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categorías producto de la práctica cien- tífica, sino formulaciones en la ideología. Es por esto que el trabajo de Igor Caruso -junto con el de Basaglia y Marie Langer- cobra una significación particular dentro de los ensayos reunidos en este libro. Caruso analiza la obra de Freud a partir de su carácter revolucionario; es de- cir, en tanto que la teoría freudiana, como método terapéutico, busca, mediante la ti- beración de lo reprimido, devolver al ser humano la conciencia de sus impulsos y necesidades, de sus deseos y pulsiones más profundos, y a través de ello, restituirle su espíritu crítico frente a cualquier circuns- tancia, ya sea ésta social o individual. La ponencia de Armando Suárez, que cierra el libro, analiza las relaciones entre el psicoanálisis y el marxismo, destacando la necesidad de reubicar la práctica psicoanalí- tica en su contexto histórico, como única forma de devolverle su verdadero carácter científico y revolucionario. Así, Razón, locura y sociedad viene a constituirse en un serio intento por desarro- llar la crítica a la burocratización de las instituciones psquiátricas y psicoanalíticas. Y, además, recuerda algo que la ciencia no debía nunca haber olvidado: toda teoría y práctica científica es producto de un deter- minado contexto social, y sus resultados necesariamente deberán reincidir sobre ese contexto. De lo contrario, y en la medida que no se democraticen las estructuras de estas instituciones, sus prácticas seguirán dominadas por la ideología y los productos que se obtengan de ellas serán cualquier cosa menos productos científicos. lrma J. Lorentzen Varios autores, Razón, locura y sociedad, Siglo XXI editores, México, 1978, 199 pp. Juan Villoro: El mariscal de campo Uno de los últimos volúmenes de "La máquina de escribir", colección de plaquet- tes creada y dirigida por Federico Camp- bell, corresponde a El mariscal de campo, de Juan Villoro. Del autor conocíamos ya algunos cuentos publicados en revistas y en el volumen colectivo Zepelín compartido. El mariscal de campo reúne tres cuentos 44 Libros en los que el lenguaje ha adquirido mayor precisión, el tratamiento de' la anécdota más disciplina y el humor más libertad. "El verano y sus mosquitos" narra la desespera- ción de un estudiante mexicano en un internado de los EE. UU. ante el encierro al que está sometido por los reglamentos. Privado de "chavas", de libertad para nadar y tomar leches malteadas o Com flakes a su antojo, y sin otro consuelo que imaginar un escape y matar a sus celadores ("sabien. do que no había sido en serio, que lo que había matado era mi almohada"), el narra- dor ha perdido su última esperanza: "ni siquiera Dios me podía sacar de ah!"'. El mariscal de campo presenta a un personaje de 16 afios que se debate entre el futbol y el amor, Maracaná e Isabel, la gloria de jugar en el Estadio Azteca o de salir con su enamorada al cine, a tomar churros con chocalate o a las luchas ("pensó en llevar su camisa de dragones y sus zapatos de tacón aerodinámico"). "El cielo desnudo" es un cúmulo de reflexiones que no dejan en paz al insomne Rodolfo. El universo deja de ser un teorema abstracto para mez- clarse con la rutina diaria ("Después se quedó dormido, sofiando que llevaba en sus calcetines la medida del universo"). El lenguaje de Juan Villoro es el lengua- je de un interesante "contador de cuentos", más o menos a la manera en que lo entien- den Borges y Bioy Casares. Todo en él intenta ser expresión sensible de los aconte- cimientos. Espontaneidad, color, adolescen- cia, humor, los cuentos de Juan Villoro transcurren con la fluidez de un buen con- versador y con una causalidad lograda muy minuciosamente. Las continuas comparacio- nes, sintomáticas de su prosa, buscan siem- pre una certeza en la percepción de los sentidos y se amparan en una ingenuidad voluntaria: "Metí la cabeza en el hoyo como si fuera el león de las películas gringas", 'exactamente como si estuviera atrapado en un nebulo o en un gran malvavisco", "su- dando como si me rostizaran", "unas nubes chicas como palomitas de maíz", etc. Quizás uno de los mayores logros de esta "máquina" de Villoro sea el provecho que el au tor le saca a la ingenuidad adoles- cente en vista de una explosi6n de humor. Úl ret6rica de la "onda" pretende aquí algo más que un encuentro con la realidad. Su realismo, especialmente en "El verano y sus mosquitos", no representa un fm en sí mismo. Es más un instrumento que un punto de llegada, pues se puede entrever un anhelo por buscar temas de mayor comple- jidad. Seguramente que con la publicación de El mariscal de campo Juan Villoro inicia un proceso de asimilación de los límites del puro "contador de cuentos". Francisco Hinojosa Juan Villoro: El mariscal de campo La máquina de escribir, México, 1977. Kosinski el héroe de sí mismo Como en su anterior novela, El árbol del diablo -que los kosinskianos ponen entre las "malas" con Desde el jardin- Blind date, la última que ha publicado Kosinski en Estados Unidos, se inicia con una escena

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categorías producto de la práctica cien­tífica, sino formulaciones en la ideología.

Es por esto que el trabajo de IgorCaruso -junto con el de Basaglia y MarieLanger- cobra una significación particulardentro de los ensayos reunidos en estelibro. Caruso analiza la obra de Freud apartir de su carácter revolucionario; es de­cir, en tanto que la teoría freudiana, comométodo terapéutico, busca, mediante la ti­beración de lo reprimido, devolver al serhumano la conciencia de sus impulsos ynecesidades, de sus deseos y pulsiones másprofundos, y a través de ello, restituirle suespíritu crítico frente a cualquier circuns­tancia, ya sea ésta social o individual.

La ponencia de Armando Suárez, quecierra el libro, analiza las relaciones entre elpsicoanálisis y el marxismo, destacando lanecesidad de reubicar la práctica psicoanalí­tica en su contexto histórico, como únicaforma de devolverle su verdadero caráctercientífico y revolucionario.

Así, Razón, locura y sociedad viene aconstituirse en un serio intento por desarro­llar la crítica a la burocratización de lasinstituciones psquiátricas y psicoanalíticas.Y, además, recuerda algo que la ciencia nodebía nunca haber olvidado: toda teoría ypráctica científica es producto de un deter­minado contexto social, y sus resultadosnecesariamente deberán reincidir sobre esecontexto. De lo contrario, y en la medidaque no se democraticen las estructuras deestas instituciones, sus prácticas seguirándominadas por la ideología y los productosque se obtengan de ellas serán cualquiercosa menos productos científicos.

lrma J. Lorentzen

Varios autores, Razón, locura y sociedad, SigloXXI editores, México, 1978, 199 pp.

Juan Villoro:El mariscal de campo

Uno de los últimos volúmenes de "Lamáquina de escribir", colección de plaquet­tes creada y dirigida por Federico Camp­bell, corresponde a El mariscal de campo,de Juan Villoro. Del autor conocíamos yaalgunos cuentos publicados en revistas y enel volumen colectivo Zepelín compartido.

El mariscal de campo reúne tres cuentos

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Libros

en los que el lenguaje ha adquirido mayorprecisión, el tratamiento de' la anécdotamás disciplina y el humor más libertad. "Elverano y sus mosquitos" narra la desespera­ción de un estudiante mexicano en uninternado de los EE. UU. ante el encierroal que está sometido por los reglamentos.Privado de "chavas", de libertad para nadary tomar leches malteadas o Com flakes asu antojo, y sin otro consuelo que imaginarun escape y matar a sus celadores ("sabien.do que no había sido en serio, que lo quehabía matado era mi almohada"), el narra­dor ha perdido su última esperanza: "nisiquiera Dios me podía sacar de ah!"'. Elmariscal de campo presenta a un personajede 16 afios que se debate entre el futbol yel amor, Maracaná e Isabel, la gloria dejugar en el Estadio Azteca o de salir con suenamorada al cine, a tomar churros conchocalate o a las luchas ("pensó en llevarsu camisa de dragones y sus zapatos detacón aerodinámico"). "El cielo desnudo"es un cúmulo de reflexiones que no dejanen paz al insomne Rodolfo. El universodeja de ser un teorema abstracto para mez­clarse con la rutina diaria ("Después sequedó dormido, sofiando que llevaba en suscalcetines la medida del universo").

El lenguaje de Juan Villoro es el lengua­je de un interesante "contador de cuentos",más o menos a la manera en que lo entien­den Borges y Bioy Casares. Todo en élintenta ser expresión sensible de los aconte­cimientos. Espontaneidad, color, adolescen­cia, humor, los cuentos de Juan Villorotranscurren con la fluidez de un buen con­versador y con una causalidad lograda muyminuciosamente. Las continuas comparacio­nes, sintomáticas de su prosa, buscan siem­pre una certeza en la percepción de los

sentidos y se amparan en una ingenuidadvoluntaria: "Metí la cabeza en el hoyo comosi fuera el león de las películas gringas",'exactamente como si estuviera atrapado enun nebulo o en un gran malvavisco", "su­dando como si me rostizaran", "unas nubeschicas como palomitas de maíz", etc.

Quizás uno de los mayores logros deesta "máquina" de Villoro sea el provechoque el au tor le saca a la ingenuidad adoles­cente en vista de una explosi6n de humor.Úl ret6rica de la "onda" pretende aquíalgo más que un encuentro con la realidad.Su realismo, especialmente en "El verano ysus mosquitos", no representa un fm en símismo. Es más un instrumento que unpunto de llegada, pues se puede entrever unanhelo por buscar temas de mayor comple­jidad. Seguramente que con la publicaciónde El mariscal de campo Juan Villoro iniciaun proceso de asimilación de los límites delpuro "contador de cuentos".

Francisco Hinojosa

Juan Villoro: El mariscal de campo

La máquina de escribir, México, 1977.

Kosinski el héroede sí mismo

Como en su anterior novela, El árbol deldiablo -que los kosinskianos ponen entrelas "malas" con Desde el jardin- Blinddate, la última que ha publicado Kosinskien Estados Unidos, se inicia con una escena

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de poder que mucho tiene de violencia.Intimamente ligada, temática y estilística­mente, con The painted bird y Cockpit,BUnd date narra (y continúa) la inacabablehistoria de George Levanter "hombre deideas autoempleado" que juega a convencerauna niña de que es, en realidad, un niñoen un resort de lujo en los Alpes, que fueseducido por su madre a los veinte años,analiza complejos aparatos fmancieros paradescubrir una debilidad y provocar un páni­co gratuito (para él) que será detenido (porél) apenas a tiempo, recuerda su juventuden un país totalitario del que escapó enCockpit en el que enseñó a esquiar acampesinos y violó a una niña en un campode veraneo; que defiende intelectuales per­seguidos injustamente ("no tienen influen­cia: los ricos no les temen, los obrerosdesconfían de ellos y los campesinos nosaben que existen") en varios países; asesi­nando con el entusiasmo con el que unohace cola para entrar a un cine a jefes depolicías secretas, recorre bares gay en Nue­va York, recoge el cuerpo de su amigoasesinado por los niños de Manson, perpe­tra encuentros eróticos formidables y sematrimonia con una heredera sensacional.

Si antes los escritores norteamericanosaccedían al gozo y a la complacenciaapenas festinando lo que quedaba de ellosdespués de sostener desiguales batallas contodo lo que de algún modo significase larealidad y crearon en la medida que sedestruyeron, habría quizá que ver en Ko·sinski un heredero de esa repulsión (que, decierta manera ahora es de todos nosotros)en quien el estigma del escepticismo pareceimborrable. Pero más que sufrir la realidad,Kosinski ha decidido enfrentarla, subvertirlaél solo, depositar en ella toda su violencia ysu desprecio. No la claudicación, el partisa­nismo: no está dispuesto a poner la otramejilla, pero sí a joderse a los que puedamientras, como una especie de James Bondsel[-employed afectado de un nihilismo quequiere divertirse, manipula y juega con laspersonas e instituciones del gran capitalis­mo para infectarlo del odio inútil querecabó durante la guerra.

La historia revolvente y en potencia taninfinita como la habilidad de su autor paraimaginar argumentos y situaciones que vande lo ridículo a lo infernal conserva enBUnd date el carácter maquinal de lospequeños argumentos engranados en el apa­rato perfecto e inocuo del placer de nove­lar. La atracción de su increíble poderargumental incita, conmueve e irrita mien-

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tras desbarra, manipulándolo, por un mun­do habitable en cuanto utilizable por laimaginación del escéptico activista, autosu­ficiente, calculadamente cruel, necesaria­mente solitario e inesperadamente conmo­vedor, ya erotizado y hermético, ya desen­fadado y maniático, con el mismo fervorcon que se niega a tolerar la insolencia delmedio o a soportar la figuración pública.George Levanter (por primera vez sabemossu nombre; el mismo niño judío que sobre­vive la guerra de The Painted bird o elmismo asesino minucioso de Cockpit) habi­ta esas secuencias geniales con su particularmétodo de resistencia práctico individual­mente y socialmente arriesgado y hastapeligroso, provocando situaciones cuya pre­visibilidad lo regocija de antemano con elfin único de construir en su fuero internoun privado espectáculo redituable y egotistaque en nada altera el contacto con elplacer, el poder o el terror. Enfermo nota­ble pero satisfecho, Levanter controla sucuerpo y su curiosidad con los mismos

hilos: un onanismo civil que somete larealidad a los designios privados y, en esamedida la domina, la prevee, la limita. Loscaminos son el frenesí del orgasmo (siem­pre perverso) y la precipitación en el azar oel cálculo frío e inhumano.

El mundo en el que tal voluntad puedeejercitarse por supuesto, ha dejado sólo esaalternativa. La otra, la social ni siquierase contempla y el mundo totalitario invaria·blemente es despreciado por él. Tiene queser el mundo ahamente tecnificado y sofis­ticado el que le permita justificar su ego­centrismo y el convertirse en un héroeabsorto de sí mismo, un mundo cuyo me­dio natural permita tanto el exceso como laintemperancia. En ese sentido, son pocoslos escritores que, como Kosinski; hantenido la suficiente templanza para manipu,lar ese mundo insalvable de modo tansignificativo, incluso cuando acepta que susatractivos son al tiempo señales de su cadu·cación. Este diálogo entre Levanter y unarmero sugiere el carácter de esa alternati­va. En él, el personaje decide adquirir unapistola. El armero interroga:

-Estos son algunos ejemplos de lo quetenemos en existencia. Dígame qué clase depistola tiene. y le diré cuáles otras puedenecesitar.

- y o no tengo pistola.El armero pareció sorprenderse.- ¿Quiere algo para defenderse o para

divertirse?-Para defenderme como diversión.Levanter, esquiador experto (como en

Cockpit o The Painted Bird), al final de lanovela, es atrapado por una tormenta denieve. A punto de congelarse recuerda unaocasión en la que contaba historias a unniño en una playa. Los padres habían inte­rrumpido abruptamente y habían mandadoal niño al mar. Jugó con las olas un rato yluego se quedó absorto viendo el mar comoél ahora ve caer la nieve. Ignoramos cuál essu suerte, aunque a él nada parece preocu­parle mucho. Como lectores sólo podemosdesear que este hombre que hace o imaginahacer habitable su mundo con múltipleshechos no deje de relatar su vida formida­ble de nihilismo y de invención (y de citasciegas).

Guillenno Sheridan .

• Jerzy Kosinsld: Blind date, Hougbton Mif·,flin, Boston, 1977..