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elegir un modelo determinado de explotación, ni hacer de él el objetivo de una determinada política agraria. 3. Las etapas de constitución de la política agraria moderna Pero, naturalmente, la estabilización del mundo agrario francés no podía ser perfecta ni deiinitiva. El éxodo rural, an- te todo el de los obreros sin tierra y el de los más pequeños agricultores, proseguía lentamente. Periódicamente, las crisis afectaban a la agricultura y exigían el desarrollo de una polí- tica cada vez más intervencionista. Y como lo veremos, cada nueva intervención de la política agraria suscitaba la apari- ción de nuevas organizaciones, que se convertían a la vez en interlocutores del Estado, en canales de la intervención políti- ca y en órganos de su ejecución. A) El a^irendizaje de la regulación estatal: la constitución del KMidi Viticole» La «gran crisis vitícola» que se declaró a principios del pre- sente siglo atrae particularmente nuestra atención. Por pri- mera vez, un mercado agrícola francés se saturaba. La super- producción de vino de consumo corriente se convertía en es- tructural. La situación no tenía precedentes y era tanto más grave cuanto que afectaba a una región entera para la que la viti- cultura era la única producción agrícola. Se conocen bastan- te bien los episodios, hoy casi legendarios, del «levantamiento» de 1907. Aunque el movimiento reagrupase unánimemente a todas las clases de la sociedad local y, en todo caso, a todas las categorías de viticultores, pequeños y grandes propietarios, arrendatarios o asalariados, fue principalmente articulado por la izquierda y sobre todo -de ahí su aspecto novedoso- por 79

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elegir un modelo determinado de explotación, ni hacer de élel objetivo de una determinada política agraria.

3. Las etapas de constitución de la política agrariamoderna

Pero, naturalmente, la estabilización del mundo agrario

francés no podía ser perfecta ni deiinitiva. El éxodo rural, an-

te todo el de los obreros sin tierra y el de los más pequeños

agricultores, proseguía lentamente. Periódicamente, las crisis

afectaban a la agricultura y exigían el desarrollo de una polí-tica cada vez más intervencionista. Y como lo veremos, cada

nueva intervención de la política agraria suscitaba la apari-

ción de nuevas organizaciones, que se convertían a la vez en

interlocutores del Estado, en canales de la intervención políti-

ca y en órganos de su ejecución.

A) El a^irendizaje de la regulación estatal: laconstitución del KMidi Viticole»

La «gran crisis vitícola» que se declaró a principios del pre-

sente siglo atrae particularmente nuestra atención. Por pri-mera vez, un mercado agrícola francés se saturaba. La super-

producción de vino de consumo corriente se convertía en es-

tructural.

La situación no tenía precedentes y era tanto más grave

cuanto que afectaba a una región entera para la que la viti-cultura era la única producción agrícola. Se conocen bastan-

te bien los episodios, hoy casi legendarios, del «levantamiento»

de 1907. Aunque el movimiento reagrupase unánimemente a

todas las clases de la sociedad local y, en todo caso, a todas

las categorías de viticultores, pequeños y grandes propietarios,

arrendatarios o asalariados, fue principalmente articulado por

la izquierda y sobre todo -de ahí su aspecto novedoso- por

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la izquierda socialista, convertida desde hacía tiempo en la de-fensora de la pequeña agricultura «trabajadora».

Durante su desarrollo, este movimiento popular, incluso

y sobre todo en los momentos de mayor violencia, no se mani-

festó más que como un llamamiento al Estado. Los viticulto-

res no tenían programa: según ellos, eso era «asunto del go-

bierno» (Barral, 1968, p. 101). De hecho, se tomaron rápida-

mente medidas legislativas, tendentes a controlar la cantidad

de vino comercializada: medidas contra el fraude, azucara-

do, declaración obligatoria de las cosechas ...

A1 mismo tiempo, se constituyó la «Confederación Gene-

ral de los Viticultores del Midi«, así como una red de coopera-

tivas que garantizaban la vinificación y, con frecuencia, el al-macenamiento y la venta del vino, con vistas a combatir las

prácticas monopolísticas de los negociantes meridionales y pa-

risinos.

Todas estas organizaciones se desarrollaron con el estímu-

lo y la ayuda de la Administración para servir de apoyo a unapolítica dirigista y protectora, formulada en un conjunto de

textos legislativos que constituyeron al cabo de los años un ver-

dadero «código del vino».

Así pues, la saturación del mercado había obligado, porprimera vez, a las autoridades centrales a asumir la gestióndel mismo, apoyándose en una pirámide de organizaciones pro-fesionales, en gran medida promovidas por los propios pode-res públicos. Nos encontramos, por tanto, con una situaciónbastante similar a la impuesta casi cuarenta años antes por elvoluntarismo exportador de la política agraria danesa.

Pero existía una diferencia importante: en 1910, el vino

de consumo corriente era en Francia un producto de uso ex-

clusivamente interior, no exportable. Esta primera gran ex-

periencia de gestión de un mercado adquiría, por ello, un ca-

rácter conservador y maltusiano, que determinaría de formaduradera la polftica agraria francesa en otras ramas de la pro-

ducción. Ningún intento de reconversión de la agricultura re-

gional hacia otras producciones más rentables fue planteado.

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La producción de vino, incluso sin la existencia de un mer^a-

do, era reconocida como «legítima», y el Estado se compro-metía a garantizar su perpetuación. Así, se constituyó la es-

tructura económica compleja denominada Midi i^iticole, que

ha perdurado hasta nuestros días, siendo causa de grandes di-

ficultades para los gobiernos sucesivos (Lacombe, 1981).

Resuelta la primera crisis, la situación de la viticultura sevolvió bastante próspera. La Gran Guerra le había sido favo-

rable, al inculcar en los reclutas de todas las regiones el hábi-

to y el gusto por el «tintorro» (3). Pero en los años de posgue-

rra reapareció el problema de superproducción. Para hacerle

frente, se elaboró minuciosamente, entre 1930 y 1935, un «es-

tatuto del vino» que sistematizaría y reforzaría los trámites para

la regulación del mercado. Este sistema se mantendría en vi-

gor hasta la adopción en 1970 del reglamento vitícola del Mer-

cado Común Europeo.

B) El Estado y la economía alimenticia de guerra

La «Primera Guerra Mundial» fue la segunda etapa esen-

cial en el aprendizaje que tuvo que hacer el Estado francés de

una política agraria cada vez más intervencionista. Francia se

había preparado para una guerra de unas semanas y, al cabo

de algunos meses, se vio claramente que su agricultura «pro-

tegida» no estaba en condiciones de garantizar el abastecimiento

del país en una guerra prolongada. Como se ha señalado, esta

agricultura se basaba en la existencia de mano de obra abun-dante que la movilización para la guerra estaba reduciendo,

mientras que su nivel de desarrollo técnico no permitía un in-

cremento rápido de la productividad.

(3) Es interesante precisar que la guerra de Argelia produciría el mis-mo efecto estimulante en el consumo de cerveza, precipitándose el declivedel Midi Vitfcole.

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La invasión alemana privó, además, al país de la produc-

ción agraria de las regiones del Norte, de Picardía y del Bas-sin parisino, que eran las que tenían las mejores tierras de tri-

go y de remolacha azucarera.

El gobierno tuvo, en consecuencia, que reorganizar la pro-

ducción, utilizar trabajadores extranjeros y ampliar la super-

iicie de tierras en cultivo. Se creó un organismo administrati-

vo para el Aprovisionamiento, facultado para distribuir los pro-

ductos, para importar e incluso para requisarlos. Se controla-

ron los mercados, y algunos productos, tales como el trigo yla carne, fueron gravados. En la práctica, la gestión fue bas-

tante eficaz, pues solamente hubo necesidad de establecer el

racionamiento para el azúcar y más tarde para el pan, mien-

tras que el aumento de los precios alimenticios siguió el ritmo

general de la inflación. Pero, evidentemente, este resultado

sólo pudo alcanzarse al precio de sacriiicar gran parte de los

capitales invertidos desde hacía cincuenta años en el extranje-ro: el modelo de desarrollo del capitalismo francés desembo-

caba, pues, en un fracaso.A partir de ese período, mentes lúcidas comprendieron que

este fracaso, entre otras consecuencias, exigiría tarde o tem-

prano un cambio completo de política agraria (Gervais et al.,

1976, p. 54 s. y p. 549 s.). En plena guerra, por ejemplo, Cle-

menceau preconizaba ya la mecanización masiva «a la ameri-

cana», mientras que Meline, desmintiendo una vez más su re-

putación de enemigo del progreso, presentaba junto con Ray-

mond Poincaré un proyecto de ley orientado a reorganizar la

selección bovina bajo control del Estado.

Las disposiciones de este proyecto, muy innovadoras pero

sin relación alguria con el estado de la agricultura de la épo-

ca, anunciaban ya en muchos de sus puntos la gran ley de la

ganadería de 1966 (Coulomb, Nallet y Servolin, 1977, p. 232

s.).

Sin embargo, la mayor parte de la opinión agrícola, en laeuforia de la posguerra, creyó posible volver al viejo sistemabasado a la vez en el proteccionismo y el «liberalismo», es de-

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cir, en la no intervención del Estado en los «asuntos internos»del mundo agrícola. Pero, evidentemente, no hubo vuelta atrás,y el Estado continuó ocupándose, más directamente que an-tes de la guerra, del desarrollo de la producción y del equili-

brio de los mercados. En esa época se crearon las CámarasAgrarias (leyes de 1919 y 1924), que eran reconocidas oficial-mente como representantes de la agricultura ante el Estadoen cada provincia (y como tales, elegidas por sufragio univer-sal por los agricultures) y, al mismo tiempo, como canales pa-ra la ejecución de la política estatal (y como tales también in-vestidas del derecho a recaudar de los agricultoreŝ tasas para-fiscales). Esa fue la ocasión para llevar a cabo una distinciónfundamental entre estas instancias profesionales y las instan-cias propiamente políticas. En la misma época, el gobierno ha-

bía intentado entregar la responsabilidad del desarrollo téc-nico agrícola a unos offices agricoles provinciales en los quedebían participar los representantes de los Conseils Generaux.

La experiencia fracasó y las Cámaras Agrarias asumieron

las tareas de estos otros organismos. A1 mismo tiempo, los par-lamentarios habían rechazado el proyecto de que las CámarasAgrarias se pudiesen reagrupar a escala nacional, ya que te-mían que una Cámara Nacional pretendiese cónvertirse en ipar-lamento rivall. Su precaución fue vana, puesto que los presi-dentes de las Cámaras constituyeron enseguida una «asambleapermanente» oficiosa, que más tarde sería reconocida oficial-mente. Sus temores también eran vanos, ya que el tipo de re-presentación de las Cámaras Agrarias no invadía, en absolu-to, la función propiamente parlamentaria.

Las tareas de la reconstrucción agrícola exigían del Esta-do funciones de coordinación y de programación (Barral, 1968,p. 209). Este intervencionismo más directo implicaba el desa-rrollo y el fortalecimiento de las propias organizaciones profe-

sionales, por lo que las dos viejas centrales de la rue d'Athénes

y el boulevard Saint-Germain se vieron perturbadas por nu-

merosas corrientes de pensamiento.Fue ante todo el corporativismo aristocrático el que más

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tuvo que sufrir los efectos de estas nuevas evoluciones, hasta

el punto de conducirle a su decadencia y a su extinción histó-

rica. Paradójicamente, sus más peligrosos enemigos no eran

los que le atacaban de frente, es decir, los partidos de izquier-

da, socialistas y comunistas, que denunciaban la armonía mi-

tificadora de la «Corporación Ideal» y se esforzaban por arti-

cular a los explotados del mundo agrícola, es decir, a los obreros

y pequeños campesinos aparceros e incluso a los pequeños pro-

pietarios. Esta base social, sin embargo, se iba reduciendo rá-

pidamente, ya que gran número de sus miembros se marcha-

ban hacia el mundo urbano e industrial.

El peligro más grave para el corporativismo aristocrático

surgió de los propios bastiones del campesinado «piadoso» so-

bre el cual se había fundado su poder. A partir de los años

de posguerra, las ideas de la democracia cristiana se difundie-

ron rápidamente en sus filas por mediación de numerosos cu-

ras «progresistas». Así, nacieron una «Federación de Sindica-

tos Campesinos» y una «Liga Campesina del Oeste», que agru-

paban, según la expresión de la época, a los «cultivadores que

cultivan» (cultivateurs cultivants), organizados independien-

temente de los propietarios nobles, es decir, en la práctica, en

contra suya. Este primer intento fue abortado en 1930 por el

«sindicato de los duques», apoyado por la jerarquía eclesiásti-

ca. Pero su importancia radica en haber introducido la idea

de un sindicato que agrupase de forma exclusiva a los agricul-

tores directos, excluyendo tanto a los propietarios como a los

asalariados.

Esta nueva concepción, según la cual los agricultores di-

rectos tenían, como tales, unos intereses propios que debían

de defender ellos mismos, progresaba también por otras vías.Así, por ejemplo, desde antes de la guerra, la citada crisis vi-

tícola había hecho que nacieran organizaciones li ŝadas a una

determinada rama productiva, con el objetivo de velar por el

equilibrio de los mercados y por las relaciones con los inter-

mediarios negociantes.

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C) La función directiva en la gestión delos mercados: el O. N.I. C.

Después de la guerra, estas «organizaciones especializadas»

se multiplicaron, y antes de 1930 cada producción tenía la su-ya. Como era de esperar, los productores de remolacha azu-

carera o de trigo, dirigidos por los agricultores del Bassin pa-

risino, ricos e influyentes, cuyos problemas de producción, de

transformación y de comercialización eran de relativa simpli-

cidad técnica, se dotaron con bastante facilidad de una orga-nización sólida y disciplinada. Las cosas fueron, sin embargo,

más complicadas entre la masa heterogénea de los producto-

res de leche o de carne: solamente a partir de la Segunda Guerra

Mundial las organizaciones «especializadas» en estos produc-

tos pudieron alcanzar su verdadero auge, es decir, a partir delmomento en que los propios ganaderos comenzaron «a espe-

cializarse».

Con estas asociaciones especializadas, aparecieron nuevas

tendencias en el conjunto de la «profesión agrícola»: comien-

zan a preocupar muchísimo más los problemas técnicos y eco-nómicos que los debates éticos y religiosos. Ya no era cuestión

de construir el Reino de Dios en el carnpo ni de parapetarse

contra el «coco» republicano. Los agricultores necesitaban mu-

cho la ayuda del Estado, especialmente después del estallido

de la crisis de 1929. Las «asociaciones especializadas» supie-ron hacerse escuchar con eficacia, ya fuese dirigiéndose direc-

tamente al gobierno y a la Administración, como recurriendo

a la vía, muy importante en la época, de la acción sobre y a

través de los parlamentarios.

A partir del período de entreguerras, los remolacheros ad-

quirieron de esa forma su reputación un tanto mítica de ma-

nipuladores políticos infalibles, y se convirtieron posteriormente

en un ejemplo típico (a decir verdad, no demasiado compro-

metedor) de «grupo de presión», dedicándose al estudio de los

problemas relacionados con su rama productiva, al tiempo que

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detestaban a los alumnos de la E.N:A. (Ecole Nationale d'Agro-

nomie).

La crisis de 1929, a su vez, amplió aún más el área de in-

tervención del Estado, incluyendo en ella a los cereales, la más

importante de todas las producciones agrícolas.

Después del hundimiento de los precios del trigo en 1930,

se creyó que era posible, para hacer frente al problema plan-

teado, limitarse con recurrir a la vieja receta proteccionista

y prohibir las importaciones. Pero esta vez, la receta fue ino-

perante, ya que el problema se situaba dentro de las propias

fronteras nacionales: por primera vez, el mercado del trigo es-

taba saturado y la producción nacional (incluida la del Nórtede Africa) excedía las posibilidades del mercado, reducidas ade-

más por la crisis.

Se necesitaron varios años para instaurar una política de

regulación de la producción y del mercado de cereales (Ba-

rral, 1968, p. 229 s.). A los grandes productores del Bassin pa-

risino les repugnaba profundamente el abandono del libera-

lismo económico. Tuvieron que ir cediendo poco a poco, y tu-

vieron que admitir que la «sobreproducción» se había hecho

permanente, viéndose obligados desde antes de la guerra a re-

conocer que la creación del O.N.I.C. en 1936, obra del de-nostado Frente Popular al que habían combatido encarniza-

damente porque veían en él el preludio de la bolchevización

de la agricultura, les traía deiinitivamente la estabilidad y la

prosperidad.

Por otro lado, todas las empresas económicas creadas porel agrarismo conservador y que éste había querido preservar

de toda mancha «estatal»: cooperativas, mutuas y cajas de cré-

dito «libre», fueron duramente afectadas por la crisis. En to-

das partes, el llamamiento al Estado aparecía como el único

recurso.

En este ambiente es donde hay que situarse para interpre-

tar la súbita popularidad que adquirió, durante los diez años

que preceden a la Segunda Guerra Mundial, la consigna «cor-

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porativista» entre los diferentes componentes del mundo agrí-

cola.

Evidentemente, existió un fuerte impulso procedente del

exterior; ante la quiebra aparentemente sin remedio del capi-

talismo «liberal», en las clases dirigentes se estaba a la búsqueda

de soluciones que permitieran evitar la caída de la sociedad

en el bolchevismo. Algunos intelectuales se implicaron en elasunto y elaboraron una nueva versión del viejo corporativis-

mo de A. de Mun, más adaptada a la sociedad industrial, mez-

clando las enseñanzas de las encíclicas «sociales» de los últi-

mos papas con una visión sumamente idealizada del régimen

musoliniano, incluso del salazarismo. Se creía tener en el nue-

vo corporativismo una alternativa global: se organizaría la so-

ciedad en una pirámide de corporaciones por ramas de activi-

dad, en el seno de las cuales la conciliación obligatoria de los

diversos «interlocutores sociales^> (jpor emplear un término ana-

crónico!) mediante el arbitraje de un «Estado fuerte» haría im-perar el reino de los precios justos, de los salarios equitativos

y de los beneficios legítimos, que el cristianismo social y la Igle-

sia postulaban como objetivos no incompatibles. Este sistema

permitiría a la vez acabar con la anarquía del capitalismo in-

controlado y licenciar a la democracia parlamentaria, cuyademagogia, desorden e incompetencia eran consideradas, en

buena parte, como responsables del desastre (Hairy y Perraud,

1980, p. 5 s.).

El mundo agrario asimiló la idea de una organización «cor-

porativista» de la agricultura con tal unanimidad que las or-

ganizaciones de izquierda ubicadas en boulevurd Saint-Gernzain

tuvieron también que adherirse a ella, aunque fuera con sor-

dina. Como siempre, la unanimidad recubría muchas diver-gencias.

El viejo aparato de dirigentes aristocráticos podía ver en

este sistema corporativo la perpetuación de su ideal particula-

rista y la conservación de sus bastiones del Oeste católico, pe-

ro había surgido en el seno de esta opción una nueva genera-

ción de dirigentes que iba sustituyendo poco a poco a la anti-

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gua élite. Los nuevos dirigentes representaban más bien al es-

trato de los grandes agricultores, la «burguesía campesina»,

mucho más modernos que aquéllos, muy centrados en los pro-

blemas económicos y afectados muy directamente por la cri-

sis.Su «corporativismo» no era defensivo como el antiguo, si-

no que buscaban el contacto con el Estado, y reivindi ŝaban

colaborar en la determinación de la política agraria. Pero es-

tos nuevos corporativistas pretendían también ocuparse ellos

mismos de sus propios asuntos y asegurar, según su propia con-

cepción, la aplicación y la administración de las medidas de

política agraria que les concernían. Exigían, pues, la ayudadel Estado, pero rechazaban que el Estado decidiera la forma

en que esta ayuda debía ser utilizada: a lo sumo, sólo conce-

dían al Estado un derecho de arbitraje y de control.

Sobre estos temas, la opinión de los pequeños y medianos

agricultores no era muy diferente. Compartían con aquéllos

esa actitud típica, que parece paradójica e ilógica, de recurrir

constantemente a la ayuda del Estado, reivindicada como un

dereclío, y, al mismo tiempo, de exaltar su cualidad de pe-

queños patronos libres y autónomos, despreciando y odiando

de modo manifiesto al propio Estado y a sus funcionarios. Aún

hoy, estos sentimientos contradictorios se expresan en el reciente

libro de M. Debatisse, Le ^iroyet paysan (M. Debatisse, 1983)

con una nitidez, una virulencia y una grosería que sorpren-

den en un hombre de su talla y experiencia, y para colmo ian-

tiguo Secretario de Estado!La gran masa de campesinos del período de entreguerras

fue seducida también por la moda antiparlamentaria de la épo-

ca. Pero éstos se negaron a seguir a los que pretendían enro-

larlos en los movimientos políticos claramente fascistas.En suma, el tema corporativista permitió al campesinado,

en su conjunto, reflexionar sobre ŝuáles debían ser sus rela-

ciones con una política agraria que necesariamente se hacía

cada vez más intervencionista. Ello no significó, sin embargo,

que este campesinado se adhiriese a las ideologías totalitarias

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de los pensadores del movimiento, tales como Louis Salleron,

ni tampoco que estuviese masivamente a favor de la izquierda

cuando ésta aprobaba las medidas adoptadas por el Frente Po-

pular.

D) La unificación de la Profesión y su integración

en la política agraria: la «Cor^ioration Paysanne»

La Segunda Guerra Mundial será un momento de cam-

bios decisivos para la puesta en marcha de un sistema de ges-

tión moderno de la agricultura.

La «divina sorpresa» del Régimen de Vichy, en 1940, de-

jó, al menos en apariencia, el terreno libre a la fracción más

reaccionaria de los dirigentes agrarios, a los más convencidos

adeptos del corporativismo integral. En la práctica, sin em-

bargo, estos corporativistas encontrarían ante ellos, a pesar de

las homilías agraristas un tanto seniles del Mariscal Petain, que

todos citaban a cada paso en el más puro estilo del «culto a

la personalidad», un régimen de un autoritarismo tecnocráti-

co como Francia nunca había conocido. Se puede encontrar

en la obra de I. Boussard, Vichy et la Corporation Paysanne

(Boussard, 1980), los detalles de este enfrentamiento entre un

«estado-mayor» agrario, que creía llegada la hora de ejercer

un poder autónomo y completo sobre todos los aspectos rela-

cionados con la agricultura, y una Administración, que se ha-bía vuelto de pronto muy potente, liberada como estaba de

todo control político, y presa de un verdadero furor de refor-

ma, de modernización y de organización. El Régimen de Vichy

era totalmente favorable a la constitución de la «Corporación

Campesina» (Cor^ioration Paysanne), a la que consideraba el

medio para unificar y racionalizar el desordenado marasmo

de organizaciones sindicales, de cooperativas, de mutuas y de

cajas de crédito heredadas del pasado. También era partida-

rio de situar las sólidas confederaciones preexistentes bajo la

autoridad de un sindicato único «apolítico». Pero todo ello a

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condición de que el conjunto del edificio organizativo estuvie-se coordinado a todos los niveles por comisarios gubernativosy del Ministerio de Agricultura. El «estado-mayor» de la Cor-

poración, la Comisión Nacional, estaba compuesta esencial-mente por los notables más importantes del mundo agrícolaanterior a la guerra: es decir, se encontraban en él represen-

tantes del viejo «agrarismo» aristocrático, tales como su presi-

dente H. de Guébriant, auténtico amo y señor del OfJice Cen-

tral de Landerneau, y muchos (nueve miembros de 28) de losdirigentes de las grandes asociaciones especializadas, tales co-mo A. Pointer, presidente de la Asociación General de Pro-ductores de Trigo (A.G.P.B.). Ni siquiera faltaban dos miem-bros próximos a la «izquierda» del boulevar Saint-Germain

(Boussard, 1980, p. 54 s.). Todos ellos eran, desde antes de

la g^uerra, partidarios convencidos de una u otra versión delcorporativismo.

^Imaginaban que a la Corporación se le concedería el de-recho a dictar las leyes y los reglamentos relativos al mundoagrícola, incluso a establecer y percibir los impuestos que afec-

tasen a los agricultores! En la práctica, sin embargo, y cadavez más, la Corporación se convirtió en un simple intermedia-rio dé la política agraria del Estado: i a partir de 1942, el mi-nistro de Agricultura ocuparía, de hecho, la presidencia de

la Comisión Nacional! Resulta bastante burlesco ver a estos doc-trinarios del antiestatismo convertirse poco a poco en los ges-tores de una política que, impulsada por las dificultades delaprovisionamiento, era la más estatalista de todas las que hansido aplicadas en Francia. J. Le Roy-Ladurie, tal vez el másconvencido de todos ellos, aceptó incluso, durante seis meses,ser ministro de Agricultura.

En suma, pues, la Corporación no representó una rupturaradical con lo que existía anteriormente. De grado o por fuer-za, tuvo que convertirse en auxiliar de la política estatal de

aprovisionamiento, necesariamente muy autoritaria, con suscontroles incesantes, sus requerimientos y entregas obligato-rias. Pero su acción más significativa, su verdadero papel his-

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tórico, fue la puesta en orden, la racionalización y la unifica-

ción de todas las organizaciones agrarias pree^cistentes. En opi-

nión de los campesinos, además, no tuvo aspectos negativos:

la elección directa de los 30.000 delegados locales permitió alcampesinado medio entrar, por vez primera, en los aparatos

profesionales, continuando muchos de ellos su ascenso después

de la guerra (Gervais et al., 1976, p. 448; Wright, 1967,p. 137).

Se puede decir, pues, que las obligaciones contraídas porla guerra hicieron progresar aún más, al amparo de la fraseo-

logía del corporativismo doctrinario, la edificación del dispo-

sitivo de una política agraria moderna. Es de señalar, por otro

lado, que la agricultura fue la única profesión en la que se

llevó a cabo la constitución de una corporación, ya que, a pe-sar de la ideología oficial, no se intentó nada semejante en el

sector industrial.

El sector agrario, en vísperas de una nueva fase de moder-

nización, cuya necesidad era sentida por toda la población des-

de los años anteriores a la segunda guerra mundial, era el únicosector entonces que podía encontrar en la utopía corporativis-

ta algunos principios que correspondieran, al menos superfi-

cialmente, a sus verdaderas necesidades: entre ellos, el de una

organización profesional unificada y estructurada que parti-

cipase en la elaboración y aplicación de la política agraria,en el marco de procedimientos puramente administrativos y

tecnocráticos, sin interferencias del control parlamentario.

E) La ideología de la modernidad y lareconstrucción de la agricultura

Después de la Liberación, la izquierda triunfante no tuvo,

en consecuencia, ningún motivo para querer desmantelar la

estructura corporativista. Muy al contrario, después de haberseparado de los puestos de responsabilidad a los altos dirigen-tes más comprometidos con Vichy, recuperó el carácter uni-

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tario de la estructura profesional creando la «ConfederaciónGeneral de la Agricultura (C.G.A.)».

La C.G.A. excluyó de sus filas a los propietarios que noexplotaban directamente sus tierras, lo cual no hacía sino san-

cionar la desaparición definitiva de la vieja clase de propieta-

rios aristocráticos. Pero en absoluto puso en cuestión el traba-jo de racionalización institucional realizado por la disuelta Cor-

poración. Muy al contrario, lo continuó y lo finalizó, realizandouna separación clara y definitiva entre los «sindicatos» -orga-nizaciones con objetivos ideológicos que tienen por función ladefensa «de los intereses generales» de sus miembros-, y las«organizaciones económicas» - cooperativisino, mutualidad ycrédito- (Gervais et al., 1976, p. 453). En este sentido, la obrarealizada en los dos o tres años posteriores a la terminaciónde la guerra fue considerable: los «estados mayores» fueron re-novados, los temas de la modernización y del progreso técnicofueron objeto de una intensa difusión y las relaciones con la

Administración fueron restauradas. Por su lado, el gobiernorealizó un intenso esfuerzo en favor de la investigación y la di-fusión técnica, y el «estatuto del arrendamiento», del que sevenía hablando desde hacía cincuenta años atrás, salió, porfin, a la luz.

Sin embargo, la vida real de la C.G.A. sería breve, al servíctima del gran giro a la derecha que se produjo al comienzode la guerra fría, pero también, y quizá sobre todo, al ser víc-tima de una concepción superada del mundo agrario que sor-

prende en unos creadores ávidos de modernidad. Sus funda-dores quisieron conservar en la C.G.A. la grandiosa estructu-ra organicista que habían constituido los corporativistas reac-

cionarios, agrupando en un todo armónico a todos los actoresdel mundo agrícola: agricultores pequeños, medianos y gran-des; obreros agrícolas, y técnicos de las organizaciones. No per-

cibieron que semejante forma de organización correspondíaa una estructura social que estaba dejando ya de existir en Fran-

cia. Los terratenientes habían desaparecido en tanto que cla-

se, y los asalariados y campesinos pequeños que se contrata-

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Page 15: 3. Las etapas de constitución de la política agraria …...Las etapas de constitución de la política agraria moderna Pero, naturalmente, la estabilización del mundo agrario francés

ban como jornaleros comenzaban a desaparecer con gran ra-

pidez. Por su parte, la explotación individual de tamaño «me-dio», forma adecuada de la producción agrícola en las socie-

dades capitalistas desarrolladas, aparecía como la forma do-

minante del sector agrario francés, sobre todo en las ramas

de la producción animal. Por todo ello, la Fédération Natio-

nale des Syndicats des F^ploitants Agricoles (F.N.S.E.A.), que

en el seno de la C.G.A. debía defender los «intereses genera-

les» de este tipo de agricultores, rompió rápidamente la estruc-

tura organicista de esta última, erigiéndose en el corazón y el

animador del conjunto de organizaciones profesionales agra-

rias integradas formalmente en la Confédération Generale.

Por su lado, el Estado salido de la Liberación, amalgaman-

do en su seno a la administración modernista, cuya aparición

había facilitado Vichy, y a los «hombres nuevos» surgidos de

la Resistencia, adoptó sin demora un programa de política

agraria sumamente ambicioso. De una parte, ciertamente, por-

que había que poner fin lo más rápidamente posible a la pe-

nuria alimenticia y a las restricciones, lo que de inmediato exi-

gía poner manos a la obra «a todos los agricultores», a cual-

quier precio, e incitarlos a extraer de sus explotaciones la ma-

yor producción posible.Pero el nuevo programa iba mucho más lejos. Como ya se

había constatado desde el período de entreguerras, el viejo mo-

delo de dearrollo del capitalismo francés, fundado sobre la ex-

pansión internacional, estaba vacío. Los capitales franceses en

el extranjero se habían volatilizado durante la guerra, por lo

que Francia no tenía ya la dimensión imperial necesaria para

la gestión de semejante modelo. En adelante, había que reo-

rientarse hacia la construcción de una economía intensiva en

el territorio nacional, fundada sobre una industria moderna

y potente. Desde esta perspectiva, la agricultura estaba obli-gada a modernizarse para participar también en el necesario

proceso de «expansión». Según el «Plan Monnet», Francia ne-

cesitaba una agricultura que liberase mano de obra y desa-

rrollase su producción «con el fin de satisfacer la demanda in-

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terna y exportar más productos agrícolas, reducir sus precios

de coste y de venta y permitir también el aumento del nivel

de vida de los franceses».

Un intenso movimiento de propaganda en favor del pro-

greso agrícola movilizó entonces a todas las autoridades mo-

rales del país, desde Waldeck Rochet hasta el cardenal Subard

(Barrés et Nallet, 1977). La agricultura se convierte en uno

de los sectores prioritarios de la planificación, sobre todo a par-

tir del Plan Marshall (1948). El Informe General sobre el I Plan

(1946, p. 9) exponía claramente el nuevo proyecto de «cons-

truir una agricultura convenientemente orientada y fuertemen-te equipada que "conciliase" el carácter de los agricultores de

la Europa noroccidental, desarrollada gracias al equipamien-

to de la explotación familiar, con, en algunas regiones, la me-

canización de los grandes cultivos extensivos». Algunos años

más tarde, M. Pflimlin, ministro de Agricultura, precisaba losobjetivos estratégicos: «Esperamos que cuando llegue a expi-

rar el Plan Marshall, en 1952, la agricultura francesa esté no

solamente en condiciones de satisfacer [...] la totalidad de las

necesidades del país, sino también preparada para realizar ex-

portaciones que nos permitan equilibrar nuestra balanza de

pagos [...]. Siguiendo esta política, el gobierno francés tiene

consciencia de no servir solamente al interés nacional, sino tam-

bién al interés de Europa, que necesita productos agrícolas fran-

ceses» (Avis et rapports du Conseil Economique, 1948, citadopor Alphandéry et al., 1980, p. 24).

La segunda de estas citas es particularmente clara sobre

los objetivos de la modernización agrícola: la agricultura fran-

cesa debía ser partícipe activo de la expansión económica y

su campo de expansión privilegiado debía ser Europa: la polí-

tica agraria común encontraría su origen en esta idea. La pri-mera cita indica el tipo de productores agrícolas sobre los que

podía apoyarse esta empresa de modernización, mencionan-

do, con toda naturalidad, al grupo de los grandes cerealistas

y remolacheros del Bassin parisino, que ya estaban adaptados

a las técnicas modernas y no pedían otra cosa que poder utili-

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zar a pleno rendimiento los abonos y las nuevas máquinas ame-

ricanas que el Plan Marshall iba a permitir importar en ma-

sa. A este grupo se le fijaba, en consecuencia, unos objetivos

muy ambiciosos para la producción cerealista, que serían rá-

pidamente alcanzados. A partir de 1953, el aprovisionamien-

to estaba asegurado y pronto aparecerían excedentes exporta-

bles, cada vez de mayor importancia, hasta el punto de con-

vertir a Francia, hace algunos años, en el segundo exportador

mundial de cereales, aunque muy por debajo de Estados Uni-

dos.En cuanto a las restantes producciones, particularmente

las animales, se recomendó explícita y oficialmente la imita-

ción del modelo de explotación implantado bastantes años atrás

en Dinamarca y adoptado posteriormente en otros países delnorte de Europa: Escandinavia, Países Bajos y regiones sep-

tentrionales de Alemania, y luego, bajo una forma diferente,

en Inglaterra y en Estados Unidos.

Esta invocación no era una simple disposición formal: tanto

el Estado como las organizaciones profesionales movilizaron

grandes medios para enviar a centenares de jóvenes agriculto-res a visitar o a realizar cursillos en aquellos países. Fue en esa

época cuando Chombard de Lauwe publicaba, con un prólo-

go de A. Sauvy, su libro Pour une agriculture organzsée (Chom-

bard de Lauwe, 1949), en el que proponía un auténtico plan

tendente a transformar la región de Bretaña en una nueva Di-

namarca, a la cual asemejaba por su superficie y por sus con-

diciones naturales.

Pero la puesta en práctica de las producciones animales

intensivas según el modelo danés no se realizaría ni fácil ni rá-

pidamente. La distancia era demasiado grande entre el mo-delo a seguir y la realidad de las producciones animales tradi-

cionales en Francia. En la gran mayoría de los casos, esta pro-

ducción se basaba en las explotaciones llamadas de polyculture-

elevage, compuestas cada una de ellas de pequeñas granjas no

especializadas: ganado vacuno con múltiples aprovechamien-

tos (leche, carne, trabajo); algunas cerdas madres y cerdos de

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engorde; pollos y gallinas ponedoras..., en coexistencia con nu-

merosas producciones vegetales: cereales y forrajes variados,

hortalizas...

En consecuencia, pronto se tuvo que hacer hincapié en laimportancia de introducir las nuevas técnicas, si bien presen-

tadas en cierto modo como un catálogo de recetas, sin insistir

demasiado en el hecho de que tales técnicas, para que produ-

jeran todos sus efectos, tenían que ser puestas en práctica en

explotaciones de nuevo cuño, lo que conllevaría a la desapari-

ción de las explotaciones demasiado pequeñas, es decir, de las

explotaciones no aptas para la innovación. Esta discreción se

hace más comprensible si se piensa que el objetivo principal,

entonces, era acabar cuanto antes con la escasez de carnes y

de productos lácteos, estimulando a todos los tipos de produc-tores y no sólo a unos pocos.

El nuevo impulso a la producción fue un éxito, puesto que

en menos de cinŝo años se pasó del racionamiento a una pri-

mera crisis de sobreproducción de leche y de carne de vacu-

no: los precios a la producción bajaron entre el 20 y el 40por 100. Como consecuencia de este éxito productivo, se ori-

ginó una crisis que haría entrar a las principales producciones

animales en la era de la agricultura organizada. En el perfec-

cionamiento de la política agraria moderna en Francia que

se produce a partir de este momento, la producción lecherajugó, desde todos los puntos de vista, un papel central y deci-

sivo. De un lado, por su importancia económica: desde 1952,

la leche comenzó a representar el 20 por 100 de los ingresos

totales de la agricultura (Coulomb, Nallet, Servolin, 1977,

p. 247). De otro, por su valor simbólico: aunque los franceses

habían sido desde siempre grandes consumidores de leche, lo

habían hecho en forma de quesos fabricados en casa, hedion-

dos, agusanados, enmohecidos, antihigiénicos, por lo que la

literatura de la Liberación abundaba en textos que apelaban

a la reforma de los hábitos alimenticios, concebida como unareforma de los propios franceses (Alphandéry et al., 1980,

p. 10 s.).

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Existía en el marco del I Plan una «Comisión del Consu-mo y de la Modernización Social (sic)», que recomendaba eldesarrollo del consumo de leche: sólo era meritorio consumir-lo en sus formas frescas, como lo hacían los escandinavos o losamericanos. Esta nueva cultura del consumo lácteo sería efec-tivamente adoptada por la población, sancionando el yogur.

Pero todo ello exigía la creación de una potente industria lác-tea que acondicionara y fabricara los nuevos productos, y la

instauración de una red frigorífica rigurosa y omnipresente;estas exigencias no podían satisfacerse sobre la base de las pe-queñas queserías comarcales y las mantequerías de barrio. Se

dará, pues, un estrecho paralelismo entre el desarrollo de unaindustria láctea (que a menudo formará parte también de ungrupo agroalimentario cooperativo y diversificado), el de uncomercio moderno integrado, y el de un sector productor, es-pecializado y moderno.

Para las explotaciones, el ganado lechero intensivo, a lanórdica, será la prueba y el vehículo de la modernización, y

acabará por convertirse en la producción única en muchos ca-

sos, y la más importante siempre. Este será, en particular, elfactor principal de la metamorfosis económica experimenta-da por las vastas regiones del gran Oeste católico, fuertemen-te especializadas, desde siempre, en las producciones anima-les. Esta metamorfosis será preparada y conducida por el mo-vimiento de la Juventud Agraria Cristiana (J.A.C.).

4. La culminación de la política agraria moderna

A) El ascenso de la ,J. A. C.

La J.A.C. era un movimiento de acción católica de ámbi-

to nacional. Su implantación y sus temas de interés eran nece-

sariamente muy variables según las regiones. En el Oeste, su

acción heredaba con toda naturalidad las tradiciones nacidas

de la ya citada corriente de «izquierdas» del catolicismo social

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