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FEDERICO RUIZ SALVADOR La acción del Espíritu Santo está asumiendo en los últimos tiempos formas 'tan variadas y nuevas, que la teología y la espi- ritualidad no han tenido aún tiempo suficiente para captar toda esa riqueza e incorporarla a la experiencia consciente de la igle- sia. Como tantas veces sucede, la gracia desborda y se anticipa a la reflexión. De repente la iglesia se ha convertido en comunidad y con- vivencia de carismáticos. El carisma no es ya simplemente la gra- cia extraordinaria de unas cuantas personas encargadas por el Espíritu de trasmitir un mensaje divino al resto del cuerpo ecle- sial. Todo el cuerpo eclesial se ha vuelto carismáticamente acti- vo, un hervidero de 'carismas. La gracia carismática entra de lle- no en el corazón de la persona o del grupo y en la vida de la comunidad. Cada uno vive y ofrece su propio carisma, recibe 'Y asimila el carisma de los demás: "nos prestamos mutuamente los servicios para la salvación" (LG 7). La teología no ha logrado todavía hacerse cargo de la nueva condición estructural y espiritual del carisma. Le falta sensibili- dad adecuada para captar y analizar ciertos aspectos esenciales de la nueva experiencia carismática que está viviendo la iglesia. Repite una y otra vez temas sabidos, mientras silencia o apenas alude a otras dimensiones importantísimas de esta misma reali- dad. Esta carencia se debe en gran parte a que la teología traba- ja con esquemas elaborados en otro tiempo, cuando el carisma gozaba de escasa incidencia en la vida personal y eclesial. No es posible interpretar con ellos la realidad actual del carisma, REVISTA DE EsPIRITUALIDAD, 42 (1983), 87-118

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FEDERICO RUIZ SALVADOR

La acción del Espíritu Santo está asumiendo en los últimos tiempos formas 'tan variadas y nuevas, que la teología y la espi­ritualidad no han tenido aún tiempo suficiente para captar toda esa riqueza e incorporarla a la experiencia consciente de la igle­sia. Como tantas veces sucede, la gracia desborda y se anticipa a la reflexión.

De repente la iglesia se ha convertido en comunidad y con­vivencia de carismáticos. El carisma no es ya simplemente la gra­cia extraordinaria de unas cuantas personas encargadas por el Espíritu de trasmitir un mensaje divino al resto del cuerpo ecle­sial. Todo el cuerpo eclesial se ha vuelto carismáticamente acti­vo, un hervidero de 'carismas. La gracia carismática entra de lle­no en el corazón de la persona o del grupo y en la vida de la comunidad. Cada uno vive y ofrece su propio carisma, recibe 'Y asimila el carisma de los demás: "nos prestamos mutuamente los servicios para la salvación" (LG 7).

La teología no ha logrado todavía hacerse cargo de la nueva condición estructural y espiritual del carisma. Le falta sensibili­dad adecuada para captar y analizar ciertos aspectos esenciales de la nueva experiencia carismática que está viviendo la iglesia. Repite una y otra vez temas sabidos, mientras silencia o apenas alude a otras dimensiones importantísimas de esta misma reali­dad. Esta carencia se debe en gran parte a que la teología traba­ja con esquemas elaborados en otro tiempo, cuando el carisma gozaba de escasa incidencia en la vida personal y eclesial. No es posible interpretar con ellos la realidad actual del carisma,

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entendido como gracia vocacional del cristiano que vive creati­vamente su existencia y su servicio de fe.

Está marcada la actual reflexión sobre el carisma por dos líneas de pensamiento, que le dan consistencia, pero que a la vez estrechan gravemente su horizonte. La primera es la defini­ción del carisma: gracia a servicio de los demás; que expresa el concepto formal, pero no la realidad viva y dinámica del ca­risma. La segunda línea tiene su origen o lema en el texto de San Pablo: "No apaguéis el Espíritu" (1 Tes 5,19); y relaciona o contrapone insistentemente carisma-institución, carismático-je­rarquía.

Dos principios válidos, fundamentales, si se quiere, pero del todo insuficientes e inadaptados para captar las múltiples dimen­siones de la vivencia actual de los 'carismas. El carisma es para la mayoría de las personas que lo han redbido la totalidad de su propia vida' y de su ser 'cristiano, y no solamente una función a servicio de los demás. Y en la actual situación pluralista y con­flictiva, no es la jerarquía la única que puede o suele apagar y resistir a los carismas. Los carismas también se destruyen o neu­tralizan mutuamente a nivel horizontal, por falta de discerni­miento y de sentido eclesial. ¿Por qué seguir cerrados en ciertos esquemas, que no responden efectivamente a la evidencia real?

Durante mucho tiempo, el desarrollo del carisma ha tenido lugar en una sola dirección: la funcionalidad, el cumplir con autoridad divina una tarea de alcance comunitario. Hay muchos puntos básicos de reflexión, que no han recibido la atención que merecen. He aquí algunos de los que más directamente interesan a la teología espiritual: el carisma es creación de vida orgánica, y no simple mantenimiento de la vida previamente organizada; el servicio carismático asume la vida entera de la persona que lo cumple y la experiencia integral de la comunidad a la que sirve; es esencial la integración de unos carismas con otros, ya que cada carismático se dirige en la iglesia a otros carismáticos como él, y no a una muchedumbre de meros oyentes.

En este sentido, hablamos de integración. Integración, en pri­mer lugar, del servicio en la vida espiritual del carismático mis­mo, e inserción de su experiencia para mejorar la calidad de la función. Y también integración de las varias gracias en el sujeto eclesial. Lo personal y 10 comunitario actúan juntos y se influ­yen mutuamente en la realización plena del carisma.

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y haremos también referencia a. la desintegración de caris­mas, en la última parte. Es un modo práctico ,y eficaz de rea­firmar la integración y de examinar al mismo tiempo nuestra situación a ese respecto 1.

El trabajo estará dividido en cuatro grandes apartados: 1. De dones a 'Carismas, 2. Función y vivencia, 3. Integración eclesial, 4. Desintegración espiritual.

l. DE DONES A CARISMAS

Durante los últimos decenios, la reflexión teológico-espiritual en torno a la acción del Espíritu Santo ha sufrido un cambio muy notable. En la primera mitad de este siglo, se hablaba y escribía mucho sobre los dones, poco y marginal sobre carismas. Hoy, por el contrario, se habla y escribe mucho sobre carismas, poco y marginal sobre los dones del Espíritu Santo.

Es un dato sencillo y patente, que está pidiendo explicación. Al interpretar el hecho, nos colocamos también nosotros en la historia presente, es decir, en la época de los carismas. Pero eso no impide que podamos valorar el fenómeno evolutivo con sufi­ciente objetividad. Las causas que han motivado el cambio pro­vienen de uno y otro lado: teología de los dones, experiencia de los carismas.

Teología de los dones

Sorprende no poco la marginaclon de los "dones" precisa­mente en el momento en que más se habla de la acción y de la experiencia del Espíritu Santo dentro y fuera de la iglesia. ¿Por qué no se utiliza, para interpretar esa experiencia, la teología de los dones, elaborada con tanto empeño a lo largo de ocho siglos? ¿Por qué no organizar en clave de dones las manifestaciones nu­merosas y variadas de la presencia del Espíritu?

La teología de los dones ha prestado un servicio valioso en la historia de la espiritualidad. Presenta los dones 'como gracias personales de santificación, en una amplia gama de situaciones y necesidades, de funciones concretas, que recubren todo el arco

1 Para no agravar la ya considerable extensión del tema, seré muy sobrio en citas y referencias. Por otra parte, hay bibllograf!a abundante en otros estudios de este mismo volumen.

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de la vida espiritual. Ha desarrollado considerablemente una di­mensión de la espiritualidad: trasformación personal, interiori­dad, docilidad al Espíritu, comprensión del misterio, experiencia mística; y una cierta dosis de acción en algunos dones, como el de 'consejo, el de fortaleza, etc. Pero siempre con tendencia a mo­verse dentro del ámbito de lo personal.

Su defecto ha consistido en limitarse al esquema septenario y a la dimensión individual. Un esquema pobre y uniforme, apli­cado invariablemente a toda clase de situaciones y -experiencias espirituales. Se empobreció aún más la teología donal, al concen­trarse en la teoría de los "dones-hábitos" distintos de las virtu­des. Así fue perdiendo el contacto con sus fuentes de alimenta­ción: la S. Escritura y la vida real de la iglesia.

En este sentido, la teología de los dones estaba decadente ya mucho antes de que se produjese el impacto carismático. So­bre los dones, no existe hoy una literatura de calidad compara­ble a la que abunda sobre cualquier otro tema importante de teología o de espiritualidad 2, Como consecuencia, la teología del carisma ha encontrado el campo libre y ha implantado momen­táneamente su dominio universal.

Experiencia de carismas

La superación de los problemas y discusiones estériles en torno a los dones no llegó por vía de nuevas teorías. Ha sido la experiencia la 'que ha abierto nuevos horizontes a la sensibilidad espiritual y a la teología. La iglesia está viviendo una fuerte ex­periencia carismática, un nuevo Pentecostés. Esta experiencia, adelantándose a la teología, empalma directamente con la acción actual del Espíritu y con la S. Escritura: se ha movido antes y más allá del pensamiento.

Carisma es el nombre genérico de múltiples gracias diferen­ciadas con que el Espíritu dinamiza a personas y a grupos, los vocaciona e insertacreativamente en la comunidad eclesial. En

2 Un libro reciente en colaboración: AA. VV., Vivir en el Esplritu, Madrid, 1981, estudia la relación del Espíritu Santo con la Escritura, la Iglesia, los carismas, el discernimiento. Incluye también un artículo sobre los dones, pero no está escrito ahora como los otros, sino que reimprime unas páginas escritas hace más de treinta años: J. A. ALDAMA, Los dones del Esplritu Santo. Problemas y controversias en la actual Teología de los dones: Revista Española de Teologla, 9 (1949), 3-30; cam­biando en el título «actuah) por «moderna» (O. c., pp. 247-268). Es un síntoma de la escasa creatividad en materia de dones.

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toda su amplitud, incluye: Espíritu Santo, personas, realidad his­tórica, acción visible, función social, existencia de una comuni­dad, etc.

La evolución de dones a carismas debe considerarse, en lí­neas generales, como un progreso espiritual y teológico. Tiene el mérito de haber sacado a la espiritualidad de estrecheces y pro­blemas marginales, que estaban recibiendo atenciones despropor­cionadas a su efectiva importancia real. Además, ofrece positi­vamente una base adecuada para afrontar con mejores perspec~ tivas una serie de realidades primordiales: la teología del Espíritu, la naturaleza y la estructura de la iglesia, la gracia multiforme, la salvación en la historia, etc.

Nada tiene, pues, de extraño que la teología y la terminología del carisma se hayan impuesto con fuerza y rapidez. Posee el ca­risma vitalidad pujante, y, además, viene a ocupar una zona de la experiencia y de la reflexión de fe que estaba semidesierta.

N o es la síntesis

Los carismas aportan muohos materiales nuevos, complemen­tos y correcciones a la teología de los dones. Pero no todo es progreso en la reciente evolución. Un discernimiento riguroso detecta carencias y fallos, que es obligado poner de relieve, con el fin de poderlos corregir o completar.

Entre los peligros que hoy amenazan a la actuación de los carismas y a la reflexión sobre los mismos, se pueden nombrar algunos de los más relevantes. Uno de ellos es la identificación de la obra del carismático con la acción del Espíritu Santo, sus­trayendo al análisis los condicionamientos, las posibles interpo­laciones y mezclas, que el sujeto humano añade al realizar la gracia original del Espíritu. Y varios otros también de gravedad: insistencia de la función a expensas de la vida, sectorialidad y partidismo en la prestación del propio servicio a la comunidad, desinterés por recibir y fomentar el carisma de otros, supervalo­ración del testimonio y de la exterioridad.

Son carencias graves, que piden remedio urgente. Los caris­mas necesitan desarrollar más la calidad teologal, y también la interioridad. No han incorporado todavía los frutos positivos que había 'conseguido la espiritualidad de los dones. Y deberán ha-

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cerIo pronto, para no recaer en el mismo defecto que trató de subsanar la tradición. Lacríti:ca de los carismas que hace San Pablo en circunstancias de abuso y concurrencia dejó la impre­sión de que éstos fueran funciones externas ,y ruidosas. Por reac­ción, se fue luego la tradición a buscar la gracia salvífica más bien en dones y virtudes teologales 3.

Una verdadera teología del carisma integral desarrolla con­juntamente las varias dimensiones esenciales de la gracia del Espíritu. Esta labor puede hacerse con referencia a los tres com­ponentes básicos del carisma: el Espíritu Santo con su gracia multiforme, la persona que la recibe, la vive y la comunica, la comunidad agente y beneficiaria de los diferentes carismas.

n. FUNCIÓN y VIVENCIA

La gracia carismática se presenta como servicio comunitario, social. Es el rasgo que la caracteriza en el pensamiento común y ante la reflexión teológica. Se han revalorizado como praxis que hace tomar a la vida cristiana su plena dimensión histórica. Destaca en ellos la acción que anticipa, empuja o corrige el mo­vimiento de la historia.

Al acentuar en el carisma su dimensión de servicio a la co­munidad, queda en primer plano 10 que le es más peculiar. Y a la vez destaca un rasgo de la grada cristiana, que trasciende la interioridad personal, para proyectarse constitutivamente sobre un horizonte de salvación universal.

Por otra parte, la gracia carismática, liberada trabajosamente de la pura interioridad, corre peligro de quedarse en pura exte­rioridad, en buen funcionamiento social. "Aquí todo funciona y nada vive", según frase de C. Bo. Cuando se trata de carismas esporádicos, de prestaciones ocasionales extraordinarias, nos da­mos por satisfechos con que cumplan su función. En 'cambio, si el carisma constituye el modo de ser y de vivir de la persona y de la comunidad, la integración de servicio y vida se convierte

3 «La Tradición ha sido particularmente sensible a la crítica de los carismas hecha por Pablo y por Mateo. Ha propendido a separar la gracia de los carismas y a insistir de manera unilateral en las virtudes teologales y en los dones del Esplritu Santo mucho más que en los carismas». M.·J. LE GUILLOU, Carismas pero sonales y carismas episcopales, en AA. VV., Problemas de la Iglesia, hoy, BAC minor, Madrid, 1975, p. 34.

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en urgencia de primera necesidad. No puede un órgano cumplir funciones vitales, si esas funciones no prolongan y fomentan su propia vitalidad y la de todo el organismo.

El flujo y reflujo de lo personal y comunitario en la reali­zación de la gracia carismáti'ca sufre ya sus alteraciones en la historia de la Iglesia primitiva,como se ve por las páginas del Nuevo Testamento. Aún mayores han sido sus vicisitudes en épocas posteriores. Me parece más sencillo y eficaz limitar la observación al momento actual. El ritmo reciente lleva dos mo­vimientos: uno que se abre de la vivencia al servicio, y otro que redescubre desde el servicio la urgencia de la vida personal y eclesial.

En el carisma es desde luego fundamental la función de ser­vicio. Pero existen junto a ella muchos otros aspectos igualmente graves, que integran la realidad y la experiencia del carisma eclesial: relación con el Espíritu, asimilación por parte del ca­rismático, inserción del servicio específico en el conjunto de la vida comunitaria.

La integración primera y fundamental del 'carisma tiene lu­gar dentro de la persona misma que recibe la encomienda. In­corpora el don del Espíritu en su vida cristiana total, en las po­s~bilidades y responsabilidades que ésta conlleve. Desde la inte­gridad espiritual de cada carismático se pasa con relativa facili­dad a la integración de unos con otros en la misma comunidad. Cuando el carisma no es asimilado previamente por el sujeto, la integración comunitaria se hace imposible o queda reducida a mero 'compromiso.

ValoraGÍón pragmática

Hay tendencia a valorar la acción carismática principalmente por su influjo social inmediato, por su eficacia en introducir cam­bios. Pero esa mentalidad, falta de matices ,y discernimiento, lleva a conclusiones poco teológicas. Algunos perseguidores han cum­plido en la iglesia función liberadora, y han contribuido más a su reforma que muchos Papas y santos. En la historia del anti­guo Israel, algunos imperios paganos con su tiranía hicieron por la conversión del pueblo tanto como los sacerdotes y los profetas. Sin embargo, a pesar de haber prestado un servicio tan valioso

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a la comunidad creyente, no se puede afirma que los devastado­res desplegaran un carisma del Espíritu.

No basta el efecto positivo, para asegurar la autenticidad de un carisma. Ciertos efectos de gracia ponen de manifiesto, más que la colaboración humana, los recursos misteriosos de que dis­pone el Espíritu para llevar acabo la obra de santificación. Pue­de y sabe utilizar mediaciones positivas y negativas, favorables y desfavorables, virtudes y pecados. Pero esto no pertenece al orden de lo carismático, sino al plan salvífico universal de la divina Providencia.

El exceso de orientación histórica y social en la vivencia de los carismas es debido en gran parte al momento de reacción en que han surgido. Se había centrado la atención espiritual en la presencia interior del Espíritu, dejando los acontecimientos his­tóricos a la organización y al esfuerzo de los hombres. Hemos recuperado la historia a expensas de la experiencia teologal. Aho­ra tenemos que recuperar también ésta.

Obra del Espíritu

El Espíritu Santo ocupa un constante primer plano en la no­ción y en la realización del carisma. Más que don del Espíritu, el carisma es el Espíritu Santo en obra. Y el Espíritu Santo es imprevisible e incomprensible, no sólo para la comunidad recep­tora, sino también para el 'carismático mismo, que nunca llega a hacerse dueño de la 'gracia que se le encomienda.

Esta primacía del Espíritu es reconocida por todos. Sólo que de ahí no se sacan los debidos corolarios sobre la actitud y la conducta espirituales del carismático. Este se convierte en ins­trumento vivo y dócil, se pone en comunión teologal con el Es­píritu, y es el primero en manifestar con la trasformación ope­rada en su persona la fuerza y la verdad de la ·grada que tiene el encargo de trasmitir a los demás.

Hay otro aspecto de singular relieve en la relación del ca­rismático con el carisma encomendado. Sigue en pie la indigni­dad del hombre a quien el Espíritu hace testigo de su gracia: indignidad intelectual, moral, espiritual. Esta condición básica implica la necesidad de conversión permanente. Pero sobre todo exige una disposición de ánimo, que no veo suficientemente pues-

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<la de relieve ni en el plano de la vivencia, ni en el de la refle­xión: la conciencia de ser mediación inadecuada e imperfecta, y la consiguiente distancia entre la persona y la obra del Espí­ritu y, por otra parte, la persona y la acción del carismático.

Abusivamente ciertos carismáticos reclaman para sí y para sus ideas y palabras o gestos una especie de "inmediatez" de proveniencia divina. Semejante inmediatez no se atribuye hoy ni siquiera a la inspiración bíblica o a la infalibilidad pontificia. El Espíritu que le mueve a hablar o actuar en la iglesia no le dicta las palabras ni le indica los modales; no le da proyectos ultimados, ni le enseña el modo de su realización.

Un carismático no puede pretender para todas sus iniciativas la autoridad inmediata del Espíritu. A los fundadores de congre­gaciones religiosas el carisma evidente no les ha ahorrado rodeos y búsqueda, proyectos humanos, ,ensayos y fracasos, eventuales errores. Interviene, además, el factor cultural y el temperamen­tal, el grado de prudencia y experiencia, el sentido de iglesia más o menos desarrollado. Un sujeto inhábil puede desfigurar un carisma.

Bajo ,ciertos aspectos, el carisma está sujeto a las ,condicio­nes de la gracia ordinaria. No hace suyos el Espíritu todos los criterios y limitaciones del carismático. Una cosa es la gracia divina original, y otra distinta es la encarnación y actuación de la misma por parte del sujeto. Son inseparables y distintas. No puede el carismático pedir para sí la inmunidad o autoridad ecle­sial que correspondería a la 'gracia del Espíritu en sí misma. Ni el Espíritu cat~ga personalmente con las debilidades del 'carismá­tico, ni el carismático con las prerrogativas del Espíritu.

Para bien de la Iglesia

Toda 'gracia tiene finalidad santificante y eclesial, en una u otra medida. El fruto comunitario se consigue a veces con la mí­nima participación del sujeto mediador,como sucede en la ad­ministración de algunos sacramentos. Pero no es ese el modo normal en que actúa la gracia. No hay fundamento para atribuir una especie de "opus operatum" a la actuación de los carismas, al margen de la participación teologal del carismático. Tal como hoy se entiende el carisma, no se lo puede tratar con el esquema y el estilo de las gracias "gratis datae".

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De tres maneras el servicio al bien común exige profunda vida teologal por parte de quien encarna y trasmite el carisma: como garantía,como totalidad de vida, como miembro de la iglesia que lo redbe.

Como garantía, en primer lugar. Es la forma más común­mente recordada y también la más superficial. Más que a la pa­labra sonora o al gesto valiente, en sí mismos, mira el creyente a la vida que los acompaña, precede y sigue. Por esa vía, se hace creíble el carismático demostrando por los frutos personales la fuerza salvífica de la gracia que anuncia a los demás.

La vida entra a formar parte del 'carisma, y no es solamente su garantía externa. Los mejores carismas son aquellos que asu­men la totalidad de la existencia del carismático, y la convierten en vocación permanente e integral. Por ejemplo, el carisma de la vida religiosa compromete toda su existencia, y no solamente una denuncia verbal. Personas y grupos carismáticos viven la gracia y con toda su existencia la 'comunican a los demás. Estos carismas fontales y permanentes son por 10 general más valiosos que los esporádicos y de ocasión.

Con un paso ulterior, llegamos a la mayor profundidad. El primer contacto de la gracia con la Iglesia a quien viene desti­nada tiene lugar en el carismático mismo que la vive. Es Iglesia también él, y en él queda ya de algún modo akanzado y trasfor­mado el cuerpo eclesial. No es mero puente en la trayectoria de una 'gracia "para los otros". Es una gracia para todos, y entre ellos se cuenta él mismo. El destino comunitario de la gracia carismática no es razón para que el carismático actúe como me­ro funcionario, sino un título más para vivirla con mayor pro­fundidad personal 4.

Vida integral

En su mismo concepto de gracia para el bien 'común, vemos que el carisma exige totalidad de vivencia por parte de la per­sona que lo posee y lo ejercita. Algunas formas de carisma in­corporan en el servicio la vida entera. Son carismas que llama­mos "ordinarios", no por su menor importancia y eficacia, sino

4 San Juan de la Cruz hace notar la costumbre que tiene Dios de comunicar a sus mejores amigos las gracias más altas que quiere dar a su Iglesia, para que ellos las reciban y las vivan en nombre de toda la Iglesia; Cántico 33,8.

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porque se identifican con el vivir cotidiano y sus actividades, con el ser mismo de la persona vocacionada. Consisten en una vida espiritual concreta y completa.

Cuando el carisma actúa de manera más destacada y fun­cional, la exigencia de integridad cristiana y espiritual se man­tiene idéntica. El carismático necesita vivir todas las dimensiones de la vida teologal, incluso aquéllas en que no tiene especial mi­sión de dar testimonio. Esa misma integridad, además de dar savia al propio carisma, le ayudará a comprender, aceptar, po­tenciar otros carismas distintos del suyo. Por otra parte, los ca­rismas no dan nada hecho. Quien recibe el carisma de la doc­trina o de gobierno, no recibe por ello todas las cualidades que comporta su ejercicio: prudencia, responsabilidad, amor fra~

terno, modales, temperamento ... Muchas de estas virtudes las tendrá que conseguir o desarrollar con una vida espiritual bien organizada. Las dos horas que dura la ordenación sacerdotal o episcopal, o la profesión religiosa, no dan espacio ni ambiente suficientes para madurar en gracia, prudencia, carácter, amor y fe, como pide la misión que allí se asume.

En la comunidad primitiva, advertimos este mismo fenóme­no: el paso de la función carismática a la vida. Así lo reflejan también las cartas de San Pablo. En la carta a los Corintios, el carisma presenta una imagen funcional, vistosa: el Apóstol es­tablece normas sobre el modo de proceder en esos momentos de entusiasmo. En las pastorales, ha cambiado el tono: los caris­mas de enseñanza, de gobierno, de caridad, se han convertido en vocaciones o formas de vida permanente. A éstos Pablo les da normas sobre el ser y el vivir una espiritualidad adecuada a su ministerio, no ya sobre el modo de proceder en manifesta­ciones ocasionales.

Una evolución mu,y semejante a la de San Pablo es quizá la que estamos viviendo ahora. De algún modo, incluye toda clase de 'carismas, que pasan del estadio inicial de función pura a la fase de madurez en que comprometen la entera vida teolo­gal del sujeto.

Para mayor brevedad y claridad, me voy a fijar en los ca­rismas de grupo, donde la evolución ofrece mayor número de datos a la observación externa. Se está produciendo un despla­zamiento de la experiencia carismática a formas diferentes, más profundas diría, de experiencia espiritual. Un autor, que ha se-

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guido desde dentro el movimiento carismático, presenta los ras­gos de esta última fase evolutiva y ofrece, además, algunos prin­cipios para su interpretación. Dado que aquí este fenómeno en­tra solamente como un ejemplo, no pide análisis ulterior. Me li­mitaré a dar una idea del mismo con palabras del autor:

"El fen6meno post-carismático: Una interpretaci6n teo/6gica.

Es un hecho que al presente hay miles y miles de personas que ya no están comprometidas formalmente con la Renovación Caris­mática [RC]. No quiero decir que los dones no sean operativos en sus vidas. No. Pero ya no asisten regularmente a reuniones de ora­ción, no se comprometen en los grupos, no ayudan en los semina­rios de Vida en el Espíritu, y otras omisiones parecidas. En una palabra, ya no mantienen conexiones carismáticas formales. Las actividades carismáticas no son el centro de sus vidas cristianas, como eran antes. A esto llamo yo el fenómeno post-carismático.

Muchos interpretan el fenómeno negativamente, como si se tra­tara de abandonar la renovación, de resistirse a la guía del Espíri­tu, etc. Es pos~ble que exista cierta falta de generosidad y disceI" nimiento en algunas de esas personas; pero puedo afirmar, por mi experiencia personal y la de muchos otros, que en su mayor parte el fenómeno postcarismático es positivo: se trata de que el Espíritu está guiando a las personas por otros cammos. Implicaría una gran desconfianza en el poder del Espíritu pensar que todas esas perso­nas, que han sido tan hondamente tocadas por el Señor, estuvieran ahora cayendo simplemente en una nueva apatía.

La cuestión que ahora me interesa es: ¿Cómo se engrana la espiritualidad carismática, experiencial, de la Re en el camino total de un alma hacia Dios? ¿Es la espiritualidad carismática, puede ser o debe ser, una jase en la maduración cristiana? Cuando las personas abandonan las reuniones formales de la RC, ¿es que pierden aspectos vitales de la vida del Espíritu?

Mi conclusión es que se puede perfectamente pasar a otras di­mensiones de la vida en el Espíritu, después de la RC, sin ser en modo alguno infiel a la guía del mismo Espíritu. Si es esto lo que está sucediendo o no, será cuestión de discernimiento individual.

Si se me permite, a este respecto quisiera comunicar una ex­periencia personal, que forma parte de mi camino espiritual: es­tuve en un monasterio trapense antes de los dieciocho años, y en otro cartujo antes de los veintiuno. En 1970, entré en contacto con la RC. Ayudé a poner en maroha un grupo de oración, y aprendí muchas cosas acerca de los dones y las reuniones de oración ... Pero aún ahora, después de diez años de vinculación formal a la RC, tengo que decir honradamente que ninguna de las experiencias de Dios que he tenido en la renovación alcanza en profundidad a las que tuve en los monasterios ...

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Aquí tengo que proceder con cuidado. Esta ha sido (es) mi experiencia. ¿Quiero decir con ello que también los demás posíca­rismáticos se orientan en la misma dirección? La cuestión se puede plantear de otro modo: ¿Forma parte mi experiencia de un modelo general, de un movimiento más amplio del Espíritu, que constituye un proceso ordinario en las vidas de los cristianos? Esta tendencia hacia una forma más simple de experiencia religiosa (mística), ¿es fruto de acción del Espíritu en los cristianos de todas las épocas? ¿iPueden las personas en su desarrollo espiritual llegar a una fase en que Dios las llama a desnudar de todo énfasis los medios expe­rienciales del entusiasmo religioso y a encontrarle más bien en la oscuridad de la fe? .. Mi respuesta es naturalmente: sí" 5.

No quiero dar a estos párrafos entresacados del artículo de R. Wild mayor importancia de la que tienen. Señalan con acierto en sus 'grandes líneas un movimiento que desplaza el 'Centro de la 'grada de los momentos carismáticos a la experiencia teologal y a la totalidad de vida.

lII. INTEGRACIÓN ECLESIAL

En todo hablar y escribir sobre carisma, la iglesia ocupa siem­pre, junto al Espíritu, un primer plano. Figura sobre todo como destinataria de la 'gracia, término de la acción carismática: para el bien común, para la edificación de la iglesia, a servicio de la comunidad. Son expresiones que entran en la definición del -ca­risma.

Es el aspecto más desarrollado por la teología y la nonnati­va ,cristiana. En la eclesialidad se centran los 'capítulos más ex­plícitos de San Pablo sobre los carismas (1 Cor 12-14). Viene a decir: los carismas son esencialmente comunitarios, en su con­tenido y en el modo de ejercerlos. Y justamente en mitad del razonamiento, en el 'Cap. 13, Pablo 'Coloca la caridad, la vida teologal de la iglesia y de 'Cada carismático. Esta supera en va­lor a todos los carismas, y debe ser la raíz y el fruto de todos ellos.

Para nuestro tema actual, es también la iglesia el centro en la integración de los carismas. El heoho de haber sido tantas ve­'Ces estudiado el tema me dispensa de tener que repetir ciertas

5 ROBERT WILD, The post·charismatlc phenomenon. A theological interpretation: Review for religious, 41 (1982), 257-265. El testimonio es aún más significativo, por haber el mismo autor escrito antes otro libro, cuando estaba metido en el movi· miento: Enthusiasm in the Spirit, Ave Maria press, Notre Dame In., 1975, 176 pp.

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bases doctrinales. Aunque no del todo, porque el análisis teo­lógico ha cultivado preferentemente algunos aspectos muy par­ciales: la comunidad eclesial como destinatada de los carismas, relación entre carismático y jerarquía, entre carisma e institu­ción. Son temas fundamentales, ya que señalan a la gracia libre del Espíritu un lugar plenamente reconocido, un espacio de ac­ción, en la vida de la Iglesia. La simple tolerancia del carisma o su calificación de acontecimiento esporádico y entre paréntesis implicaría una marginación degradante.

Pero sobre esas bases hay que construir ahora una eclesia­lidad dinámica y efectiva, integrarlo en la unidad de vida comu­nitaria y en la armonía de las varias funciones que animan y desarrollan al cuerpo místico. Se trata de hacer un delicado pro­ceso espiritual, si queremos que la integración de carismas sig­nifique comunión de vida, a lo cristiano, y no simple equilibrio de fuerzas, a lo político o social. Este proceso estriba en dos principios dinámicos de particular gravedad: la doble acción del Espíritu, la totalidad edesial de cada miembro.

Un mismo Espíritu es fuente de armonía ,y de diversidad. Da gracias diferentes a cada uno, a la vez que inserta a todos en unidad superior. San Pablo nos ha dejado la doble fórmula de esta integración difícil desde el punto de vista personal y tam­bién para la comunidad. "No apaguéis al Espíritu" (1 Tes 5,18) pide un margen de libertad para la ofi.ginalidad de cada cristiano o 'grupo particular. "No irritéis al santo Espíritu de Dios" (Ef 4,29-32) con rencores, discordia, insultos, pide una armonía su­perior a base de la caridad, que es el valor supremo.

En la definición del carisma, la Iglesia queda reducida a la imagen de sujeto pasivo, el campo donde el carismático lleva a cabo su misión. La Iglesia es sujeto activo y agente de caris­mas, en cuanto comunidad. Recibe las varias 'gracias y las pone en obra. Es carismática, no solamente porque dentro de ella ac­túan algunos carismáticos, sino porque ella misma, toda ella, actúa carismáticamente y sus miembros carismáticos actúan en cuanto miembros y síntesis de la Iglesia. Los carismas en la Igle­sia son carismas de la Iglesia. La comunidad eclesial es agente vivo y principal de todos y de cada uno de los carismas y ser­vicios. Quien recibe del Espíritu encomendado alguno de ellos, lo recibe y lo pone en ejercicio en cuanto miembro de la Iglesia, que es agente principal, y no sólo beneficiaria, de todo carisma.

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¿Quién es la Iglesia?

En la confrontación carismático-Iglesia, está bien claro quién es el 'carismático, pero no se determina con igual claridad quién es la Iglesia. Y lo que es peor, con frecuencia se afirma una falsa identificación: la Iglesia es la jeral'quía, la autoridad, la institu­ción. Esto tiene graves consecuencias, pues de semejantes presu­puestos dependen luego las ideas teológicas, las actitudes espiri­tuales y los proyectos de acción.

Al olvidar que la Iglesia es operadora de carismas, y que el carismático mismo es sujeto pasivo de otros carismas, quien pres­ta un servicio en la 'comunidad fácilmente se identifica a sí mis­mo con el Espíritu en acción, y a los demás 'COn la masa que le acoge o le rechaza. Se han venido creando una serie de imáge­nes falsas en materia de -carismas, que dan lugar a una teología infundada y a una espiritualidad deformante.

El carismático está de lleno, en su grandeza y en sus limita­ciones, dentro de la I'glesia. Es simplemente Iglesia, y por eso üene encomendado uno de los innumerables dones que Dios ofre­ce a la ,comunidad:

"La voluntad de Dios que nos descubre el carisma no se lleva a cabo en solitario, individualmente. La comunidad eclesial arropa y cura la debilidad del carismático, le alienta y estimula. No es sólo una presencia de 'juicio', de discernimiento y 'desde fuera', sino que se trata de una presencia de comunión y solidaridad, del compartimiento del peso de la gracia recibida en sufrida y larga paciencia. Es un rasgo importante del carisma del que tiene que hacerse consciente el carismático y la Iglesia: un carisma personal fructifica abundantemente, desarrolla todas sus virtualidades cuan­do se vive amparado por la comunidad, asistido y acompañado" 6.

La conciencia viva de ser Iglesia ensancha el corazón y la mente de cada miembro para comprender y asimilar de algún modo las funciones de los demás. El contemplativo debe llevar dentro experiencia y sensibilidad de apóstol, para ser cristiano integral y para comprender al apóstol. Y viceversa, el apóstol necesita experiencia contemplativa, por iguales motivos. No bas­ta la mutua tolerancia o la mutua ignorancia. Tanto menos es admisible la tácita o abierta oposición.

6 M. HERRÁIZ, Discernimiento: actualidad y motivaciones, en ({Revista de Es· piritualidad», 38 (1979), pp. 523-524.

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Observando la vida de la 'comunidad y la propia conciencia de Iglesia, hace el carismático un descubrimiento importante: los limites del propio carisma. Es muy poco lo que uno puede hacer, y menos aún lo que efectivamente hace, por la vida y el crecimiento totales de la Iglesia. La propia gracia es limitada, y los condicionamientos subjetivos la limitan mucho más. Este desr.ubrimiento, hecho en profundidad, trae dos ventajas funda­mentales que trasforman al sujeto y contribuyen eficazmente a la integración: conciencia de la propia limitación, sentimiento de necesidad y admiración frente a los carismas que realizan otros.

Cada carismático que realice su gracia con autenticidad cris­tiana tiene que cumplir doble función: a) comunicar a la Iglesia su propio carisma parcial, como aportación limitada al bien co­mún; b) armonizar esa función particular en el conjunto orgá­nico, integrándola con otros carismas y otras funciones. Esta segunda función forma parte del servicio carismático, y no está reservada a una intervención posterior de la autoridad encarga­da de vigilar por el bien común.

"Responsables" todos

Al hablar de actuación de los carismas en la Iglesia, se men­dona constantemente a un personaje o a un 'grupo de personas que tienen un papel relevante, positivo o negativo, en esa ac­tuación: los responsables. Esos responsables hacen frecuentemen­te de contrafigura, que interviene para dar mayor resalte a la originalidad, la fuerza, la libertad de la grada del Espíritu. Por "responsables" se entiende comúnmente a la jerarquía y a todo el que detenta alguna forma influyente de autoridad oficial. Y los demás, ¿no son o somos también responsables en la Iglesia ,y de la Iglesia? 7.

Vamos a apearnos del tópico y a examinar con mayor pre­cisión la realidad teológica y espiritual. Entiendo por responsa­bilidad eclesial la actitud de quien actúa en la Iglesia teniendo en cuenta el bien del conjunto, la totalidad de elementos y fun-

7 En un número especial sobre el tema «El derecho a disentir», Concllium (1982), n. 178, pp. 149-292, varios autores utilizan con exceso y descontrol la ter­minología de (elos responsables)): los responsables y los limites de la disidencia, los discrepantes y los responsable, etc. Aunque puede entenderse bien, ciertamente no aclara las ideas, ni favorece las actitudes espirituales.

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ciones que lo integran, las implicadones y consecuencias de los propios actos, las reacciones de los demás. En este sentido es­tricto, cada miembro es responsable en la Iglesia y de la Iglesia. No vale decir que al hablar de "los responsables", la palabra se entiende en sentido jurídico ... Comoquiera que se . entienda, sus­trae de hecho a muchos miembros de la Iglesia la conciencia de la propia responsabilidad personal y comunitaria. Las con­secuencias han sido muy negativas, tanto para los responsables como para los no-responsables.

Al no considerarse responsable de toda la comunidad y de la armonía general, el carismático se limita a realizar su propia gracia con generosidad y entusiasmo, sin limar aristas, dejando a la autoridad la tarea de compaginar los varios servicios inde­pendientes que cada uno lleva a cabo de manera unilateral. Esto hace que la comunidad pueda degenerar en un cruce de extre­mismos contrapuestos. Sería entonces una confrontación de egoís­mos espirituales. Si cada uno fomenta y defiende únicamente 10 suyo, no hay autoridad central capaz de trasformar esa lucha de egoísmos en el bien y la armonía de toda la comunidad. A lo más que puede llegar es al equilibrio frágil del compromiso o de la mutua tolerancia. Pero eso no se llama ni es integración de carismas.

Como queda dicho en el apartado anterior, la inserción en la 'comunidad y en el conjunto de carismas forma parte esencial de la gracia carismática, y tiene que ser llevada a cabo en pri­mer lugar por el carismático mismo. En esa tarea, le puede ayu­dar a discernir la jerarquía o el resto de la comunidad, pero no le suple nadie. El es el primero que tiene que juzgar sobre la conveniencia de obrar o reservarse, hablar o callar, según las circunstancias o según lo pida la presencia de un bien mayor en la comunidad. A los carismáticos de Corinto recomienda San Pablo que cada uno sepa discernir cuándo conviene intervenir, callar, hablar, o dejar paso a otros carismas más importantes; sin esperar a que la autoridad le tenga que decir cada vez cuán­do conviene hablar y cuándo escuchar en silencio y recibir los carismas de otros para la propia edificación. La armonía comu­nitaria tiene que nacer de cada carismático, que ordena y subor­dina por propia iniciativa y responsabilidad el propio carisma a los carismas de los demás y al bien común.

Es el modo en que actúa el carisma cristiano auténtico: libre

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y responsable. Dos propiedades esenciales, pero nada fáciles de combinar en la realidad.

"Pablo, que fue quien desarrolló la doctrina de los carismas, no tenía un concepto infantil de libertad, sino maduro, auténtica­mente adulto. Carisma es la tarea encomendada por Dios al indi­viduo dentro de la estructura del organismo; es decir, carisma es ante todo responsabilidad (en favor del todo), insertarse (en el todo), entrecruzarse con otras tareas, 10 mismo que en el cuerpo una cé­lula se entrecruza con otra, un miembro con otro. Las líneas maes­tras de cada tarea se forman tanto desde dentro como desde fuera, en el roce con las otras tareas. En el organismo no existen entre los miembros espacios vacíos en los que cada uno podría ejercer su libertad, 'organizar su tiempo libre'" 8,

Con esa conducta teologal ,y responsable se hubiera evitado, mejor que con protestas y denuncias, la intervención constante de la jerarquía en los carismas con carácter punitivo o precau­cional. Además de sus responsabilidades específicas, ha tenido que suplir frecuentemente la responsabilidad carente de cada carismático, preocupado únicamente de llevar adelante su gracia o sus ideas, sin cuidarse de los desesquilibrios o perjuicios que pudieran causar en otros sectores de la comunidad. Al asumir la tarea desagradable de limitar a unos y a otros, la jerarquía se ha fabricado una imagen negativa y se carga con las iras de unos y otros. Si cada unocumpHera responsablemente sus fun­ciones, la autoridad tendría que mediar solamente en casos di­fíciles y para determinaciones últimas.

Distribuyendo la responsabilidad es como mejor se reparte la autoridad. No acabo de ver la razón del corte neto que ordi­nariamente se establece entre jerarquía y no jerarquía en materia de actuación frente a los carismas en la Iglesia. La diferencia muchas veces está sólo en el modo de imponerse, que es más tajante y decisorio en el caso del superior. Pero la calidad de su actitud frente a una actuación del Espíritu en la I'glesia no cambia por el hecho de ser o no ser superior. Es decir, nocam­bia en su sentido histórico y en su calidad espiritual el modo de ver e interpretar las cosas. Al tener autoridad, dispone de otros medios más eficaces para llevarla a realización; y, además, su decisión tiene ahora, por acción del Espíritu, un sentido salvífi-

B H. U. VON BALTHASAR, La obediencia en la Iglesia, en AA. vv. ,Problemas de la Iglesia hoy, Madrid, 1975, p. 47.

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CO. Pero mantiene sus limitaciones. Vemos a cada paso que quien se muestra, como superior, favorable o contrario a un carisma, pensaba ya lo mismo cuando aún no era superior y actuaba en consecuencia dentro de sus posibilidades. En el representante de la jerarquía, actúa el miembro de la Iglesia con su educación y su mentalidad anteriores. La jerarquía, aun admitiendo los cam­bios interiores y exteriores que aporta la función, está compues­ta por personas que anteriormente han actuado como personas particulares o incorporadas a grupos. Por eso digo que no con~, viene marcar demasiado la diferencia entre jerarquía y no jerar­quía en la actitud frente a los carismas, pues la jerarquía se ha hecho la idea en las corrientes en que vivía antes de recibir el cargo.

y actúa frecuentemente en conformidad con otras corrientes de la opinión pública. En sus decisiones, se hace intérprete de la acogida o de la oposición que un determinado carisma suscita en ciertos sectores de la Iglesia. Tanto en los aciertos como en los desaciertos de la autoridad en sus actuaciones frente a los carismas, gran parte de la responsabilidad recae sobre sectores de la Iglesia que fomentan esas mismas posturas.

No digo ésto por exonerar a las personas con autoridad de los errores que han cometido en la historia y de los desaciertos que pueden tener en nuestros días. Son de sobra conocidos y co­mentados a cada paso. Como el título claramente indica, la in­tención era dejar puesto en claro que la responsabilidad es de todos y de 'cada uno,cuando los carismas se logran o se malo­granen la Iglesia.

Divergencias

Era inevitable, en el desarrollo de nuestro tema, topar con el hecho de las divergencias y de los contrastes. Por su misma naturaleza y función, son los carismas gracias parciales y dife­rentes. Las divergencias saltan más directamente a la vista, al hablar de integración, que trata precisamente de armonizar las diferencias, y no de hacerlas desaparecer. Integración y diver­gencia no son contradictorias, sino que L:onstituyen dos factores complementarios de un mismo proceso espiritual, que es la ac- '

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tuación de los varios carismas dentro de la misma comunidad de fe y de amor 9.

Con los elementos de comumon y de responsabilidad gene­ral presentados anteriormente, estamos en condiciones de afron­tar un tema por tantos conceptos delicado.

El pluralismo es un hecho normal en la vida de la Iglesia: en pensamiento, en gustos, en vida, en acción. Personas y grupos se incorporan a la Iglesia con su 'cultura y mentalidad, con sus preferencias y prioridades, con sus gustos y repugnancias. El he­cho objetivo de las diferencias no presenta especial dificultad, mientras se mantiene dentro de un cierto límite. Expresa la plu­riformidad de la existencia cristiana auténtica.

Hablamos de divergencia, cuando las diferencias objetivas son advertidas vivamente por las personas, que toman concien­cia al mismo tiempo de la propia gracia y de la ajena como dos realidades válidas y contrastantes. Es decir, cuando pasan de vivir cada una en su propio sector a confrontarse en un mismo terreno y sobre un mismo punto. No es pura coexistencia pací­fica. Es cuestionamiento mutuo, a nivel de creencia, mentali­dad, sensibilidad, tarea.

La divergencia no es una anomalía eclesial, o un estado de emergencia. Es una forma de comunicación normal. Precede, acompaña y sigue a la integración más lograda. Es más, presu­pone y desarrolla cualidades espirituales muy valiosas: la con­vicción de que la gracia de Dios es mayor que la propia com­prensión, la conciencia de los propios límites y parcialidades, respeto y admiración hacia la persona y la gracia del otro. El pluralismo carismático es una situación normal en la Iglesia, y este hecho teologal indica que la divergencia puede tener lugar a nivel de dos gracias del mismo Espíritu dadas para el bien co­mún de la misma Iglesia.

El odgen del contraste se encuentra a veces, como en el caso citado, en la diferencia de gracias y de funciones; se debe a prin­cipios teológicos. Mucho influyen también los factores socioló­gicos: cultura, raza, región, experiencias de vida, pertenencia a grupos, información, etc.

El ideal, en la integración de los carismas, es conseguir el

9 En un número anterior de esta revista hay varios estudios que tocan de algún modo el tema: AA. VV., Madureii1 cristiana y comunión eclesial, en «Revista de Es· piritualidad», 41 (1982), 291·415; cfr. también K. RAHNER, No apaguéis al Esplritu, en Escritos de Teologla, VII, Taurus, Madrid, 1968, pp. 84·99.

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pluralismo simultáneo, que logra la convivencia constructiva. Pe­ro es también el modo de evitar los extremismos sucesivos. La intolerancia hace que las varias formas o corrientes se sucedan unas a otras como reacción, con el comprensible exclusivismo. De ahí las tensiones y los conflictos.

Para poder realizar una integración bien cimentada de las varias mentalidades y tareas, es necesario tener valores y pun­tos de referencia comunes, y establecer de algún modo los lími­tes de la disidencia. En la Iglesia, existen tales valores: evange­lio, comunidad de fe, tradición, creencias, formas de vida pri­mordiales en que se encarnan tales valores. La amplitud y los límites de la disidencia quedan establecidos por ese mismo prin­cipio, en cuanto a objetividad, y por la exigencia básica del amor y de la unidad sentida en cuanto a su vivencia subjetiva.

El amor sentido, interior, es factor decisivo en la integración de carismas, particularmente a la hora de armonizar contrastes. La mera convergencia en el reconocimiento de valores objetivos comunes no crea comunión. Como tampoco bastaría el solo afec­to, para integrar mentalidades heterogéneas en la comunión ecle­sial. De todos modos, queda claro que la armonía de las diferen­cias, además de la unidad de doctrina, requiere una educación afectiva y espiritual.

Por el motivo indicado al final del apartado anterior, no he querido plantear las divergencias y los contrastes concentrándo­los en esas dos figuras a que nos ha acostumbrado el tópico: el carismático y la jerarquía, el carisma y la institución. El mismo contraste existe y puede llegar a tensión entre carismático y ca­rismático, entre superior y superior.

Tensiones

La tensión es prolongación de la divergencia, como ésta lo es de la simple diferencia. La divergencia se convierte en ten­sión cuando las tendencias se contrastan en puntos juzgados de importancia e interés, que llevan fuerte recarga afectiva. Mere­cen tratamiento aparte, por sus rasgos específicos y también por las reacciones que provocan en quienes no se hallan directamen­te implicados.

Se trata de una confrontación comunitaria, en valores de in-

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terés común, que interpelan la responsabilidad de todos. Las ten­siones que aquí surgen deben estar orientadas, como toda acción eclesial, por la caridad y la obediencia. Sin embar'go, la caridad y la obediencia en este caso presentan un cariz especial. No es el afecto delicado entre dos personas, ni es la sumisión a lo que piensa, quiere y dice la persona revestida de autoridad. La ca­ridad social tiene otras proporciones y otros modales; y la obe­diencia en situaciones graves de interés común realiza de ma­nera apropiada la docilidad.

La Iglesia primitiva, que era un solo corazón y una sola alma, está llena de tensiones de todo tipo: religiosas, culturales, sociales. El libro de los Hechos explicita algunas y otras las deja entrever. Es normal la existencia de tensiones en la Iglesia, entre iguales, con superiores. Es un mal menor y necesario. El admi­tir su existencia en estos términos predispone a su mejor inte­gración. Fijar como única forma auténtica de 'caridad cristiana el modal fino yel hablar en voz baja hace que luego se drama­ticen como escándalos las tensiones normales y se las agrave precisamente con esa condenación emotiva e injusta.

La teología ,y la experiencia nos han ido acostumbrando a este fenómeno desagradable, que son las tensiones dentro de la Iglesia o dentro de una comunidad. Somos más conscientes de que las fuerzas que actúan socialmente llevan inherente cierta presión, 'tensión, para promover valores, trasformar mentalida­des o estructuras. No se obtienen resultados concretos, si no es presionando, forzando un poco, resistiendo embates, disgustan­do a alguien; y en algunos casos, como han hecho los santos, adelantándose con hechos consumados 10.

A esas fricciones inevitables que provoca la actuación de tipo social, hay que añadir otros factores de tensión debidos a la im­pulsividad o poco discernimiento de unos y de otros, de quien actúa y de quien lo recibe. No se enfrentan normalmente los ca­rismas, sino los carismáticos. Los carismas se complementan unos a otros, mientras los carismáticos se combaten. Quiero decir que la tensión proviene con frecuencia del modo inadecuado o inopor­tuno, con que la persona inserta en la comunidad su propia gracia. Y muchas de las reacciones negativas que provoca en

10 Cfr. ToMÁs AINAREZ, Il senso della Chiesa in tempo di conflitti, en AA. VV., Chiesa dello Spirito, responsabilitil del cristiano, Teresianum, Roma, 1977, PP. 29-50. Establece los principios y estudia en particular el dinamismo eclesial y original de algunos santos: San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús.

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otros grupos no van dirigidas contra la gracia del Espíritu San­to, sino contra los malos modales o motivos del carismático.

Es una experiencia que hacemos a diario. Hay muchos gru­pos en la Iglesia reconocidos por todos como carismáticos. Por ejemplo, una congregación religiosa. Reconocemos que es un carisma, y sin embargo, le contrastamos en opiniones, proyectos, conflictos, cuando lo creemos justo, sin pensar que por ello va­mos contra el Espíritu dador de los carismas. Estamos conven­cidos de que a la gracia original la reviste cada uno de su ro­paje humano.

Desembocamos siempre en la misma tarea primordial, cuan­do se habla de carismas: el discernimiento. Discernir cuándo es gracia de cuando es simple ocurrencia. Y, sobre todo, saber dis­cernir dentro de la gracia misma lo que es acción del Espíritu y lo que puede ser deformación del intermediario.

El otorgar a las tensiones un estatuto limitado de ciudadanía dentro de la Iglesia quita a ese fenómeno el dramatismo que tendría, si lo interpretamos como grave falta de caridad. Pero esa legitimidad parcial no debe hacer olvidar los efectos negati­vos y los graves condicionamientos que implica esa forma "extra­ordinaria" de comunicación eclesial. Fácilmente se convierte en ruptura de comunión y degenera en mutua neutralización de los carismas, como se dirá en seguida. Por eso, la tensión de grupos, para ser cristiana, necesita cumplir ciertas condiciones: mante­ner el amor mutuo, destacar los puntos de convergencia, ser breve, procurar incluso con sacrificio la conciliación.

IV. DESINTEGRACIÓN ESPIRITUAL

La integración de carismas pasa ahora del proyecto armom­ca a la realidad vivida, hecha de contrastes ;y dispersión. La obra del Espíritu se neva a cabo por manos y corazón de hombres, provocando consiguientemente reacciones humanas. En esta úl­tima parte, destacaremos algunas entre las posibles deformacio­nes. Por contraste, se 'comprenderá mejor lo que significa inte­gración y el esfuerzo que requiere por parte de todos el llegar a conseguirla.

Ha sido un heoho comúnmente admitido la posible inutili­zación del carisma. La convicción general es que; por unas u

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otras causas, un carisma puede malograrse de manera total o parcial. • I :. I

Queda, en cambio, muy pobre y confusa la identificación de posibles causas y causantes del fracaso. La estrechez de visión se debe en parte a que la exploración se ha hecho a partir del texto paulino: "No apaguéis al Espíritu" (1 Tes 5,19), tantas veces citado. La recomendación paulina está dirigida, según la mentalidad común, principalmente a la jerarquía. Y ésta se ha convertido prácticamente en causa universal de los entorpeci­mientos que encuentra el carisma.

Sea cual fuere la intención del texto bíblico, lo cierto es que la desintegración de los carismas tiene hoy muchas otras causas y expresiones. Una espiritualidad abierta y atenta a los hechos debe acabar con esos esquemas prefabricados, que funcionan al margen de la realidad. No ~s sólo ni principalmente en la insti­tución donde encuentra el cmisma los agentes de su posible des­trucción.

Al ensanchar, como hemos heoho en los números anteriores, los componentes estructurales y dinámicos del carisma, aumen­tan proporcionalmente las posibilidades de desfase. Es obra del Espíritu, tamizada por la mente y el corazón del hombre. Es vida personal antes que función, o función asumida en una existen­cia completa. Es servicio personal, pero dentro de una comuni­dad y como miembro de la misma, donde viven otros carismas y otras funciones diferentes y necesarias.

Este mecanismo complejo y delicado se puede romper por muchos sitios. El discernimiento espiritual, que cuida la auten­ticidad y el vigor de la vida, s~ enfrenta hoy con una tarea muy difícil. Son muchos los factores que entran en juego y, además, combinados por el Espíritu Santo en formas atípicas, sin prece­dentes en la historia y sin paralelismo actual.

"Desintegración" espiritual indica la deformación del caris­ma en cualquiera de sus componentes o fases de realización. Tiene efectos benéficos señalar algunas formas frecuentes de "apagamiento" ° debilitación de la ·gracia del Espíritu. El haber pensado casi siempre en la autoridad, cuando se hablaba de opresión de carismas, ha hecho cerrar los ojos frente a otras causas no menos graves y negativas de la desintegración caris­mática.

A título de ejemplo, voy a nombrar cuatro de ellas, que ilus-

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tran suficientemente el panorama de la desintegración: el con­flicto violento entre carismas, la incorporación inerte a grupos carismáticos, la seducción que hace abandonar suavemente la propia gracia, la ruptura entre función y vida. Cada uno de es­tos posibles fallos es un tema de gravedad, que exigiría trata­miento particular y amplio. Será cosa de volver sobre ello en otra ocasión. Para el propósito actual, es suficiente una alusión.

Conflictividad

Es la forma que primero se advierte entre los posibles efec­tos negativos que produce el ejercicio del carisma, y la que ha producido literatura más abundante. Empalma con divergencia ,y tensión, presentadas anteriormente. Si allí se hablaba de la pusilanimidad espiritual de muchos que se escandalizan e inter­pretan como falta de caridad y obediencia cualquier iniciativa privada un poco fuerte en la Iglesia, ahora hay que llamar la atención sobre el abuso contrario: la facilidad con que se crean, se mantienen, se agravan los conflictos,como recurso ordinario de vida y de acción. A este estilo denomino "conflictividad", y no a tensiones o conflictos aislados.

Es un fenómeno nuevo en la Iglesia. Muchos factores han influido en su generalización. Entre otros muchos, se pudieran señalar tres: mayor pluralismo, libertad de expresión, modelo social. A raÍZ del concilio Vaticano n, ha aumentado desmesura­damente en la Iglesia la 'variedad de formas de pensar, de sentir, de vivir, de trabajar; y a todas ellas se les reconoce legitimidad cristiana, en principio, siendo muy diferentes unas de otras. A este hecho básico hay que añadir el de la libertad de expresión, por la que cada uno se mueve a proponer su forma, defenderla, ensalzarla, dar su opinión sobre otras formas diferentes o con­trarias, organizar su vida al margen de los demás. Los modelos sociopolíticos, como tercer elemento, vienen a dar el último to­que a la conflictividad eclesial: luchas de clases, de 'grupos, de partidos, para llevar adelante los propios intereses y programas, para contrarrestar los de los demás; rebeliones, guerras, presio­nes intimidatorias; todo esto se ha convertido en estilo ordinario de la acción social. Como el cristiano es el mismo ciudadano, fácilmente hace extrapolaciones y actúa en la vida de la fe con psicología y métodos del sector político .Y social.

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Pienso que la conflictividad está asumiendo frecuencia y re­lieve desmesurados en la convivencia eclesial. Teologías de la acción, de la praxis, que buscan resultados inmediatos y tangi­bles, recurren demasiado fácilmente al conflicto, incluso lo pro­vocan intencionadamente como medio de publicidad.

Si el conflicto fuera solamente el medio penoso y necesario para que un carisma se afirme en la Iglesia, deberíamos patroci­narlo, porque es efecto secundario de una gracia principal. Pero resulta que la conflictividad ~s hoy un método generalizado: de una intervención carismática, de egoísmos de grupo, de tem­peramentos agresivos, de quien desea imponer sus caprichos, de quien carece de talento o razones para triunfar por otros me­dios. Es normal que provoque reacciones adversas y de fuerza, sin que esto signifique resistir al Espíritu Santo.

El malestar tiene muchas manifestaciones, unas más espec­taculares y otras menos. Se ha hecho notar el "resentimiento" con que se afirma el valor del matrimonio cristiano, minusvalo­rando la 'consagración religiosa, como reacción a tantos siglos de signo contrario. Es irritante el estilo agresivo o despectivo con que unos hablan de otros en la Iglesia: el activo del con­templativo y viceversa, entre los varios estados de vida, entre 'grupos, entre súbditos y superiores. Raramente se oye un len­guaje respetuoso y admirativo frente a una iniciativa que no re­sulte cómoda y fructuosa desde el primer momento.

Ya indiqué antes las posibles actitudes ilegítimas de unos y otros, que provocan la conflictividad. El carismático que se pre­senta insolidario y francotirador, autónomo,como directamente inspirado por Dios en todos sus pensamientos,gestos, palabras, inconsciente de los propios límites y de la gracia de los demás. La predisposición de superiores y 'grupos a reaccionar negativa­mente, cuando se sienten afectados en sus proyectos e intereses. A ello St:) añade la naturaleza especial de algunos tipos de acción carismática. En general, los carismas de caridad pasan con ma­yor facilidad, sin provocar conflictos. La actividad innovadora de la M. Teresa de Calcuta es vista por todos con buenos ojos. No sucede o sucedería otro tanto frente a un teólogo que demos­trara igual fuerza innovadora a nivel de ideas.

Por culpa de unos y de otros, el daño que puede causar la conflictividad en la vida de la Iglesia es inmenso: desune, des­moraliza, margina, impone la ley del más ,fuerte, se paralizan

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o neutralizan mutuamente las energías, agrava o inventa los pro­blemas, las pasiones, etc.

En resumen, el conflicto en la Iglesia tiene larga historia y es, en determinadas circunstancias, una necesidad. Pero debe reconocer sus límites y exigencias, y su permanente ambigüedad. Una conflictividad prolongada o generalizada es una forma de desintegración espiritual.

Grupos y herencias

Los carismas de mayor validez se presentan ordinariamente en forma de 'grupo y herencia. Arrancan de la experiencia ori­ginal de una persona o de un pequeño grupo. Por la fuerza de esa gracia y la atracción de la tarea que cumple en la Iglesia, otras personas se van inCOl})orando, hasta formar grandes gru­pos y comunidades. Debido a su misión permanente, pervive largamente en tiempos sucesivos y acoge nuevas generaciones de sujetos que reciben del Espíritu Santo la ,gracia de continuar la vivencia y la función de ese carisma en la Iglesia.

Para su convivencia, colaboración, pervivencia, un grupo de esa naturaleza necesita organizarse. Tenemos, en consecuencia, un carisma de 'grupo organizado, o un grupo carismático orga­nizado: formas de vida y de piedad, de apostolado y de forma­ción, gobierno y leyes, casas y tradiciones.

El carisma de 'grupo es forma frecuente y eminente de ca­risma, por su amplitud, continuidad, eficacia. Lleva el signo de lo comunitario y eclesial en su estructura. Manifiesta más visi­blemente la presencia y acción del Espíritu. Ofrece a sus miem­bros las ventajas de una gracia afirmada, de unos medios de santificación y de acción comprobados en larga experiencia, de una estabilidad, el apoyo de una comunidad, etc. (LG 43). En su acción comunitaria, el grupo equilibra la función de cada individuo, compensa sus aristas y parcialidades.

También este carisma está expuesto a la desintegración es­piritual, al extenderse en número y prolongarse en la historia. Acostumbrados a ver solamente los peligros que 'Vienen de fue­ra, como opresión y resistencia a los carismas, pasan desaperci­bidas estas formas suaves de degradación interior. Es la ley del desgaste, que amenaza a los institutos, a los grupos y movimien­tos, a las formas establecidas y duraderas de 'Vida cristiana.

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Pongamos el ejemplo de la vida religiosa. ¿Qué sucede con el carisma del instituto que lleva varios siglos de existencia? Di­ríamos que lo normal es que sobreviva con vigor espiritual, ya que el Espíritu Santo da estos carismas de naturaleza apropiada para que perduren en el tiempo, y suscita nuevas vocaciones a la medida de esa obra que quiere continuar. Dos gracias del mismo Espíritu, que se complementan y se potencian mutua­mente.

Pero también puede y suele suceder que el carisma original degenere. Su misma estabilidad, su solidez estructural en vida y acción, su peso social, se convierten en el verdadero punto de apoyo, asumiendo las funciones que en un principio cumplió el impulso espiritual. El carisma entonces se solid1fica, cristaliza. Dispone de medios para enfrentarse con las situaciones, y no necesita ¡ya escuchar la voz imprevisible del Espíritu, crear o re­crear 'vida y experiencia. Está todo previsto y prescrito.

Quien se incorpora al grupo, "hereda" el carisma. Pero el espíritu no es ningún objeto material que se pueda conservar y pasar de mano en mano. Es un patrimonio que sólo se hereda en la medida en que se revive, en que incita a recrearlo en la actualidad. De lo contrario, queda en título vacío, que propor­ciona honores y tal vez medios de subsistencia. Como quien he­reda el ·título de nobleza que ganó su antepasado con hazañas personales: no hereda la calidad de alma, el esfuerzo, la alegría del servicio y del sacrificio.

El fundador consagró su vida a la búsqueda y experiencia de Dios, al servicio de la Iglesia, a encontrar hermanos con quie­nes asociarse, a trazar y vivir y abrir junto con ellos el camino de la .gracia recibida del Espíritu. Tiene que procurarse modo de vida y de trabajo, casa para vivir, necesidades para su apos­tolado. El fundador ~s como el escultor que saca del bloque de mármol la obra artística: piensa, ama, siente, sueña, ensaya, consigue con sudores cada nue'Vo rasgo expresivo. Trabajo duro, pero que le hace vivir el arte.

Viene el heredero, y 'Vive de sacar copias .Y fotografías de la estatua original. Todo es más fácil y más productivo, pero ya no hay vida ni arte en su labor. Eso mismo puede suceder con el religioso. Después de siglos, el instituto tiene mejores casas, me­jores medios de formación, de apostolado, más personal, más

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de todo ... ; pero tal vez mucho menos vitalidad carismática, y más monotonía, inercia, repetición.

No es que en un carisma de grupo cada miembro haya de tener la misma creatividad inicial del fundador. No son otros tantos fundadores, pero sí deben ser otros tantos carismáticos y, por lo mismo, estar animados por la experiencia de Dios, amor a la Iglesia, entrega a los valores vivos, que dieron impulso al espíritu inicial.

Está muy generalizada esta forma de desintegración espiri·· tual. Los ideales y la fuerza del Espíritu que dieron origen al grupo aún sirven remotamente para mantenerlo en pie; pero ya no son objeto de experiencia personal inmediata para muchos de los agrupados. Son miembros no carismáticos dentro de un gru­po carismático. Estos delegan esa 'Vivencia en el grupo como tal, en los demás. Un grupo sano tolera un cierto número de miem­bros desvocacionados. Pero si éstos rebasan el cupo de toleran­cia, se apaga el carisma de grupo como tal.

Seducción

Con esta palabra me refiero a una forma de apagamiento espiritual frecuente y poco advertido. La ocasión viene de fuera, pero la culpa nace dentro. Quien posee la ,gracia, abandona es­pontáneamente su vocación, pensando encontrar "otra mejor".

La convivencia e intercomunicación de carismas es normal y necesaria, tanto para la función de cada carisma como para la vida de la Iglesia. Mutuamente se potencian, ayudan y bene­fician. Cada uno de ellos aporta sus luces y estímulos particula­res, en la lectura del Evangelio, en la interpretación de la his­toria presente, en las múltiples tareas que tiene encomendadas la comunidad eclesial. Con su aportación particular, inspira y contagia a los demás carismas.

Este contagio de unos carismas sobre otros reviste modali­dades diferentes, no todas ellas legítimas y constructivas. Por simplificar las cosas, me referiré a tres de ellas: inspiración, pro­selitismo, seducción. La primera es auténtica, las otras dos son abusivas.

al Influjo inspiracional: llamamos así al contagio que tiene lugar, cuando el contacto con un carisma diferente suscita en

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alguien una respuesta espiritual que nace de las profundidades del propio ser y de la vocación propia de quien observa, en es­cucha directa la voz del Espíritu.

Esta debería ser la forma típica de irradiación de un ca­risma sobre otro, de un maestro o de un modelo sobre los de­más: ni oprimirlo, ni arrastrarlo, sino potenciarlo en su propio camino y en su peculiaridad diferente.

Existen efectivamente maestros, modelos, vocaciones, no so­lamente logrados en su propio camino, sino eminentemente ins­piracionales, es decir, capaces de suscitar vocaciones e iluminar caminos diferentes, sin provocar en ellos, voluntaria o involun­tariamente, mimetismo o imitación ciega. Tenemos entonces ver­dadera intercomunicación de Iglesia.

bl El proselitismo tiene lugar, cuando el carismático pierde la conciencia de sus límites, el interés por la gracia ajena y por el bien común, y trata de absorber otros servicios y vocaciones. Pretende que todos se asocien a la propia vocación, opinión, forma de vida 11.

Lo hace conscientemente, porque está pagado de los propios valores, falto de discernimiento, ajeno a la intención del Espíritu y al bien de la Iglesia. Lo hace de manera inconsciente otras veces, por necesidad de seguridad: cuanto más personas siguen su propia forma de vida, más seguro se siente de que está en la verdad, en 10 mejor. Si es misionero, todos han de ser misione­ros; si contemplativo, contemplativos también todos los demás; si trabaja en 10 social, en eso mismo han de trabajar todos los miembros de la Iglesia.

La actitud proselitista es fruto de una deformación interior. En el fondo, se trata de egoísmo, que piensa más en sí que en la intención del Espíritu, en el valor de la gracia ajena y en el servicio de la Iglesia. Pero de hecho tiene influjo negativo sobre personas poco seguras de la propia vocación o muy sensibles a la aprobación o desaprobación ajenas.

el Seducción. En este caso, el apagamiento del carisma no viene de fuera en forma de resistencia u opresión. Mientras el

11 «Todo carisma es para común edificación, pero no para 'imponerlo' a todos los miembros de la Iglesia o para reducir ésta a ellos. Todo carisma 'se pierde' en la Iglesia.» M. HERRÁIZ, Discernimiento: actualidad y motivaciones, en «Revista de Espiritualidad», 38 (1979), p. 523.

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proselitismo implica intención, método persuasivo, la seducción juega inconsdentementecon factores de tipo afectivo, pasional 12.

La fuerza seductora viene del carisma que goza de brillantez, ascendiente social, dinamismo externo, consideración pública, o manifiesta rasgos de "pureza evangélica", a tono con los va­lores que en cada época o ambiente suscitan mayor acogida y entusiasmo. Posee esa misma fuerza de seducción la persona que realiza el carisma con rasgos de líder, maestro, encantos espiri­tuales y humanos. Todo ello produce un arrastre afectivo hacia la forma de vida y la tarea del carisma o del carismático que ejerce la seducción.

Del lado del oyente, juegan papel decisivo la ingenuidad y la inmadurez psicológica y espiritual. No tiene conciencia de la propia vocación, ni como llamada de Dios, ni como predisposi­ción natural. Le faltan convicciones, capacidad de opción. Se deja arrastrar por el mejor oferente, el último que habla, la úl­tima impresión. Como todo 10 que hacen otros le parece mejor que lo suyo, pasa de uno a otro sin comprometerse con nada. Dejan sin realizar la propia misión en la Iglesia, malogran la gracia del Espíritu, por andar probando vocaciones ajenas.

A esto llamo seducción de carismas: un carisma arrastra a otro a abandonar el propio servicio creativo, encaminándolo por vías de imitación.

Desintegración personal

Llegamos a la causa última y principal del fracaso de mu­chos servicios encomendados por el Espíritu Santo a los miem­bros de la Iglesia. La causa del mal se encuentra dentro de la persona misma, a quien Dios ha hecho portadora de su gracia. Con esto, no se niega la responsabilidad ajena, el influjo de factores negativos venidos de fuera. .

Ya expliqué anteriormente que el carisma funciona con tres personajes principales: el Espíritu da a la Iglesia por medio del carismático. IDce notar igualmente que la teología ha destacado los dos primeros, dejando al tercero en papel de funcionario por quien resbala la gracia, para pasar del Espíritu a la I'glesia. Y

12 Cfr. A. VAN KAAM, The Dynamics 01 spiritual sell direction, Dimension Books, Denville, 1976, pp. 301-308.

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esto es un error, con graves consecuencias. De ahí se sigue la desvitalización del sujeto, y como consecuencia se produce la dis­función, o sea, del heoho de no vivir él mismo la gracia a fondo deriva su incapacidad para trasmitirla.

La gracia completa conlleva, de la parte del sujeto, tres as­pectos o momentos en su acción: la vivencia, la función, la in­serción. Cualquiera de los tres que falle, tenemos la desintegra­ción personal del carisma.

En el segundo apartado se habló de la compenetración entre función eclesial IY vivencia personal. El sujeto escogido por el Espíritu para un servicio lleva la gracia realizadora en todo su ser, en toda su vida. Es el primero en ser alcanzado por la fuer­za santificadora, porque es instrumento vivo, y porque es Iglesia a quien va dirigida la gracia. Implica, además, un trabajo largo de adaptación al servicio encomendado, ya que el carisma no produce automáticamente la adecuación del sujeto a su nueva misión. Requiere educación espiritual, cualidades psicológicas apropiadas. Es un contrasentido ser enfermera, con el carisma de la caridad, y vivir en constante malhumor. Si no cumple estas exigencias de vida, el sujeto mismo desintegra su misión.

Quien neva acabo una misión en el cuerpo místico, sabe que hay otras misiones y funciones tan importantes como la suya. Debe, pues, al prestar su 'servicio, cuidar de armonizado con los servicios ajenos 13. Esta segunda tarea forma parte esencial de la misión. No basta entregarse sin reservas al propio trabajo, poner buena intención y espíritu de sacrificio, para que uno acierte en la inserción. Con la mejor intención, puede hacer una imprudencia, empujado por la generosidad personal y la valen­tía. El carismático puede llegar a ser víctima de los propios erro­res e imprudencias, más que de la incomprensión ajena. Contar con la colaboración, el discernimiento y la crítica de los otros, es para el carismático una garantía de que en él actúa el Espí­ritu de amor para el bien de toda la Iglesia.

13 Critica San Juan de la Cruz el modo irresponsable con que algunos utilizan ciertas gracias especiales del Espíritu: «o no entendiéndolas como se han de en­tender, o no aprovechándose de ellas y usándolas como y cuando es más conve­niente; porque, aunque es verdad que cuando da Dios estos dones y gracias les da luz de ellas y el movimiento de cómo y cuándo se han de ejercitar, todavía ellos, por la propiedad e imperfección que pueden tener acerca de ellas, pueden errar y mucho, no usando de ellas con la perfección que Dios quiere, y como y cuando él quiere» (Subida del Monte Carmelo, IlI, c. 31,2).