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LA AMENAZA DEL TERRORISMO FUNDAMENTALISTA Los atentados del 11-S pusieron de manifiesto la vulnerabilidad de EE UU y el carácter global de un terrorismo que responde a la llamada del fundamentalismo islamista. La capacidad de Al Qaeda para golpear en cualquier parte e indiscriminadamente durará, ya que no se conocen remedios para el fanatismo y la brutalidad. Por Josep Ramoneda P or primera vez en su historia, el terrorismo se convierte en un fenómeno realmente glo- bal en los años noventa”, es- cribe Walter Laqueur en La guerra sin fin. Había caído el muro de Berlín y la derrota en Afganistán había dado la estocada definitiva a la Unión Soviética. En Estados Unidos, el pensa- miento conservador se movía entre el triunfalismo del fin de la historia y la búsqueda de un nuevo enemigo, como factor de cohesión y como coartada para cualquier exceso. El mundo se ha- bía hecho más pequeño. Los riesgos y los temores se globalizaban. El 11-S se comprendió que quedaba mucha histo- ria por delante. Estados Unidos sintió súbitamente una sensación que desco- nocía: la vulnerabilidad. La respuesta al terrorismo se convirtió en la priori- dad de la agenda de la gran potencia. El terrorismo por la voluntad del lide- razgo estadounidense más que por su propia fuerza se convertía —contra toda evidencia— en el primer problema del mundo. Este terrorismo global se caracteri- zaba por responder a la llamada del fundamentalismo islamista: imponer la única religión verdadera y destruir el inmoral mundo occidental. El te- rrorismo no es ninguna novedad en el mundo musulmán. La historia de Egipto ha estado marcada por este tipo de violencia desde que, en 1928, Hassan al Banna fundó los Herma- nos Musulmanes. Desde el salafismo, durante décadas, se fue propagando un fanatismo islámico que manten- dría a Egipto en conflicto permanen- te. El asesinato de Anuar el Sadat fue uno de los momentos más delicados. La masacre de turistas extranjeros en Luxor en 1997 fue el momento culmi- nante. La presión —y represión— del Gobierno hizo que los más fanáticos se fueran con su furia a otra parte. Entre ellos, Al Zawahiri, que estuvo relacionado con el atentado contra el presidente Sadat y que después sería la mano derecha de Bin Laden. Egip- to y Arabia Saudí han sido los territo- rios en que se fecundó el terrorismo islamista. De allí saltó a Europa y a las zonas de conflicto: Afganistán, Sudán, Bosnia, Pakistán. En las uni- versidades del primer mundo —de Londres, especialmente, había mu- chos potenciales fanáticos—. Pakis- tán fue —y sigue siendo— punto cla- ve de encuentro entre terroristas, tra- ficantes y servicios secretos. El régi- men saudí es un ejemplo de la mezcla de atraso ideológico y nuevas tecnolo- gías, autoritarismo medieval y petró- leo, retorno al pasado y uso de los instrumentos de la modernidad que caracteriza al terrorismo de este ini- cio de siglo. ¿Qué tiene de nuevo este terroris- mo? Por supuesto, su carácter global: su intención de golpear en cualquier parte. Y de hacerlo indiscriminadamen- te: se acabó el tiempo en que los terro- ristas procuraban seleccionar sus objeti- vos y evitar las muertes de civiles. Aho- ra, el primer objetivo es que la ciudada- nía se sienta permanentemente amena- zada. También es nuevo el modo de organizarse: en red y como un sistema de franquicias. Y su habilidad para combinar usos tradicionales con instru- mentos como Internet. La habilidad en el uso de los medios de comunicación no es novedosa: el terrorismo siempre ha pensado en la propaganda. La utilización de la religión para justificar cualquier brutalidad tampo- co es novedad: el fundamentalismo y la intolerancia no son exclusiva de reli- gión alguna. En Estados Unidos, el fun- damentalismo cristiano golpeó antes que Al Qaeda. Pero ninguna de las for- mas de terrorismo que ha conocido el siglo XX había acudido de modo tan radical a los libros sagrados como argu- mento para la destrucción del otro. En fin, tampoco la figura del terroris- ta suicida es nueva. Pero sí lo es conver- tida en arma sistemática de la acción como en la estrategia actual de Al Qae- da. Un arma absolutamente desconcer- tante para el Primer Mundo —en el que nadie está dispuesto a morir por casi nada—. Sobre el actual terrorismo pla- nea otra novedad: la pérdida de control de las armas de destrucción masiva des- pués del hundimiento de los sistemas de tipo soviético. La posibilidad de que las armas de destrucción masiva lleguen a manos de los terroristas es una amena- za terrible. Pero el terrorista suicida es ya de por sí una muy temible arma de destrucción masiva, que opera más allá de la razón, es decir, del territorio de comprensión de las conductas. David Rappoport distingue cuatro oleadas en el terrorismo moderno: la anarquista (que se extendió entre fina- les del siglo XIX y principios del siglo XX), la anticolonial (entre las dos gue- rras), la izquierdista (en los años sesen- ta y setenta) y la religiosa. Toda clasifi- cación es una simplificación, y más en un territorio en que casi todo acontece en la oscuridad, donde los terroristas se encuentran con los servicios de infor- mación, los proveedores de armas y los traficantes de droga. Rappoport deja de lado el terrorismo de extrema dere- cha, que fue pionero en matanzas indis- criminadas. Pero las raíces del actual terrorismo global podríamos encon- trarlas en el atentado palestino contra los atletas israelíes durante los Juegos Olímpicos de Múnich. El terrorismo ha estado presente desde el primer mo- mento y por ambas partes en el conflic- to palestino-israelí. Pero este atentado fue un signo que apuntó al terrorismo global. El año 1968 vivió una de las revuel- tas más universales que se han conoci- do: de California a París, pasando por México, Tokio, Milán, Berlín y, por su- puesto, Praga. Era una revuelta contra las estructuras morales, culturales y po- líticas obsoletas que encorsetaban di- versos lugares del mundo y, sin duda, abrió la puerta a la transición liberal. La mayoría de las gentes del 68 —espe- cialmente en Europa— se incorpora- ron a los procesos democráticos, sólo una exigua minoría se fue por el calle- jón sin salida del terrorismo, especial- mente en Alemania e Italia, lugares, por otra parte, claves en los conflictos de la guerra fría. El terrorismo de extre- ma izquierda —que marcó para siem- pre a una generación en Italia y en Alemania— era fundamentalmente an- ticapitalista. Y nunca fue una amenaza para los regímenes políticos de aquel momento. Pero el anticapitalismo dio una cierta aureola al terrorismo que Pasa a la página 28 Osama Bin Laden, jefe de la red terrorista Al Qaeda, con un rifle kaláshnikov y una bandera con versos del Corán al fondo, en 1998. / ASSOCIATED PRESS 24 / EL PAÍS 10.000 LUNES 18 DE OCTUBRE DE 2004 INTERNACIONAL

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LA AMENAZA DELTERRORISMOFUNDAMENTALISTALos atentados del 11-S pusieron de manifiesto la vulnerabilidad de EE UU y el carácterglobal de un terrorismo que responde a la llamada del fundamentalismo islamista.La capacidad de Al Qaeda para golpear en cualquier parte e indiscriminadamente durará,ya que no se conocen remedios para el fanatismo y la brutalidad. Por Josep Ramoneda

Por primera vez en su historia,el terrorismo se convierte enun fenómeno realmente glo-bal en los años noventa”, es-cribe Walter Laqueur en La

guerra sin fin. Había caído el muro deBerlín y la derrota en Afganistán habíadado la estocada definitiva a la UniónSoviética. En Estados Unidos, el pensa-miento conservador se movía entre eltriunfalismo del fin de la historia y labúsqueda de un nuevo enemigo, comofactor de cohesión y como coartadapara cualquier exceso. El mundo se ha-bía hecho más pequeño. Los riesgos ylos temores se globalizaban. El 11-S secomprendió que quedaba mucha histo-ria por delante. Estados Unidos sintiósúbitamente una sensación que desco-nocía: la vulnerabilidad. La respuestaal terrorismo se convirtió en la priori-dad de la agenda de la gran potencia.El terrorismo por la voluntad del lide-razgo estadounidense más que por supropia fuerza se convertía —contra todaevidencia— en el primer problema delmundo.

Este terrorismo global se caracteri-zaba por responder a la llamada delfundamentalismo islamista: imponerla única religión verdadera y destruirel inmoral mundo occidental. El te-rrorismo no es ninguna novedad en elmundo musulmán. La historia deEgipto ha estado marcada por estetipo de violencia desde que, en 1928,Hassan al Banna fundó los Herma-nos Musulmanes. Desde el salafismo,durante décadas, se fue propagandoun fanatismo islámico que manten-dría a Egipto en conflicto permanen-te. El asesinato de Anuar el Sadat fueuno de los momentos más delicados.La masacre de turistas extranjeros enLuxor en 1997 fue el momento culmi-nante. La presión —y represión— delGobierno hizo que los más fanáticosse fueran con su furia a otra parte.Entre ellos, Al Zawahiri, que estuvorelacionado con el atentado contra elpresidente Sadat y que después seríala mano derecha de Bin Laden. Egip-to y Arabia Saudí han sido los territo-rios en que se fecundó el terrorismoislamista. De allí saltó a Europa y alas zonas de conflicto: Afganistán,Sudán, Bosnia, Pakistán. En las uni-versidades del primer mundo —deLondres, especialmente, había mu-chos potenciales fanáticos—. Pakis-tán fue —y sigue siendo— punto cla-ve de encuentro entre terroristas, tra-ficantes y servicios secretos. El régi-men saudí es un ejemplo de la mezclade atraso ideológico y nuevas tecnolo-gías, autoritarismo medieval y petró-leo, retorno al pasado y uso de los

instrumentos de la modernidad quecaracteriza al terrorismo de este ini-cio de siglo.

¿Qué tiene de nuevo este terroris-mo? Por supuesto, su carácter global:su intención de golpear en cualquierparte. Y de hacerlo indiscriminadamen-te: se acabó el tiempo en que los terro-ristas procuraban seleccionar sus objeti-vos y evitar las muertes de civiles. Aho-ra, el primer objetivo es que la ciudada-nía se sienta permanentemente amena-zada. También es nuevo el modo deorganizarse: en red y como un sistemade franquicias. Y su habilidad paracombinar usos tradicionales con instru-mentos como Internet. La habilidad enel uso de los medios de comunicaciónno es novedosa: el terrorismo siempreha pensado en la propaganda.

La utilización de la religión parajustificar cualquier brutalidad tampo-co es novedad: el fundamentalismo y laintolerancia no son exclusiva de reli-gión alguna. En Estados Unidos, el fun-damentalismo cristiano golpeó antesque Al Qaeda. Pero ninguna de las for-mas de terrorismo que ha conocido elsiglo XX había acudido de modo tanradical a los libros sagrados como argu-mento para la destrucción del otro.

En fin, tampoco la figura del terroris-ta suicida es nueva. Pero sí lo es conver-tida en arma sistemática de la accióncomo en la estrategia actual de Al Qae-da. Un arma absolutamente desconcer-tante para el Primer Mundo —en el quenadie está dispuesto a morir por casinada—. Sobre el actual terrorismo pla-nea otra novedad: la pérdida de controlde las armas de destrucción masiva des-pués del hundimiento de los sistemas detipo soviético. La posibilidad de que lasarmas de destrucción masiva lleguen amanos de los terroristas es una amena-za terrible. Pero el terrorista suicida esya de por sí una muy temible arma dedestrucción masiva, que opera más alláde la razón, es decir, del territorio decomprensión de las conductas.

David Rappoport distingue cuatrooleadas en el terrorismo moderno: laanarquista (que se extendió entre fina-les del siglo XIX y principios del sigloXX), la anticolonial (entre las dos gue-rras), la izquierdista (en los años sesen-ta y setenta) y la religiosa. Toda clasifi-cación es una simplificación, y más enun territorio en que casi todo aconteceen la oscuridad, donde los terroristasse encuentran con los servicios de infor-mación, los proveedores de armas y lostraficantes de droga. Rappoport dejade lado el terrorismo de extrema dere-cha, que fue pionero en matanzas indis-criminadas. Pero las raíces del actualterrorismo global podríamos encon-trarlas en el atentado palestino contralos atletas israelíes durante los JuegosOlímpicos de Múnich. El terrorismoha estado presente desde el primer mo-mento y por ambas partes en el conflic-to palestino-israelí. Pero este atentadofue un signo que apuntó al terrorismoglobal.

El año 1968 vivió una de las revuel-tas más universales que se han conoci-do: de California a París, pasando porMéxico, Tokio, Milán, Berlín y, por su-puesto, Praga. Era una revuelta contralas estructuras morales, culturales y po-líticas obsoletas que encorsetaban di-versos lugares del mundo y, sin duda,abrió la puerta a la transición liberal.La mayoría de las gentes del 68 —espe-cialmente en Europa— se incorpora-ron a los procesos democráticos, sólouna exigua minoría se fue por el calle-jón sin salida del terrorismo, especial-mente en Alemania e Italia, lugares,por otra parte, claves en los conflictosde la guerra fría. El terrorismo de extre-ma izquierda —que marcó para siem-pre a una generación en Italia y enAlemania— era fundamentalmente an-ticapitalista. Y nunca fue una amenazapara los regímenes políticos de aquelmomento. Pero el anticapitalismo diouna cierta aureola al terrorismo que

Pasa a la página 28Osama Bin Laden, jefe de la red terrorista Al Qaeda, con un rifle kaláshnikov y una bandera conversos del Corán al fondo, en 1998. / ASSOCIATED PRESS

24 / EL PAÍS 10.000 LUNES 18 DE OCTUBRE DE 2004INTERNACIONAL

26 / EL PAÍS 10.000 LUNES 18 DE OCTUBRE DE 2004INTERNACIONAL

La mañana del 11 de septiembrede 2001 parecía un día más definales del verano en Nueva

York, lucía el sol, el cielo estaba despe-jado y la temperatura era aún cálida.Pero en cuestión de minutos, todo unmundo desapareció.

Dos aviones comerciales, secuestra-dos por terroristas islámicos, se estrella-ban contra los rascacielos del WorldTrade Center, las famosas Torres Geme-las del sur de Manhattan, que se veníanabajo en una tormenta de polvo, humo

y escombros. Lo imposible, lo increíble,estaba ocurriendo y transmitiéndose endirecto en todas las televisiones delmundo (hacia las tres de la tarde enEspaña). Sin tiempo para recuperarsede la sorpresa, otro avión impactabacontra el Pentágono en Washington y,un poco más tarde, otro aparato tam-bién secuestrado por los terroristas seestrellaba en Pensilvania.

Casi 3.000 personas perdían la vidaen el mayor ataque sufrido por EstadosUnidos en toda su historia. El horror,

el dolor y una tan angustiosa comodesconocida hasta entonces sensaciónde vulnerabilidad se apoderó de los es-tadounidenses. La red terrorista AlQaeda, que se atribuyó los atentados,había golpeado en el corazón de NuevaYork a todas las sociedades abiertas,libres y democráticas del mundo.

Los neoyorquinos, con su alcalde,Rudolph Giuliani, a la cabeza, se unie-ron como nunca en un heroico gesto desolidaridad con las víctimas, que hizode los bomberos de la gran ciudad elsímbolo de la voluntad y de las fuerzasde una nación.

El 11-S cambió a Estados Unidos, asu presidente George W. Bush y al mun-do. La guerra contra el terrorismo glo-bal sólo acababa de empezar.

EL DÍA QUE CAMBIÓEL MUNDO

Un bombero de Nueva York sostiene la bandera de Estados Unidos, mientras contempla los restos de las Torres Gemelas dos días despuésde los atentados. / ASSOCIATED PRESS

Varios ciudadanos de Nueva York cubiertos de polvo y cenizas huyen tras el desplome de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001.En la página anterior, momento en que uno de los aviones secuestrados impacta contra una de las torres. / ASSOCIATED PRESS

LUNES 18 DE OCTUBRE DE 2004 EL PAÍS 10.000 / 27INTERNACIONAL

LA IRRUPCIÓN del terrorismo islamista de masasha reavivado debates viejos sobre la naturalezadel terrorismo. ¿Puede encontrarse una defini-ción que comprenda expresiones tan diversas co-mo el asesinato de un torturador en una dictadu-ra y la colocación de una bomba en un supermer-cado de un país democrático? ¿Son todos losterrorismos iguales? Si no lo son, ¿es la causainvocada lo que los diferencia?

Ante la dificultad de hallar una definiciónuniversalmente aceptada, existe una tendenciacreciente a buscar el consenso en torno a lo evi-dente: lo característico del terrorismo contempo-ráneo es que no sólo no evita, sino que buscacausar víctimas indiscriminadas entre civiles de-sarmados. Es verdad que existe una gran distan-cia psicológica y moral entre la actitud de losprimitivos terroristas, que “se abstenían de reali-zar actos de crueldad deliberada” (Walter La-queur) o de “verter una sola gota de sangre inne-cesaria” (David C. Rapoport), y la tendencia aelegir víctimas cada vez más débiles e indefensasque caracteriza al terrorismo de las dos últimasdécadas del siglo XX, y no digamos de estoscomienzos del XXI. Sin embargo, ¿significa esoque no tendrían la condición de actos terroristaslos cientos de asesinatos de militares británicos ode policías a manos del IRA? ¿Es menos crimi-nal, por ser cuidadosamente selectivo, el terroris-mo practicado por ETA contra personas quepodrían evitar figurar entre las víctimas dejandode expresar sus opiniones en voz alta? ¿Merecenla misma consideración los atentados terroristascontra una dictadura que los dirigidos contraEstados democráticos que permiten una activi-dad política normal?

El acuerdo sobre estas cuestiones es arduo

incluso entre los especialistas. Pero sí parece com-probable que el proceso de degeneración moraldel terrorismo a lo largo de la historia tiende areproducirse de manera resumida en la trayecto-ria de cada organización terrorista en particular.Una vez aceptada la legitimidad moral del asesi-nato, el deslizamiento hacia formas cada vez másbrutales e indiscriminadas de terror tardará más

o menos, pero difícilmente dejará de producirse.En la Barcelona de finales del XIX sólo pasa-

ron cuatro años entre el primer atentado, sinvíctimas, contra un general y las bombas Orsinilanzadas contra el patio de butacas del Liceo ycontra los participantes en una procesión, quelas provocaron por decenas. ETA logró asesinaren 1973 al almirante Carrero. El crimen se justifi-có por su responsabilidad personal en la repre-sión y por el papel que tenía asignado en lacontinuidad del franquismo. Pero nueve mesesdespués ETA colocó una bomba en una cafeteríaprovocando la muerte de 12 civiles. Todavía en1996, Bin Laden propugnaba utilizar una tácticade guerra de guerrillas clásica. En uno de susvídeos posteriores al 11-S había cambiado de

registro: “Hay dos tipos de terror: uno bueno yuno malo; el que practicamos nosotros es terrorbueno”. En paralelo al retroceso de las inhibicio-nes morales ante el asesinato, su justificación sedesliza desde el establecimiento minucioso de laculpabilidad individual de la víctima hasta laatribución de una responsabilidad genérica o im-plícita, o hasta la sustitución del criterio de culpa-bilidad por el de utilidad: es legítimo lo quecontribuye a hacer avanzar la causa. Por ejem-plo, a darla a conocer, aunque sólo sea por lacrueldad extrema que revela.

La idea de que todos los terrorismos soniguales es una simpleza que traduce mal unaconclusión que es hoy ampliamente compartidapor los expertos: que lo específico del terrorismoson sus medios, no sus fines. La motivación delos terroristas será relevante en la medida quesuscite la adhesión de sectores significativos dela población afectada, lo que condicionará larespuesta: no sólo deberá ser coherente con losvalores de la democracia y el Estado de derecho,sino incluir actuaciones políticas y sociales orien-tadas a deslegitimar el recurso a la violencia yestimular la desvinculación de esos sectores.

Pero la cuestión no es si hay o no causas tras elterrorismo, y si son o no relevantes, sino si esarelevancia justifica el recurso a métodos terroris-tas. Poner el acento en los fines para relativizarlos medios dificulta esa desvinculación y alimentala perversión moral que supone la transferenciade culpabilidad a las víctimas en nombre de lagravedad de la causa invocada: “Antes sufrieronnuestras madres; que ahora sufran las vuestras”,dijeron a sus víctimas los terroristas que tomaroncomo rehenes a cerca de un millar de niños en unaescuela de Osetia del Norte en el verano de 2004.

¿Tiene causas el terrorismo?PATXO UNZUETA

una parte de la izquierdatardó en borrar. La gue-rrilla antiimperialista enLatinoamérica y las crue-les dictaduras que les res-pondieron acabaron decomplicar la percepciónde las cosas.

En los años ochenta,el terrorismo en Europaestaba prácticamente re-ducido a los endémicoscasos del nacionalismo ir-landés y vasco. La pági-na del terrorismo izquier-dista —los llamados añosde plomo— estaba pasa-da. La atención estabaen el conflicto palestino-israelí, donde la situa-ción del pueblo palestinoha sido a la vez una fuen-te constante de odio y re-sentimiento ante la pasi-vidad del mundo occi-dental. El caso palestino—aun en la versión másfanática, de los terroris-tas suicidas— tiene pocoque ver con el terrorismoislamista global. Respon-de a las coordenadas con-cretas de un pueblo atra-pado en un rincón de suterritorio, sometido a unestado de humillaciónpermanente. Tampoco escierto que el conflicto palestino-israelísea la clave para la solución del terroris-mo islamista. Las proclamas y objeti-vos de Al Qaeda poco tienen que vercon él. Y es legítimo pensar que grupostan ajenos a la opinión ciudadana difí-cilmente cambiarían su actuación sieste problema se resolviera. La que síquedaría debilitada sería una parte delapoyo que reciben.

El carácter utópico de los aparentesobjetivos políticos de Al Qaeda ha he-

cho que se hablara de su dimensiónnihilista. Ciertamente, la idea de que ladestrucción es en sí creadora y que mo-rir destruyendo es la máxima realiza-ción posible está presente en este movi-miento. El terrorismo plantea muchosinterrogantes políticos, pero tambiénpsicológicos, aunque haya resistencia aabordar el tema de esta perspectiva. Elfanatismo y la brutalidad no se expli-can sólo por la pobreza y la desespera-ción. Dice Walter Laqueur que en nin-

guno de los 49 países clasificados porla ONU como menos desarrolladoshay apenas terrorismo.

La palabra terrorismo, a fuerza deusarla como instrumento ideológico,cada vez explica menos. Dentro delpropio terrorismo, Al Qaeda, la resis-tencia chechena o el terrorismo argeli-no de los años noventa —tremenda-mente cruel con los propios correligio-narios— son declinaciones muy dife-rentes del concepto.

El terrorismo globali-zado tiene gran protago-nismo en la escena geo-política. Y, sin embargo,sus ataques han sido tanterribles como limitados.Cuando el 11-S, Al Qae-da llevaba casi dos añossin actividad. La guerrade Irak le ha dado unaposibilidad de acciónque no tenía. Pero, encualquier caso, está lejosde ser la principal causade malestar de los ciuda-danos del mundo. El te-rrorismo es lo que es y loque los que lo combatenquieren que sea. La Ad-ministración de Bush,con su estrategia antite-rrorista, ha contribuidoconsiderablemente a laconstrucción del mito AlQaeda y del propio BinLaden, al que ayudó, pri-mero, y ha consagradocomo enemigo númerouno, después. Si EstadosUnidos buscaba un ene-migo de reemplazo, ya lotiene. Pero al precio deconfundir la realidad delmundo. Y sin que, comoha escrito Ulrich Beck,se pueda descartar que“sea la fragua de una po-lítica de autoritarismo es-

tatal que, puertas afuera, se adaptara alos mercados mundiales y, puertas aden-tro, se comportara autoritariamente”.

El terrorismo islamista durará máso menos tiempo, pero se acabará. Co-mo se han acabado todos los terroris-mos. Y posiblemente vendrán otros,porque contra la tentación de la des-trucción nunca se puede estar plena-mente prevenido y porque, como diceWalter Laqueur, “no se conocen reme-dios al fanatismo y a la paranoia”.

Viene de la página 24

La idea de que todos losterrorismos son iguales es unasimpleza que traduce mal unaconclusión ampliamente aceptada:que lo específico del terrorismoson sus medios, no sus fines

Una mujer herida es ayudada minutos después del atentado contra el consulado general británico en Estambul (Turquía) ennoviembre de 2003. / ASSOCIATED PRESS

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