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8/18/2019 3 PIENSO http://slidepdf.com/reader/full/3-pienso 1/13  26 Capitulo 3 PODRÍA DECIRTE LO QUE REALMENTE PIENSO La luz de la lámpara de kerosén se acumulaba, espesa como bilis, debajo del tumbado de arpillera. Doña Leonora dio un golpe seco al piso con su bastón. Hablaba sin bajar la voz, en el mismo tono penetrante de siempre.  –Descríbeme su trato sexual. Jorge estaba sentado en el banquito, de perfil a ella, mirando la puerta como si alguien fuera a venir a comprar. El silencio se extendía alrededor del siseo de la lámpara, hasta el rugido minúsculo y exacto del río grande, tan abajo. No respondía. Doña Leonora repitió la orden.  –Descríbeme su trato. No me vas a decir que no has visto…  –Yo no he visto entrar. Don Alcibíades me ha mandado donde el herrero, “Que venga a herrar las mulas mañana” diciendo. Tarde he llegado.  –Sé que no has visto entrar a la chola. Pero les has visto allí adentro. Jorge dirigió una breve y dolorosa mirada a la patrona. Ella dio otro golpe del bastón en el piso.  –A eso de las diez de la noche he llegado –dijo él. –Yastaba cerrado su puerta del niño Alexis.  –Y entonces miraste por la rendija.  –Estaba tendiendo mi cama... Desde que el niño Alexis entró al colegio en La Paz, la patrona había dicho que Jorge ya no podía dormir en el mismo cuarto que él. En La Paz tenía que dormir debajo de las gradas en la casa de Miraflores, y cuando volvían a Saxrani en las vacaciones, tenía que tender unos cueros de oveja en el pasillo de los altos, en el segundo patio. El niño le llamaba a conversar en cualquier rato, pero llegando el momento de descansar tenía que salir al pasillo, al lado de la puerta siempre, por si acaso el niño le llamara en la noche. Las tablas de la puerta no eran tan justas, había una rendija por la cual se veía si había luz prendida allí dentro. A veces el niño se dormía con la luz prendida. No acostumbraba trancar la puerta desde dentro. Jorge miraba. Si veía al niño bien dormido, entraba de puntillas y soplaba la vela, para que no se gastara sin motivo. Por eso miraba siempre, todas las noches. La patrona le había mandado hacerlo. Estaban haciendo el perro, encima del catre. Ella, de cuatro patas, ni siquiera de cuatro  porque tenía su cara hundida en la almohada y sus nalgas elevadas al máximo, asomando desbordantes en medio del revuelo blanco de sus mankanchas. Su piel cobriza contrastaba con la palidez marfileña de los muslos de Alexis, brillando entre el paño gris de los pantalones arrugados alrededor de sus rodillas y la blancura de su camisa que caía abierta sobre sus caderas, revelando el escaso vello y los músculos prominentes de su pecho. Con un impulso que sacudió todo su cuerpo, hundió su miembro entre los globos oscuros a la vez que los asió con sus dos manos, y pronunció apenas, jadeando ‘Fosa… Aterciopelada…’  –Fosa, aterciopelada –repitió Jorge.  –¿Qué…?–

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Capitulo 3

PODRÍA DECIRTE LO QUE REALMENTE PIENSO La luz de la lámpara de kerosén se acumulaba, espesa como bilis, debajo del tumbado dearpillera. Doña Leonora dio un golpe seco al piso con su bastón. Hablaba sin bajar la voz, enel mismo tono penetrante de siempre.

 –Descríbeme su trato sexual.

Jorge estaba sentado en el banquito, de perfil a ella, mirando la puerta como si alguienfuera a venir a comprar. El silencio se extendía alrededor del siseo de la lámpara, hasta elrugido minúsculo y exacto del río grande, tan abajo. No respondía. Doña Leonora repitió laorden.

 –Descríbeme su trato. No me vas a decir que no has visto…

 –Yo no he visto entrar. Don Alcibíades me ha mandado donde el herrero, “Que vengaa herrar las mulas mañana” diciendo. Tarde he llegado.

 –Sé que no has visto entrar a la chola. Pero les has visto allí adentro.

Jorge dirigió una breve y dolorosa mirada a la patrona. Ella dio otro golpe del bastónen el piso.

 –A eso de las diez de la noche he llegado –dijo él. –Yastaba cerrado su puerta del niñoAlexis.

 –Y entonces miraste por la rendija.

 –Estaba tendiendo mi cama...

Desde que el niño Alexis entró al colegio en La Paz, la patrona había dicho que Jorgeya no podía dormir en el mismo cuarto que él. En La Paz tenía que dormir debajo de las gradasen la casa de Miraflores, y cuando volvían a Saxrani en las vacaciones, tenía que tender unoscueros de oveja en el pasillo de los altos, en el segundo patio. El niño le llamaba a conversaren cualquier rato, pero llegando el momento de descansar tenía que salir al pasillo, al lado dela puerta siempre, por si acaso el niño le llamara en la noche. Las tablas de la puerta no erantan justas, había una rendija por la cual se veía si había luz prendida allí dentro. A veces elniño se dormía con la luz prendida. No acostumbraba trancar la puerta desde dentro. Jorgemiraba. Si veía al niño bien dormido, entraba de puntillas y soplaba la vela, para que no segastara sin motivo. Por eso miraba siempre, todas las noches. La patrona le había mandadohacerlo.

Estaban haciendo el perro, encima del catre. Ella, de cuatro patas, ni siquiera de cuatro

 porque tenía su cara hundida en la almohada y sus nalgas elevadas al máximo, asomandodesbordantes en medio del revuelo blanco de sus mankanchas. Su piel cobriza contrastaba conla palidez marfileña de los muslos de Alexis, brillando entre el paño gris de los pantalonesarrugados alrededor de sus rodillas y la blancura de su camisa que caía abierta sobre suscaderas, revelando el escaso vello y los músculos prominentes de su pecho. Con un impulsoque sacudió todo su cuerpo, hundió su miembro entre los globos oscuros a la vez que los asiócon sus dos manos, y pronunció apenas, jadeando ‘Fosa… Aterciopelada…’

 –Fosa, aterciopelada –repitió Jorge.

 –¿Qué…?–

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  –“Fosa aterciopelada.” Eso dijo… –dirigió otra mirada breve a la patrona. –El niñoAlexis, pues.

 –¿A ti te lo dijo…?

 –No, pues. A ella... A la Dorotea.Alexis echó su cabeza hacia atrás, a la vez que el ritmo de sus empujes se hacía más y

más frenético. Cerró sus ojos y alzó su barbilla hasta que casi apuntó al cielo raso. Lostendones de su cuello resaltaban como sogas. De su boca salían una serie de sonidos más alládel lenguaje, cada gemido más agudo que el anterior. Culminó en un aullido canino y sedesplomó encima de Dorotea como una marioneta con los hilos cortados. Ella se echó a unlado y le abrazó, permitiendo que hunda su cabeza por el escote de su blusa cochala. Por unmomento Jorge pensaba que ella estaba llorando, pero luego se percató que ella murmuraba:‘Ya, ya,  guaguitay…’ mientras alisaba los cabellos revueltos y sudorosos de Alexis. Era elniño que estaba llorando. Después de un rato se apartó bruscamente de ella. Alzó sus

 pantalones y se sentó en el borde de la cama para abotonar su camisa, de espaldas a Dorotea.

Ella también se levantó y alzó su pollera del suelo. –¡Dame un trago!

Doña Leonora abrió su boca, asombrada por el atrevimiento, pero Jorge se interpusoantes.

 –Eso también dijo el niño... “Dame un trago” ha dicho, a ella.

 –Ah… –dijo Doña Leonora, –¿estaban tomando…?

 –Él nomás se ha servido.

Alexis aceptó el vaso sin mirar a Dorotea. Lo vació de un solo trago y lo devolvió,todavía sin mirarle. Ella hizo como para alzar la botella y servirle otro, pero él se negó con lacabeza. ‘¡Andate…!’ Jorge apenas tuvo tiempo de levantarse de la puerta y agacharse en la

sombra de la vieja cómoda al fondo del pasillo. Dorotea abrió la puerta, echó una mirada a unoy otro lado, y luego se fue corriendo por las gradas que conducían al segundo patio. Jorgeesperó hasta que el ruido de sus pasos se perdiera seguido por los ladridos de los perros deguardia. Entonces volvió a su puesto y tendió su cama. La vela seguía prendida en el cuarto,

 pero esa noche no miró más, ni entró a soplarla.

La lámpara siseaba…

 –Ella se ha ido después –dijo. –El niño no me ha llamado. Me he dormido nomás.

 –¿Y cuántas veces ha venido?

 –Ya son tres veces.

 –¿Por qué no me has avisado…?

 –No he avisado a nadie, señora. ¿A quién voy a avisar…? Somos huérfanos, ella es mimayor. Nada no puedo decir. Mis otros hermanos no están en aquí, no sé qué les voy a decir...

Los perros ladraban en la reja. Luego se escuchaba al Q’utu  Isidoro calmándoles ydiciendo: ‘Pasa, hijita…’ en su voz gangosa.

Doña Leonora se levantó y Jorge hizo lo mismo.

 –Mañana vamos a vaciar el cuarto de invitados en la casa grande. En la tarde mismavas a trasladar sus cosas allí. Y vas a dormir adentro, con él, mientras estén aquí –con su

 bastón bajó un anillo de llaves que colgaba de un clavo en la parte superior del estante, másarriba del alcance del brazo…, y desató una: –Ésta es la llave. Empezarás mañana a primerahora.

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  –Sí, señora.

Una chiquilla de diez años, apretando un bolsón grasiento contra su pecho, apareció enla puerta de la tienda.

 –Véndame… –susurró. –¿Qué quieres, hijita…? –la chica sacó de su bolsón una botella sucia que alguna vez

contenía papaya Salvietti.

 –Media… Media botella de trago, una libra de azúcar, veinte centavos de canela, dosamarros de cigarro y media libra de coca… y me lo vas anotar en el cuaderno, dice mi papá.

 –Tu papá es Nicolás Álvarez, ¿no es cierto…? –la chica asintió con la cabeza. DoñaLeonora extendió su mano para bajar un cuaderno ajado que colgaba de otro clavo. –¿Qué ha

 pasado pues? ¿Para qué quiere?

 –Han… Han venido a pedir la mano, dicen.

 –¿De tu hermana…? ¿Quiénes han venido…?

Jorge salió sin despedirse. Pasó rápidamente por el zaguán que unía el primer patio conel segundo y subió las gradas al primer piso. Alexis abrió la puerta antes de que llegara al

 pasillo.

 –Oye, ¡¿qué te ha dicho pues mi vieja…?!

 No recordaba a su madre, ni su cara, ni sus manos…, nada. La primera cosa querecordaba, él estaba de pie, agarrado de la mano de Clotilde e intentando ocultar su cara entrelos pliegues de su pollera, una pollera de desteñida bayeta roja. Sólo las caras interiores de las

 bastas conservaban el color original. Jorge recordaba eso porque sus ojos estaban al nivel de lacintura de Clotilde. Dorotea y Basilio han debido estar allí también, pero no los veía en el

recuerdo, sólo la mano y las faldas de Clotilde, y unos hombres saliendo de la casa con un baúl. Lo llevaban a la salida del patio donde otro hombre estaba parado con un chicote en sumano. Los hombres dejaron el baúl a sus pies y volvieron a entrar a la casa. Salieron con unalona grande, de ésas que se usa para trillar el trigo. Lo extendieron para que el hombre conchicote lo revisara y empezaron a doblarlo de nuevo.

 –¡No…! –gritó Clotilde. Soltó a Jorge y corrió a agarrar la lona por el medio, entre losdos hombres que lo sostenían por los extremos. –¡Eso no…! ¡Es de mi mamá! ¡No puedenllevarlo! –una mujer apareció en la puerta de la casa con un aguayo de pampa azul en susmanos. Clotilde dejó caer la lona y apuntó al aguayo. –¡Eso, también es de mi mamá! ¡Todo esde mi mamá…!

 –No le estamos quitando –dijo uno de los hombres. –Lo estamos llevando donde tu tío

Filemón, para cuando tus hermanos sean mayores. –¡Yo los puedo guardar! ¡Están robando…!

En ese momento alguien alzó la tranca del corral y las ovejas salieron balando por el patio. Clotilde intentó arrebatar el aguayo a la mujer. Ésta le dio un sopapo que la hizo caer alsuelo. Se levantó y se paró con su espalda contra la pared. Jorge corrió por medio de lasovejas, empujándolas y siendo empujado por ellas, hasta llegar a su lado y abrazarla por lacintura. Los dos lloraban. Luego estaban frente al hombre con chicote. Clotilde se arrodilló.

 –Don Plácido, ¡no nos botes de la casa! Yo puedo trabajar…, puedo hacer de todo. Yovoy a criar a mis hermanitos.

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 –Eres mujer, chica todavía. ¿Acaso tienes tu marido…? No puedes salir al trabajo de lahacienda. El patrón ya ha dado el terreno a otro.

 –Pero Don Plácido, ¡mi papá ha hecho esta casa…!

 –El terreno es del patrón. –Y vos, ni siquiera eres hija de Don Remigio –dijo la mujer. El hombre la apuntó con

su chicote. –¡Vos no te metas…! Basta que te hayamos dejado recoger los bienes de tu marido.

 –No son de su marido, ¡son de mi mamá…! –dijo Clotilde, pero el hombre sacudió elchicote delante de su cara y ella se calló.

 –Ya te he dicho…, una palabra más y te pongo en el camino paradita. Lo mismo sivuelves a pisar esta casa. ¡¿Me entiendes…?!

 –Sí, Don Plácido –Clotilde se puso de pie y limpió su nariz con la rueda de su pollera.

 –Muy bien. Entonces cárgate y anda a la casa hacienda, a la cocina, donde DoñaGertrudis. Allí vas a estar, tu hermanito más.

 –Sí, Don Plácido. –Clotilde se cargó un bulto en un aguayo remendado y tomó la manode Jorge. Juntos salieron del patio mientras la mujer arreaba las ovejas en sentido opuesto.

Dormían sobre unos cueros en un rincón de la cocina. Clotilde tenía que levantarse bien antes del amanecer, prender fuego en el fogón de cuatro ojos, y poner el caldero enorme ynegreado antes de que entrara Doña Gertrudis. Si no estaba levantada cuando llegaba lacocinera, Doña Gertrudis le hacía despertar a patadas. Había que hacer el desayuno, elalmuerzo para los peones y el mayordomo primero, luego el desayuno de los patrones. Si los

 peones o Don Plácido tenían que ir lejos, había que alistar sus fiambres más. Si iban a estartrabajando cerca, se lo preparaba después y se lo llevaba el Q’utu  Isidoro, o sino la mismaClotilde. Luego Doña Gertrudis se dedicaba a preparar el almuerzo de los patrones, para la unade la tarde; sopa y segundo todos los días. Clotilde iba a traer leña, o lavaba ropa, o pelabatrigo o p’ataska, o desgranaba maíz, o lo que sea, hasta que llegaba la hora de preparar la cena

 para los peones y el mayordomo, y otra cena, aparte siempre, para los patrones.

Jorge ayudaba en lo que podía. Todos los días traía pasto para los conejos, daba decomer a las gallinas, les servía su lagua –preparada por Clotilde– a los perros, iba a botar la

 basura cuando ella terminaba de barrer la cocina, ayudaba a recoger y lavar los servicios, pellizcaba chuño, pelaba habas y alverjas, traía leños del cobertizo al otro lado del segundo patio, y trataba de quedar fuera de la vista de Doña Gertrudis.

De todo aquello lo mejor era ir por pasto, pero tampoco era de perderse mucho tiempo porque la cocinera le reñía si llegaba tarde, ‘Yuqalla manq’a gasto’1 y después reñía a Clotildetambién. Todos los días reñía a Clotilde como de costumbre, ‘ Imilla  floja, cochina, sinhabilidad.’ Sólo se callaba cuando estaba Don Plácido. Jorge aprendió a acurrucarse en losrincones donde, de día, la luz no llegaba desde la puerta o la ventanita con rejas encima delfogón, y de noche, la luz del mechero no alcanzaba. Aprendió a mantener la mirada baja y nohablar hasta que le hablaran, y entonces sólo contestar con nada más que un ‘SÍ’ o un ‘NO’.Aprendió a caminar sin hacer ruido, a levantar y a colocar las cosas silenciosamente, adevolver todo al mismo lugar donde estaban antes, de tal manera que no se notara que alguienlo había tocado. Se dio cuenta que así se convertía en una sombra, un traste más, y nadie le

1 Chiquillo gasto de comida.

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reñía... Y poco a poco todos empezaban a hablar en su delante sin darse cuenta de que él lesescuchaba.

Entendía que su papá se había muerto. Había visto cómo le envolvieron en una frazada

y lo tendieron sobre un banco largo con sus pies hacia la puerta. Harta gente vino esa noche. Ytambién al día siguiente, cuando lo habían amarrado a un callapu  de palos de eucaliptos,todavía dentro de la misma frazada, y se lo llevaron. Y no volvió más… y por eso les habían

 botado de la casa. Ese día del callapu, él se había quedado jugando con Dorotea y Basilia yotras guaguas más, hasta que la gente volvió en la tarde. La Dorotea era mayor y todos los díassalía con las ovejas, a veces llevaba a Basilio consigo. El día que les botaron, han debido ircon las ovejas igual, aunque no recordaba haberles visto. Un día preguntó a la Clotilde.

 –¿Cuándo va venir la Dorotea y el Basilio…?

 –No van a venir.

 –¿Por qué…? ¿Se han perdido las ovejas?

 –No. Están donde el tío Filemón. –Vamos pues. Las podemos traer aquí.

 –No, no podemos. Ellos están viviendo con los tíos, nosotros estamos aquí.

 –Pues vamos donde los tíos… –no había nadie más en la cocina. Se atrevió a decir: – Doña Gertrudis es mala. Vamos donde el tío Filemón.

 –No son mis tíos –dijo Clotilde. –Anda a lavar el batán, tengo que moler llajhua.

Doña Gertrudis apareció en la puerta y Jorge salió sin preguntar más a echar agua al batán y a frotarlo con su mano. Trató de no escuchar lo que decía Doña Gertrudis. Más un ratoClotilde salió con ají amarillo tostado, sal, comino y ajo pelado. Había estado llorando. Se

 puso a moler balanceando la gran piedra en forma de media luna, pum-pum, pum-pum, pum- pum, señalando a Jorge cuándo era de echar agua a la mezcla. Él le susurró…

 –Vamos nomás donde el tío...

 –No quieren. Vos eres muy guagua, no sabes hacer nada. Cuando seas grande ellos terecogerán.

 –Vos sabes hacer de todo.

 –Ya te he dicho, no son mis tíos. Cállate.

Jorge se calló.

En el centro del primer patio había un árbol de molle lleno de ojambillas, con bancas de piedraa su alrededor donde Don Alcibíades y Doña Leonora se sentaban cuando tenían invitados. Elresto del patio estaba empedrado con piedras blancas y negras, en un diseño de rombos ycruces, que el Q’utu Isidoro barría todos los días. La entrada principal tenía una reja de fierro,que el Q’utu cerraba en la noche antes de ir a dormir en su cuartucho afuera, con la casucha delos perros de guardia al lado. A ambos lados de la reja, un muro alto de tapial coronado concactos espinosos separaba el patio de la pampa donde la gente bailaba en las fiestas, y que mástarde sería la cancha de fútbol, con la escuela y su mástil al frente, al otro lado de la casahacienda. Pero cuando Jorge llegó a la hacienda no había nada de eso... Sólo la pampa, y elempedrado delante de la puerta mayor de la capilla de la hacienda, que se abría los díascuando llegaba el cura de Inquisivi a decir misa. La capilla tenía otra puerta lateral, dentro del

 patio, que nunca estaba cerrado llave porque Doña Leonora iba allí todas las tardes a rezar elrosario. Entre la capilla y el edificio que separaba el primer patio del segundo, había un cuarto

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de tejas que servía para alojar al cura cuando pernoctaba en Saxrani, y después como sala declases para Alexis. El otro lado del patio estaba ocupado por la casa grande, de dos elevados

 pisos y balcón con baranda de madera tallada, por donde se entraba a los cuartos de los

 patrones. Al otro lado tenía ventanas altas que miraban al huerto de duraznos y la bajada pordonde se iba al río grande. Los bajos eran una sala larga con dos puertas que servía comodepósito, hasta que Doña Leonora convirtió la mitad en tienda e hizo levantar una pared de pormedio.

El otro edificio de dos pisos se conocía como “la oficina.” Sus dos cuartos de bajosabrían al primer patio, separados por el zaguán, que tenía un portón de madera en la entradadel segundo patio. La oficina era un cuarto largo en el primer piso, con ventanas sobre elsegundo patio y una puerta sobre el pasillo entablado que lo separaba de otro cuarto de altos,lo que después iba a ser durante un rato el dormitorio del joven Alexis. En tiempos de lahacienda, Don Alcibíades guardaba sus papeles y los libros de contabilidad en la oficina, sereunía con Don Plácido para recibir los informes del mayordomo, y donde éste llamaba al

 jilaqata y los colonos de su confianza para darles sus órdenes.El segundo patio no estaba cerrado. A un lado, el de la casa grande, estaba la cocina y

su despensa, y al otro lado, el de la capilla, estaba el cobertizo que hacía de establo paracaballos de silla y mulas, depósito de leña y protegía el gran horno de barro, más los peroles ylas tinajas para hacer chicha. El cuarto lado no tenía más que un muro bajo de tapial, mediocaído, con una entrada amplia al patio empedrado irregularmente con piedras comunes, ysiempre mojado por las aguas servidas de la cocina y manchado con la bosta de los animalesde carga y la sangre de los degollados.

La tarde que llegaron a la casa hacienda, Doña Gertrudis indicó a Jorge y Clotilde queles estaba prohibido cruzar por el primer patio. En ese entonces la regla era igual para todoslos colonos, hombres y mujeres. Hasta el jilaqata entraba a la hacienda por el segundo patio y

esperaba a ser recibido allí por Don Plácido. Sólo Plácido, Gertrudis y Elisa, tenían permiso deentrar al primer patio y asomarse a la casa grande el rato que querían. Los demás tenían queesperar a que los patrones los llamaran, o sino los días de fiesta cuando se abría la reja y se

 permitía el paso a todos. La Elisa, una solterona cochala  que Doña Leonora había traídoconsigo de Independencia cuando se casó con Don Alcibíades, se ocupaba de recoger y barrerla casa grande, y ella llevaba sus comidas para servirles en la sala. Se llevaba mal con DoñaGertrudis. Gertrudis había estado de cocinera en la hacienda desde el tiempo de Don Belisario,el padre de Don Alcibíades. En ese entonces los pongos servían en la mesa. Sólo cuando llegóesa chola refinada, decía Gertrudis, había dicho que su patrona no podía recibir un plato de lasmanos de esos indios piojosos y ella nomás se iba a ocupar del servicio del comedor. ParaJorge, la Elisa era buena. Si él la esperaba en la sombra del zaguán, al volver con los platos de

 porcelana del almuerzo o la cena de los patrones, ella permitía que volcara las sobras en sudesportillado plato de loza y se escurra para comerlas detrás de las altas tinajas de chicha.

 –Doña Gertrudis ¿por qué odia a la Elisa? –preguntó a Clotilde.

 –Doña Gertrudis odia a todo, mundo –decía Clotilde.

Cierto que no había día alguno que Doña Gertrudis estuviera de buen humor; sólo díascuando estaba de mal humor, días cuando estaba de pésimo humor y los días de fiesta, cuandoestaba de un humor innombrable. La refriega empezaba una semana antes, cuando había quemoler el wiñapu y cocer el arrope para la chicha. Y el infierno llegaba a partir de la víspera,cuando los prestes servían ponche y lanzaban fuegos artificiales en la pampa delante de la

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capilla, donde se guardaba la imagen de la Mama Remedios y Tata Santiago. En la tarde de lavíspera, trajeron una vaca donada por Don Alcibíades y la carnearon en el segundo patio.

Esa noche nadie dormía en la cocina. Aparte de la bulla de los músicos y los

dinamitazos, venían la Mama Preste y sus comadres, sus hijas y aynis cargadas de sus ollas, baldes, platos y bateas a preparar la carne de la vaca, y armaron fogones improvisados de piedra dentro y fuera del patio para hervir agua para el ponche. Don Plácido había partidounos días antes con caballos a recoger a los invitados de los patrones que llegaban de La Paz uOruro, junto con cargas de víveres especiales y licores finos, y a los familiares de DoñaLeonora que venían en sus propias monturas del lado de Cochabamba. Aunque los prestescocinaran para toda la gente, Doña Gertrudis tenía que cocinar para los patrones y sushuéspedes. Y una vez que Plácido ya había hecho llegar su caravana se entregaba a la farra, yaparte de preparar el banquete patronal, Gertrudis también tenía que ocuparse de los peonesque cuidaban a los caballos en el potrero. Elisa era la encargada de alistar sábanas, frazadas,colchones y almohadas, y armar catres para los invitados en los bajos de la oficina, como

también tendérselos cada día, barrer y vaciar sus bacines, a la vez que dirigir su atención concomida y bebida. Todo se guardaba en la despensa de la cocina, de la cual Gertrudis jamássoltaba la llave, y Elisa tenía que aguardar sus ganas cada vez que necesitaba sacar más

 botellas de whisky o ron, o galletas finas y dulces para las señoras. Faltaban manos paratodo…

El día de fiesta, la fiesta grande, después de la misa y la procesión y la gran comilona,las tropas de danzantes bailaron en el primer patio con los patrones mirando desde el balcón.El día siguiente, la fiesta chica, bailaban en la pampa. El día de la kacharpaya, en la mañanalos prestes iban de visita donde el  jilaqata  y los  pasantes  del siguiente año, y en la tarde

 bailaban otra vez en el patio de la hacienda hasta altas horas de la noche. Al día siguiente,algunos invitados se iban pero otros se quedaban, y había que agasajar a los servicios, las

despenseras de chicha y a todos los demás que habían ayudado a los prestes. Eso se hacía en elsegundo patio, presidido por Don Plácido.

 –Como si no hubiera hecho otra cosa que chupar desde la víspera… –refunfuñabaDoña Gertrudis. Alguna vez Jorge la vio escupir en el plato que acababa de servir para elmayordomo.

El primer año que pasó en la hacienda, Elisa llamó a Jorge a ayudarla a recoger loscuartos de los invitados a la hora de la misa. Mientras ella tendía las camas, y a vecescambiaba las sábanas, porque algunos de los caballeros habían vomitado o, según ella, hechocosas peores, le ordenó a él ir a vaciar los bacines.

 –Ten cuidado con llevarlos lejos, al lado de la huerta. No los vas a echar en el patio – en total eran siete bacines grandes, de fierro enlozado, y en ellos se habían hecho de todo.

Jorge vacilaba. Elisa le empujó: –¡Rápido, ya han salido a la procesión! Hay que llevarlosantes de que vuelvan…

Al fin Jorge logró alzar un bacín en cada mano. Apenas los hizo llegar al lado del murocaído del segundo patio. Allí los colocó cuidadosamente, al lado de la tinaja de agua para lavarservicios, y volvió por otro par.

 –Después los vas a lavar y vuelves a ponerlos donde estaban –le dijo Elisa, y salió conuna brazada de sábanas sucias. Jorge cumplió con la vaciada a distancia y amontonó losutensilios detrás de la tinaja mientras buscaba una tutuma para sacar agua y lavarlos. Justoentonces Doña Gertrudis apareció en la puerta de la cocina y soltó un chillido de rabia. Apuntóa los bacines con el cucharón que tenía en mano.

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 –¡Yuqalla cochino…! ¡¿Qué es eso?! ¿Qué estas haciendo, asqueroso? – Jorge no pudohablar. Ella le amenazó con el cucharón. –¡Indio de cuernos! ¡¿Qué haces?! –él logró

 balbucear:

 –La Doña Elisa… lavar… –¿La Elisa…? ¿Qué tiene que ver esa chola? –Jorge divisó a la Elisa sorteando los

grupos de colonas cocinando en el patio con una pila de platos de porcelana en las manos. Laseñaló con una mano temblorosa. Gertrudis volvió hacia ella: –¡Aquí cocinamos limpio, ¡nocomo en Cochabamba…! ¡¿Quién ha traído estas cochinadas aquí?!

 –Yo los he mandado lavar.

 –¡Él no es tu muchacho, y ésta no es tu cocina! ¡Anda hazte traer agua aparte para tus porquerías!

Jorge divisó a Clotilde detrás de la cocinera. Caminando de lado como un cangrejo, diola vuelta a Doña Gertrudis hasta llegar donde su hermana. La abrazó. Ella le acarició la cabeza

mientras Doña Gertrudis seguía gritando y Elisa le respondía en quechua. Entonces sonó unferoz chisporroteo dentro de la cocina.

 –¡La leche! –Clotilde se liberó de los brazos de Jorge y corrió al fogón, donde unaenorme olla de leche se había desbordado hasta apagar el fuego. Ella trató de agarrarlo con las

 puntas de su mandil y bajarlo del fogón, mientras el líquido hirviente chorreaba sobre susmanos. Gertrudis se dio vuelta y lanzó un chillido aún más furioso.

 –¡ Imilla de mierdas! ¡¿Qué estabas haciendo?! ¿Acaso no te he dicho que cuidaras dela leche…? –Clotilde se agachó para depositar la olla en el suelo y permaneció agachada bajola lluvia de golpes de cucharón que cayeron sobre su espalda. Jorge se retiró detrás de la

 puerta. Por la rendija de las bisagras veía que una colona había traído una batea y Elisa estabalavando los platos de porcelana en ella, mientras la colona lavaba los bacines en el suelo.

Gertrudis gritaba: –¡Y ahora, ¿qué van a tomar sus sobrinos?! ¡Eso era la leche para tresdías…!

 –Yo tengo leche, mamay –dijo una de las mit’anis, que venía del patio con su pollerallena de papas.

 –¡¿Crees que los patrones van a tomar la leche que vos has ordeñado con tus khuchi manos, en un balde que no has lavado en todo el año?!

 –Mi vaca está en Llawllipata, puedo traerla aquí para ordeñar.

 –¡¿Y quién va a ir hasta Llawllipata?!

 –Llamaré a mi hija. Ella puede ir a traer.

 –Ya. –la mit’ani dejó las papas y salió. Doña Gertrudis volcó su atención al fuego, alzó

la  phusaña y movió las leñas en busca de brasas aún con vida. –¡Pásame leñas delgadas! – Clotilde alzó unas ramas del lado del fogón e hizo una señal a Jorge, que salió para traer másdel cobertizo. Cuando volvió, Gertrudis estaba sentada en su banquito, picando cebolla para elahogado mientras Clotilde pelaba maní. Él se sentó en su lado para ayudarle. –¡Apúrense! – gruñó la cocinera. –¡Ya debería estar este ahogado! Y hazle entender al  yuqalla que nuncatiene que ayudar en nada a esa chola. Él trabaja aquí. ¿Me entiendes…?

 –Sí, señora –dijo Clotilde. Jorge sólo podía asentir con la cabeza.

Durante los restantes días de la fiesta no se apartó de Clotilde ni por cinco minutos.Hasta iban juntos al baño. Hizo lo mismo en las fiestas grandes y chicas: Navidad, Año

 Nuevo, Carnavales, San Juan y Santiago. Ese año Don Alcibíades pasaba mucho tiempo en La

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Paz y no vino para San Juan ni para Santiago. Llegó faltando dos semanas para la fiesta de laMama Rosario. Jorge estaba barriendo el pasillo cuando el patrón llamó a Don Plácido a laoficina.

 –Oye. Este año van a llegar unos invitados muy importantes. Son del partido. Hay queatenderles en todo. Vos vas a estar de mayordomo, no de borracho. Después puedes tirarte unafarra de cinco días, me vale verga. Pero mientras ellos estén aquí, tienen que ver una hacienda

 bien moderna, progresista, con gente calificada, ¿me oyes…? Entonces nada de estarsirviéndote con los colonos.

 –Claro, patrón.

 –Espero que sí. Caso contrario voy a tener que pensar seriamente si voy a renovar tucontrato.

 –Pero patrón, ¿cuándo he faltado al contrato…?

 –El contrato no dice nada sobre emborracharse con los peones.

 –Pero si ellos me invitan… –Les voy a decir que ya no te han de invitar, sino les voy a despachar a ellos más...

En la noche, cuando se habían acostado, Jorge preguntó a Clotilde:

 –¿Qué es contrato…?

 –¿Por qué preguntas?

 –Don Plácido dice que tiene contrato con el patrón.

 –Tiene, pues. Por eso es mayordomo y le pagan. Es su trabajo.

 –Pero Don Plácido no trabaja, sólo va en su caballo a ver a la gente.

 –Eso es su trabajo.

 –Y, ¿nosotros tenemos contrato…? –No pues, ¡qué vamos a tener!

 –Pero trabajamos. Vos trabajas…

 –A nosotros no nos pagan.

 –¿Doña Gertrudis tiene contrato…?

 –¡Cállate, quiero dormir!

Sería por lo del contrato o por la prohibición de tomar, pero en la fiesta Don Plácido se puso de un humor peor que el de Doña Gertrudis. Cada rato se aparecía en el segundo patiogritando y riñendo a todos, hasta entraba a reñir en la cocina. Doña Gertrudis le respondía conla misma moneda.

 –¡Zapatero a tus zapatos!Entonces Plácido se iba a la despensa de chicha y trago e insistía en probar el trago,

 para ver que no era muy aguado, y la chicha, para ver que no estaba resentida, antes de volveral primer patio. Parecía que no le convencía lo que probaba, porque cada vez que pasaba teníaque volver a repetir la prueba.

Por cierto, los invitados de ese año eran muchos, puros caballeros, y buenoscaballeros… que no tomaban tanto ni vomitaban en las sábanas. Pero eran tantos, que hastaClotilde tenía que ser reclutada para servir su mesa. Doña Leonora le regaló un mandil nuevoy una pollera de gabardina casi nueva para que no parezca harapienta delante de ellos, y DoñaGertrudis tenía que cederla, pero a cambio de darle doble trabajo cuando volviera a la cocina.

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Estaban levantadas casi toda la noche de la fiesta grande, porque el día de la fiesta chica losinvitados iban a salir a pasear a caballo y había que preparar lechón al horno para que lollevaran como fiambre.

 –Van ir a ver los merinos –decía Clotilde. –¿Merinos…?

 –Ovejas grandes, dicen, como burros... Yo no he visto.

Para su regreso había que preparar una cena especial con asado de cuy y picante de pollo, con compota de durazno como postre, y luego hacer ponche de sucumbé. Estabantocando guitarra y cantando, se les escuchaba hasta en el segundo patio. En un dos por tresterminaron la primera olla de sucumbé. Elisa vino a traer otra.

 –Ya están duros. Hay que recoger la mesa y guardar la vajilla… –Clotilde se levantó para bajar su mandil nuevo, cuidadosamente colgado en la pared, pero Elisa agitó su dedo. – Mejor no… Ya están borrachos, y cuando están borrachos ya no son tan caballeros. Llevaré al

chico. Jorge le siguió por el zaguán. Cruzaron el patio y, primera vez para él, subieron lasgradas al balcón y entraron a la sala principal. Les recibió una ráfaga de humo de cigarros yuna carcajada general. Jorge pensó que estaban riéndose de él y se agachó, listo para salirmedia vuelta, pero Elisa le tomó de la mano y lo empujó hacia una mesa adosada a la paredcolmada con platos sucios, fuentes con restos de comida, cubiertos desparramados, manteles yservilletas arrugadas.

 –Echas las sobras aquí, en el plato grande, yo lo voy a llevar después. Amontonas los platos así… no todos, los que puedas llevar, pesados son. Llevas a la cocina, vuelves y llevasotros más, después llevas los cubiertos y los manteles. Yo voy a estar sirviendo el sucumbé – se fue donde Don Alcibíades, que estaba riendo y chocando vasos con un caballero calvo. Otro

estaba cantando:“LAS MUJERES DE ESTE TIEMPO

YA NO QUIEREN LECHE FRÍA

SÓLO QUIEREN CALIENTE

¡LA QUE VIENE EN CAÑERÍA!”

Los platos de porcelana eran realmente pesados. Jorge vaciaba los huesos, restos de papa y camote encima de los sobrantes de pollo y cuy, y luego colocaba los platoscuidadosamente uno encima de otro hasta reunir unos ocho. Los deslizó hacia el borde de lamesa y, corazón en la boca, los bajó en sus brazos. Otra carcajada sacudió la sala y casi loshizo caer. Los apoyó contra su pecho y, cabeza baja para que no le vieran, salió rumbo a lacocina. Entrando al segundo patio, vio la silueta de un hombre bloqueando la luz que salía dela puerta de la cocina.

 –¡Vieja perra! Si yo digo que me sirvas, ¡me vas a servir…! –era Don Plácido, y estaba borrachísimo. Jorge miró a uno y otro lado, pero sólo vio un mechero prendido en la despensade chicha y a la despensera cabeceando al lado de las tinajas, con sus hijos durmiendo sobreunos cueros en su lado... Y le habían dicho que llevara los platos a la cocina, no a otra parte.Abrazó los platos con fuerza y se acercó a la puerta. Don Plácido gritó:

 –¡¿A mí me dices borracho…?! ¡Yo te voy a enseñar quién está borracho! –avanzódentro de la cocina. Jorge se apresuró y llegó al umbral a tiempo de ver a Doña Gertrudis alzaruna fuente de aguas servidas, y gritando…

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 –¡¿Vieja perra…?! ¡Jumakipiniw anu q’ara, khuchi jaqi!– 2  echarla en la cara de DonPlácido.

Buena parte del agua llegó a Jorge, quien dio un paso atrás, pero no lo suficiente para

evitar que el mayordomo cayera sobre él. Los platos volaron y explotaron en pedazos sobre elempedrado. Don Plácido se puso de cuatro patas, rompiendo más porcelana al hacerlo, alzó susombrero que había caído en un charco de aguas negras, se levantó y fue a la despensa para

 patear a la despensera.

 –¡Levántate, chancha, y dame chicha! –Doña Gertrudis salió de la cocina justamentecuando Jorge se ponía de pie, y le agarró por el brazo:

 –¡Yuqalla de mierdas! ¡Mira lo que has hecho! ¡Yo te voy a enseñar…! –alzó uno delos tiestos del suelo y con su borde filo, le hizo un corte en la muñeca derecha, luego en laizquierda, una y otra vez. –¡¿Acaso no te he dicho que nunca vas a ir con esa chola…?!¡Yatim! ¡Yatim!3 –luego le soltó de un tirón que casi lo mandó de vuelta al suelo, se arrodillóy empezó a recoger los pedazos en su mandil. –La vajilla de la patrona… Su vajilla de boda…

¡Me lo vas a pagar, yuqalla, carajo…! –desde la puerta, Clotilde dijo: –No es tanto, señora. Son veinticuatro platos.

 –Y vos, ¡¿qué sabes…?! ¡¿Acaso fuiste a recoger?!

 –No, señora. Pero… –olvidándose de lo recogido en su falda, que cayó al suelo conotra estrepitosa ola de roturas, Gertrudis se levantó, tiesto en mano, y fue a por Clotilde.

 –¡A ti también te voy a enseñar…! –Clotilde corrió a la salida del patio, Gertrudis trasella, y las dos desaparecieron en la oscuridad de la huerta de duraznos. Jorge corrió en sentidoopuesto, por el zaguán, hasta el pie de las gradas. Arriba seguían con la guitarreada. Los cortesen sus muñecas estaban chorreando sangre, manchando las mangas de su chompa raída. Secayó de rodillas en la sombra del balcón y se echó a llorar desconsoladamente, a la vez que

llevaba sus muñecas a la boca y trataba de limpiarse la sangre a lametazos. –¿Por qué estás llorando…? –Jorge brincó hacia atrás, queriendo escapar, pero sólo sedio contra el muro húmedo debajo de las gradas. Ocultó sus manos en la espalda.

 –No estoy llorando –dijo.

 –Sí estás llorando –era el niño Alexis. Avanzaba hacia Jorge. –¿Qué tienes en tumano? Muéstrame.

Jorge no pudo desobedecer. Extendió sus manos, palmas abajo, con la esperanza deocultar lo peor, pero Alexis tomó la derecha y la dio vuelta. Silbó y sacó un pañuelo de su

 bolsillo, el cual colocó sobre la herida.

 –¿Cómo te has cortado así? ¿Vos te has hecho…? –Jorge negó con la cabeza. –¿Cómote has hecho pues? –Jorge siguió sin poder hablar. Alexis agarró su otra mano. –¿No tienes tú

 pañuelo…? –un estallido de vidrio roto sonó arriba en la sala, en medio de otra carcajadageneral. El susto soltó la lengua de Jorge.

 –Niñito… patroncito. ¡Por favor! Tengo que ir… que… que recoger los platos –a lavez que la voz de una mujer llamó desde el otro lado del patio:

 –¡Alexis, ¿qué estás haciendo…?! ¡Te he dicho que te acuestes ya! –Doña Leonoraavanzaba hacia ellos con un mechero en la mano. –¡Alexis, ¿con quién estás?!

2 Vos siempre perro sin vergüenza, gente cochina.3 ¡Sepa! ¡Sepa!

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  –Con el chico de la cocina, mami. Se ha cortado la mano, y yo le estoy curando – Alexis mostró el pañuelo empapado de sangre. La preocupación desplazó la ira de la cara deDoña Leonora.

 –¡¿Qué…?! ¡¿Cómo?! –tomó la mano de Jorge y lo alumbró con el mechero. –¡Díosmío! ¿Cómo te has hecho esto…? –Jorge sólo pudo sacudir su cabeza. Doña Leonora hizo lomismo y echó una mirada a los altos, donde seguía la guitarreada. –Alexis, llévale al cuarto.Toma el mechero. Yo vengo en seguida…

Se fue por las gradas. Jorge se dejó llevar al cuarto del cura, donde la patrona se habíarecluido con su hijo a causa de la algarabía en la casa grande. Dejó que le hiciera sentar,mugriento y lleno de sangre como estaba, en un banquito en medio de la pieza. Cuando llególa patrona, dejó que lavara sus heridas con agua oxigenada y les pusiera vendas, que ledesvistiera (sin que ella pudiera suprimir muecas de asco por el estado de su ropa) y le pasaracon un trapo mojado en agua caliente que ella misma trajo de la cocina, antes de vestirle conun pijama del Alexis; prenda que Jorge jamás había visto en su vida y cuyo nombre sólo

aprendió semanas después. Y por último, hacerle acostar en una cama improvisada en el suelo,hecha en base a unos cueros y frazadas viejas sacadas de las caronas y sillas guardadas en los

 bajos de la casa grande. No pudo decir nada.

 –Está asustado… –decía ella. –Mañana vamos a hablar… –al frente la guitarreadacontinuaba. Jorge estaba paralizado ante su mente atiborrada de imágenes confusas yterroríficas de lo que iba a pasar en la mañana, cuando al fin tuviera que volver a la cocina.Pero el agotamiento pudo más que el temor. Se durmió.

 –¡Jorge, Jorge! ¡Despierta! Vamos a desayunar… –el niño Alexis brincaba alrededorde Elisa, que llevaba una bandeja con dos humeantes tazas de leche y un plato con empanadasy galletas. Jorge seguía callado, pero no importaba porque Alexis no dejaba de parlotear, tanto

que en un principio no captaba nada de lo que decía. Pero había una cosa que repetía cada vez. –No vas a volver a la cocina. Vas a vivir conmigo… Vamos a jugar, vamos a pasear…

Doña Leonora decidió el destino de Jorge, sola y autocrática, mientras Don Alcibíadesdormía la mona. Cuando se levantó, a la una de la tarde, ya todo estaba resuelto. Dio suconsentimiento formal mientras desayunaba, sin prestar atención a lo que decía su mujer. Eldía después de la kacharpaya, partió a La Paz con sus invitados, y no volvió sino hasta el díaantes de Navidad. Llegó a mediados de la tarde, y se asombró al ver que su hijo estaba

 jugando a la pelota en el patio, con un chiquillo moreno que usaba la ropa que el niño se poníahace un par de años y que ahora ya no le entraba. Empezaba a decir algo a Leonora, pero ellale tomó del brazo y se lo llevó arriba a la sala, y cerró las puertas de tal manera que nadie

 presenció su discusión. Sólo que a la hora del rosario, cuando Elisa vino a recoger a los chicos

 para hacerles lavar las manos y peinarlos antes de acompañar a la patrona a la capilla, ella dijoa Jorge:

 –Después del rezo, vas a tomar el té con el niño… pero ya no vas a cenar con él. Tevas a ir a comer a la cocina.

 –¿En la cocina…? –Jorge se congeló. Su destino fue establecido sin consultarle, y sinexplicarle más: que en vez de entrar y salir por atrás, tenía que entrar y salir por la reja, que leestaba prohibido pasar por el segundo patio en vez del primero… y que tenía que jugar con elniño sin pelear, –“como hermanitos”–. Eso de no pelear ‘como hermanitos’ le parecía raro,

 porque recordaba que cuando jugaba con Basilio y Dorotea, ellos le pegaban cada vez que lesvenía en gana. Pero el niño tenía hartos juguetes y los compartía todos con Jorge, de manera

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que no había tampoco motivos para pelear. Tomaba con el niño siempre sus comidas, y elalmuerzo y la cena junto con la patrona más. Y a veces, si estaba lloviendo o si Alexis quería

 jugar con sus soldaditos en vez de salir afuera, él estaba en la sala cuando Doña Gertrudis

venía a recibir las órdenes del día. La primera vez, Jorge se retiró al rincón como siempre, pero Alexis se río de él, y al día siguiente le agarraba del brazo y lo obligaba a quedarse en sulado mientras la cocinera hablaba con su madre. La vieja ignoraba olímpicamente a Jorge, y élcon el tiempo aprendió a hacer lo mismo con ella. Pero si volvía a pisar su reino…Ese día alcaer la noche, entró al zaguán como un condenado camino a la horca. Quiso desviarse hacia elcobertizo y ocultarse entre los trastes hasta la hora de dormir, y volver sin decir nada, perovino la Elisa yendo a recoger la cena de los patrones.

 –Vamos, Jorge.

Cruzó el patio y entró a la cocina tras ella. Los peones y Don Plácido ya estabantomando su sopa, bromeando entre bocados. Jorge intentó deslizarse a su rincón, pero Elisa leempujó delante y pidió que le dieran un asiento. En vez de la cascada de improperios que

esperaba, pasó algo peor… Cayó un silencio de tumba. No se escuchaba más que sorbos ycucharas chocando contra platos. Sin mirarle la cara, Doña Gertrudis señaló un banquito, yvolvió a la tarea de llenar la fuente de sopa que llevaba la Elisa. Jorge miraba sus pies. Alguienle pasó un plato de sopa y reconoció la mano de Clotilde. Entonces levantó su cabeza, peroella se retiró a su lugar a espaldas de él sin devolverle la mirada. Entonces él se puso a tragarsu sopa en silencio, como todos los demás.