26 Teorico Moderna 26 2012 Campagne

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Materia: Historia Moderna Cátedra: Campagne Teórico: 26 Fecha: 15 de noviembre de 2012 Tema: De la demonología radical a la caza de brujas (I): la definición del fenómeno; periodización de la caza de brujas: cuatro fases y un hiato. Dictado por: Fabián Alejandro Campagne Revisado y corregido por: Fabián Alejandro Campagne -.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-. -.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.- Profesor Fabián Campagne: La idea es dedicar las tres clases que restan al punto 3.6 del programa, titulado “De la demonología radical a la caza de brujas: la construcción del enemigo interior”. Antes de comenzar debo aclarar que la clase de hoy va a resultar eminentemente descriptiva, porque necesitamos en primer lugar precisar y definir el fenómeno del que estamos hablando. El teórico de mañana, por el contrario, va a resultar mucho más analítico. Hoy no tenemos más remedio que describir. Así que aquellos que se suelen sentir abrumados por la superabundancia de fechas, nombres y estadísticas, tengan un poco de paciencia. La próxima exposición va a tener un carácter mucho más conceptual. Vamos a comenzar describiendo el fenómeno. ¿Qué fue la gran caza de brujas temprano-moderna?. En los 250 años que se extienden 1

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Materia: Historia ModernaCátedra: Campagne Teórico: 26 Fecha: 15 de noviembre de 2012Tema: De la demonología radical a la caza de brujas (I): la definición del fenómeno; periodización de la caza de brujas: cuatro fases y un hiato. Dictado por: Fabián Alejandro CampagneRevisado y corregido por: Fabián Alejandro Campagne

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

Profesor Fabián Campagne: La idea es dedicar las tres clases que restan al punto 3.6 del

programa, titulado “De la demonología radical a la caza de brujas: la construcción del enemigo

interior”.

Antes de comenzar debo aclarar que la clase de hoy va a resultar eminentemente descriptiva, porque

necesitamos en primer lugar precisar y definir el fenómeno del que estamos hablando. El teórico de

mañana, por el contrario, va a resultar mucho más analítico. Hoy no tenemos más remedio que

describir. Así que aquellos que se suelen sentir abrumados por la superabundancia de fechas,

nombres y estadísticas, tengan un poco de paciencia. La próxima exposición va a tener un carácter

mucho más conceptual.

Vamos a comenzar describiendo el fenómeno. ¿Qué fue la gran caza de brujas temprano-moderna?.

En los 250 años que se extienden entre 1430 y 1680 Europa occidental –y aquí hay que subrayar la

referencia geográfica para marcar la diferencia con Europa oriental– se vio inmersa en la

persecución masiva de un crimen imaginario. Ésto fue la caza de brujas: la persecución masiva de

una conspiración inexistente, de un delito inventado, yo diría más, de un delito imposible, de un

crimen de imposible realización. Pese a ello, la represión provocó por vía judicial la muerte de entre

40 mil y 50 mil personas. Aclaro “por vía judicial” porque adrede dejo afuera los linchamientos de

carácter más o menos espontáneos, que resulta imposible cuantificar, y que continuaron en algunos

casos hasta muy entrado el siglo XX. De lo que estamos hablando es de condenas a muerte dictadas

por tribunales laicos y eclesiásticos entre los siglos XV y XVIII.

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La caza de brujas comienza abruptamente hacia 1428. Se trata de un fenómeno cuyo inicio se

puede fechar con precisión. Esta abrupta solución de continuidad con el pasado medieval es, de

hecho, uno de los grandes problemas que los historiadores dedicados a este campo historiográfico

específico vienen tratando de resolver desde hace más de 150 años.

Los propios teólogos que durante el Renacimiento describían el fenómeno en términos teóricos y

los juristas que justificaban la represión en términos prácticos, es decir, los ideólogos y los agentes

de la represión, tenían absoluta conciencia de que se trataba de un fenómeno nuevo, sin precedentes,

de que se estaba persiguiendo un delito hasta entonces desconocido, una amenaza de nuevo cuño.

La mayoría de las víctimas que produjo la caza de brujas en sus 350 años de historia (incluyo ahora

tanto Europa Occidental como Oriental) mueren en los 60 años claves que se extienden entre 1570 y

1630, las seis décadas de “la gran caza de brujas propiamente dicha”. Se trata de un dato

interesante, porque revela el carácter irreductiblemente moderno que tiene esta persecución. No son

los supuestamente oscuros y supersticiosos medievales los que cazan brujas, sino los racionales y

sofisticados renacentistas. La represión judicial de la brujería es un fenómeno de la modernidad.

Aquellas que se encendieron con el propósito de incinerar brujas de 1430 en adelante eran hogueras

de la modernidad. La caza de brujas fue parte del proyecto moderno, de hecho, el lado más oscuro

de dicho programa.

Se calcula que el 80 % de las víctimas de la caza de brujas fueron mujeres. Esto significa que un 20

% de víctimas fueron varones. En otras palabras, entre 8 mil y 10 mil hombres fueron condenados a

la pena capital por el mismo delito que se atribuyó a cerca de 40 mujeres. Ello quiere decir que la

caza de brujas fue, evidentemente, un fenómeno género-relacionado, porque de lo contrario no se

entendería el 80 % de víctimas femeninas. Pero no fue de ninguna manera un fenómeno género-

determinado, porque de lo contrario no se podría comprender el 20 % de víctimas masculinas.

Para los jueces laicos y eclesiásticos involucrados en la represión, lo que se estaba persiguiendo de

1430 en adelante no era un delito individual sino un crimen colectivo. Lo que se perseguía era una

conspiración liderada por el demonio en persona, quien había organizado un asociación secreta

destinada a subvertir el ordo cristiano, a arrancar a la divinidad el control de la creación. Se trataba

de una nueva herejía, de la más potente de todas las creadas hasta entonces: una secta de adoradores

del demonio. Ésta es la amenaza que aquellos agentes judiciales imaginaban perseguir durante el

Alto y el Bajo Renacimientos.

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Esta persecución masiva se basó en una de las expresiones más ambiciosas de la teoría del complot

jamás creadas por la cultura occidental, una de las expresiones más acabadas del teorema del

enemigo interior: el estereotipo del sabbat. La demonología radical postulaba que los integrantes de

la nueva secta se reunían por las noches en espacios vírgenes para tributarle honores divinos a su

líder y fundador, el demonio (el sabbat era, antes que nada, una diabolofanía, una bizarra

manifestación de Satán), y para planificar futuros atentados contra la república cristiana. Estas

asambleas nocturnas tenían carácter periódico, y se organizaban en torno de esquemas rituales muy

elaborados (a medida que nos aproximamos al siglo XVII, de hecho, el sabbat adquiere cada vez la

apariencia de una contra-Iglesia, de una Iglesia invertida).

En un comienzo, estas asambleas nocturnas recibieron el nombre de “sinagogas”. Pero desde las

décadas finales del siglo XV el término que terminó imponiéndose fue el de “sabbat”. Ustedes ya

habrán detectado la evidente vecindad entre ambos términos y la ritualidad judía. Sin embargo allí

empiezan y acaban los puntos de contacto entre el antijudaísmo tardomedieval y la caza de brujas

temprano-moderna. A pesar de los préstamos lexicales a los que estamos aludiendo, siempre fueron

fenómenos que discurrieron por carriles separados. A las brujas y brujos se los acusó de incurrir en

los más atroces delitos en el sabbat, pero jamás se los acusó de practicar rituales judíos; los

adoradores de Satán profanaban rituales cristianos pero nunca practicaban el judaísmo. De la misma

manera, a la minoría judía se la acusó de las peores atrocidades en la Baja Edad Media.

Recordemos, si no, el infame libelo de sangre, que acusaba a los hebreos de apoderarse de la hostias

consagradas para profanarlas, o de secuestrar niños cristianos durante Semana Santa con el objetivo

de crucificarlos o asesinarlos entre horribles suplicios. Sin embargo, jamás los judíos fueron

acusados de participar del sabbat. En España, estas asambleas nocturnas recibieron inicialmente el

nombre de juntas, juntamientos, o ayuntamientos. Hasta que en torno a 1610 nace una palabra

nueva, que se convertirá en el equivalente español del sabbat centro-europeo: aquelarre. En idioma

vasco el término significa algo así como “pradera de la cabra macho”.

Fue esta construcción de la alta cultura teologal, el sabbat, la que permitió que se configurara una

verdadera cacería judicial. ¿Por qué? Porque si el crimen perseguido tenía carácter colectivo, y si

los complotados tenían la costumbre de reunirse por las noches para venerar a su líder, cuando un

sospechoso de pertenecer a la secta caía en manos de la justicia, lo primero que el magistrado iba a

desear conocer eran los nombres de sus cómplices. Lo primero que los jueces iban a exigir a los

sospechosos del crimen de brujería era la delación de los restantes miembros de la conspiración. Al

mismo tiempo, y dada la gravedad del crimen de brujería así construido, los agentes de la represión 3

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de recurrieron desde el primer momento al método inquisitorial, que habilitaba el uso del tormento

judicial en aquellos crímenes que podían llegar a poner en peligro la supervivencia misma del

estado. Fue la combinación de ambos factores –el carácter colectivo del delito y el recurso a la

tortura– la que convirtió a la serie de delaciones en una cadena tendencialmente infinita. Bastaba

con que un magistrado apresara a un supuesto sospechoso de pertenecer a la secta y lo interrogara

bajo tormento, para que de inmediato obtuviera los nombres de gran cantidad de supuestos

cómplices. Muchos de éstos hombres y mujeres sindicados como demonólatras a su vez serían

apresados e interrogados bajo el mismo procedimiento, lo que pondría a disposición de la justicia un

nuevo fichero de sospechosos, y así hasta el infinito. Está demostrado que durante la peor fase de la

caza de brujas, que transcurre durante las décadas iniciales del siglo XVII, las persecuciones de alta

intensidad terminaban simplemente porque autoridad local adoptaba la decisión política de ponerles

fin, dado que la maquinaria judicial estaba preparada para continuar actuando sine die.

¿Qué sucedía en el sabbat según los expedientes judiciales producidos durante los siglos XVI y

XVII? Analicemos en primer lugar una descripción relativamente tardía. Fue redactada unos 170

años después del comienzo de la caza de brujas en el continente. La hallamos en el más ambicioso

de los tratados demonológicos temprano-modernos, las Disquisitionum magicarum (Disquisiciones

mágicas) del jesuita español Martín del Río, residente en los Países Bajos del sur. Este libro fue

editado en Lovaina en dos tomos, entre 1599 y 1600. Dado que se trata de una descripción tardía,

resulta extremadamente rica en detalles: van a ver ustedes cómo los diferentes mitologemas que

componían el estereotipo del sabbat se acumulan uno sobre otro como si fueran capas

arqueológicas. Leo el fragmento: “Los teólogos mencionados traen varios casos y confesiones de

reas a colación. Voy a resumir los mas importantes. Por lo que respecta al palo o bastón, lo suelen

untar con un ungüento preparado con variedad de ingredientes muy sosos, en especial con manteca

de niños asesinados; pero otras veces no es el bastón lo que untan, sino las piernas u otras partes

de su cuerpo. Así ungidas, suelen viajar montadas en un palo, horca, rueca o percha, apoyándose

en un pie, o bien montadas en escobas en una caña, toro, puerco, macho cabrio o perro. Por todos

estos medios, suelen trasladarse a la fiesta de la buena sociedad, como llaman en Italia a su

convención. Una vez allí, se enciende por lo general una gran hoguera, siniestra, espantosa. El

demonio preside sentado en su trono, en forma horrible, casi siempre de macho cabrío o de perro.

Se le acercan para adorarle, mas no siempre del mismo modo; unas veces de rodillas, otras

andando de espaldas, y ocasionalmente con las piernas por alto. Ofrécenle luego velas de pez o

cordones umbilicales, y en señal de homenaje, le besan el culo. ¿Y qué hay de éso de que alguna

vez, remedan el sacrificio de la misa, como sumo sacrilegio, o el bautismo, o ritos semejantes de los

católicos?. Voy a demostrar que ésto es así: ofrecen al demonio la sagrada hostia, que retuvieron 4

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en la boca al comulgar, y allí mismo, delante del demonio, la pisotean. Cometidas estas maldades y

execrables abominaciones y otras parecidas, pasan a sentarse a la mesa a celebrar un convite de

manjares que proporciona el diablo. A veces bailan antes del banquete, a veces bailan después. Al

convite asisten unas veces a cara descubierta, otras oculta por una mascara, pañuelo, capuchón, o

careta. A veces, desfilan ante el demonio con velas encendidas, para besarle y adorarle entonando

en su honor cantos de gran obscenidad. Y todo lo dicho lo realizan de manera ridícula y al revés.

Es entonces cuando muy feamente se aparean con sus demonios amantes”. Fíjense como

claramente actúa en este fragmento una lógica de inversión, que guarda puntos de contacto con la

mitología del carnaval. El sabbat no deja de ser un carnaval horrendo, un mundo al revés de

contornos siniestros antes que festivos. Continúa Martín del Río: “Por ultimo, proceden a relatar

cada una de sus fechorías realizadas desde la ultima asamblea. Cuanto más graves y execrables,

más alabadas son. Los descuidados que nada tengan que contar o solo pequeñas atrocidades son

azotados de la manera más brava por el demonio, o por un grupo de los más antiguos. Y como

despedida, reciben unos polvos o venenos. La vuelta a casa la hacen a pie los que viven cerca, y los

que no, como vinieron”.

I

Identificamos en este fragmento de las Disquisitionum magicarum los componentes claves del

estereotipo del sabbat, a saber:

1. El vuelo o traslado nocturno al lugar de reunión, la famosa transvección aérea de las brujas.

2. El ungüento o crema que facilitaba o posibilitaba dicho traslado por los aires.

3. El asesinato de niños o puericidio.

4. La presencia real del demonio, por lo general bajo aspecto teriomórfico.

5. La adoración del demonio, la apostasía.

6. El ósculo infame.

7. Las blasfemias y sacrilegios, que incluían el remedo de los sacramentos cristianos y en particular

el mancillamiento de la hostia consagrada.

8. El banquete y el baile.

9. El coito indiscriminado, que llegaba hasta la sodomía y el bestialismo.

10. El relato de las maldades llevadas a cabo desde la última reunión.

11. La entrega de polvos o venenos para continuar realizando actos malignos en el futuro.

Ven ustedes que el sabbat se configuraba como la anti-sociedad por antonomasia, un colectivo

diseñado para violar de manera sistemática los principales tabúes en torno de los cuales se

estructuraba la civilización judeocristiana. En el sabbat los brujos y brujas cometían incesto,

sodomía, infanticidio, canibalismo, bestialismo, idolatría, sacrilegio, apostasía…5

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Para terminar de comprender en términos conceptuales la especificidad que la brujería adquiere

durante la primera modernidad, se hace necesario diferenciarla de la hechicería y del maleficium

tradicionales. La mayoría de los estatutos criminales arcaicos, desde el código de Hammurabi hasta

los fueros españoles, pasando por la Ley de las XII Tablas y las codificaciones de los reinos

romano-germánicos, contemplaban diferentes variedades de lo que los latinos llamaban crimen

magiae, ésto es, la posibilidad de dañar a distancia la integridad física y los bienes de terceros. Se

trata del fenómeno que el antiguo derecho romano definía como crimen de maleficium, y que los

antropólogos modernos asocian con la noción de hechicería clásica.

¿Cuál es la diferencia entre brujería y hechicería? Ya hemos dicho que la brujería que se persigue de

1430 en adelante en Occidente se caracterizaba como un crimen colectivo. La hechicería

tradicional, por el contrario, tiene un carácter fuertemente individual y solitario. Este el motivo por

el cual resultaba imposible, o al menos muy difícil, montar una cacería judicial en torno de la

noción de hechicería. Si un magistrado a fines de la Edad Media o a comienzos de la Edad Moderna

arrestaba e interrogaba a un sospechoso de hechicería, los únicos nombres que podría

eventualmente arrancarle serían los de su maestra y los de su discípula. A lo sumo podía exigírsele

que proporcionara los nombres de los clientes que la consultaban. Pero nada más.

Para que veamos todavía mejor la diferencia entre las dos nociones que estamos tratando de

especificar, voy a leer un interrogatorio-modelo redactado cien años antes del comienzo de la caza

de brujas, a mediados de la década de 1320. Forma parte de la Practica Oficii Inquisitionis Heretice

Pravitatis, del inquisidor dominico Bernard Gui. El cuestionario contiene una extensa lista de

preguntas que según Gui cabía realizar a los sospechosos de hechicería. Cito: “Interrogatorio de

hechiceros, adivinos e invocadores de demonios. Al hechicero que haya que examinar, se le

preguntará por la naturaleza y número de los sortilegios, adivinaciones y evocaciones que conoce y

que le hayan enseñado. Podrán hacerse al acusado las siguientes preguntas. Qué sabe, qué ha

enseñado, qué prácticas ha llevado a cabo para hechizar o liberar a niños. Ítem, se le harán

preguntas sobre almas perdidas, sobre la concordia o discordia entre los cónyuges, sobre la

fecundación de las mujeres estériles, sobre la predicción del futuro, sobre los encantamientos y

fórmulas mágicas para frutos, plantas y animales, a quién ha enseñado estas cosas, y de quién las

ha aprendido u oído (como pueden observar, el rango de nombres por el que se interesa el

magistrado en esa clase de procesos resulta muy acotado), qué sabe de fábulas o encantamientos

para curar las enfermedades. Se indagará particularmente la costumbres de apropiarse de la hostia

consagrada, y la de robar en la Iglesia el crisma y los santos óleos (aparece el robo de la hostia

consagrada, es cierto, tal cual sucedía en el modelo de la brujería, pero en el caso de la hechicería la 6

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intención era utilizar la eucaristía como un ingrediente más de las pociones; no se robaba el

sacramento con la intención de mancillarlo durante un ritual colectivo). Se le preguntará de quién

ha obtenido tales enseñanzas, desde cuándo comenzó a ejercer tales prácticas, cuáles y cuántas

personas han ido a consultarle especialmente durante el año en curso” (a los clientes se los podía

acusar de complicidad pero no de haber incurrido ellos mismos en delito de hechicería), si ya se le

había prohibido dedicarse a tales prácticas y por quién, si había abjurado de ellas, y si había

prometido no dedicarse más a ellas. Si cree en la realidad de cuanto se le ha enseñado, y finalmente

qué recompensas o beneficios o regalos ha recibido por sus actividades”. Ven ustedes que lo que se

desprende de este interrogatorio standard es que lo que se está reprimiendo no es tanto una secta

misteriosa cuanto una práctica prohibida, el ejercicio ilegal de una profesión antes que un ominoso

complot. La hechicería tradicional no configuraba un crimen colectivo sino un clásico delito

individual.

Queda claro, pues, que el modelo de la hechicería tradicional existió desde mucho antes que la caza

de brujas comenzara en Europa c. 1430 –probablemente hunde sus raíces en la noche de los

tiempos– y continuó existiendo mucho tiempo después de que la persecución cesara en Occidente

hacia 1680 –de hecho, la creencia en la magia negra, los “trabajos” y los maleficios, continúa

existiendo hasta el presente.

El estereotipo del sabbat incorporó elementos del modelo de la hechicería clásica. En la Edad

Moderna a las brujas también se las acusaba de provocar maleficia. Acabamos de ver que al

finalizar el sabbat el demonio entregaba polvos y venenos a sus servidores para que continuaron

dañando la salud y las propiedades de sus vecinos de comunidad. Pero lo que realmente definía el

crimen de brujería en la Edad Moderna no era el maleficio ritual ni la hechicería convencional, sino

la asistencia al aquelarre. A partir de 1570, de hecho, durante la gran caza de brujas propiamente

dicha, bastaba con que un sospechoso confesara su participación en la asamblea nocturna para que

pudiera imponérsele la pena de muerte. Admitida su participación en el sabbat ya no resultaba

necesario probar la existencia de maleficios o daños colaterales de cualquier índole. Eran tan graves

los crímenes que según la demonología radical se cometían en dichas reuniones –asesinato de recién

nacidos, ingestión de carne humana, profanación de la eucaristía, bestialismo…– que con ello

alcanzaba para aplicar a cualquier reo el peor de los castigos. Los supuestos brujos y brujas

temprano-modernos no subían a la hoguera porque dañaban la integridad física o la propiedad de

terceros sino porque incurrían en un interminable listado de crímenes nefandos, delitos cuya sola

verbalización ofendía a la divinidad.

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* * * *

Hasta acá la definición del fenómeno. Vamos ahora a proponer una cronología de la caza de brujas

entre 1428 y 1782. Vamos a dividir la evolución de la persecución en cuatro fases y un hiato. La

primera fase abarca los cien años fundacionales, que se extiende entre c. 1430 y c. 1530. Hacia

mediados de la década de 1520 comienza una interrupción, un hiato, que según las regiones

europeas se extendió durante 40 o 50 años. Hacia 1570 la segunda fase, la gran caza de brujas

propiamente dicha. La tercera fase abarca el resto del siglo XVII, desde 1630 hasta 1700. Y la

cuarta y última, cubre el período 1700-1782.

Vamos a comenzar con los cien años fundacionales. La primera caza de brujas de la historia europea

puede fecharse con extraordinaria precisión. El primer caso documentalmente comprobado de

represión judicial de la brujería entendida como crimen colectivo estalla en diciembre de 1427 en la

ciudad de Sión, capital del cantón de Valais, en el oeste de la Confederación Helvética [ver mapa

1]. En apenas 18 meses murieron en la hoguera 200 hombres y mujeres acusadas de pertenecer a la

nueva secta de adoradores del demonio. Queda claro, pues, que la caza de brujas comenzó en un

escenario extremadamente específico: los Alpes occidentales. Esta primera caza de brujas de la

historia es interesante porque la represión fue impulsada simultáneamente por los poderes laicos y

eclesiásticos, por la autoridad civil y por la Iglesia: en el alto Valais, la represión la llevaron

adelante jueces seglares, designados por el principal soberano local, el duque de Saboya; y en el

bajo Valais, la represión corrió por cuenta de inquisidores apostólicos designados por el papa.

También en la década de 1430 irrumpieron las cinco descripciones del sabbat más antiguas que se

conocen. Se trata de cinco textos independientes, que no guardan relación entre sí, y que remiten a

cinco géneros literarios independientes, lo cual demuestra el fenomenal impacto que en la opinión

pública local alpina debió tener la súbita emergencia de la brujería entendida como crimen

colectivo. Estas arcaicas descripciones aparecen en obras debidas a la pluma de cronistas locales,

inquisidores dominicos, magistrados seculares, jerarcas eclesiásticos y poetas aficionados. Los

textos a los que aludimos son los siguientes:

1. Hans Fründ, Rapport sur la chasse aux sorciers et aux sorcières menée dès 1428 dans le

diocèse de Sion, redacción c. 1429; manuscrito c. 1438.

2. Claude Tholosan, Ut magorum et maleficiorum errores, 1436.

3. Anónimo, Errores gazariorum, 1436-1437.

4. Johannes Nider, Formicarius, redacción c. 1436-7 (libro III), c. 1437-8 (libros I-II, IV-V).

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5. Martin le Franc, Le Champion des Dames, 1440-1441

Hans Fründ es un historiador regional que redacta esta Relación acerca de la caza de los brujos y

brujas llevada a cabo en 1428 en la diócesis de Sion. Se trata, pues, de la crónica de la primera caza

de brujas de la historia del continente. Claude Tholosan, pos su parte, es un magistrado laico que

trabajaba en el Delfinado al servicio del rey de Francia. El anónimo autor de los Errores

gazariorum era un inquisidor dominico. El Formicarius (Hormiguero) es quizás el texto más

importante de la serie. Nider era un jerarca eclesiástico extremadamente influyente. No sólo

presidió la provincia dominica de Germania sino que fue uno de los organizadores del Concilio de

Basilea. El Formicarius resulta relevante para nuestro tema porque fue una de las fuentes

principales del Malleus Maleficarum, el texto fetiche de la demonología radical temprano-moderna.

Martin le Franc, por último, era un sacerdote y poeta aficionado, secretario de Félix V, el último

antipapa de la historia. Permítanme una reflexión sobre el título del tercer tratado de la serie. El

genitivo plural utilizado por el autor, gazariorum, es el término que en el dialecto del extremo

noreste de Italia se utilizaba para nombrar a los cátaros. Éste es un tratado cuyo título verdadero era,

pues, Errores de los cátaros. Ahora bien, si uno lee su contenido, no encuentra ninguna referencia a

los cátaros históricos, ni a sus dogmas ni a sus ritos. El manual simplemente describe la nueva secta

de los adoradores del demonio. El dato es muy interesante porque revela cómo, por lo menos en un

comienzo, la radical demonización de las grandes herejías tardo-medievales fue un elemento clave

en la elaboración del estereotipo del sabbat. La temprana demonología radical resignifica antiguas

etiquetas, vaciándolas de contenido e introduciendo en ellas nuevos contenidos. La lógica era más o

menos la siguiente: tan perversos habían devenido los antiguos herejes que tras perder la paciencia

en lugar de atacar por separado lo dogmas oficiales de la Iglesia, decidieron negarlos todos a partir

de un gesto simple y contundente: la adoración del demonio.

Durante 30 años, entre 1430 y 1460, la caza de brujas se mantuvo encapsulada en el territorio que la

vio nacer, los Alpes occidentales. Todos los procesos que tuvieron lugar por entonces se

desarrollaron en el arco alpino occidental. Por 30 años la caza de brujas no se movió de dicha

región. Tres fueron los escenarios específicos que asistieron a esta peculiar clase de represión

judicial: (1) los cantones del occidente suizo (Valais, Vaud, Friburgo, Berna, Neuchâtel, Jura,

Basilea, Lucerna, Zúrich); (2) la provincia francesa del Delfinado (aparece en rojo en el mapa 2;

números 38, 26 y 05), la región en la cual actuaba Claude Tholosan); (3) el ducado de Saboya, la

principal potencia político-militar de la región, que abarcaba lo que figura en color azul en el mapa,

es decir, la Saboya histórica (que en la actualidad comprende dos departamentos de la Republica de

Francia) (mapa 2; números 74 y 73) pero también el noroeste italiano, el Piamonte, con su capital, 9

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Torino (mapa 3).

La primera caza de brujas que estalló fuera del arco alpino, la región en la que nació el estereotipo

del aquelarre, se produce recién en 1459: me refiero a la célebre Vauderie d’Arras. Arras era la

capital de una provincia francesa del extremo norte del reino, el Artois [ver mapa 2; número 62].

La Vauderie d’Arras generó un enorme impacto en la opinión pública internacional por varios

motivos. Primero, porque se desarrolló en una ciudad próspera y rica, cuando en el futuro la caza de

brujas tendió a desarrollarse en pequeñas ciudades o bien en ámbitos rurales. Segundo, porque si

bien muchos de los 18 condenados a muerte pertenecían a grupos marginales (prostitutas,

ermitaños, juglares, vagabundos), varios otros integraban la más rancia oligarquía local. Tercero,

porque fue la única caza de brujas de la historia moderna cuyas víctimas fueron rehabilitadas

durante la propia Edad Moderna: 30 años después de celebrado el mega-proceso, el Parlamento de

París consideró un fenomenal error judicial todo lo actuado por los inquisidores dominicos,

rehabilitó pos mortem a los 18 quemados en la hoguera, y ordenó enterrarlos en sagrado y erigir un

monumento en su memoria. Fíjense, una vez más, que el nombre del fenómeno, vauderie, se

relaciona con las grandes heterodoxias bajomedievales. La palabra deriva del término francés

“valdense”. De nuevo constatamos la gran importancia que en el origen tuvo para la construcción

del estereotipo del sabbat la radical satanización de las herejías de los siglos previos.

En 1478 tuvo lugar un evento que terminó de independizar la caza de brujas del arco alpino

occidental. En dicho año, el papa Sixto IV, designó al dominico alsaciano Heinrich Krämer para que

se desempeñara como inquisidor en el sur y en el oeste de Alemania. Krämer latinizará su nombre y

apellido, y por ello se lo conoce también como Henricus Institor. La inquisición medieval era

diferente de la moderna. No contaba con tribunales estantes sino con individuos comisionados para

actuar en un lugar específico, por un tiempo determinado, contra una amenaza particular. Heinrich

Krämer era, pues, uno de aquellos típicos inquisidores medievales: fue nombrado para actuar en una

región del Sacro Imperio con el objetivo concreto de extirpar la nueva secta de adoradores del

demonio. Ahora bien, cuando comienza a ejercer su rol de inquisidor, Institor encuentra una

fenomenal oposición tanto por parte de los poderes laicos como de los eclesiásticos dentro del

Imperio. Uno de sus principales enemigos, de hecho, fue el príncipe arzobispo de Brixen, que lisa y

llanamente lo tildó de “viejo senil”. Evidentemente, la irreductible novedad del estereotipo del

sabbat hacía que muchos teólogos, juristas y príncipes descreyeran de la realidad del complot, que

muchas autoridades dudaran de la existencia de una nueva secta de adoradores del demonio que

debía ser extirpada con métodos tan brutales. Kramer no pudo, entonces, llevar adelante la represión

con comodidad. Fue por ello en 1484 el papa Inocencio VIII debió publicar la bula Summis 10

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desiderantes affectibus, conocida como “la bula de la bujería”, el único documento papal de toda la

historia de la Iglesia que alude en forma directa a la noción acumulativa de brujería. Resulta una

paradoja una paradoja que un documento tan siniestro comience de manera tan melosa

(“Deseándoles con mi todo mi afecto…” sería la traducción más o menos literal del título). Hay que

entenderla como bula ad hominem, un documento redactado para obligar a las autoridades alemanas

a colaborar con Krämer. Vamos a leer un fragmento breve de la bula, que de por sí tiene una

extensión muy reducida: “Últimamente ha llegado a Nosotros, no sin provocarnos la más amarga

de las penas, la noticia de que en algunas partes del norte de Alemania, así como en las provincias,

municipios, territorios, distritos y diócesis de Maguncia, Colonia, Tréveris, Salzburgo, Bremen,

muchas personas de ambos sexos, despreocupadas de su salvación e ignorando la verdadera fe

católica, se han abandonado a demonios, íncubos y súcubos, y por medio de sus encantamientos,

hechizos y conjuras, y otros odiosos embrujos y artificios, han matado a niños que aún se hallaban

en el útero materno, lo que también hicieron con las crías del ganado. Asimismo arruinaron las

mieses de la tierra, las uvas de las vides, los frutos de los árboles y más, a hombres y mujeres,

animales de carga, rebaños y otros tipos de animales, viñedos, huertas, praderas, campos de trigo,

cebada, y cualquier otro cereal. Además, estos malvados persiguen y atormentan a hombres y

mujeres, animales de tiro, rebaños y animales de otras especies, con terribles pesares e impiadosas

enfermedades, internas y externas. Impiden a los hombres realizar el acto sexual y a las mujeres

concebir, por lo cual los esposos no conocen a sus mujeres, que no los reciben. Además, y por sobre

todo, de manera blasfema reniegan de la fe que recibieron por el sacramento del bautismo, y a

instancias del Enemigo de la humanidad se permiten cometer y perpetrar las más espantosas

iniquidades y las más repugnantes abominaciones. Entonces Nosotros, como es nuestro deber, nos

sentimos deseosos de remover todo impedimento u obstáculo que pueda demorar y entorpecer la

gran obra de los inquisidores, así como de aplicar potentes remedios para impedir que la

enfermedad herética y otras infamias difundan su veneno para destruir a la multitud de almas

inocentes. Y como nuestro apego a la fe nos incita especialmente a ello, y para que estas provincias

alemanas que hemos especificado no se vean privadas de los beneficios del Santo Oficio, por el

tenor de estas cartas y en virtud de nuestra autoridad apostólica, decretamos y ordenamos que los

mencionados inquisidores tengan poderes para proceder a la corrección, encarcelamiento y castigo

de cualquier persona, sin impedimento ni obstáculo alguno”.

Dos años después, en 1486, Institor publica en la ciudad de Speyer (Spira) el Malleus Maleficarum.

o Martillo de las hechiceras. Observemos que al autor sigue empleando el mismo término latino

que se utilizaba para designar a las hechiceras (maleficae), aún cuando la palabra ahora remitía a un

crimen de nuevo cuño, a un delito colectivo. Ocurre que el latín es una lengua conservadora, y por 11

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ello, cuando aparecen nuevos referentes en el mundo real (o como en este caso, un referente

ficcional objetivizado) y no existe un término adecuado para describirlos, se resignifican viejas

palabras.

El Malleus Maleficarum fue uno de los grandes éxitos editoriales de la primera Edad Moderna, uno

de los más grandes bestsellers del tiempo de los incunables (la imprenta de Gutenberg acababa de

inventarse apenas 30 años antes; nótese el detalle: la caza de brujas y la invención de la imprenta

son fenómenos prácticamente contemporáneos). Entre 1486 y 1523 el Malleus se beneficio con 12

ediciones diferentes en latín. Durante cerca de 500 años siempre se pensó que el texto había sido

redactado por dos autores diferentes, los mismos que figuran en las portadas de todas las ediciones

publicadas durante la Edad Moderna (que son más de 25): Heinrich Krämer y su colega dominico

Jacob Sprenger. Hace 12 años, sin embargo, en torno al año 2000, uno de los máximos historiadores

de la caza de brujas, el alemán Wolfgang Behringer, hizo un descubrimiento que provocó un

terremoto historiográfico. Demostró, a mi modo de ver de manera sólida y consistente, que Heinrich

Kramer sería el único autor del libro. Sprenger, a pesar de que figura en la portada, no sería sino un

autor de paja. ¿Qué habría sucedido? Sprenger era el titular de la provincia dominica de Germania,

y ante la oposición que su colega Krämer encontraba para desempeñarse como inquisidor

apostólico, habría decidido poner toda su autoridad moral a su servicio. Es por ello que habría

aceptado figurar como autor de fantasía de un texto de cuya redacción en realidad no participó.

Poco tiempo después de haber aceptado realizar esta colaboración, y habiendo tomado

conocimiento de los abusos que se le atribuían a Krämer, Sprenger habría intentado despegar su

nombre del Malleus. Todo indica que dedicó los pocos años de vida que le quedaban a dicho

objetivo. Si efectivamente esto fue lo que sucedió, hay que decir que fracasó estrepitosamente, pues

durante medio milenio el mundo entero lo consideró co-autor de la obra. Esta hipótesis del

historiador Behringer no convenció a la totalidad de los especialistas. Hace poco más de un lustro,

el norteamericano Christopher Mackay publicó una extraordinaria edición bilingüe, inglés-latín, del

Malleus. La edición, la mejor de todos los tiempos, fue publicada por la Universidad de Cambridge

en dos tomos. Ahora bien, respecto de la cuestión de la autoría Mackay no concuerda con

Behringer. Si bien considera que Krämer fue el principal autor del Malleus, también sostiene que

Sprenger participó efectivamente de la redacción. Mackay cree incluso que la primera parte del

libro, la más prolija de las tres, la menos disparatada, es obra de Sprenger. La autoría de Kramer se

concentraría, por el contrario, en la II y en la III parte.

Terminamos así la primera fase de la caza de brujas y llegamos al hiato, un sorprendente alto en la

persecución de la brujería que se extendió durante aproximadamente medio siglo. Un poco por 12

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todas partes, de 1525, la represión judicial de la brujería se interrumpe. El fenómeno cesa, se frena,

casi como si alguien hubiera bajado una palanca o apagado un interruptor. Resulta muy difícil

explicar los motivos de esta solución de continuidad, sobre todo porque cuando la caza de brujas se

reanuda en 1570 lo hará con toda su furia. Lo que sí resulta fácticamente demostrable es que este

hiato coincide a la perfección, cronológicamente hablando, con el fenomenal conflicto religioso

provocado por Lutero y Calvino. La remisión temporaria de la caza de brujas coincide con el feroz

enfrentamiento inicial entre católicos y luteranos en Alemania, y también con la primera década del

enfrentamiento entre católicos y hugonotes en Francia. Si analizamos en conjunto ambos

fenómenos hallamos sentido a la interrupción. En esta era de odio interconfesional, ¿qué sentido

tenía ponerse a perseguir demonios imaginarios cuando los bandos enfrentados contaban con

demonios de carne y hueso a los que masacrar, los respectivos integrantes de las confesiones

rivales? Estas décadas en las que no se cazan brujas son las mismas en las que católicos y luteranos

se matan en los campos de batalla de Alemania, y hugonotes y católicos se degüellan mutuamente

en las calles de las ciudades de Francia.

Pero el hiato llega a su fin y comienza la segunda fase, la gran caza de brujas propiamente dicha. El

primer indicio del cambio de paradigma tiene lugar en 1563, en un pequeño principado

independiente alemán, el condado luterano de Wiessensteig. En Wiessensteig estalla la primera

persecución antibrujeril de importancia desde la década de 1520. En el lapso de pocos meses,

mueren en la hoguera 63 mujeres, acusadas de connivencia con el demonio, acusadas de haber

provocado los episodios climáticos extraordinarios que en los meses previos habían destruido las

cosechas en la región (la magia meteorológica era una de las características distintivas del accionar

de las brujas en el centro de Europa).

Pero la confirmación definitiva del cambio de tendencia, del salto cualitativo que supuso el estallido

de la gran caza de brujas propiamente dicha, fue el mega-proceso que estalló en 1585 en el

principado arzobispal de Trier o Tréveris. Se trató de la primera persecución verdaderamente masiva

de la nueva era. En los meses posteriores a 1585 subieron a la hoguera 368 personas. Tengo que

detenerme dos minutos en este episodio por varios motivos. Primero, es la primera cacería judicial

que estalló en uno de los principados eclesiásticos que pululaban por el sudoeste del Sacro Imperio

Romano Germánico, pequeños islotes de catolicismo contrarreformista en un océano

preponderantemente reformado. Se trataba de mini-estados soberanos cuyos príncipes eran

sacerdotes. Los monarcas de estas teocracias temprano-modernas eran los obispos y arzobispos

locales. En segundo lugar, la persecución en Trier resulta relevante porque provocó la publicación

del primer tratado demonológico de envergadura teológico desde la aparición del Malleus 13

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Maleficarum exactamente un siglo antes. En efecto, en 1589, el obispo sufragáneo de la ciudad, el

jesuita Peter Binsfeld, publicó el Tractatus de Confessionibus Maleficorum et Sagarum (Tratado de

las confesiones de los hechiceros y de los magos). Constatamos una vez más que los autores

continuaban recurriendo al antiguo término latino malefico/a para denotar a los responsables del

nuevo crimen colectivo de brujería. Binsfeld buscó explícitamente instalarse en una tradición, lo

que explica el recurso al mismo genitivo plural que cien años antes empleara Heinrich Krämer. La

única alteración se refiera al género: maleficarum en el caso de Institor y maleficorum en el caso de

Binsfeld. Hay que tener en cuenta que los tratados de demonología radical configuraban un género

fuertemente autorreferencial. En primer lugar, porque se trataba de un discurso que se centraba en

torno de un concepto que carecía de referentes en el mundo real, puesto que el sabbat, como todos

sabemos, no existía como tal. En segundo lugar, porque se trataba de un estereotipo nuevo, de muy

reciente creación. Ni el aquelarre ni la noción acumulativa de brujería se encuentran en los tratados

de Santo Tomás de Aquino ni en la obra de cualquier otro teólogo escolástico. Tampoco vamos a

hallarlos en la producción de San Agustín o de los Padres de la Iglesia del primer milenio. No se

encuentran tampoco en la Biblia. Los demonólogos no tenían más remedio, pues, que citarse a sí

mismos, o bien a la evidencia que extraían bajo tormento en los juicios que ellos mismos

impulsaban (la mayoría de los demonólogos temprano-modernos redactaron sus tratados como una

forma de justificar ex-post facto lo actuado en su rol de cazadores de brujas). ¿Por qué cambió de

género Peter Binsfeld a la hora de titular su tratado demonológico de 1589? Porque de las 368

víctimas que murieron en la hoguera en Trier sin dudas la más famosa fue un hombre, y uno muy

poderoso a nivel local: el Dr. Dietrich Fladde. Se trataba de la principal autoridad civil de este

electorado eclesiástico después del propio soberano. Fladde era ni más ni menos que el canciller del

príncipe arzobispo, su ministro de justicia. Desde dicha posición lideraba una facción cortesana

opuesta a la caza de brujas. Peter Binsfeld, por el contrario, propiciaba el inicio de la cacería

judicial. No hace falta que diga quién perdió la contienda. Fladde fue acusado de integrar la secta

de adoradores del demonio, y tras ser interrogado bajo tormento, fue obligado a confesar su

participación en el sabbat y condenado a muerte.

A partir de 1580 la gran caza de brujas es ya una realidad en gran parte de Europa occidental, y las

oleadas represivas de alta intensidad se multiplican en los seis grandes escenarios de la persecución:

Alemania, Suiza, los Países Bajos españoles (las actuales Bélgica y Luxemburgo), Escocia,

Dinamarca y Francia (aunque cabría decir mejor, las provincias orientales del reino, muchas de las

cuales no estaban bajo dominio directo del monarca francés).

Pero ocurre también que a partir de la década de 1580 la caza de brujas alcanza regiones hasta 14

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entonces respetadas por el fenómeno: Inglaterra y España. La caza de brujas llega a Inglaterra con

130 años de retraso respecto del continente. El primer estatuto contra la brujería aprobado por el

parlamento inglés es el de 1563 (por lo menos el primero efectivamente aplicado). Se trata de una

ley de comienzos del reinado de Elizabeth Tudor. Por ello la fase de mayor represión de la brujería

en Inglaterra coincide con las décadas finales del reinado de esta monarca. La represión judicial de

la brujería en la isla tuvo características muy idiosincrásicas. Primero, no se basó en el estereotipo

del sabbat ni en la idea del complot, que nunca lograron arraigar en el reino, sino en una versión

fuertemente satanizada del maleficium tradicional, de la hechicería clásica. Segundo, en Inglaterra

nunca arraigó el método inquisitorial, por lo que los tribunales que aplicaban el derecho común no

podían utilizar el tormento para interrogar a los sospechosos. En Inglaterra sólo el Concejo Real

podía recurrir a la tortura en los casos de lesa majestad, aquellos delitos que por atacar en forma

directa la persona del monarca ponían en peligro la supervivencia del estado. La combinación de

ambos fenómenos –el hecho de que en Inglaterra nunca arraigara plenamente el sabbat ni tampoco

lo hiciera el método inquisitorial– explica por qué en el sur de la isla de la Gran Bretaña nunca

estallaron persecuciones de tipo epidémico como las que tuvieron lugar en Alemania, Suiza o

Luxemburgo. La represión judicial de la brujería en Inglaterra no tuvo un carácter epidémico sino

endémico, no tuvo carácter paroxístico sino crónico. En lugar de psicosis colectivas, que generaban

en el lapso de pocos meses miles de víctimas, lo que en Inglaterra tuvimos fue una gran cantidad de

pequeños procesos, que nunca involucraban más que a tres o cuatro personas, pero que por efecto

acumulativo terminaron generando una cantidad de víctimas nada despreciable (cerca de 400 en el

transcurso de 120 años). La otra característica peculiar de la represión judicial de la brujería en el

mundo anglosajón se refiere al hecho de que los convictos no eran quemados en la hoguera sino

ahorcados. ¿Por qué? Porque en Inglaterra la brujería no estaba asociada con la idea de herejía, que

demandaba la purificación por el fuego, sino al latrocinio y al homicidio. En el mundo anglosajón

las brujas y los brujos eran asesinos y ladrones por procuración.

En España, desde la década de 1520 se venían produciendo algunos procesos aislados en los valles

del extremo norte, en los valles pirenaicos del reino de Navarra. Pero el más famoso de los procesos

españoles tiene lugar durante la segunda fase que estamos analizando: es el famoso caso de las

brujas de Zugarramurdi, en el País Vasco, que se desarrolla entre 1610 y 1614. Allí, en el contexto

de este juicio, nació y se popularizó el término aquelarre.

Esta segunda fase de la caza de brujas posterior a 1570 también fue testigo de la apoteosis del

discurso demonológico. No solamente el Malleus recuperó la importancia que durante 50 años

había perdido, sino que el género se transformó en una moda intelectual. Los tratados dedicados a la 15

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materia demonológico tenían asegurado por entonces el éxito editorial. Si un editor quería hacer

dinero en la época no tenía que editar los Adagia de Erasmo o los Ensayos de Montaigne sino

literatura demonológica. El Malleus Maleficarum, que no se editaba desde 1523, volvió a

beneficiarse con una edición en latín en 1574, en Venecia. De allí en adelante, y hasta muy entrado

el siglo XVII, fue publicado en 16 oportunidades más (lo cual lleva el total de ediciones temprano-

modernas a 28). Durante la Edad Moderna el tratado fue publicado por última vez en 1669. A partir

de dicha fecha, el libro no volvió a editarse hasta el siglo XX. Pero no sólo el Malleus gozó de una

suerte de fama renovada. A partir de 1580 comenzaron a aparecer, una tras otra, obras

demonológicas de gran relevancia. Lo que estamos viendo ahora en pantalla es el listado de los

ocho principales tratados dedicados a esta materia a fines del siglo XVI y comienzos del siglo XVII.

Si a estos ocho textos le sumamos el Malleus, entonces tendríamos la crème de la crème, el Who is

Who? de la demonología radical temprano-moderna:

1580 – Démonomanie des sorciers, de Jean Bodin.

1589 – Tractatus de confessionibus Maleficorum et Sagarum, de Peter Binsfeld, arzobispo auxiliar de Trier,

1595 – Demonolatriae libri tres, de Nicolas Rémy, magistrado civil de Lorena.

1597 – Daemonologie, de James VI, rey de Escocia.

1599-1600. Disquisitionum magicarum, de Martín del Río S.J.

1602 – Discours exécrable des sorciers, de Henri Boguet, magistrado civil del Franco Condado.

1608 – Compendium maleficarum, de Francesco-Maria Guazzo, monje ambrosiano de Milán.

1612 – Tableau de l’inconstance des mauvais anges et démons, de Pierre de Lancre, magistrado del Parlamento de Burdeos.

Voy a hacer un rápido comentario de cada uno de estos tratados.

En 1580, el polígrafo Jean Bodin publica la desmesurada Démonomanie des sorciers (la

Demonomanía de los brujos). Bodin resulta una figura en extremo conocida. Sabemos que

fue uno de los padres de la ciencia jurídica moderna, un referente destacado de la teoría

absolutista, literato, autor de obras de filosofía natural, economista (recordemos su polémica

con Malestroi) y demonólogo. La Démonomanie es un texto bizarro porque le atribuye al

demonio facultades que ni la propia teología ortodoxa le atribuía. El texto roza

16

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decididamente el maniqueísmo. Por ello fue prohibido e incluido en el Index librorum

prohibitorum (Índice de libros prohibidos) por el Santo Oficio romano.

En 1589 jesuita Peter Binsfeld, del cual ya hemos hablado, publica el Tractatus de

Confessionibus.

En 1595 Nicolás Remy publica en latín la Demonolatria. Remy era un magistrado laico que

actuaba en el Ducado de Lorena, una provincia francófona pero que por entonces

configuraba un estado independiente dentro del Sacro Imperio Romano Germánico. Este

magistrado es uno de los cazadores de brujas más importantes de todos los tiempos.

En 1597, el rey de Escocia Jacobo VI Estuardo publicó en inglés su propia Demonologie.

Seis años después se convertiría en rey de Inglaterra tras la muerte de su pariente Isabel.

Ocurre que meses antes de redactar el tratado, James VI se había trasladado en barco a

Copenhague para buscar a su prometida, Ana de Dinamarca, futura reina consorte de

Escocia e Inglaterra. Cuando el convoy real regresaba a Edimburgo se vio sorprendido por

una fenomenal tormenta en el Mar del Norte, que estuvo a punto de hundir las naves. Jacobo

atribuyó el fenómeno climático al accionar de sus enemigos, los brujos y las brujas

escocesas. Cuando volvió a poner un pie en tierra provocó entonces el estallido de la

primera caza de brujas importante en la historia del reino, el caso de las brujas de North

Berwick, en torno a las cercanías de la capital.

En 1599-1600 el jesuita español Marín del Río publicó las monumentales Disquisiciones

mágicas, de las cuales ya hemos hablado (e incluso leído un fragmento).

En 1602, otro juez laico, Henri Boguet, publicó su Discours exécrable des sorciers

(Discurso execrable sobre los brujos). Boguet era un magistrado seglar que trabajaba en el

Franco Condado, provincia francófona pero que hasta el reinado de Luis XIV fue una

posesión española.

En 1608, un monje de Milán, Francesco Maria Guazzo, de la orden de los ambrosianos,

publicó el Compendium maleficarum (Compendio de las hechiceras). Como su nombre lo

indica es un refrito de tratados anteriores. De allí que se trate del aporte menos original de

toda la serie. Fue sin embargo uno de los más exitosos a nivel editorial, porque estaba

acompañado por ilustraciones. 17

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En 1612, otro juez laico, Pierre de Lancre, magistrado del parlamento de Burdeos, en el sur

de Francia, publicó el extraordinario Tableau de l’inconstance des mauvais anges et démons

(el Cuadro de la inconstancia de los ángeles malos y de los demonios). De Lancre había sido

comisionado por el Parlamento bordelés para investigar las acusaciones de brujería en una

región vasco-francesa del extremo sudoeste del reino, el Labourd, a pocos kilómetros de la

frontera española. Convencido de que la casi totalidad de la etnia local se había entregado en

cuerpo y alma al demonio, de Lancre provocó la única cacería judicial de alta intensidad, “a

la alemana”, que tuvo lugar en el reino de Francia durante la Edad Moderna. Dado que la

ocupación principal de los nativos del lugar era la pesca en alta mar, de Lancre estaba

convencido que las mujeres vascas aprovechaban dicha circunstancia para entregarse al

demonio. En menos de un año cerca de 100 personas fueron ejecutadas en aquellas oscuras

aldeas, perdidas en el extremo meridional del reino.

El momento culminante, no sólo de la segunda fase sino de la caza de brujas en toda su historia, se

alcanza en la década de 1620 en los principados eclesiásticos católicos del sudoeste de Alemania.

Las cifras que se desprenden de ponderar la exigua superficie de aquellas minúsculas teocracias, su

densidad demográfica y la duración de las razzias antibrujeriles (relativamente acotadas en el

tiempo), convierten a aquellos obispos y arzobispos de la Contrarreforma alemana en los más

feroces cazadores de brujas de todos los tiempos. Observemos estas cifras:

Víctimas Estado Obispo Persecución2.000 Electorado de

ColoniaFerdinand von

Bayern1624-1634

900 Obispado de Würzburg

Philipp Adolf von Ehrenberg

1626-1630

768 Electorado de Mainz

Georg Friedrich von Greiffenklau

1626-1629

600 Obispado de Bamberg

Johann Georg II Fuchs von Dornheim

1626-1630

En apenas una década, el principado arzobispal de Colonia convalidó la muerte en la hoguera de

cerca de 2 mil personas, convictas del crimen de brujería. En apenas 4 años, el príncipe-obispo de

Würzburg hizo lo propio con 900 personas. También es elevadísimo el número de víctimas en

Mainz (Maguncia) y en Bamberg. Si sumamos las cuatro cifras obtenemos un tal de 4278 condenas

a muerte. Al comenzar la clase dijimos que en toda su historia la caza de brujas habría provocado

cerca de 45.000 ejecuciones judiciales en Europa. Llegamos entonces a la conclusión de que cerca

18

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del 10 % de ese total de víctimas murieron en apenas 10 años en los cuatro liliputienses principados

eclesiásticos de los que estamos hablando. Si yo extiendo la encuesta hasta abarcar el periodo 1585-

1630, e incorporo al listado dos nuevos principados eclesiásticos, el de Trier y el de Eichstatt,

alcanzo la cifra de 8 mil víctimas, cerca del 18 % del total que la caza de brujas produjo en Europa

entre principios del siglo XV y finales del siglo XVIII.

¿Cómo explicar este desmadre de la caza de brujas, este descontrol del fenómeno en territorio

germano? No resulta tan difícil de comprender como parece. Creo posible identificar al menos dos

factores macrohistóricos, de carácter contextual, y otros dos de índole más coyuntural (pero que sin

embargo habría que tomar en consideración). Los dos factores contextuales son la Guerra de los 30

Años y la Crisis del Siglo XVII. La virulencia de la crisis del siglo XVII se potencia después de

1620, porque a partir de entonces la crisis en la esfera del comercio se sumó a la crisis en el mundo

agrario, que había comenzado hacía ya varias décadas. Alguna vez dijimos que la verdadera crisis

del siglo XVII fue muy acotada en el tiempo, y se extendió entre 1620 y 1660. En cuanto a la

Guerra de los 30 Años recordemos que se inicia en 1618. La década de 1620 fue, pues, el primer

gran período de esta terrible tragedia colectiva, que provocó una destrucción material y que tuvo un

costo en vidas humanas realmente dantesco. Habría que sumarle a esto dos factores macrohistóricos

otros dos de carácter coyuntural: el factor climático y la personalidad de los príncipes eclesiásticos

de la Contrarreforma alemana. Estos prelados eran verdaderos celotes religiosos. Estamos muy lejos

del estereotipo del obispo mundano del Renacimiento, de aquellos eclesiásticos italianos de fines

del siglo XV, rodeados de lujos y de amantes, tal como los describe la serie televisiva dedicada a los

Borgia. Los príncipes-obispos de los que estamos hablando eran fanáticos impulsores de la

Contrarreforma tridentina, hombres de una profunda y tormentosa piedad personal, tanto pública

como privada. El fanatismo religioso de estos líderes políticos es un factor a tomar en consideración

a la hora de explicar lo sucedido en metrópolis como Colonia o Maguncia. El segundo factor

coyuntural relevante es la cuestión climática. Me refiero en concreto a la Pequeña Edad Glacial,

que se extiende aproximadamente entre 1350 y 1850. El fenómeno tuvo, sin embargo, grandes

altibajos, periodos de remisión y períodos de agravamiento. Una de estas fases de concentración de

fenómenos climáticos extremos fue precisamente la década de 1620. Observemos, por caso, lo que

sucedió en 1626 en Franconia, la región de Alemania en la que se hallaban Würzburg, Maguncia y

Bamberg. El diario de un ciudadano de Stuttgart reporta que el 24 de mayo de 1626 (observemos en

detalle la fecha, 24 de mayo: ya hacía dos meses que había comenzado la primavera) una tormenta

de granizo acumuló un metro de piedras sobre el nivel del suelo. Dos días más tarde, a menos de un

mes de que comenzara el verano, se desató un viento del norte, extremadamente frío, que sopló

durante varias jornadas por todo el centro de Europa. De un día para otro los ríos se congelaron y 19

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los sembradíos de vid, centeno y avena quedaron destruidos. Los árboles perdieron sus hojas, que se

tornaron negras de la noche a la mañana. Otro cronista, Johann Langhans, alcalde del pueblo-

mercado de Zeil, en Franconia, afirma lo siguiente: “Año del Señor de 1626, 27 de mayo. Todos los

viñedos de Franconia, tanto en el obispado de Bamberg como en el de Würzburg, fueron destruidos

por la helada, al igual que nuestro querido grano, que se marchitó por completo. En Deichlein, Aue

y Altach, al igual que en todas partes en los alrededores de Zeil, todo fue destruido por la helada,

lo que según la memoria de los ancianos nunca antes había ocurrido, causando una sustancial

suba de precios. Mientras tanto se hicieron cada vez más fuerte los comentarios del vulgo, que se

preguntaba por qué las autoridades permitían que las brujas dañaran de tal forma las cosechas. Su

Alteza Serenísima, el príncipe-obispo, se hizo cargo de dichos comentarios y la persecución de las

brujas comenzó dicho año”. En efecto, las brujas de Franconia fueron obligadas a confesar bajo

tormento que habían descubierto la manera de provocar heladas, que habían descubierto el

procedimiento para preparar un ungüento con grasa de niño, y que la noche del 27 de mayo de 1626

habían sobrevolado todo el país derramando el veneno sobre los sembradíos, hasta que todo quedó

congelado.

Un dato de color para terminar con el tema de la caza de brujas en Alemania. Me refiero a una

noticia que salió publicada en el diario español La Vanguardia, el 29 de febrero de 2012. El título

reza “Absuelta una bruja en Alemania 400 años después de quemarla en la hoguera”. Se trata en

rigor de verdad de la traducción al español de una noticia producida por la filial berlinesa de la

agencia EFE. Cito: “La ciudad de Colonia ha rehabilitado oficialmente a Katharina Henot, una

mujer acusada de brujería y ejecutada en la hoguera hace cuatro siglos. Una comisión del

ayuntamiento de la ciudad, además, se distanció de forma unánime de todos los procesos de

brujería realizados en la ciudad en los siglos XVI y XVII. La rehabilitación de Henot es el resultado

de una iniciativa del pastor protestante Harmut Hegeler que, tras su jubilación como profesor de

religión, se ha dedicado a buscar una especie de indemnización moral para las víctimas de la caza

de brujas. Katharina Henot (1570-1627), una mujer de la clase alta de Colonia, se considera como

una de las víctimas más célebres de la caza de brujas. Algunos historiadores consideran que su

caso fue uno de los que llevó al jesuita Friedrich von Spee a convertirse en uno de los principales

críticos de los procesos contra las brujas. Spee, confesor de mujeres condenadas a muerte por

brujería, llegó a la conclusión de que las confesiones se daban siempre motivadas por la tortura, y

cuando se le preguntaba por qué había envejecido tan pronto, explicaba que había tenido que ver a

demasiados inocentes morir en la hoguera. La detención de Katharina Henot se produjo en 1627,

por unos rumores, y el proceso, como casi siempre ocurría en estos casos, terminó con la condena a

muerte y su ejecución. Las acusaciones en su contra se basaron en una serie de hechos ocurridos 20

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en un convento cercano a Colonia, donde se dio una epidemia que, en la interpretación de los

acusadores, habría sido generada por las artes mágicas de Katharina Henot. El caso de Henot fue,

en Colonia, el comienzo de una ola de procesos que se prolongó hasta 1630. En la conciencia de

los habitantes de Colonia, Henot ya había sido rehabilitada. Un colegio y una calle llevan su

nombre y frente al ayuntamiento hay una estatua suya. ‘Se trató de ahogar la voz de Katharina

Henot pero no fue posible, hoy se sigue hablando de ella en esta ciudad’, dijo el pastor Harmut

Hegeler hoy ante la comisión del ayuntamiento”. He aquí repercusiones actualísimas de la caza de

brujas, en plena sección del consejo deliberante de una alcaldía alemana.

Pasemos ahora a la tercera fase de la caza de brujas, que se extiende 1630-1700. La característica de

esta etapa es que si bien los procesos de alta intensidad no desaparecen de Europa occidental,

tienden a concentrarse en los márgenes de la civilización euroatlántica: en las Islas Británicas, en

Escandinavia, en América, en Suiza Oriental, en Silesia… Acá tenemos algunos ejemplos de estos

procesos masivos, tardíos y periféricos:

1645-1647: procesos de Matthew Hopkins en East Anglia (100 ejecuciones aprox.)

1651-1652: gran caza en el ducado de Neisse (Silesia), perteneciente al obispado de

Breslau (Wroclaw), a cargo del hijo del rey de Polonia (250 ejecuciones aprox.)

1652-1660: Groos Häxatöödi en el señorío de Prättigau [gran masacre de brujas] (entre

1648 y 1652 pasa de la jurisdicción del condado de Tirol [cap. Innsbruck] al cantón suizo

de los Grisones] (100 ejecuciones aprox.). El cantón de los Grisones produce en total 246

condenas entre 1650 y 1753.

1658-1662: la gran caza de brujas escocesa (250 ejecuciones aprox.)

1668-1676: la gran caza de brujas sueca (100 ejecuciones aprox.)

1678-1680: Zauberer Jackl-Prozess en el principado arzobispal de Salzburgo (140

ejecuciones, el 80% de los cuales eran jóvenes vagabundos menores de 20 años,

seguidores del fantasmático Jakob ‘Jackl’ Koller, un mendigo hijo de una sospechosa de

brujería, que nunca fue atrapado y se convirtió en mito).

Analicemos esta filmina. La única persecución de carácter epidémico que tiene lugar en Inglaterra 21

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no por casualidad se produce en torno a 1645, en pleno vacío de poder provocado por la Guerra

Civil. Son procesos impulsados en East Anglia por el misterioso Matthew Hopkins, que en el lapso

de pocos meses provocó cerca de 100 ahorcamientos. East Anglia abarca los condados pintados de

verde en el mapa –Norfolk, Suffolk y Essex–, tres de los condados más prósperos de Inglaterra (ver

mapa 4). Me adelanto a lo que voy a decir dentro de unos minutos: que la caza de brujas no fue un

fenómeno de la marginalidad, sino de las regiones ricas del continente. No eran precisamente las

regiones pobres y marginales las que cazaban brujas con mayor intensidad.

En 1651 estalla una caza de brujas en el condado de Neisse, en Silesia, en la frontera germano-

polaca: 250 muertes en un periodo de tiempo reducido. En 1652 comienza la gran masacre de brujas

en los Grisones, un cantón suizo oriental. Entre 1658 y 1661 se desarrolla la gran caza de brujas

escocesa y entre 1668 y 1676 tiene lugar la gran caza de brujas sueca (vemos que el fenómeno

alcanza el extremo norte de Escandinavia con enorme retraso). Entre 1678 y 1680 se desarrollaron

los procesos del mago Jackl, en el principado-arzobispal de Salzburgo, en territorio austríaco. Se

trató de un episodio curioso. Este mago Jackl (Zauberer Jackl) era, supuestamente, un joven

vagabundo a quien se consideraba líder de la secta de adoradores del demonio en la región. Jamás

pudo ser capturado ni localizado: fue y continúa siendo un personaje fantasmático. Aún así, 140

personas murieron en la hoguera –la mayoría, niños y jóvenes marginales–, acusados de pertenecer

a la secta. Esta represión parece poco menos que una excusa para limpiar de vagabundos las calles y

los alrededores de Salzburgo. Finalmente, la última gran represión que tuvo lugar en el espacio

euro-atlántico durante el siglo XVII estalla en Nueva Inglaterra: me refiero al famoso caso de las

brujas de Salem, en Massachusetts, no muy lejos de la ciudad de Boston, en 1692, con 19

ahorcamientos comprobados y una persona muerta durante los interrogatorios bajo tormento.

Nos queda por ver la cuarta fase, pero la dejamos para mañana

Desgrabado por Adrián Viale

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