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45 LA SACRA CAPILLA DE EL SALVADOR DE ÚBEDA ESTUDIO HISTÓRICO-ARTÍSTICO, ICONOGRÁFICO E ICONOLÓGICO ASOCIACIÓN CULTURAL UBETENSE “ALFREDO CAZABÁN LAGUNA3. COBOS Y SU FUNDACIÓN 3.1. Francisco de los Cobos: La gran figura de la España carolina. F rancisco de los Cobos nace en Úbeda en fecha indeterminada, proba- blemente tuvo que ser entre 1475 y 1480 22 . Vivió sus primeros años en la medieval collación de Santo Tomás de dicha ciudad, lugar donde sus padres, los ya mencionados Don Diego y Catalina, tenían su residencia, siendo él, el único varón de una familia de cuatro hermanos -tenía tres hermanas: Isabel, Leonor y Mayor-. El origen humilde y la situación hostil por los enfrentamientos de los linajes de la ciudad en que nacería y crecería nuestro personaje, no serían ningún obstáculo, como fue normal en su época, para conseguir las metas que estaba llamado alcanzar en un futuro inmediato, donde la nobleza de toga alcanzaría altos puestos. Más aún, quizá ese contexto en el que pasó su infancia y parte de su adolescencia, además de las altas aspiraciones que en todo momento acompañaron a Cobos, le llevarían a aceptar la proposición de su tío, Diego Vela Allide, casado con su tía carnal Mayor de los Cobos, de marchar a Granada. De su mano logrará entrar dentro del aparato burocrático estatal, aprendiendo paulatinamente todos los entramados del mismo. Todo aquello le debió parecer un mundo muy distinto del que conocía y allí empezó a instruirse en la redacción de documentos oficiales, preparación 22 KENISTON, H. Francisco de los Cobos. Secretario de Carlos V. Ed. Castalia. Madrid, 1980. p. 4.

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3. coboS y Su fundación

3.1. Francisco de los Cobos: La gran figura de la España carolina.

Francisco de los Cobos nace en Úbeda en fecha indeterminada, proba-blemente tuvo que ser entre 1475 y 148022. Vivió sus primeros años en la medieval collación de Santo Tomás de dicha ciudad, lugar donde

sus padres, los ya mencionados Don Diego y Catalina, tenían su residencia, siendo él, el único varón de una familia de cuatro hermanos -tenía tres hermanas: Isabel, Leonor y Mayor-.

El origen humilde y la situación hostil por los enfrentamientos de los linajes de la ciudad en que nacería y crecería nuestro personaje, no serían ningún obstáculo, como fue normal en su época, para conseguir las metas que estaba llamado alcanzar en un futuro inmediato, donde la nobleza de toga alcanzaría altos puestos. Más aún, quizá ese contexto en el que pasó su infancia y parte de su adolescencia, además de las altas aspiraciones que en todo momento acompañaron a Cobos, le llevarían a aceptar la proposición de su tío, Diego Vela Allide, casado con su tía carnal Mayor de los Cobos, de marchar a Granada.

De su mano logrará entrar dentro del aparato burocrático estatal, aprendiendo paulatinamente todos los entramados del mismo. Todo aquello le debió parecer un mundo muy distinto del que conocía y allí empezó a instruirse en la redacción de documentos oficiales, preparación

22 KENISTON, H. Francisco de los Cobos. Secretario de Carlos V. Ed. Castalia. Madrid, 1980. p. 4.

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de órdenes reales, control de las cuentas de la corona...; de igual forma, vería pasar ante él los grandes personajes del momento a los que conoció trabando incluso amistad con algunos de ellos, como es el caso de Her-nando de Zafra, Secretario y protegido de la Reina Isabel y Contador Mayor de Granada.

Poco tiempo después entrará al servicio del poderoso Hernando de Zafra y paulatinamente irá ganándose su respeto y el del resto de personajes corte-sanos, de manera que, en 1503, lo encontramos como uno de los escribanos de Su Majestad el Rey Católico, Don Fernando de Aragón, ocupándose de su correspondencia más o menos personal. A partir de aquí la figura del joven Cobos tomará nuevos bríos, iniciando su “cursus honorum” y recibiendo numerosos nombramientos y mercedes por sus servicios.

Entre otros puestos y beneficios que alcanzó, está el de Regidor de Úbeda en 1508, derechos de propiedad sobre las minas de Vera, en 1512; Escribano del Crimen de Úbeda en 1513, Procurador de Granada ante las Cortes de Castilla, en 1515, y un largo etcétera que le permitió ir subien-do rápidamente tras los entresijos cortesanos, a la vez que su patrimonio personal iba viéndose sustancialmente acrecentado. Lógicamente y de una forma paralela, también su responsabilidad política dentro de la Corte había crecido desde que comenzara su andadura por estos lares.

Cuando después de varios años al servicio del rey Fernando este fallece el 23 de enero de 1516, a la burocracia cortesana que durante tanto tiempo había estado al servicio de este monarca, se le presenta la disyuntiva de a quién continuar sirviendo. En el testamento de este monarca, su nieto Carlos de Gante quedaba como heredero de todas sus posesiones, pero aún el nuevo monarca estaba en tierras lejanas, concretamente en Flandes como sabemos, así pues Cobos, junto a otros compañeros, tomará la decisión de marchar a aquellos territorios con el propósito de ser ratificado en su puesto por el joven Rey y así entrar a su servicio ejerciendo la labor que hasta entonces había realizado.

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Tras un largo viaje encontramos ya a Cobos el verano de ese mismo año al servicio del Gran Chambelán Chièvres, siendo su sueldo confirmado por el mismo rey, el 31 de octubre, y nombrado Secretario de Carlos I a finales de ese mismo año23. Es así como Francisco de los Cobos entró al servicio del futuro Emperador, manteniéndose en su cargo hasta el día de su muerte.

Acompañando, como no podía ser de otra forma al monarca, volverá a España, desembarcando en Villaviciosa (Santander) el 4 de noviembre de 1517, para asumir el gobierno de sus dominios españoles. Ni siquiera dos años llegó a estar el rey Carlos en España puesto que en 1519, estando en Barcelona, recibió la noticia de la muerte de su abuelo, el Emperador Maximiliano I; acto seguido presentó su candidatura a la dignidad imperial vacante, puesto que alcanzaría tras una más que dudosa elección marcada por las presiones y sobornos a los electores.

Tras su marcha del país, el 19 de mayo de 1520, dejará tras de sí una difícil situación que desembocaría en los levantamientos de las Comunidades en Castilla y las llamadas Germanías en Aragón, movimientos que serán apaciguados algún tiempo después. Francisco de los Cobos, tuvo durante estos años un papel relevante acompañando al Emperador por toda Europa y cola-borando activamente en los proyectos alumbrados bajo los designios del César.

Se casó, aproximadamente, con 40 años, el 12 de octubre de 1519, con María de Mendoza, de 14 años de edad, hija de Don Juan Hurtado de Mendoza y María de Sarmiento, Condes de Ribadavia. Este enlace satisfizo profundamente a Cobos, pues una de las preocupaciones a lo largo de su vida será la de acrecentar su prestigio personal y el de los suyos. Por eso, no le importaría demasiado que el Condado de Ribadavia se encontrase entre los más pobres de España si un enlace así le proporcionaba un título nobiliario.

De este matrimonio nacerán dos vástagos, Diego de los Cobos y María Sarmiento. El primero casará con la Marquesa de Camarasa, mientras que

23 KENISTON, H. Francisco de los Cobos..., pp. 23-23.

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la segunda con el Duque de Sesa, Gonzalo Fernández de Córdoba, nieto del mítico Gran Capitán. De esta forma dejaba Cobos perfectamente atado el futuro de sus hijos a la vez que acrecentaba, mediante esta hábil política matrimonial, la grandeza de su nombre.

Como todo gran señor que se preciase en su época, Cobos hizo ostenta-ción de su enorme poder de diferentes maneras. Algunas, ya hemos tenido ocasión de mencionarlas al referirnos a los matrimonios de sus hijos con personas de noble cuna; otras veces, el Secretario del Emperador aprovecha su privilegiada posición para conceder mercedes y favores a aquellos a los que consideraba que no debía tener como enemigos y que bien podían serles útiles.

De esta forma se rodea de un reducido grupo de leales que afianzan su posición dentro de la Corte, convirtiéndose así en una pieza clave dentro del sistema político de la España del momento. Uno de estos beneficiados será su sobrino, Juan Vázquez de Molina, que ostentará también una secretaría bajo el reinado de Carlos V y de Felipe II gracias, como hemos dicho, a la influencia de su tío.

El cultivo de las artes por supuesto, fue otra de las maneras con la que Don Francisco, se hizo valer a los ojos de sus coetáneos, rivalizando con ellos en importancia y poder. Sabemos a este respecto que cualquier man-datario que se preciase de tener buenas relaciones con el Emperador, tenía que tenerlas también con Cobos.

Este hecho que, a primera vista puede parecer insignificante, tendrá im-portante repercusión en el crecimiento de su patrimonio personal y también para tratar de definir la personalidad del ubetense ya que si se hacía algún regalo u obsequio al Emperador, Cobos no debía ser menos, mencionando incluso los documentos que los regalos, por supuesto interesados, que se realizaban a Cobos eran incluso a veces mejores que los hechos al mismo Carlos24.

24 KENISTON, H. Francisco de los Cobos..., pp. 302-305.

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De aquí viene sin duda parte de la gran colección de objetos de arte que parece ser que Cobos logró atesorar en sus palacios y capilla privada y que sin duda alguna otorgaban a su “ego” ese matiz de elegancia y distinción aristocrática que siempre persiguió, mencionándose algunas veces obras originales de época clásica mandadas traer desde Italia.

A esta importante colección de la que gran parte de sus fondos han desaparecido, pertenecería un San Juan Bautista Niño que Gómez Mo-reno lo atribuyó al célebre Miguel Ángel y que desafortunadamente fue destruido, como tantas otras cosas, en la fratricida guerra de 193625, o la fuente italiana que hasta el siglo XIX estuvo en el patio de su palacio ubetense y que actualmente puede verse en la plaza Vázquez de Molina.

Sus expediciones junto al Emperador a Alemania, Italia o Berbería lo pondrán al corriente de las manifestaciones artísticas y culturales que se desarrollaban fuera de España conociendo incluso a las personalidades artísticas más relevantes de le época. Parece lógico pensar, y así lo afirma Keniston, que siendo Tiziano retratista oficial del Emperador y amigo personal de Cobos, hubo de hacerle en algún momento algún retrato, sin embargo, desgraciadamente, no ha llegado ninguno hasta nuestros días.

De acuerdo con su posición, hizo construirse dos suntuosos palacios, uno en Valladolid, donde nacería el futuro Felipe II, y otro en su Úbeda natal, sirviéndose para ello de un arquitecto de enorme prestigio en su época, el arquitecto del Emperador, Luis de Vega. Para la decoración interior del palacio vallisoletano, hizo venir desde Italia a dos pintores italianos, Julio de Aquiles y Alejandro Mayner; parece ser que el primero pudo estar en Úbeda en algún momento según puede desprenderse de la documentación relativa al Salvador como posteriormente veremos.

Su deseo de gloria y ostensible autoafirmación, le llevará a concebir el proyecto de la obra a la que se dedica el presente trabajo, con el objeto de que

25 Esta magnífica obra, está siendo sometida en la actualidad, a un complejo proceso de restauración encaminado a devolverle su aspecto originario.

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su nombre perdurase sobre la propia muerte y permaneciese presente a lo largo de los siglos. La erección de estas obras permite hacernos una idea sobre el importante numerario que manejaría el Secretario y que parece ser que durante sus últimos años de vida alcanzó la cifra anual de 60.000 ducados26.

Para finalizar con esta figura y a modo de resumen hemos de decir que Francisco de los Cobos, Comen-dador Mayor de León y Contador de Castilla, del Consejo de Estado del Emperador, Adelantado Perpetuo de Cazorla, aunque esto generó un largo pleito ya que Cazorla era del

arzobispado de Toledo27, Señor de las villas de Sabiote, Torres, Canena y Velliza y Caballero de la Orden de Santiago, hombre culto que viajó junto al emperador por toda Europa y que rigió sabiamente los destinos de España durante más de dos décadas, amante de las artes y artífice de la venida a España de artistas como Mayner y Aquiles a los que protegió igual que al alcaraceño Vandelvira, poseedor de obras realizadas por los más importantes artistas del momento como Tiziano o Rafael, fue un hombre de su tiempo y, sin lugar a dudas, un verdadero mecenas de las Artes.

Ejercerá su cargo de Secretario del Emperador hasta la fecha de su muerte, el 10 de Mayo de 1547, pero desde que entrara en la en la admi-nistración real en un primer momento, e imperial después, su influencia y poder irán “in crescendo” hasta convertirse en la persona más influyente sobre el Emperador y una de las más importantes de Europa, ocupándose

26 KENISTON, H. Francisco de los Cobos..., p. 304.27 RIVERA RECIO, J. FCO., El Adelantamiento de Cazorla. Toledo, 1.948.

12 Retrato de Francisco de los Cobos por Jan Gossaert h. 1530

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fundamentalmente de los asuntos españoles, que despachaba personalmente, con su amigo y señor Carlos28.

3.2. Su fundación.

Hemos tenido ocasión más arriba de esbozar un retrato de la figura de don Francisco de los Cobos, sin duda, un gran hombre del siglo XVI y de igual forma una de las más grandes personalidades de la Europa de aquellos momentos.

Ya hemos visto que como gran señor del Renacimiento que fue, no escatimará en medios para hacer ostensible alarde de su poder, y de esta forma magnificar su figura. Comprará villas, erigirá palacios, poseerá joyas y riquezas inimaginables y por supuesto, mandará levantar una capilla fu-neraria para su enterramiento.

Sin embargo, al no tratarse de un hombre común, su lugar de enterra-miento tampoco lo tenía que ser. Así lo entendió y es por ello por lo que en lugar de acomodar un espacio en el interior de alguna iglesia para su descanso eterno como era normal, mandará levantar toda una iglesia “per se”. Como veremos, una obra magnífica para un magnífico señor.

Intentar dilucidar este afán, no solo del propio Cobos, sino en general de toda la oligarquía y aún más del mismo ser humano en todos los tiem-pos, supone exponer, aunque muy brevemente, lo que ha supuesto a lo largo de la historia y muy especialmente durante la Edad Media y Moderna, ese momento clave, el encuentro del hombre con la muerte.

Desde época prehistórica el hombre vio la necesidad que tenía de enterrar a sus muertos, lo cual llevaba aparejado una serie de ritos funerarios que se

28 En las famosas Instrucciones de Palamós (1543), el Emperador dedica amables palabras a su viejo secretario y reconoce su importante trabajo, sobre todo en cuestiones de hacienda.

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relacionan con las creencias religiosas sobre la naturaleza de la muerte y la existencia de una vida después de ella.

Los primeros entierros de los que se han hallado constancia corres-ponden a grupos de Homo Sapiens de los que conocemos que el cuerpo del difunto era preparado meticulosamente vistiéndolo con ropas especiales y adornándolo con objetos religiosos o amuletos. Ya desde esta época existían diferentes formas rituales para despedir al cadáver, las cuales estaban rela-cionadas con las creencias religiosas, el clima, la geografía o el rango social. La cremación, exposición del cadáver al aire libre29, etc., son algunas de las formas existentes de tratar al cadáver en diversas culturas.

29 Práctica común en las regiones árticas.

13 Complejo funerario de GizehEgipto

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El deseo mismo de mantener viva la memoria del difunto a dado lugar a diferentes tipos de actos como la construcción de mausoleos, conservación de objetos personales o de retratos del fallecido por parte de familiares y allegados o inscripciones de epitafios sobre la misma tumba, siendo estos los más comunes en nuestra sociedad occidental.

La tumba es una de las tipologías constructivas más antiguas y uni-versales, destacando muchas de estas por su maravilloso tratamiento y su carácter monumental; de esta forma podemos recordar como de la práctica prehistórica de enterrar a los muertos bajo el suelo de sus viviendas, lo que dará lugar a una de las tipologías más antiguas que sería la estancia cubierta por un montículo de tierra, paulatinamente se llegará a las pirámides de Egipto muchas veces agrupadas en conjuntos como el de Saqqara o Gizeh con el fin de preservar y proteger los cuerpos de los faraones para le eternidad.

La tipología de tumba irá evolucionando, como hemos dicho, a lo largo de los siglos relacionándose con las prácticas culturales de cada pueblo sin embargo, lo que sí que se mantendrá en todo momento es la magnificencia de la que gozarán las construcciones destinadas a altos personajes como las ya mencionadas pirámides, o construcciones en la antigua Grecia y Roma como el conocido Teseion -sepulcro de Teseo levantado utilizando el orden dórico-, la pirámide de Cayo Sextio en Roma o la Torre de los Escipiones levantada durante el siglo I de nuestra era ya en Hispania.

Bajo la dominación romana, se desarrollará el cristianismo, práctica si bien en un principio tenida por sectaria, logrará imponerse finalmente lo que conllevará un cambio cultural importante en el que esta religión gozará de enorme poder e influencia en Occidente durante muchos siglos.

De las ilegales catacumbas en que se enterraban los primitivos cris-tianos, se pasará tras la promulgación del Edicto de Milán en el 313, a un reconocimiento pleno con el que esta religión se irá afianzando poco a poco. Desde este momento, un gran número de iglesias cristianas se construyeron

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sobre los enterramientos de los mártires más señalados para los devotos, son los martyrium o las primeras basílicas constantinianas.

A tal fin corresponden importantes edificaciones como la Basílica de San Pedro sobre la tumba del primer Obispo de Roma, la Basílica del San-to Sepulcro o en época más tardía la Catedral de Santiago de Compostela como relicario de los restos del supuesto incorrupto apóstol. El esplendor y ostentación buscados por quienes promovían estas obras dará lugar incluso a construcciones, ya en Época Moderna, como el Monasterio del Escorial, que compartía como sabemos, la función de monasterio, espacio áulico y de panteón para la monarquía hispánica.

Durante la Edad Media, serán los pórticos de las iglesias los lugares más comunes destinados a cementerios. Estos pórticos tenían un carácter multifuncional puesto que también eran utilizados como lugares donde se celebraban reuniones civiles o como espacios por donde transitaban las pro-cesiones de la época. Es durante este período cuando los poderosos desearán los espacios más notables en el interior de los templos como lugar destinado a albergar sus restos.

En España, es a finales del siglo XII cuando los poderosos linajes ca-tólicos de nuestro país consiguen situar sus enterramientos en el interior de los templos con lo cual “se inicia uno de los procesos de transformación espacial más determinantes de la arquitectura medieval”30. Los más privi-legiados buscarán el lugar más insigne, prefiriéndose como no podía ser de otra forma grandes capillas, lugar de culto donde se guardaban reliquias, o el altar mayor, todo lo cual provocará incluso la reforma espacial y estructural de la fábrica, a la que alude Bango Torviso, para así adecuarla a tal efecto. La nobleza correrá con todos los gastos necesarios para beneficiarse así de estos espacios con lo que se aseguraban un lugar propio y singular para el culto privado.

30 BANGO TORVISO, I. Edificios e imágenes medievales. Historia y significado de las formas. Historia 16, (Vol. 11). Madrid, 1995.

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Para intentar clarificar aún más este afán que embriagaba, llegando incluso hasta obsesionar a los miembros más notables de la sociedad his-pánica durante la Edad Media y el Renacimiento, debemos de sumergirnos en las aguas del pensamiento que, revestido en un primer momento del escolasticismo dominante y más tarde tocado por los renovadores hálitos de las corrientes humanistas, dominaba todos los estadios de la vida.

La documentación de la época concerniente al tema de la muerte, es decir, testamentos y obras literarias de carácter eminentemente religioso, ayu-dan a comprender mejor aquel obrar. Resulta sorprendente, sin duda alguna estrechamente vinculado a esa profunda mentalidad religiosa de la época, la extraordinaria proliferación de escritos que sobre este tema vieron la luz du-rante la Baja Edad Media y que tan firmemente lograron afianzarse durante los siglos XVI y XVII gracias a la fundamental aportación de la Imprenta. Esta literatura doctrinal, conocida como “Ars Moriendi”, tenía como misión ayudar a la preparación del buen cristiano para cuando le llegase la hora.

Es por ello por lo que estos textos estaban destinados fundamentalmente a la comunidad eclesiástica, que como si de un manual se tratase, debían de utilizarlos para asistir y confortar al moribundo en su agonía; no descartaba este género literario religioso al resto de cristianos que, obviamente serían aquellas personas con cierto nivel cultural y que por tanto supiesen leer, es decir, aquellas personas de condición social más o menos elevada. Sabemos que la difusión de estos textos tuvo que ser enorme como así lo atestiguan su inclusión en los inventarios post mortem de muchas personas.

La práctica totalidad de estas obras tendrá entre sus más encarecidos cultivadores al clero, tanto regular como secular, e incluso durante el siglo XVI a grandes pensadores y humanistas como Erasmo de Rotterdam31, quien en 1534 publicará su De preparation ad mortem, obra que alcan-zará las 59 ediciones en latín y en lenguas romances durante la segunda mitad del siglo XVI, o al español e intelectual toledano Alejo Venegas del Busto, que escribirá su prolija Agonía del tránsito de la muerte en 1538.

31 BATAILLON, M. Erasmo y España. Fondo de Cultura Económica. México, 1.966.

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Erasmo denunciará en la obra arriba mencionada la superfluidad de gestos vinculados al momento de la muerte por parte de familiares y amigos, otorgando una importancia primordial a la actitud interior en la búsqueda de una auténtica y profunda religiosidad.

Será este un tema en boga desde el siglo XV, pronunciándose a este respecto las instituciones eclesiásticas en diferentes reuniones conciliares como la de Jaén en 1492 o la de Badajoz en 1501, donde se ordenará la inte-rrupción de las exequias y oficios, sopena de no enterrar al difunto mientras no remitiesen las expresivas y sobresaltadas muestras de dolor -recordemos que una práctica frecuente durante las exequias era el pagar a plañideras para que llorasen al difunto- ya que, según el dogma cristiano, el nuevo estado al que se accedía tras dejar este “valle de lágrimas” y traspasar el umbral de la muerte debía de ser motivo de alegría más que de tristeza, puesto que el creyente se encontraría pronto disfrutando del Descanso Eterno junto al Todopoderoso.

En cuanto a las capillas funerarias propiamente dichas, ya hemos men-cionado más arriba como es durante la Edad Media cuando empieza a pre-ferirse el interior de los templos como lugar de enterramiento, sin embargo, el proceso se desarrollará de una forma paulatina ya que en estos inicios tan solo serán unos pocos privilegiados quienes logren obtener las pertinentes licencias para poder ocupar uno de estos espacios interiores.

A lo largo del siglo XIII la concesión de estas licencias irá creciendo y de esta forma las naves de los templos, tras haberse ocupado las capillas laterales, se llenarán de sepulcros con lo que aparecerá un singular problema, puesto que el gran número de monumentos o sepulcros que el recinto sagrado albergará, impedirá la visión y el normal transcurso de los diferentes oficios litúrgicos. En estos primeros momentos no podemos hablar de capillas funerarias en el sentido estricto del término, puesto que el espacio adquirido por aquella nobleza de toga se circunscribía tan solo al lugar donde levantar su túmulo y no a un espacio privado en el que desarrollar su culto privado.

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El problema que planteaba ese bosque de mármoles y piedra en que se habían convertido las iglesias con tanto sepulcro, será abordado en distintas reuniones conciliares por el estado eclesial; De esta forma, en el Concilio de Sigüenza ce-lebrado en 1533 se estipulará que en el interior de los templos no se levante más sepultura que las de Caballeros o aquellos que posean capilla propia. Hábilmente la Iglesia, con el fin de no incurrir en simonía y no perder así los sustanciosos beneficios que le reportaba las ventas de estos espacios, normalizará la recepción de “limosnas” con el objeto de mitigar los pecados del difunto.

Se procurará que las sepulturas se realicen a ras de suelo llano, hecho este pretendido desde mucho tiempo antes y del que encontramos cumplida mención en el Sínodo de Oviedo de 1377 en el que se dice que “la altura de las sepulturas et de los sepulcros, fechos dentro en el cuerpo de las eglesias facen gran fealdat en las eglesias et enbargan a los servidores dellas et a los fieles que a ellas vienen. Por esta razón ordenamos que si a alguno otorgamos sepultura dentro en la eglesia, que tal sepultura sea llana et non sea mas alta que la tierra et el suelo de la eglesia.”32

En este sínodo ovetense se hace referencia a las sepulturas situadas en el cuerpo de la iglesia, lo que hace suponer que ya existían o al menos estaban normalizadas en cierto sentido las capillas situadas en los laterales del templo. Sin embargo será durante el siglo XV cuando este proceso de situar las sepulturas bajo arcosolio cobre mayor empuje, es así pues en este siglo cuando por ejemplo las familias nobles ubetenses fundan sus capillas en las principales iglesias de la ciudad, siendo este en general, un proceso común en todo el territorio peninsular encontrando una definición propia durante el Renacimiento acorde con la estética imperante.

El término capilla deriva del latín cappella que viene a significar capa corta, un diminutivo de cappa (capa), nombre dado al lugar donde la capa de San Martín, obispo de Tours en el siglo IV y santo patrón de Francia, fue protegida por los reyes francos en épocas medievales y que servía de estan-darte en las batallas -con Carlomagno será la capilla palatina de Aquisgrán-.

32 BANGO TORVISO, I. Edificios e imágenes medievales..., p. 40.

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Por extensión, este término pasó a englobar el recinto donde se guardaba la milagrosa reliquia y por tanto adquirió la significación que actualmente le otorgamos.

Durante la Edad Media y el Renacimiento los señores y nobles realizarán sus capillas funerarias para su enterramiento, rivalizando por intentar con-seguir los mejores sitios, es decir los más cercanos al altar mayor. Además, las decorarán espléndidamente mediante esculturas, objetos de orfebrería, pinturas y todo lo necesario para poder celebrarse allí las misas y oficios estipulados en las mandas testamentarias. Se trataba así pues de fundaciones privadas situadas entre los contrafuertes de la fábrica y este carácter reservado se acentuará mediante maravillosas rejas que separaban estos espacios de las naves o cuerpo de la iglesia propiamente dicho.

Entre los elementos que enriquecían las capillas destacaban los se-pulcros que durante el Renacimiento responderán a dos tipologías fun-damentales. La primera de ellas ya se cultivaba durante época medieval y era la del sepulcro adosado al paramento. Acorde con la nueva estética ya renacentista, solían cobijarse bajo un gran arco de medio punto con un carácter triunfal -la muerte constituye un auténtico triunfo, puesto que acercaba al difunto a la prometida salvación- en cuyo recorrido se labrarán grutescos, guirnaldas, laudas, putti o elementos funerarios como calaveras o bucráneos. La temática religiosa se entremezcla con la pagana en un dis-curso que canta las virtudes del difunto que desde ésta, su última morada, espera el fin de los días.

El otro tipo de sepulcro sí que es más propio del Renacimiento y corres-pondería a la tipología exenta en forma tronco – piramidal, también llamado de cama sepulcral exenta. También aquí los elementos cristianos y paganos se funden, siendo una tipología que gozaría de una gran aceptación por parte de los grandes señores españoles y cuyo primer ejemplo se encontraría en el realizado en bronce por Pollaiuolo para Sixto IV, entre 1484 y 1493, y que puede admirarse en San Pedro de Roma.

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Numerosos son los ejemplos que podríamos citar y que responderían a una u otra tipología de las que se conservan aún magníficas muestras realizadas por nuestra geografía tanto en Europa como en España. Así por ejemplo podríamos mencionar los proyectos realizados por Miguel Ángel para el sepulcro de Julio II, o el anteriormente citado sepulcro de Sixto IV.

En nuestro país encontramos también interesantes ejemplos ejecuta-dos tanto por artistas extranjeros como por españoles. Así el realizado por Domenico Fancelli para Don Diego Hurtado de Mendoza en la Catedral hispalense, constituye un excepcional sepulcro adosado al paramento de la fábrica, es decir, en forma de arco de triunfo. Para el Cardenal Tavera realizará nuestro Berruguete un magnífico túmulo tronco – piramidal que podemos ver en el Hospital que fundara en Toledo; o el esculpido por Bar-tolomé Ordóñez para el Cardenal Cisneros en la Iglesia de San Ildefonso de Alcalá de Henares, sin olvidar las hermosas muestras existentes en la Capilla Real de Granada, que con el de su hijo, el Príncipe don Juan, son los primeros de esta tipología.

En cuanto a la fundación de capillas funerarias con carácter privado y monumental, no son menos los ejemplos exquisitos que merecen la pena ser recordados como por ejemplo la célebre capilla del Condestable en la Catedral de Burgos.

La polémica suscitada ante las grandes sumas gastadas para este tipo de obras que dan sepultura al cristiano es recogida por la literatura de la época. Diego de Sagredo en sus Medidas del Romano33 planteará este problema que, lógicamente encontrará argumentos a favor y en contra pero que sin embargo manifiesta una actitud definida por la misma necesidad que corroía al hombre del Renacimiento en su deseo de glorificación personal o familiar que entroncaría con el espíritu de los más rancios linajes medievales.34

33 SAGREDO, D. Medidas del Romano. Madrid, 1.986. (1ª Edición, 1.526).34 MORENO MENDOZA, A. Úbeda Renacentista..., p. 149.

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La misma ciudad de Úbeda presenta un amplio número de este tipo de fundaciones funerarias como hemos dicho, auspiciadas por las familias locales más importantes que, desde tiempo atrás, se habían posicionado en las principales iglesias de la ciudad. En la tan añorada colegial de Santa María capillas de familias como los Becerra, Peñuela, Baeza o los mismos Cueva en la capilla mayor, rivalizaban con las fundaciones de los Merlines, Sanmartines o Mercado en San Pablo, o con la de los Dávalos en San Lo-renzo y la de los Vázquez en el Convento de la Merced.35

Las iglesias así se convertían moralmente en una propiedad comunal de la nobleza, la cual, al disponer en ellas de sus fundaciones privadas, se hacían partícipes del mantenimiento de estas. Recor-demos como en el episodio al que anteriormente aludimos de las lu-chas entre bandos locales, distintas familias del bando de los Trapera fueron sorprendidos por el Adelan-tado Per Afan de Rivera reunidos en la Iglesia de San Pablo.

Hasta aquí hemos hablado de capillas funerarias realizadas en los interiores de los templos, sin embargo hemos de hablar, por el caso que nos ocupa, de las fun-daciones funerarias más o menos exentas. Estas fundaciones, por

su carácter y alto coste quedaban exclusivamente reservadas a grandes personajes.

35 Un buen estudio de estas capillas puede verse en GILA MEDINA, L. Arquitectura religiosa..., pp. 172-187.

14 Capilla del Camarero Vago.Iglesia de San Pablo. Úbeda

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Recordemos como ya en los primeros momentos del cristianismo se realizarán para algunos Santos y Mártires los Martyrium que funcionarán como grandes relicarios. También muchas de las grandes catedrales y templos se erigirán en este sentido, tal es el caso de la misma basílica de San Pedro de Roma o la Catedral de Santiago de Compostela, por citar dos grandes obras de diferentes épocas, ambas sobre los restos de sendos apóstoles y actuando, por tanto, a modo de grandiosas sepulturas.

No solo los santos mártires gozarán de esta preeminencia puesto que en distintos momentos de la historia, hombres de gran poder y posición, también mandarán construir sus monumentos funerarios únicamente para albergar sus restos. Recordemos en este sentido las mismas pirámides de Egipto, el célebre Mausoleo de Halicarnaso, la mencionada tumba piramidal de Cayo Sextio, etc. En España, los Reyes Católicos se harán partícipes de esta idea al fundar la Capilla Real que, sin embargo y como en algún momento se ha afirmado, queda empequeñecida, pese a su grandeza, al encontrarse comunicada con la magnífica Catedral granadina. Ya el mismo Carlos V dijo al verla que más

15 Sepulcros tumulares Capilla RealGranada

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bien parecía capilla de mercaderes y no de Reyes de España.36

Esta es la idea que también abrigaba la construcción, salvando las distancias con lo que se suele y debe entender por capilla funeraria, de la misma Catedral de Granada, puesto que su capilla mayor sería el lugar elegido por el Emperador Carlos para enterramiento de los Monarcas españoles, aparte de su especial significación eucarística. El mausoleo del César bajo la magnífica cúpula pierde en cambio su carácter de privacidad que sí en cambio tenían las capillas tradicio-nales puesto que la rotonda debía acoger las funciones que, como Ca-tedral que era, tenía asignadas, en

especial el exponer permanentemente el Santísimo, como hemos advertido.37

La idea de erigir una fundación privada con carácter funerario total-mente exenta solo es comprensible cuando concurren dos circunstancias. Una sería el apetito de grandeza de un individuo que, en su deseo de glori-ficación personal concibiese un proyecto de tal envergadura; la otra sería la existencia de una gran fortuna personal que hiciese posible la materialización del sueño del promotor. Habitualmente estas circunstancias tan propias del Renacimiento, solo son cumplidas por los más altos miembros de la sociedad, normalmente los monarcas.

36 ROSENTHAL, E. E. “El primer contrato de la Capilla Real”. Cuadernos de Arte de la Universidad de Granada. Granada, 1974. pp. 13-36.37 GILA MEDINA, L. Manifestaciones Artísticas entorno a la Eucaristía en la Granada Moderna: Ciborios, Taber-náculos y Manifestadores. Cuadernos de Arte de la Universidad de Granada, nº 32. Granada, 2.000. pp. 191-208.

16 Catedral de Granada (interior)Granada

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En el caso que ocupa el presente trabajo se cumplen ambos requisitos resultando ciertamente inaudito, que esta obra fuese mandada construir no por un Grande de España, sino por una persona surgida prácticamente de la nada, es decir un “seomo novus”, que sin embargo lograría las mayores glorias a lo largo de su vida.

Lo excepcional de su fábrica, su carácter exento y privado, sus excep-cionales cualidades arquitectónicas y la importancia de su mobiliario, así como la realización de la obra por los más grandes artistas hispanos del XVI, ensalzan la Capilla del Salvador, como una de las más importantes obras del Renacimiento, que supera en expectativas de ostentación personal y lujo a cualquiera de las construcciones de este tipo edificadas en España durante aquel siglo.

A modo de resumen hemos de decir que la capilla funeraria en el Renacimiento constituía uno de los mayores logros a los que podía aspirar el hombre del XVI, siglo marcado especialmente en nuestro país por una defensa a ultranza de los valores de la religión cristiana, sin olvidar por su-puesto a los personajes que protagonizaron los importantísimos hechos que se sucedieron en aquella centuria. Si a ello le añadimos la idea del Imperio Cristiano perseguida por el César Carlos de la que, en uno u otro sentido se harían partícipes aquellos que le rodeaban, así como los valores difundidos por el pensamiento humanista, comprenderemos como en este contexto puedan surgir obras encaminadas a la glorificación personal del hombre sin dejar a un lado sus creencias religiosas.

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