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    Desobediencia Civil

    Francisco Fernndez Buey

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    Desobediencia CivilFrancisco Fernndez Buey

    Primera edicin:Julio de 2005

    Esta obra se publica bajo licencia libre Creative Commons 2.1(ver http://creativecommons.org/license/).

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    Terminaba mi reflexin sobre la poltica como ticade lo colectivo (La Insignia, 1 de noviembre; ver

    http://www.lainsignia.org/2002/octubre/dial_005.htm) afir-mando que la figura central del talante tico-poltico al-ternativo del momento es la desobediencia civil y suge-ra ah que la pregunta que hay que hacerse es: qu deso-bediencia civil para la poca de la globalizacin posmo-derna? De eso querra ocuparme ahora.

    Hasta el decenio de los sesenta del siglo XX la expre-sin desobediencia civil se emple poco y bastanteespordicamente en el mbito cultural europeo. Antesde esa fecha, las personas que se consideraban desobe-dientes, resistentes o insumisas frente a las leyes y losEstados preferan definirse como revolucionarias, comorebeldes o con otras palabras afines. La recepcin de lasobras de Thoreau, Tolstoi y Gandhi, en las que apareceel concepto de desobediencia civil, fue hasta entoncesmuy limitada en comparacin con la difusin de losescritos de otros autores que propugnaban el derecho a

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    Desobediencia civil

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    la resistencia frente a las tiranas, la legitimidad de laliberacin nacional de los pueblos coloniales por la vaarmada, la revolucin social o incluso la abolicin de los

    Estados.Entre las excepciones a esa situacin, habra que

    indicar algunos textos que mencionan la desobedienciacivil, en el marco del pacifismo y del antimilitarismo,durante los aos de ascenso y consolidacin del nacio-

    nal-socialismo. Hay, por ejemplo, algunas referenciasexplcitas al concepto de desobediencia civil en las obrasde dos de las personalidades ms notables del siglo:Einstein y Russell. Pero, como digo, estos ejemplos eranraros en el marco de la filosofa poltica europeo-occi-dental. Slo dejaron de serlo cuando, a partir de los aos

    sesenta, se extiende en Estados Unidos la lucha por losderechos civiles de los negros, animada por MartinLuther King, y la protesta contra la guerra de Vietnam.

    En esas circunstancias, es comprensible que en nues-tro ambiente cultural la desobediencia civil se hayaidentificado durante algn tiempo con la objecin deconciencia y haya sido entendida como una forma deprotesta casi exclusivamente moral, tal como indicHannah Arendt en un artculo clebre dedicado al asun-to. Pero ya Arendt estableci una diferenciacin queconviene no perder de vista: el objetor de conciencia

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    sigue la moral del hombre bueno; los movimientos dedesobediencia civil, la moral del buen ciudadano.

    El xito que en estos ltimos aos ha alcanzado la

    expresin desobediencia civil tiene mucho que ver conla generalizacin de la conciencia del declive de las revo-luciones en Occidente y con la percepcin, tambingeneralizada, del fracaso de la mayora de las sociedadessurgidas de los movimientos revolucionarios del siglo

    XX. Todava en los aos setenta, cuando empiezan acuajar los nuevos movimientos sociales alternativos(feminismo, ecologismo y pacifismo), la expresindesobediencia civil tena una circulacin limitadafuera de las vanguardias que, en muchos pases europe-os, se alzaron contra el peligro de una nueva guerra

    mundial librada con armas nucleares. Ha sido precisa-mente a travs del movimiento pacifista y antimilitaris-ta, que alcanz su punto de mayor desarrollo en losochenta, como la expresin desobediencia civil ganadeptos en la opinin pblica.

    Por lo que hace a Espaa, un ejemplo muy ilustrati-vo de esto que vengo diciendo es la sorpresa (y hasta elescndalo) que produjo en los ambientes de la izquierdarevolucionaria la reflexin de Manuel Sacristn sobre elgandhismo. En un debate que se produjo en Barcelona,en 1977, con el filsofo alemn W. Harich, Sacristn,

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    que era entonces el pensador ms reconocido de laizquierda marxista y comunista en nuestro pas, llam laatencin acerca de la importancia de estudiar y com-

    prender la estrategia gandhiana de desobediencia civiltomando en consideracin tres factores: la insuficienciadel punto de vista leninista sobre las guerras en la pocade las armas de destruccin masiva, la derivacin catas-trfica de la dialctica del cuanto peor mejor y la con-

    ciencia de la crisis ecolgica en ciernes derivada de lacada vez ms evidente conversin de las fuerzas produc-tivas en fuerzas destructivas, en fuerzas de destruccinde la naturaleza y de las especies que en ella habitan.Tuvieron que pasar unos cuantos aos para que empe-zara a cuajar el dilogo entre la tradicin marxista y la

    tradicin gandhiana y, hablando con verdad, slo cuaj,mediado ya el decenio de los ochenta, en pequeosncleos que juntaban el pacifismo activo, el ecologismosocial y la nueva sensibilidad sobre lo privado y lo pol-tico aportada por el movimiento feminista.

    Pero desde que se hundi el sistema socialista, seacab la bipolarizacin del mundo, se entr en unanueva fase imperial y se ampli el nmero de democra-cias nominalmente representativas en los cinco conti-nentes el uso de la expresin desobediencia civil se hageneralizado en el mbito cultural euro-norteamerica-

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    no. Basta un recorrido por Internet para comprobarlo.Hoy se habla de desobediencia civil en relacin con lasactitudes de protesta sociopoltica ms diversas y en el

    marco de diferentes movimientos de resistencia. La enu-meracin de los casos sera interminable. Pero an sinsalir de Internet, y sin ninguna pretensin de exhausti-vidad, pueden mencionarse unos cuantos ejemplos slopara documentar la afirmacin anterior.

    Las protestas antinucleares en Alemania y el movi-miento de los parados en Francia se sitan hoy bajo laadvocacin de la desobediencia civil. Se han propuestoactos, movimientos o campaas de desobediencia civilen relacin con la causa del pueblo palestino en OrienteMedio y en relacin con la causa de los chicanos en el

    continente americano. Se ha propugnado la desobedien-cia civil contra la presencia militar en tierras que fueroncomunales, como en el caso de Vieques (Puerto Rico).Se ha calificado de desobediencia civil las acciones delmovimiento de los campesinos sin tierra (MST) enBrasil o la resistencia indigenista del FZLN en Mxicoy de otros grupos afines en Ecuador, Venezuela, Bolivia,etctera. Se califica de desobediencia civil al menos unaparte de la resistencia popular ante la crisis socioecon-mica que vive Argentina. Pero tambin propugnan ladesobediencia civil algunos representantes de las capas

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    mos aos a la desobediencia civil de la poblacin contrala Ley Orgnica de Universidades, contra las restriccio-nes legales a la regulacin de las parejas de hecho o con-

    tra las leyes de extranjera y, ltimamente, con unaintencin ideolgica contraria, hasta obispos y polticosde la vieja derecha han defendido la desobediencia civilfrente a la legalizacin de los matrimonios entre homo-sexuales.

    Leyendo los documentos de los principales movi-mientos sociales crticos y alternativos de los ltimosaos, la primera impresin que se saca es que, en su len-guaje, la defensa de la desobediencia civil rebasa conmucho lo que sta connotaba, por ejemplo, en la des-cripcin que de ella dio Martn Luther King. En la cle-

    bre carta desde la crcel de Birminghan, Luther King res-tringa la desobediencia a las leyes y normas injustas,considerando tales aquellas que entran en conflicto conla ley moral o que, en su aplicacin, representan segrega-cin de derechos y trato desigual, pero aclaraba al mismotiempo que bajo ningn concepto preconizo la desobe-diencia ni el desafo a la ley (en general). En cambio, enel lenguaje actual de una parte de los movimientos socia-les crticos y alternativos la expresin se ha hecho tanextensiva que connota, a veces sin distincin, prcticas,formas de resistencia y reivindicaciones de carcter tan

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    amplio que la desobediencia acaba identificndose conideas y concepciones que en otros tiempos no demasia-do lejanos se consideraban vinculadas a la rebelin, a la

    insumisin, al derecho a la resistencia frente a las tiran-as, a la liberacin nacional de los pueblos, a la revolucinsocial o incluso la abolicin de los Estados. Esto es algoque se ve muy bien en el debate sobre desobediencia civily no-violencia que ha tenido lugar en los ltimos aos en

    las pginas de publicaciones italianas como Liberazione,Il Manifesto yAlternative.El uso y abuso que hoy se hace de la expresin deso-

    bediencia civil para describir o alentar cualquier acti-tud o movimiento de resistencia a la autoridad y a lasleyes plantea un primer problema al que no se suele alu-

    dir en las exposiciones acadmicas, que, por cierto, sontambin muchas ya. Estas exposiciones suelen ocuparsede la justificacin moral, poltica y jurdica de la deso-bediencia civil en polmica o en dilogo con una tradi-cin jurdica establecida que niega o limita tal justifica-cin en el caso de Estados democrticos de derecho.Pero la mayora de los estudios acadmicos parten de uncontexto histrico en el que los partidarios de la desobe-diencia civil frente a tal o cual ley eran una minora exi-gua, no de un contexto, como el actual, en el que ladefensa de la desobediencia civil, al menos como slogan,

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    tiende a generalizarse y, en ciertos casos, a connotar acti-tudes que antes se calificaban de revolucionarias o rebel-des o se equiparaban al derecho de resistencia frente a

    determinadas formas de tirana.El problema al que me estoy refiriendo puede for-

    mularse as: la primera palabra de la expresin deso-bediencia est intuitivamente clara para todos o casitodos los que la escriben o la pronuncian, pero la segun-

    da civil es ambigua, polismica. De esta ambige-dad acerca de lo que haya que entender por civil, sederivan muchas de las controversias sobre el fundamen-to y la justificacin de la desobediencia civil actualmen-te. Dos de los ejemplos mencionados antes aclararnmejor lo que quiero decir: muchas personas consideran

    moralmente reprobable, y ms bien incivil, una campa-a de desobediencia contra la Ley del Cataln promul-gada por el gobierno cataln (al menos mientras lanacin titular del Estado del que forma parte laGeneralitat de Catalunya siga favoreciendo el espaol) yotras tantas personas (entre ellas, Fernando Savater)consideran moralmente reprobable que se llame desobe-diencia civil a la campaa en curso en favor de la inde-pendencia de Euskadi mientras quienes la propugnanacepten, por activa o por pasiva, la obediencia militara quienes cometen atentados terroristas.

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    Ya la consideracin de equvocos como stos acercade la civilidad de la desobediencia obliga a precisar mssobre la expresin. Eso es lo que har a continuacin.

    II

    Entre los autores que han teorizado sobre la desobe-diencia civil hay un acuerdo en que sta puede definir-se, grosso modo, como un acto que, motivado por con-vicciones de conciencia o principios de justicia, implicaa) el incumplimiento de un mandato del soberano porparte del agente (carcter desobediente) yb) la acepta-

    cin responsable de las consecuencias de dicho acto(carcter civil). El carcter civil de la desobediencia sehace depender directamente de la aceptacin voluntariadel castigo derivado de la legislacin existente por laconculcacin de la ley.

    Esta definicin mnima de la desobediencia civilpresupone varias cosas: que existe un soberano queemite mandatos; que el agente est obligado a obedecer-los por su condicin de ciudadano; que existe un orden

    jurdico que establece consecuencias previsibles alincumplimiento de los mandatos; que este orden inclu-

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    ye unos principios de justicia a los que el ciudadanopuede apelar; que, en virtud de esos principios, el agen-te puede juzgar que desobedecer civilmente es el tipo de

    accin ms razonable ante las circunstancias, lo que per-mite concluir que todo acto de desobediencia civil es unacto de desobediencia a la ley, pero que no todo acto dedesobediencia a la ley es un acto de desobediencia civil.La mayora de los autores que han defendido la justifi-

    cacin de la desobediencia civil por razones morales,polticas o jurdicas suele coincidir, pues, en que paraque la desobediencia a la ley pueda ser considerada civilen un estado democrtico hay que establecer algunascondiciones o requisitos. A partir de ah, suele estable-cerse un corte radical entre la prctica de la desobedien-

    cia civil en sociedades predemocrticas o protodemocr-ticas (sociedades en las que escribieron personalidadescomo Thoreau, Tolstoi, Gandhi y Einstein) y la prcti-ca de la desobediencia civil en sociedades cuya constitu-cin garantiza la democracia representativa y, por tanto,la resistencia legal de los ciudadanos.

    Para empezar, se exige que la persona o colectivo quepractica la desobediencia civil tiene que ser conscientede sus actos y estar comprometida con la sociedad enque la ejerce. Civil equivale ah a espritu cvico y, eneste sentido, el comportamiento del desobediente no

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    estar movido por el egosmo personal o corporativo,sino por el deseo de universalizar propuestas que objeti-vamente mejorarn la vida en sociedad. El ejercicio de la

    desobediencia civil habr de ser pblico, en consonan-cia con la pretensin de quienes la practican de conven-cer al resto de los ciudadanos de la justicia de susdemandas. El ejercicio de la desobediencia no vulneraraquellos derechos que pertenecen al mismo bloque legal

    sobre los que se sostiene aquello que se demanda; dedonde se deduce que la desobediencia habr de ejercer-se pacficamente. sta es la segunda acepcin de civil:pacfico, no violento. Se exigir adems al desobedienteun compromiso de fondo, moral, con los principiospoltico-jurdicos que inspiran el estado democrtico, de

    modo que el desobediente no pretender transformarenteramente el orden poltico democrtico ni socavarsus cimientos, sino slo promover la modificacin deaquellos aspectos de la legislacin que entorpecen eldesarrollo de grupos sociales marginados o lesionados o,en su caso, de toda la sociedad. Civil se equipara aqu aaceptacin de las reglas del juego de la democracia.

    Condiciones o requisitos tales como el carcterpblico, no-violento, de ltimo recurso, comprometidoy con aceptacin voluntaria de la sancin dejan fuera dela prctica de la desobediencia civil no slo la desobe-

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    diencia a la ley habitualmente considerada como crimi-nal por el cdigo penal, sino tambin aquellos actos oactitudes de desobediencia a la ley que en un Estado

    democrtico tengan que ver con la conspiracin y el sec-tarismo (por el secretismo de stos frente al carcterpblico), con el golpe de estado (que socava el principiode alternancia en el poder por va electoral, a travs delsufragio), con el terrorismo o la revolucin (que van

    contra el carcter pacfico, no violento en principio, dela desobediencia civil). Algunos de estos requisitos suponen en el agente

    (individual o colectivo) de la desobediencia civil no slola aceptacin del principio de obligacin poltica, que sepredica para todos los ciudadanos, sino tambin un

    concepto de la moralidad (y de la coherencia moral) queest por encima de lo que se suele exigir al conjunto dela poblacin (incluidos algunos de los acadmicos queteorizan en tales trminos sobre la desobediencia civil).Esto se explica, en parte, porque, incluso cuando sedefiende la justificacin tico-poltica, no slo moral, dela prctica de la desobediencia civil se suele tener inmente, a posteriori, la superior moralidad de personalida-des como Thoreau, Tolstoi, Gandhi, Einstein o MartinLuther King, en el sentido de considerar que, para ellos,la desobediencia a la ley fue siempre lucha contra la

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    injusticia y que sta residi siempre en el recurso a prin-cipios morales superiores, prejurdicos o metajurdicos,que son casi intituitivamente identificables por la con-

    ciencia de los humanos.En Thoreau, Tolstoi, Einstein y Martin Luther King,

    hay poca teora sobre la justificacin de la desobedien-cia civil. La defendieron como una actitud prctica sufi-cientemente justificada, desde el punto el punto de vista

    moral, frente a situaciones de injusticia que denuncia-ban. En el caso de Thoreau, la desobediencia civil apa-rece como una actitud de ltimo recurso frente a la gue-rra de EU contra Mxico en 1848 y frente a la persisten-cia de la esclavitud en la sociedad estadounidense. En talcontexto, Thoreau ha escrito la primera palabra de la

    desobediencia civil, siempre recordada: Existen leyesinjustas. Nos contentaremos con obedecerlas? Nosesforzaremos en enmendarlas, obedecindolas mientrastanto? O las transgredimos de una vez? Si la injusticiarequiere de tu colaboracin, rompe la ley. S una con-trafriccin para detener la mquina (...) Bajo un Estadoque encarcela injustamente, el lugar del hombre justo estambin la crcel. Hoy el nico lugar que el gobierno haprovisto para sus espritus ms libres est en sus prisio-nes, para encerrarlos y separarlos del Estado, tal y comoellos mismos ya se han separado de l por principio. All

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    se encontrarn el esclavo fugitivo, el prisionero mexica-no y el indio. Es la nica casa en la que se puede perma-necer con honor.

    Algunos decenios ms tarde, y al otro lado delmundo, en la obra del viejo Tolstoi la desobedienciacivil aparece tambin como la nica actitud moral posi-ble contra la guerra, la educacin militarista, el absolu-tismo y la violencia de un rgimen el zarista que de

    hecho segua manteniendo en la servidumbre a la pobla-cin campesina rusa. La desobediencia civil tiene en elviejo Tolstoi una dimensin inequvocamente religiosa:se basa en la denuncia radical de las incoherencias y con-tradicciones de un imperio que se presenta confesional-mente como cristiano y que conculca en la prctica el

    primer mandamiento de la Ley de Dios. Por eso Tolstoi,al predicar la desobediencia civil, puede llegar a decirque, desde el punto de vista moral, el Estado es peor quecualquier banda organizada de delincuentes.

    En el caso de Einstein, que fue un cientfico conconciencia cvica, la desobediencia civil es presentadaen los aos de entreguerras como recurso moral contrael militarismo prusiano y contra el racismo que inspira-ron el ascenso del nacional-socialismo en Alemania y,ms tarde, en los primeros aos de la Guerra Fra, comoprotesta contra lo que l mismo llam el poder desnu-

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    do en la poca del macartismo en EU. Todava en elcaso de Luther King, que ha sido el smbolo de la deso-bediencia civil para amplios sectores del pacifismo con-

    temporneo, sta aparece principalmente como unaforma de llamar la atencin de las autoridades y de laopinin pblica ante la discriminacin realmente exis-tente entonces para con la minora negra en EstadosUnidos.

    Gandhi, en cambio, ha teorizado la desobedienciacivil, primero en Sudfrica (1893-1914) dialogando conel viejo Tolstoi, y luego, independientemente, desde unadimensin tico-poltica, esto es, discutiendo la compa-tibilidad medios-fines de la violencia revolucionaria enla lucha por la liberacin nacional y aduciendo, alterna-

    tivamente, algunas de las tradiciones morales orientalesque preconizan la no-resistencia al mal y la no-violenciafrente a la agresin. Para Gandhi, la desobediencia civilno es slo un deber moral en tales o cuales circunstan-cias, sino un derecho intrnseco del ciudadano. ste nopuede renunciar a tal derecho sin dejar de ser hombre ypuesto que, a diferencia de la desobediencia criminal, ladesobediencia civil no comporta anarqua sino creci-miento social, siempre que el Estado reprime la desobe-diencia civil lo que en realidad est haciendo es tratar deaprisionar la conciencia.

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    La propuesta gandhiana de la no-violencia, la insis-tencia en la satyagraha, en la fuerza de la verdad, e inclu-so la prctica del hartal (suspensin de toda actividad

    productiva), en la larga lucha por la liberacin del yugocolonial, tienen, adems de una evidente dimensinpoltico-social, una punta religiosa de fondo que slo sepuede entender como resultado benfico del cruce devarias tradiciones pacifistas. Muy posiblemente lo mejor

    de la enseanza no-violenta de Gandhi haya de verse enla conviccin y en la veracidad con que junt en unpensamiento configurado al hilo del propio testimo-nio inspiraciones procedentes de las corrientes libera-doras de varias religiones: desde eljain (corriente mar-ginal del hindusmo en la que estaba presente ya la pro-

    puesta de abstenerse de realizar cualquier acto quepueda poner en peligro la vida de los otros) hasta el espi-ritualismo radical y heterodoxo de Tolstoi o la protestaindividualista y naturalista de Thoreau, pasando poruna particular lectura juvenil del Sermn de la Montaahecha en Inglaterra.

    La satyagraha gandhiana empez siendo protestacontra la imposicin de las autoridades que obligaban acensarse a los hindes, cosa que supona siempre vejacio-nes. Para Gandhi, la afirmacin de la fuerza de la ver-dad supona negar el consentimiento a leyes injustas,

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    esto es, desobedecer las leyes, pero sin reaccionar deforma violenta, con independencia del grado de violen-cia al que fuera sometido el individuo; supona tambin

    aceptar la pena que la autoridad impone o puede impo-ner por no obedecer la ley (un principio que Einstein res-catara en los tiempos sombros de la caza de brujas en laNorteamrica de la primera Guerra Fra). El acento de ladesobediencia civil gandhiana no recae en la negativa a

    aceptar la autoridad, sino en la discusin sobre la justiciao injusticia de la ley concreta promulgada por la autori-dad, y el criterio para juzgar sobre la injusticia de una leyes el reconocimiento de la incoherencia de sta con losprincipios explcitamente proclamados por la autoridad,de manera que ser injusta toda aquella ley que conside-

    rada particularmente viole el principio del bien pblicoen que se supone que se inspira la legislacin.

    La teorizacin de la existencia de un vnculo ntimoentre la desobediencia y la no-violencia era para Gandhiuna forma de reconocer la autolimitacin de la accin:El desobediente debe saber que puede equivocarse.Pero, al acudir a la no-violencia, garantiza que las con-secuencias penosas de su equivocacin, si sta se produ-ce, caigan sobre s mismo, no sobre los otros.

    Con tales antecedentes no es difcil concluir que lajustificacin moral de la desobediencia civil va de suyo:

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    el deber (que no el derecho) de la desobediencia civilproclamado por Thoreau puede admitir una justifica-cin tica tambin en las sociedades democrticas. Cabe

    objetar al respecto la obediencia debida al derecho ental sociedad. Pero, incluso en sta, son muchos los auto-res que justifican la desobediencia civil por razonesmorales. As lo ha hecho, por ejemplo, Felipe GonzlezVicen Mientras no hay fundamento tico para la

    obediencia al derecho s hay un fundamento tico abso-luto para su desobediencia y, aunque en trminos notan drsticos, tambin Javier Muguerza: Cualquierindividuo est legitimado a desobedecer cualquieracuerdo o decisin colectiva que, segn el dictado de suconciencia, atente contra la condicin humana.

    Esta justificacin moral (absoluta o en trminos per-sonalistas) se basara en la superioridad del foro de laconciencia del individuo, capaz de captar intuitivamen-te qu es lo bueno y qu es lo malo, sobre las leyes con-cretas de tal o cual Estado a las que el desobediente seopone, y la desobediencia ser civil siempre que la con-ciencia nos diga que estn siendo violados los derechoshumanos o la condicin humana. Thoreau afirmabaque no habr una nacin realmente libre hasta que elEstado reconozca al individuo como ente superior delque deriva toda su autoridad y lo trate en consecuencia.

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    Con matices, esta afirmacin se halla presente en lamayora de los defensores de la desobediencia civil. Estoequivale a decir que la desobediencia civil estar moral-

    mente justificada en Estados antidemocrticos, prede-mocrticos o democrticos representativos mientras elEstado siga tratando a los individuos como sbditos yno como ciudadanos en sentido pleno.

    Ni siquiera cabe, desde este punto de vista moral, la

    restriccin de que, en un Estado democrtico de dere-cho, es obligado respetar la opinin de la mayora expre-sada en el Parlamento y recogida en las leyes, pues esobvio que slo una teora estrechamente procedimenta-lista estara dispuesta a defender que las democraciasrealmente existentes son democracias en sentido estric-

    to (gobierno del pueblo). En la prctica de nuestrasdemocracias, hay todava mucho que decir (crticamen-te) sobre quin es realmente el soberano, cmo se arti-culan realmente las mayoras y qu representan real-mente los partidos polticos que proponen una determi-nada ley al parlamento (sobre el servicio militar, el pre-supuesto de defensa, el estatus de los inmigrantes, lo quehay considerar como familia, la ilegalizacin de tal ocual formacin poltica, etctera).

    Hay, por tanto, condiciones que, incluso en unEstado democrtico, obligan a considerar hasta dnde

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    es moralmente admisible el principio moral de obliga-cin poltica y que siguen justificando la prctica de ladesobediencia civil. Ocurre que el mero principio de las

    mayoras no garantiza sin ms, a priori, el respeto de losderechos humanos, pues las mayoras pueden decidiractuaciones que contradigan derechos de determinadasminoras. Ocurre tambin que el principio de la divi-sin de poderes, caracterstico de un Estado democrti-

    co de derecho, no siempre se cumple, de manera quehay circunstancias en que pueden quedar bloqueadas lasposibilidades de expresin y actuacin de determinadasminoras. Ocurre, adems, que en Estados democrticosplurinacionales y multilingsticos, que son los ms, hayconflicto entre el principio de igualdad de los ciudada-

    nos ante la ley y el reconocimiento efectivo del derechoa la diferencia. Ocurre a veces que, incluso en Estadosdemocrticos y por reaccin de la mayora frente aactuaciones que no han tenido que ver con la desobe-diencia civil, se produce un recorte grave de los derechoshumanos de determinados sectores de la poblacin.Tales circunstancias no son supuestos hipotticos sinosituaciones de hecho que se han dado y se dan en lospases democrticos actuales.

    As, pues, en un Estado democrtico la admisinformal de la desobediencia civil ser un sntoma de

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    autocontencin, un reconocimiento de los lmites delpropio Estado y del carcter procesual de las constitu-ciones vigentes. Por eso, algunas Constituciones la

    admiten formalmente y por eso se ha podido decir, conrazn, que la desobediencia civil es precisamente la pie-dra de toque de la democracia o el ms evidente de losindicadores de la madurez de las polticas democrticas.Teniendo en cuenta la imperfeccin y los dficit de las

    democracias representativas realmente existentes, algogeneralmente admitido, la desobediencia civil puedeconsiderarse hoy en da no como un sntoma de desleal-tad frente a la democracia, sino como una forma excep-cional de participacin poltica en la construccin de lademocracia y no es casual en absoluto el que la afirma-

    cin de la desobediencia civil en el marco de ese movi-miento de movimientos que es el movimiento alterglo-balizador vaya generalmente acompaada no slo de ladefensa de la universalizacin de los derechos humanosque la democracia proclama, sino tambin de la afirma-cin de la necesidad de una ampliacin de la democra-cia representativa en democracia participativa.

    De ah que la justificacin de la desobediencia civilen los Estados democrticos representativos tienda a serno slo moral sino tico-poltica. Cuando en nuestrosdas los individuos o colectivos propugnan la desobe-

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    nuestras acciones colectivas, y tiene que hacerse con losmismos argumentos con los que se discuten las conse-cuencias, hipotticas o previsibles, de cualquier otra

    accin tico-poltica (incluidas las acciones del partido ocoalicin que hayan resultado mayoritarios en las elec-ciones o las acciones de los jueces de los ms altos tribu-nales en nombre del Estado).

    Es una actitud tpicamente falaz de quienes se consi-

    deran representantes de la mayora o del soberano en unmomento histrico dado el descalificar la desobedienciacivil ante tal o cual ley aduciendo que el comportamien-to de los desobedientes pone en peligro el conjunto delas instituciones democrticas, el estado de derecho o elsistema democrtico establecido. La democracia, las

    constituciones (y, por extensin, las leyes subordinadas,incluida la ley penal) son siempre consecuencia de pro-cesos histricos concretos, y procesuales ellas mismas.De donde se sigue que el peligro potencial para la demo-cracia puede venir tanto de una consecuencia perversade la crtica (justa) de sus dficit actuales como de laautocomplacencia de la mayora (por representativa quesea) o del soberano mismo respecto de la democraciarealmente existente. Hay ejemplos histricos de ambascosas y el ms reciente (el recorte de las libertades al quese asiste en el mundo a partir de los atentados del 11 de

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    septiembre de 2001, denunciado por varias asociacionesde juristas demcratas) apunta precisamente a esto lti-mo, a la autocomplacencia o la prepotencia, no al ries-

    go de la crtica (por global que sea) que los desobedien-tes hacen de la democracia realmente existente, que,como he mantenido en otro lugar, era ya, antes del 11de septiembre, una democracia demediada.

    III

    Si bien el carcter pblico, de ltimo recurso y pac-fico, as como el compromiso tico-poltico con la

    democracia son rasgos que hacen efectivamente civil a ladesobediencia, parece exagerado, en cambio, pedir msen cuanto a su justificacin, como hacen no pocos te-ricos acadmicos y la mayora de los medios de comuni-cacin cuando juzgan los movimientos de desobedien-cia civil en la actualidad. Puede concretarse un pocoms: son exageradas, en mi opinin, las exigencias, sinms consideraciones, de aceptacin de la sancin (talcual se deriva de la legislacin penal vigente) por partedel desobediente, de autolimitacin en cuanto al respe-to a la totalidad del sistema democrtico realmente exis-

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    tente (que sigue siendo imperfecto, limitado, demedia-do) y de renuncia explcita y apriorista a toda forma deviolencia.

    El hecho de que el desobediente acepte civilmenteque su resistencia o su insumisin a tal ley puede llevar-le a la crcel no tiene por qu implicar la renuncia adenunciar otras leyes concomitantes que, aplicadas ensu caso o en el de su colectivo, conduciran a la injusti-

    cia comparativa, como se ha puesto de manifiesto, enEspaa, en el caso de la desobediencia civil al gasto mili-tar o a la prestacin social sustitutoria.

    El hecho de que el desobediente acepte civilmentelimitar su accin a tal ley o legislacin concreta que con-sidera injusta, y lo haga con voluntad pacfica, no impli-

    ca que tenga que renunciar a criticar el sistema sociopo-ltico en su conjunto y a actuar en favor de una sociedadmejor (ms justa, ms igualitaria, ms armnica que lasdemocracias representativas realmente existentes), puesprecisamente la civilidad de la actuacin como ciudada-nos puede obligar a ir ms all de la limitacin de la pro-testa a un solo asunto, tanto ms en una situacin quela generalidad acepta definir como de globalizacin.Como saba bien Aristteles, democracias hay varias (yotras posibles), de manera que, desde una perspectivatico-poltica, la lealtad a la democracia (as, en singu-

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    lar) es una cuestin sobre la que habr que deliberar, noun asunto resuelto de una vez por todas.

    Por ltimo, el hecho de que el desobediente o el

    colectivo que propugna la desobediencia civil se declare,en principio, pacfico y ejerza la desobediencia pacfica-mente no tiene por qu implicar la renuncia explcita atoda forma de violencia defensiva y para siempre. Nohay Estado moralmente justificado para exigir eso a sus

    ciudadanos mientras haya desigualdad e injusticia en elmundo y mientras stas tengan que ver con la actuacio-nes concretas de los Estados o del imperio. ste es elaspecto de la desobediencia civil ms controvertido en laactualidad.

    No har falta aceptar la idea de que la violencia es la

    comadrona de la historia, ni insistir particularmente enla observacin de que, por lo general, los derechos no seotorgan sino que se conquistan (frente a la violencia dequienes no quieren ceder sus privilegios a los que danforma de ley), ni siquiera aceptar la idea, tan extendida,de que entre derechos iguales decide la violencia, paraponerse de acuerdo en que existen circunstancias en lascuales la resistencia al mal social y a la injusticia obligaal desobediente a ejercer ciertas formas de violenciadefensiva. Slo que hay violencia y violencia. Hasta elcordero de dios lo tuvo en cuenta. Por eso, no son

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    pocos los defensores de la desobediencia civil queactualmente admiten al menos cierta forma de violenciaen el ejercicio de la misma.

    Al llegar ah, y tratar de concretar, hay que precisarms, obviamente, de qu violencia se est hablando,pues el lenguaje cotidiano no siempre distingue entre unconcepto amplio de violencia (que incluye la violenciaestructural, la violencia psicolgica o moral, el deno-

    minado acoso moral, la violencia simblica o la viola-cin de una norma generalmente aceptada) y un con-cepto restringido de violencia que la identifica con eluso de la fuerza fsica sobre las personas o las cosas.

    Una segunda precisin, que tiene en cuenta el carc-ter colectivo de la desobediencia civil y su intencin

    tico-poltica, consistira en admitir, de acuerdo con lapsicologa de masas, que cuando la desobediencia civilse presenta vinculada explcitamente a una prcticasocial emancipadora o liberadora es difcil excluir total-mente el uso de alguna forma calculada de la violenciaincluso en su acepcin restringida. Para seguir dandotoda su fuerza al trmino civil, tiene que entenderseaqu la palabra calculada no en el sentido de una ins-trumentalizacin o manipulacin del medio, sino en elsentido de la relacin medios-fines, es decir, como pre-visin que no descarta el uso legtimo de alguna violen-

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    violencia. Esa es, en lo sustancial, la enseanza deThoreau, de Tolstoi, de Gandhi, de Luther King y detantos otros. Pero tambin lo es que el objeto central de

    su crtica fue la forma extrema de violencia social ocolectiva (la guerra) y sealadamente la violencia ejerci-da por los Estados, que es la que genera mayormenteotras formas de violencia social, colectiva. Esto no quie-re decir que a ellos no les preocupara la violencia que los

    individuos singulares ejercen (o pueden ejercer) en lasociedad civil, en las relaciones interpersonales. Gandhiafirm de manera muy taxativa que el hombre sinceroque busca la verdad no puede ser violento durantemucho tiempo, que en la bsqueda de la verdad estehombre no tiene necesidad de ser violento y que pron-

    to descubrir que mientras quede en l el menor vesti-gio de violencia no conseguir encontrar la verdad queanda buscando. Einstein, que tuvo a Gandhi por la per-sonalidad ms notable del siglo, se consideraba a smismo no slo un pacifista, sino militanter pazifist.

    Pero este oxmoron einsteiniano, el ser un pacificis-ta que milita, nos pone en la pista de la dificultad. Ladificultad brota no slo de la observacin, tantas vecessubrayada, de que Einstein tuviera que dejar de serpacifista (al menos en ese sentido radical en que real-mente lo era en los aos veinte) cuando se impuso el

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    nacional-socialismo y durante la Segunda GuerraMundial, sino tambin de la afirmacin del propioGandhi, quien, en el mismo contexto en que haca ase-

    veracin tan taxativa, no dej de observar que serhonesto es todava ms importante que ser pacfico, locual plantea sin lugar a dudas el espinoso problematico-poltico de si se puede seguir siendo tico-polti-camente honesto defendiendo al mismo tiempo la

    desobediencia civil y la no-violencia (en sentido estric-to) en condiciones histricas tales como las que repre-sentaron el hitlerismo y el estalinismo.

    A poco que se piense sobre esta dificultad, que pron-to se convierte en dilema prctico, tico-poltico, se lle-gar a la conclusin, creo, de que en este mbito, habr

    que discutir en concreto, y racionalmente, sobre las dis-tintas formas y grados de la violencia (desde la violenciaindividual, que ejerce una persona sobre otra, hasta esegrado extremo de violencia que es la guerra pasando porla violencia estatal) y sobre cundo y en qu circunstan-cias puede considerarse moralmente justificada la vio-lencia defensiva de una colectividad como ltimo recur-so frente a la violencia del Estado. La mayora de los te-ricos partidarios de la desobediencia civil han aludido asituaciones concretas as y, despus de rechazar el recur-so a la guerra, la violencia gratuita, el terror individual y

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    el terrorismo organizado, han defendido la fuerza, elcoraje, la resistencia activa y otras formas de violencia deintensidad ms baja a la habitualmente ejercida por los

    Estados (desde la insumisin y el sabotaje a determina-das instalaciones hasta el boicot, la huelga y otras formasde resistencia masiva alternativas a los ejrcitos y a laviolencia institucional).

    Es interesante hacer observar cmo, con el cambio

    de circunstancias, los ejemplos se vengan, pues la dudaque razonablemente cabe acerca de si se puede seguirsiendo honesto defendiendo la no-violencia estricta encondiciones como las del nacional-socialismo o el esta-linismo se est manipulando ahora, en este cambio desiglo y de milenio, tanto para justificar la violencia esta-

    tal (y del imperio) como para justificar cualquier tipo deviolencia defensiva (o sea, incluso la que desprecia losderechos fundamentales y la libre formacin de lavoluntad democrtica). Bastar con sugerir a la opininpblica que el desobediente o el disidente es un Hitler oun Stalin en potencia (como se ha dicho sucesivamentede Sadam Hussein, de Milosevic, de Osama Bin Laden,etctera) para captar emotivamente voluntades en favorde la guerra o de la violencia estatal que se llama preven-tiva. Casi simtricamente, basta sugerir que los servido-res del Estado o el Estado mismo, llmense Garzn o

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    Estado espaol, son fascistas, para suscitar emocio-nes identitarias que en ltima instancia se resuelvenexcusando, por comparacin con lo que fue el fascismo

    histrico, un tipo de violencia moralmente inexcusable.Pier Paolo Pasolini capt muy bien, hace ya decenios, elefecto perverso de ese doble proceso manipulatorio ensus orgenes, pero hay que reconocer que desde la gue-rra del Golfo Prsico tal efecto se ha multiplicado en el

    mundo y en el interior de los Estados.Ya Freud advirti, precisamente en respuesta a unaaguda y preocupada pregunta del entonces pacifistamilitante Albert Einstein, que cuando se trata de la vio-lencia social (no de la violencia individual) se cometeun error de clculo si no se tiene en cuenta que el dere-

    cho fue originalmente violencia bruta y que el derechosigue sin poder renunciar al apoyo de la violencia . Estoes verdad en general, o sea, como descripcin de lo queha sido la gnesis histrica del estado de derecho. Perolo es tambin casi siempre en particular: como descrip-cin plausible de lo que ha sido el origen y la evolucinde la mayora de las constituciones vigentes en nuestrosEstados democrticos. Vale, por ejemplo, para la consti-tucin italiana que funda la repblica al trmino de laresistencia antifascista y de la segunda guerra mundial; yvale, mutatis mutandi, para la constitucin espaola de

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    1978. Que la una (republicana) haya sido consecuenciade la violencia que una parte del soberano hubo deejercer para acabar con el fascismo musoliniano y la otra

    (monrquica), consecuencia de un pacto poltico al quecontribuy decisivamente la violencia pasiva (la vigi-lancia atenta o la coercin ms que simblica) de unejrcito que aceptaba a regaadientes el Estado demo-crtico (con la condicin inequvoca de que ste fuera

    unitario), son detalles, sin duda importantes, quehablan de diferencias histricas en la gnesis del Estadodemocrtico de derecho, pero que confirman la obser-vacin freudiana. Pues a partir de ah, de estos actos deviolencia de mayor o menor intensidad, suele pasarsedemasiado fcilmente a la consideracin de que aquel

    acto fundacional da ya al Estado el derecho al monopo-lio exclusivo de la violencia social, sin atender al hechode si hubo o no consenso explcito o implcito al respec-to, en qu trminos y circunstancias fue consultado elsoberano, etctera.

    Los crticos y desobedientes suelen referirse a estasituacin de hecho (y a determinadas leyes que el estadode derecho hace derivar de la Carta Magna sobre la pro-piedad, la organizacin territorial, la financiacin de lascomunidades, las relaciones laborales o el estatus de ciu-dadana) como violencia estructural y, a pesar de la

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    vaguedad de la expresin cuando se est hablando o dis-cutiendo de violencia, sta tiene un sentido: alude a unrasgo de la constitucin de hecho, a la constitucin

    material, esto es, a las constricciones no escritas (pero aveces escritas) que el estado impone para que no puedani hablarse ya, en serio, de asuntos directamente relacio-nados con la justicia social: colectivizacin de medios deproduccin, autogestin en la produccin, independen-

    cia de tales o cuales comunidades respecto del Estadoexistente, confederacin, ocupacin de viviendas desha-bitadas protegidas por el derecho de propiedad, formade Estado o reforma de la constitucin vigente.

    Violencia estructural no equivale, ciertamente, apoder desnudo, al nepotismo o cesarismo que prohbe

    de manera explcita, y despticamente, hablar de esascosas a los ciudadanos. Es otro grado de violencia social,ms sutil, ntimamente relacionado con la imposicinde lo que ahora se llama lo polticamente correcto,que por lo general se ejerce contra los ms dbiles de lasociedad: un tipo de violencia al que el habla popularalude, con razn, cuando se dice que han sido violenta-dos mis (nuestros) derechos, no que se me (nos) hayahecho violencia fsica directa, sino que se me (nos) haacosado moralmente, y hasta acogotado, al repetirme yrepetirnos, en nombre del Estado y del derecho, que

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    tales cosas (la reivindicacin de la colectivizacin, de laautogestin, de la independencia, o incluso la reformade la constitucin) dichas, escritas o realizadas, pueden

    ser objeto de criminalizacin (o lo estn siendo ya).Tambin la violencia estructural (el resto de la vio-

    lencia originaria que existe en el derecho) del Estadodemocrtico representativo genera objecin de concien-cia y, dependiendo del nmero de los individuos que

    sienten violentados sus derechos, desobediencia civil.Antes o despus, sta, la desobediencia civil, tiene quehacer frente a la discusin en concreto de los actos deviolencia defensiva y de sus grados, y tiene que enfren-tarse con ello no porque el desobediente se haya mani-festado previamente a favor de la violencia en abstracto

    (que no suele hacerlo), sino porque la violencia estruc-tural del Estado tiende a convertirse en violencia expl-cita, incluso en las democracias representativas, cuandoel nmero de los desobedientes que expresan su clamoren la calle alcanza una dimensin o una fuerza que sinpoder ser identificada an con el soberano empieza aser mayoritaria en sectores sociales importantes o enpartes del territorio del Estado.

    Quiero decir con esto que el rechazo moral de la vio-lencia o la afirmacin por principio de la no-violenciacomo respuesta a la violencia existente no agota la cues-

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    tin, de la misma manera que mi predisposicin porprincipio a poner la otra mejilla en caso de agresinindividual no agota la reflexin acerca de qu debo

    hacer en el caso de que me vea involucrado en una agre-sin a otro y yo mismo tenga que intervenir en el con-flicto para tratar de evitar la violencia que se ejerce sobreotra persona ms dbil. A partir de ah siempre cabr ladiscusin sobre si, en consonancia con mi principio

    moral, lo civil, en ese caso, es que me limite a llamar ala polica (que tal vez tardar en llegar) o si es ms civilunir mi fuerza ahora mismo, en el momento en que seproduce el acto, a la del ms dbil para repeler la agre-sin. La duda que pueda haber a este respecto es igual-mente predicable de situaciones en las que intervienen,

    de un lado, colectivos de desobedientes y, de otro, elEstado. Existe un acuerdo muy generalizado en que estaduda debe resolverse de manera positiva aceptando quehay situaciones en que el uso de la violencia defensivaest moralmente justificado. Entre esas situaciones, seincluyen, sin polmica apenas, la resistencia organizadaen Francia, Italia, Alemania, Espaa, Portugal y Greciafrente a las distintas variedades del fascismo.

    Podra decirse que si, en general, la ley urea de laviolencia es la rplica infinita, la mmesis, en el caso delos enfrentamientos particulares entre los colectivos

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    desobedientes y el Estado se produce una tendenciapsico-social que aparece tambin en las democraciasrepresentativas. Se trata de una reiterada dinmica que

    lleva, primero, de la violencia mnima que supone, porejemplo, el huevo lanzado a la solapa del representantedel soberano a la represin policial de colectivos ente-ros que en principio se consideran ms bien no-violen-tos; luego, desde el estupor que esto ltimo produce en

    las filas de los desobedientes, al enfrentamiento abierto(no siempre deseado); y, finalmente, desde el enfrenta-miento abierto en la calle a la afirmacin del poder en elsentido de que la violencia represiva no slo est justifi-cada porque se hace en nombre del soberano, sinotambin porque lo quiere el derecho (legtimamente

    ejercido por la autoridad). Una muestra reciente de estadinmica es lo que est ocurriendo con el actual movi-miento alterglobalizador que defiende la desobedienciacivil.

    Desde ah y a sabiendas de que tal dinmica (espiralo crculo vicioso) viene a ser histricamente una tenden-cia candidata a convertirse en cuasi ley, el ejecutivo (eimporta poco el color poltico) del Estado democrticorepresentativo pretende imponer unilateralmente elmonopolio de la violencia social, lo cual produce unaasimetra relevante a la hora de abordar la necesaria dis-

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    cusin, concreta y prctica, sobre las distintas formas ygrados de la violencia y sobre cundo y en qu circuns-tancias puede considerarse sta todava moralmente jus-

    tificada. La asimetra consiste en exigir al movimientosocial correspondiente que condene de entrada toda vio-lencia en general y expulse de sus filas a la parte mino-ritaria que la ejerce en los enfrentamientos y, al mismotiempo, en exculpar a los cuerpos represivos del Estado

    de toda responsabilidad en el ejercicio de la violencia,aunque sta haya sido casi siempre mayor que la ejerci-da por la minora de la otra parte.

    Por lo general, esta asimetra produce confusin ydivisin en las filas de los desobedientes, los cuales,cuando lo son de verdad, suelen temer ms la incohe-

    rencia tico-poltica de las propias acciones que larepresin propiamente dicha y esta confusin sueletener como consecuencia la desarticulacin o el hun-dimiento del movimiento mismo, salvo en un supues-to: que la justicia (o sea, sus representantes en carne yhueso, ciudadanos tambin) no sea tan ciega como elpropio Estado y entre por su cuenta en el debate, con-creto y prctico, sobre violencia y estado de derecho.Por eso, en el fondo, la separacin de poderes y laindependencia judicial, siendo como son ideales a losque en el mejor de los casos nos aproximamos, tienen

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    Aunque, como deca arriba, la mediacin jurdica(reconociendo la razn o razones de los desobedientes)suele ser decisiva para la autocontencin de la desobe-diencia civil dentro de los lmites de la no-violencia, nohay solucin exclusivamente jurdica al problema con-

    creto de la violencia que enfrenta, tambin concreta-mente, al Estado con un colectivo amplio de desobe-dientes. No la hay, no slo porque, en general, comodeca Leopardi, el abuso y la desobediencia de la ley nopueden ser impedidos por ninguna ley, sino tambinporque en la esfera pblica, cuando se oponen derecho

    y derecho, derechos considerados iguales por opcionestico-polticas distintas, caben siempre varias opcioneslegislativas para mediar en los conflictos especficos.

    La confianza y la lealtad de los desobedientes, inclu-so la interiorizacin del principio de obligacin en unEstado democrtico, depende precisamente de cmo seoriente esta mediacin. La ley ad hoc, criminalizando oilegalizando la opcin que representan los desobedientes(aquella opcin de la cual ya no se puede hablar nisiquiera en el Estado democrtico de derecho), es siem-pre parte de la dinmica generadora de ms violencia y

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    es lo que, en ltima instancia, hace que el desobedienteno-violento, al percibir tal ley como una violenciasobreaadida, acabe contemplando la posibilidad de la

    legitimidad de la violencia defensiva como una necesi-dad, como un estado de necesidad.

    Cuando esto ocurre es intil aducir la neutralidaddel Estado y/o de los servidores de la ley, pues cuantoms se aduzca esta neutralidad tanto ms ser percibido

    el acto legislativo ad hoc como una ampliacin de lapolaridad y de la tensin: el desobediente tender a con-vertir su disidencia o su objecin previa a tal o cual leyanterior, a tal o cual artculo de la constitucin, en deso-bediencia global al Estado. Eso ocurri tambin enEstados Unidos desde mediado el decenio de los sesen-

    ta y ocurre frecuentemente hoy. Por tanto, la solucin alos problemas concretos del ejercicio de la violenciamenor derivados de la desobediencia civil tendr que ser

    jurdico-poltica o poltico-jurdica, lo que quiere decir:habr que tener en cuenta el origen y los motivos de ladesobediencia, el proceso que ha seguido la misma y lasconsecuencias previsibles de la legislacin propuestapara hacer frente a ambas cosas.

    Tambin en esto la radicalidad consiste en ir a la razde la cosa. La responsabilidad jurdico-poltica ante lasconsecuencias plausibles de los actos legislativos obliga a

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    reconsiderar y evitar aquellos que previsiblemente van afomentar la rplica infinita, la espiral perversa por lacual hasta el desobediente civil no-violento empieza a

    contemplar como una necesidad la posibilidad de unaviolencia igual contra el Estado, pues la percepcin deque se est viviendo en un Estado de excepcin (decla-rado o no), en una situacin de excepcionalidad en lapolis, ha sido siempre, desde los orgenes de la moderni-

    dad, desde Savonarola y Maquiavelo, motivo centralpara la justificacin moral y/o poltica de la violencia(tanto de los de abajo, de los republicanos, como delas oligarquas y del Prncipe).

    Pondr algunos ejemplos que pueden contribuir aaclarar esto. Una solucin jurdico-poltica atenta a los

    orgenes y al proceso del movimiento de desobedienciacivil frente al servicio militar, el armamentismo y la gue-rra, como el que cuaj en los aos ochenta y noventa, hasido, a pesar de su lentitud y de sus imperfecciones, elreconocimiento, por parte del Estado, de la objecin deconciencia primero, de la posibilidad de un serviciosocial sustitutorio del servicio militar obligatorio des-pus y, finalmente, de la obsolescencia del reclutamien-to obligatorio para ejrcitos permanentes. El reconoci-miento, en este caso, de la razn de fondo de la desobe-diencia civil frente a la legislacin anteriormente vigen-

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    manera explcita con la letra de la Constitucin, es evi-dente que choca con uno de los principios tico-polti-cos bsicos que la inspiran, la percepcin de lo cual dar

    fuerza moral en este caso a quien desobedece a la ley.De acuerdo con este mismo criterio, tampoco es

    aceptable la legislacin reciente sobre la ilegalizacin departidos polticos, que es de hecho una legislacin adhoc para ilegalizar Batasuna y, por derivacin, para

    hacer frente a la desobediencia civil contra el Estadoespaol en Euskadi. La identificacin, en este caso, delsoberano con el conjunto de los representantes delparlamento espaol obvia el hecho de que la gran mayo-ra de la poblacin en el territorio afectado y donde laley tiene que ser aplicada (el Pas Vasco) se ha manifes-

    tado en contra de la ley. Por otra parte, la tendencia aidentificar (en la presentacin y aplicacin de la ley) laviolencia terrorista de ETA con la finalidad de la deso-bediencia civil all existente (lo sea, con la reivindicacinde la autodeterminacin o de la independencia) ningu-nea la opinin de todos aquellos que, compartiendo talfinalidad (esto es, la independencia u otras formas deautodeterminacin) no aceptan que el medio paraalcanzarla sea tal violencia.

    Aun sin entrar en el asunto de la correccin jurdicade la ley, que est en discusin, y haciendo abstraccin

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    de la intencin ltima del legislador (cosa que tambinse discute), pero teniendo en cuenta que en este casouna parte sustancial de los partidarios de la desobedien-

    cia civil (incluido un porcentaje importante de votantesde Batasuna) se han declarado al menos contrarios a esaviolencia, a la violencia de ETA, puede concluirse que lasolucin propuesta ad hoc es un error poltico, puestambin en este caso el legislador, considerando proba-

    do el vnculo entre ETA y Batasuna, pasa por alto el ori-gen de la desobediencia al Estado y las diferentes fasespor las que ese proceso ha pasado. Se sabe desde hacetiempo que el infierno est empedrado de buenas inten-ciones, pero no suele decirse que tambin lo est deleyes formalmente correctas (o que fueron consideradas

    correctas en el momento de su promulgacin).Como han aducido una minora de juristas y polti-

    cos en Espaa pero la mayora de ellos en el Pas Vasco,la consecuencia previsible del error poltico y de laaccin penal consiguiente no slo dar alas a la desobe-diencia civil sino que probablemente potenciar, en estecaso, la rplica infinita, tanto ms cuanto que lo queest en juego en esta polaridad no es slo la erradicacindel terrorismo (punto en el que la mayora de los que sedeclaran desobedientes estn de acuerdo) sino tambinel uso legtimo de la otra violencia, de la violencia de

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    la nacin titular del Estado (que se supone fundada enderecho) y de una nacin que aspira a serlo, a serEstado, aunque sea asociado (y, por tanto, a integrar,

    como los otros estados, la violencia en derecho).Ante una situacin as, el desobediente puede argu-

    mentar coherentemente contra la pretensin del Estadoen general, de todo Estado, a integrar la violencia enderecho, pero cae en incoherencias al negar a la nacin

    pequea que pretende ser Estado (aunque sea asociado)el derecho que se predica normalmente para cualquierEstado ya constituido. Esto es lo que obliga, si se quie-re actuar en consecuencia, a retrotraer el problema jur-dico a su dimensin poltica; por eso digo que no haysolucin exclusivamente jurdica al problema especfico

    de la violencia que enfrenta, tambin concretamente, alEstado con un colectivo amplio de desobedientes.

    Si se quiere restablecer la simetra en el debate sobreviolencia y Estado democrtico de derecho, y aspirar asa la ecuanimidad sobre la desobediencia civil realmenteexistente, entonces hay que abordar tambin, en concre-to y con espritu crtico, la actuacin de la otra parte, dela que se declara desobediente, pues si en el Estado exis-te una concepcin meramente instrumental de la rela-cin entre derecho y violencia esa relacin se da tam-bin, invertida, en algunas de las actuaciones que estn

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    presentndose como desobediencia civil. La aspiracin,por ejemplo, a la colectivizacin de los medios de pro-duccin, a la autogestin en la produccin, a la inde-

    pendencia de tales o cuales comunidades, a la confede-racin, a la ocupacin de viviendas deshabitadas, a cam-biar la forma de Estado o a reformar la constitucin (lostabes actuales de nuestro Estado democrtico represen-tativo) y la crtica de la violencia estructural o institucio-

    nal no pueden moralmente hacerse, en este marco, jus-tificando por activa o por pasiva el uso de una violenciaigual o mayor que la que ejerce el propio Estado al quese desobedece. Esta, creo, es una buena razn para dife-renciar en la prctica entre distintos tipos de desobe-diencia civil y decidir acerca de ellas.

    Thoreau, Tolstoi y Einstein fueron desobedientesrespecto de su Estado: preconizaron la desobedienciacivil del individuo frente al Estado teniendo como refe-rentes el Estado que formalmente les daba su nacionali-dad (EU, Rusia, Alemania) pero tambin fueron crticosdel Estado en general (de la forma de organizacinsocial que llamamos Estado moderno). Gandhi preconi-z la desobediencia civil en India frente a un Estadocolonizador ocupante (Inglaterra) y ese ha sido el mode-lo, aunque minoritario, de otras luchas a favor de la des-colonizacin. Aduciendo estos ejemplos, la desobedien-

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    cia civil clsica, adems de estar vinculada a lo no-vio-lencia, se ha entendido siempre hasta ahora vinculada aun proyecto emancipador libertario. As fueron ledas

    las obras de los autores mentados tanto por sus seguido-res como por sus detractores. Thoreau ha sido conside-rado uno de los padres del libertarismo moderno y sin-tomticamente se neg a Tolstoi el Premio Nobel de laPaz, segn argumentaba la comisin acadmica corres-

    pondiente, por su anarquismo, por su crtica feroz delEstado.Pero qu pasa cuando hemos de tratar de desobe-

    diencia civil en aquellos casos en los cuales no hay colo-nizacin ni ocupacin propiamente dicha y, por otraparte, la desobediencia no se dirige contra el Estado en

    general ni aduce la superioridad del foro de la concien-cia individual frente al Estado, sino que se presentacomo parte de un programa cuyo objetivo es la creacinde un Estado propio? No implica esto la potencialaceptacin, en los lmites territoriales propuestos alter-nativamente, del mismo tipo de violencia (ejrcito, poli-ca, crceles, leyes) que se critica en el Estado mayorrealmente existente? Puede el seguidor de Thoreau,Tolstoi, Gandhi, Einstein y Luther King seguir utilizan-do los argumentos de stos en defensa de una desobe-diencia civil que repite en lo sustancial los argumentos

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    jurdico-polticos con que fueron creados los Estadosmodernos?

    De la misma manera que es incoherente negar a los

    desobedientes de la nacin pequea o menor el derechocolectivo que se admite (o se da por supuesto) para lanacin mayor ya constituida, tambin, es incoherentevincular la desobediencia civil a un tipo de violenciaigual o mayor que la ejercida por el Estado al que se cri-

    tica y es sintomtico el que, al intentarlo, quien se decla-ra desobediente se vea frecuentemente obligado a seguiruna estrategia argumental simtrica a la del Estado quecritica: trata de instrumentalizar a la opinin pblicaproponiendo a sta que identifique directamente con elfascismo los errores polticos del ejecutivo o las iniciati-

    vas judiciales de una democracia imperfecta o demedia-da, de la misma manera que el Estado pretende identi-ficar con el fascismo o con el nacional-socialismo al con-

    junto de los desobedientes de la nacin menor.Al reflexionar sobre tal estrategia, hay que decir que

    Fernando Savater lleva razn en un punto: hay al menosun intento de justificacin concreta de la desobedienciaque es incivil. Pues no puede haber reivindicacin socialo nacional ni discriminacin positiva posible a favor delas minoras (o de las mayoras en un determinado terri-torio), que pueda justificar moralmente los asesinatos,

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    los atentados, los secuestros, las agresiones fsicas y losacosos sistemticos de personas que dejan as de ser tra-tadas como personas. Esa conducta que desprecia los

    derechos humanos fundamentales rebasa con mucho ellmite de la desobediencia civil. Intentar vincular talesactuaciones a la desobediencia civil y traer a colacin, enese contexto, a Gandhi y a Thoreau o a Luther King esun sarcasmo.

    Puede aadirse ms: dejar que se vincule el objetivode la autodeterminacin (y de la independencia), ennombre de la desobediencia civil al Estado, con el usode una violencia ya no simblica o psicolgica sino fsi-ca, y superior a la del propio Estado, es una deshonesti-dad tico-poltica. En esas situaciones, el desobediente

    realmente civil tiene que decir No, mis comandantesy subrayar el plural. La desobediencia civil es un mediopara alcanzar alguna finalidad tico-poltica: impediruna guerra o ponerla fin, abolir leyes militaristas,denunciar legislaciones que crean injusticias, actuardirectamente contra la segregacin de tales o cualesminoras o a favor de la autodeterminacin, etctera;pero, por lo que sabemos de la historia del siglo XX,deshonrar el medio, como deshonrar las palabras, es uncamino (por oblicuo que sea, y por espejismos que pro-duzca en el plazo corto) para pervertir el fin.

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    El argumento de Savater decae, sin embargo, cuan-do se ampla la condena tica a todo grupo o personaque, habiendo denunciado explcitamente ese tipo de

    violencia, se muestra dispuesto, de todas formas, ahablar o a dialogar sobre la finalidad de la desobedien-cia civil proclamada con quien o quienes no la han con-denado especficamente. Es el caso, por ejemplo, de lassegundas jornadas sobre desobediencia civil celebradas

    durante los das 12 y 13 de octubre pasado en la locali-dad de Ezpeleta, en las que participaron, junto aBatasuna, cinco o seis organizaciones sociopolticas quepreviamente haban manifestado su discrepancia con laactividades de ETA. En el anuncio del encuentro se dijoque los participantes analizaran cmo Euskal Herria,

    utilizando la desobediencia civil, puede hacer efectiva laautodeterminacin. Los representantes de estos colecti-vos denunciaron que los Estados espaol y francs nosniegan ese derecho y aseguraron que por medio de ladesobediencia civil, es posible el ejercicio de la autode-terminacin. Como conclusin, los organizadoressealaron que hacemos de las acciones directas no vio-lentas que realizamos una muestra del desarrollo de ladesobediencia civil.

    Parece obvio que en este caso hay que distinguirentre el juicio sobre el acierto poltico de tal dilogo

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    (que depender, a su vez, de lo que se opine acerca delderecho a la autodeterminacin de Euskadi) y el juiciomoral sobre la civilidad de la desobediencia, de la

    misma manera que hay que distinguir entre la correc-cin jurdica de la ilegalizacin de tal o cual partido y suoportunidad poltica, pues, obviamente, se puede estara favor del fin (la autodeterminacin), del medio emple-ado (las acciones directas no violentas vinculadas a la

    desobediencia civil) y del dilogo en general, y no estar,en cambio, a favor del dilogo en la circunstancia con-creta con quienes aceptan la violencia de ETA.Desmond Tutu, en ocasin de su visita a Espaa haceunos aos, dijo cosas muy sensatas sobre esto basadas ensu propia experiencia surafricana y convendra tenerlas

    en cuenta precisamente para evitar la espiral de la rpli-ca infinita.

    As planteadas las cosas, la desobediencia autntica-mente civil que cabe en la circunstancia mencionada(o sea, en un Estado multinacional y plurilingsticoque se declara democrtico pero en el que hay conflic-tos serios sobre el nivel de autogobierno de algunas delas nacionalidades) es precisamente aquella que sueledenostarse ahora bajo el rtulo peyorativo de equidis-tancia. Puesto que la desobediencia civil ha nacidonegando justamente el recurso a la forma ms alta de

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    violencia, la guerra, tiene que negar tambin la lgicaeminentemente militarista que divide el mundo entreamigos y enemigos. Cuanto mayor sea la conciencia de

    los individuos o de los colectivos respecto de la justiciade la finalidad o reivindicacin principal de los deso-bedientes frente al Estado, mayor ser tambin el dis-tanciamiento respecto del propio Estado (o de lanacin titular del Estado) cuando ste reprime o dice

    ejercer la violencia legal contra esa reivindicacin ofinalidad.Pero, al mismo tiempo, cuanto mayor sea la con-

    ciencia de la civilidad de la desobediencia, mayor sertambin el distanciamiento respecto de los medios vio-lentos alternativos utilizados para alcanzar la finalidad

    que el individuo o la colectividad comparte o considerajusta. En esa dialctica suele ocurrir que si se prima unade las conciencias, sin atender a la otra, la justicia se per-vierte; se pervierte tanto en la bsqueda de justificacio-nes de la violencia legal contra la violencia excesiva delos otros como en la insistencia exclusivista en la finali-dad para justificar un medio a todas luces excesivo. Laequidistancia respecto de lo uno y de lo otro no equiva-le ni tiene por qu equivaler, como se dice a veces, apasividad, a desentendimiento o a no saber distinguirentre vctimas y verdugos. Equivale, ms bien, a un dis-

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    tanciamiento tico-poltico respecto de dos formas deviolencia simtricas, ambas excesivas.

    Concluyo ya. La existencia de Estados democrticos

    puede ser una condicin apreciable, y que debe apre-ciarse, para la autolimitacin de los desobedientes, paraatemperar la insumisin y hacerla discreta, esto es, fun-cional al ideal de la democracia y a la coherencia de losmedios respecto de los fines propuestos. En efecto, es

    esta autolimitacin lo que nos lleva a considerar inde-centes aquellas acciones que, basndose en la crtica(justa) de los dficits del Estado democrtico represen-tativo, producen voluntariamente la muerte de inocen-tes, degradan la condicin humana y se equiparan (osuperan) a la violencia ejercida por los Estados, como

    ocurre de hecho en ciertos casos de terrorismo.A veces se objeta que la palabra terrorismo ha sido

    siempre manipulada por el poder y por los medios decomunicacin dominantes (y an ms desde el 11 deseptiembre de 2001) y que esta manipulacin tiende aexculpar el terrorismo de los estados y a diluir bajo unmismo trmino la violencia menor ejercida en nombredel derecho de los pueblos a la resistencia (o de la luchapor la liberacin de naciones sometidas) con el terrorpropiamente dicho. Esto es cierto. No obstante, una vezhecha la denuncia de tal manipulacin, y an desde la

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    compresin simpattica de la finalidad que persiguenlos desobedientes que se sienten ninguneados por elimperio o por el Estado, siempre cabe la posibilidad de

    llegar a una definicin analtica de terrorismo o a unadescripcin del mismo superadora de la vieja lgica queopera en funcin de la igualmente vieja polaridad entreamigo y enemigo. Esta definicin o caracterizacin des-criptiva del terrorismo incluye actos de violencia contra

    el derecho a la vida y otros derechos de las personas (ase-sinatos, atentados, extorsiones, secuestros), actos estra-tgicamente concebidos, que repugnan a la concienciamoral en general y a la conciencia poltica en particular,con independencia de la finalidad declarada, tanto msen sociedades que, aun con dficit importantes, garanti-

    zan en principio, o sea, formalmente, la libertad deexpresin de tal finalidad.

    Pero, an as, la existencia de los Estados democrti-cos no es condicin suficiente para cerrar la discusinsobre toda forma de violencia defensiva, pues de lamisma manera que la violencia defensiva es consideradamoralmente admisible en el mbito de las relaciones pri-vadas, sta, la violencia defensiva, puede presentarsean, en la esfera pblica, como un deber moral en aque-llos casos en que, declarndose democrtico el Estado,hay dudas serias y fundadas sobre la legitimidad del con-

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    senso que ha producido la constitucin, sobre la ocupa-cin de territorios en litigio, sobre el establecimiento debases militares, sobre la usurpacin de tierras comunales

    o sobre la imposicin forzada de leyes internacionalesque enajenan derechos no escritos de determinadaspoblaciones o minoras. En todos esos casos, la desobe-diencia no dejar de ser civil si, en ltima instancia,inducida o provocada por la violencia de los Estados (o

    del Imperio), se ve obligada a recurrir a determinadasformas de violencia defensiva. Desde el punto de vistamoral, el desobediente tiene que saber, en estos casos,que cuando traspasa ciertos lmites, puede convertirseen lo contrario de lo que quiere ser, como deca Camusdel revolucionario que deja de ser rebelde para conver-

    tirse en polica. Desde el punto de vista tico-poltico, elcolectivo desobediente tiene que saber que el recurso auna violencia de grado equivalente o superior a la de losEstados har de su desobediencia una actuacin tanincivil como la de la mayora de los soberanos que enel mundo han sido.

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    Ttulos publicados

    Las curvas del mundo. Alberto Cruz.Poesa Bajo Cero

    Manual de Accin Directa Noviolenta.Colectivo Utopa Contagiosa.Ensayos Bajo Cero

    Las crceles de la democracia. Del dficit deciudadana a la produccin de control. VV.AA.Ensayos Bajo Cero

    Ttulo en preparacin

    Kurdistn. La instrumentalizacin de los dere-chos de un pueblo.Aurora Lago PdalEnsayos Bajo Cero

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