231747932 220757333 Rodriguez Adrados F Nueva Sintaxis Del Griego Antiguo

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N U E V A S I N T A X I S D E L G R I E G O  A N T I G U O

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EDITORIAL GREDOS, S. A.
Sánchez Pacheco, 81, Madrid.
Depósito Legal: M. 4336-1992.
 
libro.
PRÓLOGO SOBRE EL MÉTODO DE  DESCRIPCIÓN SINTÁCTICA
1. P r e s e n t a c i ó n   d e   e s t e   l i b r o
Éste no es un libro improvisado. Aunque haya tardado sólo tres años en escribirlo, depende de un trabajo sobre temas de Lingüística de cerca de 50 años, y de un trabajo, más concretamente, sobre temas de teoría sintáctica, griega y general, a partir de mi artículo de 1950 sobre el aspecto verbal. Se ha reflejado antes de ahora en diversas publicaciones, sobre todo en mi  Lin güística Estructural,  de 1969 (2.a ed. revisada de 1974) y en diversos trabajos recogidos, los más de ellos, en tres libros, a saber, Estudios de Lingüística  General,  de 1969 (2.a ed. de 1977), Estudios de Semántica y Sintaxis,  de 1975 y  Nuevos Estudios de Lingüística General y Teoría Literaria,  de 1988. Añado mis trabajos de indoeuropeo y el  Diccionario Griego-Español.  Y, aparte de esto, ha crecido en más de veinte años de enseñanza de la sintaxis griega en la Universidad Complutense de Madrid.
Éstos son, como digo, mis puntos de partida: interrumpido, a veces, por otros diversos estudios y ocupaciones nunca he dejado de prestar atención a los problemas de la sintaxis en general y de la descripción sintáctica de una lengua particular como es el griego antiguo. Me es imposible, llegado a estas alturas, prestar mi adhesión a la primera nueva moda que aparezca y adaptarla un poco, como es tan usual. No tengo más remedio que proceder desde un  punto de vista personal y crítico, pasando revisión al abigarrado desfile de escuelas y de modas que en Lingüística se han sucedido durante este largo  período. Y pedir al eventual lector de estas páginas que me acompañe en esta  peregrinación.
 No tenga miedo, pues, de encontrarse con una nueva escuela, personal y marginal: la bibliografía de la sintaxis griega (y de la general) está reflejada en estas páginas, sea de la escuela que sea. Pero está, eso sí, sometida a crítica y manejada desde unos puntos de vista que estimo coherentes, aunque tampoco
osaría decir que son los únicos posibles.
 
10  Nueva sintaxis del griego antiguo
El libro sigue la línea del estructuralismo europeo y de publicaciones mías anteriores que utilizaban el término, línea retocada aquí y allá por cosas proce dentes de las diversas escuelas. Un estructuralismo no cerrado y rígido, no centrado en unas cuantas definiciones y dicotomías exclusivistas, sino abierto  —o al menos eso pretende— a la rica multiplicidad de la lengua que intenta, simplemente, describir. En realidad, igual podría hablarse de sintaxis funcio nal: toda estructura está al servicio de su funcionamiento, que es el que la define, como toda función o serie de funciones depende de la existencia de una estructura, sin ella son inconcebibles.
Pero no basta con una declaración programática ni con unos cuantos ejem  plos más o menos vistosos: hay que luchar cuerpo a cuerpo con la totalidad de la descripción sintáctica, en términos generales y en el detalle.
Y surge, antes que nada, el problema de cómo enfocar esta descripción. ¿Hacer una sintaxis histórica? ¿Una transformacional? ¿Una funcional? ¿Una estructural? Y, si esta última es la elección, ¿de qué tipo de estructuralismo?
Por más que uno procure estar al tanto de todas las ideas, aprovecharlas todas, no cabe duda de que tiene, en definitiva, que realizar una elección. Y que esa elección la hará buscando aquella concepción y aquel método que, en su opinión, procura una descripción más simple y exhaustiva.
 No tengo más remedio, ya lo he dicho, que proceder, en esto, desde un  punto de vista personal y crítico, pasando revista al abigarrado desfile de escue las y modas que en Lingüística se han ido sucediendo unas a otras. Y argumen tando a favor de las ventajas del método de descripción que considero preferi  ble. Ello, sin menospreciar los demás; aprovechando de ellos lo aprovechable y dando una información suficiente.
Porque, para ser justos, cada vez estoy más convencido de que las clasifica ciones y definiciones lingüísticas sólo en una cierta medida se ajustan de una manera inequívoca a la organización interna de la lengua, trinchándola como el que trincha un pollo por sus articulaciones, según la imagen platónica. En otra medida son clasificaciones y definiciones útiles para el método y para la descripción del lingüista.
Tienen, a veces, fronteras indecisas; son difíciles las relaciones entre forma y contenido; hay hechos frecuentes de neutralización; los rasgos definitorios tienen extensión variable y no son solidarios todos ellos entre sí. Es más, pue den sustituirse, en la clasificación, unos puntos de vista por otros. No hay más que comparar clasificaciones y terminologías de la Escuela de Copenha gue, la Tagmémica, la Gramática Transformacional, la Gramática Funcional de Dik, por poner algunos ejemplos, para darse cuenta de que los «cortes» en el continuum  que es la lengua se hacen con criterios variables, siempre en la esperanza de lograr descripciones más exhaustivas e inequívocas.
 
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tra complejos mecanismos de desambiguación, tiene a veces menos problemas que el lingüista, que busca dar definiciones generales.
Todo este panorama se deriva de lo que son las lenguas naturales, objeto de la descripción: el griego en este caso. No se prestan a análisis simples y definitivos, con fronteras «limpias» entre las unidades. Esto es así, por más que hombres de mentalidad lógica o matemática o cientificista, con poca expe riencia de la lengua (si no es de las lenguas científicas), puedan pensar lo con trario. Tampoco se prestan las lenguas naturales a definiciones que sean inter cambiables siempre entre las diferentes lenguas.
Sobre todo esto volveré. Comienzo esta exposición insistiendo en que el enfoque estructuralista, aunque menos de moda últimamente, me parece, toda vía hoy, el más válido y el más rentable; es un enfoque que, de otra parte, no es incompatible, sino al contrario, con el análisis funcional. Estructura y función son conceptos correlativos, son como lo cóncavo y lo convexo en un mismo casquete esférico. En cuanto a las transformaciones, son, para mí, un criterio complementario.
Pero se trata de un estructuralismo, derivado del estructuralismo europeo  posterior a la Escuela de Copenhague, que no es cerrado y rígido, no está centrado en unas cuantas definiciones y dicotomías exclusivistas. Está abierto  —o al menos eso pretende— a la rica multiplicidad de la lengua que intenta, simplemente, describir.
Si hablo de estructuralismo, es por dos razones. La primera, por mantener el nombre del movimiento en que he venido participando, junto con otros lin güistas españoles, desde los años cincuenta y del cual creo que lo esencial conti núa siendo válido, aunque a veces esté injustamente olvidado y no se lo mencione ni en las bibliografías, rellenas de nombres anglosajones a veces de mínima relevancia. De otra, porque quiero distinguirme expresamente de los diversos movimientos que han recabado para sí la etiqueta de funcional o fun- cionalista: las escuelas de Martinet y de Dik son los más conocidos y habría que colocar a su lado, como raíz o como paralelo, a Tesnière y a la Gramática de Valencias. Tenemos todos, evidentemente, muchísimo en común, pero hay diferencias no menos notables y no conviene llevar a nadie a confusión. Por lo demás, es bien claro que toda gramática estructural digna de este nombre es al propio tiempo funcional; pero no lo es tanto que toda gramática funcional sea estructural. Nadie niega las estructuras y se habla de «items», de «consti tuents», etc.: pero a veces se olvida definirlos y establecer su sistema. Una gramática funcional del griego —excelente, por otra parte— como es la de Rijksbaron analiza los distintos usos funcionales de aspectos, tiempos y modos sin intentar en ningún momento definirlos o establecer su sistema.
Intento, pues, hacer una especie de «syntaxe raisonée» del griego antiguo,  pero no desde puntos de vista logicistas, ni tampoco transformacionales, sino estructural-funcionales. Por eso hablo de Nueva Sintaxis. Es tan sólo un inten
 
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en la sintaxis histórico-filológiea que, para el griego antiguo, tiene su Biblia en Kühner-Gerth y sus posteriores exégetas en autores como Brugmann, Schwyzer, Gilder sleeve, Smyth, Chantraine y Humbert (en español Cirac y Sán chez Lasso). No faltan, ciertamente, estudios monográficos, a partir del exce lente de Wackernagel: pero son de todo punto insuficientes. En la mayor parte de los casos no existen recogidas de datos exhaustivas ni estadísticas fiables; y faltan las interpretaciones de tipo moderno o éstas son contestables. Con todo, esto es lo que hay y lo que constituye mi punto de partida. De estas obras y de diversas monografías procede la mayor parte de mis materiales; sólo en menor medida viene de despojos personales. Y de ellas viene, pese a la enorme renovación de la teoría que luego ha sobrevenido, una parte no desdeñable de las interpretaciones.
Pero, evidentemente, para escribir un libro como éste o como cualquier otra sintaxis con pretensiones de modernidad de una lengua cualquiera, los datos e interpretaciones de la gramática histórico-filológica no pueden serlo todo. Es preciso embarcarse en el estudio de tantas teorías y disciplinas lingüís ticas como se disputan el campo y que a veces se contradicen de la manera más radical y violenta: aunque luego, en realidad, todas aportan su ganancia y hay más cosas en común de las que pudiera pensarse. En definitiva, porque el objeto de estudio es el mismo, la lengua.
Todos los puntos de vista han sido revisados, se cite o no se cite aquí la  bibliografía de tipo general. Incluso aquellos que, hasta el momento, han sido menos fecundos en el estudio de la sintaxis griega: así la gramática transforma- cional. También los artículos sobre sintaxis griega basados en ella, en la medida en que los conozco, han sido tenidos en cuenta, por más que el enfoque del libro sea de tipo estructural.
La bibliografía lingüística ocupa bibliotecas enteras de las que, en principio, nada debe desdeñarse. El adentrarse en ella es fatigante y nadie puede jactarse de conocerla toda. Su estudio es un tanto cansado y desmoralizador: tanto negar radicalmente lo que hacía pocos años se daba como dogma (y quizá vuelva a darse pronto otra vez), tanta impresión de déjà vu para los que lleva mos tantos años en el oficio y, en un país como España, leemos cosas de toda clase de escuelas en toda clase de lenguas. A veces se queda uno estupefac to. Dice Dik en el prólogo a su Functional Grammar   de 1978 que Fillmore descubrió la relevancia de la semántica en la descripción sintáctica. ¿Y qué llevábamos diciendo los demás desde hace no se cuántos años? ¿Por qué no se lee la bibliografía?
Este no leer la bibliografía es uno de los graves males de la Ciencia Lingüís tica. Es quizá una respuesta a su increíble proliferación, una precaución para no perderse en la jungla. Pero es inaceptable. Es causa de innúmeras lagunas, de incontables posiciones cerradas y dogmáticas, de la necesidad de que perió dicamente algunos hayan de descubrir nuevos Mediterráneos. Un caso extremo
 
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conocían otra lengua que el inglés: sus precedentes eran, simplemente, el es tructuralismo americano, que rechazaban, y algunos conceptos de gramática tradicional greco-latina. Ellos mismos tuvieron que corregir, luego, su antise- manticismo (y su relegación de la semántica a un nivel puramente de superfi cie). Y con gran sorpresa descubrieron que su universalismo y su logicismo tenían precedentes en el Brócense: podrían haber ido más lejos.
¿Qué hacer, entonces, cuando se intenta una descripción de una lengua na tural, una lengua conocida, además, sólo por la literatura? ¿A cuál de las es cuelas acogerse, con cuál justificarse? ¿Con ayuda de cuál hacer la explora ción? Vamos a dar nuestra propia respuesta, nuestro propio punto de vista: no intenta, de otra parte, otra cosa que ser fiel al estado actual de nuestros conocimientos y posibilidades.
Porque téngase en cuenta que no pretendemos exponer unas hipótesis más o menos brillantes, de tipo más o menos universalista, ni dar unos pocos ejem  plos convenientemente seleccionados, tampoco. Pretendemos hacer una explo ración y dar una descripción en lo posible exhaustiva de un material literario muy amplio, que se extiende a lo largo de dos milenios en dialectos, niveles y estilos literarios muy diversos. Un material en que hay homogeneidad lingüís tica y falta de homogeneidad, hay lugar también para innovaciones individua les, creaciones del momento. Hemos de hacer una descripción de un núcleo  pancrónico y ver cómo produce márgenes diversos e innovaciones también di versas. Y hemos de intentar que esa descripción sea coherente, establezca siste mas y funciones aunque a veces se degraden o solapen o alteren. No es sufi ciente una suma de descripciones atomizadas.
2 . P a n o r a m a   d e   l o s   e s t u d i o s   s i n t á c t i c o s
Trataré ahora de exponer las ideas y teorías en conflicto para justificar en lo posible la línea seguida que, por   otra parte, no es exclusivista, aunque tampoco mecánicamente sincrética o ecléctica. Pero querría presentar previa mente a los principales actores de este drama de las teorías lingüísticas en for ma biográfica, según han ido llegando a mi noticia y a la de mis contemporá neos. AI decir actores quiero decir teorías que han ido ocupando, simultánea o alternativamente, el centro de la escena. Al hacer la presentación se puede decir algo sobre lo que significaban: lo que justa o injustamente negaban, sus limitaciones, las aportaciones que nos han legado y de las que no po demos prescindir, aunque otras teorías de moda las oscurezcan provisional mente.
Los hombres de mi generación nos educamos en la Gramática histórica, aunque la verdad es que ésta colocaba en el centro de su atención más la fonéti ca y la Morfología que la Sintaxis, en la que quedaban tantas cosas de la gramática tradicional. Yo me inicié con el  Manual  de D. Ramón Menéndez
 
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el carácter puramente histórico, puramente acumulativo y atomista de estas exposiciones. Daban un «mapa» de la gramática de una lengua, el español o el latín, en que desaparecía toda idea de conjunto, los menores accidentes tenían tanto relieve como los más grandes. Dividían y subdividían poniendo «etiquetas» y había, así, por ejemplo, infinitos genitivos que en realidad no eran sino reflejo de la semántica de los nombres implicados: desde el genitivo del padre y el del esposo al famoso genitivo del miembro agarrado. Yo decía en clase que por qué no postular, en «la mano del muerto» ( χειρ του νεκρο) un genitivo cadavérico.
Y, sin embargo, conceptos importantes hay que buscarlos todavía aquí y las recogidas fundamentales de ejemplos y materiales están todavía aquí. Más importante: a muchos de nosotros estos libros nos inculcaron la idea de que la sintaxis había que edificarla de abajo a arriba, por el método inductivo que  busca, selecciona, clasifica, obtiene definiciones. Los estructuralismos europeo y americano, que vinieron después, estuvieron en eso de acuerdo. Todas estas escuelas nos infundieron, a muchos de nosotros, una invencible desconfianza, una especie de alergia, ante escuelas posteriores que a partir de unos reducidos esquemas e inventarios, que a veces se presentan como universales, quieren deducir e interpretar la rica complejidad de las lenguas.
Luego vino una especie de ducha de agua fría, un despertar que nos dejó fascinados ante el Curso de Saussure y ante Trubetzkoy y la Fonología. Cierto, estamos ya muy lejos, algunos al menos, de las brutales dicotomías de sincro nía y diacronía, lengua y palabra. La sincronía y la diacronía se crean recípro camente, en la una vive la otra. Y el calificar algo de «palabra» era un recurso demasiado cómodo para quitarse de delante lo más complejo, delicado y difícil del lenguaje, mientras que la «lengua» fue el primero de esos leviatanes concep tuales o dei ex machina que pretenden explicarlo todo con unas cuantas fórmu las abstractas. De otra parte, en Saussure estaba implícita la idea de la unidad del significado de los signos, que yo por lo menos no comparto.
Pero, ¡qué novedad! Desde entonces sabemos que las entidades lingüísticas las conocemos por sus relaciones en el sistema y en el texto y sólo gracias a ellas existen. Sabemos de los distintos tipos de oposiciones, de la sintagmática y la paradigmática, sabemos de la neutralización.
Luego vinieron tiempos difíciles: escuelas saussureanas que vivían aisladas unas de otras, que teniendo cosas en común se negaban el pan y la sal. Nos  ponían en un compromiso. La de Copenhague, el distribucionalismo americano y el estructuralismo europeo.
La Escuela de Copenhague recogió lo más radical del mensaje de Saussure, acompañándolo de la total negación de la Semántica: la lengua es forma, no sustancia, decían. La Lingüística ha tardado en recuperarse de este error: un signo también tiene su significado. Para los seguidores de Hjelmslev el progra ma era construir un sistema de unidades y de funciones que fuera capaz de
 
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ventaron ellos. Y aunque su tarea parecía más fácil al desembarazarse de la semántica, todo quedó en mero programa: un programa imposible. La Escuela aportó poco y ha pasado. Pero los jóvenes de hoy deberían recordar el ambien te de entonces: todas estas escuelas conceptualistas son muy fanáticas y se cons tituyen en sectas. Eran los tiempos, allá por los años cuarenta y aun los cin cuenta, en que los de Copenhague salían dando portazos de las salas de los congresos cuando alguien osaba discutir sus dogmas. Eran los tiempos en que, en España, los que aspiraban a las cátedras de aquella asignatura que se llama  ba Gramática General, por prudencia o por moda se disfrazaban de copenha- guianos. Esto nos recuerda cosas parecidas de fechas más recientes. Pero vol viendo a Copenhague: su antisemanticismo era compartido por los distribucio- nalistas americanos, que motejaban de mentalistas, como si aludieran a algo de lo más feo, a quienes de algún modo se rozaran con el significado.
Cierto que a esta Escuela le debemos cosas: por ejemplo, su método para construir un sistema lingüístico por inducción a partir de los datos; por ejem  plo, su insistencia en la sintagmática, lo que ellos llamaron y nosotros seguimos llamando la distribución. Y que, por obra de autores como Garvin, Pike, Nida y otros más, se estaba en trance, en un momento dado, de construir una verda dera gramática, olvidando ya algunos prejuicios iniciales. Y entonces vino la gran revolución chomskiana, nacida del distribucionalismo y que reaccionaba contra él: puede decirse que aquél murió traumáticamente. Las modas en Lin güística son muy fuertes y además el transformacionalismo respondía a tenden cias profundas de una cierta cultura americana. Pero ésta es otra historia.
Volvamos a Europa, es decir, a nosotros. Aquí surgió por los años cincuen ta y ha continuado viviendo hasta ahora, con más o menos vigor, la corriente estructuralista derivada de Saussure, pero acompañada del estudio semántico y moderando, en ocasiones, las dicotomías saussureanas. Se intentaba, sobre todo, hacer sintaxis y semántica a partir de la lengua inductivamente, sobre la base de los criterios estructuralistas. Era, pienso, la base de un verdadero  progreso, aunque mi opinión pueda parecer interesada. Nombres como los de Martinet, Coseriu, Pottier están en el centro de esta corriente.
Con ella me incorporé yo personalmente al trabajo en Sintaxis, después de algunas publicaciones anteriores en el campo de la Fonética, la Morfología y los dialectos griegos. Es curioso que mi punto de partida concreto estuviera en una publicación de Holt, de la Escuela de Copenhague, sobre el aspecto verbal: la discutí en mi trabajo sobre este tema publicado en 1950. Luego, en 1954, Martín S. Ruipérez insistió más ampliamente sobre el mismo tema, en parte de acuerdo en parte en desacuerdo con mi artículo, del que partía y que citaba en su libro. Y otros colegas, como Mariner y García Calvo, inci dieron sobre otros temas, sobre todo los modos, desde el punto de vista estruc tural: de todos ellos hay ecos en el presente libro.
Así se fue constituyendo la escuela europea de Lingüística estructural de
 
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 presenta notables diferencias internas según insista o no en las oposiciones saus- sureanas, prefiera trabajar sobre la sintagmática o la paradigmática, esté más o menos influida por Bühler, el Transformacionalismo, el Funcionalismo, la Lingüística cuantitativa o la Estilística. No voy a relatar su historia. Pero hay que decir que cuantos se ocupan en detalle del análisis e interpretación sintácti ca del griego, de ella dependen en mayor o menor medida.
Es una larga serie de teorías la que hemos tenido que asimilar y estudiar,  para nuestro aprovechamiento y, a veces, nuestra fatiga. Hemos pasado de la historia a la sincronía, de la semántica al antisemanticismo, del particularis mo lingüístico al universalismo, del análisis de constituyentes al transformacio nalismo, del estructuralismo al funcionalismo; y a veces al revés. De la termi nología tradicional hemos pasado a la langue y la parole,  al plerema y al cene-  ma,  a las reglas de reescritura y las restricciones de selección; ahora al argu mento (bárbara palabra) y el satélite. ¿Cómo utilizar todo esto cuando se va a escribir una Sintaxis extensa de una lengua concreta, cuando hay que com  prometerse? Y conste que no desdeño las teorías, sino al contrario: si es verdad eso que se dice de que «las teorías pasan, los hechos permanecen», no es menos cierto que sin las teorías los hechos ni se ven ni existen propiamente.
Continúo. No voy a entrar en la descripción en detalle de las diversas escue las que, desde la irrupción del transformacionalismo en 1957 por obra de sus Syntactic Structures han ocupado una gran parte del escenario y que se caracte rizan, en general, por el método deductivo, el universalismo y la tendencia a des cribir las lenguas como proyecciones de sistemas abstractos muy simples. No es su método el que aquí se sigue y, aparte del daño que causaron interfiriendo el desarrollo de las descripciones estructural-funcionales, pienso que su aporta ción a la descripción de las lenguas naturales es bastante limitada; aunque no  puede negarse que ha sido útil para el planteamiento y exploración de problemas.
Por otra parte, en otro lugar (Adrados, 1976) he criticado el concepto de estructura profunda, sistema o conjunto de sistemas esquemáticos, no sabemos si abstracción o idea platónica exenta, a partir del cual se obtienen por trans formación estructuras de superficie. En definitiva lo que se pretende con este método es interpretar vastos sectores de la lengua como proyección generada  por sistemas muy simples, buscando así la unidad en lo diferente. Para limitar me al griego se propone, por ejemplo, que todas las oraciones subordinadas de infinitivo tienen una estructura profunda con sujeto en Ac. (Babiniotis) o que el tipo ’Α λξανδρος λγεται+ inf. y el λγεται οτι ’Α λξανδρος + ind. tienen idéntica estructura profunda (Theophanopoulou-Kontou, 1973-74). Pero esta es una teoría fundada subjetivamente a partir de las construcciones de la lengua real, cuya interpretación no gana nada con estas extrapolaciones. Como dice Matthews, 1981, pág. 284, en cuanto surgía una irregularidad el remedio era aplicar una transformación. El concepto de estructura profunda está, de otra parte, sujeto a discusión sobre en qué medida comporta elementos
 
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se integran éstos. Y es un concepto indefinido en cuanto a su profundidad,  puesto que a veces se considera como fundamento universal de todas las len guas y en vez de un Nominativo nos encontramos definiendo, por ejemplo, conceptos supuestamente universales como los de agente e instrumento, que luego se transformarían, se propone, en diversos casos en cada lengua. Idea de Fillmore (1971) criticada por mí en 1976 y 1991, donde profundizo sobre el tema. Cf. también, entre otros, García Hernández (1987). No se gana nada con estas hipótesis para la descripción de las categorías de una lengua real.
Aun así, es de justicia señalar que el Transformacionalismo —fui quizá el primero que lo expuso en España en mi libro de 1969, pero pronto me desengañé—, merece estudio, como todas las demás teorías. Descubre y explo ra, ya lo digo, problemas. Y hay al menos un concepto procedente de él que se explota ampliamente en este libro: el de transformación, no ciertamente en tre oraciones nucleares y generadas por ellas o entre estructuras profunda y de superficie, pero sí entre construcciones de la lengua realizada que se corres  ponden una vez se realizan las oportunas permutaciones de clases de palabras o de términos de categorías y funciones.
Por otra parte el Transformacionalismo, que en un principio relegaba inge nuamente la Semántica a las menospreciadas estructuras de superficie, hubo de cambiar con el tiempo y llegó con Katz y Fodor y, entre otros, el Chomsky de  Aspects,  a teorías más refinadas cuyo tratamiento de la Semántica no está tan lejos del de los estructuralistas y aporta cosas. Remito otra vez a mi artícu lo de 1976, para los detalles. Y una teoría como la Gramática Funcional de Dik, que aunque se autoproclama reacción contra Chomsky (y lo es), en el fondo es bastante chomskiana, da ya un tratamiento de la Semántica que la coloca en el centro mismo de la lengua.
La semántica retorna así al campo de la Lingüística, del que fue injusta mente exiliada o discriminada: naturam expellas furca, tomen usque recurret.
Por otra parte, en la gramática funcional los esquemas más primarios de la oración en la gramática de Dik, los que Dik llama «abstract underlying pre dications», y que no son ya hipóstasis platónicas, sino meras abstracciones, contienen léxico, de una manera o de otra. Aunque es anómalo, para nosotros, que las «selection restrictions» (término de la Gramática Transformacional), del tipo de + humano en beber,  por ejemplo, operen en este primer nivel y, sólo en un segundo, nociones semánticas universales (Dik habla de funciones semánticas) como «agente», «término», «dirección», «recipiente», etc., muy emparentadas con las de Fillmore aunque nuestro autor (1977, págs. 39 y sigs.) lo niegue. Sólo en un nivel más superficial estarían aún las dos únicas funciones gramaticales que reconoce, las de sujeto y complemento directo. Pensamos que este universalismo semántico no es muy útil para describir las lenguas reales y sus sistemas de categorías y funciones, lo único real y aprensible para noso
 
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sujeto, es previa al estudio de las funciones semánticas de éste. Para una crítica de las ideas de Dik, cf. nuestro artículo en  RSEL   1991.
Aun así es un avance esta vuelta a la Semántica. Y esta vuelta al es tudio de las funciones, que el primer Chomsky desconocía y que luego entraron en sus esquemas y, desde luego, en los análisis de Dik, Matthews y otros más.
Aunque todas estas escuelas partan de presupuestos y de métodos distintos de los nuestros, se va produciendo, en cierto modo, una convergencia. Dentro de ellas o en su periferia surgen trabajos sobre lenguas particulares que son ilustrativos y útiles. Así, en el caso del griego, muchos relacionados con el funcionalismo, que aquí tendremos en cuenta. Aunque rechacemos ciertos pro cedimientos de análisis excesivamente mecánicos y echemos de menos, como decíamos antes, una mayor atención al concepto de estructura y a la definición opositiva de los significados.
Hemos presenciado, en definitiva, el florecimiento de una serie de escuelas de tendencia abstracta y universalista y método deductivo, escuelas que en defi nitiva añoran una lengua simple, como la de la logística, una lengua cuyos textos sean interpretables mediante una serie de simples mecanismos a partir de un núcleo bien organizado de conceptos también simples. Proyecto más  bien utópico, pensamos, y buena prueba de ello es el incesante desfile de teorías y su incapacidad para dar descripciones sistemáticas y suficientemente exhausti vas de las lenguas reales. Pero proyecto que ha servido para explorar, desde otros puntos de vista, una misma realidad, que es la lengua, y para chocar con los mismos problemas, el de la Sintaxis y la Semántica antes que ninguno. Pues bien, hay que decir que, pese a todo, al final ha podido ser útil para estimular la reflexión de los representantes de la ya antigua Gramática estructural- funcional sobre puntos difíciles del lenguaje.
Como han sido útiles, sin la menor duda, otros varios desarrollos: la teoría de las funciones del lenguaje, de Bühler y Jakobson; la Lingüística Cuantitati va, que nos lleva a preferir las interpretaciones gradualistas a las antiguas radi cales dicotomías (que a veces resurgen, sin embargo, así la de categorías obliga torias y opcionales en los funcionalistas a partir de Tesniére); la Sociolingüísti- ca y la Estilística, que abren los ojos sobre las múltiples estratificaciones de la lengua, sus particularismos, su apertura. Son rasgos propios de todas las lenguas naturales, universales podemos decir, pese a lo que puedan pensar los que sólo creen ver lenguas científicas o artificiales con códigos simples y limita dos y mecanismos simples y limitados también.
3. A s u n c i o n e s   c e n t r a l e s   y   m é t o d o   d e   e s t e   l i b r o
Dejamos esta breve panorámica porque el lector agradecerá, seguramente, que expongamos ya en forma directa y más concreta que hasta el momento
 
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en algunos puntos, la polémica y la referencia a otras escuelas. Queremos así contestar a la pregunta que nos hemos hecho a nosotros mismos al comienzo cuando nos planteábamos problemáticamente qué hacer hoy día, tras tantas escuelas y tantas contradicciones, cuando intentamos hacer una descripción en lo posible exhaustiva de una lengua natural, por otra parte conocida solamente a través de una serie de textos literarios de un espectro cronológico, estilístico y social muy amplio.
 Naturalmente, es una respuesta que no obliga a nadie, sólo al autor de este libro, que por otra parte está abierto a toda clase de nuevas ideas y posibi lidades. Pero es conveniente que el lector la conozca para que no se llame a engaño y sepa desde el principio qué puede esperar encontrar y qué es lo que se pretende. Queremos tratar uno tras otro una serie de puntos.
Particularismo. — Estudiamos, en la medida de lo posible, todos los textos griegos antiguos que nos son conocidos. Intentamos deducir de ellos el sistema de la lengua que en ellos opera y la realización de ese sistema en los textos griegos. Se trata, ya lo hemos dicho, de un estudio estructural (luego veremos en qué sentido) y funcional al mismo tiempo; y de un estudio pancrónico. Pero no queremos olvidar en ningún momento que hay hechos centrales y mar ginales, frecuentes e infrecuentes, tampoco lo sistemático (en un sentido amplio de la palabra) y las distintas normas y lo que es individual y creativo.
Se trata, naturalmente, de una gramática hecha desde el griego antiguo que no desdeña su atención a hechos más o menos semejantes en otras lenguas (sobre todo las más emparentadas), pero que parte exclusivamente del griego, no de hipótesis universalistas o cuasi-universalistas. Hemos expuesto en otro lugar (Adrados, 1986) cómo hay dos escuelas de tipología: la que establece la tipología de una lengua como un conjunto absolutamente unitario en que todo se deduce de todo; y la que considera solamente rasgos tipológicos que están en ésta u otra lengua en forma más o menos próxima y estableciendo alianzas diversas. Esta última es la que, naturalmente, nosotros seguimos.
Efectivamente, puede aprenderse mucho sobre la sintaxis del griego prestan do atención a hechos paralelos de otras lenguas, como se hace en este libro. Los casos del latín, ruso o alemán, los aspectos del eslavo (y aun del español y el inglés), los distintos tipos de número en español o en inglés, los sistemas de subordinadas en diversas lenguas, por poner algunos ejemplos, son útiles  para aguzar nuestra visión al describir hechos paralelos del griego. Pero ello  por su paralelismo y, a veces, su contraste, no por su identidad.
Ya desde Curtius en el siglo pasado el afán de identificar el aspecto griego y el eslavo ha causado mucho daño para la comprensión del primero; y la identificación por Kuryiowicz y Comrie de estos aspectos y algunos de nuestras lenguas modernas, más daño todavía. ¿Y qué decir de la teoría de los casos, que ha sido el conejo de indias de estos experimentos in vivo? Prescindiendo ya de la delirante teoría de Hjelmslev, que establecía un sistema total de las
 
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inundado teorías sobre los casos en que, expresa o tácitamente, se identificaban el N., Ac. y D. del griego con los de lenguas diversas: incluso aquellas que no tienen casos. Y, sin embargo, puede haber cosas comunes, pero también las hay diferenciales. ¿Cómo va a ser el D. el mismo en griego, donde está solo frente al N. y Ac., que en sánscrito y lenguas eslavas modernas, en que hay al lado un I. y un L.? ¿Y cómo puede ser igual el G. del latín, casi siempre adnominal, que el del griego, adverbal en un 40% de los casos? Remiendos de tipo diacrónico a base de sincretismos o evoluciones secundarias no arreglan el problema cuando se trata de describir sistemas, haya o no verdad en sus explicaciones.
Éstos pueden ser algunos ejemplos: estudiemos los hechos y luego, sólo luego, comparemos. Veremos, por ejemplo, que la función del N. no es siem  pre la de sujeto ni la noción de sujeto coincide siempre con la de agente. En tonces, si con Dik consideramos el sujeto como un recubrimiento sintáctico secundario de la «función semántica» de agente, y esto con carácter universal, nos quedamos sin una noción del concepto más amplio de sujeto y, desde lue go, sin la de N. También en el último Chomsky (1981) «la asignación del caso» (entiéndase del N. y Ac.), que sucede en la estructura de superficie, tiene que ver con la concordancia y la rección; con lo que se da una descripción muy  parcial del mismo, igual que en toda la gramática funcional. Y lo mismo si sustituimos el sistema real de los casos en una lengua por una serie de concep tos abstractos de los que luego emergerían los casos en una estructura de super ficie: así en Fillmore y Dik. Véanse nuestros capítulos sobre los casos.
Hoy día se ha elaborado una teoría parecida en el campo de los modos  por obra de Lakoff (1968), Seiler (1971), Lehmann (1973) y Lightfoot (1974). Los modos serían una estructura de superficie sobre la base de unos «abstract verbs» del tipo de entail.  La sintaxis del griego es explicada con ayuda del léxico del inglés, diríamos. Hacemos alusión a esta hipótesis, como a todas las demás, pero no la seguimos.
Sucede que las lenguas tienen mecanismos que son siempre los mismos, aproximadamente: de ellos he hablado en mi  Lingüistica Estructural (1969, págs. 842 sigs.). Sucede que los sistemas de categorías, funciones y clases de palabras en las distintas lenguas a veces presentan coincidencias y paralelos. Pero sucede también que hay otras veces diferencias de detalle; y diferencias radicales entre lo que aquí y allí es gramática o es léxico y en la misma existencia o no de ciertos sistemas gramaticales, por no hablar de su organización.
Así resulta que hay una doble tensión y que a lo largo de la historia de la Lingüística ha habido un constante balanceo en una u otra dirección. Cuando se trabajaba sobre una sola lengua, su estructura, explícita o implí citamente, se consideraba universal: así pensaron los filósofos y gramáticos griegos respecto al griego, los gramáticos medievales y hasta el s. xvm respecto al latín. Creyeron estar descubriendo un sistema universal, con una lógica
 
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que ya pensaba de un modo parecido. Antes no podía ni nombrárselo: ahora está a la última. El péndulo se desplazaba hacia ideas que parecían aban donadas.
 Naturalmente, esa ingenuidad pasó y se vio pronto que las categorías y funciones del inglés (y del griego y el latín) faltan en muchas lenguas del mun do. Pero la solución fue mucho peor: se llegó a proponer estructuras profundas universales, de las que las distintas lenguas no ofrecían sino transformaciones de superficie. Pero la descripción de esa supuesta profundidad no podía hacer se sino a partir de las lenguas reales y ello por procedimientos subjetivos y ajenos a todo posible control. ¿Partir de ahí para describir una lengua? Mejor  partir de la lengua misma.
Después de los transformacionalistas han venido otras escuelas que han con vertido la estructura profunda en meros esquemas abstractos, han introducido la Semántica, han suprimido, a veces, las transformaciones. Sigue siendo algo que puede ser útil para reflexionar sobre las características comunes de las len guas, no para describir una concreta.
Así, insistimos, creemos que debe aplicarse el método inductivo a partir de las lenguas particulares recogiendo datos, clasificando y estableciendo poco a poco el sistema o los sistemas. Acudir demasiado pronto a la comparación es peligroso. A veces no llega más que a empobrecer o prejuzgar los hechos, como en ejemplos anteriores. Llega a inventar hechos, como el caso ergativo, que jamás existió en indoeuropeo, o la conjugación objetiva, que Kretschmer atribuyó erróneamente al griego prehistórico o, en Fonología, las consonantes glotalizadas que se han importado de las lenguas caucásicas y que habrían debi do ser dejadas allí. No hay duda, sin embargo, de que en lenguas diferentes hay sistemas más o menos próximos de número, caso, aspecto o modo, entre otros: pueden dar luces, pero no deben reducirse a un modelo único.
Los sistemas y sus términos. — Quedamos, pues, en que nuestra tarea es describir las categorías, funciones y clases y subclases del griego, reexaminando las propuestas anteriores a la luz de un nuevo estudio, lo más completo posible, de los datos. Aunque, recordamos, en nuestro caso estamos obstaculizados por la inexistencia de inventarios y repertorios completos de materiales sintácticos clasificados. Por ello nuestra exposición, como cualquier otra de tipo general que se intente ahora, no puede ser sino incompleta y provisional.
Existen algunos principios a los que pensamos que debemos atenernos; en lazan, en realidad, con los expuestos hasta aquí. Conviene dejar hablar a los hechos y no apuntarse a ciertos apriorismos que crean bellos sistemas regulares, a ser posible universales. Por ejemplo, sistemas como el de los casos de De Groot, que establece una serie de oposiciones binarias sucesivas entre casos, aparentemente, de sentido unitario. O, como el de Kuryiowicz, que distingue entre casos gramaticales y locales, cada uno de los cuales tiene, todo lo más,
 
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Un elemento gramatical cualquiera se define por un contexto y hay que tener este contexto a la vista cuando se habla de oposiciones. Un Ac. se opone a un N. como un compl. directo a un sujeto de un verbo personal transitivo;  pero con ciertos verbos que llevan Ac. y G. con sentido diferentes, es al G. al que se opone; con otros se opone al D., es bien sabido; y con el inf. puede ser sujeto, en función correspondiente a la del N. con verbo personal (neutrali zación). Las oposiciones son, pues, parciales y están condicionadas por las for mas gramaticales y las subclases de palabras implicadas. Ciertos nombres care cen de determinados usos del Ac., ciertos verbos los exigen o, al contrario, los rechazan. La idea de un sistema total de los casos es una abstracción muy genérica, que deja fuera todo el rico detalle del uso.
Y así en general. No hay un modelo único de oposición, ni siquiera los tres tradicionales de oposiciones exclusivas, privativas y equipolentes. Si en una oposición privativa aparece un único ejemplo de uso neutro en el término posi tivo, ya tenemos una oposición equipolente. Pero no tan equipolente, quizá, como otra en que el uso neutro de dicho término es frecuente. Debe intervenir la estadística, hechos de frecuencia. Y puede suceder, y sucede, que el tipo de oposición cambie a lo largo de la historia de la lengua.
Y hay luego las oposiciones graduales, como la de los modos, nada simple  por otra parte. Y hay las transiciones entre el campo gramatical y el semántico. Las preposiciones, por ejemplo, están en esa zona intermedia. Y ciertos usos de los casos se corresponden con otros de los adverbios. Ciertos usos del infini tivo, el relativo, las conjunciones y el participio en subordinadas están próxi mos también. En estas circunstancias el problema, no siempre fácil, es decidir cuándo hay oposición, cuándo neutralización. Aunque históricamente puede haberse pasado de lo uno a lo otro, de lo otro a lo uno.
Hay también correlaciones: series cuyas oposiciones se realizan sobre más de un parámetro, como ciertos pronombres y conjunciones. Pero a veces pre sentan lagunas. Y elementos multifuncionales, que aparecen en varias casillas. Y en una misma hay palabras que suelen considerarse sinónimas, alomorfos,  pero que a veces presentan diferencias y entran en oposiciones, éstas lexicales.
Existen, pues, transiciones dentro de los sistemas, como las hay entre los distintos tipos de distribución. Por debajo de las palabras flexionales y de aquello que está definido por la forma, los hechos de indeterminación o de transición son más numerosos. Esto se ve, por ejemplo, cuando se quiere establecer sub clases del adjetivo según el tipo de determinación del nombre que ejercitan, definida a su vez por las subclases del nombre: es un ejercicio en que se incurre fácilmente en el círculo vicioso. También hay transiciones entre las clases de  palabras, que se definen por rasgos múltiples no siempre presentes todos ellos ni siempre exclusivos de una clase.
Es que los sistemas y clasificaciones no son sino abstracciones que suminis tran un primer dato, una primera expectativa, al hablante y al oyente: sólo
 
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La lengua es, ciertamente, un sistema en que «tout se tient», como decía Meillet. Pero el juego de dependencias y relaciones no se traduce en paradig mas cerrados de una vez para siempre. No hay «lengua» y «palabra», sólo en el texto se completa el detalle fluido de los sistemas. Entran en juego la frecuencia, los hechos analógicos, las insensibles transiciones de los contextos, el juego del estilo, los niveles de lengua y la creatividad. Creemos que es ésta una visión más real y realista de la lengua que la de los inventores de esquemas geométricos en que intervienen términos definidos de una vez para siempre.
Existen, de otra parte, las transformaciones. Ciertas construcciones de los casos adnominales sólo se comprenden como el resultado de una transforma ción del grupo de nombre y Verbo; y al contrario. Y existen, insistimos una vez más, los hechos diacrónicos. Los sistemas pancrónicos que, por exigencia de la exposición, vamos a presentar, no existieron nunca: son abstracciones que comprenden hechos generales del griego, más otros parciales de aquí o de allá con frecuencia diferentes o de distribución literaria o social diferente. A la exposición pancrónica debe seguir la diacrónica, que incluye el estudio del origen de los sistemas, a veces particularmente ilustrativo.
EÏ significado, ¿unitario o no? — Todo esto nos lleva al magno problema de la Lingüística, el problema del significado, al que algunos quisieron aplicar la táctica del avestruz, relegándolo a otras ciencias o minimizándolo. Pero la lengua está al servicio del significado, que clasifica, relaciona, reconstruye un sentido total. Y no sólo la sintaxis, sino el léxico. No quiero insistir aquí en la fundamental identidad de los problemas del significado en uno y otro sector, en el tratamiento en ambos de los mismos significados, en las transiciones. La principal diferencia es que la sintaxis organiza sistemas más estables y, hasta cierto punto, cerrados, más formalizados. Sobre todo esto, remito a anteriores exposiciones mías, cf., por ej., Adrados, 1988, págs. 114 sigs.
La cuestión es que en el sistema de Saussure estaba implícita la idea de que un signo, que tiene un solo significante (aunque la verdad es que hay alo- morfos) tiene también un solo significado. Esta implicación no es correcta: un signo tiene un significado en un determinado contexto, en otros puede tener otro; y es bien conocido, también, que el significado puede variar según el emisor y el receptor. Pero sigamos. En algunas exposiciones estructuralistas se sacó ya explícitamente 1a consecuencia de que el significado de las unidades gramaticales (y lexicales) debe ser único. Curiosamente, el transformacionalis mo y otras corrientes abstractas posteriores siguen por el mismo camino. Katz y Fodor hablaban de distinguishers  y selection restrictions  (así lo aceptó Chomsky) distinguiendo entre los elementos semánticos que operan en las pala  bras, las constituyen, y los que funcionan solamente en la frase. No es muy diferente la posición de Pottier con sus semas estables y virtuales, ni la de
 
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léxico. Pero la verdad es que una palabra tiene una semántica variable, condi cionada por el contexto (que a su vez puede rechazar ciertas palabras). Igual  puede decirse de las unidades gramaticales.
Volvamos a éstas. El libro de Ruipérez de 1954 propone un significado único (en «lengua») para cada término de la categoría del aspecto griego. Fuera de aquí habría realizaciones, dependientes fundamentalmente del semantema de los verbos (de sus subclases), y hechos de neutralización. Más allá va el libro de Rubio de 1966: cada término de una categoría gramatical tiene un significado único. Y éstas son posiciones en modo alguno aisladas: constante mente se publican artículos tratando de definir de manera unitaria tal o cual término de una categoría. Apreciando mucho el trabajo de estos colegas, de los que tanto puede aprenderse (y ello se refleja en el presente libro), no puedo estar de acuerdo.
 Ni tampoco con teorías generales como la de Kurytowicz, para quien siem  pre hay una función primaria y una secundaria; o con la no muy diferente, que viene de Jakobson y que reaparece, por ejemplo, en Scherer (1975), del significado fundamental (Grundbedeutung)  y marginal. En varios de sus estu dios (1978, 1979, 1980), Touratier se opone a esta tesis: no encuentra forma de asignar un significado unitario o fundamental a los casos latinos.
 Naturalmente, estos problemas no se les presentan a los funcionalistas, que  prescinden de la noción de sistema. Pero inciden sin querer en ellos cuando distinguen, por ej., entre un Ac. «obligatorio» (el compl. dir.) y uno periférico, véase más abajo.
 Nosotros pensamos que no hay razón ninguna, a priori,  para afirmar o negar una de las varias posibilidades que hay para la interpretación semántica de una unidad sintáctica o lexical. Una es la unidad del significado; otra, ésta acompañada de un uso neutro (así en el masculino y el femenino); otra, la existencia de una acepción fundamental y una marginal o marginales, que pue den combinarse con el concepto de uso neutro (así en el N., fundamentalmente sujeto, pero también con varias funciones, entre ellas la apelativa y la oracio nal); otra aún, la existencia de varias acepciones, acompañadas o no de neutra lización. Todo ello en función de las oposiciones y del contexto y con frecuente variación. Ya se sabe: los significados centrales son más frecuentes, exigen dis tribuciones menos especializadas y entran en sistemas de oposiciones más rígi dos. Pero hay un claro gradualismo.
¿Cuál es la solución, pues? Para nosotros, una clarísima: estudiar los datos (oposiciones, distribuciones, frecuencias) y sólo entonces sacar conclusiones ge nerales. Es lo que intentamos en este libro.
Inducción, dicotomías y mecanismos automáticos.  — Naturalmente, no va mos a aplicar el método inductivo paso a paso, pues la obra de nuestros prede cesores nos da mucho adelantado. Pero hay que echar mano de él siempre
 
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de categorías, funciones y clases y subclases de palabras, y, luego, el reflejo de todo esto en la construcción de las oraciones simples y compuestas.
Evidentemente, existe una serie de conocimientos previos sobre cómo fun cionan las lenguas en general, sobre tipología, sobre características de los siste mas, los contextos y las clasificaciones lingüísticas, sobre la construcción ora cional, que son una guía y un apoyo. Pero siempre que se mantenga la mente abierta, dispuesta a rectificar de acuerdo con los datos y las clasificaciones de los mismos. Esta es la ultima ratio.
Inspiran desconfianza (al menos al autor de este libro) las dicotomías rígi das y las definiciones cerradas: siempre hay transiciones porque, como se ha dicho, las decisiones e interpretaciones se toman, en último término, en el nivel del pasaje, en función de datos sistemáticos y distribucionales muy complejos: no sólo se trata de la distribución verbal inmediata, sino de la lejana, de la extralingüística, del carácter mismo del texto (contenido, estilo, nivel, autor, etc.). Las clasificaciones paradigmáticas son, de una parte, un telón de fondo  bastante impreciso que ayuda al habíante y al oyente, indica posibilidades; de otra, un recurso para la descripción del lingüista. A veces, más lo segundo que lo primero. Cierto, con algo tenemos que echar a andar para entendernos:  pero con crítica.
Ya hemos indicado el carácter parcial, útil pero desorientador a veces, de oposiciones como la de lengua y habla, sincronía y diacronía en los saussurea- nos; o las que hay entre las diversas «estructuras» de transformacionalistas y funcionalistas. Hemos aludido de pasada a otra dicotomía más, hoy muy citada entre los funcionalistas y en un círculo bastante amplio: la que hay entre elementos obligatorios y opcionales en la construcción del verbo. Digamos algo de ella.
En realidad, procede de la gramática antigua, con su distinción entre diver sos complementos: directos, indirectos y circunstanciales. A partir de aquí Tes- niére, incluyendo el sujeto entre los meros determinantes del verbo (posición que no compartimos), estableció que un verbo puede tener uno, dos o tres «actantes», a saber, sujeto, complemento directo e indirecto, y un número in definido de circunstantes, complementos circunstanciales. El status  sintáctico de ambos grupos sería toto cáelo  diferente.
 No de otra manera la Gramática de Valencias o  Dependenz-Grammatik,  representada para las lenguas clásicas sobre todo por Happ (1978), distingue entre Ergänzungen y frei Angaben, es decir, entre complementos y datos libres: incluye entre los primeros los tres actantes de Tesnière y todo su problema es determinar qué verbos tienen una, dos o tres casillas. Por su parte, Pinkster (1972) (y en trabajos posteriores como el de 1981) distingue entre núcleo y  periferia; Dik entre predicados básicos y satélites. Pero, ¿es tan radical la dis tinción y tan significativa semánticamente?
 
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como subclases de un mismo Ac. Lo mismo hay que decir respecto al D, compl. ind. y el de dirección, que difieren principalmente por la subclase del verbo.
Pero sobre todo, algunos de los mismos autores que citamos admiten que existe una gradación. Así Pinkster (1972 y 1986) admite que hay adjuntos al núcleo y a la periferia, los primeros (por ej., una determinación de instrumen to) menos libremente añadibles que una determinación de tiempo o espacio. Algo semejante dice Happ. Más todavía, De la Villa (1986, pág. 58), hablando de la previsibilidad de los elementos de la oración, concluye que no existe nin gún elemento absolutamente necesario en todas las ocasiones y que hay elemen tos teóricamente opcionales tan deducibles del contexto como los que se consi deran elípticos.
Una vez más, hay transiciones: así, entre el Ac. y el D. complementos y los demás usos de estos casos. Oponer los dos primeros usos como «gramatica les» a todos los demás, y declarar los dos primeros usos como los únicos gra maticales es poco convincente. Todos los usos marcados por categorías y fun ciones formales son, en principio, gramaticales. Y en muchos hay transiciones a relaciones más habitualmente marcadas por la semántica y que llamamos lexicales.
Otro tema todavía es el de los métodos usados para establecer las clasifica ciones. Ya hemos hablado del problematismo de muchas de ellas y de cómo se establecen por una serie de coincidencias: hechos formales, funcionales, ca- tegoriales. Coincidencias, de otra parte, no totales. Pues bien, existe siempre una tentación de lograr definiciones claras y absolutas, ya sobre la base de criterios puramente formales, ya de otros mecánicos. Es algo muy humano el tratar de descartar la subjetividad y buscar modelos claros y nítidos, estable cidos de una vez para siempre, a partir de los cuales se deduzcan todas las frases de una lengua. Pero al menos para las naturales esto no es posible: ya hemos dicho que es un intento fracasado una y otra vez.
Lo inició ya la Escuela de Copenhague con su álgebra del lenguaje y su universalismo en la definición de los sistemas: pero quedó en eso, en intento. El primer chomskismo buscaba también, a partir de un conjunto de «oraciones nucleares» construir todas las frases de la lengua mediante sus transformacio nes de deleción, permutación y sustitución y sus «filtros». El intento fue aban donado y se sustituyó por el que parte de estructuras profundas, cuyo inventa rio tampoco se ha realizado nunca, sólo hay ejemplos muy polémicos.
Ahora Dik, en su libro sobre la coordinación de 1968, y otros estudiosos más, han propuesto basar las clasificaciones en los criterios de la coordinación y de las correlaciones de antecedente y consecuente y de pregunta y respuesta. Pinkster (1972) los ha puesto a prueba para clasificar los adverbios latinos y algunos estudiosos españoles, como Crespo, De la Villa y Muñoz los han aplicado a la clasificación de las palabras invariables en trabajos que citamos en el lugar oportuno.
en el lugar oportuno.
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El punto de partida es que dos términos coordinados (dos nombres o ver  bos, dos oraciones) deben tener, en principio, igual función: por tanto, si hay uno bien definido, define a su vez automáticamente al otro. De igual manera, un antecedente τδε, por ejemplo, define la función del consecuente, aunque sea una oración. Y una pregunta, la de la respuesta: si se pregunta π ς...; la respuesta (un adverbio, un nombre, una oración) debe ser modal.
El principio es, en sí, inobjetable: tiene que haber una comunidad entre los dos términos, tienen que ser idénticos «at some level», como dice Matthews (1981, pág. 202). Pero, ¿a qué nivel? Si se coordinan νυν... κενω ς..., τονε- κα... οφρα..., εινεκα... να... no quiere decirse que ambos términos sean idén ticos, sino que caen bajo un común denominador o que el primero abarca al segundo. Por otra parte, cuando se coordinan dos elementos es para añadir algo nuevo o mostrar una diferencia, dentro de la comunidad. El que tras un verbo de movimiento haya ya Ac. lativo ya εις más el mismo Ac., no indica identidad de las dos construcciones, sólo comunidad. En un pasaje como Th. 2.27. la cordinación de κατ το ’Α θηναω ν διφορον y οτι σφ ν εεργται σαν no implica que el giro preposicional implique causa: es ‘de acuerdo con’ y ‘porque’, se trata de dos circunstancias de la entrega de Tirea a los eginetas. Y si se pregunta και π ς; y se contesta πε... ‘porque...’ (Ar.,  Nu.  1434), esto no implica que el π ς sea causal, sólo que, en un sentido amplio, la causa es una especificación modal o, mejor, circunstancial.
Todos estos mecanismos no son sino subespecies de uno más general, bien conocido: las leyes del contexto. Un determinante y un determinado (adjetivo y nombre, nombre y verbo, etc.) necesitan tener una coherencia, hay posibili dades admitidas, otras excluidas, aunque la lengua tiene una apertura suficiente como para permitir ejemplos de callida iunctura que he citado en otras ocasio nes como la música callada,  el polvo enamorado,  o la higuera bate su viento.  Igual en la coordinación y en las correlaciones. Incluso en las aposiciones (la llamada enumeración caótica, por ej.), por otra parte nada fáciles de distinguir de la coordinación asindética.
Para el griego hay un libro notable, el de Ottervik (1943), cuyo título es  bien significativo: Koordination inkonzinner Glieder in der attischen Prosa. Allí  pueden encontrarse toda clase de ejemplos de coordinación entre elementos diferentes (palabras de diferentes clases, diferentes grados de comparación, di ferentes casos; palabra y oración, infinitivo o participio y oración, giro prepo sicional y oración) que son unificados en cierta manera, con finalidades estilís ticas, pero siguen siendo diferentes. No hay identidad. Recuérdese todo lo que sabemos sobre las transiciones entre funciones, términos de las categorías, sig nificados; sobre los usos figurados, la multivalencia funcional, etc.
Así, estos criterios son útiles dentro del epígrafe más general de la atención al contexto para definir clases, subclases, categorías, funciones: pero no son una lámpara de Aladino. Usados mecánicamente pueden, incluso, provocar con
 
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Pues la subjetividad es connatural a la producción y la interpretación de los textos lingüísticos, a las clasificaciones del gramático también. Tratamos de reducirla tipificando los contextos, señalando oposiciones, fijando las posi  bilidades e imposibilidades de las clases y subclases de palabras. Pero existen transiciones inesquivables y casos de ambigüedad, sobre todo en el nivel abs tracto de la lengua; y ésta nos sorprende, de otra parte, con realizaciones, con textos, que creíamos imposibles. Es abierta y creadora. El ideal de lo que es la lengua científica con claras divisiones, sin polisemia, multifuncionalidad ni neutralización, no debe cegarnos. Ésta no es la lengua natural, que en sus  problemas (problemas para el hablante, aunque más para el lingüista) tiene también la marca de su superioridad: su apertura y su capacidad de adapta ción, evolución y creación. No nos engañemos con los mecanismos de descrip ción supuestamente automáticos ni con su supuesta total objetividad.
4 . C o n c l u s i o n e s
Creemos que queda clara y no ambigua nuestra posición en cuanto a ideas sobre la lengua y en cuanto a método. Al mismo tiempo, creemos no ser exclu sivistas ni tampoco eclécticos.
Dentro del mismo estructuralismo, seguimos una línea particular, crítica, que no rehúsa aprender de las demás escuelas y rechaza varios de los dogmas saussureanos. Creemos en los sistemas y en sus márgenes, en lo universal y lo particular, en la unidad y multiplicidad, según los casos, de los significados, en los límites fluidos de Sintaxis y Semántica y de otras varias clasificaciones* Desconfiamos de dicotomías y tabús, de mecanismos automáticos inventados  para describir exhaustivamente sistemas lingüísticos que no describieron en su totalidad ni los neogramáticos ni los de Copenhague ni los descriptivistas ame ricanos, ni los transformacionalistas ni, creo, los funcionalistas. Nosotros no intentamos tanto, sólo aproximarnos en cierta medida a ese ideal inasequible.
Para ello hay que desconfiar de todos y estar cerca de todos. Cerrar un  poco los ojos ante sus fanatismos, que ya pasarán, dominar sus complejidades terminológicas. En gracia a lo que aportan y a que después de todo, son lo que hay. Pero, sobre todo, hay que partir de la lengua: fijar invariantes, esta  blecer los sistemas y subsistemas y sus límites, cuando la sintaxis se degrada en clasificaciones sucesivas que a partir de un punto son lexicales. Todo ello sin ignorar el sistema ni querer forzarlo.
Y hay que saber que cualquier descripción, incluida ésta, es provisional: aparte de los problemas teóricos, nos faltan datos. Aun así, puede intentarse ampliar la perspectiva sobre la lengua griega y sobre la lengua en general. Pues todas tienen mucho de común: son instrumentos tradicionales con una sistema tización compleja y con muchos elementos fósiles y mostrencos que, después
 
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Y son, al tiempo, instrumentos flexibles en manos del hombre para el conoci miento del mundo y de sí mismo, para la acción.
La lengua es un intermedio entre los hombres y entre éstos y el mundo; es a la vez una entidad propia. Nada extraño que en su estudio haya esa multi  plicidad de puntos de vista de que hemos hablado, de que haya esa a veces fatigosa danza y contradanza de escuelas. De que nos encontremos con el lingüista-filólogo, el lingüista-literato, el lingüista-lógico, el lingüista-sociólogo y hasta el lingüista-dibujante. Y con tantos otros más: raramente con el lingüis ta puro, si es que es posible su existencia. Tampoco yo lo soy. Pero el objeto de estudio de todos es uno y el mismo y eso implica a la larga una aproxima ción, una eliminación de tabús, una vuelta de viejas verdades, a veces más significativas y esciarecedoras en el nuevo ambiente ideológico.
Éste es el fondo sobre el que el lingüista debe moverse —al menos así lo  pienso— al hacer la descripción sintáctica de una lengua cualquiera: el griego es sólo un ejemplo. Trata de clasificar y definir, de establecer la estructura de los sistemas que se organizan en el sistema de la lengua, de desvelar al tiempo sus funciones e incluso las relaciones transformacionales. Pero prestan do siempre atención a los humildes datos de los textos del corpus base: en sus contextos, oposiciones, funciones, transformaciones, semántica, estadística, neutralizaciones. Son el verdadero punto de partida.
5. N o t a   f i n a l
Algunos de los resultados de este libro han sido anticipados en artículos que luego han sido utilizados aquí. Muy concretamente: «Las categorías gra maticales del griego antiguo», en Estudios metodológicos sobre la lengua grie ga,  Cáceres, 1983, págs. 85-97; «Reflexiones sobre los sistemas de preposicio nes del griego antiguo a partir del DGE»,  RSEL   16, 1986, págs. 71-82; «Siste ma y sistemas de los casos en griego antiguo», en Stephanion.  Homenaje a 
 M. C. Giner, Salamanca, 1988, págs. 143-147; «Anticipos de una nueva teoría casual del griego antiguo», en  Actas del VII Congreso Español de Estudios  Clásicos,  Madrid, 1989, págs. 273-278; «Norma y normas en el sistema de los casos en griego antiguo», en Festschrift O. Szemerényi  (en prensa); «La oposi ción aspectual presente / aoristo, examinada de nuevo», en Emerita  58, 1990,  págs. 1-19. El presente prólogo está incluido en las  Actas del Congreso X X    Aniversario de la SEL   (Madrid, 1990, I, págs. 11-32), Por otra parte, es claro que algunas de las ideas aquí desarrolladas están anticipadas de alguna manera en publicaciones mías, aludidas en páginas anteriores, las más. Añádase «Semán tica y Sintaxis en la Gramática Funcional de Dik» (RSEL  21, 1991, págs. 1-10), «Les définitions linguistiques» (en prensa en Alpha, Halifax) y Alabanza y vitu
 
El sistema de abreviaturas es el del  Diccionario Griego-Español  (Madrid, C.S.I.C., 1980 y sigs.)
La profesora de la Universidad de Sevilla, D .a Mercedes Vílchez, ha leído los capítulos del libro según yo los iba redactando y me ha hecho valiosas observaciones; ha corregido también las pruebas. D. Juan Rodríguez Somoli- nos, del C.S.I.C., me ha ayudado en una serie de revisiones y en los índices.
Madrid-Turégano, 1987-1989
LÍNEAS GENERALES DE LA SINTAXIS DEL  GRIEGO ANTIGUO
1. C o n s i d e r a c i o n e s   g e n e r a l e s
La Sintaxis del griego se basa en estructuras formales y de contenido y en funciones que llevan de la palabra a la oración simple y de ésta a la oración compuesta. No es tan diferente, al menos en su contenido, de la sintaxis del español, a su vez próxima a la de las otras lenguas indoeuropeas modernas. Ciertamente, el español no posee casos (salvo en mínima medida, en los pro nombres personales) ni número dual; usa en forma más restringida el aspecto y eí modo; presenta diferencias notables en cuanto a la voz y posee un tiempo relativo del que carece el griego; su elenco de partículas no coordinativas es reducido; usa en escasa medida el infinitivo en las oraciones subordinadas; tiene un gerundio, pero no construcciones absolutas y predicativas del partici  pio. Fuera de esto, está bastante próximo al griego en lo relativo a clases y subclases de palabras, organización de éstas en sintagmas y oraciones simples y compuestas y, también, en io relativo a categorías y funciones, sobre todo, en lo que concierne al contenido, aunque también hay semejanzas en la forma.
Todo ello es fruto, primero, del común origen indoeuropeo; y, segundo, del influjo del griego sobre todas las lenguas de cultura posteriores. Pues el griego que es, junto cön el egipcio y el chino, la lengua cuyo desarrollo está documentado sobre más iárgo período de tiempo, ha sido decisivo en la confor mación de la sintaxis (y del léxico) de las lenguas posteriores, bien directamen te, bien a través del latín. Aquí consideramos sólo su fase antigua, desde el micénico a los albores de la edad bizantina: unos 2.000 años.
La Sintaxis del griego está, según decimos, edificada sobre la base de la  palabra. Se trata de estudiar cómo recibe determinaciones y expansiones, creando grupos con igual función, los sintagmas; de cómo esas palabras o sintagmas se relacionan entre sí creando la oración simple; de cómo ésta recibe la determi nación de otras oraciones simples, creándose así la oración compuesta, o recibe
 
32  Nueva sintaxis del griego antiguo
la expansión por medio también de otras oraciones simples, creándose grupos de oraciones coordinadas. Aquí termina la Sintaxis propiamente dicha: más allá está la organización de las oraciones en un texto, lo que es objeto de estudio por parte de la Gramática del Texto, de la Estilística y de la Teoría Literaria.
Tampoco se ocupa de la palabra en sí, sólo de cómo se organiza e incluye en unidades superiores. Conviene, sin embargo, definiría: aunque su definición incluye una serie de rasgos que no siempre se dan todos. La palabra es la mínima unidad semántica (o deíctica) libre: limitada por junturas, provista de un acento, irrompible, con orden fijo de elementos. Aunque, ya decimos, pue de haber violación de una u otra regla: en hom. πρ μ5 κε ‘me envió’ está «rota» una forma de προημι y hay un μ ’ (με átono, proclítico); en εγω γε la partícula γε es también átona, enclítica y se escribe tras el pronombre como si formaran una palabra única.
Es la dualidad semántica de πρ μ’ κε y εγω γε y el paralelismo de προκε, με, εγ y γε en otros contextos, la que facilita el análisis en palabras. Pero la unidad semántica de la palabra no es clara siempre, ni mucho menos. Y hay problemas de límites para definir la palabra muchas veces.
Añadamos algo esencial. En griego hay palabras invariables (no flexivas) que poseen una sola forma. Y otras variables (flexivas) que son un conjunto de varias formas que son variantes gramaticales de las mismas. Igual que en español, aunque el detalle varíe.
En el interior de la palabra hay relaciones no disímiles de las que hay entre las palabras que se organizan en un sintagma. Cuando la palabra es compuesta y está integrada por varios morfemas, uno puede determinar a otro (κρπο- λις ‘la ciudad alta’) o uno puede expandir a otro (ιατρμαντις ‘médico y adivi no’). En uno y otro caso, un morfema gramatical, colocado habitualmente al final, determina al conjunto precedente asignándole, si se trata de un nom  bre, valores de género, número y caso; si de un verbo, valores de persona, número, voz, tiempo, aspecto y modo. Esto ocurre igualmente cuando el mor fema final gramatical determina a una palabra integrada por un solo elemento.
Pero estas determinaciones y expansiones internas a la palabra no son estu diadas, tradicionalmente, dentro de la sintaxis, sino dentro de la derivación y composición de palabras. Tienen, por lo demás, características que, aunque  próximas, no son exactamente las mismas. Y una serie de elementos que sirven  para edificar la Sintaxis que va de la palabra a la oración compuesta (clases y subclases de palabras, categorías, funciones) faltan aquí.
Las relaciones entre las palabras se establecen en griego mediante una serie de elementos:
a) Elementos marcados morfológicamente en Tas palabras mediante desi nencias y, raramente, rasgos iniciales, tales el aumento y la reduplicación; a veces intervienen también las alternancias vocálicas y el lugar del acento. Nóte
 
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amalgama. Sincretismo: formas idénticas indican varias categorías o fun ciones, por ej., μτρον es N.-Ac.-V. de sg., compárese en esp. amaba, 1.a-3.a pers. del impf. ind. Amalgama: una forma marca varias categorías y funciones, por ej., λω indica 1.a pers. sg. act. pres. (pero amalgama el ind. y el subj.), compárese en esp. amo  que indica 1.a sg. act. pres. ind. La desam-  biguación o interpretación de sincretismos y amalgamas de una forma de una  palabra en un determinado contexto se logra mediante el estudio de su función y sus categorías concretas, que se deducen de dicho contexto.
 b) Palabras gramaticales. Por ej., las partículas ν o κεν, κα precisan el valor de ciertos modos, otras marcan conexión o coordinación (de palabras, sintagmas y oraciones). Las preposiciones indican la relación entre el verbo (a veces el nombre o adjetivo) y un nombre. Las conjunciones entre una ora ción y otra (subordinación).
c) Suprasegmentales. Una determinada curva melódica distingue la ora ción aseverativa de la interrogativa, una determinada intensidad de voz marca la interjección o el V. o el impvo. o la oración exclamativa; la diferencia entre formas tónicas y átonas distingue ciertas partículas de otras, los adverbios de ciertas partículas y de las preposiciones, usos enfáticos y no, interrogativos e indefinidos de ciertos pronombres; etc.
d) Orden de palabras. Aunque menos importante que en lenguas con una flexión más reducida, no deja de tener interés para distinguir clases y subclases de palabras y funciones de las mismas. Las partículas átonas, por ej., suelen ir en el segundo lugar de la oración, las conjunciones ante la subordinada, las distintas subclases de los adjetivos tienen tendencias propias respecto al orden de palabras.
e) Relación entre clases de palabras. Si van en igual género, número y caso, un adjetivo determina a un nombre, un nombre a otro nombre: καλν παιδον ‘niño guapo’, νρ ποιμν ‘varón pastor’, ‘pastor’. Igual un artículo. Una partícula determina a un nombre o pronombre (εγω γε ‘yo ai menos’), un adv. a un verbo (καλν λγεις ‘bien dices’); y hay otras combinaciones.
Como se ve, el sistema de marcas formales es muy complejo y está, a veces, en una relación difícil con clases (y subclases) de palabras, categorías, determi naciones y funciones, cuyo contenido, con frecuencia, no es fácil de definir. Son conceptos, de otra parte, que tenemos necesidad de precisar. Pero antes hemos de decir algo sobre el marco fundamental en que se encuadra la sintaxis de la palabra: la oración simple.
Si la palabra es el elemento mínimo con que trabaja la sintaxis, su esquema fundamental es, en efecto la oración simple. La compuesta no es sino una oración simple determinada por otra, igual que una palabra puede estar deter minada por otra: ya lo hemos dicho. Ahora bien, la oración simple puede consistir en una sola palabra que expresa, dice o predica algo de una manera suficientemente completa: Σ κρατες requiere la atención de Sócrates o le lla
 
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lo descubrían desde la cima de una colina, quiere decir ‘¡ahí está el mar!’, ει ‘llueve’ expresa también un proceso completo, vaí ‘si’, οχ ‘no’ equivalen a su vez a una expresión completa. Pero lo habitual en griego, como en todas las lenguas indoeuropeas, es la oración bimembre, con un nombre sujeto y un verbo predicado (Σ ω κρτης τρχει ‘Sócrates corre’) o con un nombre suje to y otro o un adjetivo predicado (Δ μος καλς ‘Demo es guapo’). Es una relación compleja, que no coincide con la que existe entre un nombre y otro nombre o un adjetivo que lo determinan (δμος πατρς ‘casa del padre’, δμος λθινος ‘casa de piedra’) o en grupos como el de un nombre expandido con una aposición (ππες, πεζο ‘jinetes, infantes’) o el de un verbo determinado (καρπν ëÔODGi ‘comen frutos’); ni, por supuesto, el de un verbo expandido (εδουσι, πνουσι ‘comen, beben’), pues esto equivale ya a dos oraciones.
Es una relación de otro tipo, la conocida como relación predicativa, la que indica que se «predica» algo de alguien o algo. En ella hay, en realidad, una relación recíproca. El verbo incluye datos gramaticales que definen su proceso,  pero restringen a su vez la operación del sujeto; indican en qué circunstancias de tiempo, modo, etc., se desarrolla. Inversamente, el sujeto incluye datos que  precisan quién o qué cosa está implicado en el proceso verbal, que así es deter minado o restringido; o, cuando ese dato está ya incluido en el verbo (en la 1.a y 2.a pers.), insiste en su importancia, le da énfasis (uso de γ y sus variantes numéricas, en realidad prescindibles). Este es el punto de vista de este libro; no ignoramos que existe la posición según la cual el sujeto es un mero determinante (o actante o argumento) del verbo, como ios complementos.
La palabra y la oración simple son los dos pilares fundamentales entre los que se mueve la sintaxis del griego antiguo, ni más ni menos que la de las lenguas indoeuropeas en general y muchas otras más. Se trata ahora de ver cómo se pasa de la primera a la segunda; y de la segunda a grupos sintácticos superiores. Los mecanismos, ya lo hemos dicho, son los mismos: la determina ción y la expansión. Operan sobre la palabra: sobre el sujeto y sobre el predica do. Operan también sobre la oración entera, dando datos que acaban de defi nirla o que la relacionan con otras oraciones. Haremos algunas precisiones,  primero sobre lo concerniente a la palabra; luego diremos algo sobre lo que se refiere a la oración.
2. D e t e r m i n a c i o n e s , f u n c i o  
n e s , EXPANSIONES, APOSICIONES
Algo se ha anticipado ya. Una palabra puede sufrir determinación o expansión:
a) Determinación. — El contenido de la palabra se restringe así y sucede que a partir de un inventario limitado de palabras de contenido genérico obte nemos sintagmas actualizados de contenido muy preciso y concreto, a veces único e irrepetible: es un inventario imposible de hacer, porque es ilimitado.
 
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de Α ισχνης ó >τωρ: son dos Esquines muy precisos, un filósofo y un orador. Y basta un mismo verbo, que significa ‘comer’ en general para la fórmula homérica referida a los hombres que ‘comen el fruto de la tierra’ (ρορη