25 noches INTERIOR - editorialbarenhaus.com · tocándole el culo cada vez que pasaba al lado el...

download 25 noches INTERIOR - editorialbarenhaus.com · tocándole el culo cada vez que pasaba al lado el hijo ... —El primer paso frente a un paciente con sínto- ... Yo soy el que le ordenaba

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    papillaahora que me dieron en brazos a la beba ya van a

    ver cmo soy capaz yo de cuidarla desde este sof

    yo la loca de la familia yo la separada sin tener ni el

    secundario yo ganando un sueldo de mierda yo la

    que hace mil aos tuvo un marido que se estaba co-

    giendo a la vecina durante dos aos enteros delante

    de sus propias narices yo a la que el hermano viva

    tocndole el culo cada vez que pasaba al lado el hijo

    de puta que l se cas bien y se recibi de arquitecto

    y vive en este departamentazo y tuvieron con la cheta

    de la mujer un hijo precioso que les dio esta primera

    nieta preciosa que tiene olor a bebita preciosa como

    todas las bebitas preciosas yo que no me pesa nada

    en estos brazos de laburanta que jams llega a fin

    de mes mientras estos mierdas me estn refregando

    en la cara su reputsima guita y yo se me ocurre le-

    vantarme despacio entre los parientes que ya estn

    brindando en esta fecha inolvidable del ao nuevo

    que ser ms inolvidable todava gracias a yo que

    ahora me decido a levantarme del sof con la beba en

    brazos yo que no le doy bola a la mujer de mi sobrino

    que se me cruza y me dice viste ta elena qu linda

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    gordita y yo que no pude tener ni un puto hijo por el

    aborto que me hicieron de pendeja yo no le contesto

    un carajo a la madre de la beba y yo saliendo ahora

    al balcn con la beba en brazos y en el aire ya la beba

    y doce pisos

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    el cerebro de KennedyFue Kennedy, doctor insista del otro lado del

    escritorio el paciente, con su acento eslavo y su diso-

    nante voz de viejo a quien le falta ms de una pieza

    dentaria. Ya les expliqu ms de mil veces a usted

    y al loquero que me vio al principio. O es que no lo

    entienden? Al final yo hablo el castellano mejor que

    ustedes dos.

    Kraszewski. Witold Kraszewski. El Colifa de la Es-

    copeta o El Francotirador de las Barrancas, como ya

    se lo iba conociendo en las redes a aquel delirante

    septuagenario de empaque europeo y desenfadadas

    maneras. Y, por cierto, todo lo que estaba dicindole

    al psiquiatra forense ya lo haba explicado mil veces

    durante sucesivas declaraciones.

    Fue Kennedy repiti, levantando temperatu-

    ra. l es el que me ordena que haga lo que vengo

    haciendo. Lo que vena haciendo, mejor dicho, antes

    de que ustedes me agarraran. Por suerte que me aga-

    rraron, mire. Porque sepa que Kennedy, como dicen

    los chicos, no tiene cdigos.

    Kennedy-Kennedy? pregunt el doctor Du-

    chovny, apoltronado en su silln y presionando con

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    el pulgar la goma de borrar del lpiz. John Fitz-

    gerald Kennedy?

    Pero s! estall el Colifa. El presidente

    Kennedy, el yanqui! Una vez por semana, en cual-

    quier da de la semana, pero siempre a las once menos

    cuarto de la noche, se me aparece el puto presidente

    Kennedy en la cocina mientras yo lavo los platos. O en

    el comedor, cuando voy a mirar alguna serie.

    Duchovny llev el lpiz al bloc que al comienzo

    de la entrevista haba sacado del bolsillo trasero del

    jean. Cocina / Comedor / Disociacin del eros geni-

    tal y el eros gstrico anot, y con dos lneas parale-

    las subray esa primera hiptesis, de la que se senta

    sumamente orgulloso. La mina del lpiz se le quebr

    al trazar la segunda lnea.

    De manera que John Fitzgerald Kennedy dijo

    dndole al lpiz con el sacapuntas que tena sobre el

    escritorio se le aparece una vez por semana en la

    cocina o en el comedor.

    Aj. Una vez por semana, y a las once menos

    cuarto de la noche.

    Y qu series mira usted, seor Kraszewski?

    El viejo alz el mentn y mir al psiquiatra como

    quien no puede creer qu le estn diciendo.

    Y eso qu carajos importa, doctor? Miro El

    Show de Dick Van Dyke y Los intocables. Est mal?

    Ac te agarr de esos huevos largos, viejo choto,

    se dijo Duchovny. Y dispar, mirndolo desde arriba

    al Colifa al apuntarlo con la nariz, desde su silln:

    El primer paso frente a un paciente con snto-

    mas referidos a algn posible trastorno mental es la

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    completa evaluacin de su entorno, para excluir o

    confirmar la presencia de estmulos externos que de-

    terminen su conducta. En su caso, seor Kraszewski,

    conducta criminal. Lamento informarle que esas series

    que usted acaba de mencionar ya no se pasan ms. Lo

    interesante es que, casualmente, las dos series eran

    transmitidas en Estados Unidos en la poca en que el

    presidente Kennedy fue asesinado.

    El asesino le ech a Duchovny una mirada indul-

    gente. Dijo, despus de armarse de toda la paciencia

    del mundo:

    No s si se enter, doctor, que desde hace ms

    de una dcada existe un sitio web que nos ayuda a

    los usuarios a compartir material audiovisual suma-

    mente variado. Se llama YouTube.

    Me recag, se dijo el psiquiatra, y estaba por repli-

    car cuando el Colifa sigui diciendo:

    A veces Kennedy entra en mi pieza, cuando yo

    estoy leyendo o buscando en la notebook alguna in-

    formacin que me ayude a entender qu est pasan-

    do. El tipo entra, saluda en ingls, y me entrega un

    papel con las rdenes que yo debo cumplir en lo in-

    mediato. Un papel escrito de su puo y letra. Y des-

    pus me sonre con esa sonrisa dientuda de presi-

    dente yanqui, me hace la venia, y despus puf! As

    como viene se manda a mudar. Est furioso y busca

    venganza, doctor, usted sabe. Y vaya si est teniendo

    xito el motherfucker. Si ustedes no me agarraban,

    estoy seguro de que las cosas hubieran sido mucho

    peores. Y pensar que uno lo ve as, en las fotos, con

    esa carita de nene bueno.

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    Increble lo que puede llegar a sistematizar la gen-

    te para sentirse viva, pens Duchovny, y repas sus

    notas mientras el hombre mayor que tena frente a s

    segua fumndose aquella historia por cuadragsima

    vez. En las ltimas semanas, Witold Kraszewski cul-

    to, vecino de San Isidro, inmigrante polaco, biblioteca-

    rio jubilado, catlico y viudo en primeras nupcias,

    parapetado desde la glorieta de su terraza y oculto

    entre los jazmines que cuidaba con ejemplar esme-

    ro, se haba cargado a cinco, meta bala. Para tales

    menesteres, el Colifa de la Escopeta haba empleado

    un Remington 700, un fusil de caza cargado con mu-

    nicin calibre .308 Winchester, del cual el imputado

    era legtimo tenedor, segn constancia del Registro

    Nacional de Armas.

    El Colifa del Fusil, se dijo Duchovny. As deberan

    llamarlo al viejo, con ms propiedad, si no fuera por-

    que, para cualquier persona promedio periodistas

    y vlogeros incluidos, toda arma larga es una es-

    copeta. Y Kraszewski, que en su madurez se haba

    convertido en un excelente cultor de la caza mayor,

    ni siquiera haba necesitado una mira telscpica o

    un bpode con que sostener su bruto fierro para ha-

    cer el desastre que hizo.

    La extraccin social, caractersticas generales y

    edades de las vctimas eran bien variadas. Al mar-

    gen de que todos los disparos mortferos y certeros

    disparos haban sido a la cabeza y de que la gente

    baleada se estaba movilizando en vehculos al mo-

    mento de su exterminio, se vea que las rdenes del

    presidente Kennedy no guardaban ningn patrn en

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    especial. Rara y pluralista venganza era la suya. En

    la primera semana, haca poco ms de un mes, ha-

    ban cado los primeros dos inocentes: un electricista

    de treinta y siete aos que estaba por llegar con su

    camioneta a una instalacin en un chalet cercano al

    de Kraszewski, y una chiquita rubia de seis aos que

    volva en el transporte escolar, del colegio a La Hor-

    queta. A las dos semanas, se produjo el tercer caso:

    el de la modista cuarentona y su novio, quienes justo

    paseaban en moto a treinta metros del apostadero de

    Kraszewski; murieron, con apenas segundos de dife-

    rencia, primero la dama y despus el caballero los

    dos iban sin casco, de cara al viento, aprovechando

    que ltimamente los efectivos policiales se estaban

    divirtiendo como nunca gracias a la caza de pokemo-

    nes. En la quinta semana, el ltimo caso fue el de

    un pedicuro cincuentn. Detenido por el trnsito en

    la esquina norte de la cuadra de Kraszewski, asom

    la cabeza por la ventanilla de su Fiat Uno del 2004,

    para escupir, segn testigos, un carozo de durazno o

    de aceituna.

    Fue entonces cuando los de la Bonaerense logra-

    ron por fin ubicar el lugar desde donde se venan

    efectuando los disparos. Y lo lograron con la ayuda de

    los vecinos, a quienes los ruidos del arma molestaban

    sobremanera aunque no podan precisar de dnde

    provenan. Por supuesto, el ltimo de los sospecho-

    sos era el bibliotecario de la cuadra, un viejo encan-

    tador que haba enviudado haca menos de un ao.

    Un hombre de perfil diametralmente opuesto al de los

    asesinos seriales, dueo de una vida conservadora y

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    discreta. El mismo hombre que ahora lo escrutaba

    con ojos aviesos, escritorio de por medio y a merced

    del Poder Judicial.

    Y en esos ojos Duchovny volva a leer las palabras

    que Witold Kraszewski vena repitiendo hasta el har-

    tazgo desde que lo haban apresado: Kennedy es el

    que me ordena que haga lo que vengo haciendo.

    Yo soy el que le ordenaba que hiciera lo que vena

    haciendo, pedazo de mierda. Yo, el cerebro de Kennedy.

    Y eso? De dnde acababan de venirle esas pa-

    labras absurdas a Duchovny, y encima dichas en

    ingls americano? El viejo haba dicho semejante

    delirio, o slo le pareci a l? No, Kraszewski no ha-

    ba abierto la boca; desde haca varios minutos per-

    maneca callado, sostenindole la mirada. Y tampoco

    era ventrlocuo, o nada que se le pareciera. Puras

    imaginaciones suyas, seguramente inducidas por el

    estrs de procurar encontrarle la vuelta a todo aquel

    asunto. Duchovny ya estaba harto, necesitaba cerrar

    su informe y mandarse al country. Necesitaba apar-

    tarse de esos claros ojos inflexibles en los que brilla-

    ba la ms plena y absoluta de las certezas.

    Hoje sus notas. Kennedy es el que me ordena

    que haga lo que vengo haciendo, qu notable fan-

    tasa esquizoide. Una transferencia difcil de ver-

    balizar, aunque el viejo la vena repitiendo como si

    fuese una verdad incuestionable. Pero, aun consi-

    derando como una loca hiptesis el hecho de que

    Kennedy mismo le ordenaba cargarse a tal o cual

    hijo de vecino, los de Cientfica no haban encontra-

    do ni un solo papel autgrafo en la casa del viejo,

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    que se manejaba con su MacBook mejor que cual-

    quier pendejito ciberntico. Aquello de las notas

    con las rdenes no tena asidero, provena del mis-

    mo cerebro enfermo. O que se finga enfermo. Y la

    inexistencia fsica de dichos papeles tiraba abajo

    cualquier hipottica defensa de aquel asesino. Un

    asesino serial, s, porque eso era al fin de cuentas

    el iracundo ancianito que l tena enfrente.

    Lo que s encontraron en la casa del viejo fue una

    multitud de recortes que tupan cada una de las pa-

    redes de su estudio: todos estaban relacionados con

    el asesinato de John Fitzgerald Kennedy, perpetrado

    en Dallas haca ms de medio siglo; incluso muchos

    de ellos haban sido pegados con chinches al borde

    de los anaqueles de la biblioteca. Ms que recortes,

    se trataba de impresiones de fotografas, notas y ar-

    tculos que el viejo haba bajado de distintos sitios de

    la web. Segn declaraba, lo haca para entender qu

    est pasando. Lisa y llanamente, otro mecanismo de

    defensa, esta vez por va de la disociacin. Como fue-

    se, esas impresiones llenaban seis biblioratos tama-

    o xl, que Duchovny tena ahora mismo a un costa-

    do del escritorio. Cada uno haba sido etiquetado de

    acuerdo con el contenido, que l vena analizando y

    compilando: jfk / jfk ii / jackie y marilyn / l. H. oswald

    / BoB / comisin warren. Y de una carpeta manila Du-

    chovny sac un recorte muy curioso que an no se

    decida en cul de los biblioratos ubicar; si en el jfk,

    el jfk ii o en el BoB. Su ttulo era bastante sensaciona-

    lista, pero tena visos de verosimilitud: la desaParicin

    del cereBro de kennedy trae de caB

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    kennedy es el que me ordenaBa que Hiciera lo que

    vena Haciendo!!! grit el viejo intempestivamente, y

    advirtiendo que se revolva en su asiento y estaba

    por levantarse, vaya a saber con qu agresivos obje-

    tivos, Duchovny opt por oprimir el intercomunica-

    dor y hacerlo desalojar del consultorio. Mientras dos

    monos armados con sendas tonfas se lo llevaban,

    uno de cada lado, el viejo segua gritando a lo lejos:

    Por qu carajo no me creen, seores? tan difcil es

    entender que fue kennedy?

    Ya solo y mordisqueando la goma de borrar del

    lpiz, Duchovny asoci aquel obsesivo discurso con

    el caso de Berkowitz; David Berkowitz, ms conoci-

    do como El hijo de Sam. A seis se haba cepillado

    aquel hijo de puta en la Nueva York de mediados de

    los setenta. Y una vez el loco de mierda haba dejado

    una carta y todo, en la que aseguraba estar posedo

    por un espritu demonaco. Despus de analizar esa

    carta, los forenses llegaron a la conclusin de que

    el tipo era un perfecto esquizofrnico. Y no era para

    menos: Berkowitz declaraba muy suelto de cuerpo

    que un puto demonio haba posedo al puto perro de

    un puto vecino, y ese mismo puto perro era quien le

    ordenaba cometer los putos asesinatos. Por supues-

    to, tal vez Berkowitz no estaba tan loco y se curaba

    en salud, para poder alegar demencia en caso de que

    lo agarrasen. Y el viejo Kraszewski, fumndose aque-

    llo de que Kennedy era quien le daba las rdenes, iba

    por idntico carril.

    Y si el viejo tena un cmplice, al igual que se

    sospechaba de Berkowitz? Y si no era l el cerebro

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    de las cinco operaciones que haba perpetrado con

    un xito devastador?

    Todo era posible. Todo es posible en la Dimensin

    Desconocida. Tan posible como lo que se aseguraba

    en aquel artculo inclasificable, que ahora Duchovny

    se daba a releer:

    La desaparicin deL cerebro de Kennedy

    trae de cabeza a La historia

    El escritor James Swanson sugiere que el cerebro de

    John F. Kennedy, asesinado en 1963, pudo haber sido sus-

    trado por su hermano Robert, a fin de encubrir qu medi-

    camentos se administraban al Jefe de Estado. No todos los

    testimonios del asesinato se encuentran en los Archivos Na-

    cionales. Una pieza nica pero macabra de esta coleccin no

    est all. Se trata del cerebro del presidente Kennedy, escri-

    be Swanson en su libro El fin de los das: el asesinato de John

    F. Kennedy. Una vez que se realiz la autopsia al presidente

    asesinado, su cerebro se coloc en un recipiente de acero

    inoxidable con una tapa de rosca.

    Existen varias versiones sobre las posibles causas del

    robo. Los tericos de la conspiracin creen que de este

    modo se trat de ocultar el hecho de que el disparo haba

    sido efectuado sobre la frente de Kennedy y no por detrs

    de la cabeza, como sostiene la versin oficial.

    Sea como fuere, hasta ahora no existe informacin sobre

    la ubicacin del cerebro del mandatario.

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    Duchovny mir el reloj: se haba hecho tardsimo.

    El Departamento ya estara prcticamente vaco un

    viernes, y mxime ante el feriado largo que tenan por

    delante. Y a l no le gustaba ni medio manejar muy de

    noche hasta Nordelta. Mejor dejar para maana para

    el martes, mejor dicho lo que poda hacerse hoy.

    Y entonces, cuando estaba decidindose a incluir

    en el bibliorato BoB la nota sobre el paradero del ce-

    rebro de Kennedy, hubo un estrepitoso fulgor como

    de cristales rotos que no provena en particular de

    ningn rincn de su oficina sino de cada metro cua-

    drado del cielorraso. Una luminosidad que todo lo

    inundaba y que creca ms y ms en una mirada de

    agudas partculas que acribillaban de dolor la cabe-

    za del psiquiatra. Y esos cristales relumbrantes iban

    adensndose y cobrando forma hasta convertirse en

    una silueta, en una figura humana.

    El atnito y ya casi descerebrado Duchovny re-

    cordaba haberla visto haca minutos, al hojear el bi-

    bliorato correspondiente a jackie y marilyn.

    Parada junto al archivo metlico que ocupaba la

    pared izquierda del despacho, la figura le sonrea.

    Iba de frac, con un clavel en el ojal. El mismo frac

    que haba lucido el da en que despos a Jacqueline

    Bouvier, diez aos antes de que segn la versin

    oficial del FBI Lee Harvey Oswald le volara la cabe-

    za con un fusil Carcano calibre 6,5 mm.

    Permtame entregarle sus rdenes, doctor le

    dijo en un ingls sesentoso John Fitzgerald Kennedy

    al pobre Duchovny, cuya psiquis ya estaba ms re-

    contrafrita que la del propio Witold Kraszewski.

  • 75

    Mientras tanto, en las entraas de su laborato-

    rio, el doctor Gilles de la Tourette, uno de los ms

    conspicuos miembros de la comunidad necroflica

    de Buenos Aires, se felicitaba por haberse hecho, en

    la ltima y secretsima subasta internacional, de la

    pieza que necesitaba para poner en marcha su nueva

    invencin. El encfalo se haba adaptado perfecta-

    mente a los dispositivos biopsicotrpicos, y el rango

    de frecuencia aplicado exima a Gilles de necesitar

    programas hologramticos para poder materializar a

    su instrumento.

    El cientfico se restregaba las manos de satisfac-

    cin. Qu fortuna no le pagara Estado Islmico por

    la patente de aquella arma mortal capaz de imponer

    su voluntad asesina sobre cualquier candidato que

    se le antojase al usuario?

    Y eso que Kennedy era un tipo macanudo, se dijo.

    Y se puso a soar con las catstrofes que podran

    provocarse cuando lograra hacerse con el negro cere-

    bro de Barack Obama.

  • 79

    la terapia de grupo y el instinto de cacera

    Yo a todas las chicas les haca lo mismo. A todas

    las desconocidas, no s si me entienden. A todas.

    Tendran que haberme visto en aquella poca.

    Santiago hablaba y hablaba, y a medida que iba

    desplegando el plano de sus humillaciones y fra-

    casos, el terapeuta y los dems del grupo asentan

    en actitud de afectuoso respaldo. Desde lo alto,

    los aros de bsquetbol lo vigilaban todo en una es-

    pecie de simtrica estereoscopa: afecto a los sm-

    bolos, el licenciado Guedinsky Wally, como el

    tipo haba propuesto que lo llamaran para romper

    el hielo haba dispuesto que el grupo se reunie-

    ra, con las sillas formando un crculo, en el cen-

    tro fundacional de la cancha de bsquetbol del

    Club Social del barrio.

    Nunca me anim a hacrselo a ninguna en te-

    rreno firme segua diciendo l, que en los ltimos

    meses, prximo a los cincuenta y tres aos, se esta-

    ba volviendo bastante locuaz. Nunca me le anim

    a ninguna por la calle. Siempre se los haca desde el

    colectivo, sentado y a travs de la ventanilla. Y eso,

    de puro cag De puro cobarde, vieron?

  • 80

    Sonri, confuso. Los dems, incluso Wally, alza-

    ron los brazos en seal de indulgente aceptacin. Y

    estaba bien: l saba que aquello no curara su dis-

    funcionalidad erctil crnica, pero al menos se senta

    apoyado. Si de apoyo se trata, se dijo en un rapto de

    humor negro, algo es algo.

    La nica que permaneca impertrrita ante su re-

    lato era esa morochita quinceaera de jogging Adi-

    das amarillo, que se haba presentado como Lady

    Miriam. Desde que Wally le haba pedido a cada uno

    que se presentase con el nombre que quisiera, la

    chica de dnde la recordaba l, tan lejanamen-

    te? no le haba quitado los ojos de encima. Por

    qu provena tanta insistencia de la profundidad de

    esos ojos oscuros y grandes como ciruelas? Tanto

    le llamaba la atencin a aquella Lady la historia de

    la frustracin de un viejo de cincuenta, que bien

    podra ser su padre? A lo mejor era de esas pende-

    jas que se volvan locas por los jovatos. Y Santiago

    sonri, con tristeza: de ser as, la pobre iba muerta

    si pretenda eso-que-dicen-que-todas-las-mujeres-

    pretenden. Y adems era muy chica para integrar

    el grupo de terapia, pero donde manda capitn no

    manda marinero.

    Hubo una vez que dej de hacerlo para siem-

    pre jams dijo l, rascndose incmodo la estrecha

    calvicie. Ustedes vieron esos perros estpidos que

    salen a correr a los autos por la calle?

    Todos asintieron. Tambin un poco Lady Mi-

    riam, que sentada en diagonal a l no dejaba de mi-

    rarlo como hipnotizada.

  • 81

    El perro es un cazador nato dijo Wally, y debi

    atajar su cuaderno de notas, que acababa de resba-

    lrsele por el muslo. Y para el perro perseguir un

    coche significa prolongar su instinto de cacera.

    Bueno sigui diciendo Santiago, vieron lo

    que pasa cuando el auto en cuestin se detiene?

    Hubo un silencio tmido y general.

    El perro no sabe qu hacer se atrevi a arries-

    gar la lunga narigona y de cogote estirado que du-

    rante su presentacin haba declarado ser organista

    de iglesia.

    Exacto, Luciana. l la apunt con el dedo.

    Eso mismo: el perro no sabe qu hacer. Y as me pas

    a m. Fue la nica vez que una chica me dio bola con

    ese truco estpido que yo les haca de guiarles el

    ojo desde arriba del colectivo. Fue en Plaza Mayo,

    cuando el 29 doblaba para San Telmo. Era de noche.

    Not que la chica andaba con un grupo de gente de

    su edad, y se ve que estaba sin pareja.

    O con hambre, Santi dijo Wally El Terapeuta

    Desenfadado.

    Puede ser, Wally. Lo cierto es que la seal de

    aceptacin que la chica me hizo desde la vereda fue

    tan explcita, tan disimulada y ertica al mismo tiem-

    po, que me acuerdo perfectamente lo colorado que

    sent que me puse. Y eso que pasaron ms de treinta

    y pico de aos. En esos labios rojos le que se articu-

    laba un inolvidable Bajate de ojos bien abiertos. Y,

    como el perfecto reprimido que soy, yo no me baj.

    Qu me voy a bajar. A partir de ese momento, no

    jod ms a ninguna. Hizo silencio, tosi un par de

  • 82

    veces. Y agreg, sintiendo que la pija se le haba vuel-

    to un fideto casereccia ms diminuto que nunca:

    Bueno, nada, eso. En fin, ac me tienen.

    Wally empez a aplaudir, pero muy pocos le die-

    ron bolilla.

    Y la que menos bolilla le dio fue ella, Lady Miriam.

    Ella, que por fin acababa de reconocerlo. Ella, que

    hoy haba decidido darse una vuelta por ese ignoto

    club de barrio, en busca de algn candidato. Ella,

    que ahora se pasaba la lengua por los labios sensua-

    les mientras se deca Mejor tarde que nunca. Ella,

    que aquel da remoto, de haca ms de treinta aos,

    haba tenido que sufrir, por culpa de semejante pelo-

    tudo, el peor sndrome de abstinencia vamprica que

    haba padecido en cuatro siglos.

  • soBre el autor

    Primer programa del canal TCyC

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