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LOS CABALLOS DEL LAGO LADOGA Divagaciones de café, historias de guerra, y un interesante fenómeno fisicoquímico... Era una noche en mi época de estudiante de ingeniería, cuando cumpliendo esmeradamente el rol de novio incipiente, quedé atrapado en una incómoda charla de café. Una velada entre solemnes matemáticos luego de un congreso de especialistas, que incluía la intimidatoria presencia de la señora que podría haber devenido en mi suegra. Entre bromas formales y fingidas complacencias, llegó el mozo con la bandeja de bebidas. Para sorpresa de todos, al abrir una botella de agua fría su contenido se congeló súbitamente antes de ser vertido al vaso. Curiosamente, el agua helada dentro de la botella rompió el hielo de la reunión. Disuelta la circunspección, con tanta materia gris diplomada concentrada en torno a la mesa, las elucubraciones para encontrar una explicación al acontecimiento no se hicieron esperar. Finalmente, para darnos luz, el conciliábulo emitió su dictamen inapelable. Magister dixit... un mamarracho inverosímil de la Termodinámica que ya ni recuerdo. Por mi afición a la astronomía, yo recordaba una justificación racional para el fenómeno, que el astrofísico canadiense Hubert Reeves señalaba en un pasaje de su libro “El Sentido del Universo”, que da sustancia a esta nota. Sin embargo, no logré exponer la idea de un modo convincente. Pudo más la carga emotiva de conocer una respuesta idónea en medio de adustos pensadores de párpados pesados, que divagaban con aires de suficiencia. Quedé con el sabor amargo de haber sucumbido a la retórica soberbia de los argumentos de autoridad. O peor aún, de edad. ¿Y los caballos del título? se preguntará el lector. Es que necesitaba una introducción para más adelante reivindicar, aunque tardíamente, al ilustre científico canadiense y por remota extrapolación, al que suscribe. Y esto me da pie para pasar a la segunda parte del preámbulo. Historia de guerra No seré breve, pero podría ser peor. Durante la Segunda Guerra Mundial, Alemania inició una gigantesca operación militar contra la Unión Soviética desde varios frentes, uno de los cuales debía apoderarse de Leningrado (actual San Petesburgo). Contaba con el apoyo de Finlandia, que pretendía recuperar la región del lago Ladoga, anexada a la Unión Soviética poco tiempo atrás. El Camino de la Vida

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LOS CABALLOS DEL LAGO LADOGA

Divagaciones de café, historias de guerra, y un interesante fenómeno fisicoquímico...

Era una noche en mi época de estudiante de ingeniería, cuando cumpliendo esmeradamente el rol de novio incipiente, quedé atrapado en una incómoda charla de café. Una velada entre solemnes matemáticos luego de un congreso de especialistas, que incluía la intimidatoria presencia de la señora que podría haber devenido en mi suegra.

Entre bromas formales y fingidas complacencias, llegó el mozo con la bandeja de bebidas. Para sorpresa de todos, al abrir una botella de agua fría su contenido se congeló súbitamente antes de ser vertido al vaso. Curiosamente, el agua helada dentro de la botella rompió el hielo de la reunión.

Disuelta la circunspección, con tanta materia gris diplomada concentrada en torno a la mesa, las elucubraciones para encontrar una explicación al acontecimiento no se hicieron esperar. Finalmente, para darnos luz, el conciliábulo emitió su dictamen inapelable. Magister dixit... un mamarracho inverosímil de la Termodinámica que ya ni recuerdo.

Por mi afición a la astronomía, yo recordaba una justificación racional para el fenómeno, que el astrofísico canadiense Hubert Reeves señalaba en un pasaje de su libro “El Sentido del Universo”, que da sustancia a esta nota. Sin embargo, no logré exponer la idea de un modo convincente. Pudo más la carga emotiva de conocer una respuesta idónea en medio de adustos pensadores de párpados pesados, que divagaban con aires de suficiencia. Quedé con el sabor

amargo de haber sucumbido a la retórica soberbia de los argumentos de autoridad. O peor aún, de edad.

¿Y los caballos del título? se preguntará el lector. Es que necesitaba una introducción para más adelante reivindicar, aunque tardíamente, al ilustre científico canadiense y por remota extrapolación, al que suscribe. Y esto me da pie para pasar a la segunda parte del preámbulo.

Historia de guerra

No seré breve, pero podría ser peor. Durante la Segunda Guerra Mundial, Alemania inició una gigantesca operación militar contra la Unión Soviética desde varios frentes, uno de los cuales debía apoderarse de Leningrado (actual San Petesburgo). Contaba con el apoyo de Finlandia, que pretendía recuperar la región del lago Ladoga, anexada a la Unión Soviética poco tiempo atrás.

El Camino de la Vida

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Los soviéticos organizaron arduamente la defensa y llegaron a colocar explosivos subterráneos para volar la ciudad si era tomada, con pobladores incluidos. Pero Hitler prefirió sitiar la ciudad y esperar a que sus habitantes murieran de hambre y frío antes que invadirla y mantener a una población de millones de enemigos. En sus propias palabras “He resuelto borrar a Leningrado de la faz de la Tierra”. En los casi dos años y medio que duró el sitio, la lucha por la supervivencia fue brutal. El agotamiento de alimentos y combustibles hizo que fuera común el canibalismo. También hubo casos de asesinatos para comercio de cadáveres como fuente de carne y grasa. En una de las mayores hambrunas de la historia, pájaros, perros, gatos y ratas desaparecieron de las calles. Por el frío y el hambre, tal como había previsto Hitler, murieron cerca de 1.200.000 personas, mientras las bombas nazis no llegaron a matar a 20.000.

Pese al cerco alemán, los rusos lograron establecer un corredor sobre la frágil capa de hielo del lago Ladoga, que a duras penas en

medio de bombardeos, permitía llevar algo de ayuda a los sitiados. Le llamaban El Camino de la Vida.

Los caballos

Para comprender la magnitud de los hechos, nada como la narración del periodista y escritor Curzio Malaparte, que en su libro “Kaputt” recoge atroces experiencias de su paso por Rusia como corresponsal de guerra para el Corriere della Sera. A propósito, en una de sus páginas relata el siguiente episodio que da sentido al título de esta nota.

Un día a principios del verano de 1942, la artillería soviética huyendo de una redada de soldados finlandeses, había llegado al lago Ladoga con la intención de embarcar el equipamiento y la caballería para ponerlos a salvo en la margen opuesta. Pero los bombardeos aéreos desataron un descomunal incendio en el vecino bosque de Raikkola. Acorralados

por el fuego y enloquecidos por el estruendo de bombas y ametralladoras y el silbido de obuses, casi un millar de caballos de la artillería, completamente descontrolados se arrojaron a las

llamas para alcanzar el lago. Muchos perecieron, aunque la mayoría llegó al agua, que aún estaba líquida pese al frío intenso. En esa zona, el lago forma una pequeña ensenada poco profunda, pero a un centenar de metros el fondo cae abruptamente. De modo que los que estaban

cerca de la costa, y del fuego, pugnaban por entrar al agua, montándose sobre los otros en medio de humo, frío, explosiones, patadas y mordiscos, mientras el resto nadaba desesperadamente con la cabeza fuera del agua para acercarse a la otra orilla. De repente, la refriega fue interrumpida por el ruido típico del cristal cuando se rompe: el agua se congeló súbitamente (como en la botella de aquella charla de café), dejando atrapados a los caballos en un envoltorio de hielo.

Los vehículos eran atacados por aviones. Constantemente se abrían grietas en el hielo y era necesario

cambiar la ruta. Las nevadas impedían la visibilidad; algunos se perdían y

morían congelados.

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A la mañana siguiente, entre las cenizas humeantes, los rayos de sol se filtraban iluminando las crines rígidas de centenares de cabezas de caballos, que sobresalían de la superficie, como cortadas por el filo de una guillotina. Todas con los ojos abiertos, mirando aterrorizadas hacia la orilla.

Una propiedad del agua

La explicación física del fenómeno no es novedosa, salvo al parecer para aquellos serios matemáticos que mencionaba al principio de la nota. Y hasta tiene nombre propio: sobrefusión, o para otros, subenfriamiento. Incluso ya había aparecido en la novela “Héctor Servadac” de Julio Verne, que leí apasionadamente a los 12 años, aunque ya casi ninguna de mis neuronas acusa recibo.

Cuando se enfría gradualmente un recipiente con agua, al llegar a 0ºC ésta debería congelarse, pero no siempre es así. Si el enfriamiento es muy brusco y el agua se mantiene limpia y relativamente quieta, el hielo demora en formarse. Curiosamente, el agua permanece líquida muy por debajo

del punto teórico de congelación, en una condición inestable. En ese estado, algunas partículas arrojadas al agua pueden disparar inmediatamente el proceso de congelación. Estas partículas cumplen la función de lo que en química se conoce como “centros de nucleación”, alrededor de los cuales el hielo se arraiga y se propaga rápidamente, acelerando la congelación. En ausencia de estas partículas el hielo no puede mantener el ritmo de crecimiento, y por esa razón, cuando el agua es muy pura, puede permanecer mucho tiempo en estado de subenfriamiento.

En algunas nubes, como estratos y cúmulos, con frecuencia existen gotas de agua subenfriada, que cuando son agitadas por el viento producido por un avión, cristalizan abruptamente formando

hielo. Por esa razón, lo aviones que vuelan en esas condiciones disponen de dispositivos contra el hielo. Pero en el caso que nos ocupa, las finas crines de los caballos fueron suficientes para generar el congelamiento brusco que transformó el lago en una lápida de mármol blanco con esculturas, que de no ser por lo espeluznante del espectáculo, hubiera sido digna de admiración. No menos espeluznante debe de haber sido el deshielo en primavera.

WGL - Abril de 2015.