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Biopsicología articulos varios Varios autores http://www.biopsychology.org/biopsicologia/articulos/articulos.htm ¿Qué es la emoción? M.P. González, E. Barrull, C. Pons y P. Marteles, 1998 Hasta el trabajo de Wukmir (1967), nadie ha sabido dar una explicación coherente del fenómeno de la emoción. Todo lo que se ha dicho de ella y se sigue diciendo, son vaguedades y descripciones de sus efectos muy generales. En este artículo, queremos resumir la aportación de Wukmir al esclarecimiento definitivo del fenómeno emocional. Esperamos que la lectura detenida y reflexiva de este artículo pueda aclarar definitivamente al lector algo tan fundamental como es la naturaleza de las emociones. Aproximación a la emoción En cada instante experimentamos algún tipo de emoción o sentimiento. Nuestro estado emocional varía a lo largo del día en función de lo que nos ocurre y de los estímulos que percibimos. Otra cosa es que tengamos siempre conciencia de ello, es decir, que sepamos y podamos expresar con claridad que emoción experimentamos en un momento dado. Las emociones son experiencias muy complejas y para expresarlas utilizamos una gran variedad de términos, además de gestos y actitudes. De hecho, podemos utilizar todas las palabras del diccionario para expresar emociones distintas y, por tanto, es imposible hacer una descripción y clasificación de todas las emociones que podemos experimentar. Sin embargo, el vocabulario usual para describir las emociones es mucho más reducido y ello permite que las personas de un mismo entorno cultural puedan compartirlas. En la siguiente tabla se muestran algunas tanto en sus vertientes positivas como negativas. Emociones positivas Emociones negativas Me siento ... Siento ... Me siento ... Siento ... Bien Bienestar Mal Malestar Feliz Felicidad Desgraciado Desgracia

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Biopsicología articulos varios

Varios autoreshttp://www.biopsychology.org/biopsicologia/articulos/articulos.htm

¿Qué es la emoción? M.P. González, E. Barrull, C. Pons y P. Marteles, 1998

Hasta el trabajo de Wukmir (1967), nadie ha sabido dar una explicación coherente del fenómeno de la emoción. Todo lo que se ha dicho de ella y se sigue diciendo, son vaguedades y descripciones de sus efectos muy generales. En este artículo, queremos resumir la aportación de Wukmir al esclarecimiento definitivo del fenómeno emocional. Esperamos que la lectura detenida y reflexiva de este artículo pueda aclarar definitivamente al lector algo tan fundamental como es la naturaleza de las emociones.

Aproximación a la emoción

En cada instante experimentamos algún tipo de emoción o sentimiento. Nuestro estado emocional varía a lo largo del día en función de lo que nos ocurre y de los estímulos que percibimos. Otra cosa es que tengamos siempre conciencia de ello, es decir, que sepamos y podamos expresar con claridad que emoción experimentamos en un momento dado.

Las emociones son experiencias muy complejas y para expresarlas utilizamos una gran variedad de términos, además de gestos y actitudes. De hecho, podemos utilizar todas las palabras del diccionario para expresar emociones distintas y, por tanto, es imposible hacer una descripción y clasificación de todas las emociones que podemos experimentar. Sin embargo, el vocabulario usual para describir las emociones es mucho más reducido y ello permite que las personas de un mismo entorno cultural puedan compartirlas. En la siguiente tabla se muestran algunas tanto en sus vertientes positivas como negativas.

Emociones positivas Emociones negativas

Me siento ... Siento ... Me siento ... Siento ...

Bien Bienestar Mal Malestar

Feliz Felicidad Desgraciado Desgracia

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Sano Salud Enfermo Enfermedad

Alegre Alegría Triste Tristeza

Fuerte Fortaleza Débil Debilidad

Acompañado Compañía Solo Soledad

etc. etc. etc. etc.

La complejidad con la que podemos expresar nuestras emociones nos hace pensar que la emoción es un proceso multifactorial o multidimensional. Uno siempre tiene la impresión de que le faltan palabras para describir con precisión sus emociones.

Pero debajo de esta complejidad subyace un factor común a todas las emociones: cada emoción expresa una cantidad o magnitud en una escala positivo/negativo. Así, experimentamos emociones positivas y negativas en grados variables y de intensidad diversa. Podemos experimentar cambios de intensidad emocional bruscos o graduales, bien hacia lo positivo o bien hacia lo negativo. Es decir, toda emoción representa una magnitud o medida a lo largo de un continuo, que puede tomar valores positivos o negativos.

En el lenguaje cotidiano, expresamos nuestras emociones dentro de una escala positivo-negativo y en magnitudes variables, como "me siento bien", "me siento muy bien", "me siento extraordinariamente bien" (intensidades o grados del polo positivo) o "me siento mal", "me siento muy mal", "me siento extraordinariamente mal" (intensidades o grados del polo negativo).

Según sea la situación que provoca la emoción, escogemos unas palabras u otras como 'amor', 'amistad', 'temor', 'incertidumbre', 'respeto', etc., que, además, señala su signo (positivo o negativo). Y según sea la intensidad de la emoción escogemos palabras como 'nada', 'poco', ' bastante', 'muy', etc. y así, componemos la descripción de una emoción. Decimos, por ejemplo, "me siento muy comprendido" (positiva) o "me siento un poco defraudado" (negativa).

En consecuencia, podemos reconocer en toda emoción dos componentes bien diferenciados. Por un lado, un componente cualitativo que se expresa mediante la palabra que utilizamos para describir la emoción (amor, amistad, temor, inseguridad, etc.) y que determina su signo positivo o negativo. Por otro lado, toda emoción posee un componente cuantitativo que se expresa mediante palabras de magnitud (poco, bastante, mucho, gran, algo, etc.), tanto para las emociones positivas como negativas. El cuadro siguiente trata de reflejar estos dos componentes de toda emoción.

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Emoción como valoración o medida de la probabilidad de supervivencia

Ahora nos falta determinar a qué se refiere este componente cuantitativo (magnitud positiva o negativa) que contiene toda emoción. ¿Que es lo que mide cada una de nuestras emociones? ¿Qué significa 'positivo' y 'negativo' en nuestras emociones?

Los organismos vivos disponen de mecanismos perceptivos que les permiten reconocer aquellos estímulos que son significativos para su supervivencia: para obtener comida, para protegerse de un ataque, etc. Pero la percepción cubre sólo una parte del problema. La percepción tiene como objeto reconocer los estímulos, saber que son.

Esto no es suficiente para un ser vivo. Además, necesita saber si esto que ha percibido (que ya ha reconocido) le es útil y favorable para su supervivencia o no. ¿Qué mecanismos tienen los seres vivos para determinar si lo que han percibido es favorable para su supervivencia o no?

V.J. Wukmir (1967) planteó que tales mecanismos son las emociones. La emoción es una respuesta inmediata del organismo que le informa del grado de favorabilidad de un estímulo o situación. Si la situación le parece favorecer su supervivencia, experimenta una emoción positiva (alegría, satisfacción, deseo, paz, etc.) y sino, experimenta una emoción negativa (tristeza, desilusión, pena,

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angustia, etc.). De esta forma, los organismos vivos disponen del mecanismo de la emoción para orientarse, a modo de brújula, en cada situación, buscando aquellas situaciones que son favorables a su supervivencia (son las que producen emociones positivas) y alejándoles de las negativas para su supervivencia (que producen emociones negativas).

Por ejemplo, cuando entramos en una reunión, lo primero que hacemos es reconocer (percibir) a las personas que están en la sala y casi simultáneamente, empezamos a experimentar nuevas emociones relacionadas con la nueva situación. Si lo que sentimos es positivo y agradable significa que nuestro mecanismo emocional valora que la situación, lo que allí ocurre, es favorable para nuestra supervivencia (negocios, afecto, conocimientos, etc.). Por el contrario, si nos sentimos mal, inquietos, forzados, etc., significa que nuestro mecanismo emocional cree que la situación puede perjudicarnos.

Esta valoración emocional se realiza mediante mecanismos físico-químicos muy diversos dependiendo de la complejidad del organismo. Un organismo unicelular posee mecanismos simples para evaluar si una situación o estímulo le es favorable o desfavorable, mientras que un mamífero, por ejemplo, posee mecanismos emocionales mucho más complejos, en los que su sistema nervioso juega el papel fundamental.

Con la aparición y desarrollo del córtex, los procesos cognitivos participan de forma fundamental en la elaboración de las emociones. En particular, la importancia del neocórtex en la especie humana es tal que, los procesos cognitivos determinan en gran medida nuestras emociones. Pero el hecho de que el córtex y neocórtex participen en la elaboración de las emociones no significa que sea de forma consciente. La elaboración de las emociones es un proceso no voluntario, del que se puede ser sólo parcialmente consciente.

A menudo se habla del control emocional o de controlar las emociones como una habilidad necesaria para el buen desarrollo de nuestras relaciones sociales. En este caso, controlar las emociones significa que uno sea capaz de no mostrar las emociones que está experimentando. Es decir, no tenemos control sobre la emoción misma sino sobre su manifestación externa.

En definitiva, queremos decir que, por medio de la emoción, un organismo sabe, consciente o inconscientemente, si una situación es más o menos favorable para su supervivencia. La emoción es el mecanismo fundamental que poseen todos los seres vivos para orientarse en su lucha por la supervivencia.

Ahora bien, todo organismo puede equivocarse en su valoración emocional. Todo proceso de medida puede ser erróneo en grados variables. Los mecanismos emocionales, al igual que los perceptivos, son limitados y están sometidos a múltiples incidencias, tanto internas como externas, que disminuyen su eficacia. En consecuencia, la emoción experimentada puede no corresponder a la realidad de la situación y producir graves perjuicios al organismo. Es decir, una situación

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puede ser valorada positivamente (experimentar una emoción positiva), aunque, en realidad, sea muy perjudicial para el organismo.

Un ejemplo típico es el efecto droga. La droga es un estímulo capaz de engañar al sistema emocional produciendo emociones positivas, es decir, hacer que el organismo valore dicho estímulo como positivo para su supervivencia, cuando, en realidad es todo lo contrario. De hecho, en la vida de los seres vivos, los errores emocionales son frecuentes. Nuestra experiencia subjetiva nos enseña que muchas emociones experimentadas son incorrectas y que sólo mediante un gran esfuerzo de introspección puede desentrañarse el tipo de emoción que corresponde con nuestra realidad. Saber lo que sentimos verdaderamente es algo difícil de lograr. Esto no tendría mayores consecuencias si no fuese porque la emoción determina directamente todo nuestro comportamiento y el error nos sitúa en una posición de riesgo.

En resumen, Wukmir planteó que siendo la vida y la supervivencia lo positivo para un ser vivo, la emoción es el resultado de una medida (o valoración) subjetiva de la posibilidad o probabilidad de supervivencia del organismo en una situación dada o frente a unos estímulos determinados. La emoción informa al organismo acerca de la favorabilidad de cada situación. Diríamos, pues, que la emoción se comporta como una variable de estado intensiva (el valor total es igual al promedio de las partes). A cada estado de nuestro organismo le corresponde una emoción, que es más positiva cuando se trata de un estado más saludable, más orientado hacia la vida (orexis) y es más negativa cuando nuestro estado se acerca más a la enfermedad y la muerte (anorexis). Pero, como todo proceso de medida, las emociones están sujetas a errores que acaban perjudicando al organismo.

Referencias:Wukmir, V.J., (1967): Emoción y Sufrimiento. Barcelona: Labor.

Links:

Emociones y salud por Enrique García Fernández-Abascal

Emoción. Breve reseña del papel de la cognición y el estado afectivo por Francesc Palmero

En Definition of emotion encontrarás un breve resumen del desconcierto general que existe acerca del fenómeno emocional.

¿Qué es el afecto?

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M.P. González, E. Barrull, C. Pons y P. Marteles, 1998

Aproximación al afecto

En general se suele identificar el afecto con la emoción, pero, en realidad, son fenómenos muy distintos aunque, sin duda, están relacionados entre sí. Mientras que la emoción es una respuesta individual interna que informa de las probabilidades de supervivencia que ofrece cada situación (véase ¿Qué es la emoción?), el afecto es un proceso de interacción social entre dos o más organismos.

Del uso que hacemos de la palabra 'afecto' en la vida cotidiana, se puede inferir que el afecto es algo que puede darse a otro. Decimos que "damos afecto" o que "recibimos afecto". Así, parece que el afecto debe ser algo que se puede proporcionar y recibir. Por el contrario, las emociones ni se dan ni se quitan, sólo se experimentan en uno mismo. Las emociones describen y valoran el estado de bienestar (probabilidad de supervivencia) en el que nos encontramos.

Solemos describir nuestro estado emocional a través de expresiones como "me siento cansado" o "siento una gran alegría", mientras que describimos los procesos afectivos como "me da cariño" o "le doy mucha seguridad". En general, no decimos "me da emoción" o "me da sentimiento" y sí decimos "me da afecto". Además, cuando utilizamos la palabra 'emoción' en relación con otra persona, entonces decimos "fulanito me emociona" o "fulanito me produce tal o cual emoción". En ambos casos, se alude básicamente a un proceso interno más que a una transmisión. Parece que una diferencia fundamental entre emoción y afecto es que la emoción es algo que se produce dentro del organismo, mientras que el afecto es algo que fluye y se traslada de una persona a otra.

A diferencia de las emociones, el afecto es algo que puede almacenarse (acumularse). Utilizamos, por ejemplo, la expresión "cargar baterías" en vacaciones, para referirnos a la mejoría de nuestra disposición para atender a nuestros hijos, amigos, clientes, alumnos, compañeros, etc. Lo que significa que en determinadas circunstancias, almacenamos una mayor capacidad de afecto que podemos dar a los demás. Parece que el afecto es un fenómeno como la masa o la energía, que puede almacenarse y trasladarse.

Por otra parte, nuestra experiencia nos enseña que dar afecto es algo que requiere esfuerzo. Cuidar, ayudar, comprender, etc., a otra persona no puede realizarse sin esfuerzo. A veces, no nos damos cuenta de este esfuerzo. Por ejemplo, la ilusión de una nueva relación no nos deja ver el esfuerzo que realizamos para agradar al otro y para proporcionarle bienestar. Pero, en la mayoría de los casos, todos experimentamos el esfuerzo más o menos intenso que realizamos para proporcionar bienestar al otro.

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Por ejemplo, cuidar a alguien que está enfermo requiere un esfuerzo y es una forma de proporcionar afecto. Tratar de comprender los problemas de otro es un esfuerzo y es otra forma de dar afecto. Tratar de agradar a otro, respetar su libertad, alegrarle con un regalo, etc., son acciones que requieren un esfuerzo y todas ellas son formas distintas de proporcionar afecto.

Ahora bien, a pesar de las diferencias, el afecto está íntimamente ligado a las emociones, ya que pueden utilizarse términos semejantes para expresar una emoción o un afecto. Así decimos: "me siento muy seguro" (emoción) o bien "me da mucha seguridad" (afecto). Parece, pues, que designamos el afecto recibido por la emoción particular que nos produce.

Por último, todos estamos de acuerdo en que el afecto es algo esencial en los humanos. No oiremos ninguna opinión que niegue la necesidad de afecto que todos los seres humanos tenemos. En este sentido, todos tenemos la sensación que la especie humana necesita una gran cantidad de afecto contrariamente a otras especies, como los gatos o las serpientes. Esta necesidad se acentúa al máximo en ciertas circunstancias, por ejemplo, en la infancia y en la enfermedad.

En resumen, nuestro conocimiento del afecto nos permite señalar algunas características claras:

- El afecto es algo que fluye entre las personas, algo que se da y se recibe.

- Proporcionar afecto es algo que requiere esfuerzo

- El afecto es algo esencial para la especie humana, en especial en la niñez y en la enfermedad.

Pero ahora nos queda por decir qué es ese algo al que llamamos afecto y que tiene, entre otras, las propiedades que hemos visto.

Afecto como ayuda social

El conjunto de los seres vivos puede dividirse en especies sociales y asociales. Se entiende por especies asociales aquellas cuyos individuos no necesitan, en ninguna ocasión, la colaboración de otros individuos de su misma especie para sobrevivir. Esto significa que los recursos que un individuo de una especie asocial necesita los puede obtener por sí mismo. Existe un gran número de especies asociales, como puedan ser el mosquito o la zarzamora.

Por el contrario, las especies sociales son aquellas que, por lo menos en algún período de su vida, necesitan ineludiblemente la colaboración de otros miembros de su misma especie para sobrevivir. Un individuo social no puede obtener por sí

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mismo todos los recursos que necesita para sobrevivir. Para ello, necesita la ayuda y la colaboración de sus congéneres. El hecho social es, pues, el resultado de la necesidad del otro para la supervivencia o, lo que es lo mismo, de la dependencia de los demás para obtener los recursos necesarios para sobrevivir. La cooperación social constituye una necesidad para todas aquellas especies que denominamos sociales. Sin ayuda social, sin la cooperación de los demás, un individuo de una especie social no puede sobrevivir.

Existe un gran número de especies sociales con grados muy distintos de necesidad y organización social. Muchas especies sólo son sociales durante una parte de su vida (normalmente mientras son crías) para luego convertirse en individuos solitarios. El oso, por ejemplo, es una especie social sólo en los pocos años en los que la cría necesita la ayuda de su madre para sobrevivir. Luego, cuando la madre lo abandona, el oso vivirá en completa soledad, a excepción de los encuentros inevitables con otros osos, que siempre son más o menos agresivos.

Otras especies son sociales durante toda su vida. Especies como las hormigas, los leones o los hombres son altamente sociales, ya que no pueden sobrevivir sin la colaboración y la ayuda de otros individuos de su misma especie. Por supuesto, el grado de complejidad y necesidad social varía mucho de una especie a otra. Dentro de los mamíferos, la especie más social es, sin duda, el hombre. Esto quiere decir que un hombre no puede sobrevivir solo, sin la colaboración directa e indirecta de otros hombres. Desde que nace, el hombre necesita constantemente la colaboración de sus congéneres. Por supuesto, esta dependencia social tiene sus beneficios ya que, gracias a la colaboración, el grupo se hace más fuerte y el individuo tiene más probabilidades de sobrevivir y reproducirse.

Cuando decimos habitualmente que el ser humano necesita afecto para su bienestar, nos estamos refiriendo, en realidad, al hecho de que necesita la ayuda y la cooperación de otros seres humanos para sobrevivir. Es decir, la necesidad de ayuda social la expresamos como necesidad de afecto o necesidad afectiva. De ahí que el afecto sea considerado algo esencial en la vida de todo ser humano. Dar afecto significa ayudar al otro, procurar su bienestar y su supervivencia. Efectivamente, el afecto, entendido como ayuda o cooperación para la supervivencia

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Afecto como trabajo no remunerado en beneficio de los demás.Pero, para ayudar realmente a otra persona hay que realizar algún tipo de trabajo en su beneficio y es por ello que proporcionar afecto requiere un esfuerzo. La verdadera naturaleza del afecto consiste en la capacidad de cada individuo para realizar un esfuerzo o trabajo en beneficio de los demás. Proporcionamos afecto cuando realizamos un trabajo concreto en beneficio de la supervivencia de otra persona u otro ser vivo.

Por supuesto, existen muchísimas formas de proporcionar afecto ya que una persona puede realizar trabajos muy diversos que sean en beneficio de los demás.

Fundamentalmente se pueden distinguir dos tipos de trabajo: el trabajo muscular y el trabajo cerebral. Para realizar cualquier tarea, por simple que sea, es necesario realizar un trabajo muscular, por pequeño que sea. El solo hecho de mantener el tono muscular o la respiración o el bombeo sanguíneo requieren de trabajo muscular. Pero además, es imprescindible un trabajo cerebral, de procesamiento de la información, de cálculo de posibilidades, de toma de decisiones, etc. El cerebro es un maravilloso ordenador, con una capacidad de procesamiento de datos, que aún siendo increíble, es limitada.

La revolución científica e industrial nos ha liberado en gran medida del trabajo muscular, que es realizado por todo tipo de máquinas. Pero el trabajo cerebral aún lo debe realizar nuestro cerebro. Es cierto que los sistemas informáticos actuales empiezan a sustituir algunas funciones muy elementales de nuestro cerebro, pero está muy lejos el día en que puedan realizar el complejo trabajo cerebral necesario para orientar nuestro comportamiento.

Por lo tanto, aunque deberíamos considerar las dos formas de trabajo, en la especie humana el afecto queda determinado casi exclusivamente por el trabajo cerebral que se realiza en beneficio de los demás.

Además, en la especie humana, se suele considerar el trabajo como todo aquello por lo que obtenemos una remuneración económica. Pero, si por trabajo entendemos cualquier acción que consuma energía, entonces no paramos de trabajar en ningún momento. Incluso durmiendo realizamos una pequeña cantidad de trabajo.

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Así, todo el trabajo que realizamos fuera de nuestra actividad laboral es no remunerado. Una parte del trabajo no remunerado lo hacemos en beneficio propio, como por ejemplo, descansar, ir al médico, comer, etc. Otra parte del trabajo no remunerado lo hacemos en beneficio de los demás, como por ejemplo, fregar los platos de la familia, acompañar al médico, hacer un regalo, escuchar los problemas de otro, etc. Esta parte del trabajo no remunerado en beneficio de los demás es la que consideramos realmente como conducta afectiva o afecto.

Podemos definir el afecto, pues, como el trabajo no remunerado en beneficio de la supervivencia de otras personas u otros seres vivos. En general, este trabajo consistirá en ayudar a obtener algún recurso (alimento, hábitat o conocimiento) necesario para la supervivencia del otro o cederle algún recurso que se ha obtenido previamente. Efectivamente, no sólo proporcionamos afecto realizando directamente un trabajo en beneficio de otra persona sino que también le damos afecto proporcionándole recursos directamente. Cuando damos un recurso a otra persona le estamos proporcionando la energía que tuvimos que consumir para realizar el trabajo necesario para obtenerlo.

Dar dinero o un bien, ayudar a resolver un problema, animar cuando se está triste o enseñar algo que no se sabe, significa realizar un trabajo no remunerado en beneficio de la supervivencia del otro y significa, por tanto, darle afecto. En consecuencia, quien recibe afecto experimenta normalmente una emoción positiva, puesto que ve mejorada sus probabilidades de supervivencia (véase ¿Qué es la emoción?). La relación entre afecto y emoción estriba en que al recibir afecto experimentamos una emoción positiva. Así, emoción y afecto están íntimamente relacionados, de ahí que designemos el afecto recibido con un término similar al que utilizamos para describir la emoción que nos produce.

La capacidad afectiva de cada individuo viene dada por su capacidad de trabajar en beneficio de los demás de forma no remunerada. La capacidad que tiene un individuo de ayudar a los demás es limitada, ya que depende directamente de la cantidad de recursos a que se tiene acceso y de la capacidad para realizar trabajo. Por lo tanto, podemos decir, también, que la capacidad afectiva (de ayuda social) es algo que puede acumularse, es decir, es algo que puede variar en el tiempo y según cada individuo, ya que tanto los recursos disponibles como la capacidad de

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trabajo son variables acumulativas. Si la emoción se comporta como una variable de estado intensiva, el afecto lo hace como variable de estado extensiva (el valor total es igual a la suma de las partes).

Por último, las necesidades de afecto varían de unos individuos a otros. Así, los individuos más dependientes socialmente, como los niños, la gente muy mayor o enferma, etc., son los colectivos que más afecto necesitan para sobrevivir. Por el contrario, los individuos adultos que han experimentado un desarrollo madurativo adecuado, necesitan mucho menos afecto y, en consecuencia, pueden proporcionar más afecto a los demás.

Señales de afecto

Hemos planteado que el afecto es una necesidad de todos los organismos sociales, ya que se refiere al trabajo que un organismo realiza en beneficio de otro. En la evolución de las especies sociales hacia grados más complejos de estructura social, aparecen nuevos comportamientos que tienen como función mantener la estructura social de la especie. En la especie humana aparecen normas, valores, rituales y señales afectivas cuya función es el mantenimiento de la estructura social del grupo.

Las señales afectivas, en particular, se expresan en un amplio repertorio de conductas estereotipadas, genética y culturalmente, cuya función es garantizar la disponibilidad afectiva de quien las emite con respecto al receptor. La sonrisa, el saludo cordial, las señales de aceptación, las promesas de apoyo, etc., sirven para comprometer a quien las emite y constituyen una fuente de afecto potencial para el receptor. Tanto la etología como la antropología estudian profusamente este tipo de señales o comportamientos.

Un organismo social no sólo necesita el apoyo de sus congéneres en el presente, sino que, también, necesita tener alguna seguridad de que este apoyo se mantendrá en el futuro. La función de las señales afectivas reside en satisfacer esta necesidad. Cuando una persona sonríe a otra le está transmitiendo la confianza de que puede contar con ella en el futuro, que es y será reconocido como miembro de su grupo y que, por tanto, está dispuesta a proporcionarle afecto cuando lo pueda necesitar. El resultado es que la persona que recibe la sonrisa experimenta una emoción positiva.

No obstante, el hecho de emitir señales afectivas no asegura, en todos los casos, una cesión futura de afecto, debido a que esto dependerá de la capacidad real de trabajo que pueda realizar el emisor. Esto explica como, en la práctica, personas que emiten señales afectivas (sonrisas, saludos, promesas, etc.) luego no pueden proporcionar la ayuda requerida ya que no disponen de la capacidad necesaria

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para realizar un trabajo. Esta divergencia entre intención afectiva y capacidad afectiva real causa frecuentes y variados conflictos en las relaciones humanas.

Las señales afectivas son también un modo de incentivar la reciprocidad en el intercambio afectivo, puesto que el receptor de las mismas experimenta una obligación para compensar el afecto (potencial) recibido. Si un organismo que realiza un trabajo en beneficio de otro, es decir, que proporciona afecto real al otro, no emite señales afectivas, corre el riesgo de no ser compensado por el otro. Así, no sólo ayudamos a los demás sino que, además, hacemos que lo sepan para que los mecanismos sociales (genéticos y culturales) responsables de establecer un compromiso e intercambio recíproco actúen.

En resumen, el afecto es la necesidad que tienen todos los organismos sociales de recibir ayuda y colaboración de sus congéneres para poder sobrevivir. El afecto se proporciona mediante la realización de cualquier clase de trabajo (no remunerado en el caso humano) en beneficio de la supervivencia de otro individuo y, por tanto, es transferible y limitado. A medida que aumenta la complejidad social de las especies aparecen las señales afectivas, comportamientos estereotipados cuya finalidad es garantizar la cohesión y la reciprocidad en el intercambio afectivo del grupo.

La economía del afecto, en las relaciones sociales humanas, es enormemente compleja y el conocimiento que hoy día tenemos es muy general y tosco. Esperemos que en los próximos decenios puedan cambiar significativamente las actitudes científicas hacia fenómenos tan fundamentales para la supervivencia humana como lo es el intercambio afectivo.

¿Puede ser el déficit afectivo una causa de enfermedad?

M.P. González, E. Barrull, C. Pons y P. Marteles, 1998

El gran desarrollo de la Medicina desde finales del siglo XIX hasta nuestros días, ha cambiado por completo la cantidad y calidad del bienestar humano, especialmente en las sociedades industriales avanzadas. El descubrimiento de Pasteur acerca de la vida microscópica y de su enorme incidencia en la enfermedad de los seres vivos ha conducido a un gran control de las enfermedades infecciosas. Pero, a la par que se van controlando este tipo de

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enfermedades, estamos asistiendo a la emergencia de un gran número de 'nuevas' enfermedades o, mejor dicho, de enfermedades que antes del siglo XX no tenían casi oportunidad de aparecer.

La característica común de todas estas 'nuevas' enfermedades es que no son causadas por agentes microbianos, es decir, ni por virus ni por bacterias. Enfermedades como el cáncer, el infarto, la alergia, la depresión o la obesidad mantienen a la comunidad científica en un perpetuo desconcierto acerca de su origen. Sabemos muchas cosas de ellas, cómo paliar sus síntomas e incluso cómo eliminarlas, pero sus causas son aún un misterio científico en la actualidad.

En este artículo queremos plantear la idea de que el déficit afectivo crónico es la causa de enfermedades no infecciosas y de trastornos del comportamiento.

En otro artículo de esta Web (véase ¿Qué es el afecto?) hemos visto que la especie humana es extraordinariamente social. Necesita, a lo largo de toda su vida, la ayuda y la colaboración de sus congéneres para sobrevivir y reproducirse. Las diversas formas de ayuda y colaboración social que intercambiamos los seres humanos para lograr nuestra supervivencia las agrupamos bajo el término común de 'afecto'. Tambien hemos visto como el afecto se proporciona realizando cualquier clase de trabajo no remunerado en beneficio de los demás.

¿Qué puede ocurrir cuando una persona no recibe suficiente ayuda de las demás? ¿O cuando una persona proporciona mucha más ayuda de la que recibe? Es decir, ¿qué puede ocurrir cuando una persona tiene un déficit afectivo? Creemos que este tema no ha recibido la atención científica que se merece, a pesar de que la economía de los intercambios afectivos es crucial para la supervivencia del individuo.

Para evaluar la relación entre el déficit afectivo y la salud de un organismo es necesario prestar un poco más de atención a lo que significa el hecho de dar afecto. Hemos dicho que dar afecto significa efectuar alguna clase de trabajo cerebral no remunerado en beneficio de otra persona (véase ¿Qué es el afecto?). Cuando un organismo realiza un trabajo, consume una parte de la energía que posee, proporcionalmente a la magnitud del trabajo realizado y a la eficacia con que lo realiza. No sólo consume energía metabólica sino que consume parte de su capacidad de procesamiento cerebral. Efectivamente, para la mayoría de trabajos se necesita utilizar el cerebro para coordinar todas las acciones involucradas en realizar la tarea. Esto significa que el cerebro deja de atender a otras actividades menos urgentes para concentrarse en la tarea principal.

Aunque sabemos muy poco del cerebro, la Neurobiología nos enseña que el cerebro ejerce un importante control de las funciones y actividades vitales para el organismo. El cerebro se informa, procesa y trata de controlar los acontecimientos internos y externos del organismo. Por lo tanto, del cerebro dependen la salud de todos los órganos del cuerpo y la adaptación al medio de todo el organismo. Cada fallo del cerebro, cada error de cálculo, se traduce, tarde o

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temprano, en una disfunción, por pequeña que sea, de alguna parte del organismo.

Así, una disminución significativa la eficacia del cerebro producirá una anomalía o enfermedad en algún lugar del organismo. Aunque la evolución que nos precede nos ha dotado genéticamente de un organismo muy eficaz y resistente a las anomalías tanto internas como externas, no cabe duda que, si el cerebro no ejerce su control adecuadamente sobre alguna función orgánica, esta acabará desestabilizándose en forma de enfermedad o trastorno. Lo que queremos razonar es que el déficit afectivo sistemático disminuye la eficacia del cerebro y, en consecuencia, origina enfermedades y trastornos del comportamiento.

¿En qué consiste un déficit afectivo? Hemos visto que el afecto es la ayuda social que intercambiamos los seres humanos con el fin de poder sobrevivir y que ello se realiza mediante el trabajo no remunerado en beneficio de los demás. La parte más importante de este trabajo lo realiza el cerebro. Cada persona recibe ayuda (afecto) y, a su vez, proporciona ayuda (afecto) a los demás. A su vez, cada individuo tiene necesidades afectivas distintas, en cantidad y cualidad, dependiendo de su grado de autonomía. Los niños, por ejemplo, necesitan grandes cantidades de afecto ya que, por ellos mismos, tienen muy poca capacidad para obtener los recursos que necesitan. Los adultos, por el contrario, necesitan menos afecto en general, aunque no pueden prescindir de él.

Cuando una persona carece de ayuda suficiente para sobrevivir adecuadamente experimenta un déficit afectivo. Pero para ello no sólo hay que tener en cuenta la ayuda que recibe sino también la ayuda que proporciona. Si proporciona mucha más ayuda de la que recibe de los demás, también puede experimentar un déficit afectivo.

Teniendo en cuenta que el trabajo fundamental lo realiza el cerebro, si designamos por WT la cantidad total de trabajo que puede realizar una persona, por Wp la cantidad de trabajo que porporciona, por Wr el trabajo que recibe y por Ws la cantidad total de trabajo que necesita para sobrevivir, todo ello referido a un periodo de tiempo determinado, definimos el estado de déficit afectivo cuando se cumple la siguiente condición:

WT - Wp + Wr < Ws

Es decir, se produce un déficit afectivo cuando el trabajo total que puede realizar una persona, menos el trabajo (afecto) que proporciona a los demás, más el trabajo (afecto) que recibe de los demás es inferior a la cantidad de trabajo que necesita para sobrevivir.

En el caso de los niños, el déficit afectivo se producirá, en general, por el hecho de no recibir la ayuda suficiente para desarrollarse normalmente. Puesto que los niños tienen menos capacidad para realizar trabajo (WT << Ws), el déficit dependerá fundamentalmente de la escasez de la ayuda recibida (Wr).

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En los adultos maduros el déficit afectivo se producirá por proporcionar ayuda a los demás por encima de sus posibilidades. Los adultos maduros tienen una mayor capacidad afectiva ( WT > Ws) y, por tanto, el déficit se producirá cuando la ayuda que prestan a los demás les prive de la energía suficiente para sobrevivir. Las personas que tienden a ayudar a las demás sin esperar ni recibir ningún tipo de recompensa suelen experimentar un déficit afectivo. El déficit afectivo en los niños es algo que intuimos habitualmente, pero en los adultos suele pasar desapercibido.

Ahora bien, el déficit afectivo provoca que el cerebro esté sometido a un estrés excesivo debido a que, o bien tiene que atender a demasiadas situaciones que aún no está preparado para resolver, en el caso de los niños, o bien tiene que atender a demasiados problemas de otras personas, dejando de lado los propios problemas, en el caso de los adultos.

En los niños, el déficit afectivo se produce tanto por subprotección como por sobreprotección. La subprotección hace que el niño deba afrontar problemas sin tener la capacidad suficiente para superarlos, lo que conduce a un desarrollo desequilibrado de sus capacidades y de su personalidad. Por el contrario, la sobreprotección hace que el niño no adquiera los aprendizajes necesarios para sobrevivir, es decir, que sufra un grave déficit de desarrollo, de modo que, posteriormente, será incapaz de afrontar los retos que le imponga la vida. Ayudar al desarrollo de un niño significa protegerlo de las situaciones que no puede superar y desprotegerlo de (enfrentarlo a) las situaciones que sí tiene capacidad para resolver.

En los adultos, el déficit afectivo se produce cuando el trabajo de ayuda proporcionado a los demás merma su capacidad cerebral para atender a las propias necesidades. En general, todo adulto puede proporcionar una cierta cantidad de ayuda sin que, por ello, su cerebro no pueda atender a los requerimientos de su propia supervivencia. Pero existen muchas circunstancias que pueden favorecer el que un adulto sobrepase, sin darse cuenta, su límite personal de ayuda a los demás. Cuando esto ocurre, su cerebro pierde eficacia al tratar los problemas que incumben a su propia supervivencia y bienestar.

Por tanto, si un déficit afectivo persiste, el cerebro no dispone de suficiente capacidad para evaluar correctamente cada situación y empieza a procesar incorrectamente informaciones vitales para el organismo. Se produce, así, un aumento de la ineficacia del cerebro (disfunción neuronal) y sus consiguientes errores emocionales (Véase ¿Qué es la emoción?): cree tener hambre cuando no es así, cree que no hay peligro cuando en realidad sí existe, no tiene tiempo para pensar en sí mismo o no le preocupa el daño que se hace al fumar, etc. El resultado de esta persistente ineficacia es la aparición, tarde o temprano, de alguna forma de enfermedad o trastorno cerebral.

En resumen, creemos que una persistente falta de ayuda por parte de los demás (déficit afectivo) provoca un estrés cerebral o ineficacia cerebral que, a su vez,

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acaba produciendo enfermedades y trastornos de muy diversa índole, dependiendo de factores tales como la predisposición genética, la cultura o los determinantes ambientales.

Aunque parece que el déficit afectivo está en el origen de muchas enfermedades, no determina, sin embargo, la forma particular que adoptan. Esto es debido a la enorme complejidad del cerebro y a su función central en el devenir de todo el organismo. Una disfunción cerebral puede afectar a cualquier función del organismo y de cualquier forma posible. Las combinaciones son casi infinitas y, por tanto, las sintomatologías son muy diversas. Puesto que es imposible desentrañar la estructura de la información almacenada en el cerebro, sólo podemos aproximarnos a ella a través de los elementos externos que la configuran.

Simplificando, podemos decir que al cerebro le llegan tres tipos básicos de información: en primer lugar, información genética que le viene dada por la naturaleza particular del organismo en el que se encuentra, incluido él mismo (información acerca del 'hardware'). El cerebro tiene que controlar un enorme número de variables orgánicas que están definidas genéticamente (corazón, metabolismo, estómago, circulación sanguínea, huesos, músculos, etc.). En segundo lugar, el cerebro tiene que operar con información cultural, que en el caso de la especie humana adquiere su máxima expresión. Conocimientos, valores, normas sociales, símbolos, etc. constituyen informaciones muy complejas que operan directamente en y desde el cerebro (programas de actuación o 'software'). Finalmente, el cerebro tiene que procesar un gran flujo de información ambiental determinada por las condiciones externas en las que debe operar el organismo. La interrelación e integración de estas tres modalidades de información en cada cerebro particular determina la forma concreta en la que se manifiestan las disfunciones cerebrales en ese organismo. Así, podemos hablar de la incidencia simultánea y variable de los tres factores en la determinación de la sintomatología particular de cada caso.

Los factores genéticos o predisposiciones genéticas son muy importantes porque determinan los puntos estructurales más débiles del organismo. De esta forma, la ineficacia cerebral tenderá a manifestarse en primer lugar en aquellos puntos del organismo estructuralmente más débiles. Pero las enfermedades no aparecen por el simple hecho de tener una predisposición genética. Es necesario que el cerebro cometa muchos errores para que se manifiesten en el lugar donde señalan los genes del enfermo. El avance de la investigación genética nos permite conocer mejor cuales son los puntos débiles del organismo y ayudar a prevenir que se colapsen. Pero, para prevenir que una predisposición genética se manifieste en enfermedad, será necesario contar también con los déficits afectivos que puedan provocar la enfermedad.

Una de las razones por las que se hace difícil ver en la práctica la relación entre el déficit afectivo y la enfermedad es la enorme resistencia de nuestro organismo frente a las anomalías. Miles de millones de años de evolución a nuestras

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espaldas nos han dotado de un organismo capaz de resistir grandes pruebas. Es por ello que, con frecuencia, sólo al cabo de varios años un déficit afectivo se manifiesta en enfermedad, lo que dificulta enormemente ligar ambos hechos.

No obstante, esta situación parece estar cambiando debido a que, desde la Revolución Industrial, la selección genética está desapareciendo. Cada nueva generación de hombres industriales incorpora variantes genéticas endebles, cuando no perniciosas, que no desaparecen debido a que las condiciones de extremada abundancia permiten su reproducción, pasando a formar parte del acervo genético de la población. El resultado es que cada nueva generación humana es más débil genéticamente que la anterior. Por tanto, es de esperar que el tiempo necesario para que un déficit afectivo se manifieste en enfermedad se irá acortando en las próximas generaciones y se hará más patente su incidencia en la salud de los seres humanos.

Pero no sólo intervienen factores genéticos para señalar los puntos débiles del organismo. Otro gran grupo de factores son los culturales. La cultura, o información almacenada físicamente en el cerebro, constituye el 'software' vivo del organismo y determina una gran parte de su orientación conductual. Predispone al cerebro para atender diferencialmente a unos estímulos frente a otros, a dar más importancia a unas cosas que a otras. Por tanto, también podemos hablar de predisposición cultural a determinadas enfermedades.

Un ejemplo servirá para ver como actúa la predisposición cultural. Supongamos que una persona da una enorme importancia a su imagen externa, a como le ven los demás. Su cerebro estará programado para atender, en primera instancia, a todo aquello que pueda afectar a su imagen externa. Por lo tanto, el cerebro tenderá a descuidar más las funciones de órganos internos, que no tienen una manifestación externa. El resultado será que, si esta persona está sometida a un déficit afectivo crónico, padezca una enfermedad que retrase al máximo su manifestación externa, como por ejemplo infarto, cáncer, etc. Es decir, factores culturales han determinado o limitado la localización de una enfermedad.

Otro ejemplo muy frecuente es cuando una persona tiene un alto grado de responsabilidad frente a los demás y, por tanto, no puede permitirse el 'lujo' de estar enferma. Durante muchos años no manifiesta ningún síntoma ni ninguna debilidad. Pero llega un día en que, inexplicablemente, cae eferma, de forma grave e irreversible, sin esperanza alguna de recuperación. La incidéncia de los factores culturales, tales como la imagen externa o la responsabilidad frente a los demás, es aún muy poco conocida y es necesario aumentar su investigación.

Por último, también hay que destacar los factores ambientales, como los geográficos y los socioeconómicos. Las enfermedades se distribuyen heterogéneamente según el hábitat y el nivel socioeconómico de los enfermos. Se sabe muy bien que la alimentación, la luz solar, la contaminación atmosférica, la humedad relativa, y miles de factores ambientales determinan la manifestación de una enfermedad. Igualmente, el nivel económico y social determina el acceso a

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determinados recursos que inciden sobre la aparición de determinadas enfermedades. Este grupo de factores, junto con los genéticos son los más estudiados y conocidos actualmente.

Una analogía nos servirá para ejemplificar esta idea. Imaginemos que colocamos una olla a presión sobre un fuego, llena de agua y con sus válvulas de seguridad soldadas. Sabemos que tarde o temprano estallará. ¿Cuál ha sido la causa de su explosión? Sin lugar a dudas, el calor que ha recibido ha producido un incremento de la presión interna por encima de su límite de resistencia. Por tanto, la causa de la explosión ha sido el excesivo calor recibido. Pero ¿cual será el lugar por el que estallará o de que forma estallará? Sólo podemos saber que estallará por su punto más débil y este dependerá de múltiples factores. Las impurezas en el material, la calidad de la fabricación, la resistencia de las soldaduras, etc., son factores que decidirán el lugar, el momento y el modo en que se producirá el estallido de la olla.

Lo que queremos plantear es que la enfermedad no infecciosa de un organismo, derivada de una ineficacia cerebral, es como el estallido de la olla. La enfermedad producida por un déficit afectivo se manifiesta en el punto más débil del organismo que está determinado por la interrelación simultánea de múltiples factores genéticos, culturales y ambientales.

En el siguiente cuadro tratamos de resumir este planteamiento conocido como 'enfoque biopsicosocial'. El enfoque biopsicosocial se ha desarrollado en estos últimos años debido a la creciente conciencia de que en la enfermedad no sólo están involucrados los problemas orgánicos específicos sino que, además, existen importantes factores psicológicos y sociales que intervienen en el origen y en el curso de muchas enfermedades (Véase los links de biopsicosocial).

Nuestro planteamiento es que un déficit afectivo significativo acaba produciendo algún tipo de disfunción neurológica, es decir, una disminución de la eficacia con que el cerebro procesa la información vital para la supervivencia del organismo. Esta situación, junto con un conjunto complejo de factores genéticos, culturales y ambientales, determina la manifestación de una sintomatología particular.

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En general, podemos distinguir cuatro grandes clases de manifestaciones de sintomatologías neurológicas:

1. trastornos psicológicos: depresión, angustia, fobia, obsesión, etc. 2. conductas de riesgo: conducción temeraria, drogas, sobre o sub

alimentación, etc. 3. déficits de desarrollo: fracaso escolar, laboral, reproductivo, etc. 4. comportamientos violentos: asesinatos, malos tratos, violaciones, robos,

etc.

Los factores genéticos, culturales y ambientales son los que determinan la manifestación concreta en cada paciente particular. Pero los cuatro tipos de anomalías se derivan de un pobre e ineficaz rendimiento del cerebro en su tarea de procesar la información necesaria para lograr la supervivencia y la salud del organismo.

Las enfermedades no producidas por virus ni bacterias, tales como el cáncer, el infarto o la obesidad, por ejemplo, están íntimamente asociadas a los trastornos psicológicos y a las conductas de riesgo fundamentalmente.

En general, la ineficacia cerebral, producida por un déficit afectivo sistemático, produce algún trastorno en el funcionamiento cerebral que se manifiesta en algunas de las anomalías mencionadas. Estas, a su vez, acaban produciendo el padecimiento de alguna enfermedad somática. No obstante, creemos que una ineficacia cerebral puede traducirse directamente en una enfermedad somática, aunque no suele ser lo usual.

Por último, creemos que existen razones para pensar que incluso en las enfermedades infecciosas existe una incidencia del déficit afectivo. Aunque dichas

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enfermedades están causadas por agentes microbianos, es sabido que el organismo dispone de mecanismos de defensa frente a ellos. Y, por lo que sabemos del cerebro, la capacidad inmunológica de un organismo está afectada por el funcionamiento cerebral de forma directa y, sobre todo, indirecta. Por tanto, la debilidad de un organismo frente a los ataques microbianos también puede atribuirse a la existencia de un déficit afectivo.

En resumen, planteamos la hipótesis de que muchas de las enfermedades no microbianas y la mayoría de los trastornos del comportamiento están causados por un importante déficit afectivo en el enfermo y que múltiples factores (genéticos, culturales y ambientales) determinan la forma en que se manifiesta la enfermedad y su sintomatología.

Por tanto, el diagnóstico de la enfermedad debería incluir un análisis de las relaciones afectivas del enfermo con el fin de determinar la existencia de un probable déficit afectivo. Así, además de hacer el tratamiento oportuno de la sintomatología, se podría tratar de orientar al enfermo para resolver determinadas relaciones deficitarias que están en el origen de la enfermedad. Si no se actúa también sobre la causa de la enfermedad, es de esperar que la misma, u otra enfermedad se vuelva a manifestar al cabo de un cierto tiempo, y así, sucesivamente.

Ahora bien, una vez que se ha producido una enfermedad, es un error pensar que puede curarse mediante la eliminación del déficit afectivo que la provocó. Aunque el organismo tiene una cierta capacidad de autorecuperación, una enfermedad suele ser, en la mayoría de los casos, una degradación irreversible que sólo puede recuperarse mediante una intervención médica externa adecuada. Es decir, el diagnóstico de un déficit afectivo y su disminución o eliminación sólo produce efectos preventivos de la enfermedad, no curativos.

A veces ocurre que cuando una persona cae enferma gravemente, hace un cambio importante en sus relaciones afectivas, logrando disminuir, cuando no erradicar, los déficits afectivos existentes. El paciente no tiene conciencia de ello, pero el resultado suele ser una recuperación muy satisfactoria y un pronóstico favorable. Muchos cambios en las relaciones afectivas se producen como consecuencia de una enfermedad. La Biopsicología puede jugar un papel importante en la orientación y asesoramiento del enfermo para que este proceso no ocurra sólo de forma esporádica y azarosa. Es en este sentido que creemos que la Biopsicología puede ayudar a la Medicina en su objetivo final de lograr el bienestar y la salud de las personas.

Déficits afectivos y deterioros en la adolescencia

Reinaldo Reyes Vivó, 2000

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[email protected] Proyecto de investigación de Tesis doctoral

Departamento de Psicología Social. Facultad de Psicología. Universidad de Barcelona.

Directores: Dra. María Pilar González (Catedrática de Psicología de los Grupos) y Dr. Esteban Barrull.

Resumen

El hombre es un ser social. Como los hechos nos lo demuestran no sobreviviría largo tiempo en un total aislamiento. El caldo de cultivo que posibilita su desarrollo personal son los intercambios sociales. El modelo biopsicológico propone la afectividad como moneda de cambio en esas interacciones. Aquí el afecto es el trabajo no remunerado que realizamos en beneficio del crecimiento de otro ser humano (M.P. González, E. Barrull, et. al. 1998).

Es la adolescencia una etapa de cambios profundos. La aparición del vello en el pubis y en las axilas, el cambio de voz, el desarrollo muscular, etc., son algunos aspectos de la transformación física. Otros aspectos referidos al comportamiento evolucionan, como la búsqueda de nuevos grupos de referencia o la ruptura con las normas sociales. El pensamiento se renueva de contenidos y los adolescentes ponen en cuestión las certezas que hasta entonces aceptaban. A nivel afectivo, aunque sigue siendo fundamentalmente dependiente, el adolescente va adquiriendo nuevas capacidades y con ellas nuevas responsabilidades. Es en el balance de los afectos donde se desarrollara el soporte de la personalidad del adolescente y es este el aspecto que centra nuestra investigación.

Nuestra hipótesis propone los déficits afectivos familiares como los causantes de los deterioros de la personalidad en los adolescentes y no las condiciones económicas, educativas o de estructura en el grupo familiar.

Para realizar la investigación seleccionaremos dos grupos de diez adolescentes. En ambas unidades de observación serán similares las variables de nivel económico, nivel educativo o de estructura familiar. El grupo experimental estará compuesto por sujetos con deterioros de la personalidad y que requieran de atención institucional. El grupo control estará constituido por adolescentes que no presenten deterioros de la personalidad.

Utilizaremos la entrevista como historia de vida para recoger los datos de la economía afectiva familiar. El análisis de los datos será cualitativo.

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Planteamiento

Que la afectividad ocupe un lugar central en la explicación del desarrollo de la personalidad no es nada nuevo. Lo que sí es novedoso es definir de una manera operativa este concepto. Proponemos una investigación en la que la los déficits afectivos se hacen determinantes en la génesis de los deterioros de la personalidad.

El enfoque Biopsicológico entiende al hombre como vida que evoluciona (Ch. Darwin, 1859). Desde las bacterias y protozoos pasando por los primates hasta llegar hasta nuestro estadio evolutivo actual podemos constatar como el esfuerzo por la supervivencia ha sido constante (R. Dawkins, 1975). Ya en los chimpancés (J. Goodal, 1982) se hace evidente lo fundamental de lo social en la vida de los primates. El ser social es el factor esencial del ser humano que coloca la afectividad en el lugar central que le corresponde (J. Torregrosa, E. Crespo, 1982). Esta necesidad del grupo, de los otros, genera normas, ritos y culturas que en sus formas son diferentes (E. Eibesfeldt, 1993). Pero en todas esas manifestaciones la ley del afecto está presente como base del desarrollo individual y amalgama grupal. El ser humano moriría si viviera solo y aislado.

La complejidad del ser humano actual (F. Munne, 1995) nos obliga a tener presente tanto las leyes grupales (M.P. González, 1997) como sus rasgos ancestrales heredados filogenéticamente en su sistema limbico (H. Laborit, 1975).

La afectividad forma parte de esa herencia en todos los seres sociales y en especial en aves y mamíferos que en el cuidado de sus crías dan una prueba evidente de esa necesidad afectiva. El afecto es la matriz de las posteriores relaciones sociales.

En la definición de afecto hemos introducido un componente clave, el esfuerzo. Entendemos éste como trabajo no remunerado que hacemos en beneficio de otro ser vivo. Este esfuerzo es energía que se dispensa a otro para que haga frente a las leyes de la vida con mayores probabilidades de supervivencia. Porque es un esfuerzo supone un gasto de energía y esto implica unos recursos limitados de los que podemos disponer. Hay un balance al que hemos de atender. El cerebro, órgano regulador de nuestras funciones, necesita contar con la información necesaria que disminuya su incertidumbre (P.G. Álvarez, 1981) y poder tomar las decisiones oportunas que optimicen su orientación vital en una forma y acción precisas (V.J. Wukmir, 1967) en aras de optimizar las máquinas de supervivencia que somos (R. Dawkins, 1975).

¿Puede el déficit afectivo ser causa de deterioros de la personalidad? (M.P. González, E. Barrull, C. Pons y P. Marteles, 1998) es la cuestión que impulsa la hipótesis de esta investigación. A lo largo de más de quince años de experiencia clínica e institucional en el tratamiento de los deterioros de la personalidad de la

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infancia y adolescencia, he intuido que siempre existía un mensaje cifrado común a todas los sufrimientos que mostraban estos niños y adolescentes.

Encontrar las bases científicas para entender ese mensaje y hacerlo operativo debe alentar la intervención social. Gracias al enfoque biopsicológico hoy tenemos una nueva herramienta para poder enfrentar y entender el dolor humano. Ese dolor tiene una formulación común y verificable en sus orígenes. Aunque estoy muy lejos de dar una formulación exacta si puedo indicar caminos de investigación.

Hemos centrado la investigación en los adolescentes dentro de su grupo familiar. La familia es el grupo humano que constituye la pieza fundamental del edificio de la sociedad occidental. Las relaciones que se dan entre sus miembros son el crisol donde el individuo y la sociedad irán cimentándose o por el contrario derrumbándose.

En función de los recursos con los que contamos escogeremos un lugar geográfico, un tiempo y unas variables que hagan viable la investigación dentro del rigor científico exigible. Llegar a demostrar la validez científica de una hipótesis es el cometido de todo investigador. Y cuanto más generalizable sea, pues mucho mejor para el avance científico.

Nuestra hipótesis es que no son los déficits económicos, educativos o de estructura familiar los causantes del deterioro de la personalidad de los adolescentes sino el déficit afectivo en sus familias.

Producto de este orden de cosas es la aparición de nuevas enfermedades cuya etiología y tratamientos desbordan la capacidad de respuesta de la medicina y las ciencias sociales tradicionales. Ejemplos de estos deterioros son el cáncer, los trastornos alimentarios, las enfermedades coronarias y enfermedades mentales como la psicosis, la esquizofrenia y las psicopatías graves. Desde el presupuesto teórico que planteamos, estas y otras patologías, están conceptuadas como deterioros del balance afectivo.

La novedad y el impulso que estimula esta investigación es proponer el afecto como elemento clave en el deterioro de la personalidad de los adolescentes frente a otras variables como la economía, la educación o la estructura familiar. El afecto aquí no es un concepto ambiguo sino basado en los presupuestos de las ciencias naturales, tal y como ha sido desarrollado por M.P. González y E. Barrull, et. al. (1998).

Lejos de pretender añadir un mensaje definitivo a la concepción del ser humano lo que se propone es recoger la suficiente información como para reducir la incertidumbre sobre la etiología de los deterioros en la adolescencia. Esto es importante en una época en la que la sobresaturación de mensajes más que iluminar nos confunden y desorientan con lenguajes crípticos o experimentaciones

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interminables. La verificación cualitativa es un método científico indispensable frente a los procesos vitales, únicos e inabarcables en su totalidad.

Cuando reconozcamos al ser humano como parte de la naturaleza y su compleja evolución, la calidad de vida individual y social tendrá nuevas oportunidades. Podemos plantearnos una serie de valores éticos, como la solidaridad y el altruismo, a los que hemos de orientar a nuestros jóvenes. Para que eso sea operativo hemos de tener en cuenta la importancia que tiene el equilibrio afectivo. Y no nos pasa solo a nosotros, tenemos una tendencia a considerarnos el centro del universo. La tierra entera es un ser vivo, con un sin fin de criaturas en su seno, que necesita al igual que nosotros los humanos de un equilibrio en sus energías. ¿Acaso nuestra soberbia nos hizo pensar que somos diferentes o superiores a las leyes naturales?.

Aquí desarrollaremos el análisis de ese equilibrio en términos de balance afectivo en el grupo familiar. La afectividad es el sol que baña nuestras relaciones. Al contrastar las variables económicas, culturales y de estructura con el balance afectivo de los grupos familiares que estudiaremos, estaremos abordando un enfoque biopsicológico que aportará nuevas informaciones a nuestra incertidumbre.

Metodología

Población y Muestra.

Las unidades de observación (O) serán grupos familiares de Cataluña, residentes en esta Comunidad Autónoma desde hace más de dos años. El número total de familias será de veinte (On=20). Serán dos grupos de diez familias.

Un grupo “O1”, integrado por diez familias que tengan a uno de sus hijos en tratamiento asistencial y o institucional. Estos menores ha de padecer algún tipo de deterioro de la personalidad.

El grupo control “O2”, integrado por diez familias con algún hijo adolescente. Las características económicas, culturales y de estructura familiar de este grupo serán semejantes a la del grupo experimental “O1”.

Recogida de datos.

Técnica.Utilizaremos la entrevista al adolescente como historia de vida.Será anónima y voluntaria.Seguiremos los principios éticos y de protección al derecho a la intimidad de los menores y sus familias. Duración máxima de la entrevista 1 hora.Registraremos en cinta las entrevistas para asegurar la trascripción fidedigna.

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Recursos humanos.

Dos investigadores. Un investigador “I1”, realizando la entrevista y otro, “I2” encargado de la grabación y de hacer la función de observador.

Otros aspectos. Dibujaremos el organigrama familiar. Incluiremos a aquellos miembros que compartan o hayan compartido, durante un tiempo significativo, la vida doméstica del núcleo familiar.En la entrevista formularemos preguntas que recojan información de la relación afectiva entendida como intercambio de esfuerzos y trabajo en beneficio del otro, dentro de la familia del adolescente.Diferenciaremos opiniones de sentimientos. Distinguiremos entre la responsabilidad de los trabajos y las acciones que eludan responsabilidades y solo expresen buenas intenciones. Buscaremos la objetividad.Las preguntas serán abiertas y se orientaran en función de las respuestas del entrevistado.Chequearemos el estado de salud de los miembros que compartan la vida doméstica de la familia.Controlaremos factores ambientales durante la entrevista. Tales como intimidad, iluminación, aislamiento de terceras personas, etc.Recogeremos las características de personalidad y las conductas significativas de cada individuo del grupo familiar.Registraremos el nivel económico y cultural de la familia. Las preguntas respetaran estos aspectos.Los aspectos relacionados con el lenguaje no verbal, como sudación, tono de voz, gestos, etc. Serán registrados por el segundo investigador “I2”.Todos los datos serán transcritos con nombres que preserven el anonimato del entrevistado.

Procesamiento de los datos.

Las entrevistas han de permitir recoger la suficiente información para determinar si existe déficit afectivo en la familia del adolescente. Este déficit ha de poder ser entendido en términos de trabajo no remunerado en beneficio de otra persona.

Resultados.

El procesamiento de los datos que nos aporten las entrevistas nos permitirá registrar información basada en datos empíricos. Una vez finalizada la recogida de datos estaremos ante hechos que no serán fruto de especulación teórica ni de manipulación experimental. Serán testimonios de personas humanas.

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Discusión y conclusiones.

La potencia teórica que enmarca la investigación esta soportada por su base en las ciencias de la naturaleza. Esto no garantiza, por sí solo, la verificación de la hipótesis ni el rigor en el tratamiento de los datos. Pero si nos da una ventaja de salida. Es un trabajo de campo que nace con la voluntad de poner luz en la práctica diaria del tratamiento de la problemática de los adolescentes y por añadidura de los deterioros de personalidad causados por los déficits afectivos.

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA

Darwin, Ch. (1858). “El origen de las especies”. Espasa Calpe. Madrid.

Dawkins, R. (1995). “El gen egoísta”. Salvat. Barcelona.

Díaz-Aguado, M.J.(1996). “El desarrollo socioemocional de los niños maltratados”. Publicaciones del Ministerio de Asuntos Sociales. Madrid.

Eibl-Eibesfeldt, I (1993). “Biología del comportamiento humano”. Alianza. Madrid.

Gil Álvarez, P. (1981). “Teoría Matemática de la Información”. ICE. Madrid.

González, M.P. (1997). “Orientaciones teóricas fundamentales en psicología de los grupos”. EUB. Barcelona.

González, M.P. (Coordinadora) (1997). “Psicología de los grupos. Teoría y aplicaciones”. Síntesis. Madrid.

González, M.P., Barrull, E., Pons, C. y Marteles, P. (1998). "¿Qué es el afecto?" En http://www.biopsychology.org/biopsicologia/articulos/articulos.htm.

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Goodall, J. (1994). “A través de la ventana”. Salvat. Barcelona.

Laborit, H. (1975). “Introducción a una biología del comportamiento”. Península. Barcelona.

Munne, F (1989). “Entre el individuo y la sociedad”. PPU. Barcelona

Torregrosa, J.R. (1982). “Emociones sentimientos y estructura social”. En “Estudios básicos de Psicología Social”. J.R. Torregrosa y E. Crespo. Hora. Barcelona.

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Wukmir, V.J. (1967). “Emoción y sufrimiento”. Labor. Barcelona.

¿Por qué no tiene importancia "sentirse bien"?

E. Barrull, 2000.

En la psicología tradicional se ha instalado la idea de que "lo importante es sentirse bien", hasta tal punto de que la inmensa mayoría de profesionales y de la gente en general están plenamente convencidos de ello.

Esta idea se basa en el siguiente argumento: puesto que la realidad sólo la experimentamos a través de nuestro cerebro, lo que importa no es la realidad en sí misma, sino cómo la percibimos. Por tanto, lo importante no es estar bien sino sentirse bien. Lo importante es lo subjetivo y no lo objetivo.

Esta forma de pensar, aparentemente inofensiva, encierra una gran perversidad y, sobretodo, un gran error. Aunque ahora no veamos la relación, esta idea es exactamente equivalente al refrán, muy popular, "ojos que no ven, corazón que no siente" y similares. Ideas de las cuales ya no estamos del todo convencidos de que sean correctas.

El problema que subyace de fondo es la ineptitud con que la psicología tradicional trata los niveles objetivos y subjetivos de la realidad y el olvido crónico de la naturaleza biológica humana. Me explicaré.

Cuando hablamos de la importancia de una cosa para los seres humanos, ¿de qué estamos hablando? ¿importancia para qué? ¿qué es lo verdaderamente importante para un ser humano?

La psicología tradicional evita, por todos los medios, plantearse estas preguntas, justificándose en que son demasiado evidentes o en que todo el mundo ya lo sabe. Bien, es cierto, todo el mundo ya lo sabe, pero ¿porque no lo podemos decir? ¿es que tememos lo que pueda pasar si lo decimos?

Cuando les pregunto a mis alumnos qué es lo verdaderamente importante para un ser humano, no les cuesta mucho encontrar la respuesta: sobrevivir. ¡Sí!, efectivamente,

S O B R E V I V I R

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Esta respuesta parece demasiado elemental, y, sobretodo, es tan evidente que parece que poco hay que decir sobre ello. Así, la psicología tradicional no nos dice nada sobre cómo sobrevivir, sino que prefiere hablar de otras cosas mucho más "elevadas" e "importantes". La biopsicología, por el contrario, prefiere hablar de la supervivencia y no le interesa en absoluto lo que no tenga que ver con ella.

Sobrevivir significa vivir son salud el tiempo suficiente para lograr tener éxito en la reproducción. De hecho, deberíamos decir, si quisiéramos hablar con exactitud, que lo verdaderamente importante es reproducirse con éxito, ya que este es el único objetivo de todo ser vivo. Ahora bien, dado que para reproducirse es imprescindible sobrevivir lo suficiente, se suele reducir la cuestión al hecho de sobrevivir.

El ser humano puede reproducirse de dos modos completamente distintos e independientes. Puede reproducir tanto sus genes como su cultura y ambas formas de vida son igualmente importantes, aunque parece que la última va imponiéndose sobre la primera. El ejemplo de los hijos adoptivos sirve muy bien para entender el papel de la reproducción cultural. Pero sea lo que sea lo que reproduzcamos, lo que ahora nos interesa es comprender que es imprescindible sobrevivir para poder reproducirse. Y no de cualquier modo, sino con la suficiente salud para poder ofrecer a nuestros hijos las mayores oportunidades posibles de éxito en su supervivencia.

Es cierto que actualmente es mucho más difícil morir que hace dos siglos y que nos parece que el problema de la supervivencia está casi superado. Pero lo que no apreciamos es la calidad de la vida que gozamos. Sí, sobrevivimos, pero ¿con qué calidad? ¿cuál es el éxito reproductivo que logramos? ¿cuántos hijos aprovechan y superan los logros de sus padres? Conozco cientos de familias en las que sus hijos no logran aprovechar los aparentes éxitos económicos y culturales de sus padres. Hijos de padres universitarios que no quieren estudiar, hijos de padres con alto nivel económico que fracasan en los estudios y laboralmente, hijos de empresarios que acaban arruinando el negocio, cuando no ocurren cosas peores que afectan directamente a su salud, etc. De hecho, no hay nada más triste en la vida que vivir lo suficiente para ver el fracaso (de salud, cultural, laboral, económico, social, etc.) de nuestros hijos.

No nos morimos con tanta facilidad como antaño, pero seguimos fracasando en lo principal, a saber, en nuestra reproducción (sobretodo la cultural). Así que, cuando hablamos de supervivencia debemos entender aquella que tiene la suficiente calidad para reproducirnos con éxito, es decir, para lograr que nuestros hijos sean mejores que nosotros, que estudien más, que gocen de mejor salud, que se desarrollen más en su actividad laboral, que alcancen un mejor nivel socioeconómico, etc. Entendida así, podemos darnos cuenta de que la (calidad de la) supervivencia sigue siendo el gran problema de los seres humanos.

Pues bien, si es verdad que lo importante sigue siendo sobrevivir (aunque nos siga pareciendo una perogrullada), replanteemos la idea inicial: "lo importante (para

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sobrevivir) es sentirse bien". Dicha así, puede que ya empecemos a ver que algo no cuadra en esta idea, que algo puede fallar.

¿De qué modo puede ayudar a sobrevivir el hecho de sentirse bien? Pongamos ejemplos. Si nos tomamos una buena dosis de alcohol, probablemente nos sentiremos muy bien, alegres, satisfechos, exuberantes. ¿Pero esto nos ayuda a sobrevivir? Todos sabemos que el alcoholismo es una enfermedad, no sólo porque afecta al buen funcionamiento de nuestros riñones, sino porque altera nuestro comportamiento (cerebro) poniéndonos en situaciones de grave peligro. Pero no olvidemos que cuando tomamos alcohol nos sentimos bien.

Lo mismo ocurre con una persona temeraria. Ante un grave peligro, se siente bien, no tiene miedo, no siente terror, le encanta "segregar adrenalina". Por lo tanto, incurre en comportamientos que ponen seriamente en peligro su vida y que, tarde o temprano, acabarán con ella. Aunque habrá muerto, tendremos el "consuelo" de que murió sintiéndose bien.

Nuestra vida cotidiana está plagada de ejemplos en los que nuestro sentimiento no nos ayuda para nada a sobrevivir. Un estudiante despistado que cree que ya se sabe la asignatura, es decir, se siente bien con respecto a lo que sabe de ella, luego suspende estrepitosamente. Un ladrón de carteras tiene éxito cuando consigue su objetivo haciendo que la victima se sienta bien, es decir, no se dé cuenta de que está siendo robada. O nos sentimos bien comprando una cosa completamente inútil que muy pronto olvidaremos en cualquier rincón de la casa.

¡Y qué diremos de los llamados "desengaños"! ¿Quién no ha tenido desengaños y decepciones en su vida? Los desengaños se producen cuando aquello que nos hacía sentir bien luego se demostró que era falso. Nos sentíamos bien y luego resultó ser un fracaso, nuestra percepción nos había engañado. Nuestro "amigo" nos abandonó, nuestro "socio" nos robó, nuestro "compañero" nos delató, nuestro "padre" nos maltrató, etc.

En resumen, los hechos de la vida cotidiana nos revelan que sentirnos bien no está directamente relacionado con nuestra supervivencia, no nos ayuda necesariamente a sobrevivir. Por supuesto, podríamos poner otros ejemplos en los que sentirse bien (o mal) sí que ayuda a sobrevivir. Pero, como veremos, el hecho importante es que no siempre es así.

Por lo tanto, este breve repaso a un buen número de hechos y ocasiones en los que sentirse bien, no tan sólo no contribuye sino que perjudica seriamente nuestra supervivencia, es más que suficiente para darse cuenta de que "lo importante es sentirse bien" es un error.

Esta conclusión, no obstante, nos deja huérfanos, sin respuestas a algo que nos parece fundamental, a saber, ¿qué importancia (para sobrevivir) tienen nuestros sentimientos? Y, por otro lado, todos deseamos sentirnos bien, además de poder sobrevivir.

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La respuesta a estas cuestiones depende de que seamos capaces de clarificar qué son las emociones y los sentimientos, y cuál es su función. Evidentemente, la psicología tradicional ha evitado desde siempre aclarar este asunto. Se conforman (es increíble) con decir que las emociones son respuestas genéricas del organismo ante ciertos estímulos y que se expresan como alegría, dolor, miedo, etc., o algo parecido. Hay quienes, incluso, le añaden la coletilla de que las emociones son un disturbio de la paz y de la armonía humanas. En fin, esto y decir nada es lo mismo. Con tales argumentos no es extraño que la psicología no tenga ningún predicamento en el mundo de la ciencia.

La formulación correcta de la función de las emociones la elaboró Wukmir hace más de 30 años, aunque, por desgracia, ha sido, y sigue siendo, ignorada por la psicología tradicional (véase Emoción y Sufrimiento. Wukmir, 1967 y ¿Qué es la emoción?).

De forma sintética, Wukmir planteó:

1) el comportamiento humano está directa y exclusivamente dirigido por las emociones.

2) las emociones son un mecanismo biológico (fundamentalmente cerebral en nuestro caso) que calculan (valoran) la idoneidad de cada situación para la supervivencia del organismo (persona).

3) como todo mecanismo físico (biológico), las emociones están sujetas a múltiples interferencias, que producen un gran número de errores en el cálculo (valoración) de cada situación.

El primer punto afirma el valor supremo de las emociones, por encima de toda capacidad lógica o racional. Todo lo que hacemos, tanto si nos beneficia como si nos perjudica, lo hacemos por mandato directo de nuestras emociones. Nunca podemos actuar en contra de nuestras emociones, aunque a veces nos lo parezca. Para comprender esto, hay que tener en cuenta que nuestros pensamientos, razonamientos y disquisiciones contribuyen a elaborar nuestras emociones (y no al revés).

Pensemos en el simple ejemplo de comprar una mesa. Es cierto que pensaremos en los pros y contras de cada modelo, calcularemos medidas, etc., pero al final, nuestra decisión será emocional. Precisamente, las personas que tratan de tomar decisiones sin que sus emociones intervengan (lo cual es imposible por mucho que lo intenten), utilizando sólo su pensamiento racional, son incapaces de llegar a ninguna decisión, siempre encuentras fallos, contra-argumentos, etc. Lo único que acaban haciendo es simplemente "comerse el coco" y nada más.

Esto debería ser evidente para todos, pero nuestro orgullo pueril nos impele a proclamar la supremacía de la razón por encima de las emociones. No pasa de ser un simple eslogan. Cada día, nuestro cerebro tiene que tomar millones de

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decisiones y no tiene tiempo para razonamientos y cálculos lógicos. Nuestra pequeña razón es demasiado lenta y vulnerable para tomar las riendas de nuestro comportamiento. Afortunadamente, contamos con un buen sistema emocional que actúa con rapidez y diligencia, gracias a un diseño sofisticado, fruto de la evolución durante cientos de millones de años.

Además de reconocer que nuestro comportamiento está determinado por el sistema emocional, el segundo punto afirma que la función de las emociones es guiar a nuestro organismo por el sendero de la supervivencia. Dicho de otra forma, que el sistema emocional es inteligente. Las emociones nos indican cual de los caminos o alternativas favorecen más nuestra supervivencia. Y para lograr hacer esto, debe procesar una gran cantidad de información (entre muchas otras, la proveniente de nuestro pensamiento o neocórtex).

Es decir, que si sentimos alegría, por ejemplo, quiere decir que nuestro sistema emocional ha calculado (valorado) que la situación en la que nos encontramos es positiva para nuestra supervivencia. Y si lo que sentimos es temor o angustia es que nuestro sistema emocional calcula (valora) que la situación es perjudicial.

El problema de las emociones, lo que nos incomoda tanto de ellas, es que se equivocan. Este es el tercer punto. Sería muy distinta nuestra vida si las emociones siempre nos indicaran el camino correcto realmente. Esto podría ser así, si las emociones fueran nuestro "angel de la guarda", un ser espiritual (no material) que no estuviera sujeto a interferencias ni a degradaciones. Pero las emociones surgen de la actividad física de nuestras neuronas cerebrales, que son de "carne y hueso", físicas y materiales.

Todos sabemos que cualquier aparato puede estropearse o funcionar incorrectamente debido, sobretodo, a un mal uso o a un abuso del mismo, a golpes, sobretensión, defectos de fabricación, etc. Exactamente lo mismo ocurre con el sistema emocional, que reside dentro de nuestro cerebro. Involucra el funcionamiento de miles de millones de neuronas y a miles de billones de conexiones neuronales (una barbaridad). Pero a pesar de ser un aparato realmente robusto y seguro (gracias precisamente a su enorme complejidad que le otorga mucha redundancia), no deja de ser un aparato, es decir, algo físico susceptible de ser alterado, roto, manipulado, degradado, estropeado, etc.

¿Cuantos mensajes engañosos tratan de alterar nuestras emociones? Actualmente estamos literalmente rodeados de mensajes cuyo único fin es alterar el buen funcionamiento de nuestras emociones. Me refiero a todo tipo de publicidad, por ejemplo. Es muy difícil sobrevivir, hoy en día, ante tamaño coso y derribo practicado sistemáticamente sobre nuestro sistema emocional. La economía se beneficia pero nuestra salud no.

¿Y qué tenemos que decir de nuestras relaciones interpersonales? ¿No tratamos de engañar el sistema emocional de la pareja, hijo, jefe, cliente, vecino, amigo, policía, funcionario, etc. para que las cosas discurran según nuestros intereses?

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No tenemos otro remedio que tratar de que nuestro interlocutor no se enfade con nosotros, a pesar de que pudiera tener motivos para ello.

En definitiva, tenemos que tener en cuenta que la emoción (cálculo o valoración de la favorabilidad de supervivencia) puede ser errónea, debido a interferencias en nuestro sistema emocional. Es decir, puede ocurrir perfectamente que ante una situación verdaderamente peligrosa para nuestra supervivencia, sintamos alegría. Así, un joven siente alegría cuando abandona, por fin, los estudios primarios para dedicarse a lo que él siente que es verdaderamente importante: ganar dinero. Se siente bien, pero su emoción es errónea y el resultado es perjudicial para su supervivencia. ¿Qué interferencias externas han producido en su cerebro una emoción tan errónea? Este es un tema para otra ocasión.

En consecuencia, lo verdaderamente importante (para sobrevivir) de nuestras emociones, es que coincidan o se correspondan con la realidad, mientras que de otro modo, son realmente un peligro. Como decía Wukmir, "las emociones son siempre reales, pero pueden no ser verídicas" y que "lo importante (para sobrevivir) es que las emociones sean verídicas".

El mecanismo de las emociones puede comprenderse fácilmente si imaginamos que somos un barco que se gobierna mediante un piloto automático, guiado por una brújula que señala en cada momento el camino que vamos a seguir. El barco siempre obedece a la brújula (emociones), es decir, va hacia donde señala la brújula, que está especialmente diseñada para conducirnos en la difícil tarea de sobrevivir.

Es muy importante comprender que una emoción negativa es tanto o más importante que una emoción positiva, si nuestro sistema emocional no nos engaña. Ante un peligro, del tipo que sea, es imprescindible que podamos detectarlo y escapar de él y sólo contamos con las emociones. En la medida en que nuestro sistema emocional no actúe correctamente, nos conducirá irremediablemente hacia situaciones perjudiciales para nuestra supervivencia.

Pero, la brújula puede señalar el camino incorrecto si existen influencias externas que alteran su buen funcionamiento. De ahí que, lo importante para el barco no es que la brújula señale a un sitio determinado (en nuestro caso, emociones positivas), sino que la brújula funcione bien.

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Nuestro bienestar y supervivencia dependen, no de nuestras emociones, sino de que estas se correspondan con la realidad, es decir, que sus indicaciones se correspondan con la situación real. Nuestro interés primordial debe ser mantener el sistema emocional lo más libre posible de interferencias, reduciendo los errores al mínimo.

Lo importante para sobrevivir es que yo sienta alegría cuando la situación en la que me encuentro sea realmente favorable para mi supervivencia, y que sienta miedo cuando la situación sea realmente peligrosa para mi supervivencia. Por el contrario, si siento alegría cuando la situación es peligrosa o siento miedo cuando la situación es beneficiosa para mi supervivencia, mis emociones no sólo no me ayudan a sobrevivir sino que me conducen irremisiblemente hacia la enfermedad y la muerte.

Tanto el drogadicto que se siente bien consumiendo sustancias que ponen en peligro su vida, como la joven anoréxica que se siente mal al comer, tienen el mismo problema: sus emociones, aunque reales, no son verídicas, es decir, no calculan (valoran) la situación correctamente. De ahí que sus emociones, independientemente de que sean positivas o negativas, les perjudiquen gravemente, puesto que el drogadicto buscará afanosamente

las sustancias y la anoréxica rechazará con fuerza toda comida.

Sentirse bien (o sentirse mal) no quiere decir nada, ya que lo importante (para sobrevivir) de los sentimientos, es si se corresponden o no con la realidad. Deberíamos, pues, sustituir la tan famosa y falsa idea de que "lo importante es sentirse bien", por

"lo importante es que las emociones (sean positivas o negativas) se correspondan con la realidad".

Debería ser una asignatura obligatoria en la formación de los jóvenes el aprendizaje de las emociones, es decir, aprender a conocerlas, a reconocerlas y,

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sobretodo, a reconocer cuando fallan o no expresan correctamente la realidad, es decir, cuando nos engañan. Desarrollar mecanismos de ajuste y rectificación del sistema emocional es de suma importancia para la supervivencia ya que, cada vez más, las interferencias externas sobre nuestro sistema emocional son mayores.

Para ello, es imprescindible el aprendizaje de la soledad, ya que sólo en soledad pueden reducirse las interferencias externas a nuestro sistema emocional. Soledad y silencio son dos condiciones necesarias (y probablemente suficientes) para realizar el mantenimiento y ajustes necesarios de nuestro sistema emocional. Pero a nuestra sociedad le horrorizan tales experiencias. De ahí que no nos deba extrañar en absoluto la gran desorientación emocional de la población en general.

Evidentemente, esta nueva idea es más compleja que la primera y, por tanto, más difícil de comprender, pero he tratado de hacer ver que la primera es errónea, mientras que la segunda no. Nadie debería pensar que la psicología tiene que ser una ciencia fácil.

El afecto es una necesidad primaria del ser humano.

E. Barrull, P. González y P. Marteles, 2000

Al preguntamos si el afecto es una necesidad no tenemos ningún problema en responder que sí. Ahora bien, si tratamos de explicar el porqué, nos damos cuenta de que tenemos grandes dificultades para tratar de ofrecer un razonamiento comprensible. Sí, todos reconocemos la importancia del afecto en nuestras vidas pero no tenemos ni idea de lo que es ni del porqué de su importancia. Los llamados "expertos" tampoco nos aclaran nada por largos que sean sus discursos.

Lo que ocurre es que nuestra experiencia cotidiana nos enseña cuanto necesitamos del afecto de los demás, pero hasta la fecha, nadie ha sido capaz de descifrar la verdadera naturaleza del afecto y, en consecuencia, comprender la razón de su necesidad.

De ahí, que el título del artículo no sorprenda a casi nadie, excepto, quizás, por afirmar que se trata de una necesidad primaria. En este artículo vamos a explicar porqué el afecto es una necesidad primaria en función de su naturaleza, reformulando, desde otro punto de vista, las ideas expuestas en otros dos artículos de esta web (¿Qué es el afecto? y ¿Puede ser el déficit afectivo causa de enfermedad?)

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En primer lugar, debemos aclarar qué entendemos por necesidad primaria, a diferencia de una necesidad secundaria. Todo ser vivo necesita obtener recursos de su entorno para poder sobrevivir. Por recursos entendemos cualquier forma de materia y/o energía que pueda serle útil para sobrevivir.

Una necesidad primaria, o el recurso primario que la satisface, es aquella que es imprescindible para la supervivencia de un ser vivo y que no puede ser sustituida o satisfecha por ningún otro recurso disponible. Por ejemplo, para la inmensa mayoría de los seres vivos, el oxigeno es una necesidad primaria, es decir, que sin una determinada cantidad de oxigeno disponible no podemos sobrevivir. El oxigeno no puede ser sustituido por ningún otro gas o sustancia. Es único y esencial para la supervivencia.

Para saber si un recurso satisface una necesidad primaria debemos ser capaces de observar que su ausencia, por debajo de un cierto límite, produce inevitablemente la enfermedad y la muerte de un ser vivo. Además, debemos comprobar que no puede sustituirse de ninguna otra forma, es decir, que es único.

Además del oxigeno, los seres vivos tienen varias necesidades primarias que, en general, son conocidas por todos. El calor, el alimento y el agua, además del oxigeno, son necesidades primarias de la mayoría de seres vivos. Sin alguno de estos elementos o con una cantidad insuficiente de alguno de ellos, un ser vivo no puede sobrevivir.

Por el contrario, llamamos necesidades secundarias aquellas que, mejorando la probabilidad de supervivencia, no son imprescindibles para este fin o que pueden ser sustituidas por otras. Por ejemplo, el territorio es una necesidad para una gran mayoría de animales, puesto que, normalmente, de él depende su capacidad para obtener alimento y agua. Pero todos sabemos que un animal puede sobrevivir sin territorio si se le ofrece suficiente agua y alimento. También, una clase determinada de alimento es una necesidad secundaria en la medida que puede ser sustituida por otra. Para un león, las cebras son una necesidad secundaria en la medida que puede alimentarse de otras especies.

Así pues, lo que afirmamos en el título de este artículo es que el afecto es imprescindible para la supervivencia de los seres humanos y que tal necesidad no puede sustituirse por ningún otro tipo de recurso. En otras palabras, queremos demostrar que sin una determinada cantidad de afecto, ningún ser humano es capaz de sobrevivir o, lo que es lo mismo, que sin una cierta cantidad de afecto todo ser humano enferma y muere irremediablemente.

Dicho así, es probable que esta afirmación tan dramática sorprenda a muchos lectores, y este es el motivo por el cual es necesario aclarar la verdadera naturaleza del afecto y su directa incidencia en la supervivencia y salud de los seres humanos.

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Las necesidades primarias de los seres humanos

Si nos preguntamos cuales pueden ser las necesidades primarias de los seres humanos, enseguida pensaremos en las que compartimos con todos los demás seres vivos: el oxigeno, el calor, el alimento y el agua. Efectivamente, sin alguno de estos cuatro elementos no podemos sobrevivir. Pero ¿no existe ninguna otra necesidad primaria más?

Para comprobarlo (hipotéticamente) podríamos abandonar a un ser humano recién nacido en una isla tropical solitaria, dejándole suficiente agua y alimento para sobrevivir. Imaginemos, incluso, que un adulto se queda con él para ofrecerle sólo el agua y el alimento que necesita durante los primeros años, pero no le proporciona nada más. Es decir, nos aseguramos que el recién nacido se alimenta correctamente. La cuestión es ¿será capaz de sobrevivir?

Evidentemente, este hipotético experimento nos parece terrorífico y no necesitamos realizarlo para saber lo que ocurrirá. Por ejemplo, si pensamos en los depredadores, el niño no podrá ni sabrá defenderse. Puede enfermar por el ataque de cualquiera de los virus y bacterias que pugnan por sobrevivir a nuestra costa. También puede sufrir un accidente, caerse y romperse una pierna o una costilla. No sabrá curarse y sus heridas probablemente se infectarán produciéndole la muerte. Tampoco sabrá distinguir si un alimento es venenoso o no, etc. En definitiva, sabemos perfectamente que no sobrevivirá.

Por lo tanto, tiene que existir alguna necesidad primaria además del calor, el oxigeno, y el alimento para que un ser humano pueda sobrevivir. ¿Cuál puede ser? Lo más probable es que el lector haya pensado que el niño necesita una familia para sobrevivir. En principio es cierto, pero necesitamos aclarar qué es lo que aporta una familia a la supervivencia del niño, ya que existen casos en los que la familia maltrata a sus hijos y les causa la muerte.

¿Qué necesita el niño de una familia? Por ejemplo, podríamos pensar que la mera presencia de otros seres humanos es suficiente para el niño. Pero todos sabemos que no serviría de nada si el niño no puede interaccionar con ellos. ¿Qué clase de interacción necesita? ¿Cualquier tipo de interacción es positiva para el niño? Ya hemos dicho que los malos tratos, por ejemplo, no benefician la supervivencia de los niños.

En este momento, a más de uno se le ocurrirá decir que el niño necesita afecto (cariño, amor, etc.) de su familia. Cierto, pero ¿por qué necesita afecto? ¿por qué sin afecto un niño tiene que morir?

Ahora es cuando tenemos el peligro de entrar en un callejón sin salida, porque existe el prejuicio de que el afecto, el amor, el cariño, son fenómenos espirituales, es decir, no materiales, y, por tanto, inexplicables en último término. Este ha sido el error en el que ha caído la psicología tradicional hasta la fecha y que nos ha

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mantenido en la más completa oscuridad con respecto al fenómeno afectivo y a muchos otros más.

¿Qué es el afecto?

Para no caer en este error, recapitulemos hasta lo que nos ha llevado a afirmar que el niño necesita afecto. Nos preguntábamos si un niño podría sobrevivir solo, a pesar de tener suficiente oxigeno, agua y alimentos. Habíamos visto que no, que necesitaría además una familia que le proporcionase afecto.

Olvidemos, por un momento, el afecto y preguntémonos por lo que una familia proporciona, de hecho (físicamente, materialmente, objetivamente, etc.), a un niño para que pueda sobrevivir, además de los alimentos. Puede proporcionarle protección frente a los depredadores, cuidados frente a enfermedades, seguridad frente a los potenciales accidentes y conocimientos para adquirir nuevas habilidades que aumenten la capacidad de supervivencia del niño en su ambiente.

¿Si un niño recibe todo esto de una familia, podrá sobrevivir? Sin ninguna duda, ya que todos los peligros que amenazan su supervivencia estarán "bajo control". Nótese la importancia de la aportación de conocimientos, en esta discusión. Un niño no sólo necesita protección sino adquirir una gran cantidad de habilidades y conocimientos para sobrevivir, de modo que en el futuro necesite menos la ayuda de su familia. De ahí que, si los recibe, pueda sobrevivir con mayor probabilidad.

Entonces, si el niño puede sobrevivir recibiendo el cuidado de su familia, ¿qué hay del afecto? La mentalidad espiritista dirá que lo anterior no sirve si no se proporciona con afecto. Es decir, que no es suficiente con proteger, cuidar, curar y enseñar, sino que, además, hay que hacerlo con afecto. Para ver la falacia de esta propuesta sólo nos debemos preguntar si es posible cuidar de un niño sin afecto. ¿Puede alguien alimentar, curar, proteger y enseñar a un niño sin afecto?

Es cierto que nos puede parecer que unos padres tengan poco cuidado de sus hijos pero que sean muy afectuosos con ellos. Es decir, que sean unos padres "muy simpáticos" aunque no protejan, cuiden ni enseñen a sus hijos. Pero el resultado de tal crianza siempre es un fracaso para los hijos. Por el contrario, puede también ocurrir que nos parezca que unos padres cuiden mucho de sus hijos pero que no sean "muy simpáticos" con ellos. Y a pesar de la falta de simpatía, sus hijos se desarrollarán y sobrevivirán con éxito.

En definitiva, lo que nos ocurre es que no queremos ver lo que es evidente, que el afecto y el cuidado son una misma cosa y no dos hechos separados (uno espiritual y otro material). El afecto, sin el cuidado, la protección y la enseñanza no sirve para nada, es un simple espejismo, un engaño. Por el contrario, con la

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protección, el cuidado y la enseñanza, es irrelevante la existencia del afecto. Si el lector lo quiere ver aún más claro, sólo tiene que preguntarse qué es lo que prefiere: 1) Afecto sin cuidados, protección ni enseñanza o 2) cuidados, protección y enseñanzas sin afecto.

Claro que puede decir "quiero las dos cosas", pero para aclarar si el afecto es realmente un hecho físico y material que se manifiesta en los cuidados, la protección y la enseñanza, escoja entre las dos alternativas. A los cientos de personas que hemos hecho esta misma pregunta, el 100% ha coincidido en preferir la segunda alternativa, es decir, preferimos ser cuidados, protegidos y enseñados aunque sea sin afecto que no al revés. Es decir, preferimos (necesitamos) hechos y no buenas intenciones.

Entonces tenemos dos alternativas. O bien tenemos que rechazar que el afecto sea necesario para sobrevivir, siendo una entidad espiritual que nada tiene que ver con la vida y su mantenimiento, o bien comprendemos que el afecto agrupa todo lo que hemos dicho acerca de lo que puede proporcionar una familia para que el niño sobreviva. Es decir, que el afecto consiste en proteger, cuidar y enseñar al niño para que sobreviva.

Para clarificar la situación, expresamos las dos alternativas en el siguiente cuadro:

El afecto (amor, cariño, amistad, etc.) es ...

definición tradicional

definición biológica

Un hecho espiritual (no material) de difícil explicación que se manifiesta en nuestras emociones.

Todo acto (comportamiento) de ayuda, protección, cuidado, etc., que contribuya a la supervivencia de otro ser vivo.

Una definición que no aclara (ni define) nada.

Una definición precisa, de hechos reconocibles, observables y objetivos.

Nuestra tradición nos inclina a pensar de un modo poético acerca del afecto, pero, a pesar de que pueda ser muy agradable (o "elevado") pensar así, no nos conduce a ninguna parte. No nos ayuda a comprender su naturaleza y, sobretodo, nos sume en un mar de confusiones y problemas increíbles, convirtiéndonos en unos ineptos para manejar correctamente nuestras relaciones afectivas.

Por el contrario, si somos capaces de "bajar de las nubes", y reconocer que lo que experimentamos como afecto son todos los actos (hechos, comportamientos) por los cuales una persona ayuda a otra, de la forma que sea, proporcionándole protección y conocimientos, resolviéndole problemas, apoyándole en los momentos difíciles, etc., etc., habremos dado un paso de gigante hacia la comprensión y el dominio de los fenómenos afectivos.

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No sólo esto, sino que el concepto biológico del afecto encierra toda una nueva forma de comprender al ser humano, que va mucho más allá de los temas tratados en este artículo. De este nuevo concepto se derivan un enorme conjunto de consecuencias que conducen a una nueva psicología como ciencia biológica. Esta nueva concepción la podríamos calificar, sin lugar a dudas, de 'revolución afectiva'.

Porque la clave está en reconocer que el afecto es un hecho físico, real, material y no espiritual. Si somos capaces de ver esto, podemos empezar a analizar los hechos afectivos, a contabilizarlos, medirlos y a establecer hipótesis acerca de sus manifestaciones. De lo contrario, seguiremos en la oscuridad, en las "nubes", y no haremos otra cosa que hacer poesía de dudosa calidad.

El afecto es la base de la vida social

Reconociendo el afecto como todo comportamiento de ayuda a la supervivencia de otro ser vivo, estamos en disposición de dar una explicación coherente del porqué sin afecto un niño, y un ser humano en general no puede sobrevivir. Es decir, estamos en disposición de explicar porqué el afecto es una necesidad primaria humana.

Para ello, debemos plantearnos porqué vivimos en grupos, porqué formamos familias, grupos de amigos, empresas, clubes, asociaciones, sociedades y organizaciones estatales, ciudades, etc. Es decir, porqué siempre vivimos agrupados o porqué no vivimos como los osos o los mosquitos, cada uno por su lado. Nos estamos preguntando, en definitiva, porqué somos una especie social.

Una primera respuesta podría ser decir que vivir en grupo es mejor que vivir en solitario, que el grupo proporciona más probabilidades de supervivencia. Pero si fuera cierto, entonces ¿por qué los chimpancés o los elefantes viven en grupo, y los orangutanes o las serpientes viven en solitario? Si fuera mejor vivir en grupo que en solitario, todas las especies evolucionarían hacia la vida en grupo, y esto no es así. Existen muchas especies que llevan evolucionando cientos de millones de años y no muestran el menor indicio ("interés") por vivir en grupo.

Preguntémonos por las diferencias entre un oso y un león con respecto a sus capacidades de supervivencia o, dicho de otro modo, preguntémonos si el león, a diferencia del oso, puede vivir en solitario. El león es un animal fuerte pero pesado, es decir, no puede adquirir grandes velocidades de carrera (en comparación con los guepardos, por ejemplo). Al ser un animal carnívoro y grande, necesita capturar presas de un cierto tamaño, como puedan ser ñúes, bueyes, cebras, etc. El problema reside en que sus presas corren más que él o son mucho más fuertes, lo que implica que la mayoría de ocasiones en las que trata de cazar solo, pierde la presa.

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En otras palabras, que el león, a pesar de ser el "rey de la selva", es incapaz de sobrevivir solo. Necesita la ayuda de otros leones para obtener sus presas. Así, las leonas forman grupos estables para la crianza, en los que se admite a un pequeño número de leones adultos, y los leones adolescentes y adultos forman grupos semi-estables esperando el momento apropiado para destronar a los líderes de un grupo de leonas. Finalmente, los leones destronados no suelen ya formar grupos y mueren en un corto periodo de tiempo.

Por lo tanto, los leones no forman grupos porque sea mejor que vivir en solitario. Forman grupos porque no tienen otro remedio ni alternativa, no pueden escoger. El grupo, para los leones, significa sobrevivir y la vida en solitario es una muerte segura.

Generalizando, podemos ver que la vida en grupos es el resultado de una necesidad primaria, de supervivencia, debido a la incapacidad que tienen los individuos, por sí solos, de sobrevivir. Cuando nuevas circunstancias ponen en peligro la supervivencia de una especie, o bien desarrolla nuevas capacidades para hacer frente a los nuevos peligros de forma individual o desarrolla nuevas capacidades sociales (de ayuda) que permitan lograr el mismo objetivo. En caso contrario, se extingue.

Todas las especies sociales han aparecido como consecuencia de una fuerte presión de supervivencia. Si las nuevas dificultades de supervivencia no pueden superarse a través de la evolución de características individuales, la especie aún tiene una oportunidad: desarrollar mecanismos de ayuda mutua, es decir, convertirse en una especie social. A partir de este momento, los individuos ya no serán capaces de sobrevivir por sí mismos y necesitarán siempre la ayuda de sus congéneres.

Lo que caracteriza la vida de las especies sociales es, pues, el continuo trasiego de ayuda entre los individuos que conforman los grupos. Ayuda para la caza, para la crianza, para la higiene, para la defensa, etc. Los individuos de una especie social no sólo tienen que cuidar de sí mismos sino, también, de los demás miembros de su grupo. Sólo así logran sobrevivir.

Los humanos somos la especie más social

Nos debemos dar cuenta de que para los seres humanos, al igual que para todas las especies llamadas sociales, la ayuda de los congéneres es una necesidad primaria de los individuos de la especie. Sin la ayuda de los demás, ningún ser humano puede sobrevivir, por muy fuerte, inteligente, sano, hábil, etc., que sea.

Nuestro éxito como especie nos impide ver con claridad el enorme grado de dependencia que cada uno de nosotros tiene de los demás. En realidad, vistos

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objetivamente, los individuos humanos tenemos un alto grado de discapacidad para la supervivencia en solitario. Nuestras capacidades individuales están muy disminuidas. Podemos decir, sin equivocarnos, que somos individuos disminuidos y discapacitados para poder sobrevivir en solitario.

Nuestra fuerza, nuestro desarrollo imparable, no proviene ni de la inteligencia individual, ni de la fuerza individual sino de la inteligencia y la fuerza colectivas, de los grupos y de la sociedad. Tomados de uno en uno, los humanos somos tan indefensos como las hormigas y nos superan una gran mayoría de animales. Realmente cuesta mucho hacerse una idea real de hasta donde llega nuestra debilidad e incapacidad a nivel individual.

Nuestro cerebro sabe sumar.

Si examinamos todos los logros de la especie humana, nos daremos cuenta que han sido obtenidos mediante la continua colaboración de los individuos de cada generación. Probablemente, la diferencia entre nuestro cerebro y el de los demás animales sea que sabe sumar con más facilidad. Todo nuestro éxito proviene de sumar, sumar y sumar. Sumar esfuerzos, conocimientos, memorias, fracasos, sufrimientos, etc.

Pongamos un ejemplo para que se comprenda. Nos gusta decir, por ejemplo, que Newton descubrió la ley de la gravedad. Es cierto, pero ¿qué hizo realmente Newton para descubrirla? La inteligencia de Newton no daba para formular la ley de la gravedad desde la nada, partiendo de cero. El cerebro de Newton sumó y sumó, a lo largo de muchos años, los descubrimientos, las intuiciones, los errores, de sus antepasados. Y como no se pueden sumar peras con piñas, su cerebro descartó lo incorrecto y agrupó lo correcto. A todo esto, probablemente le sumó una pequeña intuición o un pequeño detalle descubierto por él mismo, dando como resultado la imponente ley de la gravedad.

Aunque nos gusta atribuir el mérito de la ley de la gravedad a Newton, cometemos un gran error histórico con ello. En realidad, Newton no aportó a la ley de la gravedad más que muchos de sus antepasados. El único mérito de Newton fue trabajar en el problema, justo cuando ya faltaba muy poco para ser resuelto, es decir, es un mérito de oportunidad. Si fue Newton y no otro quien descubrió la ley de la gravedad, fue porque el cerebro de Newton sabía sumar mejor que los demás. Pero no debemos olvidad que sumó los descubrimientos, los esfuerzos y los fracasos de muchos antepasados suyos. Por tanto, Newton tiene tanto mérito en la ley de la gravedad como muchos otros que trabajaron en el problema antes que él. No obstante, por nuestra simplicidad de pensamiento y, sobretodo, por la necesidad de mantener muy alto nuestro orgullo individual, preferimos atribuir todo el mérito a Newton.

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Esto es así porque nos es muy doloroso aceptar que, como individuos, valemos muy poco, incluso, cada vez menos. A medida que nuestro sistema social se desarrolla, vamos perdiendo más capacidades, más autonomía individual. Nuestro deterioro individual es algo que nos molesta aceptar y, por eso, siempre tratamos de ensalzar lo individual aunque con ello cometamos un error evidente.

Del mismo modo que la ley de la gravedad, todos los logros humanos, desde el fuego, el hacha y la rueda, hasta los aviones, los ordenadores e Internet, son fruto de la suma de la fuerza e inteligencia de miles y miles de individuos. En un avión, por ejemplo, se podrían escribir los nombres de las cientos de miles de personas que han contribuido (sumado) a su construcción, aunque nos apetece más escribir sólo el nombre del ingeniero aeronáutico que lo diseñó.

Toda esta discusión es para alertar al lector de que existe en cada uno de nosotros una gran resistencia para apreciar hasta qué punto necesitamos la ayuda de los demás para sobrevivir. Parece que queda mal reconocer que necesitamos la ayuda de los demás y, por tanto, solemos evitar pensar en ello. Nuestro ideal sigue siendo el héroe solitario capaz de enfrentarse sólo a las más duras pruebas y adversidades. Puesto que la fantasía es libre, podemos seguir engañándonos con tales historias, pero pagamos el alto precio de ocultar la realidad. Este es el verdadero motivo por el cual no se ha aclarado hasta hoy la verdadera naturaleza del afecto.

El afecto es la ayuda que necesitamos para sobrevivir.

Si bien el punto anterior no ofrece dudas racionales sobre su verdad, puesto que los hechos son evidentes, existen dificultades para comprender que lo que en nuestra vida cotidiana llamamos 'afecto', no es otra cosa que la ayuda que necesitamos de los demás para sobrevivir. Evidentemente, podríamos evitar plantear esta cuestión, ya que llamar afecto a la ayuda que recibimos de los demás es simplemente un tema de orden lingüístico.

No obstante, nuestro interés estriba en demostrar que ambas palabras ('ayuda' y 'afecto') son sinónimas en la medida que designan básicamente unos mismos hechos. El problema es que se suele pensar que el afecto es un fenómeno no-material, intangible y no mesurable, lo cual acarrea numerosos errores y perjuicios, ya que no es verdad. Comprender y aprender que el afecto es un fenómeno material, tangible y cuantificable cambia radicalmente la forma de afrontar nuestras relaciones afectivas y posibilita la solución a numerosos problemas derivados de los desequilibrios afectivos.

Para que nuestros alumnos se den cuenta de la identidad entre ayuda y afecto, les pedimos primero que nos digan ejemplos de lo que ellos consideran actos de ayuda. Nos suelen decir cosas como: "dejar los apuntes", "acompañar a alguien",

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"dar dinero", "resolver un problema" (de otro), "cuidar a un enfermo", "hacer la comida" (a otros), "hacer la compra" (para otro), "escuchar los problemas de otro", etc. Una vez han empezado, no les cuesta mucho hacer tan larga como se quiera esta lista.

Luego les decimos que "reserven" esta lista a un lado, como si se tratase de una clase de cocina, y que centren su atención en otro punto distinto. Entonces les proponemos hacer una lista de hechos que, para ellos, signifiquen actos de afecto o amor. Ante un primer sentimiento de perplejidad, empiezan a decir cosas como: "hacer un regalo", "convidar a cenar", "dar un beso o un abrazo", "decir te quiero", "acompañar en los malos momentos", "comprender y respetar al otro", "proteger al otro", etc. Mientras se van proponiendo ejemplos de afecto, alguien suele decir "ayudar a ...", pero nosotros le decimos que no podemos ponerlo en la lista ya que lo que queremos ver precisamente es si la ayuda es realmente lo mismo que el afecto.

Una vez la lista ha llenado la altura de la pizarra, les proponemos que comparen ambas listas, la de ejemplos de ayuda y la de ejemplos de afecto. Aparentemente son distintas aunque existen ejemplos en común, como "acompañar al otro", etc.

La cuestión aparece más clara cuando planteamos qué pasaría si hiciéramos las dos listas mucho más largas. ¿Aparecerían la mayoría de los términos de una en la otra? Es decir, "hacer un regalo" no es un acto también de ayuda, al igual que "dar un beso o un abrazo" cuando el otro lo necesita, o "decir te quiero", "comprender y respetar al otro", etc. Del mismo modo, no es también un acto de afecto o amor "dejar los apuntes", "dar dinero", "cuidar a un enfermo", etc.

La mayoría de los alumnos empiezan a darse cuenta de la gran similitud de ambas listas, de que lo que uno escribe en una lista, puede también escribirlo en la otra. Quizás no todos los ejemplos son igualmente intercambiables. Unos son muy claros y otros cuestan más. La razón de ello es que utilizamos las palabras 'ayuda', 'afecto', 'amor', 'cariño', 'solidaridad', etc., en contextos distintos, pero todas se refieren a la misma clase de actos.

Esto mismo ocurre con muchas de nuestras palabras más comunes. Por ejemplo, la palabra 'mesa' tiene muchos sinónimos según sea el contexto en el que estemos hablando. Si la mesa sirve para escribir la llamamos 'escritorio', si sirve para comer la llamamos 'comedor', si sirve para los alumnos de una escuela la llamamos 'pupitre' y si sirve para celebrar misa la llamamos 'altar'. 'Mesa', 'escritorio', 'comedor', 'pupitre' y 'altar' son palabras distintas que se refieren básicamente a un mismo hecho u objeto, escogiéndolas según el uso o el contexto que nos refiramos. Incluso, una misma mesa puede servir de escritorio, pupitre, comedor o altar si la llevamos al sitio adecuado y la utilizamos convenientemente.

Igual nos pasa con las palabras 'ayuda', 'afecto', 'amor', 'cariño', etc. Si prestamos ayuda a nuestra pareja o a nuestros hijos, lo llamamos 'amor' o 'cariño', si prestamos ayuda a un amigo lo llamamos 'afecto' o 'amistad', y si prestamos

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ayuda a desconocidos lo llamamos 'ayuda' o 'solidaridad'. Pero sea la que sea la palabra que utilicemos, siempre nos estamos refiriendo a una misma clase de hechos. Quizás la palabra más general y más amplia, a nuestro entender, que los designe sea 'ayuda', aunque es de libre elección escoger otra cualquiera.

No debemos confundir los problemas lingüísticos con los problemas psicológicos. La lingüística nos aclarará cuando utilizamos una u otra palabra, la psicología nos tiene que aclarar la naturaleza de los hechos que designamos con estas palabras.

Recapitulando lo que hemos planteado, constatamos que sin la ayuda de los demás, los seres humanos no podemos sobrevivir y que esta ayuda adopta la forma de afecto, amor, cariño, solidaridad, amistad, cuidados, atención, etc., según el contexto y el tipo de ayuda proporcionada. Es decir, que podemos afirmar también que sin el afecto, amor, cariño, etc., de los demás, los seres humanos no podemos sobrevivir.

Después de este paréntesis lingüístico, que esperamos haber aclarado, debemos seguir con nuestra tarea y plantear cual es la naturaleza de los hechos involucrados en los actos de ayuda, afecto, amor, etc.

Afecto o ayuda es trabajo en beneficio de otro

A partir de las dos listas de ayuda y afecto, les preguntamos a los alumnos qué tienen en común todos estos actos. Aunque esta pregunta es realmente difícil, con un poco de ayuda por nuestra parte, alguien suele responder: "requieren esfuerzo" o algo parecido.

Efectivamente, nos damos cuenta que ayudar siempre significa realizar un esfuerzo en beneficio de otra persona. No se puede ayudar telepáticamente o simplemente con la intención. No nos sirve de nada que cientos o miles de personas quieran ayudarnos si ninguna de ellas hace el más mínimo esfuerzo para nosotros.

Si utilizamos un término más adecuado para expresar esta cuestión, diremos que ayudar es realizar un trabajo en beneficio de otro. El concepto de trabajo se utiliza en física para designar cualquier hecho que signifique una transferencia de energía de un sistema a otro. Cuando ayudamos a otra persona, o a otro ser vivo, lo hacemos consumiendo una cantidad de nuestra energía (de ahí el esfuerzo) que transferimos, en parte, a la otra persona (de ahí su beneficio).

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Es muy importante puntualizar que no toda transferencia de trabajo entre dos seres vivos es afecto. Para destruir a un ser vivo también hay que hacer trabajo sobre él, pero esta clase de trabajo no es afecto puesto que no beneficia a quien lo recibe.

Es decir, sólo es afecto aquel trabajo realizado

sobre otro ser vivo que aumenta sus probabilidades de supervivencia.

Todo acto de ayuda implica una pérdida de energía en quien ayuda y una ganancia de energía en quien recibe la ayuda. Esta pérdida y ganancia respectivas se manifiestan en una disminución y un aumento respectivo de las probabilidades de supervivencia de cada uno. Así, sólo proporcionamos afecto cuando consumimos parte de nuestra energía y disminuye nuestra probabilidad de supervivencia, mientras que el otro (el que recibe nuestro afecto) experimenta un aumento de su energía y de su probabilidad de supervivencia.

El beneficio obtenido por el receptor de afecto se compensa con el perjuicio que sufre quien lo proporciona. En la naturaleza nada es gratuito y el afecto, como un hecho de la naturaleza (trabajo), no escapa a esta terrible ecuación. Esta es la verdadera razón por la que existen tantos problemas en las relaciones afectivas. Si el afecto fuera algo espiritual (no-material) no existiría ningún problema para que todo el mundo pudiera disfrutarlo sin límites. Pero la experiencia cotidiana nos enseña amargamente que el afecto es muy escaso en las relaciones humanas y la razón no es otra que el afecto es simple y llanamente una transferencia física y real de energía, trabajo y vida, y que tal transferencia está sujeta a todos los límites impuestos por las leyes de la naturaleza.

De ahí que muchas personas adultas no puedan ofrecer afecto a los demás, debido a que su capacidad de trabajo, de resolver problemas, de enfrentarse a las dificultades, etc., son muy escasas y ni siquiera cubren sus propias necesidades.

Así, la imposibilidad de sobrevivir por sí mismo se contrarresta recibiendo energía y vida de otros congéneres, quienes "pagan", sufren y acarrean los costes de tal ayuda. La ayuda es una necesidad primaria en los humanos pero debemos comprender, aclarar y puntualizar que dicha ayuda no es gratuita sino que requiere unos costes físicos y reales. No se ayuda con la intención, con el deseo, con el pensamiento: se ayuda con la acción, es decir, con actos físicos.

Y si bien es cierto que podemos ayudar a nuestros congéneres sin poner en serio riesgo nuestra salud y supervivencia, también es cierto que si tal ayuda no se

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realiza con cautela y bajo una estricta contabilidad, puede suceder muy fácilmente (como de hecho sucede) que los balances entre la ayuda recibida y la proporcionada sean muy desequilibrados, conduciendo a graves perjuicios en la salud humana.

Es de suma importancia comprender bien este punto ya que de él se desprenden importantes consecuencias para la salud humana. De hecho, la biopsicología puede considerarse como la economía del afecto, el análisis y la contabilidad de las transferencias afectivas en nuestras relaciones humanas y de las consecuencias que en nuestra salud y bienestar conllevan.

Como consecuencia, la falta de afecto causa enfermedad y la muerte.

Si somos capaces de comprender y apreciar el hecho de que el afecto (ayuda) es una necesidad primaria de todo ser humano, entonces la consecuencia inmediata y directa es que sin afecto o sin una suficiente cantidad, el ser humano enferma y muere. Es más, si un ser humano tiene cubiertas todas sus necesidades primarias excepto la afectiva, entonces, su enfermedad y su muerte están causadas por la falta de afecto.

Hoy en día, en las sociedades modernas, vivimos perplejos ante los asombrosos hechos que afectan a nuestra salud. Aún poseyendo la mejor asistencia médica, la mejor alimentación posible, un nivel económico envidiable, etc., muchas personas sufren enfermedad y muerte tempranamente. Los médicos no encuentran ninguna explicación razonable y, en su falta, apelan a factores ambiguos y no demostrables. Dicen, por ejemplo, que fumar provoca cáncer, pero todos conocemos algunos fumadores empedernidos que han llegado a la vejez sin ningún problema. La "psicosis" por encontrar factores de riesgo nos ha llevado al punto de que todo es un riesgo. Esta situación no revela otra cosa que la imposibilidad de encontrar la verdadera causa de tales problemas de salud.

Lo que la biopsicología ha sido capaz de despejar es que nuestra salud no sólo depende de nuestras "buenas" relaciones con los virus y bacterias que tratan de aprovechar nuestra energía en su beneficio sino que también depende de nuestras "buenas" relaciones con nuestros congéneres que, también, tratan de aprovechar nuestra energía en su beneficio. Y esto es así no por maldad sino por necesidad, puesto que cada uno de nosotros no podría sobrevivir sin recibir ayuda (energía) de sus congéneres, es decir, sin su afecto.

Esta consecuencia lógica, que ahora vamos a explicar, nos enfrenta ante un grave problema cultural, de valores éticos, hasta ahora nunca visto. En general, cuando alguien escucha por primera vez esta afirmación, experimenta una intensa reacción de repulsa ante esta posibilidad. Los historiadores de la ciencia saben

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muy bien que la aceptación de nuevas teorías depende, no sólo de su viabilidad racional, sino, también, de las reacciones emocionales que provoca. Muchos avances científicos se han visto retrasados debido a que provocaron reacciones emocionales negativas en la comunidad científica. Decimos esto, porque estamos ante un caso de este tipo y debemos pedir al lector que trate de separar sus emociones, del análisis objetivo de los hechos que discutimos. La aparente barbaridad de la conclusión a la que llegamos, puede impedir comprender los hechos que se discuten y, en última instancia, juzgar con imparcialidad nuestro razonamiento y los hechos que lo confirman.

Nuestro punto de partida ha sido llegar a establecer que el afecto es una necesidad primaria para el ser humano, al igual que el calor, el oxigeno y el alimento. Esto significa que, para sobrevivir, todo ser humano necesita, como mínimo estos cuatro elementos. La falta de alguno de ellos acarrea inevitablemente la enfermedad y la muerte.

Por lo que respecta al calor, el oxigeno y el alimento, no tenemos dudas de que esto es así. Su falta nos producirá inevitablemente la enfermedad y la muerte, pero, ¿ocurre lo mismo con el afecto?

Antes, ya hemos discutido lo que le pasaría a un recién nacido si le negásemos cualquier tipo de ayuda, excepto el suministro de calor, oxigeno y alimento. Primero se enfermaría y luego moriría. Pero ¿le ocurriría lo mismo a un adulto? Imaginemos que dejamos sólo a un adulto, con suficiente calor, oxigeno y alimento. Es evidente que podría sobrevivir durante un cierto tiempo o, incluso, durante un largo periodo de tiempo. Los hermitaños son un buen ejemplo de ello y se conocen algunos casos de individuos que han sobrevivido escondidos durante mucho tiempo.

Ahora bien, debemos reconocer que si un adulto es capaz de sobrevivir sin afecto (ayuda) durante bastante tiempo es porque en su infancia ha recibido una gran cantidad de ayuda. Sólo sobrevivirán los adultos que estén bien preparados para esta experiencia, es decir, que dispongan de los conocimientos y habilidades que son imprescindibles para afrontar una vida en solitario. No todos estamos preparados para ser hermitaños o para vivir escondidos durante un largo periodo de tiempo.

¿De dónde han surgido estos conocimientos y esta preparación para la vida en solitario? Evidentemente, de otras personas. Un hermitaño ha aprendido de otros aquello que le será necesario para sobrevivir casi aisladamente. Es decir, uno puede llegar a ser hermitaño sólo con la ayuda de los demás.

Nuestra supervivencia individual depende de una fina y delicada red de ayuda y afecto. Cada uno de nosotros somos receptores y donantes de afecto, tejiendo una red de relaciones afectivas.

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Cuando afirmamos que la falta de afecto es causa de enfermedad y de muerte, no estamos afirmando algo distinto de lo que hemos constatado al principio, a saber, que el ser humano no puede sobrevivir sin la ayuda de sus congéneres.

Para comprender que ambas afirmaciones son idénticas, aunque una nos parezca lógica y la otra una barbaridad, vamos a plantear los argumentos que permiten derivar la una de la otra.

En el gráfico 1 se expresa, de un modo geométrico, el hecho de que los seres humanos, a diferencia de los osos, por ejemplo, no podemos sobrevivir por nosotros mismos. Es decir, que los individuos humanos no tenemos la capacidad de realizar todo el trabajo necesario para lograr nuestra propia supervivencia.

Gráfico 1. Capacidad de trabajo individual en relación al umbral de supervivencia.

Para ello, introducimos el concepto de umbral de supervivencia que definimos como la mínima cantidad de trabajo que es necesario realizar para que un individuo pueda sobrevivir. Ningún ser vivo puede sobrevivir sin efectuar una cierta cantidad de trabajo. Trabajo para alimentarse, para respirar, para defenderse, etc.

En el gráfico se representa el hecho de que los humanos, tomados individualmente, no somos capaces, por nosotros mismos, de realizar todo el trabajo que es necesario para sobrevivir, es decir, que en la más completa soledad no somos capaces de llegar al umbral de supervivencia. Lo mismo podemos decir de todas las especies sociales, las hormigas, los delfines, los chimpancés, los pingüinos, las hienas, etc., aunque cada especie tiene distintas capacidades de trabajo.

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Por el contrario, los osos adultos sí son capaces de sobrevivir por si mismos, de forma independiente. Los osos adultos tienen la capacidad de realizar el suficiente trabajo que les permite sobrevivir. Todas las especies asociales se caracterizan por este hecho. Los mosquitos, los tiburones, los guepardos, las lechuzas, los orangutanes, etc., pueden sobrevivir en estado adulto por si mismos.

En el gráfico 2 introducimos el concepto de ayuda necesaria para sobrevivir. Si los seres humanos no podemos sobrevivir por nosotros mismos, significa que necesitamos la ayuda de los demás para sobrevivir. Esta ayuda la recibimos en forma de trabajo que otros realizan para lograr nuestra supervivencia (la ayuda o trabajo recibido lo denominamos 'afecto recibido').

Así, sumando el trabajo individual más el trabajo recibido en forma de ayuda de

nuestros congéneres, los seres humanos podemos sobrevivir, es decir, superar el umbral de supervivencia.

Cuando decimos que el afecto es una necesidad primaria, estamos afirmando que el afecto es la ayuda que necesitamos para superar nuestro umbral de supervivencia. De este modo, la supervivencia de la especie humana se fundamenta en sus relaciones sociales. Los sistemas de organización social, los grupos, la familia, las organizaciones, las comunidades, los estados, son los mecanismos por los cuales los seres humanos intercambiamos intensamente la ayuda que, como individuos, necesitamos para sobrevivir. Fuera de la red social, desconectados de toda ayuda, somos incapaces de sobrevivir. En otras palabras, la sociabilidad es una característica indisociable del individuo humano. Todo en el ser humano depende de sus relaciones sociales y tratar de comprender al ser humano sin considerarlas es una empresa inútil y un simple ejercicio estético.

La sociabilidad no se puede ignorar porque es el medio por el cual intercambiamos un recurso esencial para nuestra supervivencia: el afecto (ayuda para la supervivencia de otro).

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Por lo tanto, ¿qué puede ocurrir si un individuo no recibe suficiente ayuda de sus congéneres? Esta situación se representa en el gráfico 3. Puede muy bien ocurrir que, por la razón que sea, un individuo no reciba suficiente ayuda, es decir, que la suma de su trabajo más la ayuda recibida sea inferior a su umbral de supervivencia.

En este caso, no sobrevivirá, es decir, morirá. Aunque sea terrible, no podemos ignorar este hecho, ya que se deriva directamente de nuestra necesidad de recibir ayuda. Aún nos parece más

terrible si expresamos este hecho diciendo que si un individuo no recibe suficiente afecto, entonces morirá. Pero debemos darnos cuenta de que es, precisamente, el carácter terrible de este hecho el que fundamenta nuestra intuición ancestral de que el afecto es algo esencial para el ser humano: es tan esencial que su falta nos produce la muerte.

Esta constatación nos lleva a un primer análisis. Cuando un ser humano muere, nos deberemos preguntar si esta muerte ha podido ser causada por una falta importante de afecto. Ahora sabemos que un déficit afectivo importante causa la muerte de un ser humano, pero lo que no sabemos es si todas las muertes están causadas por este motivo. Por tanto, una muerte puede estar causada por un déficit afectivo severo o por otras causas y nuestra intervención, como psicólogos, será determinar si, en cada caso, la causa ha sido por un déficit afectivo o no.

Pero la muerte es una situación extrema, la más extrema de todas. Antes de morir, generalmente un ser vivo pasa por diferentes estadios de enfermedad, cada vez más graves. Es decir, que entre la vida (salud) y la muerte, existe un espacio intermedio que denominamos 'enfermedad'.

Esto nos permite introducir un nuevo concepto, el de umbral de salud, y que definimos como el límite por encima del cual un ser

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vivo no está enfermo. Por supuesto, ningún ser vivo está libre completamente de alguna clase de enfermedad, por leve que sea.

Entre el umbral de salud y el umbral de supervivencia existe toda una zona que comúnmente denominamos por 'enfermedad'. La enfermedad es todo estado entre la salud y la muerte.

Para que un organismo goce de buena salud es necesario que realice una gran cantidad de trabajo. Ya hemos visto que, en el caso de los humanos, como en el de todas las especies sociales, cada individuo no tiene la capacidad para desarrollar el suficiente trabajo que le permita llegar al umbral de supervivencia. Necesita, para ello, la ayuda de sus congéneres (en forma de trabajo) para sobrevivir. Pero, a pesar de que reciba la suficiente ayuda que le permita superar el umbral de supervivencia, puede que esta ayuda no sea suficiente para alcanzar el umbral de salud.

En otras palabras, el afecto (o trabajo en beneficio de la supervivencia de otro) no sólo determina la supervivencia de los individuos de especies sociales sino, también, su calidad de vida, es decir, el grado con que padecerá enfermedades de cualquier tipo.

Decimos, pues, que el déficit afectivo (o falta de afecto suficiente para vivir) es, necesariamente, como hemos visto, causa de enfermedades de todo tipo. Para vivir hay que trabajar, y esto significa que hay que resolver un gran número de problemas y presiones que acechan y ponen en peligro nuestra supervivencia. Nadie puede escapar a estas tareas. Los humanos hemos evolucionado hacia formas de vida altamente sociales, lo que implica que cada individuo es incapaz, por sí mismo, de resolver la mayoría de sus problemas de supervivencia. Nuestra vida depende, nos guste o no, de la ayuda de nuestros congéneres. De ahí que, según sea la ayuda recibida, nuestra vida puede ser más corta o más larga, llena de penalidades y enfermedades o gozar de buena salud y desarrollo, etc.

Este es un hecho esencial para comprender el devenir de todo ser humano, sobretodo en lo que respecta a su salud y desarrollo. Ignorar este hecho nos mantiene en la más completa oscuridad frente a los graves problemas de salud humana que la medicina no puede resolver, por mucho que quiera y por mucho dinero que se invierta.

Mientras ignoremos lo que ocurre alrededor del enfermo, cuales son sus relaciones afectivas, quien le ayuda y a quien ayuda, es decir, mientras no tratemos de evaluar (contabilizar), aunque sea toscamente, la carga de trabajo cerebral en beneficio de otros que el enfermo ha tenido que soportar, no comprenderemos el origen real de su enfermedad. Por ejemplo, ante un caso de cáncer de pulmón, los médicos nos dirán que ha sido causado por el tabaco y los psicólogos tradicionales nos dirán que el tabaquismo ha sido causado por el estrés. Todo esto es cierto, pero inútil, porque no apunta a la causa real de la enfermedad. ¿Cual ha sido la causa del tabaco y del estrés? Si investigamos un

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poco las relaciones afectivas del enfermo, descubriremos un claro déficit afectivo, es decir, o bien poca ayuda recibida o un exceso de ayuda proporcionada.

Las necesidades afectivas no son iguales en todas las edades del individuo. Por intuición, sabemos que los niños necesitan mucho más afecto que los adultos. Esto es debido a que la capacidad de trabajo de los niños es mucho menor que la de los adultos aunque muchos adultos no llegan a desarrollarse lo suficiente y quedan con una capacidad de trabajo muy disminuida.

Como puede apreciarse en el gráfico, es en la

infancia y la vejez donde más afecto se requiere para sobrevivir y para mantener un nivel de salud adecuada. Por el contrario, la mayor capacidad de trabajo de los adultos hace que requieran menos afecto o incluso puedan prescindir de él si su desarrollo en la infancia ha sido adecuado. De hecho, las necesidades de afecto de los hijos y de los viejos son cubiertas por los excedentes de los adultos, cuando estos existen.

En realidad, es tan alta la falta de capacidad afectiva, de desarrollo cerebral en las sociedades modernas, que una gran parte de los adultos necesitan afecto (ayuda) de los demás para poder sobrevivir. Mientras sigamos idolatrando lo que llamamos el "cuerpo" y despreciemos lo que llamamos la "mente" (que no es otra cosa que el cerebro, es decir, una parte también de nuestro cuerpo) nuestra capacidad afectiva seguirá siendo tan escasa como hasta ahora, causando enormes problemas y enfermedades por doquier. Quizás si comprendemos por fin la sentencia griega de que la salud de nuestro cuerpo depende de la salud de nuestra mente (y no al revés) empezaremos a ganar en capacidad afectiva y a reducir la enorme incidencia de las enfermedades que nos amenazan.

El gran desarrollo social impulsado por la Revolución Industrial ha introducido un nuevo elemento dentro de la economía afectiva de los seres humanos. Nos referimos a todas las formas de ayuda social desarrolladas prácticamente durante el siglo XX. El crecimiento social ha obligado al desarrollo de sistema de cooperación y de ayuda capaces de reducir, aunque no de eliminar, los déficits afectivos de la población.

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Un individuo de una sociedad moderna recibe una gran cantidad de ayuda proveniente de diversos organismos sociales (seguridad social, policía, bomberos, hospitales públicos, escuelas publicas, justicia, etc.). Existe una gran cantidad de organizaciones cuya finalidad es la de proporcionar ayuda a los miembros de la sociedad. Este es un hecho realmente nuevo en nuestra historia, puesto que hace sólo doscientos

años casi no existían. Antes, una persona sólo podía sobrevivir gracias a la ayuda proporcionada por los miembros de su familia y nada más. Ahora, afortunadamente, disponemos, además, de la ayuda de nuestra sociedad. Si distinguimos, por tanto, la ayuda recibida de familiares, amigos, etc. (que seguiremos denominando 'afecto') de la ayuda recibida de las instituciones públicas (ayuda o protección social), podemos apreciar como las necesidades afectivas se han reducido mucho en las sociedades modernas, aunque no han desaparecido.

Pero a pesar de los grandes avances, seguimos necesitando afecto para vivir, sobretodo los niños y la gente mayor. La ayuda social que recibe un niño no es ni mucho menos suficiente para que pueda desarrollarse adecuadamente. Sin el trabajo de los padres los niños no pueden alcanzar un grado de autonomía, de capacidad de trabajo suficiente para conseguir reproducirse con éxito. La ayuda

social no es despreciable pero es insuficiente.

El origen de los déficits afectivos reside en los adultos. Puesto que el afecto es trabajo, es decir, energía, las necesidades afectivas de niños y viejos sólo pueden cubrirse con los excedentes de los adultos.

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El problema aparece cuando los adultos no disponen de excedentes e, incluso, necesitan ellos mismos de apoyo y ayuda.

Esto ocurre cuando un adulto no ha podido desarrollar suficientemente sus capacidades cerebrales debido, por supuesto, a no haber recibido suficiente ayuda en su desarrollo. Aunque aparentemente parezca un adulto, aunque su desarrollo muscular sea el adecuado, su cerebro tiene muy poca capacidad de adaptación, de trabajo, de procesamiento. Ante los problemas busca refugio y apoyo en los que le rodean y carece de toda capacidad para ayudar a resolver los problemas de sus hijos. Si en su desarrollo no ha adquirido suficientes habilidades y capacidades de trabajo para resolver los problemas de la vida, siempre necesitará obtener afecto de los demás, de su familia, amigos, etc., además de la ayuda social que reciba. Entonces, el déficit afectivo que él sufrió se hereda a sus hijos.

Resumen:

Aunque parece una perogrullada, lo cierto es que el ser humano no puede sobrevivir sin la ayuda de los demás. Durante nuestra infancia dependemos críticamente de la ayuda que recibamos. Más o menos ayuda recibida determinará irreversiblemente nuestro desarrollo en el futuro. Es decir, que la ayuda es una necesidad primaria de los seres humanos. Y hemos visto que esta clase de ayuda es la que denominamos comúnmente como afecto.

El afecto no es una entelequia espiritual ni angelical, sino la ayuda que necesitamos para poder sobrevivir. Y esta ayuda no es gratuita ni está disponible libremente puesto que ayudar significa realizar un trabajo en beneficio de otro ser vivo, es decir, ceder parte de la propia energía a otro ser vivo. Así, cuando prestamos afecto a otra persona trabajamos en su beneficio y no en el nuestro, perdemos energía en su favor.

En consecuencia, las capacidades afectivas de cada uno están estrictamente limitadas por la energía disponible, por la capacidad efectiva (no afectiva) de realizar trabajo, de resolver problemas. Uno quisiera inundar de afecto a todo el planeta pero la verdad es que no puede, no disponemos de la energía ni la capacidad para lograrlo. Queremos querer mucho pero podemos querer muy poco.

En cualquier caso, se quiera mucho o poco, siempre todo acto de afecto, de amor, de cariño, de ayuda significa una pérdida de energía para quien lo proporciona. Y esta es la razón por la cual un desequilibrio en las relaciones afectivas conduce inevitablemente a la enfermedad y la muerte.

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El hecho que la biopsicología pone de relieve es que todas las enfermedades cuyo origen médico se desconoce (cáncer, infarto, hipertensión, etc.) no se producen espontáneamente ni tienen su origen en el propio enfermo sino que están causadas por agentes biológicos externos que no hemos sido capaces de ver debido a que son las personas como tu y yo. Lo difícil del descubrimiento de Pasteur fue la pequeñez de los agentes biológicos causantes de las enfermedades (bacterias). Lo difícil del descubrimiento de la biopsicología es que somos nosotros mismos quienes causamos la enfermedad de nuestros congéneres.

Unos padres con mucha necesidad de ayuda acaban causando la enfermedad de sus hijos puesto que no pueden evitar utilizar a sus hijos como fuente de ayuda, un esposo/a con mucha necesidad de ayuda acaba causando la enfermedad de su esposa/o por la misma razón, etc. Por la experiencia que hemos recogido hasta el momento, son precisamente las relaciones afectivas duraderas e intensas las que están en el origen de las enfermedades y la muerte de la mayoría de las personas en las sociedades modernas.

Y la razón principal es que la capacidad de ayuda es muy escasa, puesto que aún no se han inventado máquinas capaces de sustituir al trabajo cerebral. Para resolver los problemas de la vida sólo contamos con nuestro cerebro y si su desarrollo ha sido escaso (que es lo más frecuente) necesitamos mucha ayuda de los cerebros de las personas que nos rodean. Nuestro impulso de supervivencia nos conduce a desarrollar estrategias capaces de lograr que los demás nos presten su ayuda cerebral. Y cuando nuestra necesidad es muy alta y dependemos de la ayuda de muy pocas personas, tarde o temprano dichas personas enfermarán.

Ya sabemos que aceptar estos hechos es muy desagradable, puesto que nos hace a todos responsables (en un sentido científico, no moral) de las enfermedades de los que nos rodean. Nos enfrentamos, como siempre, al mismo problema. ¿Preferimos la verdad dolorosa o la mentira bondadosa? Evidentemente, que cada uno opte por lo que más prefiera. Pero si alguien tiene verdadero interés en prevenir la aparición de cualquier tipo de enfermedad o de contribuir a superar una enfermedad existente (junto con los tratamientos médicos pertinentes), que se tome en serio estos hechos a pesar de que sean realmente crueles.

La enorme complejidad de las relaciones afectivas nos impide hacer aquí una exposición más extensa. En realidad, este tema es, o debería ser, el objeto central de la psicología. Dicho de otro modo, la psicología, desarrollada como una ciencia biológica, se ocupa fundamentalmente de las relaciones afectivas en tanto que inciden directamente sobre la salud de los seres humanos. Así que, considérense estas líneas como un breve esbozo muy elemental, cuyo fin es introducir al lector en los conceptos básicos de la biopsicología. En la medida de nuestras posibilidades, iremos exponiendo con más detalle este nuevo enfoque en el futuro.