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4 11 LUIS FERNANDO GRANADOS: Center for Latin American Studies, Uni�ersity of Pennsyl�ania, Estados Unidos [email protected] Desacatos, núm. 34, septiembre-diciembre 2010, pp. 11-26 Recepci�n: 27 de octubre de 2009 / Aceptaci�n: 16 de enero de 2010 * Casi todo lo que aquí se dice naci� de largas con�ersaciones con Mario Vázquez Oli�era. En octubre de 2008, a instancias de Emilio Kouri, ex- puse el carozo de este ensayo en el seminario del Katz Center for Mexican Studies de la Uni�ersity of Chicago. El impulso para ponerlo por escrito pro�ino de Marcela Dá�alos y Fabrizio Mejía Madrid, mientras que Daniela Spenser me indujo a darle su forma final. Mauricio Teno- rio Trillo, Tomás Granados Salinas y los dictaminadores y correctores de Desacatos, por su parte, consiguieron enmendar algunos desatinos. Alejandro Herrera Dublán, por último, me puso sobre la pista de un par de hechos dignos de menci�n. A todos, naturalmente, les agradezco su ayuda, y me disculpo por cualquier “préstamo in�oluntario” que hayan padecido. Independencia sin insurgentes. El bicentenario y la historiografía de nuestros días* Luis Fernando Granados Este artículo busca, por una parte, caracterizar la historiografía actual sobre las guerras “mexica- nas” de independencia —en particular la llamada nueva historia política—. Por la otra, aspira a vincular esa historiografía con el clima social y político en el que tuvo lugar la conmemoración del bicentenario. En conjunto, el ensayo advierte el eclipse de la insurgencia popular del paisaje histo- riográfico contemporáneo y sugiere que todavía hay algo importante que decir acerca de ella, lo mismo por razones historiográficas que políticas. PALABRAS CLAVE: bicentenario, independencia, historiografía, “pueblo” Independence without Insurgents. Bicentenary and Historiography of Our Times This article seeks, on the one hand, to characterize the current historiography on the “Mexican” wars for independence —in particular, the so-called new political history. On the other, it aims to link such historiography to the social and political climate in which the bicentennial celebrations took place. Overall, the essay notices the eclipse of popular insurgents from the historiographical landscape, and suggests that there is still something relevant to be said about them —both in historiographical and political terms. KEYWORDS: bicentenary, independence, historiography, “people” p. 9: Ixtapan. Foto: Jer�nimo Palomares. p. 10: Cinco de mayo en Ixtapan. Foto: Jer�nimo Palomares.

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    luIs ferNANDo GrANADos: Center for latin American studies, uniersity of Pennsylania, estados unidos [email protected]

    Desacatos, nm. 34, septiembre-diciembre 2010, pp. 11-26

    recepcin: 27 de octubre de 2009 / Aceptacin: 16 de enero de 2010

    * Casi todo lo que aqu se dice naci de largas conersaciones con Mario Vzquez oliera. en octubre de 2008, a instancias de emilio Kouri, ex-puse el carozo de este ensayo en el seminario del Katz Center for Mexican studies de la uniersity of Chicago. el impulso para ponerlo por escrito proino de Marcela Dalos y fabrizio Meja Madrid, mientras que Daniela spenser me indujo a darle su forma final. Mauricio teno-rio trillo, toms Granados salinas y los dictaminadores y correctores de Desacatos, por su parte, consiguieron enmendar algunos desatinos. Alejandro Herrera Dubln, por ltimo, me puso sobre la pista de un par de hechos dignos de mencin. A todos, naturalmente, les agradezco su ayuda, y me disculpo por cualquier prstamo inoluntario que hayan padecido.

    Independencia sin insurgentes.El bicentenario y la historiografa

    de nuestros das*

    Luis Fernando Granados

    Este artculo busca, por una parte, caracterizar la historiografa actual sobre las guerras mexica-nas de independencia en particular la llamada nueva historia poltica. Por la otra, aspira a vincular esa historiografa con el clima social y poltico en el que tuvo lugar la conmemoracin del bicentenario. En conjunto, el ensayo advierte el eclipse de la insurgencia popular del paisaje histo-riogrfico contemporneo y sugiere que todava hay algo importante que decir acerca de ella, lo mismo por razones historiogrficas que polticas.

    PAlAbRAS ClAvE: bicentenario, independencia, historiografa, pueblo

    Independence without Insurgents. Bicentenary and Historiography of Our TimesThis article seeks, on the one hand, to characterize the current historiography on the Mexican wars for independence in particular, the so-called new political history. On the other, it aims to link such historiography to the social and political climate in which the bicentennial celebrations took place. Overall, the essay notices the eclipse of popular insurgents from the historiographical landscape, and suggests that there is still something relevant to be said about them both in historiographical and political terms.

    KEywoRdS: bicentenary, independence, historiography, people

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    Al final, por supuesto, nadie result sorprendido: las celebraciones del bicentenario de la Indepen-dencia carecieron de estatura y donaire; ms an, fueron cursis, conencionales y caras. Aunque hubo muchas reuniones acadmicas, las referencias a la Inde-pendencia en el discurso poltico alcanzaron nieles in-sospechados, y mucha gente se interes genuinamente por recordar lo ocurrido en 1810, puede decirse que muy poco de lo acontecido en 2010, celebratoriamente hablan-do, sobreiir a la desmemoria naidea. la causa inme-diata de esta situacin es conocida: despus de tantos cambios de rumbo y personal, pero sobre todo dada la mediana de quien se encarg de coordinar los festejos durante casi dos aos, es claro que muy poco de lo organi-zado por el gobierno federal podr ser digno de aplauso. el modo en que Jos Manuel Villalpando fue derrocado como resultado de una intriga palaciega precipitada por su altanera no fue sino una eidencia ms de la impro-isacin burocrtica generalizada1.

    es imposible, sin embargo, responsabilizar a una sola persona o a un grupo de funcionarios de lo ocurri-do. Como Miguel ngel Granados Chapa, lorenzo Me-yer y Humberto Musacchio, entre otros, sealaron desde hace mucho tiempo, es ms significatio el hecho de que ese conjunto de falsos inicios, querellas personales, ten-

    taciones monetarias y cursilera intelectual reflejara el carcter del nueo rgimen en relacin en su rela-cin con la estructura histrica e historiogrfica del pas. en otras palabras: ste y el anterior gobierno federal se encontraban en una situacin incmoda respecto de los hroes que nos dieron patria, porque ambos son he-rederos de quienes, al menos desde el cuarto decenio del siglo pasado, se opusieron al proyecto ideolgico-institu-cional de la reolucin Mexicana y, en consecuencia, no podan asumir la ersin del pasado que durante dca-das sustent al nacionalismo reolucionario del PrI2. Para explicar lo ocurrido con las conmemoraciones ofi-ciales desde el nombramiento de Cuauhtmoc Crdenas no hizo falta inocar la nacionalidad del finado Juan Ca-milo Mourio o la afinidad del partido gubernamental con Jos Mara Aznar. el problema era ms bien que los herederos ideolgicos de lucas Alamn no estaban en condiciones de celebrar un estallido reolucionario co-mo el que horroriz al historiador y poltico guanajua-tense hace dos siglos.

    esa ambigedad ideolgica es fundamental para en-tender la mediocridad que enoli los festejos. Incapaz y sin ganas de romper con el pasado priista, el nue-o rgimen imagin un asto pero incoherente espect-culo en el que se desplegaron casi todos los tropos de la historia oficial pero muy pocas de sus conicciones. se hicieron circular monedas conmemoratias con los rostros de personajes enteramente conencionales, pero algunas de las figuras principales de la reolucin (emi-liano zapata, por ejemplo) se demoraron en aparecer de manera casi sospechosa. Durante ms de un ao se fi-nanci subcontratndola, no por nada se trata de un rgimen neoliberal la edicin de una reista de lujo en la que las grandes eminencias de la historiografa des-plegaron su erudicin sin sentirse obligadas a incular el pasado con el presente (es cierto que se dedic un es-pacio para tal ejercicio, pero las mesas redondas del ciclo Discutamos [a] Mxico se destacaron menos por la agudeza de sus protagonistas que por cierta ansiedad an-tihistrica, como si el futuro del pas dependiera del

    1 Aunque ha escrito una eintena de libros de historia incluida una triloga de memorias: del irrey Calleja, de la mujer del irrey Gl-ez y de Maximiliano de Habsburgo, Jos Manuel Villalpando no es de ninguna manera un historiador profesional. Abogado de la es-cuela libre de Derecho, donde ms tarde fue profesor de historia del derecho patrio (sic), se ha dedicado a la difusin de la historia antes que a la inestigacin o la docencia, primero como guionista de tele-noelas sealadamente La antorcha encendida y ms tarde como coordinador acadmico de la editorial Clo y comentarista en el no-ticiero radiofnico Monitor. en junio de 2007 fue nombrado director general del Instituto Nacional de estudios Histricos de las reolu-ciones de Mxico (INeHrM). un ao y medio ms tarde, en octubre de 2008, el gobierno federal decidi que el INeHrM sera la dependen-cia encargada de coordinar los festejos de ambos centenarios, tras la renuncia de rafael toar y de teresa. el 11 de julio de 2010, el diario reforma public una entreista en la que Villalpando acus a sus cr-ticos de ser no ms que enidiosos y defendi con arrogancia las acciones que coordinaba, pero cuyos detalles no pudo aclarar; ase ricardo, 2010. Diez das despus, el secretario de educacin Pblica, Alonso lujambio, anunci que su oficina sera la cabeza del esfuerzo gubernamental, y tambin su nica oz autorizada; sin destituirlo, lo despoj del control de los festejos.

    2 entre otros muchos comentarios, anse por ejemplo Granados Cha pa, 2007, Musacchio, 2009, y Meyer, 2010.

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    exorcismo de sus traumas histricos). en los portales internticos, mientras tanto, el gobierno se empe en reducir los procesos sociales a meras listas de efemri-des y datos curiosos aunque, por otra parte, es ms que plausible la publicacin en lnea de iejos pe-ridicos y libros acerca de ambas gestas. Por aqu y por all se realizaron festiales y actos cicos para enal-tecer el nombre de Mxico en el mundo, como corres-ponde a una clase poltica cuyo objetio ltimo es construir un pas ganador. se construy tambin un fastuoso diora ma a las afueras de silao, que por desgra-cia ser recordado ms por el dispendio presupuestal que lo acompa que por las presuntas innoaciones museogrficas que contiene. Y si bien es indudable que algunas de las obras de teatro comisionadas para la oca-sin sobreiirn a la coyuntura, la televi sacin de los festejos o sea, su conersin en ostentosos melodra-mas cubiertos por toneladas de miel no parece haber sido el modo ms apropiado para eocar momentos histricos ms bien caracterizados por la rabia, la io-lencia, el desorden y los delirios utpicos. (Cuando el principal consorcio teleisio del pas se ocup del asunto, lo hizo de modo tan acartonado que la mayo-ra de sus ietas resultaron de hecho idnticas a las estampitas que antao compraban los escolares con motio de las fechas patrias, al punto que en el cap-tulo dedicado al inicio de la insurreccin de 1810 pu-do orse decir a Miguel Hidalgo, con toda seriedad e ignorando el sentido contemporneo de ciertas palabras, somos perdidos, seores; no queda ms remedio que ir a coger gachupines.) finalmente, da-do el modo en que fueron tratados los huesos de los hroes en su trnsito de la Columna de la Independen-cia al Museo Nacional de Historia esto es, como si fueran reliquias dignas de eneracin fetichista, era claro que en la gran exposicin del Palacio Nacional no habra nada que el antiguo rgimen no hubiera podido concebir hace medio siglo.

    Con todo, hay por lo menos otra circunstancia que puede ayudar a comprender por qu nadie ha sabido, bien a bien, qu hacer con el aniersario de la insurrec-cin encabezada por Miguel Hidalgo. Aunque es un fenmeno historiogrfico y por ello hasta cierto punto

    parte de la historia interna de la disciplina, es indudable que tambin es un hecho poltico y por tanto merece ser estudiado desde afuera, como un aspecto ms de la cir-cunstancia cultural e ideolgica por la que atraiesan el pas y buena parte del mundo occidental. el prop sito de estas pginas es precisamente sealar los rasgos principa-les del actual momento historiogrfico, as como sugerir algunos de los nculos entre ste y la coyuntura presente. lo que sigue, por tanto, no aspira a ser un estudio histo-riogrfico propiamente dicho, sino apenas el esbozo de un perfil sociolgico de la historiografa contempornea que acaso sira para explicar la manera en que los histo-riadores profesionales han contribuido al clima de incer-tidumbre que ha rodeado a las celebraciones. en otras palabras, este ensayo se pro pone mostrar cmo, ineptitud gubernamental aparte, la crisis celebratoria tiene que er con lo que sabemos sobre la guerra de Independencia y la desaparicin de Nuea espaa; que lo que est en crisis es la naturaleza misma de lo que comenz a ocurrir en sep-tiembre de 1810.

    estado de tiempo, 2007.

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    El pUEBlO Y lOS HROES QUE NOS dIERON pATRIA, dE ZRATE A lEmOINE

    Hasta hace unos 40 aos, lo que algunos llaman el relato maestro de la poca de la Independencia o la historia de bronce, para usar una ieja metfora de luis Gonzlez y Gonzlez era un cuento ms bien melodramtico que describa los actos de un pueblo que, como un solo hom-bre, se liber de la opresin colonial luego de alcanzar su madurez como entidad colectia. el pue blo mexicano, en esta perspectia, era la reunin de todos los nacidos y aquellos por nacer en el territorio de Nuea espaa, que haba cobrado conciencia de s mismo en algn momento entre mediados del siglo XVII y finales del XVIII. Cuando Napolen Bonaparte se apoder del tro-no espaol en 1808, el pueblo mexicano decidi apro-echar la oportunidad para recobrar la soberana que Hernn Corts haba secuestrado en 1521, poco antes de que marle los pies a Cuauhtmoc. Y lo hizo con lderes de la talla de Miguel Hidalgo y Jos Mara Morelos, que entendieron mejor que nadie que el momento de la inde-pendencia ha ba llegado. los aienes de la guerra, las circunstancias internacionales, la extraa manera en que se consum la Independencia, eran todos aspectos meramente accesorios que apenas merecan una men-cin al paso.

    este cuento, que ahora sabemos tiene poco que er con la realidad, comenz a componerse a fines del siglo XIX mediante una serie de ejercicios pedaggicos que ul-garizaron el planteamiento liberal y nacionalista que fue construyndose casi desde el momento mismo de la In-dependencia y que en cierto modo alcanz su apoteosis en el tercer olumen de Mxico a travs de los siglos, el gran monumento historiogrfico del liberalismo ictorio-so (sin embargo, cualquiera que lea el libro de Julio zrate adertir muy pronto el abismo entre la simplicidad del relato maestro y la riqueza analtica, aunque tambin la prosa espesa, del historiador eracruzano) (riapalacio, 1888). en el siglo XX, los gobiernos posreolucionarios se apropiaron de este relato y lo conirtieron en antece-dente de otra gesta, la de 1910, cuyos presupuestos eran ms o menos los mismos. segn esto, tambin a princi-pios del siglo XX hubo un pueblo unido y un puado

    de lderes inspirados que se puso al frente de las masas para acabar con la opresin dictatorial de Porfirio Daz. el resultado de ambos ciclos de luchas se manifest con toda claridad en la Constitucin de 1917 y, como quien no quiere la cosa, tambin en los gobiernos priistas.

    Adems de presumir la existencia del pueblo y del nculo orgnico entre ste y sus dirigentes, el relato maes-tro daba por sentado el carcter revolucionario de ambos ciclos de moilizacin popular, en el mismo sentido en que entonces se conceban las reoluciones francesa, estadounidense, china o rusa: como una transformacin radi cal de la sociedad, incluso si se reconoca que los cambios fueron sobre todo polticos y culturales y no una mudanza tal que la desigualdad, la pobreza o las clases sociales hubieran desaparecido. la nocin de ruptura y por ello la sensacin de que el conjunto de la pobla cin haba tenido que reinentarse de manera profunda eran, as, piezas centrales del relato maestro; y puede que la efectiidad poltica de ste dependiera en ltima instan-cia de la inducida impresin deriada del tropo ruptu-rista de iir en el mejor de los mundos posibles. De ms est decir que ste es el cuento que todos los nacidos o educados en Mxico aprendimos en la escuela. Y tam-bin que es lo que explica el exceso de calles Hidalgo y Morelos, los retratos de los hroes en los billetes, las fe-chas feriadas en el calendario oficial y casi todo lo que en nuestros das pasa por esencia de lo mexicano con excepcin de las pirmides, los mariachis y la Virgen de Guadalupe, naturalmente.

    el relato maestro siempre fue disputado, por buenos y malos motios. entre los historiadores, habitualmente ms tmidos y casi siempre preocupados por las genera-lizaciones de la mitologa estatal, el relato maestro tuo menos simpatizantes que entre los funcionarios pbli-cos, pero es justo reconocer que su parte medular tam-bin cal hondo y defini en buena medida la agenda cientfica de la historia mexicana en los primeros dece-nios del siglo XX. Ni los historiadores radicales de la pri-mera mi tad del siglo, como Alfonso teja zabre y luis Chez orozco, pudieron sustraerse al tono y a algunas de las premisas del relato (teja zabre, 1934, y Chez orozco, 1947). un ejemplo paradjico de su xi to es el proceso ideolgico de la revolucin de Independencia, el

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    esplndido trabajo de luis Villoro, que en la dcada de 1950 examin de manera crtica el carcter de la reolu-cin de Independencia sin renunciar a la idea de que, efectiamente, lo que haba ocurrido en Nuea espaa durante la segunda dcada del siglo XIX haba sido un moimiento reolucionario cuyo resultado ms con-tundente fue la creacin del estado nacional mexicano (Villoro, [1953] 2002). Y otro tanto puede decirse del trabajo de Alfonso Garca ruiz, quien en un ensayo cle-bre consigui retratar a Hidalgo como un erdadero re-olucionario social (Garca ruiz, 1955).

    De todas formas, desde mediados del siglo XX algunos estudiosos de la poca independentista comenzaron a cuestionar los trminos mismos del relato maestro, as como a preguntarse otras cosas sobre la coyuntura reo-lucionaria. Como la parte ms endeble del mito era el matrimonio entre pueblo y gobierno ms endeble y ms irritante para quienes experimentaban a diario la distancia entre los gobiernos reolucionarios y la situa-cin social y poltica del pueblo, la crtica se encamin de modo preferente a desmontar la idea de que la Inde-pendencia haba sido resultado de la accin popular o, de forma ms general, contra la presuncin de que los lderes independentistas y las masas hubieran hablado alguna ez el mismo idioma. la consolidacin de la socio-loga acadmica a mediados de siglo debe haber contri-buido a legitimar un lenguaje analtico clasista, incluso ms que el marxismo a la manera de Chez orozco, que siempre fue un poco cardenista en estas latitudes. en to-do caso, con trabajos como los del propio Villoro y ms tarde de manera oblicua de gente como francisco lpez Cmara, el consenso historiogrfico fue trans for-mndose hasta dar por sentada una profunda diisin estamental entre los mineros de Guanajuato, aquellos que quedaron representados en la figura del Ppila, y las ideas autonomistas de, por ejemplo, Ignacio lpez ra-yn y sus compadres los Guadalupes3.

    Acaso el ms conspicuo de estos historiadores aggior-nados haya sido ernesto lemoine, la gran autoridad

    mexicana sobre la guerra de Independencia en los aos sesenta y setenta (el otro gran estudioso de esa genera-cin fue ernesto de la torre Villar, aunque mi impresin es que su trabajo como colonialista tuo ms impacto que su obra sobre la Independencia)4. en particular sus estudios sobre Morelos, adems de por un notable escr-pulo, parecen estar animados por una coniccin que, sin dejar de ser patritica y hasta priista emocionalmen-te, admita sin remilgos que los proyectos polticos de los dirigentes reolucionarios no eran un sinnimo exacto de las inquietudes y aspiraciones de esos miles de traba-jadores empobrecidos que se olcaron detrs de Hidalgo, Morelos, Matamoros y los muchos comandantes gue-rrilleros5. el genio de Morelos hubiera podido escribir lemoine, como antes Villoro haba escrito de Hidalgo consisti en haber interpretado con intuicin admirable un sentir que las masas no estaban en condiciones de ma-nifestar porque eran analfabetas y carecan de los recur-sos discursios necesarios para articular su pensamiento de forma coherente (o ms bien, digo yo, de manera que los letrados de entonces y de hoy comprendieran con claridad). Como para Jess reyes Heroles, que poco an-tes se haba reelado como el gran artfice del nculo entre el liberalismo decimonnico y los gobiernos de la reolucin (reyes Heroles, 1957-1961), la gesta inde-pendentista en su conjunto tena para lemoine un senti-do y un propsito que eran al mismo tiempo poltica y socialmente reolucionarios, o sea que implicaba y haba producido una transformacin sustantia de la realidad nacional y no nada ms una mutacin poltica.

    un problema que ninguno de estos historiadores pu-do resoler del todo era que, al contrario que en otros pases latinoamericanos, la Independencia de la Nuea espaa no fue la culminacin poltica ni militar de los acontecimientos del bienio 1808-1810. Al contrario, en el origen del Imperio Mexicano de Agustn de Iturbide haba una contradiccin flagrante con la idea de que los estados nacionales eran resultado de una fusin entre re-publicanismo, liberalismo y deseo de independencia, to-

    3 el tipo de trabajo en el que estoy pensando es lpez Cmara, 1967.

    4 en todo caso, anse torre Villar, 1964 y 1966. 5 Vase lemoine Villicaa, 1965, as como su magistral trabajo de [1979] 1990. Vanse tambin torre Villar, 1964 y 1966.

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    da ez que los conspiradores de 1820 buscaban eitar el restablecimiento de la Constitucin espaola y, ms an, que entre sus dirigentes haba personajes famosos por haber combatido con saa a los insurgentes de 1810-1815 (Iturbide ms que nadie) (Anna, 1990). Mientras que en Ve nezue la, Colombia o Argentina haba una clara continuidad y afinidad entre liberalismo, republicanis-mo e independencia representada mejor que nadie por el pensamiento y la accin poltico-militar de simn Bolar, la cosa era ms compleja en Nuea espaa dado que los primeros y ms importantes insurgentes fueron derrota dos por una alianza de liberales y conser-adores partida rios de espaa, y las alianzas de 1820-1821 tenan como premisa la ictoria militar de los realistas6. Y si no una ictoria pura y simple, s el hecho de que la guerra estaba en un punto muerto que los be-neficiaba en el cor to plazo.

    en general, para resoler este problema de genealo-ga, el relato maestro contena una estratagema a la ez lgica y moral. Por una parte, haba sido necesario en-tender la Independencia ya como un acuerdo entre el pasa do y el futuro, que era ms o menos como Iturbide haba planteado la cosa en 1820-1821, ya como una trai-cin de la causa de la erdadera independencia (lo cual no era difcil, dado el papel marginal de Vicente Gue-rrero en los episodios que llearon a la declaracin de Indepen dencia). Por la otra, la continuidad entre la in-surgencia erdadera y el estado nacional era resultado de enlazar hechos de mediados del siglo XIX la icto-ria de los liberales en las guerras de reforma y contra francia como eidencia de que independencia, rep-blica y estado liberal eran y seran una y la misma cosa desde el 16 de septiembre de 1810. No por nada la gene-racin de Benito Jurez estaba conencida de que su papel en la historia mexicana era haber conseguido la segunda independencia. lo de menos es que fuera imposible de-mostrar una continuidad real entre los hechos de 1810-1815 y la repblica restaurada; proclamar esa relacin era indispensable para los liberales que por primera ez po dan contar y contarse un cuento a la medida de su

    pro yecto nacional. Y as los historiadores liberales de la segunda mitad del siglo XIX y de los primeros decenios del siglo XX decidieron de una ez por todas que el nico y erdadero padre de la patria era Hidalgo y no Iturbide.

    El ORdEN fRACTURAdO: CAmpESINOS, IdElOgOS Y CUlTURA pOlTICA

    Desde fines de la dcada de 1960 comenz a formarse una reaccin contra este especioso argumento del libera-lismo decimonnico, y en general contra dos de los pila-res del relato maestro: la unin de pueblo y gobierno y la explica cin teleolgica de la repblica liberal. Grosso mo-do, esta reaccin ha discurrido por tres caminos princi-pales. Por un lado, ciertos historiadores cuya educacin sentimental parece haber sido marcada por la reolu-cin Cubana y la Guerra de Vietnam y en menor medi-da por la consolidacin de la historia social britnica se propusieron estudiar a los insurgentes de a pie en sus pro-pios trminos, con la intencin de precisar las causas so-ciales de fondo del alboroto de la dcada de 1810 y de paso con el nimo de restablecer su albedro como suje-tos histricos. Metodolgicamente, todos aanzaron por el camino abierto por franois Chealier, aunque por su talante socially aware, si puede decirse tal cosa estu-ieron ms cerca nos a Villoro (Chealier, 1952)7. otro grupo, que puede imaginarse ba jo la gida de lemoine y De la torre y por ello todaa influido por el nacionalis-mo liberal, continu pregun tndose si los insurgentes fueron realmente independentistas y liberales; es decir, por ejemplo, si la inocacin de fernando VII en los pri-meros aos de la guerra ciil era real o fingida. Y un tercer grupo inspirado directa o indirectamente por Nettie lee Benson, quien en los aos sesenta compil un libro sobre el temaprefiri concentrarse en los orge-nes del estado nacional mexicano y por ende dej de in-teresarse en los insurgentes plebeyos derrotados con Mariano Matamoros y Hermenegildo Galeana para ms bien ocuparse de quienes de erdad inentaron el nueo

    6 entre la astsima literatura sobre Amrica latina, ase por ejem-plo langley, 1996.

    7 Dado que los principales exponentes de esta corriente no escriben en francs, coniene tener presente que la ersin inglesa apareci en 1963, por cierto que ferozmente editada.

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    pas; esto es, Iturbide, Alamn, Miguel ramos Arizpe, lorenzo de zaala, similares y conexos (Benson,1996).

    este triple embate ha generado resultados formidables desde el punto de ista historiogrfico. De los estudios seeros de enrique florescano sobre las crisis agrarias del siglo XVIII, los de Daid Brading sobre la dinmica minero-mercantil del Bajo dieciochesco y los de Claude Morin acerca de la economa michoacana, a los contun-dentes estudios de eric Van Young sobre Guadalajara y su hinterland, a los de John tutino sobre el Bajo y sus alrededores pacficos y los de Brian Hamnett sobre la dimensin regional de la insurgencia, el grupo de histo-riadores sociales y eco nmicos consigui demostrar que, por debajo de la agita cin poltica proocada por la crisis

    dinstica en es paa, el campo y la minera noohispanos estaban experimentando una erdadera situacin reo-lucionaria en speras de 1810 y, ms todaa, que la mo-ilizacin campesina haba transformado de manera efec tia las condiciones de ida al menos en el centro del irreinato (florescano, 1969; Brading, 1971; Mo rin, 1979; Van Young, 1981; tutino, 1986; y Hamnett, 1986) (con agudeza casi potica, tutino titul un artculo suyo the reolu tion in the Mexican Independence) (tuti-no, 1998). en el terreno de la cultura poltica y militar de los insurgentes, la obra del pro pio lemoine fue seguida por trabajos de altsima calidad de gente como Vir-ginia Guedea sobre los Guadalupes, Carlos Herrejn so-bre la retrica poltica del periodo, Marco Antonio

    Ixtapan, 2004.

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    landaazo sobre el imaginario monrquico insurgente y Marta tern sobre la relacin entre indios y conspira-dores en Michoacn, gracias a los cuales se oli inei-table considerar a los lderes insurgentes como actores mucho ms sofisticados que los lde res mesinicos o tra-dicionalistas de alguna histo riografa anterior (Guedea, 1992; Herrejn Peredo, 2003; landaazo, 2001; tern, 2002)8.

    la tercera ertiente fue la ms lenta en desarrollarse, pero se ha conertido casi en hegemnica en los ltimos 20 aos. Como su ascenso y consolidacin han sido con-temporneos de la crisis de los estados de bienestar y la emergencia del neoliberalismo en el terreno de las ideo-logas, resulta tentador identificar a estos historiadores con la ola poltica e intelectual que desde entonces se ha propuesto eliminar las perersiones socializantes de la cultura poltica moderna mediante una definicin ms restringida y ms decimonnica del liberalismo. la etiqueta sera sin duda abusia si se tratara de caracteri-zar sus preferencias electorales o polticas, pero no se tra-ta de eso: lo que incula a estos historiadores con los abogados del laissez-faire es su coniccin de que la pol-tica no puede ser entendida como mero reflejo de los procesos sociales y econmicos, sino que debe tenerse como un mbito fundamentalmente autnomo y capaz de definir lo que los marxistas de antao llamaban la es-tructura de la sociedad. si para el neoliberalismo esto ha implicado renunciar al carcter social y regulador del es-tado, para la nuea historiografa de la Independencia pero tambin de la reolucin ha supuesto, aunque parezca contradictorio, interesarse por sobre todas las cosas en el estado y en la poltica, con especial atencin en sus aspectos discursios e institucionales.

    Nadie como franois-Xaier Guerra representa mejor esta corriente historiogrfica. Aunque nunca escribi un libro sobre la Independencia (su obra principal sobre el tema es una coleccin de ensayos por dems brillantes), su influjo entre los historiadores slo puede ser equipa-rado al que franois furet ejerci sobre los especialistas de la reolucin francesa en la dcada de 1970, y ms o

    menos en el mismo sentido: mediante la reiindicacin del liberalismo la tocqueille en contextos hasta en-tonces dominados por el romanticismo populista la Michelet (Guerra, 1993)9. Junto con Guerra, otros dos estudiosos integran lo que se antoja llamar la santsima trinidad del emergente paradigma historiogrfico: An-tonio Annino y Jaime rodrguez, quienes por caminos diferentes al parecer casi antagnicos en el caso del primero llega ron ms o menos al mismo sitio (Anni-no, 1984 y 1996; ro drguez o., 1996). Aunque casi nunca obraron de manera coordinada, entre los tres inaugura-ron un modo de mirar la poca que hoy cuenta con prac-ticantes de gran talento y cada ez mayor importancia: Peter Guardino, Juan ortiz escamilla, Jos Antonio se-rrano, Alfredo ila, Jaime del Arenal, rafael rojas, elas Palti, roberto Brea y Jos Mara Portillo entre los ms connotados (Guardino, 1996; escamilla, 1997; serrano ortega, 2001; ila, 2002; Arenal, 2002; rojas, 2003; Pal-ti, 2005; Brea, 2006; y Portillo Valds, 2006). Completan esta alineacin Cristina Gmez y Ana Carolina Ibarra, aunque por el te ma de sus inestigaciones y su forma-cin profesional quiz haya que considerarlas como un grupo aparte (Gmez larez, 1997, e Ibarra, 2000).

    De un modo u otro, todos ellos se han ocupado de ras-trear no el nculo entre insurgencia y estado nacional sino el origen de la nuea nacin independiente desde el punto de ista ideolgico, poltico e institucional. todos ellos, en consecuencia, han prestado una gran atencin a la Constitucin de Cdiz de 1812 y al momento gaditano en su conjunto, as como a la relacin entre los diferentes grupos sociales noohispanos funcionarios, militares, campesinos, indios y la cultura poltica moderna (tal como ocurre en el mbito de la reolucin francesa, empero, el concepto de cultura poltica ha tendi do a se-alar la pertenencia a una corriente historiogrfi ca antes que a describir el modo en que una comunidad dada en-tiende y ie la poltica). Comprensiblemente, di gmoslo de nueo, porque el liberalismo mexicano naci de esa

    8 Hay que decir que el ltimo es una suerte de whos who de la histo-riografa reciente sobre la independencia.

    9 Para algunos indicios de la posicin poltico-epistemolgica de Guerra, anse las notas necrolgicas de Meyer, 2003 y 2004. una buena introduccin a los debates historiogrficos relacionados con la reolucin francesa al tiempo del bicentenario es Kaplan, [1993] 1996, en especial el captulo sobre furet, Vie le roi.

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    cumbre de la modernidad catlica que fue el primer libe-ralismo espaol y no de los anhelos de Hidalgo, Morelos y dems dirigentes rebeldes. en una categora aparte ha-bra que situar a autores como timothy Anna y Michael Costeloe, o Hamnett en sus inicios, quienes no aspiraban a estudiar la cultura poltica pero cu ya perspectia acer-ca del fenmeno independentista a menudo conti-nental los lle a adoptar posiciones anlogas al culturalismo, aunque, eso s, ms a tono con lo que casi todo el mundo entiende por poltica (Anna, 1983; Coste-loe, 1986; Hamnett, 1978).

    El REgRESO dEl dISCURSO Y lA dESApARICIN dE lOS REBEldES

    Como puede erse, dos de las tres ertientes en las que se ha desarrollado la historiografa independentista contem-pornea pueden calificarse como parte del retorno de la poltica al proscenio de las ciencias histricas. se trata cier tamente de una nuea historia poltica, mucho ms sensible a las estructuras simblicas y discursias que permiten y significan la accin poltica, si bien no deja de ser reelador que tienda a ocuparse de la materia que, desde tiempo inmemorial, ha sido el principal objeto de atencin historiogrfica: las palabras de los poquitos que saben escribir y escriben. la historiografa social de la Independencia tiene que erse, en consecuencia, co-mo un intento fallido de reorientar el carcter de los es-tudios independentistas fallido porque no consigui modificar el fondo de la cuestin central planteada por la primera generacin de historiadores de la Independen-cia; es decir, el problema del rompimiento de los nculos de dependencia entre espaa y el ms antiguo, poblado y prspero de sus irreinatos americanos.

    en este sentido La otra rebelin, que es acaso el trabajo de historia social ms importante en lo que a del siglo, resulta inquietantemente paradjico: porque no obstan-te su extensin (1 000 pginas en su edicin castellana) y su promisorio subttulo Popular Violence, Ideology and the Mexican Struggle for Independence, el libro ms reciente de eric an Young no tiene casi nada que decir acerca de los ejrcitos rebeldes que siguieron a Hi-

    dalgo y Morelos (Van Young, 2001)10. Van Young parece haber intentado una sntesis entre su iejo inters tem-tico (la sociedad de la que sali la insurgencia) y la nuea sensibilidad de quienes se ocupan de la poltica y el esta-do en la primera mitad del siglo XIX. el resultado, empe-ro, es un extrao alegato complejo, seductor a faor de la autonoma cultural de los indios insurgentes que niega sin embargo el carcter sociopoltico de su moili-zacin: Van Young ha reconocido que los insurgentes de a pie no buscaban la independencia nacional y ha pro-puesto en cambio que es taban ms bien interesados en restablecer un orden cultural centrado en sus pueblos. Desde su punto de is ta, ms an, este esfuerzo de reorga-nizacin simblica y material careci de relacin directa con el colapso del imperio espaol en Amrica; fue ms bien como un gigantesco tumulto de esos que estallaban de tanto en tanto en los pueblos noohispanos11. Y aun-que no es explcito en este punto, me parece que el libro sugiere la profunda irreleancia de sus muertes y afanes ms all del mbito pueblerino.

    espero que ahora quede claro por qu creo que el pai-saje historiogrfico contemporneo est dominado por una ausencia. los historiadores de la cultura poltica insur gente se ocupan ante todo de los proyectos de la diri gencia rebelde, de su profundidad ideolgica y las posibilidades frustradas por el infortunio militar. Por su parte, para los nueos historiadores del estado mexicano quienes dominan el escenario actual la insurreccin de 1810 es apenas un prolegmeno, iolento, catico y un tanto sin sentido, del erdadero problema de su que-hacer, que es el nacimiento del liberalismo realmente existente (lo que no deja de ser un tanto irnico dado

    10 Por ejemplo, de la batalla de Guanajuato slo encontr mencio-nes en tres momentos, y bastante al uelo (6, 82, 429). Y del ejrci-to que sigui a Hidalgo hacia el Monte de las Cruces, tengo presente una nica referencia (358). en su filoso ensayo a propsito del li-bro, Knight (2004) alude a esta deficiencia cuando afirma que the other Rebellion no ofrece una narracin general o un relato maes-tro de la dcada de 1810. 11 en cierto modo, the other Rebellion puede leerse como una coda del clebre y desconcertante estudio de taylor (1979), que tambin minimiza el carcter anticolonial de la accin directa de los indios noohispanos y prefiere entenderla como reformista en el sentido de que no cuestionaba el orden irreinal en tanto que sistema de ex-plotacin.

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    que la Constitucin de 1812 slo rigi en las zonas con-troladas por los realistas y por ello tiene que erse como una ideologa contrainsurgente). Y mientras tanto, uno de los estudiosos ms perspicaces de la cultura popular no-ohispana (Van Young) ha concluido que, desde el punto de ista de los rebeldes, un motn de dos das en Atlaco-mulco, en noiembre de 1810, tuo ms o menos el mis-mo alor simblico, y tiene el mismo alor analtico, que la ertiginosa conersin de la original pandilla de Hi-dalgo en un ejrcito de por lo menos 20 000 personas esa turba que saque la capital mundial de la plata en septiembre de ese ao, asesin a buena parte de sus residentes peninsulares e hizo temblar (aunque slo por un instante) el dominio espaol en todo el irreinato12.

    As las cosas, lo sorprendente del momento actual no son tanto las acilaciones gubernamentales sino el hecho

    de que la celebracin del ao en curso no haya sido cues-tionada o puesta en duda de manera general. Despus de todo, la orientacin de la nuea historiografa sobre las primeras dcadas del siglo XIX parece sugerir que por fin ha llegado el momento de remoer a la insurgencia de la memoria colectia y emplear mejor otras metforas y otras imgenes para representar la Independencia nacio-nal. efectiamente, en la medida en que la historiogra fa contribuye a definir la relacin entre estado, pasado y sociedad, resulta un poco absurdo empearse en celebrar una rebelin que no tiene nada que er, ni ideolgica ni poltica ni militarmente, con la independencia del Impe-rio Mexicano, y que por aadidura estuo protagonizada por miles de indios, mulatos, mestizos y otras castas, mar-ginados, analfabetas, tradicionalistas y, francamente, tan tontos como para creer, durante algunas semanas, que en el carruaje cerrado que acompaaba al ejrcito de Hi-dalgo iajaba nada ms y nada menos que fernando VII, cuando iban matando a cuanto gachupn encontraban en el camino (gracias a Los pasos de Lpez, esa suculenta

    Plaza de la Ciudadela.

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    12 Puesto que Van Young emplea el motn de Atlacomulco como arquetipo de la moilizacin popular en la que est interesado, es has-ta cierto punto comprensible que le dedique un captulo entero. Vase Van Young, 2001, captulo 15.

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    noela de Jorge Ibargengoitia, sabemos que en el ca-rruaje iajaban las tres sobrinas muy guapas y muy ca-lladitas del seor cura Perin) (Ibargengoitia, 1982).

    en otras palabras, atenidos a la tendencia historiogr-fica reciente, sera un poco ms coherente esperar hasta 2012 para celebrar el bicentenario de la Constitucin de Cdiz; cambiarle el nombre a los tres fragmentos de la antigua intendencia de Mxico que ostentan los de Gue-rrero, Hidalgo y Morelos; demoler la estatua real-socia-lista del Ppila, que tanto afea el paisaje de la ciudad de Guanajuato, o al menos eocar la suerte trgica de Hidal-go el hombre quien a pesar de todas sus lecturas y su innegable don de gentes no pudo nunca contener a esa turba, o conjunto de turbas, que en el curso de cuatro meses hizo olar en pedazos el dominio espaol en el centro econmico del irreinato y ms tarde se esfum para renacer en una mirada de guerrillas inencibles y sin embargo nunca ictoriosas13. o quiz, ms an, con endra concentrar nuestra atencin en la prodigiosa inteligencia poltica de Iturbide, ese criollazo que en unos cuantos meses se las arregl para coaligar iejos insurgentes y guerrilleros de toda ndole con la mayor parte del ejrcito espaol, los consulados y cabildos prin-cipales, la mayor parte de la burocracia y la jerarqua eclesistica en su conjunto en suma, los enemigos de diez aos de guerra ciil ms todos los que consiguieron mantenerse al margen del conflicto, y en una serie de maniobras polticas espectaculares, y casi sin derrama-miento de sangre, consigui la independencia absoluta de Nuea espaa14.

    lOS dESARRApAdOS Y El COlApSO dEl ORdEN COlONIAl

    sorprendente o no su silencio, hay que agradecer que la nuea historiografa no haya conseguido influir de ma-nera definitia en el nimo conmemoratio del gobierno ni que ste no haya percibido que la nuea historiografa poda ayudarle a reconstruir la mitologa del estado de un modo ms acorde con su talante (anticallejero). Agra-decer, en efecto, y con todas sus letras, pues el olido de unos y la negligencia de otros puede ser en realidad una excelente ocasin para realuar lo mismo poltica que historiogrficamente el carcter de esa ola descontrola-da de iolencia social que tanto se supone que hizo y que ahora parece que no fue nada. A pesar de todas las mani-pulaciones y todos los resabios romnticos que acompa-an su eocacin, me parece que hay algo en la insur gencia de prin cipios del siglo XIX que la sociedad mexicana de nuestros das merece recordar y aun celebrar15.

    No es que el relato maestro haya dado en el clao y que su argumento sea correcto: nadie puede sostener hoy que la nacionalidad mexicana fue la que se puso en mar-cha el 16 de septiembre de 1810, o que el pueblo de Mxico se alz al unsono para acabar con el despotismo espaol, o que las multitudes, los ejrcitos y las guerrillas rebeldes hayan sido responsables de la independencia nacional. No: el estado mexicano no es su criatura y por ello no tiene sentido seguir atribuyendo a los insurgentes la paternidad de la patria. Pero, al mismo tiempo, creo que pocos pueden poner en duda que la magnitud de la moilizacin popular dice mucho acerca de la oluntad de cambio presente en astos segmentos de la sociedad noohispana, as como de los colosales efectos de sus empeos polticos y militares.

    Por una parte, es coneniente recordar que, junto con la reuelta de los esclaos del santo Domingo francs, la asta rebelin que sacudi a Nuea espaa entre 1810 y 1815 fue el moimiento anticolonial ms grande en la historia de Amrica. el ms grande, en efecto. en s mis-

    13 Curiosamente, el nico intento por replantear radicalmente el re-lato maestro o, ms bien, el nico del que tengo noticia proino de un ejercicio de difusin: el cuarto episodio de la serie teleisia Gritos de muert y libertad (transmitido por primera ez el 2 de sep-tiembre de 2010), en efecto, adopt el punto de ista del joen lucas Alamn para describir, y horrorizarse con, la iolencia que efectia-mente caracteriz la toma de Guanajuato el 28 de septiembre de 1810. lo interesante de la presentacin es que, contrario a la mayora de los historiadores de antao, la estampita animada no intent justificar la iolencia.14 el talento de Iturbide es an ms notable si se tiene presente que el Imperio consigui adems la anexin del reino de Guatemala, o sea las actuales repblicas de Costa rica, el salador, Guatemala, Hon-duras y Nicaragua; al respecto, ase Vzquez oliera, 2010.

    15 Para atenuar un tanto la ingenuidad que acaso se perciba en ste y los restantes prrafos, ase tenorio trillo, 2009, sobre todo en lo que hace a la independencia del saber histrico popular.

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    mas, las multitudes reunidas por Hidalgo no tienen paran gn en ningn otro lugar del continente, antes o despus del colapso imperial de 1808; ese ejrcito fue incluso tanto o ms numeroso y ms exitoso que los contin gentes reunidos por tupac Amaru y tupac Ka-tari entre 1781 y 1783, que con razn han sido istos como au tores de la rebelin colonial ms importante en el impe-rio espaol16. Y no slo eso: inspirados directamente por lo que ocurra en el Bajo, pequeos y medianos gru pos de rebeldes, y ms tarde los ejrcitos de Morelos y otros, insurreccionaron buena parte del irreinato con ahnco tal que ni siquiera el fusilamiento de todos los lderes de la primera y segunda hornadas permiti el restableci-miento de la paz social. este hecho debera ser suficiente para poner en duda la afirmacin, que se hace a menudo, de que la Corona de Castilla se mantuo en posesin de esta porcin del mundo casi sin oposicin, como si los

    indios, mulatos, mestizos y otras castas del irreinato hu-bieran sido un rebao de oejas siempre dispuestas a sa-crificarse por los reyes espaoles y sus funcionarios o, peor an, como si no hubieran tenido la capacidad para modelar sus propios destinos asumidas las restriccio-nes propias de toda ida explotada y subordinada, por su-puesto.

    en un contexto historiogrfico ms limitado, el mero tamao de la insurgencia tendra que obligarnos a repen-sar uno de los asertos que la nuea historia poltica hace con frecuencia: esto es, que todo el affaire de la indepen-dencia hispanoamericana comenz en Bayona en ma-yo de 1808, cuando Napolen impuso a su hermano como rey de espaa, y que antes de ese culebrn muy poca gen-te en el Nueo Mundo se haba atreido a imaginar un nueo orden social y poltico. No afirmo, sin embargo, que los indios, mulatos, mestizos y dems castas que deen-dran insurgentes estuieran pensando en la indepen den cia. slo digo que debe suponerse aunque posiblemente no lo sepamos nunca con exactitud que muchas perso-nas estaban lo bastante a disgusto con su ida y sus pers-pectias futuras como para aenturarse a matar y, sobre todo, a morir, luego de que Hidalgo los conocara a de-fender a fernando VII. se trata ante todo de un problema de magnitud y de distancias (geogr ficas y sociales): la respuesta desde abajo a los aconte cimientos peninsula-res fue tan generalizada y tan duradera que explicarla co-mo mero efecto de la decapitacin de la monarqua slo puede hacerse si se cree que el sistema colonial america-no era una maquinaria eficiente y bien ensamblada sos-pechosamente parecida a la espaa de la leyenda negra, por cierto, y no un conjunto heterogneo de institu-ciones y prcticas polticas apenas estandarizadas que ejer-ca su dominio de modos muy distintos y con grandes esfuerzos.

    Por otra parte, tampoco hay que olidar que la insur-gencia social inspirada por Hidalgo y una parte de ella encabezada por Morelos, aunque fue derrotada militar-mente y no consigui la independencia de Nuea espa-a, fue responsable de algo incluso ms colosal y ms importante: casi de un solo tajo, destruy el principal nculo econmico y financiero que mantena unido al irreinato con el imperio espaol y, por extensin, con la

    Presidente pirata.

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    16 Para un alioso ejercicio comparatio entre la reuelta noohispana de 1810-1811 y la gran rebelin andina, ase Macfarlane, 1995.

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    economa-mundo europea. Ms todaa: la insurgencia no slo acab con la produccin de plata en el Bajo que era la zona econmicamente ms dinmica del i-rreinato y el motor de la economa espaola en Amrica del Norte y el Caribe, sino que reorient hacia el con-sumo y los mercados locales un tremendo complejo agrcola y protoindustrial hasta entonces dedicado a ali-mentar y estir a los mineros, los dueos de las minas, los funcionarios y todos aquellos cuya ida estaba conec tada de algn modo u otro con la produccin argentfera (Coatsworth, 1986)17. sin la plata de Guanajuato, que era la piedra de toque del dominio espaol en Nuea es-paa, el edificio colonial en su conjunto no poda sino enirse abajo. Y eso fue precisamente lo que pas. la guerra disloc casi todos los mercados regionales, supu-

    so un obstculo a menudo insalable para el comercio internacional e impidi durante algunos aos el enri-quecimiento de los grandes productores agrcolas e in-dustriales. Cuando por fin la economa mexicana se reor ganiz y se rearticul a la economa mundial a fines del siglo XIX, lo hizo con ms productos proenientes de ms regiones; en una palabra, lo hizo de manera un poco ms autnoma y diersificada. A riesgo de forzar el len-guaje de los economistas, podra decirse que el efecto macroestructural de la moilizacin social entre 1810 y 1815 fue fracturar de manera definitia la dependencia del pas de un solo producto (la plata) y promoer el mercado interno en buena parte del territorio nacional18.

    Con todo, ese logro fue un resultado ms o menos im-preisto de la guerra social. los campesinos y mineros que se fueron a la bola con Hidalgo y con Morelos no pensaban en esos trminos. si acaso, pensaban solamen-

    Boda traesti.

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    17 Para un estudio un poco ms reciente sobre la produccin de pla-ta en Guanajuato luego de la explosin insurgente, que consigna la crisis de principios de siglo XIX pero se centra en la recuperacin de los aos cuarenta, ase rankine, 1992.

    18 el argumento original ms claro y mejor fundamentado, adems se encuentra en tutino, 1986.

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    te en funcin de su propio bienestar, que es como decir el de sus familias y, en cierto modo, el de sus comunidades. Pero es imposible concluir de ello que no estuieran ms o menos al tanto de que acciones similares a las suyas saquear una hacienda por aqu, matar al tendero ga-chupn en el pueblo de al lado, juntarse con otros cientos para asaltar Guadalajara o oaxaca estaban ocurriendo por todas partes y que en conjunto iban oliendo impo-sible la normalidad colonial, o sea el orden ideolgico e institucional que haba prescrito su subordinacin y marginacin culturales: el orden que se expresaba de manera concreta en la posicin priilegiada de quien era a la ez tendero y gachupn, o cura y gachupn, o teniente coronel y gachupn, o administrador de hacienda y ga-chupn. Con sus actos, si no con sus palabras, esos miles de insurgentes de a pie, humildes, insignificantes, hicie-ron mucho ms por redefinir el paisaje social y cultural de Nuea espaa que los letrados de toda ndole con sus proyectos constitucionales, sus referencias librescas, su sabidura cosmopolita. Juntos y sin eidente coordina-cin, como las aalanchas que an hacindose de piedrita en piedrita y acaban desgajando un cerro, as empujaron a Hidalgo de Dolores a Guanajuato a Valladolid y a Gua-dalajara; as auparon a Morelos en sus campaas y sus sentimientos de la nacin; as dieron sustento a Jos An-tonio torres, a Julin Villagrn, a francisco Xaier Mina y a todos sus semejantes.

    en suma, ms que enojarse por la falta de lustre guber-namental a propsito del bicentenario, o deplorar el cur-so que han tomado los estudios sobre la Independencia en las ltimas dcadas, creo que es mejor esto es: ms sano y ms productio aproechar que el ao del bi-centenario sigue siendo 2010 para ocuparnos de las insu-rrecciones hidalgueas. Despus de todo, las rebeliones que comenzaron en septiembre de 1810 fueron obra de gente no muy diferente a los mexicanos de hoy: miles de personas comunes y corrientes, ms bien pobres, margi-nadas, con expectatias de ida poco alentadoras y elo-cuentes de un modo que parece incomprensible porque hablaban en lenguas indgenas o en el castellano que-brado de los pueblos, las minas y las haciendas; que un buen da decidieron arriesgar idas y bienes literal-mente por algo tan nimio y concreto como una parce-

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