23-Segundo Domingo de Pascua-B

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Encuentros con la Palabra Segundo Domingo de Pascua – Ciclo B (Juan 20, 19-31) – 27 de abril de 2003 “¡Dichosos los que creen si haber visto!” Hermann Rodríguez Osorio, S.J.* Hace algunos días Seve, comentó en nuestra comunidad que Oscar Urriago, su profesor en el Seminario de Planificación pastoral de la Casa de la Juventud, había hecho un halago de uno de nuestros compañeros. Cuando comentó que vivía en la misma comunidad con Gonzalo Castro, Oscar dijo: «¡Ese es el jesuita más coherente que yo conozco!» A lo que Seve respondió: «¡Y yo, que vivo con él, ni me había dado cuenta!» Este hecho me trajo a la memoria aquella historia del abad de un célebre monasterio que fue a consultar a un famoso guru en las montañas del Himalaya. El abad le contó al guru que en otro tiempo, su monasterio había sido famoso en todo el mundo occidental; sus celdas estaban llenas de jóvenes novicios, y en su iglesia resonaba el armonioso canto de los monjes. Pero habían llegado malos tiempo: la gente ya no acudía al monasterio a alimentar su espíritu, la avalancha de jóvenes candidatos había cesado y la iglesia se hallaba silenciosa. Sólo quedaban unos pocos monjes que cumplían triste y rutinariamente sus obligaciones. Lo que el abad quería saber era lo siguiente: «¿Hemos cometido algún pecado para que el monasterio se vea en esta situación?» «Sí», respondió el guru, «un pecado de ignorancia». «¿Y qué pecado es ése?» Preguntó el abad. «Uno de ustedes es el Mesías disfrazado, y ustedes no lo saben». Y, dicho esto, el guru cerró los ojos y volvió a su meditación. Durante el penoso viaje de regreso a su monasterio, el abad sentía cómo su corazón se debocaba al pensar que el Mesías, ¡el mismísimo Mesías!, había vuelto a la tierra y había ido a parar justamente a su monasterio. ¿Cómo no había sido él capaz de reconocerlo? ¿Y quién podría ser? ¿Acaso el hermano cocinero? ¿El hermano sacristán? ¿El hermano administrador? ¿O sería él, el hermano prior? ¡No, él no! Por desgracia, él tenía demasiados defectos... Pero resulta que el guru había hablado de un Mesías «disfrazado». ¿No serían aquellos defectos parte de su disfraz? Bien mirado, todos en el monasterio tenían defectos, y uno de ellos tenía que ser el Mesías. Cuando llegó al monasterio reunió a los monjes y les contó lo que había averiguado. Los monjes se miraban incrédulos unos a otros: ¿El

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Encuentros con la Palabra

Encuentros con la PalabraSegundo Domingo de Pascua Ciclo B (Juan 20, 19-31) 27 de abril de 2003

Dichosos los que creen si haber visto!

Hermann Rodrguez Osorio, S.J.*

Hace algunos das Seve, coment en nuestra comunidad que Oscar Urriago, su profesor en el Seminario de Planificacin pastoral de la Casa de la Juventud, haba hecho un halago de uno de nuestros compaeros. Cuando coment que viva en la misma comunidad con Gonzalo Castro, Oscar dijo: Ese es el jesuita ms coherente que yo conozco! A lo que Seve respondi: Y yo, que vivo con l, ni me haba dado cuenta!Este hecho me trajo a la memoria aquella historia del abad de un clebre monasterio que fue a consultar a un famoso guru en las montaas del Himalaya. El abad le cont al guru que en otro tiempo, su monasterio haba sido famoso en todo el mundo occidental; sus celdas estaban llenas de jvenes novicios, y en su iglesia resonaba el armonioso canto de los monjes. Pero haban llegado malos tiempo: la gente ya no acuda al monasterio a alimentar su espritu, la avalancha de jvenes candidatos haba cesado y la iglesia se hallaba silenciosa. Slo quedaban unos pocos monjes que cumplan triste y rutinariamente sus obligaciones. Lo que el abad quera saber era lo siguiente: Hemos cometido algn pecado para que el monasterio se vea en esta situacin?S, respondi el guru, un pecado de ignorancia. Y qu pecado es se? Pregunt el abad. Uno de ustedes es el Mesas disfrazado, y ustedes no lo saben. Y, dicho esto, el guru cerr los ojos y volvi a su meditacin. Durante el penoso viaje de regreso a su monasterio, el abad senta cmo su corazn se debocaba al pensar que el Mesas, el mismsimo Mesas!, haba vuelto a la tierra y haba ido a parar justamente a su monasterio. Cmo no haba sido l capaz de reconocerlo? Y quin podra ser? Acaso el hermano cocinero? El hermano sacristn? El hermano administrador? O sera l, el hermano prior? No, l no! Por desgracia, l tena demasiados defectos... Pero resulta que el guru haba hablado de un Mesas disfrazado. No seran aquellos defectos parte de su disfraz? Bien mirado, todos en el monasterio tenan defectos, y uno de ellos tena que ser el Mesas.

Cuando lleg al monasterio reuni a los monjes y les cont lo que haba averiguado. Los monjes se miraban incrdulos unos a otros: El Mesas... aqu? Increble! Claro que, si estaba disfrazado... entonces, tal vez... Podra ser Fulano...? o Mengano, o...? Una cosa era cierta: Si el Mesas estaba all disfrazado, no era probable que pudieran reconocerlo. De modo que empezaron todos a tratarse con respeto y consideracin. Nunca se sabe, pensaba cada cual para s cuando trataba con otro monje, tal vez sea ste... .El resultado fue que el monasterio recobr su antiguo ambiente de gozo desbordante. Pronto volvieron a acudir docenas de candidatos pidiendo ser admitidos en la Orden, y en la iglesia volvi a escucharse el jubiloso canto de los monjes, radiantes del espritu de Amor.

Eso fue lo que le pas a Toms. Quera ver en sus manos las heridas de los clavos y meter su mano en su costado para poder creer. Jess resucitado se hace presente entre nosotros de una forma tan cotidiana, que corremos el riesgo de no reconocer su presencia y pasar de largo junto a l. La Pascua es un tiempo propicio para reconocer en aquellas personas con quienes vivimos, la presencia resucitada del Seor.

* Sacerdote jesuita, Director del Centro Ignaciano de Reflexin y Ejercicios (CIRE)

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