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3 – EL COLEGIO DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS EN CORRIENTES

3.1 La educación rioplatense

A pesar de que los primeros tiempos de la conquista no fueron propicios para el

desarrollo de una política educacional pues se vivía en continua zozobra por la permanente

amenaza de posibles ataques indígenas, hubo una temprana preocupación por parte de los

miembros del clero que integraban las expediciones. Guillermo Furlong (1969, p.228 – 229,

El transplante social) menciona el comentario que hiciera uno de los soldados de Pedro de

Mendoza acerca de los frutos que el Padre Nuño Gabriel, había obtenido en la recién fundada

Buenos Aires, con respecto al adoctrinamiento de caciques y sus hijos a quienes les enseñaba

también a leer y escribir. Despoblada la ciudad rioplatense, otro nombre aparece ligado a esa

preocupación en Asunción y es el del presbítero Juan Gabriel Lezcano. La primera persona

autorizada para el ejercicio de la enseñanza elemental, sería Francisco de Vitoria, en 1605,

pero no existen evidencias de que realmente ejerciera el cargo.

Las escuelas iban surgiendo a medida que las poblaciones lograban afianzarse

aunque en forma muy precaria, existiendo una gran preocupación por el aislamiento y las

dificultades para la comunicación. Cuando aún Santa Fe era un conjunto de quince o veinte

ranchos, ya contaba con el primer maestro seglar Pedro de Vega, en 1577. Con respecto a

Corrientes, Furlong (1969, p. 233) y Figuerero (1929, p.164 – 175) coinciden en la

iniciativa del cabildo de la ciudad de abrir una escuela y colocar al frente de la misma al

criollo Ambrosio de Acosta en 1603. Enseñaría a los niños a leer y escribir y le pagarían un

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peso plata o su valor en moneda corriente, por cada alumno. El Cabildo habilitó los corredores

de la Iglesia Matriz para que sirviera como aula, dando inicio a las clases con la asistencia de

Fray Baltasar Godines, Comendador de la Orden de los Mercedarios que era cura y vicario de

la ciudad.

Años más tarde, a este primer maestro le siguió otro criollo, anglo-correntino, Rafael

Farel. La escuela perduró porque, según Figuerero (1929, p.170), en 1640 se nombró a Pedro

Medina y, al año siguiente, Tomás de Zárate. Probablemente esta escuela no tuvo la

continuidad deseada porque igualmente tempranas son las gestiones para el establecimiento

de un Colegio que cumpliría la misión de evangelizar y de enseñanza elemental.

El caso de Córdoba también es ejemplificador de esa primera preocupación por la

educación, puesto que desde 1602, cuando la ciudad era un conjunto de modestas viviendas,

que tenía no más de doscientos habitantes, ya solicitaban tener un Colegios de “Gramática y

otras ciencias” (FURLONG, 1969, p. 233).

Los religiosos franciscanos que acompañaron a los fundadores de casi todas las

ciudades capitales de provincias del actual territorio argentino, fueron los iniciadores de las

escuelas de primeras letras a poco de instalar sus conventos. Comenzaron su acción educativa

en Tucumán, en 1565, prosiguiéndola en Santiago del Estero, Salta Jujuy, La Rioja y Buenos

Aires. En algunos lugares, sus escuelas fueron las únicas durante algún tiempo; en otros,

desde el principio compartieron su actividad con otras órdenes religiosas como dominicos y

mercedarios, aunque éstos no eran muy afectos a este tipo de instituciones. Los jesuitas, por

su parte, fundaron trece colegios en el actual territorio argentino.

Una característica importante de estas primeras escuelas a cargo de religiosos, era la

obligatoriedad y la gratuidad. En algunas escuelas, como en la de Santiago del Estere, se

donaban hasta los libros de texto. Mediante limosnas, como en el caso de los franciscanos o

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gracias a las rentas que les producían sus estancias, en el caso de los jesuitas, impartían una

enseñanza gratuita en sus escuelas, colegios y universidades.

Respecto a la obligatoriedad, hay pruebas evidentes de esa exigencia en las actas de

los cabildos, que se aprecia en el caso de Corrientes, como veremos más adelante.

Furlong (1969, p.237), diferencia “escuelas” de “colegios”, haciendo referencias

que indicarían que en las primeras, se daba enseñanza elemental y en los segundos, se trataba

de una segunda enseñanza que permitía el acceso a la universidad. Menciona que todos los

caseríos poseían escuelas, pero colegios sólo estaban situados en las ciudades más populosas

como Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba; Tucumán, Salta, Jujuy, Santiago del Estero, la Rioja,

Catamarca, San Juan, Corrientes, Mendoza y San Luis, siendo trece en total los considerados

por este autor.

En el actual territorio argentino y dentro de la otrora Provincia Jesuítica del

Paraguay, ocupó un lugar preponderante, el Colegio Máximo de Córdoba que se transformará

luego en la Universidad de Córdoba, al obtener, en 1621 por un breve del Papa Gregorio XV,

la autorización para otorgar grados académicos, convalidando lo que en 1613, ya habían

resuelto Felipe III y el Consejo de Indias.

Numerosos testimonios aluden al temprano prestigio de la Universidad de Córdoba,

que alcanzó en América un prestigio semejante a la de Salamanca y la Sorbona. Fue una de

las primeras en el mundo en adoptar, mediante la aplicación del “Ratio atque Institutio

Studiorum Societatis Jesu”, un programa uniforme para toda su actividad docente.

Toda esta estructura fue sostenida por el desarrollo de establecimientos ganaderos,

muchos de ellos productos de donaciones de terratenientes, cuyos hijos se educaban en la

Universidad y mediante las mismas, mostraban su gratitud hacia la Compañía.

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3.2 Los Colegios jesuíticos: sus actividades y sustento

Si bien en sus comienzos, la organización de la Compañía de Jesús no incluía

instituciones educativas, poco a poco se hicieron evidentes los resultados que se podían

obtener de éstas para el cumplimiento de la tarea evangelizadora. Francisco Xavier41 ya había

manifestado en 1452 en una carta desde Goa (posesión portuguesa en India) a Ignacio de

Loyola, los efectos que se lograban los jesuitas que enseñaban en el Colegio de Sao Pablo.

Ignacio respondió incentivando su esfuerzo. En 1545, Francisco de Borja, fundó en Gandía un

Colegio para la formación de los escolásticos jesuitas. El Rector organizó en esa oportunidad,

una serie de debates filosóficos que impresionaron a las familias de la ciudad que pidieron

permiso para que sus hijos pudieran frecuentar las aulas. En 1546 logró la autorización para

admitir a otros jóvenes, pero el primer Colegio como institución volcada a legos, fue el

fundado en 1548 en Messina, Sicilia, comprobándose que la educación, no sólo servía al

desenvolvimiento humano, sino que era un eficaz instrumento de defensa de la fe en épocas

de los “reformadores”. El número de Colegios comenzó a crecer y, en 1556, cuando moría

Ignacio de Loyola, ya había aprobado la fundación de cuarenta.

El propio fundador de la Orden escribió las Constituciones que constituyen una

fuente para conocer el pensamiento sobre la educación que regirá la misma. Pero, si bien

había disposiciones uniformes, cada institución aplicaba los métodos que le parecían de

mayor eficacia dentro de las realidades que vivían.

Como centros de innumerables actividades relacionadas con la evangelización y la

instrucción de niños y jóvenes, los Colegios jesuíticos debían poseer rentas que aseguraran el

sustento y la continuidad de la obra emprendida, a la vez que disponer de personal suficiente

41 San Francisco Javier (1506-1552) amigo y discípulo de San Ignacio de Loyola, célebre por sus misiones en elAsia Oriental, en especial al Japón.

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para cumplir con las funciones religiosas y de enseñanza, los servicios domésticos, el laboreo,

las tareas relacionadas con la actividad ganadera de las estancias.

Importantes donaciones eran concedidas por particulares a la Orden como

reconocimiento por sus labores. En este sentido había dos categorías entre los que apoyaban

materialmente a la Orden: los “fundadores” y los “bienhechores”. Las donaciones de los

primeros servían para mantener el Colegio de por vida y las de los segundos, eran temporarias

que colaboraban para sostener algunas actividades.

Respecto al personal regular en los Colegios, en cada uno había un Padre destinado al

servicio de indios y otro para los morenos. Un “sujeto” estaba especialmente dedicado a la

enseñanza de las primeras letras a los muchachos, “cosa importante en todo el mundo, pero

más en estas tierras por la universal corrupción de costumbres” (CA 1645-1646, p. 2)

Dentro o fuera de los Colegios ejercían los Padres sus ministerios propios,

consistentes en “enseñar, predicar y confesar, [...] asistir a enfermos y moribundos en las

casas particulares y en los hospitales”. También hacían “limosnas secretas: a los

encarcelados, yendo cada día dos sujetos cargados, como jumentos, con la olla o con una

gran caldera y un saco de pan para su mantenimiento” (Miranda. En: FURLONG, 1963, p.

58 y 72) .

Era muy común el recurrir al Colegio a pedir un Padre para que asistiese a algún

enfermo, ya que los jesuitas eran los preferidos en lugar de los Párrocos, por lo que debían

estar siempre dispuestos a acudir. Para ello tenían en los Colegios “siempre dispuestos dos

caballos (que llamaba el vulgo LOS CABALLOS DE LAS CONFESIONES) para volar los

jesuitas a donde eran llamados fuese de día o de noche, lloviese o se hundiese el cielo a

truenos” (MIRANDA. En: FURLONG, 1963, p. 58) En estos menesteres piadosos eran de

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suma habilidad y una igual disposición para con españoles o para con “el esclavo más

despreciado y el indio más pobre” (CA 1730-1735, p. 6)

También ejercían su acción benéfica los Colegios por medio de Congregaciones

“nada gravosas, desinteresadas y mantenidas a expensas voluntarias de los Bienhechores”

que también tenían como destinatarios a españoles, indios y morenos. A los indios se les

predicaba “en varias lenguas índicas, según la diversidad de las naciones”, según el informe

del Padre Provincial Aguilar de 1738 (En: BRUNO, 1970, p. 33, 6º).

En las casas anexas a los Colegios, se realizaban los Ejercicios de San Ignacio a las

personas de ambos sexos incluyendo esclavos y criados. A todos se los alojaba y alimentaba

todo el tiempo que duraban. También a expensas del Colegio se hacían periódicamente

misiones rurales o campestres, para lo cual había disponibles dos sujetos, llamados

“Misioneros de partido” y que eran requeridos por los mismos Párrocos o por los Obispos

quienes delegaban en ellos todas sus facultades. Acabada una estación, se movían a otra, en

toda la jurisdicción de las ciudades o Diócesis.

Además trataban de proveer a la gente de la campaña de todos los bienes temporales

que les fuera posible, dándoles limosna en dinero que les era suministrado por los

benefactores que confiaban en el buen uso que de él hacían los Padres. Con estos recursos

también trataban de proveer a las Iglesias de ornamentos que los Párrocos necesitaban y les

solicitaban.

Los productos de las Doctrinas compartían con los de los Colegios, las rutas y los

servicios, dándose una complementariedad en las compras y ventas comunes de yerba, cera,

miel, ganado vacuno, haciendo más fuerte la economía de ambas instituciones.

(CARBONELL, 1992, p. 129)

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Como centros de enseñanza, los Colegios poseían escuelas de las cuales los jóvenes

salían no sólo instruidos en:

“leer, escribir y contar, no sólo imbuidos en las buenascostumbres, que es lo que más importa, y lo principal queprocurábamos, sino también doctrinados en la buena crianza, yadornados de modales dulces, graciosos y obligantes, para tratarcon todo género de gente y bien vistos en la sociedad”(MIRANDA. En: FURLONG, 1963, p. 68)

Los jesuitas fundaron trece colegios desde principios del siglo XVII hasta 1767 y

Buenos Aires contaba con dos: el Colegio Grande, que luego se llamó San Carlos y el que

estaba en los Altos de San Pedro, hoy San Telmo.

La enseñanza se regía por el mencionado Ratio Studiorum, plan de estudios que, desde

1596, se había implantado en todos los Colegios y que establecía tres niveles de gramática

con diferentes grados de profundización en los estudios de idioma latín y griego. Se incluía

también el estudio del idioma nacional y clases avanzadas de retórica, siendo aplicado aún

después de la expulsión de la Compañía.

Por lo tanto la Orden tenía directrices claras en materia de educación, con planes

orgánicos de estudios, todo ello hacía que estas instituciones fueran las más capacitadas para

impartir enseñanza.

3.3 El Colegio jesuítico de la ciudad de Vera

3.3.1 Antecedentes y primeros contactos entre jesuitas y pobladores de Corrientes

Las gestiones para el establecimiento de la Compañía de Jesús en Corrientes,

abarcaron un período que se extiende desde las solicitudes hechas por el Teniente de

Gobernador, Alonso de Vera en 1595 hasta la instalación del Colegio en 1691. Las primeras

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que indican una temprana preocupación por la educación y el estado espiritual de la

población, partieron del Padre Juan Romero, quien, precisamente fue el que gestionó ante el

mencionado gobernador, la fundación de un Colegio.

Estas gestiones de 1595, fueron publicadas por Federico Palma en un artículo

aparecido en el diario El Litoral de Corrientes 42 en el que transcribe un auto de Alonso de

Vera quién dispuso la pronta entrega de tierras para levantar el establecimiento. Dice en el

mismo que lo hace por la devoción que siente hacia la Compañía para que ésta funde un

Colegio para el “aumento del servicio de Dios Nuestro Señor” Le otorga los solares que tiene

“Don Antonio y Don Carlos de Vera en esta ciudad” a quienes se les darán otros. También

“...señaló a la dicha Compañía otra media cuadra que alinda conestos dichos solares que tiene el Capitán Diego de Palma Carrillo queasí mismo pagará su justo valor atento a que es la parte más cómodapara la dicha fundación y por estar los susodichos ausentes...(PALMA, 1968, p. 4)

Estos solares limitaban con las cuadras del Adelantado, Juan Torres de Vera y Aragón;

con las de Pedro de Vera y Lucía Torres y, con las calles reales en el medio, con los solares de

Rodrigo Ximénez de Castillo y Juan Torres Pineda.

Federico Palma dice, en relación a la ubicación de las tierras, que en su mayor parte,

fueron adjudicadas a los deudos del Adelantado Juan Torres de Vera y Aragón pero que “son

inubicables en el terreno de la ciudad de Corrientes dado la vaguedad con que se expresan

sus linderos.” No son las mismas que se les concedieron posteriormente, en 1690 y 1691,

cuando lograron establecerse, pues según lo manifiesta el autor citado, no figura como límite

el río Paraná que debiera ser una referencia ineludible.

42 PALMA, Federico. Los jesuitas intentaron establecerse en Corrientes en 1595. El Litoral, Corrientes, 25 defebrero de 1968. Transcribe el auto de otorgamiento de tierras para la fundación del colegio, pero no hacereferencia acerca de donde se encuentra dicho documento.

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La posesión de estas tierras se hizo efectiva el 15 de diciembre de 1595 ante el Capitán

Juan de Cumarraga y Varguren, alcalde del cabildo y, cumplido el trámite, el Padre Juan

Romero, hizo salir a los que estaban “quedó paseando dentro.” (PALMA, 1968, p. 6, col. 3ª )

No obstante, el intento no tuvo éxito, según el mismo artículo, porque la Orden no

contaba con el número suficiente de sacerdotes. Pasaría un siglo antes que se volviera a

gestionar la instalación de un Colegio en Corrientes.

Pero en todo este tiempo, Corrientes no estuvo alejada de las labores apostólicas de la

Compañía antes de los trámites para su establecimiento permanente en la ciudad. El Padre

Pedro Lozano (1754, p.109 -116) refiere el paso evangelizador de los Padres Alonso Barzana

y Pedro de Añasco a la “Ciudad de las Corrientes” en 1592, provenientes de una misión en el

río Bermejo. Hasta allí había acudido el Teniente General de la ciudad para pedir a estos

Padres que acudieran a ella y hacia allí partieron, recorriendo una distancia de treinta y tres

leguas:

“...por tierra de grandes pantanos e infectada deinnumerables sabandijas: unas ponzoñosas, otras, aunque node peligro; pero que son la pensión más penosa de lapaciencia, entre quienes tienen en primer lugar enjambres demosquitos de varios géneros, y crueles todos: siendo plaga,que hierve en todas partes; por la inundación de loscontinuos bañados.” (LOZANO, 1754, p. 111)

Pero ello no disminuía el entusiasmo de los Padres que acudían a la misión llenos de

gozo. El mismo Barzana en su “Carta a Juan Sebastián”, escrita en Asunción, el 8 de

septiembre de 1594, relataba la asistencia misional hacia toda la Provincia del Paraguay y sus

ciudades diciendo que en toda ella tanto españoles como indios, fueron asistidos por los

Padres de la Compañía que, residentes en Asunción, acudieron a los sermones y confesiones

de aquella ciudad y a la de Vera donde “vinieron dos de nuestra Compañía, y tres meses que

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allí estuvieron parecía una Semana Santa en las confesiones, devociones y sermones y

mudanzas de vida” (En: FURLONG, 1968, p. 88).

Estos Padres llegaron a Corrientes el 24 de octubre de 1592 “en la ribera, opuesta del

Río de la Plata, cuyo cauce ocupa allí más de media legua.” (LOZANO, 1754, p. 111)

La recepción y los resultados fueron notables, según el relato de Lozano porque,

cuando conocieron en Corrientes el arribo, mandaron embarcaciones a esperarlos y dieron

grandes muestras de regocijo. En la gente más sencilla, se notaba más y se arrodillaban en la

calle al paso de los Padres. Todos acudían a los oficios religiosos de tal manera que se llenaba

la iglesia. Pero el Padre Barzana no se olvidaba de los indios y “les predicaba en su idioma

nativo”. En las fiestas, reunían los Padres a los que vivían en la ciudad o en su comarca y los

llevaban en procesión, cantando en su lengua, hasta llegar a la Plaza. Los Padres, hacían

recorridas “registrando cada rincón y hallaron viejos de más de cien años” (LOZANO, 1754,

p.112-113).

Luego de tres meses y medio, debieron volver a Matará por cumplir una promesa que

le hicieron al pueblo y por acatar la voluntad de Padre Superior Juan Fonte. Cuando se iban,

toda la gente los acompañó a la playa.

Pero no todos los contactos habían sido exitosos: las Cartas Anuas de 1635 a 1637,

refieren que: “... vino de la ciudad de las Corrientes muy triste el P. Juan Porras dando

cuenta por su parte del fracaso de sus diligencias de alcanzar socorro militar de esa ciudad”

ante el ataque de los luso-brasileños. (CA 1635-37, p. 628).

En cambio, los frutos espirituales seguían siendo positivos, aunque mechados con

inconvenientes. En las Cartas Anuas de 1637-1639 (1984, p.162) hay una mención a “una

breve excursión de dos Padres de Itapua al pueblo español de Corrientes, bajando el Paraná,

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donde por Semana Santa hicieron una misión popular” y para dar idea del fruto espiritual

relata dos ejemplos de conversión ocurridos. Dice también que hubo para Pascua explicación

del catecismo para grandes y chicos porque era muy necesario. Los Padres fueron a las

estancias de los alrededores dedicándose en especial a instruir, bautizar y confesar a los

indios, volviéndose luego de terminada su tarea.

En las Cartas Anuas de 1641-1643, hay referencias respecto de otra misión que hizo

un Padre desde el Colegio de Santa Fe hacia las Corrientes para, desde allí, frenar a los

rebeldes calchaquíes, pero se encontraron con campos inundados que en muchos meses

impidieron el comercio y comunicación con ellos.

Sin embargo, el tiempo fue aprovechado “en el cultivo y reformación de aquel

pueblo, confesándoles cuasi a todos.” (CA 1641- 43:, p.71-72)

La prédica dio frutos que se manifestaron en la frecuencia de los sacramentos y en un

evidente agradecimiento a la Compañía por haber enviado esta misión.

También desde las reducciones se hicieron misiones a Corrientes, con frutos

igualmente positivos, según las mencionadas cartas yendo a ellas los Padres Miguel Gómez y

Andrés Gallego. Por la mañana predicaban y “decían sus ejemplos por la tarde”, dándoles a

los niños la doctrina cristiana, confesando y dando la comunión con un éxito que se manifestó

en la reforma de las costumbres “y piden con insistencia vayan todos los años los nuestros a

partirles el pan del cielo como se procurará por la gracia del Señor.” (CA 1641- 43, p. 131)

La Carta Anua de 1647 a 1649 hace referencia a otro contacto que tendría estrecha

relación con los pedidos para el establecimiento de los jesuitas en Corrientes y que se

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encuentra enmarcado en el conflicto que había desatado contra éstos el Obispo Cárdenas43,

desde Asunción. Cuando éste asumió ilegalmente el gobierno en febrero de 1649 aprovechó la

ocasión para vengarse de ellos, pues los jesuitas habían denunciado la irregularidad de su

nombramiento como obispo y los expulsó, embarcándolos en canoas hacia Corrientes, “aldea

española, unas 60 leguas de la Asunción” (CA 1647- 49, p.93).

Charlevoix (1913, p.178) incorpora otros detalles acerca de la violencia a la que

fueron sometidos los Padres diciendo que la tropa se arrojó con furor sobre ellos, los

injuriaron, los arrastraron por el suelo y los hollaron con los pies. Algunos estaban enfermos y

fueron sacados con violencia de sus lechos. Los ataron, los arrojaron en una barca que no

tenía remos ni marinero, ni provisiones. A la deriva, quedaron varados en una isla algo

cercana a Corrientes, ciudad a la que llegaron luego de mucho esfuerzo.

Una vez allí, fueron invitados a hospedarse en “una casa de campo distante unas seis

millas de la villa, perteneciente al distinguido caballero Don Manuel Cabral de Alpoin44, el

cual les arregló allí una capilla”. (CA 1647- 49, p. 93) Esta casa servía de alojamiento a

todas las personas importantes que pasaban por la ciudad, por ser espaciosa y de mejor

factura.

Los Padres expulsados vivieron en su casa ocho meses sin que nada les faltara, ni

sustento ni medicinas, pero lo importante de esa estadía es que según la Carta Anua

mencionada

“... acudió mucha gente a nuestra capilla de toda la vecindadcampestre y además iban cada semana dos padres a la cercana

43 El relato del conflicto con el Obispo Cárdenas está detallado en la CA de 1644, en Documentos de GeohistoriaRegional, Nº 13, IIGHI. CONICET, Resistencia, 2000, en la par te correspondiente al Colegio de Asunción, 42-62.44 Manuel Cabral de Alpoin de origen portugués, había llegado a la ciudad cuatro años antes y ocupado el cargode lugarteniente de Gobernador en 1629 emprendiendo una campaña de castigo a los que habían asesinado alPadre Roque González y a sus compañeros.

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villa de Corrientes para ayudar a confesar y desempañar los demásministerios de la Compañía” (CA 1647- 49, p.137)

El comportamiento ejemplar de los Padres aplacó el resentimiento debido a los

conflictos jurisdiccionales entre la ciudad y las misiones que venían desarrollándose con

relación a los permisos de vaquear y que motivaron quejas en 1639 y 1640. Estos permisos

que originaban disputas entre los correntinos y las misiones, emanaban de una concesión que,

en 1633, el nieto del fundador de la ciudad, Don Juan Alonso de Vera y Zárate, hizo “por vía

de limosna y donación gratuita a los religiosos misioneros y a los indios tapes” (BNRJ, I-29-

3-61) para poder vaquear y recoger ganado entre “las Corrientes y el río Uruguay”. Una

acción similar le fue concedida también en 1637, por el maestre de campo Don Gabriel

Insaurralde y los Gobernadores de Buenos Aires, Don Francisco de Céspedes, Don Esteban de

Aguilar y Don Méndez de la Cueva.

También habían repercutido en la ciudad la prédica contraria de Cárdenas que,

proveniente de Asunción,“se propagó a toda la región circunvecina. Algunos religiosos

ponían desde el púlpito, en ridículo a la Compañía” (CA 1647- 49, p. 4)

El resultado del accionar de los Padres fue la solicitud de una misión a la Compañía

que fuera tratada en el Cabildo el 6 de marzo de 1650 (AC 1942: II, 401), basándose en que

“la gente española y de indios de servicio es mucho número y para ayuda y alivio.” En

consecuencia, se pidió al Padre Superior de las Misiones del Paraná y Uruguay, envíe a ellas

dos Padres Religiosos.

Pero el mismo Cabildo, el 16 de junio de 1658, trata ya la cuestión de un

establecimiento permanente, según el registro en las Actas Capitulares de 1647 a 1658.

(1942: 495) Basados en el crecimiento de la ciudad, los capitulares consideran justo que los

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hijos de la misma, tengan la doctrina cristiana “y en particular el estudio gramático que es la

puerta por donde se viene a alcanzar mayores ciencias”. Acuerdan entonces, escribir al Padre

General de la Compañía para que ordene “se pueble en esta ciudad un Colegio de padres.”

Este tipo de solicitudes era común, por lo que dice la Carta Anua de 1730-35 respecto al

aprecio que tenían en las ciudades hacia las labores de la Compañía en la instrucción en

primeras letras y gramática.

La misión se concretó pues la Carta Anua de 1661, informa sobre los resultados que

fueron más fructíferos en esta ocasión porque se extendió por toda la Cuaresma y “no solo

ocho ni quince días como otras veces” (MCA, 1970, p.196, IV). Grande fue el esfuerzo

realizado porque no había Padres suficientes, muchos de ellos ya estaban muy viejos y

enfermos. En esta oportunidad fueron los Padres Andrés Gallego, que cuidaba de la

Reducción de Candelaria, con un grupo de indios que se ofrecieron en acompañarlo y el Padre

Pedro Clavería de la Reducción de San Ignacio del Paraguay.

La recepción fue notable, lo mismo que los frutos, ya que la llegada había sido

deseada. Inmediatamente, los Padres empezaron a dar doctrina a los niños y niñas que acudían

con gusto “sin quedar Teniente, Alcaldes, ni vicarios, chicos y grandes que aunque lloviese

no les era de impedimento.” (MCA, 1970, p.196, IV) Así fue la concurrencia durante toda la

Cuaresma a los sermones y pláticas que eran recibidas con ansia provocando confesiones

generales. Ejemplo de ello son los casos de una mujer que había cometido liviandades y

ahora huía de ellas y de un joven que se confesó reiteradamente por efecto de las pláticas y

ejemplos que diariamente le daban los Padres.

Los frutos se manifestaron en las autoridades civiles y eclesiásticas como el Cabildo,

el Teniente de Gobernador y el Vicario que manifestaron sus opiniones por medio de cartas.

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A modo de ejemplo, la Carta de 1661, transcribe un capítulo de la carta del Vicario en la que

manifiesta su satisfacción por el cuidado que pusieron los Padres en la educación y enseñanza

de la doctrina cristiana a los niños. También guarda la esperanza suya y de los vecinos de

volver a ver a los Padres en “otra ocasión que se ofrezca de misiones” además de la súplica

que “nos asistan para el total consuelo de esta república...” (MCA, 1970, p.197, IV)

3.3.2 Las gestiones para establecer el Colegio

La presentación oficial del pedido para el establecimiento permanente de la Compañía

de Jesús se demoró y recién se hizo el 4 de noviembre de 1685. Los términos de la misma

revelan un deseo de larga data y los impedimentos que se presentaron para su ejecución:

“Muchos años ha que esta ciudad ha deseado se fundaraen ella un Colegio de la Compañía de Jesús y en varias ocasioneslo ha propuesto. Pero parece que a peso de ser tan conveniente, sehan presentado dificultades que han desvanecido aquel intento tanútil y necesario a esta República. No sé si lo atribuyamos a lacortedad de la tierra que por ser tan pobre no dio lugar a executarsu deseo o a que Dios nuestro Señor en sus incomprensiblessecretos permitió que hayamos carecido deste bien hasta el día dehoy que compadecido de nosotros ha suscitado aquel primer deseoy reprimiendo en nuestros corazones una eficacísima ansia detener en nuestra patria tan linda Compañía”. (BNRJ 1-29-3-19)

Como vemos, hay una referencia concreta a la cuestión de que los recursos tal vez

fueron insuficientes para comenzar una obra de esa envergadura, problema que, en esta

oportunidad, pareciera estar solucionado por las condiciones en que fue pactada, como

veremos más adelante. Por ahora, hay en este documento, promesas por parte del Cabildo que

invoca el nombre del “común” para hacer esta petición presentada por el procurador de la

ciudad a fin de que se les conceda los religiosos necesarios para fundar en ella un colegio y

que, en consecuencia, se les ayude “con todo lo que nuestras fuerzas alcanzaran, dándoles

sitios convenientes para todo...” (BNRJ 1-29-3-19).

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105

Las promesas son reiteradas en el mismo documento en cuanto a proveer recursos que

hicieran posible la fundación, darles ayuda y sitios acomodados, además de asistencia

personal. Considera que es “una misión tan necesaria” no sólo para remedio de las almas,

sino como “norte de la dirección de nuestros hijos, ni a que padezca más ignorancia aquesta

pobre ciudad” haciendo ya entonces referencia a la función educativa que, además, cumpliría

el Colegio.

Esta solicitud de 1685, está firmada por Gabriel de Toledo y Pedro Gómez de

Aguiar45. El primero era un criollo que había asumido el cargo de Teniente de Gobernador el

8 de enero de 1685, hombre que había tenido una destacada actuación como alcalde de primer

voto y alférez real de la ciudad, pero también muy vinculado con la Compañía de Jesús. Se

hacía perentoria la enseñanza sistemática, ya que hasta entonces, la misma se impartía en

forma discontinua y, además, se tropezaba con el rechazo de la gente a recibir instrucción y a

enviar a sus hijos a la escuela, a pesar de las multas que se les imponía.

Los trámites continuaron y las promesas se formalizaron en cuanto a la provisión de

bienes necesarios para la fundación del Colegio por un acuerdo entre el Cabildo y el

Regimiento que contó con la presencia del Padre Provincial Tomás de Donvidas, el 25 de

enero de 1686. Se otorgaron las propiedades que servirían como sede del Colegio y otras que

aseguraban los medios para su subsistencia y mantenimiento, siendo las siguientes:

• Sitio para el establecimiento del Colegio, a elección de la Compañía;

• Una chacra en el paraje “Santa Catalina”, aguas abajo del Paraná;

• Una “chacarilla” sobre el Paraná, aguas abajo, a una legua de la ciudad;

• Una estancia de seis leguas en “San Juan”, río arriba;

45 Las gestiones para establecer el Colegio, en APC, Actas Capitulares, 1690-1696, t. 12: 17-20

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• 7.000 cabezas de ganado vacuno puestas en la Reducción de San Ignacio del

Paraguay o 12.000 vacas en el territorio correntino;

• 500 vacas anuales, durante tres años, para gastos de fábrica. (MANTILLA, 1928,

p.769)

A continuación, se cumplieron con los trámites correspondientes por parte del

Provincial ya sea para dejar constancia que obligase al Cabildo al cumplimiento de lo

acordado como para obtener la autorización real y eclesiástica.

Por su parte, el 10 de marzo de 1688, el procurador, P. Diego Altamirano envió un

memorial al rey Carlos II donde, con los debidos fundamentos, solicitó:

“... se conceda haya misión de la Compañía en la ciudad deCorrientes de la gobernación y diócesis de Buenos Aires, con casadonde puedan vivir con decencia dos o tres misioneros y hospedara los que pasen, y capilla o iglesia pequeña para instruir a losindios, sin congrua alguna de la Real Hacienda ni de la ciudad”(PASTELLS, 1923, p.171, IV)

Se hacen presentes aquí las características de esa nueva fundación como lo son: su

intención misional; prestar hospedaje a los misioneros que pasaban; instruir a los indios;

capacidad para solventarse sin erogaciones de la hacienda pública ni de la ciudad.

Al dorso de este memorial consta ya, el dictamen fiscal favorable hecho en Madrid a

22 de febrero de 1688 pero “... con calidad de que no tengan campana ni puerta a la calle el

oratorio” (PASTELLS, 1923, p.171, IV)

El 30 de marzo de 1688 desde San Lorenzo, se expidió la Real Cédula al Gobernador

de Buenos Aires donde se expresa la conformidad del Obispo para “... dar licencia a los

Jesuitas en la ciudad de las Corrientes para hacer misión a los indios, se la concedan con la

calidad que se expresa.” (PASTELLS, 1923, p.172, IV)

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Este documento enumera las razones que expusiera el P. Altamirano en su memorial y

que sirven también como argumentación en esta oportunidad para el establecimiento de una

“misión permanente en la ciudad de las Corrientes”. Son éstas las siguientes:

“... porque dicha ciudad tiene cerca de ella muchos infielesy por no haber misioneros Jesuitas allí no se han sujetadoni convertido a la fe, aunque algunos de ellos no sonbelicosos contra españoles, sino de natural dócil y fácil deconvertir, a cuyo ejemplo se podrían ganar otros másbárbaros, y no se podría conseguir con misión que hiciesenalguna vez al año;

...que los colegios más cercanos distan de dicha ciudadmás de 100 leguas y de caminos difíciles, y aunque enalguna correría se ganasen algunos, no querrían luegosalir lejos de sus tierras hasta que, domesticados, perdiesenel miedo y concibiesen la conveniencia de agregarse aotros pueblos;

... que es puerto forzoso para las canoas y balsas desde elParaguay y reducciones hasta Buenos Aires y Santa Fe, acuyas ciudades llevan los indios ya cristianos sus frutos con... que pagan el tributo y compran lo necesario para susiglesias y conservación de sus pueblos..

... por ser paso necesario de los religiosos que van de loscolegios a las reducciones y por no hallar hospedajedecente ni casa de posada para pasajero, con sumaincomodidad van expuestos a los temporales que dice sonmuy ásperos,

... que se ocurría con que los Jesuitas tuviesen allí misióncon casa donde vivir con decencia religiosa dos o tresmisioneros y hospedar a los que pasan, y capilla o iglesiapequeña, al modo que usan en las otras misiones, parainstruir a los indios siquiera hasta que cerca de aquellaciudad se reduzcan bastante infieles;

... para hacer nueva reducción en que vivan más de asientoy sirva de escala para convertir a los demás...”(PASTELLS, 1923, p. 172, IV)

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Se reitera la cuestión de los propios recursos: “... porque los colegios de donde se

enviaren religiosos para dicha misión, los sustentarán con todo lo necesario como a súbditos

suyos.” (PASTELLS, 1923, p.172, IV)

Los argumentos presentados eran de peso pues las poblaciones del Paraná eran objeto

de frecuentes ataques indígenas. Uno de ellos fue el que motivó la negativa del Teniente de

Gobernador de Corrientes, Nicolás de Villanueva, de acceder a la solicitud del Padre Porras,

que ya mencionamos, sobre el envío de refuerzos a las misiones ya que se había rebelado los

indios guaycurúes del Chaco. También hacia 1638, los charrúas y caracarás habían destruido

Santa Lucía de los Astos y cortado las comunicaciones con Santa Fe y Buenos Aires.

Toda la actividad de la ciudad estaba signada por la defensa contra los ataques

indígenas, si bien contaban con la ayuda de indios aliados, su número era insuficiente.

Respecto al argumento de las grandes distancias de los demás Colegios, eran reales las

apreciaciones del Padre Altamirano, porque éstos se encontraban en Córdoba, Asunción,

Santiago del Estero, Buenos Aires, Santa Fe, San Miguel de Tucumán, Salta y La Rioja.

Si bien podían utilizarse las vías fluviales, éstas eran fatigosas y lentas por la

precariedad de los barcos. Los caminos terrestres, eran simples huellas abiertas sólo por los

animales, por los arreos o por el paso de las carretas. Aún en 1784, cuando Azara hizo el

camino de la Bajada en entre Ríos hasta Corrientes, tardó 16 días, en medio de “la soledad, el

peligro de las fieras, la molestia de insectos y otras peripecias” ( PASTELLS, 1923, p.302,

IV) .

Corrientes era un puerto forzoso, señalado en que, por ejemplo, en 1655 los indios de

las reducciones iban a buscar la yerba, navegando en canoas por los ríos, demorando en estos

trámites cerca de tres meses. Los guaraníes de los pueblos reasentados en el Paraná, por

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ejemplo, “... hacen yerba para adquirir caballos y yeguas, indispensables cuando necesitan

vaquear, algodón para vestirse y semillas. Buena parte de la yerba va destinada al Colegio

de Asunción que les ayudaba en las adquisiciones requeridas” (CARBONELL, 1992, p. 125)

El memorial del P. Altamirano añade detalles que justifican su solicitud, tales como el

tráfico continuo entre las 25 reducciones y se hace en “... embarcaciones tan débiles como

un madero calado (...) y todas tocan en las Corrientes, donde son visitadas de las Justicias y

compran bastimentos los indios para proseguir su viaje...”

Añade, además, las vejaciones que soportan los indígenas en este paso “por no haber

quién los defienda como los Jesuitas, que los han convertido”, hecho que es aprovechado por

los españoles que los convencen con diversos modos “para que se queden a servirles en sus

casas, heredades y trajines”. Esto ocasionaba que gran número de indios ya no volvieran a

sus reducciones, dejando desamparadas sus mujeres y familias mientras que los que se

quedaban, no recibían retribución por sus trabajos provocando la huída y el pillaje “y aunque

los misioneros procuran recogerlos, no pueden evitar el que se pierdan muchos por estar sus

doctrinas tan distantes de la ciudad de las Corrientes...” (PASTELLS, 1923, p. 172 – 173,

IV).

Los trámites continuaban con los intentos de conseguir las propiedades necesarias para

fundar una estancia con la que se pudieran sustentar los Padres del Colegio. En mayo de 1690

el Padre José Mazo, procurador de la Compañía y, “en nombre del Colegio que se está

fundando en la ciudad de San Juan de Vera de las Siete Corrientes”, solicitó al gobernador

Herrera y Sotomayor, conceda al mismo merced de “unas tierras realengas que llaman el

Rincón de Luna”. (En: MAEDER, 1992, p. 118) Pero los trámites recién se resolvieron el 3

de octubre de 1696 cuando el gobernador de Buenos Aires, Agustín de Robles, otorgó dicha

merced al Colegio de Corrientes. No obstante los frutos no fueron los esperados en forma

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inmediata y, en 1711, el procurador del Colegio, pidió su permuta por otro lugar más cercano

a la ciudad, reflejando la necesidad de tener tierras para el ganado capaces de sustentar a los

religiosos, la enseñanza de los niños que concurrían a las escuelas y las demás tareas propias

de esas instituciones.

Mientras estas gestiones continuaban ya en septiembre de 1690, el Obispo Azcona dio

permiso correspondiente “para levantar misión, casa e Iglesia” (En: MANTILLA, 1972,

p.76)

Por consiguiente, habría una primera fundación en carácter de “... misión en forma de

hospicio en la ciudad de Vera de las Siete Corrientes, según lo pidió a SM el P. Diego

Altamirano...”, que es lo que figura en el informe que hace en una carta al Rey, el Gobernador

de Buenos Aires Don José de Herrera, el 20 de agosto de 1692 (PASTELLS, 1923, p. 282,

IV). En el mismo, se refiere a la conveniencia de la fundación de un Colegio, por lo tanto,

pareciera que la fundación de éste fue gestionada con posterioridad.

En el contenido de esta carta refiere el Gobernador que:

“... ha conferenciado con el Obispo, y ambos han juzgadoser conveniente se funde un Colegio e Iglesia en forma en dichaciudad de San Juan de Vera de las Siete Corrientes, por el muchofruto que ha reportado de la presencia de los Padres de laCompañía durante cerca de tres años que han entrado en ella,viviendo en el sitio que se les señaló, donde tienen su casa pegadaa una ermita antigua del Señor San Sebastián, que les sirve deoratorio, sin exceder en nada de lo que se les ha permitido.”(PASTELLS, 1923, p. 282, IV)

Según esta carta de 1692, los Padres ya se habían instalado desde 1689 y el Colegio e

Iglesia recién se gestionaban en 1692, aunque en 1686, el Provincial Donvidas había

realizado gestiones en Corrientes para que “se señalara sitio para la iglesia y residencia,

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tierras para chacras y estancias para el sostenimiento de la casa y alguna ayuda para

construir el edificio” (MAEDER, 1981, p.169, Nota 83).

Hay otras cartas relativas a la misma cuestión: la del Obispo de Buenos Aires a S M

del 13 de octubre de 1692 que trata sobre “que el Hospicio de los religiosos de la Compañía

de Jesús de la ciudad de Corrientes sea Colegio” (PASTELLS, 1923: IV, 285) ya que

“todavía no queda esta obra perfecta” (Bruno, 1968: 65) si no se concreta la fundación y la

de D. Agustín de Robles, gobernador de Buenos Aires, dirigida también al Rey el 1 de

diciembre de 1692. Esta última informa que:

“ ...el cumplimiento por parte de los religiosos de la Compañía deJesús de la Real Cédula del 30 de marzo de 1678 (por 1688) enque, a petición del P. Diego Altamirano, se les concede casa yhospicio en la ciudad de las Corrientes, del distrito de aquelgobierno. Informa sobre la conveniencia de que dicha licencia seextienda a que sea Colegio y tengan iglesia capaz para elcumplido desempeño de sus sagrados ministerios. Dice que losniños que acuden a sus escuelas, sin los que aprenden lagramática, son más de 200.” (PASTELLS,1923, p. 289-90, IV)

De igual tenor es el Memorial de D. Gabriel de Aldunate y Rada, Procurador general

de la ciudad a SM, donde refiere:

“...el fruto grande que dan los religiosos de la Compañía de Jesúsy cuan conveniente sería se les concediese licencia para quepudiesen tener Colegio en la ciudad de las Corrientes en lugar delHospicio que allí tienen, como lo habrán informado el Obispo y elGobernador de Buenos Aires” (PASTELLS, 1923, p. 289 – 290,IV)

Pero el dictamen fiscal hecho en Madrid, a 25 de junio de 1696, no fue favorable, ya

que dice:

“...que la fábrica del colegio y iglesia y demás necesario para sumanutención se ejecutara de los padres jesuitas y sin gasto alguno

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de la Real Hacienda y en su virtud (...) parece concurren losrequisitos necesarios para que se difiera esta pretensión.”(PASTELLS, 1923, p. 289 – 290, IV)

Y agrega: “Justifíquese de las rentas que hay para mantenerse este Colegio sin

gravamen para los vecinos” (PASTELLS, 1923, p.346-347, IV) pero el 23 de octubre de

1697 el Real Consejo declaraba: “Por ahora no ha lugar” (BRUNO, 1968, p. 66)

Por lo tanto funcionaban la casa, el hospicio y las escuelas para indios y para los que

aprendían gramática, ya hacia 1692 cuando se solicitaba la licencia para que sea Colegio. Una

carta del Cabildo secular del 24 de diciembre de 1692, este organismo le agradece al Rey por

“...haber accedido a la súplica que le dirigió en 1687 de que sedignase conceder la fundación de un Colegio de Padres de laCompañía de Jesús en dicha ciudad, como en efecto lo ejecutó elaño de 1689, viniendo a residir en ella, en virtud de la Real Cédulade concesión...” (PASTELLS, 1923, p. 290, IV)

En esta oportunidad, el organismo solicitaba la fabricación de “una Iglesia capaz y

espaciosa para facilitar el pasto espiritual de su doctrina a las muchas almas que se

necesitan de ella, por ser incapaz la capilla que ahora tienen.” (PASTELLS, 1923, p. 290,

IV).

Cayetano Bruno (1968, p. 66) dice al respecto que, a pesar de la decisión desfavorable

de octubre de 1697, el hospicio de Corrientes “funcionó como colegio o casa formalmente

erigida; y aún en la nomenclatura de la época, ya desde 1689 llevaba este nombre. Vicente

Fidel López (1929, P. 15-17) utilizando como fuente las Cartas Anuas de 1689 a 1693, dice

que se dio comienzo a la fundación del Colegio por orden del P. Tirso González, el 1 de

marzo de 1690. Ese mismo año figura, según el mencionado autor, en el acta capitular del 13

de marzo de 1690, ubicada en el Archivo de Corrientes.

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3.3.3 Llegada e instalación de los jesuitas en Corrientes

El 13 de marzo de 1690 llegaron los primeros Padres, adjudicándoseles “la cuadra

que quedaba en la calle que bajaba de la Ermita de San Sebastián e iba derecha hacia el

Riachuelo” (LABOUGLE, 1978, p. 124) que, según el estudio realizado por Vicente Fidel

López, (1931, p.18) el lugar corresponde a la manzana que ocupa en la actualidad, el Colegio

Nacional y donde, efectivamente, se encontraba el edificio del Colegio de los jesuitas hasta su

demolición. Ciñen su perímetro: “hacia el Este, la calle Tucumán; al Sud, la calle Fray José

de la Quintana; al Oeste, la calle San Luis y al Norte, el río Paraná”. Para que tuvieran un

lugar donde vivir y cumplir con sus oficios religiosos, el Cabildo les adjudicó la Ermita de

San Sebastián, pero debían compartirla cuando se celebraban las fiestas de la ciudad, hasta

tanto se construyeran su propia iglesia. Actualmente este terreno quedó bajo las aguas del río

Paraná, según lo dice Mantilla (1972, p. 77).

El P. Sebastián Toledo, hermano del Teniente de Gobernador, recibió la escritura que

documentaba la donación de los solares, chacras en Santa Catalina y estancia en el pago de

San Juan, Paraná arriba según se le había asignado al P. P. Donvidas en su oportunidad. Este

acto tuvo lugar el 5 de junio de 1690 y en el mismo “se incluyeron las reses necesarias para

costear la edificación” (MAEDER, 1981, p.169, Nota 83)

En las Actas Capitulares de 1690, se especifican las propiedades que en ese momento

son las siguientes:

• “La cuadra de sitio para la iglesia y el colegio que de a la partedel poniente sobre la calle que baja a la ermita del Señor SanSebastián de la otra parte de dicha calle y a la calle queatraviesa por la plaza que corre al poniente...”

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• “...con más otra cuadra que se sigue inmediatamente a la dichacuadra para rancherías de su servicio de dicho colegio quecorre sobre el mismo río y calle de por medio entre las doscuadras que es la que viene del campo entre las casas de losCapitanes Don Fernando Vaes y Antonio Frutos...”

• la chacra situada en el Pago de Santa Catalina perteneciente aManuel Cabral de Alpoin”. (En: LABOUGLE, 1978, p. 125)

En el mismo documento consta que, una vez medidas las tierras, “se halló la dicha

suerte ser corta y no bastante para las labores y demás ministerios del dicho colegio”, por lo

que fue necesario señalar tierras más amplias, contándose “... desde el arroyo que sale del

anegadizo al pie de una isla de donde corre el cerco de las labranzas y suertes de tierras del

teniente Gaspar Fernández” (AC 1681-1690 p. 11, fs 212-214)

También se entrega “la estancia del Paraje del río de San Juan que llaman, río arriba

del Paraná...”

3.3.4 La edificación del Colegio

Cuando se cumplieron las diligencias respecto a las propiedades, el P. Toledo pudo

continuar con la construcción del Colegio con no pocas dificultades.

La ciudad de Corrientes venía pasando una situación angustiosa ya que el 6 de abril de 1689,

había sufrido un ataque muy severo de los abipones lo que motivó gastos de defensa como

terminar la construcción del fuerte de la ciudad. Además, el Teniente de Gobernador Toledo

organizó una entrada al Chaco que fue resistida por el Cabildo en virtud de la mala situación

existente, no solo en municiones escasas sino en maíz, trigo, tabaco, yerba, a lo que se unía la

falta de brazos para levantar las cosechas por estar ocupados en la campaña. La situación fue

paliada en parte, por la asistencia de los indios de la reducción de Itatí, pero no había

condiciones de cumplir con lo pactado con los jesuitas.

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X - Plano de la ciudad de Corrientes (Estrada, 1992:47) con la ubicación de la manzana del Colegio y lapunta San Sebastián: “hacia el Este, la calle Tucumán; al Sud, la calle Fray José de la Quintana; al Oeste, lacalle San Luis y al Norte, el río Paraná”. (LÓPEZ, 1931, p.18)

La entrega de las cabezas de ganado se demoraba hasta que, con la intervención del

Cabildo y del Capitán González Recio, se reunieron 5.300 cabezas.

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En 1691 y bajo la gestión del Capitán don Nicolás de Pessoa y Figueroa, se continuó

con la construcción de las instalaciones para los Padres jesuitas. LABOUGLE refiere como se

fue llevando a cabo la misma desde el transporte de los materiales que se realizó cuando el

Cabildo en agosto de 1691, mandó a los vecinos que reuniesen una carreta con cuatro bueyes

en la chacra del Alférez Miguel Rodríguez de Luján para trasladar las palmas cortadas para la

construcción del Colegio (LABOUGLE, 1978, p. 131).

En cuanto a la utilización de mano de obra indígena para la construcción del Colegio,

fue prohibida especialmente, debido a que se habían observado abusos por parte de algunos

Padres lo que motivó la intervención del Padre General Carlos de Noyelle quién el 26 de

agosto de 1684 ordenaba con severidad:

“que ninguno de los nuestros se valga del trabajo de los indios,ni se sirva de ellos, si no vienen voluntariamente en trabajar oservir, y pagándoles lo que merezca su trabajo, dejándolesenteramente satisfechos. (ASTRAIN, 1920, p. 671, VI)

Por ello el Padre General Tirso González, sucesor de Noyelle, elaboró una serie de

preceptos que envió al Provincial del Paraguay, Lauro Núñez, el 31 de enero de 1696,

destinados a los misioneros de las reducciones. En ellos hace referencia al Colegio que nos

ocupa, ordenando, como primer precepto “que ni para el colegio de Corrientes, ni para otro

alguno de la provincia se saquen indios algunos, para trabajar ni en fábrica ni en hacienda,

ni en otra suerte de servicios, ni pagando sus jornales ni sin pagar”. (ASTRAIN, 1920, p.

669) En segundo lugar, prohíbe también que se entreguen indios de las reducciones a

particulares, para cualquier trabajo, privado o público, sin pagarles jornal. En el precepto

tercero establece:

“que ninguna alhaja, sea doméstica o sea de uso de las iglesias nihaciendas de los indios, se pueda traer al colegio de Corrientes ni

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a otro alguno de la provincia, sin que se pague por su justo valor yprecio...” (ASTRAIN, 1920, p. 671)

Pero las dificultades continuaron con respecto a las demoras en cumplir los

compromisos por parte de la ciudad en cuanto a la entrega de las cabezas de ganado, lo que

motivó las continuas quejas del Rector del Colegio y la presentación por parte del Procurador

de la Compañía, P. Sebastián Pimentel, de un Memorial el 22 de septiembre de 1695. El

Colegio estaba atrasado en su construcción y padecía muchas necesidades por esta causa, “no

viviendo los jesuitas con la decencia que correspondía ni poseyendo iglesia acorde con la

importancia de su ministerio” (LABOUGLE, 1978, p.136-137). También solicitaba

autorización para hacer una vaquería con siete indios y algunos españoles a quienes el

Colegio les pagaría por ello, lo que les fue concedido.

El P. Pimentel no exageraba en cuanto a las necesidades que padecían los jesuitas, ya

que en las Actas Capitulares donde figuran las sucesivas presentaciones para requerir tierras

contiguas a la ermita de San Sebastián, solicitaba “se les permita demoler un rancho poco

decoroso y poner una plazuela frente a la Iglesia a fin de que no desdiga de los demás

templos”46

La necesidad de contar con instalaciones adecuadas se debía también al importante

número de alumnos que asistían. En las Cartas Anuas de 1689 a 1693, citadas por López

(1931: 16) que escribiera el Padre Provincial Gregorio Orozco al Padre General Tirso

González, dice:

“Abrióse luego que se entabló la fundación la escuela deniños que llegaron a casi 300 y se van adelantando así en letrascomo en virtud, policía de la que están ajenos, que ni aún hablar

46 Estas referencias extraídas de las Actas Capitulares figuran en el trabajo citado de Vicente Fidel López, Losjesuitas en Corrientes. El Colegio Fluentino (1931: 26-27, Notas al pie de página)

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sabían castellano: entablóse también una clase de gramática condiez y seis de los que mejor escribían y conforme fueronaprendiendo, váse acrecentando el número...” (LÓPEZ, 1931, p.16)

Este texto es muy interesante por en varios aspectos:

• cantidad de alumnos;

• situación de los mismos con respecto a la necesidad de su instrucción;

• muy pocos sabían escribir;

• el número de alumnos se acrecentaba.

Para poder apreciar la dimensión de la asistencia, necesitaríamos datos acerca de la

población de Corrientes hacia 1690, lo que se hace difícil porque no hay documentos

detallados, apareciendo datos desiguales, según manifiesta Maeder (1981: 106) que hizo un

relevamiento de los mismos. Para 1684, registra el Informe del Padre Diego Altamirano, que

da una población de 400 vecinos47; en 1760, ya con datos más precisos, la población de la

ciudad y la campaña, sumaba 8.128 habitantes, pero carecemos de datos acerca del número de

alumnos hacia esa época. No obstante, ese número no era constante y había épocas en que

muy pocos alumnos asistían, según veremos más adelante.

Se había empezado a desmontar el sitio para la iglesia y viviendas, pero como la

superficie era escasa para ello, se solicitó el terreno de la casa de doña Ana Acosta que se le

fue otorgado, adjudicándosele a la señora, otro de semejantes características donde la

Compañía le construiría nueva vivienda, actitud que se tomaba cuando los solares no eran

donados. Igual medida se tomó con los terrenos de Diego López del Prado y sus hermanas y

de Juana Delgado de Espinoza, en cambio, los pertenecientes a Pascual Núñez, María

47 Considerando que este número de vecinos equivale a propietarios, habría 1,33 alumnos por propiedad.

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Cabrera, Bartolomé Vargas Machucas, Bartolomé Aranda, Lorenzo Almirón y Juan Sosa,

fueron donados. (LÓPEZ, 1931, p. 29 – 30).

No obstante, el edificio del Colegio en la visita del Provincial Querini de 1749 se

presentaba con las paredes y techo amenazando desplomarse como veremos en el próximo

capítulo, pero también apreciaremos su consolidación tanto sea edilicia como en propiedades

y labores específicas.