica contra la cre-ciente contaminacin visual en las grandesciudades. En estos prrafos, el tono seudocrtico e izquierdista de Leach est tica-mente arru inado. Para qu sirvedespus de treinta aos la crtica con-tra el estudio de Robert Venturi (pp. 105-110) sobre Las Vegas, si no est revisado ba-jo la luz de la investigacin actual? No essuficiente slo acusar a Venturi de fortalecerla explotacin de capitalismo tardo; lamente independiente puede preguntarse,cules elementos analticos de Venturi, oqu tipo de documentacin es rescatable pa-ra el anlisis de la construccin visual de lamegalpolis actual con sus graves proble-mas? Re-lecturas no-lineales sirven ms querepeticiones de crticas fundamentalistas.Leach se contenta con lamentarse, de mane-ra por dems banal, sobre la omnipresentecultura de Las Vegas: Es un mundo planoy sin profundidad (p. 117).

    Agotado por tanta desesperacin con lalectura del libro, es casi imposible soportarel ltimo captulo, Seduccin, el ltimo re-fugio (pp. 119-144), que concluye la dbilargumentacin con otra exgesis de Baudri-llard, muy lejos del objeto de estudio, la ar-quitectura. En este ltimo paso de un abu-

    rrido camino por las 144 pginas, el autorutiliza la tesis equivocada de que la seduc-cin visual de la arquitectura nunca puedeser crtica (p. 132), para desprestigiar a suscolegas acadmicos de la escuela londinensede arquitectura. Casi es el tono de una sectafundamentalista que tiene prohibido perci-bir y crear imgenes, el que Leach usa paracriticar las tendencias arquitectnicas actua-les que se fijan en la superficie (p. 140); enlugar del complejo anlisis de este fenme-no, prevalece la reduccin moral al vitupe-rar el juego vaco y persuasivo de las apa-riencias, donde la crtica pierde su fuerza yla complacencia y la fascinacin se le ade-lantan (p. 143).

    Por qu vale la pena escribir esta crti-ca, y no slo esperar tranquilamente a quese disuelva el papel del libro La an-estticade la arquitectura?

    A pesar de los graves errores menciona-dos, este volumen por lo menos puede ins-pirar una re-lectura refrescante de los textosclsicos de Benjamin, Baudelaire, Simmel, eincluso Schiller. Atencin especial merecenlas contribuciones esenciales a la historia yteora de la imagen, como los escritos deErnst Gombrich, Erwin Panofsky, y recien-temente Horst Bredekamp.

    Adems, el libro tiene un alto valor edu-cativo para estudiantes y profesionales de lahistoria y teora de arquitectura: ensea c-mo no se debe construir una argumenta-cin. Concretamente, el anlisis de un dis-curso fracasado evoca la atencin al trabajoindispensable para cada investigador o crti-co, de cmo seleccionar, enfocar y prepararuna temtica acadmica. La adicin infinitade refritos en el texto aqu analizado de-muestra el riesgo de perderse en una red decitas o en un mar de fotocopias.

    Se puede aprender que la provocacin

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    Leach al inicio, con gran orgullo, anunciaque ha producido un trabajo polmicopara un ambiente cultural aburrido por supluralidad slo tiene efecto si cuenta conuna buena base y capacidad intelectual. Fi-nalmente, la unidimensionalidad argumen-

    tativa del autor verifica la exigencia acad-mica de que slo la contradiccin y la com-plejidad fortalecen un pensamiento. Si laelaboracin de un argumento incluye sucontraparte dialctica, resulta, al final, mssustentable. !