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PERSECUCIÓN RELIGIOSA EN ESPAÑA

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PERSECUCIÓN RELIGIOSA EN

ESPAÑA

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ANTICLERICALISMO En el s.XIX desamortización y guerras

carlistas Ya en la semana trágica (1909) quema de

iglesias 1931 quema organizada de conventos 1934 Revolución de Asturias voladura de

la catedral y matanza de sacerdotes Ambiente de inseguridad en 1936 La cuestión religiosa se consideraba el

mayor problema de la República

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Esta actitud sostenida durante los cinco años de la República y exacerbada en los últimos meses inmediatamente anteriores a la sublevación militar, hirió en lo más vivo los sentimientos de una gran parte del pueblo, tradicionalmente católico y que en la fe, en la doctrina y en la praxis católica encontraba las raíces y el sentido de su vivir, de su actuar y de su esperar. Se puede afirmar que ningún otro factor contribuyó tanto al enfrentamiento. El grito del periódico anarcosindicalista “Solidaridad Obrera”, el 16 de abril de 1936, “La Iglesia ha de ser aniquilada”, es suficientemente elocuente

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El colapso del sistema legal republicano y de poder estatal en los días siguientes a la sublevación militar del 18 de julio de 1936, junto a la decisión tomada de facilitar armamento a los civiles, facilitaron el estallido de la revolución popular durante la cual milicias y tribunales revolucionarios se hicieron rápidamente con el control de las ciudades, pueblos y aldeas de la zona republicana en sustitución del Gobierno, que no pudo reaccionar y recuperar la autoridad hasta varios meses más tarde.La Revolución fue acompañada en los primeros meses por una escalada de terror anticlerical que sólo entre el 18 y el 31 de julio, causó la muerte a 839 religiosos, prosiguiendo durante el mes de agosto con otras 2.055 víctimas, incluyendo a 10 de los 13 obispos asesinados en el total de la guerra, es decir, un 42% del total de víctimas registradas.

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• Los asesinatos de religiosos y la destrucción de edificios de culto sucedieron inmediatamente a las noticias de la insurrección sin que en ocasiones quedara claro que bando se haría con el control definitivo de la localidad. Así, el 20 de julio murieron frailes carmelitas en Barcelona, en medio del enfrentamiento entre un regimiento del Ejercito, que se hallaba atrincherado en el convento, con la milicias revolucionarias y las fuerzas de orden público leales a la República, mientras que en Sevilla las iglesias ardían la misma tarde del 18 de julio resultando muertos el párroco de la barriada obrera de San Jerónimo y un salesiano vestido de civil, cuyo cadáver fue arrojado a la iglesia en llamas de San Marcos.

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• La mayoría de las víctimas asesinadas fueron parte del clero masculino y por fusilamiento en los llamados paseos, nombre eufemístico con el que se conoció al procedimiento y aplicación arbitraria del asesinato político, sin ningún tipo de juicio o tribunal previo. A imagen de otros numerosos episodios de brutalidad en ambos bandos, hubo casos en que las víctimas sufrieron torturas y otros abusos antes de morir, como los casos de Carmen García Moyón, muerta tras ser quemada viva en Torrente el 30 de enero de 1937, Plácido García Gilabert, muerto tras sufrir mutilaciones el 16 de agosto de 1936 o Carlos Díaz, enterrado aún con vida en el cementerio de Agullent, siendo poco más tarde fusilado

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• Uno de los ejemplos más destacados entre los casos de la brutalidad revolucionaria durante el verano de 1936 aconteció en la diócesis de Barbastro, la de mayor mortandad del país entre sus miembros incardinados pues se causó la muerte a 123 de los140 sacerdotes, es decir, el 88% de sus miembros, incluyendo a su obispo, además de 51 frailes claretianos, 18 benedictinos y 9 escolapios, pero en la que no sufrió la misma suerte ninguna de las religiosas. En otras diócesis la proporción de religiosos asesinados alcanzó cifras considerables, como la de Lérida con el 66% de miembros ejecutados, Tortosa el 62%, Málaga al 48%, Menorca el 49%, Segorbe el 55% o la de Toledo, que perdió al 48% de los religiosos. En las grandes ciudades, los porcentajes relativos son inferiores, pero superan a muchas otras en términos absolutos: Madrid, con 334 sacerdotes fusilados, perdió al 30% de su comunidad religiosa, Barcelona al 22% con 279 muertos y Valencia al 27%, con 327 víctimas

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• Tras el sangriento mes de agosto del 1936, diversos dirigentes del bando republicano realizaron declaraciones justificando la violencia anticlerical desde la perspectiva política, considerando que la Iglesia se había posicionado ella misma, por su apoyo al bando sublevado, como parte beligerante de la contienda y por lo tanto, enemigo de la República. Aunque visibles desde los primeros días de la guerra en algunas unidades de combate como las de Navarra, para acompañar a los combatientes, los casos en la que los religiosos empuñaron armas fueron escasos y en circunstancias poco claras

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• La violencia en contra de la Iglesia Católica era asumida por los líderes obreros. Así, el líder del POUM, Andrés Nin, en un mitin llevado a cabo el 1 de agosto de 193630 proclamó que la "cuestión religiosa", a diferencia de la ineficaz legislación republicana "burguesa", había sido "resuelta" gracias a la acción revolucionaria de la clase obrera:

• La clase obrera ha resuelto el problema de la Iglesia, sencillamente no ha dejado en pie ni una siquiera [iglesias] (...) hemos suprimido sus sacerdotes, las iglesias y el culto.

• • Andrés Nin, La Vanguardia, 2/08/36.

Biblioteca de La Vanguardia• • Por su parte, en un artículo de opinión en

Solidaridad Obrera, el órgano de expresión de la CNT, del 15 de agosto de 1936, se comentaba los planes por moderar la revolución en algunos aspectos a excepción del conflicto con la Iglesia, ilustrando la intransigencia anticlerical de parte del movimiento revolucionario:31

• Los templos no servirán más para favorecer alcahueterías inmundas. Las antorchas del pueblo las han pulverizado (...) Las órdenes religiosas han de ser disueltas. Los obispos y cardenales han de ser fusilados. Y los bienes eclesiásticos han de ser expropiados.

• • Solidaridad Obrera, 15/08/3632

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• A partir de 1937, con la llegada a la presidencia del Consejo de Ministros de Largo Caballero y la formación de un Gobierno de unidad (el denominado Gobierno de la Victoria) que incorporó a un católico, representante del Partido Nacionalista Vasco, Manuel de Irujo, y ante la presión de la opinión pública internacional, se impuso paulatinamente el control gubernamental y los episodios de represión, de todo tipo, se hicieron más esporádicos y localizados, si bien asesinatos de sacerdotes, religiosos y laicos católicos continuaron teniendo lugar hasta el final de la guerra, con un breve repunte de violencia simultáneo a la retirada del Ejército Popular del frente de Cataluña hacia la frontera hispanofrancesa en el que resultaron muertos, entre otros elementos relevantes identificados con el bando franquista, el obispo de Teruel, Anselmo Polanco y Felipe Ripoll, vicario general de la misma diócesis, que fueron ejecutados el 7 de febrero de 1939 en Pont de Molins

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• Irujo, que fue ministro sin cartera de septiembre de 1936 a mayo de 1937 en los dos Gobiernos de Largo Caballero, y ministro de Justicia en de Negrín el 18 de mayo de 1937, fue el encargado del memorándum sobre la persecución religiosa presentado al Consejo de Ministros en el que se daba cuenta de la magnitud de lo acontecido:

• La situación de hecho de la Iglesia, a partir de julio pasado, en todo el territorio leal, excepto el vasco, es la siguiente:

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• a) Todos los altares, imágenes y objetos de culto, salvo muy contadas excepciones, han sido destruidos, los más con vilipendio.

• b) Todas las iglesias se han cerrado al culto, el cual ha quedado total y absolutamente suspendido.

• c) Una gran parte de los templos, en Cataluña con carácter de normalidad, se incendiaron.

• d) Los parques y organismos oficiales recibieron campanas, cálices, custodias, candelabros y otros objetos de culto, los han fundido y aun han aprovechado para la guerra o para fines industriales sus materiales.

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• e) En las iglesias han sido instalados depósitos de todas clases, mercados, garajes, cuadras, cuarteles, refugios y otros modos de ocupación diversos, llevando a cabo -los organismos oficiales los han ocupado en su edificación obras de carácter permanente.

• f) Todos los conventos han sido desalojados y suspendida la vida religiosa en los mismos. Sus edificios, objetos de culto y bienes de todas clases fueron incendiados, saqueados, ocupados y derruidos.

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• g) Sacerdotes y religiosos han sido detenidos, sometidos a prisión y fusilados sin formación de causa por miles, hechos que, si bien amenguados, continúan aún, no tan sólo en la población rural, donde se les ha dado caza y muerte de modo salvaje, sino en las poblaciones. Madrid y Barcelona y las restantes grandes ciudades suman por cientos los presos en sus cárceles sin otra causa conocida que su carácter de sacerdote o religioso.

• h) Se ha llegado a la prohibición absoluta de retención privada de imágenes y objetos de culto. La policía que practica registros domiciliarios, buceando en el interior de las habitaciones, de vida íntima personal o familiar, destruye con escarnio y violencia imágenes, estampas, libros religiosos y cuanto con el culto se relaciona o lo recuerda

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• Destacó la actuación del embajador de Francia, Erik Labonne, protestante practicante y favorable a la causa republicana, quien el 16 de febrero de 1938 envió un extenso informe a su ministro de Asuntos Exteriores donde se atestigua el descrédito sufrido por el bando republicano como resultado de la violencia religiosa:

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• ¡Qué espectáculo!... desde hace cerca de dos años y después de afrentosas masacres en masa de miembros del clero, las iglesias siguen devastadas, vacías, abiertas a todos los vientos. Ningún cuidado, ningún culto. Nadie se atreve a aproximarse a ellas. En medio de calles bulliciosas o de parajes desiertos, los edificios religiosos parecen lugares pestíferos. Temor, desprecio o indiferencia, las miradas se desvían. Las casas de Cristo y sus heridas permanecen como símbolos permanentes de la venganza y del odio. En las calles, ningún hábito religioso, ningún servidor de la Iglesia, ni secular ni regular. Todos los conventos han sufrido la misma suerte. Monjes, hermanas, frailes, todos han desaparecido. Muchos murieron de muerte violenta. Muchos pudieron pasar a Francia gracias a los meritorios esfuerzos de nuestros cónsules, puerto de gracia y aspiración de refugio para tantos españoles desde los primeros días de la tormenta. Por decreto de los hombres, la religión ha dejado de existir. Toda vida religiosa se ha extinguido bajo la capa de la opresión del silencio. A todo lo largo de las declaraciones gubernamentales, ni una palabra; en la prensa, ni una línea. Sin embargo, la España republicana se dice democrática. Sus aspiraciones, sus preocupaciones políticas esenciales, la empujan hacia las naciones democráticas de Occidente. Su Gobierno desea sinceramente, así lo proclama, ganar la audiencia del mundo, hacer evolucionar a España según sus principios y siguiendo sus vías. Como ellas, se declara partidario de la libertad de pensamiento, de la libertad de conciencia, de la libertad de expresión. Hace mucho tiempo ha aceptado el ejercicio del culto protestante y del culto israelita. Pero permanece mudo hacia el catolicismo y no lo tolera en absoluto. Para él el catolicismo no merece ni la libre conciencia, ni el libre ejercicio del culto. El contraste es tan flagrante que despierta dudas sobre su sinceridad, que arrastra el descrédito sobre todas sus restantes declaraciones y hasta sobre sus verdaderos sentimientos. Sus enemigos parecen tener derecho a acusarle de duplicidad o de impotencia. Como su interés, como infinitas ventajas le llevarían con toda evidencia a volverse hacia la Iglesia, se le acusa sobre todo de impotencia. A pesar de sus denegaciones, a pesar de todas las pruebas aducidas de su independencia y de su autonomía, se le cree ligado a las fuerzas extremistas, a los ateísmos militantes, a las ideologías extranjeras. Si fuera verdaderamente libre, se dice, si su inspiración e influencias procedieran efectivamente de Inglaterra o de Francia, ¿cómo ese Gobierno no ha atemperado el rigor de sus exclusivismos, olvidando su venganza, y reniega de su ideología?

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• La magnitud e intensidad de la tragedia, para la cual hay un consenso general entre los especialistas e historiadores, es destacada por Antonio Montero Moreno, autor del estudio de los años sesenta, en su concentración en el tiempo:

• En toda la historia de la universal Iglesia no hay un solo precedente, ni siquiera en las persecuciones romanas, del sacrificio sangriento, en poco más de un semestre, de doce obispos, cuatro mil sacerdotes y más de dos mil religiosos.

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• Por su parte, el historiador británico e hispanista Hugh Thomas, contextualiza la persecución religiosa a los comportamientos criminales en ambos bandos y destaca su extremismo, comparable según él, a otros periodos sangrientos de la historia europea:

• En ninguna época de la historia de Europa, y posiblemente del mundo, se ha manifestado un odio tan apasionado contra la religión y cuanto con ella se encuentra relacionado.

• Hugh Thomas, La República Española y la Guerra Civil, pg. 257, ISBN 84-7530-847-X

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• El también hispanista e historiador conservador estadounidense Stanley G. Payne enlaza la magnitud del caso con otros periodos revolucionarios:

• La persecución de la Iglesia católica fue la mayor jamás vista en Europa occidental, incluso en los momentos más duros de la Revolución Francesa

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1- Sor Dolores Úrsula Caro Martín2- Sor Concepción Pérez Giral3- Sor Andrea Calle González

Las obligaron a dejar las obras caritativas de la Casa de Misericordia de Albacete y salir hacia Madrid, después de haberlas exigido vestir de seglares para hacer desaparecer todo signo religioso. Se vistieron de seglares, sí, pero se les notaba lo que eran. El cambio consistió en sustituir el hábito por una sencilla bata de percal, la toca por un pañuelo o la desarreglada melena. Sor Dolores, Sor Andrea y Sor Concepción decidieron no despojarse de su querido rosario, habían encontrado en él y en la Eucaristía celebrada clandestinamente en el sótano refugio la fuerza para ser testigos en medio de la persecución.

Sor Dolores y Sor Concepción lo llevaban en la cintura, debajo del vestido de seglar y Sor Andrea, la más joven, puesto como collar. Por este detalle fueron reconocidas como “monjas” al bajarse del tranvía cuando llegaron al pueblo de Vallecas para dejar a Sor Concepción en casa de un tío suyo que no quiso recibirlas. Primero las apedrearon, después las condujeron al Ateneo Libertario del pueblo donde fueron acosadas, insultadas y detenidas. Durante varias horas sufrieron provocaciones inmorales por parte de los miembros del tribunal integrado por cinco milicianos republicanos. Seguidamente separaron a las dos más jóvenes de Sor Mª Concepción y las llevaron a una celda de la checa ubicada en el Colegio de las Religiosas Terciarias de la Divina Pastora. Allí, unos milicianos atrevidos y desvergonzados sometieron a Sor Dolores y Sor Andrea al terrible martirio de la violación.

Seguidamente las llevaron a Los Toriles, como si fueran toros de miura. Allí las torearon y arrastraron mofándose de ellas un grupo numeroso de niños, jóvenes y milicianos adultos. Por último acabaron con su vida con un tiro que atravesó el cráneo, a Sor Dolores en el parietal izquierdo y a Sor Andrea en el derecho. A Sor Mª Concepción en lugar de torearla materialmente lo hicieron moralmente con provocaciones obscenas. Al final sufrió el tiro final en el cráneo, junto a la vía del tren en el término llamado del Pozo del Tío Raimundo, no sin antes proferir un grito fuerte como Cristo en la cruz. Como Él puso su vida en las manos del Padre y gritó: “Viva Cristo Rey”. Era el 3 de septiembre de 1936. Sus cuerpos fueron enterrados en el cementerio de Vallecas, pudieron ser reconocidos y rescatados en 1941.

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23- Sor Joaquina Rey Aguirre24- Sor Victoria Arregui Guinea

Al llegar la persecución de 1936, fue dispersada la Comunidad de Beneficencia de Valencia. Ella se refugió con Sor Victoria en el pueblo cercano de Foyos, en la casa familiar de una Hermana. Allí fueron localizadas y apresadas. Llevadas ella y Sor Victoria a la sede del Comité comunista, fueron sentenciadas a muerte por su condición religiosa, juntamente con dos sacerdotes que habían celebrado la Eucaristía clandestinamente en su refugio, D. José Ruiz y D. Antonio Bueno. Sor Joaquina se defendió con argumentos sólidos antes de aceptar la condena a muerte sin cargos ni juicio previo. Y antes de ser fusilada en la tapia del cementerio de Gilet, arrebató con viveza el arma al verdugo que intentó violarla antes de disparar. Entonces uno de los sacerdotes compañero de martirio, D. José Ruiz, le dijo que no perdiera la ocasión de entrar triunfante en el Cielo. Reflexionó, entregó el arma y pidió perdón públicamente por su cobardía. Seguidamente pidió la absolución a D. José, ofreció el perdón a sus perseguidores y aceptó los tiros de muerte mientras gritaba juanto a Sor Victoria: "Viva Cristo Rey". Era el 29 de octubre de 1936, al amanecer.

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Mártires valencianosEl papa Juan Pablo II dijo en la Misa de beatificación del 11 de Marzo:»¡Cuántos ejemplos de serenidad y esperanza cristiana! Todos estos nuevos Beatos y muchos otros mártires anónimos pagaron con su sangre el odio a la fe y a la Iglesia desatado con la persecución religiosa y el estallido de la guerra civil, esa gran tragedia vivida en España durante el siglo XX. En aquellos años terribles muchos sacerdotes, religiosos y laicos fueron asesinados sencillamente por ser miembros activos de la Iglesia. Los nuevos beatos que hoy suben a los altares no estuvieron implicados en luchas políticas o ideológicas, ni quisieron entrar en ellas. Bien lo sabéis muchos de vosotros que sois familiares suyos y hoy participáis con gran alegría en esta beatificación. Ellos murieron únicamente por motivos religiosos. Ahora, con esta solemne proclamación de martirio, la Iglesia quiere reconocer en aquellos hombres y mujeres un ejemplo de valentía y constancia en la fe, auxiliados por la gracia de Dios. Son para nosotros modelo de coherencia con la verdad profesada, a la vez que honran al noble pueblo español y a la Iglesia. (...)»¡Que su recuerdo bendito aleje para siempre del suelo español cualquier forma de violencia, odio y resentimiento! Que todos, y especialmente los jóvenes, puedan experimentar la bendición de la paz en libertad: ¡Paz siempre, paz con todos y para todos!

Beato Pascual Fortuño Almela (1886-1936)A la edad de doce años ingresó en el seminario menor franciscano de Balaguer (Lérida), perteneciente a la Provincia franciscana de Cataluña, donde comenzó el estudio de las humanidades, que terminó en el seminario menor de Benissa (Alicante), perteneciente a la Provincia franciscana de Valencia, al que se había pasado. Vistió el hábito franciscano en la casa noviciado de Santo Espíritu del Monte (Gilet-Valencia) el 18 de enero de 1905, y allí mismo hizo la profesión religiosa el 21 de enero de 1906. Cursados los estudios de filosofía y teología en el Estudiantado franciscano de Onteniente (Valencia), recibió la ordenación sacerdotal el 15 de agosto de 1913 en Teruel.

Nació el 3 de marzo de 1886 en Villarreal o Vila-Real, próspera ciudad de La Plana, provincia de Castellón y diócesis entonces de Tortosa y ahora de Segorbe-Castellón. Fue bautizado al día siguiente con el nombre de Pascual. Su infancia transcurrió en el sano ambiente de una familia piadosa y acomodada que cultivaba sus propios campos; allí aprendió las virtudes cristianas y la laboriosidad. Estudió las primeras letras en el colegio de los franciscanos de Vila-Real.

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Tras su ordenación, los superiores lo destinaron al seminario menor de Benissa como educador de los benjamines de la Provincia, por quienes se desveló y de quienes se ganó el aprecio y la confianza por su entrega y sus cualidades pedagógicas. Cuatro años estuvo dedicado a este ministerio, pues en 1917 fue destinado al servicio de la Custodia de San Antonio, en Argentina, dependiente entonces de la Provincia franciscana de Valencia; durante cinco años estuvo ejerciendo con ejemplaridad el ministerio sacerdotal en la casa de Azul y en otras a las que lo destinaron los superiores.De regreso en su patria, se dedicó de nuevo a la formación de los alumnos del seminario de Benissa. Estuvo luego en el convento de Pego y durante algún tiempo fue morador del convento de Segorbe. Ya establecida la II República en España, en 1931 fue nombrado vicario del convento-noviciado de Santo Espíritu del Monte, donde lo sorprendió la persecución religiosa de 1936.Estimado de todos, era un franciscano ejemplar, fiel a sus deberes religiosos, y un pedagogo modelo que vivía lo que enseñaba a los otros. No obstante su carácter sanguíneo, sabía dominarse y siempre se manifestaba amable y acogedor. En los años de ejercicio del ministerio sacerdotal fue asiduo al confesonario y prudente director de almas. Como predicador de la palabra de Dios, se preparaba con esmero y tesón. Fue también director de ejercicios espirituales, y muy solicitado por las religiosas para pláticas espirituales de formación. Quienes convivieron con él destacan las virtudes morales y religiosas de que estaba adornado, así como su devoción al Santísimo Sacramento, a la Virgen María, a la práctica del vía crucis, su vida de oración, etc. Recalcan su sólida formación, su delicada conciencia y su profunda vivencia religiosa, a la vez que su afán de inculcar estas virtudes y devociones a sus alumnos con el tacto de un buen pedagogo. Según el parecer de no pocos testigos, aunque no hubiera sido mártir, debería haberse incoado su proceso de beatificación.El 18 de julio de 1936, desencadenada en España la persecución religiosa, tuvo que dejar el monasterio de Santo Espíritu, como sus hermanos de hábito, y refugiarse en Vila-Real. Pasados los primeros días en casa de sus padres, para mayor seguridad se trasladó con su familia a una masía o casa de campo, donde permanecieron algo más de un mes. Ante la inseguridad con que incluso allí vivían, se refugió de nuevo en el pueblo, en casa de su hermana Rosario, donde más tarde fue detenido. Según refieren los testigos, era admirable la predisposición y preparación del P. Pascual para el martirio. Solía repetir, con paz y confianza: «Sea lo que Dios quiera». «Que se cumpla la voluntad de Dios». «Estemos preparados para lo que el Señor quiera de nosotros. Esto es lo único que nos interesa en la vida». Es singularmente elocuente el diálogo que mantuvo con su madre, según cuenta una sobrina del mártir: «Cuando salió del "maset" para esconderse en casa de su hermana Rosario, su anciana madre, que le quería mucho, le dice llorando: "Adiós, adiós, hijo mío, ya no te volveré a ver". A lo que el P. Pascual contesta: "No llores, madre, pues, cuando me maten, tendrás un hijo en el cielo. Tú me preguntas que a dónde voy; me voy al cielo"».En Vila-Real, como por todas partes, irrumpió con violencia la persecución religiosa: fueron asesinados muchos sacerdotes y religiosos, quemados los templos, entre ellos el de San Pascual, y los restos del Santo, que se conservaban con gran veneración del pueblo. Según declaran los testigos, en este ambiente de odio y persecución religiosa, el P. Pascual fue detenido en casa de su hermana el día 7 de septiembre de 1936, y encarcelado en el cuartel de la Guardia Civil. Aquel mismo día, por la noche, fueron a llevarle la cena y un colchón sus hermanos Joaquín y Rosario y la sirvienta de la familia Dña. Trinidad Manzanet, últimos familiares que le vieron y pudieron hablar brevemente con él, guardando un grato recuerdo de su confianza en Dios y de su disposición para aceptar su santa voluntad. Testigo de excepción del tiempo que estuvo en la cárcel el P. Pascual y de los malos tratos que allí recibió es don Julio Pascual, que se encontraba en la misma cárcel cuando ingresó en ella nuestro mártir, y a quien el Beato hizo estas premoniciones: «A usted no le pasará nada. Yo sé positivamente a dónde voy: estoy destinado al martirio; diga a mis hermanos que voy conformado al martirio; que recen mucho por estos pobres hombres». Don Julio recordó toda su

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vida estas palabras y las repitió con devoción, pues se cumplió lo que el padre Pascual le había dicho. También él fue llevado al patíbulo de la muerte, del que pudo escapar y sobrevivir.El P. Pascual Fortuño fue asesinado la madrugada del día 8 de septiembre de 1936, en la carretera entre Castellón y Benicásim. Había sido detenido la víspera. Tenía entonces 50 años de edad, 31 de hábito franciscano y 23 de sacerdocio. Refieren los testigos que, una vez conducido al lugar de su fusilamiento y cuando trataban de ejecutarlo, las balas rebotaban sobre su pecho y caían a tierra. Ante este hecho, el mártir dijo a quienes disparaban contra él: «Es inútil que disparéis; si queréis matarme, tiene que ser con un arma blanca». Por eso, le hundieron una bayoneta o machete en el pecho. Sus ejecutores quedaron muy impresionados y asustados: «Hemos hecho mal en matarlo -decían-; era un santo. Si es verdad que hay santos, éste es uno de ellos». Su cadáver fue trasladado al cementerio de Castellón y enterrado en el suelo, en fosa individual. Ese mismo día, hechas las oportunas averiguaciones, algunos familiares del mártir y doña Trinidad Manzanet se personaron en el cementerio de Castellón, donde el enterrador les indicó el lugar en que lo había enterrado hacía poco, y les mostró sus ropas, que ellos reconocieron.El 3 de noviembre de 1938, liberada ya Vila-Real por el ejército del general Franco, fueron exhumados y reconocidos los restos del P. Pascual y trasladados al cementerio de su pueblo natal, que les dispensó un fervoroso y popular recibimiento, siendo depositados en el panteón de los franciscanos. En agosto de 1967, introducida su causa de beatificación, los restos del mártir fueron trasladados a la iglesia de los franciscanos de la misma ciudad.Beato Plácido García Gilabert (1895-1936)Nació el día 1 de enero de 1895 en Benitachell, provincia de Alicante y diócesis de Valencia. Al día siguiente fue bautizado y se le impuso el nombre de Miguel. Su familia, profundamente cristiana, gozaba de gran estima, y en ella aprendió a amar y servir al Señor. Hizo los estudios primarios en las escuelas nacionales de su pueblo, destacando entre sus compañeros por sus dotes intelectuales y por su carácter bondadoso, avispado y organizador; era siempre el primero de clase. En 1907, a los doce años, ingresó en el Seminario menor franciscano de Benissa (Alicante), donde cursó las Humanidades con notable aprovechamiento.El 3 de octubre de 1910 vistió el hábito franciscano en el monasterio de Santo Espíritu del Monte (Gilet-Valencia), cambiando su nombre de pila por el de Plácido. Terminado el noviciado, hizo allí mismo la profesión religiosa el 24 de octubre de 1911. Cursó brillantemente los estudios de filosofía y teología en el Estudiantado franciscano de la Provincia de Valencia y fue ordenado sacerdote el 21 de septiembre de 1918. En su época de estudiante se tenía muy buen concepto de él, tanto por su aplicación en los estudios como por su conducta religiosa ejemplar.Después de su ordenación sacerdotal, su ministerio principal fue el de la enseñanza en las casas de formación de la Provincia franciscana de Valencia y también en el colegio «La Concepción» de

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Onteniente (Valencia). Se distinguió como predicador elocuente de la Palabra de Dios. Fue muy asiduo al ministerio del confesonario y estimado director de almas. Enseñó humanidades en el seminario franciscano de Benissa; después, teología en el estudiantado franciscano de Cocentaina, donde también fue maestro de estudiantes.Más tarde, por su capacidad intelectual y por sus aptitudes para la enseñanza, fue enviado para ampliar estudios a Roma (1930-1933), donde obtuvo el título de Lector general en la Facultad de Derecho Canónico del «Antonianum» con la máxima calificación. Al regresar a su Provincia franciscana, enseñó teología en el estudiantado franciscano de Onteniente, donde también fue superior de la comunidad franciscana y rector del colegio. Los testigos de su Proceso abundan en testimonios sobre las cualidades morales y religiosas de que estuvo adornado el P. Plácido en el desempeño de sus ministerios y en el cumplimiento de sus responsabilidades religiosas, destacando su fervor, rectitud, espíritu de sacrificio, humildad y caridad, amor al silencio y a la oración, así como su devoción al Santísimo Sacramento, a la Santísima Virgen y a la práctica del Vía Crucis.El 18 de julio de 1936, cuando se inició la guerra civil y se desbocó la persecución religiosa española, el padre Plácido estaba de morador en el Colegio «La Concepción» de Onteniente. Tres días después se vieron obligados a dispersarse los religiosos del mismo. El padre Plácido se refugió en casa de los suyos en Benitachell, buscando seguridad entre sus familiares y paisanos. Confiado en esa supuesta seguridad y en la Providencia de Dios, no quería esconderse y hacía vida normal en su pueblo. Ante las advertencias de sus familiares sobre el peligro que corría llevando el hábito religioso y no escondiéndose, solía responder: «¿Qué me puede pasar? ¿Que me quiten la vida? ¡La doy gustoso!» Incluso, según sus propias palabras, se ofreció como víctima. Así lo refiere un testigo, explicando la conversación que mantuvo el Beato con una señora maestra: «Ante los temores que le manifestó la citada maestra, el Siervo de Dios dijo: "La encuentro muy desanimada. No sea así; hemos de recibir del Señor todo lo que él nos mande; recibirlo con alegría. Yo ya me he ofrecido como víctima; no se lo digo por vanagloriarme, sino para que usted se anime. ¿Qué mejor que morir por la causa de Dios?"» Al proponerle su familia la posibilidad de trasladarse a Mallorca por su seguridad, contestó: «No, que luego se vengarán en vosotros; yo soy solo y no hago falta a nadie; vosotros os debéis a vuestras familias. De manera que ni pensar que yo me esconda». Así pues, desde finales de julio de 1936 el P. Plácido estuvo en su pueblo, con sus familiares, haciendo una vida más o menos normal, celebrando algunos días la Santa Misa y prestando algunos servicios espirituales, siempre en privado, por supuesto, ya que todo lo religioso estaba perseguido. A instancias de la familia y para mayor seguridad, se retiró a una casa de campo de su hermano Vicente. Allí vivió «muy sereno y lleno de confianza en la voluntad de Dios», refiere un testigo, hasta el día 15 de agosto en que fue detenido.Su hermano Vicente, en su declaración testifical, da los detalles de la detención del P. Plácido: «El día 15 de agosto, fiesta de la Asunción de la Virgen, serían las tres de la tarde, vinieron al pueblo un camión de milicianos con ametralladoras, procedentes, según se decía, de Jávea y Denia. Estuvieron a buscarlo en una casita de campo de mi propiedad en las afueras del pueblo. Al no encontrarle, los mismos milicianos les acompañaron a la casita de mi hermano Gabriel, más alejada del pueblo, donde el Siervo de Dios se encontraba entonces. Y allí fue detenido. Los milicianos preguntaron por un sacerdote. Mi hermano Gabriel dijo que allí no había ningún sacerdote. El Siervo de Dios que estaba en el interior, al oír aquellas palabras salió inmediatamente y dijo: "Aquí lo que hay es un fraile y soy yo". Entonces le intimaron a que se fuera con ellos inmediatamente y sin reparo alguno. Voluntariamente el Siervo de Dios les siguió... El Siervo de Dios fue subido a un camión y paseado por todo el pueblo, para que todos los vecinos se enteraran de su detención, y luego llevado a Denia».

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Su mismo hermano Vicente cuenta lo que ocurrió el 16 de agosto de 1936 en la carretera de Denia a Jávea, en la partida llamada «La Plana»: «Al amanecer del día siguiente de su detención, el Siervo de Dios fue conducido, según oí decir, en el mismo camión, a La Plana de Denia. Los milicianos le invitaron a que se apease y de allí tomase la dirección hacia el pueblo, pues le dijeron que estaba libre y que él ya conocía el camino. Apenas hubo empezado la marcha el Siervo de Dios, los milicianos le dispararon unos tiros dejándolo muerto en el acto. La noche del 15 al 16 de agosto yo la pasé en vela preocupado por la muerte de mi hermano Plácido. Un niño, por la calle, gritó: "Ya han muerto al fraile". Entonces yo marché al Comité a pedirles que, por lo menos, recogieran su cadáver. Fueron a buscarlo unos miembros del Comité y un familiar nuestro. No estaba ya su cadáver en la carretera, pero lo encontraron en el cementerio de Denia. Entonces los mismos miembros del Comité de Benitachell y mi primo, se trajeron el cadáver del Siervo de Dios al cementerio de Benitachell. Yo mismo vi su cadáver martirizado y herido por las armas de fuego en la espalda y un ojo vacío».De otro lado, un testigo que presenció las exploraciones periciales practicadas sobre el cuerpo del Beato, nos asegura que había sido brutalmente maltratado y mutilado: «El día 17 de agosto de 1936 fui requerido por el Dr. D. Vicente Noguera, médico titular de Benitachell, ya fallecido, para que le ayudase a practicar la autopsia del padre Plácido García Gilabert, que según rumores populares había sido martirizado y asesinado la noche anterior, por unos forasteros, en La Plana de la carretera de Denia a Jávea. Esa mañana nos trasladamos al cementerio, donde estaba el cadáver del Siervo de Dios, a quien reconocimos inmediatamente... El cuerpo del Siervo de Dios, joven y corpulento, estaba mutilado: le faltaban los órganos sexuales y una oreja; y además presentaba señales punzantes en nalgas y otras partes, como producidas por una aguja "saquera". No recuerdo con exactitud si también le faltaba la otra oreja». Practicado el reconocimiento pericial por el médico titular de Benitachell y su ayudante, se dio sepultura al mártir en un nicho de la familia en el mismo cementerio. Contaba el P. Plácido 41 años de edad, 25 de hábito y 17 de presbiterado. En 1967 sus restos fueron trasladados devota y solemnemente en la iglesia parroquial de Benitachell.

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Mártires de La Montaña.

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Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de

cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 5, 1-12a

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Asesinados:

77 sacerdotes regulares

Decenas de religiosos

Cientos de seglares

42 templos completamente destruidos.

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En Santander capital existieron al menos 3 checas: la Municipal, la de la calle del Sol y la de los Ángeles Custodios.

Manuel Neila, militante socialista, dependiente de comercio de profesión, fue nombrado Jefe de Policía del Frente Popular y comenzó a ejercer la

represión, el terror y el asesinato en las citadas checas.

Ante la escasa colaboración de la Policía Municipal en las tareas asesinas, ya que exigían a sus superiores legalidad en sus actuaciones, Manuel Neila decidió formar una guardia de milicianos bien dispuestos al asesinato y al saqueo. Ser o tener sospechas de ser sacerdote, religioso o de derechas

era motivo de sentencia de muerte.

Pronto las checas estuvieron rebosantes y fue necesario empezar las “sacas”, es decir los asesinatos: bien arrojando a los detenidos vivos por los acantilados del faro de Cabo Mayor o fusilándolos en las tapias del

cementerio de Ciriego. Otros detenidos fueron llevados al barco prisión Alfonso Pérez.

La primera víctima de la Checa municipal fue el agente de Tráfico de la Policía Municipal Santos Rubio Peñalver.

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Los asesinatos del Frente Popular en La Montaña se calculan por millares.

Hasta tal punto llegó la barbarie que el Cónsul ruso tuvo que llamar la atención al Gobernador Civil, Juan Ruiz

Olazarán, camarero de La Mundial, diciéndole que iban a provocar un escándalo internacional si no actuaban con más cautela y menos publicidad.

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Barco-prisión Alfonso Pérez.

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160 ASESINADOS EN LAS BODEGAS DEL BARCO.

La masa de asalto se reclutó con facilidad entre los barrios cercanos al grito proferido de “¡Al barco! ¡Al barco! ¡A por los presos!” Cada cual a su modo,

todos iban armados: fusiles, pistolas, escopetas, cuchillos de cocina e instrumentos agresivos de toda índole. Algún profesional de la guerra debía

figurar en la anárquica expedición, puesto que entre las municiones prestaron buen servicio las bombas de mano. Situados los más audaces

sobre cubierta, se asomaron a las escotillas y ordenaron airadamente a los presos que se colocaran en filas compactas sobre el centro de la bodega.

-¡Salir al centro de la bodega, que nada os pasará! ¡Salir, canallas, perros! -repetían ya descaradamente las voces de los asaltantes-. Si no lo hacéis,

será peor, porque bajaremos y no quedará uno vivo.

Nadie hacía caso y comenzaron a hablar las armas asesinas... Habían empezado también las bombas de mano. El efecto de las explosiones sobre la chapa era extraordinariamente mortífero. Empezaban los primeros ayes

lastimeros y las ametralladoras de nuestros verdugos seguían segando vidas...

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Luego de varios titubeos decidieron jueces y fusileros diezmar ordenadamente las bodegas desde la primera a la cuarta. Bajaban primero lista en mano el recinto de los presos y obligaban a los designados a subir a cubierta. Ya aquí, y a veces en la misma escalera de la escotilla. Disparaban a quemarropa sobre ellos y volvían por

otra tanda. Si estas primeras ejecuciones respondieron a un plan selectivo, ciñéndose a los marcados en la lista, lo que luego se siguió fue una auténtica

embriaguez de sangre a costa de los indefensos reclusos de las bodegas, señalados a bulto y sin cuidar apariencias. «A ver -decían, señalando con el índice de la mano-.

ese que tiene cara de cura...» Por el hecho de vérsele a un preso un trozo de escapulario que llevaba en el pecho fue ordenada su muerte.

Está comprobado que la menor apariencia religiosa motivó aquel día la condena inmediata de quien la presentaba. ya fuese seglar o clérigo. Si con estos últimos se

hizo una tanda especial, no es fácil de probar, aunque así lo exprese claramente otro testigo:

“Aparte de los que fueron ejecutados de esta manera, luego la tropa de pistoleros se dirigió a las otras bodegas y ordenaron que los sacerdotes dieran un paso al frente. Sin más preguntas, sin ni siquiera un simulacro de justicia, se asesinó de esta forma

a todos los sacerdotes que había en el barco”.

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A eso de las cinco de la tarde cesaron los tiros; los milicianos que estaban en la bodega subieron a la cubierta y comenzó a alejarse el espantoso rumor del populacho. La noche se echaba encima. Las bodegas, lóbregas, tristes, silenciosas, no se podían

iluminar, porque las bombas habían roto todas las luces. En cubierta estaban hacinados y calientes aún los cadáveres del padre del hijo, del hermano, del amigo...

Hubo casos de hermanos que murieron juntos: Los García Solinis(3), Cossio Escalante(3), Zorrilla Cano(3), Negrete Herrera(2), Chevalier Arenas(2), Quintana

San Román(2), Burgués Fernández(2)…

Ya muy entrada la noche, los cuerpos fueron arrojados por una rampa a una lancha, después que les despojaron de cuanto llevaban de algún valor, y luego cargados en camionetas, operación que llevaron a cabo unos veinte presos, quienes asimismo,

por voluntad de los milicianos, les acompañaron en las camionetas y abrieron la fosa, una fosa grande en el cementerio de Ciriego, donde fueron depositados los 160

hermanos de un mismo ideal.

En la lista nominal de 160 víctimas publicada por Mazorra (Cincuenta y siete semanas de angustia. Trozos de las memorias de un caballero de España –Santander 1937-) hemos podido identificar a diez miembros del clero secular y a un seminarista, un

capuchino, un escolapio y un carmelita. El resto son laicos.

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SACERDOTES SECULARES: don Eliseo Alonso Pumarejo, don Hilario Arce Cañete, don Lorenzo Diez Morana, don Francisco González de Córdoba, don Bernardino Hoyos Bustamante, don Vicente Poo Noriega, don Aurelio Velasco Martínez, don

Serafín Villar Laso, don Eloy Martínez Muñoz (diócesis Madrid), don Manuel Navarro Martínez (diócesis Plasencia).

SEMINARISTAS: don Jesús Serrano Calderón (de la diócesis de Solsona).CAPUCHINOS: Fr. Ambrosio de Santibáñez.

ESCOLAPIOS: P. Alfredo Parte.CARMELITAS: Fr. Maximino de la Virgen del Carmen (Maximino Sáez Martínez).

El sacerdote don Lorenzo Diez Morana no murió instantáneamente en el asalto al Alfonso Pérez, sino en el sanatorio Morales algún tiempo después y a consecuencia

de las heridas. 

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Los asesinados en el faro del cabo Mayor no tuvieron una muerte menos cruenta: El faro se alza sobre un enorme farallón de unos cuarenta metros de altura que cae a

pico sobre las aguas y al que sirven de base agudos peñascos barridos continuamente por las bravías aguas del Cantábrico..

Desde lo alto eran arrojadas las pobres víctimas que caían sobre las erizadas rocas y eran arrastradas por las olas. Luis Araquistain en “Por los caminos de la guerra” y

Concha Espina en “Retaguardia” cuentan los horribles asesinatos.Dice Araquistain: “Quien se asome a la baranda del faro, si es cristiano, hará que suba a sus labios una oración como encendido holocausto a los pobres mártires

asesinados en el faro del cabo Mayor por la barbarie roja”En el libro “Historia de la persecución religiosa en España”,del Obispo emérito de Badajoz, Don Antonio Montero, se narra la muerte de ¡diecisiete! trapenses del

Monasterio de Viaceli en Cóbreces (Santander) Los diecisiete fueron maltratados y escarnecidos brutalmente y llevados al faro del cabo Mayor y, con las manos atadas

a la espalda, fueron arrojados vivos al precipicio..Unos días después el mar devolvió a la costa los cadáveres de quince de ellos.

Varios de ellos aún conservaban las ligaduras de las manos a la espalda y los labios cosidos con alambre.

A la vista de todo esto, es lógico que los sucesores de aquellos criminales, defensores del Gobierno “legítimo” de una República “democrática” hayan

desmantelado el monumento.Lo que no impedirá que los santanderinos suban al faro a rendir el homenaje

acostumbrado a las víctimas.

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Mártires cistercienses arrojados al mar por los acantilados del Faro de Cabo Mayor