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26 El Búho PEDRO VIDAL Ciclos eternos Soy agua y tú cielo, de nubes con ojos, y cálida lluvia. Soy agua y tú montaña de deseos nacientes, de riscos de aliento. Soy agua y tú valle de flores con labios, y aroma de pieles. Soy agua y tú río, de locas corrientes, de choque de fuegos. Soy agua y tú mar, de impacientes marejadas, de ciclos eternos. confabulario Leticia Tarragó

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26 El Búho

Pedro Vidal

Ciclos eternos

Soy agua y tú cielo,

de nubes con ojos,

y cálida lluvia.

Soy agua y tú montaña

de deseos nacientes,

de riscos de aliento.

Soy agua y tú valle

de flores con labios,

y aroma de pieles.

Soy agua y tú río,

de locas corrientes,

de choque de fuegos.

Soy agua y tú mar,

de impacientes marejadas,

de ciclos eternos.

confabulario

Leticia Tarragó

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Esfumada vida en vida

Afuera,

camino con rumbo; mas perdido.

En silencio me llamas.

Cruel silencio, que quisiera callar,

es implacable.

Ahí estas, me miras

como si quisieras en verdad hablarme

decirme, decirte, decirnos.

Esfumada vida en vida.

Y me dices; suplicando,

papeles al viento, envueltos en llanto,

en impotencia,

en tinta roja, indeleble al alma,

que aumenta el dolor hacia los tuyos.

Mi andar,

va dejando a su paso,

una vereda de olvido

con huellas de tristeza y llanto,

pasajeras en mi titubeante conciencia.

Y es ahí cuando me lloras.

Me voy alejando,

el remordimiento agoniza,

sigo caminando, cual perdido,

mas si fuese yo el que llama,

mas si fuese yo el que implora,

tal vez, seguiría llorando.

Orbis llanto

En el sendero cruel de la vida

sobrevive, a pesar de todo,

el mendigo empobrecido de maldad.

Cuando en sus entrañas

los valores han establecido su morada.

Son sedentarios.

El obscuro horizonte,

se ilumina por dos cocuyos

situados al frente del caminante.

La opresión de buitres hambrientos;

ávidos de carne,

lo animan a combatir

a purificar las corrompidas aguas del río

caudal de llanto

formado por gotas cual espinas

que fueron clavadas desde lo alto

La luna y su forma

cómplice pareciera

de atroces batallas, de eternas búsquedas.

La fuerza del sol

despelleja su piel,

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mas sana con los ecos perdidos:

lamentos, sollozos y carcajadas.

Los héroes, viajan en otro vagón

que se escucha a lo lejos

repleto de húmedas páginas,

que nadie jamás verá.

El dolor omnipresente

desquebraja sus ilusiones

y se vuelve a preguntar:

¿Por qué este cáncer desmedido?

Los buitres, se agotan,

se desploman con las lanzas de la verdad

mas quisieran cubrir al moribundo

con la tela del engaño;

con la cortina de la injusticia;

con la invisibilidad de la muerte.

Y podrán verlo agonizante

cual gigante derrotado,

sus cocuyos no se apagan

lo iluminan más que nunca,

sus entrañas lo reaniman

sus latidos, lo siguen guiando

por el lúgubre sendero.

El moribundo llora

pero nunca se detiene,

la esperanza lo cobija

como madre a su hijo

y seca su incesante llanto.

Mas los buitres saben

que si llora,

que si siente,

es porque sigue vivo.

Tierra seca

En esta tierra seca de abandono

cansada de ocultar, linda apariencia,

lágrimas de impotencia y de encono

escurren de azadones por tu ausencia.

Aquí los cuervos roban con permiso

y emprenden su vuelo estridente,

salpicando de infierno el paraíso

desollando los sueños de mi gente.

Yo no usurpo, ni quiero una guerra

el valle y la montaña rebelados

se encuentra agonizante nuestra tierra;

tiembla el rayo y la nube se avecina

y al crisol una danza de olvidados

la esperanza con mano campesina.

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Javier Anzures

(i)

La estructura achatada resultaba anacrónica, una incongruen-

cia, discordante con su entorno. Un error contextual. Fuera

de lugar. Incompatible. La aplastada construcción, larga y

rectangular, parecía estar recostada en la acera, subyugada como

en una plegaria humillante, rodeada por rascacielos cuyas moder-

nas fachadas de cristal inútilmente empujaban sus figuras delgadas

hacia arriba para alcanzar las innu-

merables estrellas, aspirando penetrar

los misterios de un universo perpetu-

amente lúgubre, todavía indomable;

de un cielo que en ese momento oscu-

recía apresuradamente con el atar-

decer. La fachada estaba coronada con

un anuncio de neón que destellaba in-

termitentemente, llamando la atención

con frenética energía, anunciando sin

ambigüedades su función y origen:

“Fonda Acrópolis.”

El joven Juan se acercaba a la

Acrópolis avanzando torpemente, pene-

ares demertzis

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trando el opresivo y pegajoso calor de agosto. Cam-

inaba con pesadez, pero con determinación, ilumi-

nado al pasar de un farol a otro bajo los anillos de

luz que estos vertían sobre el hirviente concreto de

la banqueta. Las luces lo encuadraban por breves

momentos en la oscuridad que envolvía la ciudad,

mientras siniestras nubes oscuras se formaban en

el cielo, amenazándolo con el tiempo inclemente

que se acercaba. Subió los nueve escalones de pie-

dra y entró a la fonda por una puerta transparente

de vidrio.

En el interior se

hacía evidente la dis-

crepancia con la nación

en donde se encontraba

la fonda. La decoración

consistía en el uso sin-

gular y suntuoso de los

colores azul y blanco,

sugiriendo la venerada

bandera del país que

tanto extrañaba el due-

ño del establecimiento.

Platos y grandes urnas

lucían figuras Clásicas

griegas. Columnas de

plástico, dóricas y jóni-

cas, sostenían vides ar-

tificiales, exuberantes

con sus grandes uvas

púrpura.

Fotografías decoloradas de un Partenón mutila-

do por los victoriosos conquistadores musulmanes

cubrían las paredes, sus deterioradas columnas de

mármol despedazadas, como un infiel kufr, ahora

cubriendo dolorosamente una tierra estéril y árida.

Las Cariátides, casi irreconocibles, erosionadas por

el paso del tiempo, sostenían el Erechtheion. Era un

peán nostálgico a una cultura abandonada, con pro-

funda tristeza, por el propietario griego, semejante a

los restaurantes mexicanos que habían brotado reci-

entemente en la ciudad. Estos ostentaban los colo-

res rojo verde y blanco,

sombreros anchos,

sarapes, y rosarios de

chiles marchitos y arru-

gados que sazonaban

con melancólica pimien-

ta la imagen de una pa-

tria latina abandonada;

ahora transformados de

su función original en

decoración para conser-

var una frágil reminis-

cencia del pasado.

Se murmuraba que

la mayoría de los res-

taurantes en la Costa

del Este de los Estados

Unidos eran negocios de

inmigrantes griegos. Los

griegos habían bromea-

Leticia Ocharán

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do por décadas con que ellos podrían conquistar los

Estados Unidos de Norteamérica sin disparar una

sola bala, simplemente envenenando a la población.

Los mexicanos gozaban de una visión igualmente

irredenta con su migración incesante. Insistían en

que iban a derrotar a los gringos, también sin un

disparo, por simples razones demográficas, sin to-

mar en cuenta los derechos preferenciales que las

tribus indígenas de los apaches, navajos y sioux

tenían sobre las mismas tierras. Había quienes

consideraban que los mexicanos, a diferencia de los

griegos, que simplemente bromeaban, tenían una

agenda y complotaban en serio, que inadvertida-

mente desestimaban la compulsiva naturaleza del

cambio. Hace dos mil quinientos años, el filósofo

griego Heráclito entendió que “uno no se puede

sumergir dos veces en el mismo río.”

-¿Mesa para uno? Preguntó la anfitriona de

la fonda.

-Nada más un taburete. Gracias de todos mo-

dos, Argie.

Argie era el diminutivo para Argyro, palabra

griega que significa plata. Cuando Juan y Argie

acudían a la misma primaria, los niños americanos,

desconcertados por un nombre inusual, la llamaban

Orgía, pese a que ellos ni siquiera sabían el signifi-

cado preciso de esta palabra. Era una palabra nada

más, como chingar, que por ser considerado un tér-

mino ofensivo, encontraban provocador usarlo.

-Toma una mesa. Es tarde. No se la vas a quitar

a ningún grupo grande de clientes.

Juan asintió con la cabeza, aceptando dócil-

mente, y ella lo acompañó hacia la última mesa que

se encontraba escondida en el fondo. Argie tenía

cabello negro, ojos oscuros y una piel aceitunada;

caminaba erguida, lo que le daba el aire de una es-

cultura de Phidias animada. Era una mujer joven

de huesos grandes y de cadera amplia, diseñada por

la naturaleza para facilitar el parto. Huesos y ca-

dera que, con el tiempo, engendrarían una “gazun-

tafrau”, como amenazaba el amigo alemán de Juan,

intimidando a todos los posibles pretendientes de

mujeres jóvenes de caderas anchas. Pero quién

sabe si él proporcionaba esta información pasán-

dose de listo. Era homosexual.

Juan miró furtivamente los senos firmes de la

muchacha y llegó a la conclusión de que realmente

no necesitaba el sostén que marcaba su blusa. Di-

rigió su escrutinio a las correas anchas y copas

funcionales, sin encaje femenino, que parecían a

propósito trastornar toda insinuación de seduc-

ción. Era un “sostén utilitario”, concluyó; el tér-

mino burlón que usaba con deleite para describir

lencería sencillamente funcional. Nada inspirador.

Aburrido. Pero ella siempre había sido una chica

muy práctica.

Argie le entregó el menú y Juan dio una ojeada a

la pelusa fina que brotaba en el labio superior del ros-

tro de ella. Va a tener bigotes como su madre, pensó.

“Provecho,” Argie repitió el mantra ofrecido a

todos los clientes y regresó para asumir su posición

asignada en la puerta, junto a la caja registradora.

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El padre de Argie y dueño del establecimiento,

el viejo George, salió de la cocina. Al ver a Juan sen-

tado se reunió con él, dejando caer fatigadamente

su cuerpo cansado en el plástico azul y blanco

que cubría el asiento del otro lado de la mesa. Era

un hombre chaparro, como su restaurante, con una

pronunciada e inconfundible mentalidad parro-

quial; calvo y pasado de peso, con un abdomen abul-

tado que testimoniaba el placer sibarítico con que

había saboreado exageradamente sus propias rece-

tas. Su cara sudorosa sostenía una nariz demasiado

grande y en las orejas, con la edad, le habían brota-

do islas pequeñas de grueso pelo negro. Llevaba

puesta una camisa sudada y un largo y manchado

delantal blanco.

-¿Pos pan ta pragmata? preguntó en un griego

perfecto, sacando una cuerda de cuentas komboloi

de la bolsa de sus pantalones.

-Kala, kala, contestó torpemente Juan, con un

acento pesado que violentaba su lengua materna.

-No gustar hablar griego, ¿eh, Giani? George

preguntó a Juan, usando la pronunciación griega de

su nombre y comunicándose inadecuadamente en

el idioma de su país adoptivo que no había podido

dominar aun después de tantos años.

-Es que no lo hablo bien. Es difícil. Me siento

más cómodo hablando inglés.

-Inglés… Inglés. George hizo muecas de reproche.

-Supongo eso estar bien, agregó sin convicción.

La mesera se les acercó. -¿Qué se te antoja hoy,

Juan?

-¡Caray! Todavía no he visto. Apresurada-

mente Juan abrió el menú, ojeando las trece pági-

nas salpicadas de la cocina exótica Medio-orien-

tal, incorporada al azar entre los simples platillos

Norteamericanos.

-¿Quieres que regrese?

-No. Ya sé lo que quiero. Juan dejó caer el menú

sobre la mesa.

-La hamburguesa especial, término medio y

una cerveza.

-Lo mismo de siempre- La mesera sonrió mien-

tras apuntaba la orden. -No tenía ni qué preguntar,

¿verdad?

-Ne. Ne. Hamburguesa especial. Bueno. Bueno.

Especial de casa, vre -George interrumpió, mirando

molesto a la mesera por su comentario gratuito y la

familiaridad superflua con Juan, que él consideraba

inadecuada para una empleada.

La mesera tomó el menú y se fue.

-No fácil obtener trabajador buena -Se lamentó

George tirando de las cuentas del komboloi de ám-

bar por sus toscos dedos agitados.

-Ella no molesta, George. Tiene buen trato con

los clientes, Juan respondió, mientras admiraba el

trasero de la mesera que se retiraba.

George giró la cabeza para seguir su mirada.

-¿Gustar eso, vre? ¿Para postre quizá?”

Los dos se rieron entre dientes calladamente.

Diversión abreviada e insignificante entre dos hom-

bres de edades disparejas que carecen de esa in-

timidad necesaria para un comentario más lascivo.

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-¿Qué hacer ahora, Giani?

-Más de lo mismo. Escribiendo, “mucho”

-Escribiendo. Escribiendo. ¿Qué es negocio de

escribiendo, vre?

-Soy escritor, George.

-Un escritor gana vida escribiendo. ¿Tu vivir

escribiendo?

-Bueno, realmente, todavía no.

-Todavía no. Todavía no. ¿Y mirar el culo grande

de mesera? George sacudió la cabeza negativa-

mente, golpeando ruidosamente las cuentas brillo-

sas del komboloi.

-Culo cuesta dinero, Giani. Agregó solemne-

mente.

Juan sonrió ampliamente, contestando con ju-

venil ingenuidad. -No por mirar.

George soltó una carcajada, apreciando de

más el inocente comentario, enseñando dien-

tes descoloridos, sostenidos por un delgado

alambre de oro.

-Es chico bueno, Gianakimou. Chico bue-

no, mi Gianni. ¿Saber lo que pienso? Pienso es

tiempo para casar, ¿eh?

La mesera trajo la cerveza. Juan aprovechó

la oportunidad de no responder tomando un

largo sorbo directamente de la botella, devol-

viendo al mismo tiempo el vaso a la mesera.

-No necesito el vaso.

-Ah, sí. Perdón. Se me olvidó. Mientras

se alejaba los ojos de Juan nuevamente la

siguieron.

George se inclinó a través de la mesa, como un

conspirador.

-Yo seguro es tiempo para tu casar. ¿Escuchar?

-No necesito casarme, George.

-Antes que tu madre santa muerta, Dios la per-

dona, yo prometer buscar esposa para ti.

-Sí, bien…

-Yo prometer tu madre tu tener niños. Niños

griegos. ¿Entender, vre?

-Seguro.

-¿Seguro, seguro?

-Sé lo que me quiere decir.

-Tu madre y tu padre, Dios los perdona los dos,

se revolcarán en tumba si tu hacer bebé extranjero,

vre. Los niños, deben ser griegos, Giani.

Carmen Parra

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-¿Por qué?

-¿Por qué? ¿Por qué? Qué significar ¿por qué?

-¿Por qué tienen que ser algo más que simple-

mente niños?

George echó la cuerda de cuentas del komboloi

nerviosamente de aquí para allá a través de su puño.

-Porque japonés casar japonés y mexicano casar

mexicano. Por raza. Por no olvidar raza. Tradición.

Juan sintió resentimiento a lo que consideró

una palabra coercitiva. Tradición. La consideró

una expresión manipuladora. Tradición. Inflexible,

habitual esclavizador del progreso, del cambio, de

la diversidad, de la ambición y de la aspiración. La

carga hereditaria de lo convencional, colaboradora

del tribalismo, consorte de la aristocracia, aliada de

la represión, compinche del corpus juris, partidaria

de la explotación, cómplice de los apedreamientos

a muerte.

Esa quimera alucinante, tenaz, inalterable, in-

transigente, inflexi-

ble; mirando in-

variablemente hacia

atrás a un pasado de

vana gloria, intimi-

dando así la promesa

del futuro.

-La correa de la

estrangulación, Juan

murmuró inaudible-

mente.

Juan se había dedicado a construir una apos-

tasía angustiosa que extirpó, dolorosamente, de

los rincones más profundos de su psique, el incon-

secuente equipaje de obligaciones que recibió, sin

solicitarlas y sin posibilidad de protestar, al nacer.

Tomó la decisión consciente de traicionar a la so-

ciedad a la cual pertenecía por virtud de casta; que

algunos absurdamente alegaban que era de sangre.

Rechazó la incuestionable lealtad y fidelidad a los

eternos ancestros. Se esforzó por existir sin estar

subordinado a las limitaciones de ningún dios, nin-

guna religión, ninguna patria, ninguna institución,

ninguna filosofía, y ninguna persona. Una prerro-

gativa de su autodeterminación.

-Mi raza es Americana, George, contestó cate-

góricamente.

-¡No hay tal cosa!

-Sí hay. Los americanos somos la raza nueva.

Somos todas las razas del mundo juntas, mezcla-

das, viviendo y pensando como americanos. Ser

Carlos Reyes de la Cruz

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americano es un estilo de vida. Una manera de pen-

sar. ¡Somos la raza cósmica!

-¡Bravo! ¡Bravo! Po, po, po. Yo no saber tu ser

político, George replicó burlonamente, expresando

su profundo desprecio. -¿Es posible tu olvidar his-

toria gloriosa de tu país?

-¿América? Juan contestó, provocativamente.

-Vlakas eise, vre?! Las cuentas del komboloi

se azotaron ruidosamente contra la mesa bajo la

palma abierta de George. Juan se sorprendió por

la vehemencia repentina e inesperada, que George

controló con visible esfuerzo.

-Bueno. Bueno. ¿No tener interés en historia,

eh? Bueno. Bueno. Ser joven. Tener interés en comer

hamburguesa, tomar cerveza, ¡y mirar grande culo

de mesera! George pasó las suaves cuentas triste-

mente, de una en una, entre el pulgar y el índice

como si el komboloi fuera un rosario.

-Pero tú ser Ortodoxo. Niños tener ser griegos

Ortodoxos. Es iglesia original de Cristo. ¡La herejía

Católica empezar 1054! ¡Y la herejía Protestante en

siglo dieciséis!

-No soy religioso. Yo no voy a la iglesia,

George.

-¿Y? Yo tampoco ir a iglesia, pero yo ser griego

Ortodoxo.

-¿Por qué?

-¿Pensar ser Sócrates, eh? Pregunta. Pregunta.

Siempre pregunta. Bueno. Bueno, yo decir. Yo bau-

tizar en iglesia. Yo casar en iglesia. ¡Y cuando morir,

sacerdote decir palabra bonita sobre mí en iglesia!

-¿Eso es suficiente para entrar en el Paraíso?

-Bueno. Bueno. Alguna vez voy en Pascua…

Navidad… continuó George disculpándose.

-Sí. ¿Pero es esto suficiente?

-¿Suficiente? ¿Suficiente? Yo no saber, respondió

con irritación, agregando con frivolidad; -¡Yo pre-

guntar Dios cuando lo veo y te digo, Giani!

-Quizás lo veo yo antes, George. La vida no

tiene garantías.

-¡Ah! Ser chico listo, mi Giani. George se inclinó

sobre la mesa y lo cacheteó juguetonamente en la

mejilla con una caricia afectuosa.

-Mi Gianaki. ¿Pensar en cambiar tema, eh? No.

Tú ser griego y tener casar con chica griega.

-No conozco chicas griegas.

-Sí conocer.

-No, no conozco.

-Sí, conocer.

-¡Ah! ¿Quién?

-Mi hija.

Un silencio.

-¿Argie?

-Ne. Argie. Mi hija, Argie.

Otro silencio.

-¿Qué tener de malo Argie, vre?

-No… No hay nada malo con Argie. Crecí con Argie.

-¿Y?

-Conocí a Argie desde que se peinaba con cole-

tas y llevaba frenillos. Jugábamos juntos.

Juan recordó súbitamente cuando eran niños y

se escondieron una vez detrás de unos arbustos en

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el parque para orinar, así descubrieron por casuali-

dad la curiosa diferencia de sus cuerpos. Se tocaron

uno al otro, y luego, por ese temor jadeante de la ira

paternal al ser descubierto su secreto, nunca juga-

ron solos otra vez.

-Ahora ella ser mujer.

-¡Es tu hija, George!

-¿Y?

-Escucha, George, vamos a hablar de otra cosa.

Yo no quiero casarme. No me interesa casarme. Soy

feliz como soy.

¡Caray! pensó Juan. Ésta era la razón por la que

siempre había evitado salir con chicas griegas. Pre-

cisamente porque todos te querían casar con ellas.

Una chica griega no era una hembra que podías

o no estarte cogiendo. ¡En la primera cita ella se

convertía en tu prometida! Por eso, más que nada,

él nunca había brincado sobre los huesos de Argie.

¡Caray! Y ahora su papá se la ofrecía como algún

bien superfluo que quería desechar.

-¿Ne? ¿Feliz? ¿Ne? ¡Mirar! Camisa arrugada. Fla-

co. ¡Venir aquí cada noche comer hamburguesa! Es-

posa, ella te cuidar. Lavar camisa, reparar calcetín,

limpiar casa, cocinar. Argie, ella buena cocinar. Tu

comer avgolemono, mousaka, kai arnaki, salata

horiatika me aceite de oliva. Poner grasa en hueso.

¿Escuchar?

-No.

-Giani, casar mi hija. Ella chica buena. Decente.

Argie nunca tener novio, yo no permitir hombre to-

car mi Argie, sólo hombre que ella casar. ¡Después

de boda! ¡En iglesia! Ella inteligente, pero no proble-

ma, ella ser esposa buena, obediente.

Juan bebió de su botella en lugar de contestar.

Su boca se torció en una mueca irónica al imaginar

la irritación de su madre a lo que seguramente con-

sideraría esta impertinente audacia de George. Ella

frecuentemente mencionaba, en relación de la re-

cién adquirida riqueza que él gozaba en este nuevo

país, que en la vieja patria él trabajaba como peón

de campo; descalzo, su ropa meramente trapos, y

su comida de medio día era un limón que prudente-

mente guardaba en la bolsa de su rasgado pantalón.

Ofrecer su hija a Juan era, sin duda, un acto de os-

tentación absolutamente pretencioso. “¡Como que

si vivir en este país eliminara las barreras de clase!”

seguramente hubiera comentado con desdén.

George suspiró. Pasó las cuentas del kom-

boloi por los dedos y agregó reticente, con poco

entusiasmo:

-Yo dar también restaurante para dote. Restau-

rante bueno, Giani. Negocio bueno.

-Soy escritor, George.

-¡Bueno! ¡Bueno! ¡Escritor! Bueno escritor, sen-

tar aquí. Esta mesa. ¡Aquí! Exasperado, George gol-

peó su gruesa y chata mano de campesino sobre la

superficie de la mesa para enfatizar lo dicho.

-Escribir aquí. Mirar empleados trabajar y con-

tar dinero cada noche. -¡También mirar culo grande

de mesera! Este lugar bueno para escribir, vre!

La mesera trajo la hamburguesa y la colocó de-

lante de Juan. Cuando ella se marchó, él se esforzó

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por mirar el tráfico por la ventana, avergonzado por

sus manifiestas hormonas que hacían tan obvia su

necesidad física.

-¿Que decir, Gianakimou?

Juan tomó una mordida grande de la ham-

burguesa y la masticó metódicamente, haciendo

tiempo.

-¿Qué decir, vre? George insistió.

-Si usted me da el restaurante, ¿qué

hará? preguntó Juan con la boca llena.

-Yo regresar a mi patria.

Juan miró a George con ojos llenos

de preguntas, mientras masticaba.

-Dejar huesos en mi país. Hue-

sos poner en capilla detrás iglesia, con

huesos de toda familia, como hacer

tu santa madre, tu santo padre. Aquí

país ajeno, huesos pudrir en hoyo de

tierra ajena.

-Déjeme pensarlo, George.

-¿Pensarlo?

-Sí. Escuche, gracias. Yo realmente

se lo agradezco. Gracias. Efha… ris-

to… po… li. Juan intentó hablar en un

griego inseguro. Y luego, repitiendo las

palabras con más soltura y atrevida-

mente, -Efharisto poli. Aprecio su ofer-

ta y todo, usted sabe…

-¿Oferta? ¡Oferta! George se paró

precipitadamente con sorprendente

agilidad, aunque parecía fatigado; sin-

tiéndose derrotado e humillado. Regresando las

cuentas del komboloi a su bolsillo, se inclinó sobre

la mesa y puso su cara a centímetros de la de Juan.

-No pensar demasiado largo, vre. Alguien más

tomar mi Argie, chasqueó los dedos para énfasis,

-¡bajo tu nariz, eh! Sin otra palabra, George giró y

se alejó resueltamente.

Juan Román del Prado

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Juan dejó su hamburguesa en el plato y bebió

lujuriosamente de la botella de cerveza con alivio de

que George se hubiera ido. Como sus padres difun-

tos, George representaba el pasado. La suya era una

generación nueva, una mentalidad diferente. Juan

era el futuro inmediato.

Sacó un cuaderno pequeño de su bolsillo y em-

pezó a transcribir la conversación que acababan de

tener, reacio a confiar sus sutilezas a la memoria.

Se sentía inspirado, este era un material indispen-

sable. Terminado, reemplazó el cuaderno con sa-

tisfacción. Su pequeño departamento estaba lleno

de cuadernos como éste, todos meticulosamente

organizados, cuidadosamente etiquetados y asegu-

rados en guacales que él recogía de la basura, en el

callejón junto a la fonda.

Su mente vagó a aquellos tiempos conmove-

doramente estresantes cuando, de muchacho, ex-

perimentó personalmente el mundo esquizofrénico

que era el suyo como hijo de inmigrantes. Sus pa-

dres lo habían matriculado en una escuela parro-

quial que dividió su educación entre inglés y griego.

Le enseñaron, adoctrinaron era la amarga palabra

que usaba, con los valores de la irrelevante patria

Gelsen Gas

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lejana. Aumentando su descontento, al cruzar el

umbral de su casa, el único idioma permitido para

comunicarse era el griego; el único aceptable com-

portamiento cultural, el de un país que desaparecía

rápidamente de su memoria.

Nunca invitó a amigos americanos a su casa, le

avergonzaba que pudieran juzgarla, y a sus padres,

peculiares. Los muebles de la sala estaban cubier-

tos de plástico transparente, las paredes carentes

de decoración, excepto por una litografía del Santo

Fanourio, con una vela votiva oscilando eterna-

mente a sus pies -y enrollada, en una esquina, la

bandera griega que su padre colgaba de la ventana

cada año, el 25 de marzo, para conmemorar el día

de la independencia griega.

Sólo en una ocasión, cuando era un estudiante

universitario, permitió que una novia americana se-

creta, penetrara en ese santuario esotérico que era

su casa.

-Tengo que recoger algunas cosas que olvidé en

mi recámara. Ahorita regreso.

-Iré contigo.

-No. Está bien. Sólo tardaré un minuto.

-¿No puedo ir contigo?

-Sólo será un minuto.

-¿No puedo entrar a tu casa?

-Bueno, sí… Está bien… Si realmente quieres.

El destino quiso que fueran confrontados por

su madre. Ella fue cordial con la joven, pero cuan-

do más tarde Juan regresó solo, lo desafió

coléricamente.

-¡Nunca traer putanas a casa! ¿Entender?

-Ella no es una putana, mamá. Ella es una estu-

diante, va a la Universidad. Tenemos clases juntos.

Solamente la estaba acompañando a su casa.

-¡No perder respeto! Chica que caminar sola con

chico ¡es putana! En mi casa, la única chica entrar

es chica que te cases. ¡Chica griega que te cases!

¿Entender?

-Caray.

Juan intentó mirar hacia la calle por la ven-

tana, pero sus ojos una y otra vez vagaban hacia

los pezones de la mesera que resaltaban bajo la tela

delgada y estirada de su blusa blanca. Cuando ella

caminaba de arriba abajo por el pasillo sirviendo

otras mesas, miraba estúpidamente el borde de en-

caje de sus pantaletas que se ofrecían con calculada

invitación, perceptible bajo su falda, abrazando ín-

timamente el gran trasero. Se le ocurrió que quizás

George tenía razón y verdaderamente el tiempo ya

había llegado. Después de comer su hamburguesa,

para recuperar la serenidad, haría una visita so-

cial a las hermanas de la misericordia, esas rame-

ras jóvenes que auxiliaban a los necesitados en un

pequeño hotel a la vuelta de la calle.

La mesera pasó por su mesa. -¿Cómo va todo,

Juan? ¿Necesitas algo más?

-Otra cerveza.

-¿Eso es todo que necesitas?

-Sí, Gracias. Él mintió.

Argie llegó a su mesa caminando casualmente

entre las mesas.

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40 El Búho

-¿Todo está bien aquí, Juan?

-Sí, Argie, Gracias.

-Está floja la noche.

-Quizás llegue más clientela al rato.

-Para mí está bien así. Tuve un día pesado.

-Bueno, pronto cerrarán y podrás descansar.

Argie se quedó parada torpemente al lado de la

mesa esperando algo más, pero Juan no continuó.

-¿Quieres compañía?

-Seguro. Siéntate.

-¿Que has hecho, Juan?

-Lo mismo. Escribiendo.

-Prometiste dejarme leer algo tuyo, ¿te acuerdas?

-Bueno, es que no lo he terminado.

-Ha pasado mucho tiempo. ¿Escribes lento o es

un cuento largo?

-¡Caray, Argie! Un poquito de ambos, creo. Re-

plicó Juan avergonzado.

-¿De qué se trata?

La mesera trajo a Juan su cerveza y los inte-

rrumpió.

-Hay unos clientes en la puerta, Argie, anunció,

desafiándola sin rodeos.

Argie no la miró. Irritada por la intrusión, res-

pondió bruscamente -¡Siéntalos tú!

Molesta, la mesera se alejó rumiando su silen-

cioso resentimiento.

-Creo que eso no le gustó, Argie.

-Este negocio no está sindicalizado. Todos hace-

mos un poco de todo.

Juan tomó un bocado de su hamburguesa fría.

-Dime de qué se trata, pues.

Con la boca repleta. -La vida.

-¿Mujeres?

Otra mordida grande. -Sí.

-¿Sexo?

De repente, Juan se ahogó con un pedazo errante

de hamburguesa. Tosió, salpicando la mesa de

comida masticada. -¡Caray! Lo siento. Lo siento,

Argie.”

-No. Es mi culpa.

Alcanzaron el abastecedor de servilletas si-

multáneamente, sus dedos se tocaron inadvertida-

mente. La mano de Argie tembló. Él la sostuvo lig-

eramente, indeciso.

-Creo que me agarraste desprevenido. Explicó

humillado.

-Obviamente. Ella procuró sonar despreocupa-

da, pero su voz se quebraba y se alarmó que pudiera

traicionarla, como su respiración y los latidos del

corazón que de pronto se habían vuelto erráticos.

La mesera se acercó. Paulatinamente apartaron

sus manos para permitirle limpiar la mesa con un

trapo húmedo.

-¿Ya terminaron aquí? la mesera exigió con una

voz audaz e insinuante, molesta por la intimidad

entre ellos.

-Sí. Sí. Llévate el plato. Respondió Juan.

-Pero tráeme otra cerveza, él llamó atrás de ella

y apartó inmediatamente sus ojos para mirar fija-

mente afuera de la ventana.

-¿Te gustan los coches, Juan?

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confabulario 41

-No sé. A lo mejor. ¿Por qué?

-Bueno, yo estoy sentada aquí delante de ti y

estamos hablando, pero parece que prefieres mirar

el tráfico.

-Ah, oye, no es… Es que… Ah… discúlpame…

-No. Creo que soy yo quién debe disculparse,

quizás. Te interrumpí para platicar y todo lo que

hago es hacer comentarios maliciosos. ¡Es que he

estado muy tensa últimamente. Estoy sudando,

¡hace un calor sofocante aquí!

Se hizo una pausa larga mientras Juan asimiló

y procuró interpretar su confesión, porque la fonda

tenía aire acondicionado, y el ambiente le parecía

más bien fresco.

-De verdad lo siento, Juan.

-Bueno, a lo mejor fuiste un poco

agresiva, pero oye, olvídalo. ¿Quieres salir

afuera a tomar un poco de aire fresco?

-¿Afuera?

-Sí. ¿Puedes salir?

-Seguro. Mi padre es el dueño. ¿Qué va

a hacer, despedirme?

Se rieron, se levantaron, y salieron jun-

tos; George mirándolos oculto desde aden-

tro de la cocina. En la calle caminaron con

los hombros tocándose, sin hablar. Toman-

do bocanadas del aire bochornoso de la

noche.

-Va a llover. Dijo él.

-¿Tú crees?

-Claro, se huele la humedad en el aire.

-Es agradable. Gracias por invitarme a

caminar contigo.

Ríos de sudor se deslizaron por la es-

palda de Juan cuando, tímidamente, enlazó

la cintura húmeda de Argie, y el cuerpo de

ella se amoldó cómodamente al suyo.

-Me siento mejor. Murmuró ella.

Ángel Boligán

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42 El Búho

Pasaron por el pequeño hotel donde varias

prostitutas descansaban afuera, la conversación

se detuvo mientras veían pasar a la pareja. Juan

hizo un esfuerzo por ignorarlas. Ellas, discretas, no

lo saludaron.

-Debe ser un trabajo terrible, el que tienen esas

chicas. Dijo ella.

-Creo que sí.

-Ellas probablemente pensaron que somos

amantes.

-Probablemente.

-¿Crees que ellas trabajan toda la noche y duer-

men todo el día?

-No sé mucho acerca de eso.

-¿No tienes curiosidad? Sien-

do un escritor, quiero decir. Para

utilizar una como personaje en

alguna novela.

-¿Crees que debería regresar

y pasar algún tiempo con ellas?

Nada más para fines de investi-

gación, por supuesto.

Ella se rio. Una risa dulce y

melodiosa.

-No… Estás conmigo ahora.

No quiero que te vayas.

Silencio. Un silencio largo.

Largo. Argie reprimió un grito

sordo que luchaba por escapar

de su boca. Finalmente. -¿Crees

que esas chicas invierten en un

cuarto por la noche, o cobra el

hotel por hora… o por cliente?

¡Caray! Es siempre la mujer

que inicia la seducción. Primero te

sueltan el gancho y luego te acusan

de violación, pensó Juan con aprensión y ansiedad.

-Debería regresarte. Tu papá pensará que

te rapté.

Jaime Goded

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confabulario 43

-Si quieres. A lo mejor deberíamos regresar. Ya

me siento mejor.

Mientras caminaban, un calor asfixiante los

envolvió, dificultando la respiración. Respiraban

laboriosamente el aire estancado, buscando an-

siosamente alivio. El viscoso sudor que los cubría

saturaba su ropa con un calor febril. Argie tembló.

Acercándose a la fonda, Juan giró bruscamente

en el cañón estrecho y sombrío del callejón con-

tiguo. Ella lo siguió, caminando junto a él, sin ob-

jeción. Después de algunos pasos, envueltos en una

oscuridad tenebrosa, él la volteó para enfrentarla

y buscó su cara íntimamente. Argie respondió con

insospechada pasión, asfixiándolo con una boca

hambrienta.

La levantó del pavimento en sus brazos, lleván-

dola más adentro de la oscuridad, mientras grue-

sas gotas de lluvia caían repentinamente del cielo,

evaporándose al golpear el pavimento caliente. Me-

tiendo su mano en la blusa, él comprobó que verdade-

ramente sus senos eran como los había imaginado,

sin ninguna necesidad de los arreos “utilitarios” que

ella utilizaba estrictamente por modestia y conven-

ción. ¡Caray! pensó, el viejo George probablemente

decía la verdad cuando dijo que su hija nunca tuvo

un novio. Tetas tan firmes nunca habían sido acari-

ciadas, ni chupadas.

La llovizna ligera se transformó en una impetuo-

sa lluvia cayendo de un cielo enigmático y ca-

prichoso cuando él apretó el cuerpo de Argie con-

tra la pared. La acarició palpando tímidamente bajo

su falda, sorprendido de que Argie no pronunciara

el obligatorio “no.”. Procurando penetrarla, se dio

cuenta de pronto que ella era virgen todavía. Juan

quiso detenerse, pero Argie gemía y jadeaba aviva-

damente, tratando desesperadamente de recuperar

el aliento mientras sus brazos lo aplastaban en un

abrazo intenso. ¡Caray! ¿Cómo paro esto ahora?

Pensó ansiosamente, mientras al mismo tiempo

empujaba recio, penetrando hondo, dejándose ir;

rindiendo su cuerpo al ávido hurgar con que ella

devoraba su cuerpo.

-¿Lo rompiste? Ella balbuceó afónicamente.

Jadeante, él era incapaz de contestar.

El sudor febril que corría por sus rostros se mez-

claba con la intensa lluvia que violentamente empa-

paba sus cuerpos. Desde algún lugar muy lejos Juan

oía los incoherentes gemidos roncos y agudos de

Argie en su oído. Le colocó una mano sobre la boca

abierta para suavizar la penetrante cacofonía. Un

trueno rugió, indignado, encima de ellos.

Las piernas de Juan comenzaron a temblar

descontroladamente como siempre lo hacían cuan-

do tenía sexo en esta incómoda posición, teniendo

que soportar el peso adicional de su pareja. Prefería

la comodidad de un colchón. Necesito hacer ejerci-

cio, fortalecer los músculos de los muslos, él pensó.

Una repentina ráfaga de viento sopló por el

callejón, haciendo girar la basura en un vórtice fu-

rioso de ruidosos remolinos. El sonido de guacales

vacíos que caían astillándose lo distrajeron de su

violento empujar, devolviéndole una vaga sensatez.

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44 El Búho

Un gato negro saltó en el aire maullando y en seguida

se evaporó entre los escombros. Juan percibió una

ventana abierta; la del baño de la fonda que daba al

callejón. Una sombra los observaba. Se escuchó un

trueno profundo seguido del destello de un relám-

pago. En los instantes que duró su brillante incan-

descencia, Juan reconoció a George, con lágrimas

corriendo por su rostro, espectador silencioso del

desenfreno; testigo de la derogación de su cosmos.

De pronto Juan estalló en espontáneos, instintiva-

mente urgentes chorros, volviendo el líquido de su

inicio dentro del suave, húmedo cuerpo de Argie.

Su boca se abrió en un gemido involuntario, repli-

cando la olvidada eyaculación primordial en los

genitales enmarañados de Lucy, nuestra Eva gené-

tica, cuya mitocondria emergió del África para crear

al asirio, el chino, el egipcio, el hebreo, el indio,

el griego.

Los cielos se abrieron de pronto sensualmente,

sin vergüenza, derramando un gran aguacero. Venas

de agua cayeron en cascada, rugiendo como una

catarata, bautizando sus cuerpos inertes, gastados,

fusionados.

(ii)

Juan nunca volvió a la fonda después de esa noche.

Se cambió de casa, a otra parte de la ciudad. Muchos

años después, en el centro de la ciudad, encontró a

un conocido del viejo vecindario, un joven griego

cuyos padres, como los de él, habían inmigrado a este

país. El amigo estaba vestido con un traje oscuro, fi-

namente hecho a la medida, con una camisa blanca

crujiente, corbata conservadora y brillantes zapa-

tos negros. Oliendo a un perfume costoso. Sostenía

una cartera delgada de cuero fino. Completamente

integrado a la sociedad norteamericana, Juan pen-

só, un ejecutivo bien remunerado trabajando para

alguna empresa trasnacional; permutó su vida por

la posibilidad de una oficina en la esquina del edifi-

cio y una cuenta de gastos pagados por la empresa.

El ejecutivo habló acerca de su casa en los

suburbios y le mostró la fotografía de una esposa

americana, rubia, con ojos azules, dos niños y el

perro labrador dorado, alrededor de una piscina que

chispeaba en la brillante luz del sol. En el fondo,

una casa grande cobijada por árboles de sombra.

El Sueño Americano. Probablemente tiene una foto-

grafía similar sobre el escritorio de su oficina, pensó

Juan maliciosamente, para recordarle, en esos mo-

mentos de inevitable angustia existencial, la razón

por la cual está permitiendo que su vida se pudra.

Sin embargo Juan sentía una punzada de celos

y más que una insinuación de resentimiento. Él to-

davía vivía en un departamento pequeño y barato,

donde tenía que subir seis pisos, en la parte baja

de la ciudad. Todo depende de las cartas que te to-

quen, pensó con rencor, o más probable de cómo se

barajaron ¡No! Corrigió rápidamente su equivocada

reflexión, descartando ese pensamiento propio de

los fracasados; no era eso. Todo dependía de cómo

juegas la mano que te tocó.

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confabulario 45

-¿Qué me cuentas, paisa? Preguntó el ejecutivo,

resbalando en lo que él consideraba el obligatorio

trato vernáculo del vecindario para este tipo de en-

cuentro.

-Escribiendo todavía. Casi termino mi novela.

-¿Misma novela?

-Sí. Es complicada.

-¿Qué es lo que la hace tan complicada?

-Es una novela histórica. Acerca de nosotros.

Gente. Gobiernos. Religiones. Las mentiras grandes.

Nuestras victorias pequeñas.

-¡Ah! ¿Crees que la vas a terminar

algún día?

-Espero que sí. Este libro es acerca

de cómo éramos. Luego quiero continuar

con un libro acerca de lo que llegaremos a

ser. Pero no creo que viviré para terminarlo.

-¿Éste tiene un título?

-La Violación.

-¿La Violación?

-Sí. Nosotros todos fuimos violados en

un momento u otro.

-Va a ser difícil encontrar una editorial

para publicarlo. La gente ya no lee.

-Lo sé. Ven la tele.

-Escribe para la televisión. O para Holly-

wood. Ellos pagan millones.

-Ellos son un paliativo para las ma-

sas. Es entretenimiento popular. No es

literatura.

Charlaron brevemente acerca del

vecindario y los viejos tiempos. Cuando se despedían

el ejecutivo pregunto: -¿Estas casado?

-No. Prefiero alquilar, no comprar.

-Sé lo que quieres decir. Sale más barato a largo

plazo.

Luego, mencionó a Argie. -Ella siempre tuvo

una debilidad por ti, ¿sabes? Todo el mundo pen-

saba que acabarían juntos.

-Argie. Ah, sí, recuerdo a Argie. ¿Qué pasó con

ella?

Mauricio Vega

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46 El Búho

-Decían las malas lenguas que estaba embara-

zada. Su padre, George, ¿lo recuerdas? ¿La fonda?

Él la mandó de regreso a la vieja patria para un

casamiento arreglado. Cosa tradicional, ya sabes.

-¡Caray!

-Ella tuvo suerte, si su padre hubiera sido mu-

sulmán, la hubiera decapitado.

-¡Caray!

-Ella se casó con un cirujano.

-¡Un cirujano!

-Sí, le debe haber costado a George un dineral,

la dote para enganchar a un cirujano, ¡y con su hija

encinta! Agregó el ejecutivo, burlonamente.

-¿Ella tuvo al bebé? Preguntó Juan, e inmedia-

tamente lamentó haber expresado un interés que

traicionaba el vestigio reacio de prosaica conformi-

dad que aún le quedaba, y que se había escapado

involuntariamente de sus labios.

-No sé. Lo dudo, con un marido médico. Como no

era el bebé del cirujano, lo más seguro es que lo abor-

taron. Tengo entendido que ella tiene un par de niños

y viven en Atenas.

-¿Y George?

-George está muerto, lo enterraron aquí, en el

Cementerio Municipal. Por supuesto ¿sabes que

hay un rascacielos donde estuvo la fonda?

Rigel Herrera

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confabulario 47

En el ministerio del viento

se escuchan las aguas

que repiten de los océanos

su ingente claridad;

se huelen las nubes

donde los navegantes

tranzan cartografías de luz

a la vera de tocar puerto;

se tocan las músicas

entretejidas de una travesía

de arpas adamantinas;

se observan los aires

siempre rozagantes y fugitivos:

reacios al gaviero y la brújula,

dóciles al sueño y la paz;

se degustan amaneceres,

alero de otros sueños

Ulises VelázqUez Gil

Leticia Tarragó

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48 El Búho

(que no doblegó la distancia)

en espera de mares prístinos.

En el ministerio del viento

otras historias buscan escribirse

con la sincera corazonada

del primer navegante dispuesto

a perder toda nomenclatura

aledaña al conocimiento,

sabiduría de marinas luces,

promesa de un hogar trashumante.

En el ministerio del viento,

una esperanza emergerá

de toda historia contada

con antelación y fantasía:

nombrarse próximos al viaje

es el casual destino

de aquellos navegantes

nacidos bajo el sino de agua,

cuya final trayectoria

no conoce de contratiempos,

inscribiendo en su horizonte

un glorioso contrapunto.

En el ministerio del viento,

mi hogar −urna de agua−

me guardará del tiempo

hasta apartarme la promesa

de otros mares pródigos de luz.

Mel

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confabulario 49

Trató de retraerse hacia sus sentimientos de

ser un gusano regordete que se arrastra entre

los orificios hediondos de los árboles, pero no

lo logró. Algo en su cuerpo grasoso lo empujaba hacia

afuera. El impulso móvil de que un gusano fuese una

mariposa existía; mas no podía imaginarse que algún

día volaría, pues el dolor de sus miembros contrayén-

dose, desintegrándose y separándose era demasiado

intenso. Su origen terrenal y su cuerpo tragón hacía

que la idea fuese nada más que imposible en el reino

gravitatorio donde reina la madre de todas: la Física.

Como cualquier oruga había buscado un lugar con

una oscuridad casi extrema para la temible y esperada

transformación. No podía darse el lujo de tener espec-

tadores esperando un resultado satisfactorio, porque

esto es un asunto que cada oruga tiene que hacer sólo

y para sí misma, es imposible agradar a otros en un

efecto de transición. Un agujero en una rama de cual-

quier árbol con algún anuncio de hojas sería el lugar

perfecto para descubrirse y salir hacia la luz.

silVia PaUlina martínez

Martha Chapa

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50 El Búho

Francisco Tejeda Jaramillo

Sus amigas, las hormigas, le habían advertido

sobre los dolores previos al surgimiento de las alas.

Ahora los lamentos estaban ahí, lo cual podía su-

poner dos cosas. La primera es que sobreviviría al

cambio del resquebrajamiento de sus propias ca-

pas jugosas y aceitosas que cubrían sus alas para

convertirse en una mariposa real. La segunda es

que esas contracciones anunciaban un momento

traumático que se presenta anterior a la muerte.

Esta segunda opción por insatisfactoria que fue-

ra parecía la más viable. La muerte tiene la gracia

de ser tranquila y el inconveniente de ser eterna.

En la muerte no hay dolor, no hay recogimiento, no

hay desprendimiento porque no hay nada. Sí, mo-

rir era mejor y dejar de estar en este evento brutal

que tantos retos le implicaban. La muerte y la re-

nuncia hacia el deleite de la primavera es algo que

se contempla cuando se siente la fatiga del cuerpo.

Huir, huir, huir de la existencia era mejor que per-

manecer inmóvil ante el cambio de la estructura de

su cuerpo.

El paso de súbitos dolores anunciaban el des-

prendimiento de algún pliegue le hacían creer que

lo peor ya había acontecido, pero cada contracción

era más fuerte y el sentimiento era más sutil. El hilo

plateado que rodeaba su crisálida poco a poco se iba

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confabulario 51

desprendiendo. ¿Qué es esto se preguntaba?, ¿aca-

so las demás mariposas también habrían tenido que

cruzar por este crudo y penoso desarrollo?, ¿había

para su naturaleza otro medio, es decir uno que no

implicara el resquebrajamiento de sus miembros?

Cada sufrimiento le hacía más fuerte la epidermis.

Esa capa que nos cubre entre el dolor, la vergüenza,

el estómago lleno y los días alegres.

Ahora que sentía el endurecimiento de sus mús-

culos, no podía negarse -en esos instantes de sufri-

miento intenso- el soñar con los elementos exqui-

sitos que existirían si se llegase a descubrir como

una mariposa: volar, alcanzar frutos que están en lo

alto, observar los insectos desde arriba. Agua, aire,

tierra y fuego, por fin los cuatro elementos y no

sólo la rugosa tierra y la dulce agua que formaban

los charcos. Estaba presente el impulso hacia la pri-

mavera latiendo y deslizándose por cada parte de su

cuerpo tubuloso, baboso y glotón.

De momento se dio cuenta de que se sentía más

ligera. He dejado la materia nebulosa de mi cuerpo,

supuso. Ahora me traslado hacia el reposo eterno.

Su deseo todavía contemplaba la posibilidad de un

descanso, cuando sintió una línea fina a lo largo

de su espalda extendiéndose y sujetándola, sintió

un velo espumoso que la cubría. Esta envoltura era

el cuerpo dorado que cubría sus mismísimas alas, el

cuerpo dorado del cual sólo se viste la aristocracia

de la naturaleza.

La incertidumbre de que por alguna extraña

razón estas bellísimas alas no funcionaran estaba

latente, por lo que se apresuró a deslizarse a la su-

perficie del hoyo que había elegido y probar si su

pensamiento era correcto o se encontraba en un

error afortunado. La rama parecía alargarse, círcu-

los concéntricos hacia afuera. Ahora era más tedio-

so, se acordaba del dicho que le habían comentado

tantas veces sus amigas: ¡Es más fácil meterse en un

hoyo, que salir de él!

Un empuje, otro empuje y otro más. Qué acto

tan espantoso estaba realizando. Ahora era más

difícil moverse con seguridad, pues ahora tenía

un moño que se arraigaba con rigidez a su espal-

da. Cuando llegó a la superficie de la rama, la tin-

tineó un rato probando si aguantaba el peso de

las alas. Para su sorpresa, resultó que se sentía

más ligera y los colores amistosos anunciaban

que se encontraba sedienta de vida –una vez más

los poros se abrían para reconocer la primavera.

Este sentimiento de triunfo la llevó a alardear hacia

los otros su delicada figura y dando un aplauso ha-

cia el cielo por su éxito se dispuso a volar.

Abriendo y cerrando sus desconocidos ele-

mentos jugueteaban con el aire y formaba círculos

de libertad. La secreción de hormonas se disolvía

en la certeza de los músculos cansados después de

un gran esfuerzo: danzando con la infatigable sen-

cillez de no cuidar aquello que se ha de romper o no

ocultarse del pasado que aconteció. Si el sol puede

calentarnos hasta quemarnos en los días de invier-

no, entonces una larva que se arrastra a paso lento

y tedioso puede volar.

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52 El Búho

Galeote predestinado

Eres un galeote condenado a remar en busca de la vida eter-

na donde, si ésta existiere, seguirás siendo galeote y no

podrás remar contra la corriente para retornar al fragmento

miserable de vida que tenías antes del insomnio y de soñar despierto.

Predestinación

Desde la adolescencia, después

de ver tantos espectáculos de-

gradantes, las niñas de sus ojos se

volvieron prostitutas.

Contradicciones de la su-

premacía

Dios, en su infinito poder que orde-

na el mecanismo del universo con

sus millones de galaxias, incluye

las catástrofes y las epidemias,

las guerras de razas y de odio, las

calamidades y las enfermedades

acrecentadas en pestes; en estas

desgracias colectivas, permite la

roberto bañUelas

Roberto Bañuelas

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confabulario 53

vida y la intervención de los médicos a favor de la

salud de los seres humanos.

Indignación oportuna

Así, como me quieres ver y descalificar, deseo que

tengas un hermano que resulte decente y dife-

rente a tu condición de canalla para que tengas

un juez en casa.

Doble personalidad

Don Quijote (don Alonso Quijano), afortunadamente,

sólo luchó contra sus propios fantasmas; si lo hu-

biese hecho contra enemigos reales, él o una docena

de enemigos habrían muerto a mitad de la novela.

Política abstracta

Nuestros próceres, mártires y héroes son como his-

toria-ficción para los políticos que se enriquecen a

costa del país y del pueblo que venden, degradan y

destruyen.

En el quinto round

Gracias al upper (golpe de abajo hacia arriba,

certero en el mentón) había ganado la pelea de hoy

contra el antillano, considerado como un peligroso

adversario. Después de ducharse y vestirse, se en-

contró con su representante y entrenador que ya lo

esperaba para entregarle la diferencia de su comi-

sión y el cobro que hacía de los préstamos que le

había hecho durante el período de entrenamiento.

-¿Cuándo vuelvo a pelear?

-Quizá pronto, si te cuidas y no vuelves a beber…

Caminó, solitario y dolorido, bajo la fría llovizna

que se iluminaba bajo los conos de luz de cada lu-

minaria. Entró al Restaurante-Bar que atendía un

chino silencioso de edad indefinida que, en cada

turno de trabajo frente al mostrador, entendía los

nombres de las órdenes de los clientes y contes-

taba siempre con el ruido yesser, se iba a la cocina y

mientras estaba listo el pedido recordaba su lejana

juventud y el color y el ritmo de la vida en un popu-

loso barrio de Pequín.

Rayo Martín (nombre de guerra por Raymundo

Martínez), con dolor en la mandíbula por los golpes

recibidos, retiró la mitad de la cena y pidió con voz

ronca un whisky doble para olvidarse de la próxima

pelea que lo más seguro sería que no se hiciera.

Estaciones del belicismo

Las guerras contra los invasores extranjeros,

poderosos y tecnificados, no son frecuentes

en el transcurso de un siglo: debe entenderse

que el ejército de cada nación tiene la misión

de sofocar las revueltas que el pueblo realiza a

causa y a pesar del hambre.

Intención de poema

Ebrio de la belleza que en un día, tan lejano o próxi-

mo como la muerte, me declaro sincero enemigo

del silencio que cubre las palabras hasta conver-

tirlas en el páramo gris de la ignota lejanía. Para

descontar las horas de tu ausencia, dejo en cada día

el testimonio de mi ardor desafiante para proclamar

que soy el adorador apasionado de la plenitud de tu

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54 El Búho

vibrante hermosura. ¡Que el amor intenso siga con

nosotros!

Envidia presente

¡Criticás a García Lorca, pero te morís de envidia

por su poesía, che!

Anhelos post mortem

La asamblea de peces no podía dirimir las contra-

dicciones ni los laberintos que sin necesidad de es-

pejos deformantes luchaban para esclarecer la lo-

cura geométrica que pronosticaba el asedio de las

formas variantes al contrario de la naturaleza fija

de los evangelios que seguían vigentes como

prejuicios para atender en su momento a los millo-

nes de entusiastas de las supersticiones y sofis-

mas, más fáciles de creer que la tarea de investigar

las claves fundamentales de las ciencias. Satán,

Luzbel y Lucifer son los ángeles guardianes de

los que esperan repetir la mediocridad de su vida

después de la muerte, la cual no tiene sentido, si

van a repetir la molicie de sí mismos.

Hai-kai

La palmera cuelga sus espadas verdes contra el oro

de la tarde.

Función sin gala

La gente, agrupada en círculo, reúne fuerzas para

tratar de reír frente al espectáculo callejero de paya-

sos tristes y saltimbanquis lastimados y enclenques.

Al final hubo algunos aplausos para los perritos

amaestrados, y, para aumentar la desconfianza en

el amor al prójimo, muy escasas monedas.

¡Ficción redundante!

Todo autor escribe para seres vivos que se fingen

muertos para no leer.

El regalo absurdo de la conquista

Precisamente despierto era cuando soñaba en ser afortu-

nado en la lotería y obtener o poseer el número que resul-

tase premiado para convertirse en editor y publicar con un

solemne pseudónimo las obras que dormían en el vientre

de los cajones, y, con legítimo orgullo, abstenerse de so-

licitar una beca al régimen de oprobio en que la aritmética

formaba parte de las estadísticas de ciudadanos asesina-

dos y delincuentes, éstos con subsidio para alimentarse

sin necesidad de robar o de trabajar para nutrir a su mu-

jer, renuente a todo régimen dietético o al horario que

había pasado de imitación de sílfide a ensueño de ballena,

opuesta a todo método de barra fija y de cómica natación.

En la compañía soñante de ti mismo como candidato a la

grandeza aún no revelada, consumes el horario de tu vida

interior que se refugia en la resignación y en la vigorosa

impotencia de destacar frente a los que sueñan con llegar

a ser ricos a cambio de nada. Poeta inédito, acumulas más

años que sonetos. La obstinación del club de la envidia

de no leer tus estructuras de catorce escalones, asciende

a la conclusión de considerarte loco y escapista de la rea-

lidad contaminada de las decisiones de una mediocracia

triunfante. Sin que importe el régimen de gobierno que

exista, la política represente siempre un sistema entre el

poder y el despojo.

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confabulario 55

La fortuna de ser abuelo

Cuando los médicos, especializados en anciani-

dad decrépita, le aconsejaron que mejor gozara de

la vida y renunciara a todo régimen dietético, optó

por seleccionar los zapatos, el traje y la corbata en

que algún pariente lo metería para ocupar la estre-

chez del tálamo de la paz sin guerra. La incineración,

proyecto que incluía la desaparición del alma, que él

sí había tenido por la facultad de pensar y

sentir con grandeza mientras había pertene-

cido al mundo de los vivos, no encontró

objeción de los parientes, sumisos aspi-

rantes a compartir los bienes de la heren-

cia, que, más prudentes y lógicos, decidie-

ron no contradecirle en ninguno de sus

generosos proyectos que esperan después

de la muerte.

La gruta del paraíso

Para suavizar y engañar la escasez del sala-

rio, los empresarios esgrimen la filosofía de

que el trabajo es una alegría y una diver-

sión mucho mejor que estar en las esqui-

nas con las manos en los bolsillos vacíos

y buscando la fórmula mágica de vivir

sin trabajar o querer olvidarse de las ta-

reas agotadoras cuando después de cobrar

el salario de la semana inglesa aplicada

en país semidesértico que se altera con los

huracanes selváticos y marítimos en cuyo

nombre maldecido bebes el fuego conteni-

do en botellas de ardiente licor. El demo-

nio, agazapado tras la cortina de humo del benzopi-

reno y el humo de las señales luminosas del tabaco

encendido, observa la fuga de nosotros mismos. En

la inconexa charla, dos filósofos que no obtuvie-

ron el título de entender las teorías filosóficas que

no tienen aplicación en ningún sistema donde el

hambre se organiza en sindicatos con líderes millo-

narios, me aseguran que mi patria es este país co-

Margarita Cardeña

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56 El Búho

rrupto y degradado, soberano para seguir siendo

dependiente de los vaivenes del poderoso dictador

en nombre de la democracia, país víctima del mito

patriótico y religioso con cohetes y pencas de nopal

para hacer sangrar la espalda en la peregrinación y

poder lavar los pecados de desear los bienes ajenos,

las promesas impregnadas de mentiras, de infierno

anticipado donde el imperio de la fuerza nada pue-

de contra la anónima delincuencia que crece como

plaga o epidemia contagiosa. El estado de ánimo,

individual y masivo es la cólera estéril porque nadie

se arriesga a conocer el velado rostro de la justicia.

Caja fuerte de la salud

Los medicamentos, con energía y sin sentimien-

tos, permanecen encerrados en cajas o en cámaras

de refrigeración que, con una orden escrita por el

médico responsable, estaban ya destinados a cam-

biar lo tétrico de los semblantes con sonrisas de es-

peranza para continuar la vida amenazada de dolor

y de tristeza.

Fecundidad de la desgracia

Las calles son penetradas por la oscuridad que

ha traído el giro insomne del planeta, torturado

en su costra por el hambre de los que lo pueblan

a la intemperie y el abandono. Los perros

sarnosos, al igual que los vagabundos,

buscan rincones para dar reposo a la ra-

bia que emplearán mañana. Con el alarido

del nuevo día, los deslumbrados por las

mentiras dogmáticas se tropezarán con

el infierno y lo confundirán con el paraí-

so prometido. Inundadas de agresiva luz

solar, las calles se congestionan en otro

día de frustraciones y dentelladas al vacío

de la vida que calca con precisión la fe-

cundidad de la desgracia. En este anticipo

del infierno, todos siguen creyendo que

Dios está en todas partes: en la miseria,

en el dolor, en la desilusión con la espe-

ranza enferma. La falta de salud nos hace

conocer el extraño sabor de la muerte que

queríamos creer que no existe.

José Juárez

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confabulario 57

DE POÉTICA

te adjunto aquí, lector, en este escrito,

toda una yunta de asonancias: rimas,

versos faleucos, qué se yo, mi más

reacia palabra que a leer te invito.

igual que tú, también yo soy adicto

a murmurar algún poema, y más

aún, en cuanto a tu saber, me animas

pedirte aquí lectura a un texto inédito.

si acaso encuentras una voz rejega,

que haga que pongas tu mirada en vilo,

recuerda: cada letra, tilde o signo

usado en la poesía es plagio y niega

-por ser de todos- del autor su estilo;

la palabra es de quien la dice, opino.

antonio leal

Leonel Maciel

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58 El Búho

TROPO

ven,

asida al lumen:

ala,

añeja

herida.

SI ALGUIEN TRAZA UN ÁMBITO

si

alguien traza un ámbito,

atisba al margen del renglón

del estro, acaso, su gélido bostezo,

gañita a deshoras, en la otredad,

un mar de nombres,

-¡oh báquicos despojos!-;

de la árcade deidad tan sólo añora

pulsar en mano su dorado cetro,

que el sistro de nos sea cuando musa

grafite invicta mi melancolía.

DEJA

deja,

-oh inexorable-

ola trashumante,

impalpablemente

orla fugitiva,

que tu paso agreste,

acaso ya sin brida,

claudique en la mejilla

como una gota salaz, en balde,

como rezago íntimo de un adiós marchito,

que uno suele olvidar en la sección de espera

en un andén de viaje.

EN QUÉ SITIO

¿en qué sitio?

¿bajo qué párpado?

en cuál yerma estatura de sombra,

o de apurada ceniza

unimos nuestras manos de acunadas caricias,

revuelco de tímidas hormigas,

apenas tiernas en la yema de los dedos.

IDOSMENTE

idosmente,

en el minuto enguantado del menú del día,

idosmente,

ante la ruindad de un calendario sin fechas,

idosmente,

cuando exijan subir al escenario,

presidir la mascarada de los irreverentes,

en estricta unción al protocolo

que confiere el uso de las desavenencias,

excepta todo,

en absoluto,

idosmente.

*Todos los poemas pertenecen al volumen en preparación: Unciones

y disyunciones.

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confabulario 59

artemito santos / Yoshiko ChUma / enriqUe leYVa

I

En una cadena de rombos

Superpuestos,

Simétricos

Se apreciará al final del entramado

A un hombre.

Un poeta en su ceremonia de premiación

-con corbata.

Impecable.

“Con este premio se levantará diez centímetros del piso”

Difamarán unos

“Es un autor 10 min. adelantado a su tiempo”

Dirán otros.

II

¿Para que escribir poesía?

???

¿Por qué?

¿?

(En este espacio hay un silencio)

No sé.

No quiero pensar en respuestas absolutas.

Perla Estrada

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60 El Búho

-Cada quién tiene sus propias razones.

Yo empecé por los lugares comunes.

No sé.

-Realmente, no sé.

Para hacer lo que se me venga en gana.

-¿Qué sentido tiene escribir poesía si no puedo

[escribir como se me dé la gana?

¿?

???

??.

?

III

Soy un autor de otro tiempo.

Anacrónico.

Old fashioned.

Malo.

Es increíble cómo hay autores que pueden pasar

[estos filtros.

-Era un árbol. (Pienso).

Este libro de poesía pudo continuar siendo un

[árbol.

-No es una muerte en vano. El libro es un arte

[objeto. Por sí mismo. Ellibroesunarteobjeto.

El árbol también. El árbol es arte objeto vivo.

[Elárbolesunarteobjetovivo.

El libro es un arte/objeto (árbol) intervenido.

Con mayor o menor fortuna.

Por mí.

IV

Ser un autor postdramático es una gran

[responsabilidad.

Nadie puede innovar todo el tiempo.

Un autor postdramático sí.

Eso no es nada fácil.

El postdramático.

El auténtico.

Puede hacerlocontantafuerzaautenticidadyviolen-

ciacomoreclamaelartevivodehoy.

V

Creo que fue un buen día.

Una buena semana.

El día.

Hoy.

María Emilia Benavides

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confabulario 61

Hice el ridículo como nunca.

Por supuesto que no diré los cómocuándodónde.

No quiero aburrir a nadie con detalles.

Nada realmente significativo.

Un golpe.

13 horas pagadas como animador en eventos

[empresariales.

Disfraz acojinado de luchador de sumo.

Mako Saguro.

El gran Mako Saguro.

13 horas pagadas.

13 horas continúas de ridículo remunerado.

Si hubieran (las horas) sido gratis me habría

[suicidado.

Nunca entendí a los santos, a los héroes ni a los

[mártires de cualquier causa.

Mientras sea por dinero, creo que, está bien.

Matar a alguien,

Acaparar mercado,

Vender drogas a menores…

Si es por dinero está bien.

(Me preocupan más los hombres (mujeres y

[hombres) que lo hacen por nada.)

Yo sólo me puse un nada/extraordinario traje de

[sumo.

Fue por dinero.

Y el dinero todo lo justifica.

Fue un buen día, sí.

(Fui muy feliz).

VI

Acabo de escribir un poema que merece un Nobel.

(Poema no antologado en esta colección por

[decisión editorial.)

VII

La búsqueda por lo postdramático es una búsqueda

[inagotable.

Como la búsqueda por ser uno mismo.

Es demasiado complicada.

Es demasiado complicada para mi ex peluquero

[y para mí.

Como los cracks.

Los verdaderos cracks.

Los que rompen el juego.

Con su propio ritmo.

Los que no aparecen nunca durante el juego.

Así de ardua es esta búsqueda.

VIII

Por favor lector, no leas este poema:

Este momento es de respiro.

Un poema serio.

Mi nombre verdadero es Anthar Santos.

Anthar.

Es una palabra árabe.

Yo no lo soy.

(Soy mexicano (De México))

Mi cara es tan árabe como la de Nasredín Hocha.

(Que es o era un sabio oriental)

Siempre he tenido preguntas de mi origen. No sé.

Absolutamente nada, (nada), me liga hacia allá.

Nada.

Presenciamos un prólogo muy necesario, parte de

una pausa inexplicable en una colección

[selecta de poemas por Yoshiko Chuma.

En un poema serio.

Por eso hablo de mí (que dicho sea de paso es mi

tema favorito).

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62 El Búho

Se avecina un segundo prólogo.

Un prólogo un poco menos largo.

Tengo un pasado, y en mi pasado (por un tiempo)

trabajé en una fábrica, una fábrica

[que era una fábrica de verdad.

Hacíamos cosas de plástico.

Manufacturar cosas de plástico es una tarea muy

seria (como este poema).

Era feliz. No lo sabía. Era muy feliz. No sé por qué.

Pero lo era. Era feliz. (Como el

poema).

Era muy niño. O no tanto.

15 años

My first job.

Control de calidad (asistente administrativo y de

laboratorio)

La idea original era ser estibador

(estibador de verdad)

tener una faja,

subir en los camiones

cargar y descargar las tarimas con materiales y pro-

ductos terminados.

Lo intenté. Duré 15 minutos.

Tal vez un poco menos.

Control de calidad era mejor.

Verificar los procesos de producción mediante com-

plicados lineamientos y estándares

[internacionales…

…es una tarea dura,

(tan dura como descargar tarimas).

(Tal vez un poco más).

El tercer prólogo es

tan breve, tan breve

que apenas y se nota su existencia:

“Alguien” quemó la fábrica.

Se quemó.

IX

Reestructura.

Todos son poemas serios.

Serios y bellos.

Con una voz de un autor de ruptura, claramente de

[esta generación.

-I like to work in a Factory. Like when I was a child.

“…desarrollo equilibrado [de la obra poética],

temas y tramas bien definidos,

lenguaje cercano y pertinencia frente al momento

[actual del país,

con originalidad y potencia literaria

clara y definida

para el

contexto

artístico

contemporáneo

mundial.”

X

Los poemas serios, bellos y con una voz clara y

[definida no pueden entorpecerse con recuerdos.

La esencia del poema es distinta.

No sé cuál es.

Pero es distinta.

Creo.

No puede ser, -me digo -de la misma cosa que

[la nada.

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confabulario 63

Todo tiene un principio previo.

Una historia que lo explica todo.

Que viene de más atrás.

(Para fines de estudio tomaremos el principio, 60

[millones de años atrás, cuando la era de los

reptiles gigantes vino a su fin.

Bang!

Un cometa cae a la tierra,

mata los reyes dinosaurios,

los mamíferos evolucionan,

-Durante todo este tiempo, en el cielo, las estrellas

[siguen vivas-,

aparecen los mamíferos,

el hombre aprende a hablar y a caminar erguido,

sus palabras lo elevan del piso.

Descubre la palabra yo,

la palabra tierra, la palabra sexo,

la palabra mío,

y no hay mejor momento para la palabra que

[la aparición de la palabra palabra.)

La esencia del poema

Creo

No es la memoria

Es el origen histórico.

Y eso significa alguna otra cosa muy distinta.

Siempre podemos crear un nuevo pasado.

Libre de recuerdos.

XI

Las uñas de sus manos son demasiado cortas para

[ser un tigre.

Su pelo muy delgado comparado con el

[lobo.

Su veneno muy débil para serpiente o

[para insecto.

Tiene alma de buey. Si miras bien a los

[ojos, a los tuyos lo sabrás. El alma hu-

mana es un[alma de buey.

Es demasiado imbécil para cualquier

[animal.

Es eso de poder hablar. Complica todo

[demasiado.

Por otra parte. Sus gruñidos, los tuyos,

[los tuyos y los míos, crean mundos.

*Tomados de su libro RockStar. (Colección Selecta

de Poemas). Por Artemito Santos / Yoshiko Chuma /

Enrique Leyva

Gelsen Gas

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64 El Búho

Danza

otra noche inquieta

con fondo acuoso

encontradas nuestras manos

Ofrenda

sueños descompuestos

soledades obligadas

angustia in crescendo

Incompatibilidad de espíritus

descontentas fantasías

azotadas de terror

Nombre trisílabo

denota incomprensión

Se escurre

por neuronas y hendiduras

filtrándose

en cuerpos de gatos rojos

incinerados a media noche

para cumplir la manda de la luna

llena

Ahora sé es el final

o el inicio

qué más da

alejandra CraUles bretón

Ixchel G. Telles Giron

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confabulario 65

El inicio del caos

Todo era una mar de lodo

y su nombre era Caos

que significa confusión

Mitología griega

Casualidad oportuna

el hombre

el que pudo ser mi hombre

sale de la casa del pasado

que no es pasado

Ahí estoy

justo frente a él y ella

absorta

con las neuronas colapsadas

¡Mis sueños!

mis sueños se pintan

color moreno de tu traición

El dolo en tu voz

La burla en su mirada

Alejandra

estúpida mujercita de cabello rojo

soy el centro del circo negro

más cruento que el romano

Bifurcación

Caminas en línea recta

topas con el miedo

encubierto por la culpa

Doblas a la derecha

turbado te desvías

para ocultar tu indecisión

Entras a un pasillo oscuro

la mentira opaca la poca luz

Bifurcación

debes elegir entre dos pasajes

Ella Yo

Miedo

emigra al desierto

muere de sed

En aquel momento

él me invocará en su ahogo

No lo dudo

pedirá perdón

Cósmico

Deberías algún día

caminar cinco soles

y una nebulosa

perderte en el delirio de mi boca

Ven

recórreme ándame circúlame tómame

Ven

deshazte de recuerdos perniciosos

deja de aferrarte a tu historia

en la que me convertiste

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66 El Búho

en la maléfica

en la maquiavélica

en la calculadora mujer

Sabes bien

no lo soy

Sistemas opuestos

Mi cintura

enloquecida al tacto de tu aliento

Tus ojos

imantados por mis senos y nariz

Ya sé

ya perdí

Robado

Pronuncio tu nombre lento

como si al pronunciarlo

algo de tu esencia

brotara de sus letras

para asirla con mis manos

y adueñarme de ella

Laberinto número 16.5

Dame tu nombre un momento

lo repetiré hasta perderlo

Tu barba

también la quiero

que roce y goce

mis senos

Incredulidad

Nubes artificiales

carcomen el nuevo cielo

Dentro del laberinto

el sol no hiere

no ilumina

no existe

Las guardianas del caos

resguardan la salida

Sentada permanezco

al pie del astil sin bandera

El humo queda

sólo el humo de los dos

No hay suspiros de dioses

guerreros o sabios

no hay tu aliento

que desvaneció mi voluntad

Sólo un leve latido

despeja sueños tardíos

profesiones de amor dudosas

Creo

en lo que mis ojos enfermos ven

*Tomados del libro Laberintos y dragonerías de Alejandra

Craules Bretón. Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de

Hidalgo. Pachuca, Hidalgo, 2010. 84 pp.

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confabulario 67

Inicio de Expedición

Puerto de Zarpa, 20 de abril del año en curso

Partimos al alba, puntuales, al amparo de im-

petuosos vuelos de gaviotas y albatros de

enormes alas. Sus Altezas, excelsas como es

costumbre, nos brindaron una grata despedida: un sé-

quito de hermosas cortesanas que llenaron de azahar y

tulipán la cubierta de nuestra nao.

Hay promesa e ilusión en este viaje. Los días se

anuncian soleados, calmos; la tripulación, por su parte,

se muestra eficiente. Antes de zarpar, sus Majestades

enviaron un mensajero que nos recordó la importan-

cia que, para la Corona, tiene una empresa como ésta.

También nos instruyó en los peligros de la Mar Tene-

bris, justo en los confines del mundo; y la necesidad de

no perder de vista la estrella del Norte. Para tal fin, nos

obsequió, de vuestra parte, un lujoso astrolabio cuyo

trabajo de fundición y diseño nos ha dejado sin aliento.

Agradecimos el regalo como es debido, y levamos an-

clas llenos de regocijo.

Ulises PaniaGUa

Rocco Almanza

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68 El Búho

La jornada de hoy ha sido plácida; hemos reco-

rrido cerca de dieciocho o diecinueve leguas a so-

tavento, sin mayor percance, como no sea la lúdica

compañía de un par de delfines. Planeamos arribar

a tierras nuevas en un plazo no mayor a sesenta

días, una vez que abandonemos las rutas tradicio-

nales de navegación. De más está decir que nues-

tros espíritus, hinchados de felicidad, navegan con

la libertad del viento.

La carabela fantasma

Mar abierto, 3 de mayo del año de Nues-

tro Señor

La mar es una sábana interminable; un prodigio-

so celaje invertido donde nuestro navío se extiende

como el vuelo de un águila. Tan enorme es su pre-

sencia que remite a la sensación de soledad.

Siguiendo la ruta, durante días sólo habíamos

encontrado agua a nuestro paso. Navegar esta re-

gión despertó nuestra extrañeza: hubo ocasiones

durante mañana y tarde que nos pareció observar

una carabela a lontananza. Emocionados ante la

proximidad de un encuentro, hemos acelerado la

marcha de la nao. Hendimos con la quilla -dispues-

tos al acercamiento- la calma en la que los delfines

custodian nuestro viaje.

La carabela parecía volverse nítida y real cuanto

más nos acercábamos a ella; pero de manera inex-

plicable, en el segundo de un fulgor inmenso, aque-

lla nave aparecía ante nuestra vista tan lejos como

la avistamos en un inicio. Desconcertados, heridos

en lo más profundo de nuestro orgullo marino, des-

amarramos velas y ejecutamos las maniobras ne-

cesarias para conferirle a nuestra embarcación una

velocidad portentosa. Nos vimos de nuevo próximos

a la carabela, ufanos de nuestra pericia y prontos a

darle alcance. Sin embargo, en un instante y de ma-

nera abrupta, en una especie de vertiginoso salto

temporal, la nave volvió a aparecer lejos de nues-

tros ojos, recortando su figura a contraluz sobre un

horizonte libre de nubarrones.

Presiento que no nos será posible llegar hasta

aquella embarcación. Y no sé por qué, pero esta in-

terminable persecución de la carabela fantasma, me

remite a la angustia que produce la caída de cada

grano de arena, justo en el interior del reloj británi-

co que guardo bajo llave en mi gaveta. Pienso en-

tonces, un tanto aburrido, y recargado en el timón

del barco, que el tiempo también es un fantasma

terrible.

Un llanto inmenso

Mar abierto, 21 de mayo

Jano, el portugués que se encarga de los daños in-

fligidos al robusto mascarón de nuestra nao, halló

flotando un mensaje contenido entre las paredes

de una botella de ron. Lo que en la misiva estaba

escrito conducía más a pensar en las agudas cavi-

laciones de un hombre solo, que a la súplica de un

náufrago angustiado.

El mensaje (que levamos mediante un anzuelo),

dictaba: “El océano es alegoría. El horizonte es una

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confabulario 69

uña de Dios que impresiona por su monstruosidad.

Cada marejada, los centenares de olas furiosas se

estrellan, en desconcierto, bajo el ritmo de una me-

lodía asíncrona. En alta mar, profanando la perfec-

ción de la naturaleza, nuestra nave es un perro triste

llorando al desamparo; pero eso a ningún oleaje pa-

rece importarle”.

Lo escrito no hubiera parecido inquietante, si

no fuera porque Jano, en una aseveración respal-

dada por convincentes argumentos, nos hizo notar

que el autor no tuvo intención de hablar sobre un

océano literal, palpable. Su percepción sobre la vida

dentro de las ciudades y la convivencia de los seres

humanos en ellas, era de una claridad demoledora.

Confundidos, tal vez desconfiados, nos dedicamos

a guardar un respetuoso silencio con respecto al

mensaje, y sobre todo, a la intrincada apreciación

de nuestro polémico ebanista.

El Décimo Infierno

Mar abierto de nuevo, 5 de junio

Hoy, al atardecer, nos pusimos a contar historias.

Las aventuras de los marinos resultan tan fantásti-

cas que uno no sabe qué parte del relato debe asu-

mirse como ficción, y cuál implica una porción de

realidad.

Edgar Mendoza

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70 El Búho

De cualquier manera, la mejor historia fue la

del cartógrafo sombrío. Relató, sin un asomo de

vergüenza o pasión, cómo en un viaje clandestino

organizado por templarios (cuyo propósito era en-

contrar el Sagrado Grial), el barco había ido a varar

a un terrible fondeadero. Allí -juraba el hombre- ha-

bían descendido con cuerdas, por una ancha grieta,

en una expedición estúpida que se había planeado

como diversión. Su sorpresa fue mayúscula cuando

al llegar al fondo del boquete, alumbrado apenas

por unas teas insuficientes, el décimo círculo de ese

infierno que refiere Dante, apareció ante la vista de

los templarios.

-Reconocimos a Alighieri enseguida, debido a la

palidez de su rostro, a sus ropas, y a la gravedad de

sus gestos. Un Virgilio, moderado y sencillo, cami-

naba tras él, intentando conducir los pasos de am-

bos hacia arriba, en una escalinata que conducía a

los círculos conocidos -aclaró el cartógrafo-, a los

tormentos de lujuriosos y ladrones. Sin embargo,

en una situación absurda o torpe, aque-

llos personajes subían dos escalones, y

descendían tres, para volver a subir uno.

De esta manera, nunca avanzaban. Sus

rostros denotaban desesperación.

-La clasificación de los círculos in-

fernales me la sé bien; y estoy segu-

ro que mientes -objeté un tanto irri-

tado, dudando de la sanidad mental

de un hombre encargado de dibujar

sobre un mapa nuestros avistamien-

tos-. Aun suponiendo que tu historia

mereciera la más mínima credibilidad,

no puede existir un nivel más terrible que

el que ocupa Judas Iscariote, en el Infier-

no de la Traición.

Entonces el viejo me miró de una

forma que me hizo estremecer. Parecía

sopesar cada palabra antes de pronun-

ciarla. Después de una larga pausa, el

cartógrafo asestó una frase impecable:

Luis Garzón

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confabulario 71

-En eso se equivoca, Almirante. Hay dolencias

más espantosas que las que merece la traición al

nazareno. Existe un espacio donde no reina ni el

silencio, ni la esperanza, ni el hartazgo. Es como

flotar en el vacío. Es el lugar en el que no sucede

nada, donde no se va a ningún lado, porque no hay

sitio a donde ir.

“La mediocridad y la indolencia, Almirante,

conforman el décimo de los Infiernos. Y lo juro, si el

propio Dante salió de allí después de que partimos,

pesarosos, se sintió tan asqueado que no quiso re-

gistrar el episodio en su Divina Comedia.”

Bosque lánguido

-Más allá de donde nace el sol, los hombres narran

la leyenda del bosque de los suicidas: lo perturba-

dor de tal boscaje es que, una vez después de colgar

del tronco de un roble, de entregarse a la inanición

o decidir arrojarse a un acantilado, las almas que

merodean entre abetos y pinos no exigen piedad, ni

revancha o descanso. Ni siquiera un poco de aten-

ción. Por multitudes se les escucha caminar sobre

las hojas secas, al amparo del brillo de la luna, sin

origen ni destino. Son espíritus en decadencia, al-

mas alimentadas en la estética del derrumbe que no

aspiraban (ni aspiran) a una migaja de eternidad.

Tal es el cuento que narraba el contramaestre,

por la madrugada y en la comodidad de las lite-

ras, a algunos desvelados que quisimos escucharlo

después de jugar a la baraja. Nuestro interlocutor

destacaba el carácter legendario e improbable del

sitio. Sin embargo, aunque no quise contradecir-

lo, recordé cómo Marco Polo, en una de las notas

de bitácora que no llegó a publicarse, aseguraba la

absoluta existencia de ese bosque refiriendo latitud

y longitud exactas, para quien se interesara, en lo

futuro, en experimentar la más profunda y verídica

desolación al caminar sobre sus hojas.

Pequeña Revuelta

Pleamar, 18 o 20 de junio de un año confuso

La tripulación se sintió inquieta tras varios días,

donde no sabía qué rumbo tomar. Ni la brújula, ni el

astrolabio, ni nuestra pericia pudieron orientarnos

una vez que ingresamos a la zona donde meridiano

y paralelo se funden, formando una cruz perfecta.

Cuando la noticia de mi desconcierto llegó a oí-

dos de un par de barberos turcos (famosos por sus

chismes), se esparció como pólvora, contagiando

de desesperanza a la caterva que me hace compa-

ñía: los agrios andaluces que lamentan las tardes de

navegación azarosa; los bávaros de larga cabellera,

quienes pretenden encontrar el nombre de su dios en

alguna inscripción tribal; el par de funámbulos galos

que viajan extasiados con la promesa de “El Dora-

do”. Todos ellos promovieron una pequeña revuelta,

pacífica y absurda, que manifestaron al tumbarse a

mediodía para tomar el sol, libres de ropas y ajenos

al pudor marino. Se mostraron desfachatados e hi-

cieron derroche de una holgazanería insoportable.

Sin embargo, sabiendo que los inconformes

podrían considerar la posibilidad de adueñarse del

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72 El Búho

mando; procuré pasar por alto el percance y asumir

una posición condescendiente. Me sumé al movi-

miento, despojándome de vestiduras y echándome

de espaldas, justo en la proa, una vez que hube ven-

dado los ojos del mascarón para ahorrarle la visión

del espectáculo deshonroso de mi cuerpo.

Miraba el cielo en su profundo azul, cuando me

percaté de que las nubes giraban aprisa; señal de

que se avecinaba una tormenta. A la par, una ma-

raña de algas rozaba las costillas de la nao. El grito

del gaviero nos despertó de nuestro letargo:

-¡Tierra a la vista!

De pronto los disidentes se habían puesto en

pie, y corrían hasta las barandas, encimando sus

torsos escurridos sobre los de otros; intentando

ganar lugar para atestiguar la proximidad de tierra

firme.

Aún desnudos, se olvidaron de la sublevación.

Retomaron sus puestos, liberaron amarras y se pu-

sieron a trabajar con la intención del desembarco.

Por mi parte, reconozco que empezaba a disfrutar

convertirme en un animal de la manada; así como

comenzaba a gozar de esa incomparable libertad

que implica pasear sin ropa sobre la frescura de las

duelas. Pero con el aviso del vigía, la distancia entre

los subalternos y mi soledad volvió a manifestar-

se. Los pretendidos sublevados ignoraron a partir

de entonces sus inconformidades, pero dejaron de

serme cercanos.

Los humanos somos desmemoriados y volubles.

Después de una revuelta incipiente, felices ante la

inminencia de tierra firme, después de clavar las an-

clas en la arena, los marinos se dedicaron a dormir

en espera del alba como si nada hubiera ocurrido, a

bordo, en algún momento de la travesía.

Anunciaciones

Puerto de Utopía, madrugada del 21 de ju-

nio del año en curso

Esta noche, justo en un sueño, brotaron anuncia-

ciones entre la hierba fresca que se reproduce en

estribor. Mientras la nave surcaba los mares pola-

res, esquiva ante cualquier enfrentamiento con los

restos de un deshielo onírico, avistamos no una tie-

rra; sino tres o cuatro o muchas a un mismo tiempo.

A mí esto me pareció un presagio (los ángeles que

viajan a bordo, simples mercantes, no le tomaron

importancia).

Como un concierto de genoveses en la búsque-

da de las Indias inhóspitas, departimos jugando a

esconder nuestros nombres tras elaboradas más-

caras de carnaval. Pilas y pilas de enormes libros

sagrados construían referencias en el horizonte;

mientras lejanos coros celestiales aguzaban nues-

tros sentidos. El orbe, en su imperfecta redondez,

se estremecía con alegría pueril.

En la infinita posibilidad del sueño, no obstan-

te, también es necesario la culminación de tareas:

después de las alegres libaciones y los ditirambos a

bordo, zarpamos felices…

Al despertar, entre los arrullos primitivos de un

oleaje verídico, yo aún continuaba cantando.

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confabulario 73

La isla de los sueños salvajes

Villa Morgana, por la noche

En esta isla que asoma por Oriente, donde los habi-

tantes acostumbran el ascetismo de manera ininte-

rrumpida, se practica una extraña costumbre cada

vez que culmina cualquiera de los dos solsticios del

año. Sólo a manera de ejercicio y en las fechas refe-

ridas, los villa morganos guardan la extraña costum-

bre de liberar las pesadillas. En una ceremonia noc-

turna y silenciosa, el sacerdote se encarga de correr

pestillos y cerrojos desde las oscuras celdas. Como

bestias furiosas, las pesadillas embisten el mundo

armónico y organizado que escapa de los pensa-

mientos de los practicantes, semejando en el asedio

intelectual el vapor que emerge de una cacerola una

vez que ha alcanzado el punto de ebullición.

Pero la paciencia y la reflexión, cual si fueran

poderosos escudos de cruzados en Tierra Santa,

impiden cualquier acercamiento o incursión de los

malos sueños. Los ascetas, que permanecen con los

ojos cerrados, en una postura vertical pero relajada

que estimula la meditación, consiguen en una ar-

monía cósmica absoluta, desplazar de su mente las

imágenes oníricas en que el soñante cae desde una

almena mora; o donde la amada escapa en las gru-

pas de un caballo del demonio; o aquéllas donde se

es atravesado por un tiro de ballesta o devorado por

un jabalí hambriento; incluso los sueños recurren-

tes en que se posee una sed incontrolable de alcan-

zar algún exótico oasis, sin que esto sea posible.

Después del acoso que se prolonga hasta las

primeras luces del alba, reina la voluntad de los as-

cetas. A las pesadillas, derrotadas y en franca humi-

llación, no les queda más remedio que emprender

una huida decorosa, para volver a guarecerse en la

soledad de la prisión, donde a pesar de las incomo-

didades se sienten a salvo del desdén de sus preten-

didas víctimas.

Los habitantes de Villa Morgana, por su parte,

regresan a la vida común, esperando con ansia el

próximo solsticio, para volver a comprobar la fuerza

invencible de su interior (al menos esto refieren, en

un lenguaje cincelado, una pila de menhires que se

exponen en las playas de la isla).

Confieso que hasta hoy no había visto nada pa-

recido. *Tomados del libro Bitácora de una navegación efímera de Uli-

ses Paniagua.

Carmen Parra

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74 El Búho

Fragmento 10

Caso raro fue el Trepama-

dres, a quien le hubiera

gustado poseer un billar.

Ex coime, sin necesidad de empleo,

de padre rico, habría seguido por

ese camino, si no cae en la correc-

cional… Se recibió de abogado

por Papito Leo. ¿Cuántos lerdos

trabajan agüevados en profesio-

nes diversas? dijo Leo. Estorban y

provocan el desempleo a quienes

tienen vocación y voluntad genui-

nas. En el arte buscan fama o

chamba por la chamba misma.

Los clasemedieros, lic, ambi-

cionan casa en Cuernavaca y bus-

can habitaciones de tiempo com-

partido en la playa, y los hijos casa en colonias de nuevos ricos…

Eso lo digo yo y, al decirlo, me parezco, sospecho, a Leo y a nuestra

vecina, la Gandini. Ella Nos trataba como analfabetos recién llega-

dos al DF desde la pampa mexicana, y él como recién llegados a su

galaxia…

marCo aUrelio Carballo

Jesús Anaya

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confabulario 75

Los padres clasemedieros, lic, mueren por tener

profesionista en cada hijo, ambiciosos o no. Como

si bastara desearlo o aportar el dinero con o sin

sacrificios. Como si el hijo no necesitara vocación

o sueños a realizar. “Excepto mi madre”, quisiera

decir. Mentiría.

El rico tiene el mal gusto de ostentar sus pose-

siones, dijo Papito Leo, aferrado a su cuba, y el po-

bre lloriquear su jodidencia. Sólo el rico avaro y

mezquino, oculta su riqueza. El rico, cínico y el po-

bre incapaz de asumir, digno, la pobreza. Quejico-

sos y pedigüeños creen ser los únicos acorralados y

suponen a la humanidad obligada a resolvérselos.

¿Por qué el discurso de Papito Leo? Quién sabe.

Leía el periódico y yo una novela. Aguardé en silencio.

Pero no dijo más.

Fragmento 11

Desde el momento en que la Rott, mi jefa, aprendió

a darse cuenta de que un libro era denso, aburri-

do, desde el primer párrafo, desde la primera fra-

se, temió estar saturándose de lecturas demasiado

serias, dijo. Es decir, aburridas, desprovistas de la

profundidad pretendida por el autor y de la nitidez

necesaria. No quería ser como ellos. Cometer el

peor crimen del escritor, aburrir. Un crimen impune

debido a la cantidad de cómplices con los cuales

contaba a lo largo del proceso. “Incluso aprendió

a descubrir al autor aburrido desde el título”, pre-

sumía, batiendo la palma de las manos, como en

un seco aplauso. “Desde ahí me las huelo”, dijo.

“Entre más profundos pretenden ser más fallidos o

pretenciosos resultan los títulos de los escritores

autoerigidos en genios, la mayoría. El segundo cri-

men era no entenderles, releer dos tres veces una

frase. A veces muchas más y abandonarlo sin haber-

lo entendido, y el tercero y no menos importante, es

la falta de cohesión, de unidad, esto es, los cabos

sueltos esparcidos a lo largo del texto.

Aunque para dictaminar originales y pedir

su publicación, o vetarlo careciera de voz y voto,

la Rott ejercía un pequeño poder en la supresión

de erratas y de errores. ¿Dónde y con quién iba a

ejercer su innata voz de mando si debía consultar

a los autores toda modificación por diminuta que

fuera o y sin aparente importancia?, el cambio de

lugar de una coma o la sustitución de un punto

y coma por un punto y seguido, y atenerse a las

opiniones del autor, acataran o no las correcciones

de ella. Un mando disminuido, menor, pero irrenun-

ciable y, al contrario, disfrutable a plenitud y con

suprema delectación. El triunfo del corrector sobre

el autor, un narcisista sediento de admiración y de

fama, de lectores aplaudiéndole como focas, diría el

talentoso Rafael Cardona.

Fragmento 12

Mi mami anhelaba, pues, verme de universitaria,

lic, no de casada. Prefería mantenerme a ser yo la

mantenida. Mas nunca lo fui y a cambio le tuve a

Leo sus mojarras y le compré su ron y pecsis y lavé

sus trusas. Pobrecita de mi mami, pues mis tareas

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76 El Búho

no terminaban ahí. Le faltó enterarse de mi paseo

desnuda. Criada y teibolera en casa sin que su yer-

no encajara nunca jamás un billete en mis chones...

Ella era intuitiva y presintió mi desgracia. Así que le

prometí que esperaría para tener hijos, una vez con-

vencida yo de que… ¿de qué?, ¿del amor de Leo?,

¿de que ya no iba a llamarme fundillona?

Quiero tener nietos, dijo mi madre. Eres mi gran

preocupación, pero si tienes hijos quizá ellos te

desplacen.

Lo decía para estimularme a engendrarlos

fuera quien fuera el padre, quise creer. Pobrecita,

porque la profesora Natalia Ruiz Ruiz no conoció a

sus nietas y no me hubieran desplazado. Mi madre

iba a tener siempre un rinconcito para mí. Ay, lic,

qué cursi.

Resultó fácil convencer a Leo de que esperáramos

el encargo de nuestros hijos. De ninguna otra cosa

logré persuadirlo durante algo así como un cuar-

to de siglo, ¿ajá? Esperemos la casa, le dije, y el ini-

cio de tu carrera política. Mira nomás, Petacona,

dijo él, debo reconocer que eres media lista. ¿Me-

dia?… Estábamos en La Mansión. Él pedía vísceras

y papas a la francesa y yo lomo al jerez y ensalada

de lechuga. Él media docena de cubas. Yo, limona-

da. Él, café, coñac doble y ate con queso. Yo, café.

Si le robaba una de las seis porciones del postre, él

pedía, otra orden.

Aunque Leo era quien trazaba los planes, le

aporté la idea de aplazar la llegada de los hijos y

le permití abrir un compás de espera, como dicen,

mientras se le definía el porvenir. Su plan era avan-

zar de este a oeste, de la Narvarte a las Lomas, tre-

pando deprisa las escalas sociales. No al nivel del

Trepa, clase media media, sino de la gran burguesía.

Fundir en su persona el poder político y el económi-

co, ¿ajá?

.

Fragmento 13

Después de vivir en las colonias Portales y

Narvarte, Leo ambicionaba mudarse a las Lomas

sin pasar por las colonias Del Valle o la Nápoles.

Quería mudarse de casa, de clase social y de vieja.

Cambiar de vieja cada tres años, digamos, como

quien actualiza el modelo de su automóvil.

Estas ambiciones, ¿tenían qué ver con el

propósito de empezar a escribir por fin su libro?

Porque él también quería escribir, y volumino-

sos tratados, no ensayos. ¿Ya le conté?… A veces

abordaba el tema, sin aportar mayores detalles.

No por discreto. No porque se lo interpretaran

como alarde ostentoso de su talento de escritor

ensayista. “Avancemos”, dijo, “mientras poda-

mos, mientras llegamos a nuestro límite”, dijo.

“Porque yo todavía tengo camino por recorrer…

Aunque los bárbaros ya están aquí. Bien pujantes,

impertinentes los Igualados y Abusivos.” ¿De qué

hablas?, le pregunté. “De los mercaderes ambu-

lantes”, respondió. “Clasemedieros que torean al

fisco y se entrenan con los inspectores y con la

policía juanetuda y de pies planos”. Dales opor-

tunidad, dije por decir. “No la necesitan los culéis.

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confabulario 77

Vienen muy cabrones”, dijo Leo. “Ya invadieron

los Sanborns, chancludos y en calzones”.

La jungla del asfalto, seguí hablando por

hablar. ¿En qué te afectan?

No descarté el plan de que Leo pensara com-

prarle a su amante un palacete. Pero el segundo

frente me decepcionó, lic. Quién sabe por qué

una es así. Lo digo porque si ella tuviera estudios

universitarios y fuera guapa y rica, sentiría me-

nos rencor…

No, lic, Leo rehusó casarse por la

iglesia y yo también. Mas recelé. No

porque yo deseara casarme de blanco,

sino porque detesto las mentiras. “Casar-

nos por la iglesia impedirá mi ingreso a

la masonería”, dijo él. No es un impedi-

mento, ¿verdad, lic?

Fragmento 14

Está en la naturaleza del poeta vivir en

soledad y, si no, soy la excepción. Incluso,

si Leo hubiera pedido arrejuntamiento,

acepto, pues tampoco creo en el matri-

monio, lic. Es que para hacer cumplir la

ley, no hay seguimiento, como dicen los

burócratas.

El hombre puede llevar también una

pesada carga. Lo sé. Pero me pregunto

¿cómo hacerle para que se cumplan los

acuerdos?... ¿Se imagina, lic, a inspecto-

res supervisando las uniones conyugales y

evitar el abuso de uno sobre la otra, o viceversa? Al

contumaz, ¿disuadirlo a cachiporrazos? ¿Dos gen-

darmes, aferrados a la cacha de la pistola, detrás de

Leo, enmandilado, fruncido, lavando platos?

Mi madre aceptó mi boda al vapor sólo por lo

civil. Puras decepciones para ella... No fui profesora.

No cursé carrera alguna. Mi novio, abogado y cate-

drático, se decía izquierdista y librepensador. ¿Es-

taba desarmada ante él? ¿Debió mamá dotarme del

armamento necesario? Leo era liberal respecto a los

Roger von Gunten

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78 El Búho

tragos y a la comida, y a cuanto le conviniera a sus

amigos y a él. La criada debía mantenerse alerta, al

alcance de la mano pero sin confiancitas y sin en-

trometerse. Sus cuatachos podían necesitar hielos,

otra botella, un trapo húmedo porque derramarán

el, ése sí, vital líquido. No es queja ni crítica, es

recreación.

¿De qué escribiría yo de no haber llevado esta

vida? Historia tengo, pero ¿será suficiente? Me preo-

cupa hallar el tono nada quejicoso y menos criti-

cón, chocantes para mí. Propios de Leo… Hay dos

peores, el del chantaje sentimental y el autocom-

pasivo. Reconozco la influencia de Leo en el habla,

pero rectifico si me descubro quejicosa o criticona.

“Ay, mamá”, dicen Alba Lilia y Yolanda, “hablas como

Leoncito Bubú, que es como ellas, malvaditas, lla-

maban al padre a espaldas de él… Yo también repito

palabrejas de doña Juanita. Pero de la Rott nada…

Aunque Leo y yo nunca jamás hubiéramos termina-

do pareciéndonos en el físico, estoy segura, como

les sucede a ciertas parejas, dicen.

Fragmento 15

En cuanto al tono me gustaría obtener para

mi libro un tono equilibrado, lic. Al escribir

poesía ni lo busqué ni lo practiqué. Lo de-

terminaba mi estado de ánimo a la hora de

escribir. Mas la narrativa funciona de manera

distinta, según me he dado cuenta en mis

prácticas. Me pregunto ¿quién dijo que el

narrador debe tener un diamante de hielo

en el corazón al escribir? ¿Flaubert? ¿Dia-

mante o gota de hielo? ¿Las habrá de hielo?

Mejor perlas… Puede haber gotas de sangre

helada, no cubos de sangre. En la época de

Flaubert había hielo, pero ¿cubos como los

del trago de Leo?

Perdón por estas lucubraciones.

Debiera hacer ejercicios para mantener

el espíritu en paz y obtener ese equilibrio, lic.

Mas ¿cuáles ejercicios? La caminata es im-

posible debido a la falta de tiempo, también

Damián Andrade

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confabulario 79

debido a los vendedores ambulantes y al tránsito.

¿Recuerda a los pájaros cayendo muertos por el es-

mog?... Ahora están muriendo las abejas... Muchos

fuman mientras escriben y otros beben y se inyectan

o inhalan. Yo, nada. Aunque siento ganas de inten-

tarlo, ¡je! ¡je! Ojalá todo eso resulte innecesario. Café

o té, sí… Bueno, me he echado mis palomas, je.

El matrimonio pudo haber sido de prueba para

Leo, no para mí. De haberse enriquecido como fun-

cionario público o como abogado, se divorcia, o me

lleva de criada a la casa chica, o nos lleva de criadas

a su segundo frente y a mí a las órdenes de ésta

a un tercer frente... Muerto de risa. Me abandonó,

o nos abandonó, por otra clase de muerte, je je... La

de a devis.

Mamá debió creer que con marido yo iba a pasar-

la mejor que ella, madre soltera. Ella había traba-

jado en casa de un finquero como ama de llaves

mientras estudiaba la escuela normal.

Años después viajó al DF embarazada, triste y

con vergüenza, imagino, porque si no se hubiera

quedado o regresado a Comitán con mis abuelos.

Fragmento 16

Cuando yo le preguntaba de su último año en

Tuxtla Chico, mamá guardaba silencio. Em-

barazada, mi padre se desentendió de ella, lu-

cubro. Él pudo haber sido un hijito de papá,

mas igual el patrón y casado y con hijos y con

varias amantes. Si mi padre era un cacique y

mamá no quiso abortar, qué escalofrío, lo me-

jor para nosotras fue que ella se esfumara.

Habría sido fácil atropellarla en una calle

desierta de haber reclamado equis derecho

y mi padre fuera de entrañas diabólicas. Mi

madre debió considerarse afortunada con su

mudanza a la gran urbe. Las plazas de maes-

tro, como los cambios de plaza, están al me-

jor postor en el mercado negro. Mi padre, en

tanto buena onda, podría haber efectuado

el trámite pagando con el consentimiento de

mi madre, o sin su consentimiento, presionán-

dola, acosándola.

Ella me llevó al registro civil del DF. No sé

más. Mi nombre completo, lic, es Rosacruz

Ruiz Ruiz. Son los dos apellidos de mi madre,

doña Natalia. Ella murió sin revelar mayores

detalles de su vida.

Mi única pariente pues, mi madre, está

muerta. De mi padre supe vaguedades. Ni si-

quiera por presunción, mi madre admitió que

él fuera alemán o español. Los hay en el So-

conusco. Han poblado la región desde aztecas

hasta chinos, japoneses, italianos, alemanes,

árabes, franceses. También orientales, si bien

de ellos no tengo nada en el físico. Aunque

me encanta la comida china. Yo soy idéntica a

una hermana de mi madre, según ella. Muchos

huyen hacia el sur y se arraigan en el Soco-

nusco atrapados por la feracidad de la región

y por sus mujeres, según cuentan, o se siguen,

avanzan más allá del sur del sur. *La novela tiene el título de: El último protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las narices de mango.

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80 El Búho

Riptus

Me propongo

firmemente

explorar

la geografía

de tu cuerpo

sus mapas

sus caídas

sus muelles

y precipicios

te llueve arena

sol

y un remolino

todo

es motivo,

tormenta

y me pierdo

ante la puerta eterna

de tu olvido.

milena solot

Mirza

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confabulario 81

Lejos

libros

y

labios

dedos

que me derrumban

geografía

que me pierde

mapas que me

aíslan.

Piedras

Vaho se hacen los ríos de mis venas

y la constante angustia

de no tenerte dentro

son como nubes quebradas

en tu piel que anhelo

me turbas los ojos

no veo nada

me privas de más,

todavía

me hago pelota

de pelusa

que con el viento

shuuush

se esfuma

hace tiempo

en una mañana de aquéllas

nos prometimos

tantas cosas

y ahora

vaho se hacen los ríos de mis venas

y agua inunda mi cuerpo

que no es.

Lo fatal

esto

ahora

es siempre

noto tus

labios que bailan

y tu saliva

que me perfora

y lloro

por volver

Odagrame

La otra ella, menos

la que se conforma

cuando llegas.

Te libera de tus masas

de tus ellas más

te diga durazno

te diga friolento

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82 El Búho

la otra ella

la que se quede

entre tus sábanas

la que conspire

contigo

un lunes cualquiera

de diciembre

la que te mire y sepa que ríes

o lloras

o cantas

la que no te conozca

ni hoy

ni nunca

y te sepa un pozo infinito

y un extraño

cada beso de mañana.

Medianoche

Atrás de la cama de piedra

habita la víbora de cascabel

la encontramos en su lecho

sangre azul

y azul su piel

azul tus dedos

tiemblo y tiemblas a mi lado

conocemos estos rumbos

hay que matarla

Tomas el machete

y la destajas

azul se nubla mi vista

azul es el mundo que nos rodea

y la cola sigue a su ritmo

y nos baila

perdonándonos.

Lo Nuestro

Descubro que te tengo

y me haces torcer la rodilla

que los campos y los mares

son más sal y tierra si te tengo

Tu ombligo me mira

y descubro que te tengo

en el pasar de los días

y los años

y el agua que rodea tu cuerpo infinito

porque somos agua

y televisión

y porros de medianoche

y madrugadas de leche y llanto

Te he invitado antes

roja se verá la cama

el amor se toca

contigo

Page 58: 26 El Búho - revistaelbuho.com · En el sendero cruel de la vida ... situados al frente del caminante. La opresión ... parecía estar recostada en la acera, subyugada como en una

confabulario 83

en cada momento

de contemplación y de

sorpresa

descubro el patio

aguardando tus pasos

descubro el paso del tiempo

en mi rostro

en el cuerpo también

descubro

te descubro

y atrás quedó el olvido

y la melancolía de lo ajeno.

Insignificancia

Te haces nieve

yo tierra

lloro

y saliva se hace el ombligo

tú y tus domingos

de libreros repletos

de bosques a mediodía

yo y mi

melodía del hervor de la leche

Pájaros que trazan su sombra

aquí estamos, al fin

escapando por la ventana

encontrando aquella

manía

de puentes y tierra con nieve

Francisco Tejeda Jaramillo