30 Claves para entender el Poder - 04 Ciencia Política

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Treinta claves para entender el poder. Léxico de la nueva Comunicación Política, viene a llenar uno de los muchos huecos de la ciencia política mexicana. Un esfuerzo pionero por tomar el pensamiento político atrofiado, reflexionarlo en la realidad mexicana y concluir su viabilidad en un contexto determinado.

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“30 Claves para entender el poder”

Treinta claves para entender el poder. Léxico de la nueva Comunicación Política, viene a llenar uno de los muchos huecos de la ciencia política mexi-cana. Un esfuerzo pionero por tomar el pensamiento político atrofiado, reflexionarlo en la realidad mexicana y concluir su viabilidad en un contexto determinado.

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Ciencia Política

Definición

Si bien se podrían presentar numerosas definiciones de Ciencia Política en función de las diferentes escuelas, etapas y corrientes, para efectos de este concepto tomaremos como ref-erente una definición contemporánea, que nos permita abar-car no solo sus aspectos básicos, sino también esbozar su es-tado actual. De acuerdo con Bobbio (1983) la Ciencia Política es, en un sentido general, el estudio de los fenómenos y de las estructuras políticas, conducido con sistematicidad y con rigor, apoyado en un amplio y agudo examen de los hechos, expuesto con argumentos racionales. Y otra definición, en sen-tido estricto, es la orientación de los estudios que se propone aplicar, en la medida de lo posible, al análisis del fenómeno político, pero siempre con el mayor rigor. Es, en resumen, la ciencia empírica de la política, o la ciencia de la política.

Esto, sin dejar de referirse a las cuestiones del Estado, que se le vincula primordialmente al estudio de las elecciones, los grupos de interés y presión, y sobre todo al contexto, proceso y actores que influyen en las decisiones sobre los asun-tos más relevantes de una sociedad.

De la Polis al nacimiento de una nueva ciencia.

En la descripción tradicional de la evolución de las Cien-cias Sociales siempre se ha reservado para el surgimiento de la Ciencia Política uno de los últimos lugares junto con la Psi-cología, a diferencia del Derecho, la Sociología, la Economía y la Antropología. ¿Por qué esta distinción si la disputa por el poder y la supremacía política son actividades que acompañan al hombre casi desde su aparición sobre la tierra?

Algunas de las respuestas apuntan a que, aún cuando Aristóteles se refirió en La Política a la tipología de las formas de gobierno (misma que subsiste hasta ahora), no se refirió en su obra únicamente a la reflexión sobre esas formas y además cuando lo hizo, utilizó herramientas de análisis que ahora identificamos como propias de la Filosofía y no de la Ciencia, al menos no como se concibe esta actividad desde el siglo XVII. De la misma manera, los conflictos y la disputa por el po-der fueron abordados a través de posiciones normativas o pre-ceptivas (el deber ser) y no mediante explicaciones de los hechos en sí mismos, desprovistos de toda aura mágica o mís-tica.

En El Príncipe Maquiavelo no sólo redacta la primera obra intelectual en donde se define al Estado como un Estado

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PALABRAS CLAVE

Poder, Autoridad, Estado, Democracia, Cuerpo Social, Conductismo, Elección Racional, Método.

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Moderno, es decir Nacional, sino también remarca que para ello es necesario un nuevo conocimiento “basado en la experi-encia efectiva de las cosas y no en su imaginación”. El Estado-Nacional, entonces, está íntimamente vinculado a la Ciencia Política, por lo que no será nada raro que sus vicisitudes y su transformación impacte a la sustancia misma de esta ac-tividad científica.

La obra de Maquiavelo establece las bases de la Ciencia Política en la medida en la que se trata de cómo “se adquieren o pierden Principados o Repúblicas” y la distinción entre “for-tuna” y “virtud”. Esta última como una racionalidad que cal-cula la adecuación de medios a los fines propuestos y la dispo-sición de una estrategia y un conjunto de tácticas para lograr el propósito esencial de esta actividad: el Poder.

Para Maquiavelo el Poder es la capacidad para que la vol-untad del Soberano se imponga. Con un lenguaje propio del Renacimiento Italiano, Nicolás Maquiavelo disertaba sobre los recursos físicos (vigor, talento bélico), intelectuales (astu-cia, clarividencia) y ahora diríamos hasta simbólicos (la for-tuna es mujer y prefiere a los audaces; es mejor ser amado pero si se debe optar entre ser amado, repudiado o temido es preferible ser temido) y mediáticos (el convencimiento entra por los ojos; el engaño se justifica por la causa que se per-sigue; el éxito se juzga por el triunfo de la causa y no por los medios empleados) Granada (1982). En su prólogo a El Prín-cipe, Maquiavelo señala:

“ésta obra da cuenta de la aparición del Estado moderno (justo lo que falta en Italia y Maquiavelo ansiaba) sobre la base de la unificación del cuerpo social en torno al sober-ano, de la configuración de una administración centralizada, e inaugura una nueva ciencia –la política- y asimismo todo el Tratado tiene las características de un estudio realista o “científico”.

Después de Maquiavelo, la ruta trazada se bifurca sigui-endo un patrón que ha sido definido por Villanueva (1990) como un camino basado en un concepto de sociedad como in-trínsecamente incapaz de entenderse, coordinarse y autorregu-larse, y otro camino que sugiere a la sociedad con una capaci-dad de autogobierno pero que registra también condiciones de convivencia que rebasan la capacidad social y requiere, enton-ces, una organización exterior con el poder suficiente para restablecer el orden, la certidumbre de los intercambios, la co-existencia pacífica y el acuerdo sobre los objetivos generales de la convivencia.

La primera vertiente es la línea europea que va desde Maquiavelo y Hobbes, hasta Hegel y Weber, mientras la se-gunda vertiente encuentra su expresión en el asociacionismo norteamericano civil y cívico (como expresión de grupos socia-les y como conducta frente a los asuntos de interés público), definido por Alexis de Tocqueville (2002). Señala el mismo Villanueva (1990) que en el ambiente local, la tesis de la inca-pacidad de la sociedad más que la de su insuficiencia autor-regulatoria y autorreproductiva, ha sido la tesis dominante y, en consecuencia, el Estado ha sido considerado como la condi-

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ción absolutamente necesaria de organización para asegurar la existencia y el equilibrio de la vida en sociedad.

Por ello, los dirigentes estatales han sido considerados como absolutamente indispensables para la coordinación de una sociedad de suyo ingobernable y necesitada de poder. En esta visión, los actores privados y los de la sociedad civil no tie-nen una aportación relevante para la gobernación de la socie-dad; son más bien, el origen de los problemas y conflictos que, para su solución y neutralización, requieren ser gobernados.

Como escribiera Hobbes (2003), el Estado en tanto Levi-atán es fruto de los pecados del hombre y no de sus virtudes. En este contexto, los miembros de la sociedad son los “natu-rales”, mientras que los poderes públicos son los “agentes civi-lizatorios” y, gracias a ellos, la “sociedad natural” se trans-forma en “sociedad civil”. Desde luego que la versión contraria a esta posición es el liberalismo que, a la inversa, deposita la misión civilizatoria en la acción de los individuos y desconfía de la acción “corrupta e ineficaz” del Estado y sus representan-tes.

Entre estos dos extremos existe un amplio espectro de posicio-nes que dan origen y sentido a las diversas combinatorias de interacción entre gobernantes y gobernados y de los espacios e intersticios que se abren entre Estado y Sociedad.

Los enfoques de la Ciencia Política

Otra forma de abordar y clasificar a la Ciencia Política, era en función de las nacionalidades de los estudiosos, más que a una fórmula universalmente aceptada.

Primero en Europa las contribuciones de Jean Jacques Rousseau, Charles Secondat Barón de Montesquieu, John Locke, Benjamin Constant, Gaetano Mosca, Robert Michels y muchos más, aún cuando no se consideraron a sí mismos “ci-entíficos políticos”, fundaron y dieron sentido lógico, jurídico y funcional al constitucionalismo, a la noción de Estado de Derecho, de Estado Social de Derecho, al contractualismo, a la teoría del voto, a las libertades políticas y civiles, a los dere-chos del hombre y del ciudadano, actualmente se les de-nomina derechos humanos, y a los partidos políticos, entre los elementos destacados.

A finales del siglo XIX, en Estados Unidos se fundan las primeras carreras universitarias en “Ciencia Política” y se de-fine su objeto de estudio como la delimitación y los alcances del proceso mediante el cual las sociedades alcanzan objetivos colectivos. Que esos objetivos colectivos sean en realidad fija-dos por un individuo o por un grupo no es tan importante como el hecho constatable que la mayoría de la sociedad los asume como propios y que eso se refleja en estabilidad y en una reproducción cotidiana de ese orden de cosas.

La Ciencia Política, según se entiende actualmente el término, nació en Europa Occidental a principios de la década de 1950 (Sartori, 2004). Se podría decir que “renació”, pero

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eso no sería del todo preciso, porque en el siglo XIX y hasta la Segunda Guerra Mundial, dicha etiqueta señaló una disciplina dominada, en gran medida, por los enfoques jurídicos o históricos (Mosca, 2002). De este modo, la Ciencia Política tuvo un nuevo comienzo y se convirtió en un campo de investi-gación por derecho propio hace poco más de medio siglo.

En los últimos años, la Ciencia Política concentró sus es-fuerzos de investigación en la identificación de una gama de problemas desde el análisis de las formas políticas organizati-vas hasta el análisis de los procesos de instauración, consolida-ción, funcionamiento y transformación de las instituciones políticas (Cisneros, 2002).

Afirmar que la Ciencia Política es un proceso, supone en-tenderla como una secuencia continua de acontecimientos e interacciones entre varios actores como los ciudadanos, las or-ganizaciones y los gobiernos.

Para los académicos anglosajones, era el estudio del Po-der y de los diferentes accesos para detentarlo y preservarlo; para los expertos germanos, era el estudio del Estado y de su preeminencia sobre las esferas económica y social; para los pensadores franceses, era la disciplina encargada de los parti-dos políticos y la “escena política” en la que actores como la “clase gobernante” y las “fuerzas políticas” o “fuerza sociales” dirimían sus diferencias; para la tradición marxista y el campo del entonces “Socialismo Real”, la política era la condensación institucional del conflicto derivado de la lucha de clases.

Pero fue en Estados Unidos en donde surgen los “Depar-tamentos” de Ciencia Política en las grandes universidades y los estudiosos coinciden en que la teoría democrática y plural-ista fue la que animó los primeros grandes debates.

A principios del siglo XX se va consolidando una línea de investigación que se consagraría a partir de la década de los cuarenta y hasta los setenta: “el Conductismo” definido por la obra de Lasswell (1930) y sintetizada con el título de uno de sus libros seminales: ¿Quién Gobierna?, ¿Para Quién?, ¿Cómo? y ¿Para Qué? (1936)

La Teoría de la Elección Racional

Además del Conductismo, la denominada “Teoría de la Elección Racional” había echado raíces con firmeza en los De-partamentos de Ciencia Política de los Estados Unidos, y tam-bién las llamadas “Teorías Neoinstitucionalistas” completaban el cuadro.

En el Conductismo es más fácil identificar un núcleo ideológico y metodológico que uno teórico, en el sentido de que no existe una teoría unificadora externa a la investigación. Éstas han estado orientadas por sus problemas característi-cos; por ejemplo, los determinantes de la conducta electoral, antes que por la construcción teórica como un fin en sí mismo. Esta característica sobrevivió al Conductismo en muchas formas.

Por su parte, la “Teoría de la Elección Racional” encierra una multitud de aproximaciones teóricas integradas por unos

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cuantos principios bastante simples, tanto así que se afirma que más que Teoría, la Elección Racional es un instrumento analítico. Este rasgo ha sido la fuente de los más duros cues-tionamientos acerca de la pertinencia disciplinaria de la Elec-ción Racional para la Ciencia Política.

Los enfoques de la Ciencia Política han constituido el núcleo de la disciplina a través de los años. En este sentido, el movimiento conductista estableció las reglas del juego de la disciplina y es fácilmente identificable, mientras las teorías de la elección racional y los nuevos institucionalismos surgieron, en parte, como respuesta al primero. Sin embargo, el resul-tado no ha sido una sucesión de paradigmas, sino la emergen-cia de una pluralidad de proyectos teóricos. Este pluralismo se ha convertido en una característica inconfundible de la disci-plina.

En otro contexto, un exponente de la Teoría de la Elec-ción Racional reconsidera aspectos fundamentales de la no-ción de contrato, para dar cabida a “la cultura” y las ideologías. En el nuevo institucionalismo de North (1971) se acepta el problema de la ideología y las normas en su función constitutiva de las decisiones económicas. Goldstone (1998) recurre a métodos conocidos como path analysis para exami-nar procesos políticos revolucionarios, y de manera similar Tilly (1975) argumenta en favor de explicaciones basadas en mecanismos causales. Esta posición se acerca a la filosofía de la ciencia posterior a Karl Popper, en el sentido de que no exi-gen teorías generales ni la búsqueda de leyes generales y ni siq-uiera está la demanda de predicción. Y también se asemeja a

la posición defendida por Merton (1984) sobre la institucional-ización de la ciencia.

El “recurso del método” de la ciencia política contem-poránea enfatiza la existencia de una pluralidad de tradiciones teóricas y programas metodológicos. No bastaría un cambio en la visión de la política (ideología) si no existiera un marco institucional de la Ciencia Política progresivo para el desar-rollo de estos debates.

Es en este sentido en el que debemos entender la afirma-ción de Lindblom (1991): “el término ‘Ciencia Política’ es un nombre dado no a un campo de investigación científica con-vencional, sino a un debate continuo”, y es que en estas polémicas es donde la disciplina ha encontrado sus mejores expresiones. Pero hablar de “debates” significa que debemos reconocer que no se está haciendo referencia sólo a la expre-sión de los términos confrontados, sino también a las reglas de la discusión.

La Crisis de la Ciencia Política.

La Ciencia Política, por su apego a la disciplina y rigor ci-entíficos ha alcanzado madurez institucional, establecido sus reglas y delimitado sus campos de trabajo. Esto es, la convic-ción de que la política puede y debe ser estudiada con están-dares que resistan las pruebas de la verificación, de la réplica, de la predicción y de la acumulación del conocimiento. De hecho, gran parte de los debates ocurren precisamente para clarificar el significado del primer término “Ciencia Política”. Porque independientemente de la filiación a una u otra filo-

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sofía de la ciencia, la Ciencia Política contemporánea ha man-tenido un nexo con la vocación empírica de investigación.

La persistencia de los debates sobre el “método” es in-dicativa de esta predisposición por la ciencia empírica. El “método” adquiere en la Ciencia Política un papel de hilo con-ductor de los debates. Manheim escribía en 1932:

“Es posible que muchos académicos (…) admitan la importan-cia de discutir construcciones teóricas. Sin embargo, la cues-tión principal en el campo de la metodología no es tener opinio-nes correctas, sino actuar correctamente. Esto revela una gran ansiedad por no violentar ciertos principios muy limitados de exactitud y mantiene un sentido de terreno común en medio de una pluralidad de enfoques analíticos y teóricos”.

En las universidades la cátedra de Ciencia Política trata de familiarizar al estudiante con las últimas elaboraciones doc-trinales, tanto en la perspectiva académica como en la de la ac-ción práctica. Es decir, se distingue entre una teoría política en sus fundamentos filosóficos y otra concebida más como una guía para la praxis política. A grandes rasgos, se ofrecen dos perspectivas: “el Institucionalismo” y “la Escuela Crítica”.

En la primera, uno de los temas centrales es el de las in-stituciones. La diversidad de enfoques genera cierto grado de incertidumbre respecto a sus evoluciones, más aún cuando la Ciencia Política intenta marcar el tránsito desde disciplinas de-scriptivas a disciplinas explicativas de los fenómenos sociales y políticos. Así, el estudio de las instituciones resulta esencial no sólo por presentarse como el marco para una decisión indi-vidual o grupal, sino también por el desarrollo histórico y

teórico que ha tenido considerando el paso de un “viejo institu-cionalismo” a un (os) “neo-institucionalismo (s)”.

Bobbio (1983) afirma que la tarea más urgente y difícil que espera hoy a la Ciencia Política es analizar y, eventual-mente cuestionar la propia ideología de la política científica, examinando su significado histórico y actual, destacando sus límites y condiciones de practicabilidad, indicando sus prob-ables líneas de desarrollo.

Así, aún cuando se aborda el estudio de las instituciones políticas desde diferentes enfoques, la concentración apunta fundamentalmente a la Elección Racional y la Teoría de Jue-gos. Mediante la Teoría de Juegos se estudia al actor político de acuerdo con sus preferencias, estrategias y pagos por su de-sempeño en el medio ambiente institucional interactuando con otros actores. Estos son elementos centrales para la toma de decisiones y la gestión estratégica.

En cuanto a la Escuela Crítica, México y la región lati-noamericana asisten a un proceso de profunda transforma-ción a la par de la erosión de los conceptos tradicionales de la teoría política, la cual obliga a entender que el proceso de tran-sición significa el agotamiento del modelo económico basado en la intervención del Estado, así como la reorganización de las instituciones político-institucionales de la sociedad tradi-cional que se erigió sobre los cimientos estructurales del mod-elo anterior.

Sobre el paradigma en el que se desenvuelve la Ciencia Política, Cansino (1999) explica el contraste que se da entre

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diferentes naciones, en Estados Unidos y en Europa occiden-tal, allí donde la Ciencia Política ha logrado consolidarse, no existe un paradigma –siguiendo a Kuhn (2004)- y en los países de Europa del Este y en otras naciones como México, Brasil y Argentina entre otros, donde el marxismo llegó a ser la concepción del mundo dominante entre los científicos socia-les al grado de entorpecer el desarrollo de otras perspectivas, se vive en la actualidad un verdadero vuelco ideológico y, en consecuencia, teórico.

En el caso de estos últimos países se observa un claro in-tento por incorporar en la Ciencia Política local metodologías más empíricas y sofisticadas, elaboradas originalmente en Es-tados Unidos y en Europa. Así, por ejemplo, en países como México o Brasil existe hoy más lugar que en el pasado tanto para las metodologías funcionalistas como para las perspecti-vas racionalistas (teoría de juegos, elección pública, etcétera), a pesar de que las difíciles condiciones económicas de estos países frenan o retardan la evolución de las metodologías y técnicas más refinadas.

En ese contexto, la situación actual se distingue del pasado inmediato, porque se redefinen los espacios, intereses y demandas de los sujetos sociales así como por el desmante-lamiento de las bases fundacionales jurídicas y sociales de la vieja sociedad. Se observa la desestructuración de la sociedad y sus redes sociales basadas en relaciones de clase, irrumpen el caos, el riesgo y la incertidumbre como los nuevos proble-mas del nuevo siglo. Frente a la diferencia de clases surge la

diferencia individual y las nuevas identidades organizacion-ales.

Por otra parte la vigencia del nuevo modelo económico que se apropió de la transición y de la posmodernidad, basado en la racionalidad del futuro, busca también apropiarse del dis-curso y del análisis de la realidad.

Algunos de los aspectos destacados en el debate teórico sobre la ruptura y la transición son: el Utilitarismo, la Igualdad Liberal, el Liberalismo, el Neo-marxismo, el Comuni-tarismo, el Nacionalismo y la Globalización, el Ecologismo, el Feminismo, el Antiglobalismo, el Populismo y el Neopopu-lismo.

En cuanto a la temática en la formulación de la Reforma del Estado, se distingue: el Nuevo Protagonismo Estatal y la Centralidad del Mercado, la Despolitización y la Nueva Ges-tión Estatal, los Enfoques sobre la Gobernabilidad e In-gobernabilidad, las Teorías sobre la Incertidumbre y el Riesgo y, los Nuevos Actores y Sujetos Políticos.

Cisneros (2002) señala que en el desfase que aún existe entre Teoría y Ciencia Política ha pesado la tradición “hiperfac-tualista” de estudios sobre política provenientes del mundo an-glosajón. La “cuantomanía” -como Sartori llama a este culto al dato– ha llevado a la disciplina hacia una actitud poco predis-puesta a la teorización. La existencia de una “avalorabilidad” mal interpretada ha terminado por debilitar la capacidad re-flexiva y la fuerza propulsora que es necesaria para enfrentar los nuevos problemas políticos. Los desafíos de la Ciencia

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Política se relacionan con el futuro de la democracia después de la crisis y fragmentación del comunismo histórico como ideología y sistema de instituciones políticas. A pesar de la de-saparición de esta forma política, la confrontación se manti-ene entre la posibilidad de “mayores libertades” y la necesidad de una “mayor igualdad” entre los individuos. Esta confronta-ción no sólo no ha desaparecido sino que se ha trasladado al campo de las democracias. Por lo tanto, es fundamental es-timular el proceso reflexivo de carácter teórico para abrir la Ci-encia Política a otras temáticas.

Cisneros (2002) afirma que la Ciencia Política ha estudi-ado muy bien de donde nace el cambio político pero que aún necesita responder a la pregunta de hacia dónde se dirige tal cambio.

Los retos de la Ciencia Politica.

El reto de la Ciencia Política es contribuir a la respuesta de cuál democracia debe caracterizar a los regímenes políticos de su tiempo. La Ciencia Política debe poner atención no solo a la necesaria innovación institucional sino también a la re-flexión de “cómo” deben ser las instituciones democráticas. Nos encontramos frente a una situación en la que aparecen nuevos dilemas, pero en la que aún prevalecen esquemas an-alíticos del pasado. La respuesta al problema sobre cuál es la democracia adecuada para las sociedades en transición es de gran importancia para la Ciencia Política actual porque repre-senta el punto de partida para la impostergable discusión so-bre el tipo, la dinámica y los alcances de las transformaciones

por las que actualmente atraviesan diversos regímenes políti-cos alrededor del mundo.

Almond (1999) resumió la situación que prevalece aden-tro de la disciplina de la siguiente manera: Los politólogos se agrupan en “mesas separadas”. La pluralidad de los enfoques teóricos es, por decirlo así, endémica. Además los clasifica por sus atributos metodológicos más que teóricos. Esta forma de hacer las cosas es característica de alguien adiestrado en la convicción de que en la ciencia, sea social o de cualquier otra naturaleza, lo que importa es el método.

La Ciencia Política se agrupa en aquella que busca mecan-ismos como “relojes” o configuraciones como “nubes”, elusi-vas y cambiantes. Los “relojes” de la Teoría de la Elección Ra-cional son los primeros que vienen a la mente con la búsqueda de regularidades y el establecimiento de cadenas causales que es la meta de esta ciencia social para sus practicantes (Al-mond, 1999).

Para los que buscan conjuraciones sociales semejantes a las “nubes”, en contraste, lo importante es interpretar lo cam-biante de las situaciones y el aspecto estético de los procesos en cuestión. No hay regularidades o no vale la pena establecer-las, sino interpretar y entender los fenómenos bajo observa-ción.

En este sentido, encontramos a un exponente destacado de la Teoría de la Elección Racional como Riker (1973) en un extremo, proclamando que la ciencia política aspira a un rigor y una universalidad comparable a la de la física teórica. En el

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extremo opuesto podría situarse el antropólogo político Geertz (1980), denostando el positivismo en las ciencias socia-les. Sin embargo, quienes descomponen y recomponen “relo-jes” y quienes observan “nubes” comparten una regla discipli-naria que es inescapable y que consiste en que cualquiera que sea su edificación teórica, deben poner a prueba sus ideas y de-ben referirse a “algo”, es decir, a algún fenómeno. Ambas de-ben apegarse a ciertas normas de realismo y empirismo. En suma, la Ciencia Política ha inducido, como disciplina, prácti-cas de investigación orientadas hacia problemas, antes que ha-cia teorías.

Después de estos puntos de vista, Zolo (2006) retoma la postura de Ricci (1984) sobre lo que denominan la “tragedia de la Ciencia Política estadounidense” y se refieren a la situa-ción de agudo desconcierto en el cual se encuentra la Ciencia Política estadounidense después de que varios de sus exponen-tes, entre ellos algunos de los más autorizados como Almond y Easton, han sometido a una crítica muy severa tanto el pro-grama originario del conductismo político como los desarrol-los sucesivos de la disciplina.

La ciencia política estadounidense, observa Ricci, parece incapaz de producir un efectivo “conocimiento político” pre-cisamente a causa de su empeño por alcanzar un conoci-miento cierto y absolutamente preciso —“científico”, para ser exactos— de la vida política. La Ciencia Política corre entonces el riesgo de autonegarse “trágicamente” en cuanto ciencia “políticamente indiferente”.

La Muerte de la Ciencia Política.

El debate más reciente que se ha presentado en torno a la Ciencia Política consiste en la llamada “Muerte de la Ciencia Política”, debate que tiene su origen en el libro Torre de Babel de Giovanni Sartori (1975), pero que el llamado “viejo sabio” retoma y profundiza en un ensayo recientemente publicado en México, haciendo énfasis en el momento de fragilidad y de coyuntura que vive la disciplina (Sartori 2004):

“¿Hacia dónde va la ciencia política? Según el argumento que he presentado aquí, la ciencia política estadounidense (la “cien-cia normal”, pues a los académicos inteligentes siempre los ha salvado su inteligencia) no va a ningún lado. Es un gigante que sigue creciendo y tiene los pies de barro. Acudir, para creer, a las reuniones anuales de la Asociación Estadounidense de Cien-cia Política (APSA) es una experiencia de un aburrimiento sin paliativos. O leer, para creer, el ilegible y/o masivamente irrele-vante American Political Science Review. La alternativa, o cuando menos, la alternativa con la que estoy de acuerdo, es re-sistir a la cuantificación de la disciplina. En pocas palabras, pen-sar antes de contar; y, también, usar la lógica al pensar”.

A esta crítica publicada por la revista del CIDE: Política y Gobierno responde en la misma el profesor Colomer (2004) minimizando la postura de Sartori y la aportación de los pen-sadores clásicos al colocarlos “en el mismo nivel –o incluso más alto- que a los investigadores contemporáneos”.

Como réplica en este debate, para Cansino (2006) la Ci-encia Política está herida de muerte. Sin darse cuenta fue víc-tima de sus propios excesos empiricistas y cientificistas, que la

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alejaron de la macropolítica. Incluso los politólogos que se han ocupado de un tema tan complejo como la democracia se han perdido en el dato duro y han sido incapaces de asumir que para decir algo original y sensato sobre la misma deben flexibilizar sus enfoques y tender puentes con la filosofía pre-scriptiva, como lo hiciera Sartori (1987) en su The Theory of Democracy Revisited.

En este mismo artículo, Cansino (2006) critica el nuevo concepto de “calidad de la democracia”, que es el más nuevo debate en torno a la Ciencia Política, al señalar que con él se prosiguen afanes cientificistas y se traicionan las premisas fuertes de la ciencia política, cuando su aporte es marginal para entender los problemas de fondo de las democracias mod-ernas.

“En este sentido, la ciencia política que ahora abraza la noción de “calidad de la democracia” para evaluar a las democracias realmente existentes, no hace sino colocarse en la tradición de pensamiento que va desde Platón —quien trató de reconocer las virtudes de la verdadera República, entre el ideal y la reali-dad— hasta John Rawls, quien también buscó afanosamente las claves universales de una sociedad justa, y al hacerlo, esta disciplina pretendidamente científica muestra implícitamente sus propias inconsistencias e insuficiencias, y quizá, su propia decadencia. La ciencia política, que se reclamaba a sí misma como el saber más riguroso y sistemático de la política, el saber empírico por antonomasia, ha debido ceder finalmente a las tentaciones prescriptivas a la hora de analizar la democracia, pues evaluar su calidad sólo puede hacerse en referencia a un ideal de la misma nunca alcanzado pero siempre deseado” (Cansino, 2006).

Para entender mejor el planteamiento de este nuevo con-cepto de “Calidad de la Democracia”, Morlino (2005) señala tres componentes en sus dimensiones procedimentales: Go-bierno de la ley, Rendición de cuentas y Reciprocidad, así como dos componentes sustantivos: Libertad e igualdad.

Así, Morlino (2005) hace énfasis en la dificultad de la evaluación y cumplimiento de los dos componentes sustanti-vos, primero para el caso de la libertad implica que el estado cumpla con la plena vigencia y respeto de los derechos civiles de los ciudadanos y para el caso de la igualdad, su implementa-ción la califica de utópica, porque en el aspecto formal todos los ciudadanos son iguales ante la ley, pero en lo sustantivo es más complejo disolver o desaparecer las barreras que limitan la igualdad social y económica.

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