44994526 La Cosmovision Isabelina Tillyard

16
LA COSMOVISIÓN ISABELINA, Tillyard Introducción La época isabelina es vista como un período secular entre dos violentos brotes de protestantismo, período en el cuál el fanatismo religioso estuvo lo bastante aquietado para permitir al nuevo humanismo dar forma a la literatura inglesa. La cosmovisión aún era sólidamente geocéntrica, y era una versión simplificada de un cuadro medieval mucho más complejo. Recientes investigaciones han mostrado que el isabelino culto disponía de abundantes libros en lengua vernácula para instruirse en la astronomía copernicana, pero que a él le desagradaba alterar el viejo orden aplicando este conocimiento. El nuevo comercialismo era hostil a la estabilidad medieval. La grandeza de la época isabelina consistió en dar cabida a tanto de lo nuevo sin violentar la noble forma del antiguo orden. Es aquí dónde interviene la propia reina. EL ORDEN La mayoría basa la idea de la época isabelina en el teatro, y mantienen que las obras eran bastante desordenadas. Empero, se está empezando a percibir que tal teatro era sumamente estilizado y convencional, que sus licencias técnicas son de ciertas índoles y caben en una pauta, que sus extravagantes sentimientos son repeticiones y no novedades, que, después de todo, acaso tuviera su propia aunque extraña regulación. La concepción de orden se da por sentada hasta tal punto que forma parte de la mentalidad colectiva, que apenas si lo menciona. [Pasaje págs. 23 y 24] Están incluidas muchas cosas en el orden o jerarquía mencionados en dicho pasaje, y se atribuye un sentido muy poderoso a sus interconexiones. De todas formas, el cuadro está incompleto, ya que no incluye nada acerca de Dios ni de los ángeles, animales vegetales y minerales. Para completar, afín a Shakespeare, Elyton propone una exposición más clara del orden:

Transcript of 44994526 La Cosmovision Isabelina Tillyard

LA COSMOVISIÓN ISABELINA, Tillyard

Introducción

La época isabelina es vista como un período secular entre dos violentos brotes de

protestantismo, período en el cuál el fanatismo religioso estuvo lo bastante aquietado

para permitir al nuevo humanismo dar forma a la literatura inglesa.

La cosmovisión aún era sólidamente geocéntrica, y era una versión simplificada

de un cuadro medieval mucho más complejo.

Recientes investigaciones han mostrado que el isabelino culto disponía de

abundantes libros en lengua vernácula para instruirse en la astronomía copernicana,

pero que a él le desagradaba alterar el viejo orden aplicando este conocimiento. El

nuevo comercialismo era hostil a la estabilidad medieval. La grandeza de la época

isabelina consistió en dar cabida a tanto de lo nuevo sin violentar la noble forma del

antiguo orden. Es aquí dónde interviene la propia reina.

EL ORDEN

La mayoría basa la idea de la época isabelina en el teatro, y mantienen que las obras

eran bastante desordenadas. Empero, se está empezando a percibir que tal teatro era

sumamente estilizado y convencional, que sus licencias técnicas son de ciertas índoles y

caben en una pauta, que sus extravagantes sentimientos son repeticiones y no

novedades, que, después de todo, acaso tuviera su propia aunque extraña regulación. La

concepción de orden se da por sentada hasta tal punto que forma parte de la mentalidad

colectiva, que apenas si lo menciona.

[Pasaje págs. 23 y 24]

Están incluidas muchas cosas en el orden o jerarquía mencionados en dicho

pasaje, y se atribuye un sentido muy poderoso a sus interconexiones. De todas formas,

el cuadro está incompleto, ya que no incluye nada acerca de Dios ni de los ángeles,

animales vegetales y minerales. Para completar, afín a Shakespeare, Elyton propone una

exposición más clara del orden:

Esto es lo el mundo creía en la época de Isabel. Entonces, el concepto de orden

descrito debió ser común a todos los isabelinos, aún a los de modesta inteligencia.

El teólogo Hooker postula y describe el orden con el que Elyton y Shakespeare

trabajaron, y el nombre que le da es ley, ley en su sentido general. Por encima de todos

los órdenes o leyes terrenas está la ley en general. El primer libro de Hooker se basa en

un resumen final que incluye la noción de leo o de orden como armonía:

El orden cósmico fue uno de los temas básicos de la poesía isabelina, con sus

expresiones positivas y negativas. De las primeras, hay varios ejemplos, como el

parlamento de Ulises sobre el orden. Pero la implicación negativa fue aún más frecuente

y categórica. Si los isabelinos creían en un orden ideal que animaba el orden terreno, les

aterraba la idea de trastornarlo y les horrorizaban las muestras visibles de desorden que

pudieran indicar tal trastorno. Les obsesionaban el temor al caos y el hecho de la

mutabilidad, y la obsesión era poderosa, en la misma proporción en que era firme su fe

en el orden cósmico. Para un isabelino, el caos significa la anarquía cósmica anterior a

la creación y la completa disolución que resultaría si se rebajaba la presión de la

Providencia permitiendo que las leyes de la naturaleza dejaran de funcionar.

Shakespeare en Enrique VI, Troilo y Cressida y Macbeth nos da su versión del

orden, pone la oposición al orden y su deseo de él principalmente en términos de caos.

EL PECADO

Para los isabelinos el concepto de orden universal era fundamental, como así también el

esquema teológico de pecado y salvación. Predominaba en el cristianismo, no la vida

de Cristo, sino el esquema ortodoxo de la revuelta de los ángeles malos, la creación, la

tentación y caída del hombre, la encarnación, la redención, la regeneración por medio

de Cristo. En la época, ateísmo, no agnosticismo, era la regla. Mucho más fácil era ser

muy perverso y considerarse como tal que ser un poco perverso sin una sensación de

pecado.

Tillyard ha escrito separadamente sobre el orden y sobre el pecado y la

redención, ero en la práctica los dos esquemas se confundían. El desorden o caos,

producto del pecado, perpetuamente se esfuerza por volver. Por tradición, la vía de la

salvación pasa por la gracia de Dios y la redención de Cristo, también hay otra vía,

paralela, a través de la contemplación del orden divino del universo creado.

El Génesis asevera que cuando Dios creó el mundo le pareció bien y que creó al

hombre a su propia imagen, pero que con la Caída el hombre como el universo

quedaron corrompidos.

Hay una doble visión, la de Platón y la del Génesis, aunque debemos pensar en

ambos unidos ya que la perfección es al mismo tiempo la del bien platónico y la del

jardín del Edén, mientras que la caída de Adán es también la medida de la distancia que

separa las cosas creadas de sus arquetipos platónicos. En el mundo isabelino había una

presión igual en ambos sentidos, y la misma persona podía estar simultáneamente

consciente de cada uno. Esto no ocurría en la época victoriana, donde había presión

general de la opinión a favor de la doctrina del progreso: los pesimistas estaban en la

oposición.

LA CADENA DEL SER

Los isabelinos se figuraban el orden universal en tres formas principales: una cadena,

una serie de planos correspondientes y una danza.

“La vasta cadena del ser” es una metáfora que sirve para explicar la plenitud

inimaginable de la creación e Dios, su orden infalible y su unidad última. La cadena se

extendía desde el pie del trono de Dios hasta el último de los objetos inanimados. Cada

partícula de creación era un eslabón de la cadena y cada eslabón, salvo los de los

extremos, era simultáneamente mayor y menor que los demás: no podía haber

interrupción.

[La ida empezó con el Timeo de Platón]

John Fortescue escribió (S. XV) una de las mejores descripciones de la cadena

del ser:

En la cadena del ser, primero está la mera existencia, la clase inanimada: los

elementos, líquidos y metales. Así, también hay diferencias de virtud entre éstos: el

agua es más noble que la tierra, el rubí más que el topacio, etc.). Allí están los eslabones

de la cadena. Luego sigue la existencia y la vida, la clase vegetativa. Luego, la

existencia con vida y sentimiento, la clase sensitiva; que posee tres grados: primero los

seres que tienen tacto pero no oído, memoria ni movimiento (moluscos, parásitos),

segundo los animales con tacto, memoria y movimiento pero no oído (hormigas), y por

último los animales superiores (caballos, perros). Las tres clases conducen al hombre,

que no sólo tiene existencia, vida y sentimiento sino que también entendimiento. Pero,

para equilibrar, debía existir también una clase puramente racional y espiritual: la de los

ángeles, unidos al hombre por una comunidad de entendimiento, pero liberados de una

simultánea adherencia a las facultades inferiores.

Aunque las criaturas tienen asignado su lugar preciso, existe la posibilidad de

cambio. La cadena es asimismo una escala. Los elementos son alimenticios.

Un atributo encantador de la cadena del ser es que permitía a cada clase

destacarse en un solo particular. Otra forma de excelencia consiste en que dentro de

cada clase hay un primate; por ejemplo el delfín, el elefante.

LOS ESLABONES DE LA CADENA

LOS ÁNGELES Y EL ÉTER

La cadena de la creación no era ni sencilla ni consecuente. Era claro que algunas partes

no podían embonar en una sola unidad, como los cuatro elementos. Estos, como

inanimados, idealmente debían ser inferiores a la más baja creación animada. Pero las

operaciones de los elementos no cesaban con el ser vivo más ínfimo, y los seres vivos

superiores no se componían de los inferiores, sino que todos se componían directamente

de los cuatro elementos. Por eso, los elementos no podían ser eslabones de una simple

cadena: habían de ser una cadena suplementaria diversamente conectada con la

principal.

Así como los elementos tocaban la cadena tanto en lugares altos como bajos, los

ámbitos superiores del universo físico no estaban conectados con plantas o bestias, sino

con los propios ángeles.

A pesar de Copérnico y sus teorías, el ordinario isabelino culto consideraba,

según Tolomeo, que el universo era geocéntrico (*). Consideraba a Dios domiciliado

más allá de los límites de las estrellas fijas, atendido en el coelum empyraeum por

ejército de ángeles. No quedaba especificado qué había entre éste y el universo creado,

pero según cierto concepto había un espacio que contenía cielos menores.

(*) En este universo, se decía que la Tierra estaba en el centro del mismo y los

planetas giraban en torno de ella, las estrellas en el último plano. En torno a la Tierra

giraban diversas esferas con diámetros que iban aumentando desde el de la luna, hasta

los planetas; y que había una esfera llamada primum mobile fuera de las estrellas fijas

que dictaba el desplazamiento apropiado de las demás. Había en el universo una

marcada división entre lo que estaba bajo la esfera de la luna y lo demás. Era la

diferencia entre mutabilidad y constancia: bajo la luna, mal; sobre la luna,

perfectamente. Por tanto, los cielos eran eternos, las regiones sublunares estaban

destinadas a la descomposición. Bajo la luna el aire era denso y sucio, sobre ella era

puro y conocido como el éter.

Los isabelinos conservaron las creencias medievales acerca e los ángeles, pero

omitieron o confundieron ciertos detalles. Para ellos, los ángeles ocupan lugares

intermedios entre Dios y el hombre, su naturaleza es intelectual, poseen como el hombre

libre albedrío, nunca entran en conflicto con la voluntad de Dios, pueden aprehender a

Dios inmediatamente, se encuentran dispuestos por órdenes, son mensajeros de Dios y

actúan como guardianes de los hombres.

La tradición angélica es precisa y abundante, un ángel es puramente espiritual y

para su encarnación escoge algo más burdo que él, pero no indigno de su propia pureza.

Y esto es el éter, el aire puro que rodea las esferas celestes. Hooker señala las creencias

comunes del isabelino culto a la perfección:

Sin embargo, aunque Hooker pueda hablar por la mayoría, también existía en la

época otras ideas respecto de los ángeles que derivaban principalmente del renovado

culto de Platón y de Plotinio. Una persistente era ubicar a la Naturaleza encima de los

hombres y debajo de los ángeles, como ser intelectual (sobre la Naturaleza están los

ángeles en el orden dionisiano). Los isabelinos creían que había una ley de la naturaleza

que actuaba invariablemente por medio de un conjunto de reglas que sólo a ella era

aplicables.

Otra persistente pieza del platonisismo se relaciona con los ángeles que,

supuestamente, dirigían el girar de las esferas en el universo fisco. Tampoco eran ajenas

las Inteligencias a la teoría de la cadena del ser, ya que a menudo se pensó de ésta

como la última categoría de los ángeles que tocaban a los ejemplares más elevados de la

especia humana.

Una última adición platónica era que lo impuro de la carne nos impedía oír la

música de los cielos o, antes bien, su equivalente musical en nuestro propio

microcosmo. Otra figura más era que antes de la caída el hombre sí podía oír la música.

Es importante mencionar que, si los isabelinos estaban convencidos de que había

ámbitos de pureza y beatitud encima de la esfera sublunar, que ángeles de diversos

órdenes los habitaban, y que algunos de éstos cumplían con los encargos de Dios o

protegían a los hombres, no menos convencidos estaban de que una parte de los ángeles

cayó de la gracia de Dios, que habitaban en el infierno y que hacían daño a los hombres.

Los ángeles malos se desprendieron, supuestamente, voluntariamente y lo hicieron

porque apartaron sus espíritus de Dios y de su creación. Se aceptaba que éstos ángeles

caídos tomaran forma de deidades paganas o se dispersaran por varias regiones del

universo físico.

LAS ESTRELLAS Y LA FORTUNA

Para los isabelinos las fuerzas motoras de la historia eran la Providencia, la fortuna y el

carácter humano. Las estrellas son las responsables de las veleidades de la fortuna en

los ámbitos situados debajo de la luna, responsables de la mutabilidad e las cosas

sublunares; y la fortuna es parte de esta, mutabilidad que sólo se aplicaba a la

humanidad. Para el predominio de la fortuna, la imagen de la rueda es constante en la

literatura.

En la época isabelina la creencia ortodoxa en la influencia de las estrellas,

sancionada pero articulada y controlada por la autoridad de la religión, no siempre se

conservó pura de los temores de la superstición primitiva. El isabelino creía en la

omnipotente operación de un destino externo del mundo, y aunque el astrólogo fuese

considerado un charlatán, la tendencia general era de creer.

Los estragos causados por las estrellas en el orden de la naturaleza no eran

pruebas contra Dios, sino que el propio hombre las inflingía; ya que las estrellas eran

benéficas y actuaban unidas haciendo el bien. Fue la Caída la culpable de la tiranía de

la fortuna, ay que Dios, indignado, puso los cuerpos celestes unos contra otros en su

influencia sobre el universo sublunar, pero también modera su oposición.

Las estrellas imponen en el espíritu ciertos estados al actuar sobre nuestras

predisposiciones físicas.

LOS ELEMENTOS

Ya fuese o no que cada isabelino culto tuviera en cuenta que el éter, según Aristóteles,

tenía su movimiento propio y eterno, que era circular, sí daban por sentado los

movimientos y propiedades de los cuatro elementos.

[Elementos: aire y fuego ascienden, agua y tierra descienden.]

Así como Dios fue ante todo uno y después se dividió, lo elementos eran

básicamente ciertas cualidades atribuibles a toda materia. Se pensaba en los

elementos a través de sus efectos: conceptos de frío y caliente, seco y húmedo.

El elementos más pesado y bajo era el frío y seco, la tierra. Su lugar natural era

el centro del universo, fuero de ésta se hallaba la región de lo frío y húmedo, el agua.

Fuero del agua estaba la región de lo caliente y húmedo, el aire, más noble que el agua

pero no podía compararse en pureza con el éter. El más noble de todos era el fuego, que

por debajo de la esfera de la luna circundaba al globo de aire que ceñía al agua y la

tierra. Era caliente y seco.

Los mejores resultados provenían de un equilibrio adecuado. Además de luchar

para alcanzar un equilibrio, los elementos estaban en constante proceso e transmutarse

unos en otros.

[En la literatura isabelina se utilizaban los elementos para adoptar sus propias

características.]

EL HOMBRE

En la cadena del ser, la posición del hombre era de supremo interés. Era el punto nodal,

y su naturaleza doble tenía la función única de unir toda la creación, de colmar el mayor

abismo cósmico, el que existía entre espíritu y materia. Según Focio:

Los pitagóricos insistían en el alcance incomparable de las facultades del

hombre: en sí mismo contenía muestras de todos los grados de la creación, superando en

ello no sólo a las bestias sino aun a los ángeles, que eran seres exclusivamente

espirituales. La propia anatomía del hombre correspondía al ordenamiento físico del

universo. Su organismo estaba compuesto de los cuatro elementos y regido por los

mismos principios del mundo sublunar.

La vida física del hombre empieza con los alimentos, que están hechos de los

cuatro elementos; que pasan por el estómago para llegar al hígado (amo de la más baja

de las tres partes de que consta en cuerpo). El hígado convierte el alimento en cuatro

sustancias líquidas, los humores (siempre intentando ascender), que son para el cuerpo

humano lo que los elementos son para la materia común de la tierra. Cada humor tiene

su análogo entre los elementos:

Los cuatro humores creados en el hígado son la humedad del cuerpo, dadora de

vida. También se forman en el hígado los espíritus naturales, que junto con los humores

so llevados a través del cuerpo por las venas.

El corazón es el rey de la parte media del cuerpo, corresponde a la parte

sensitiva de la naturaleza del hombre porque es asiento de las pasiones. A su debido

tiempo, mediante las arterias los espíritus naturales son llevados al cerebro, que

gobierna la parte superior del cuerpo humano y es la sede de la parte racional e inmoral.

El cerebro estaba dividido en una jerarquía triple: la inferior contenía los cinco

sentidos, la media el sentido común, la fantasía y la memoria; y la superior la facultad

humana suprema, la razón (por lo cuál el hombre está separado de las bestias y aliado

con Dios y los ángeles); con sus dos partes: el entendimiento y la voluntad. Sobre éstas

dos facultades se fundamenta la ética isabelina.

Lo que distingue al hombre del ángel y de la bestia es su capacidad de

aprender, la posibilidad de ascenso hacia la perfección. No conocerse a sí mismo es

asemejarse a las bestias.

Los isabelinos pensaban en el entendimiento en relación estrecha con la Caída

del hombre. El drama era la voluntad, que atacaba los apetitos y pasiones, producto del

corazón. No está en el poder del hombre ser movido mentalmente por sus apetitos, pero

sí está en él poder traducirlos o no en acción.

Para el isabelino, la antigua oposición platónica entre lo bestial y racional en el

hombre, era el instinto y el entendimiento, entre el apetito y la voluntad. Había una

batalla, en la época, entre la razón y la pasión.

ANIMALES, PLANTAS Y METALES

Los isabelinos no dudaban de que el mundo y su contenido habían sido hechos para el

hombre, y no los turbaba ninguna duda sobre la justicia divina si aquel mundo había de

sufrir por su propia caída de la gracia. Contemplaban el extremo inferior de la cadena

del ser básicamente a la luz de ellos mismos. No obstante, las partes inferiores de la

naturaleza tenían su funcione necesaria, aparte del hombre, para completar la suma de la

creación.

En la escala de la creación, las bestias se destacan por su capacidad sensoria.

También se contenta, a diferencia del hombre, con las simples necesidades de su

condición. Comen lo que es bueno para ellas, tienen el instinto de las horas necesarias

de sueño y se atienen a su propia temporada de brama. Tiene una forma rudimentaria de

entendimiento, más desarrollada en los mamíferos superiores.

Las plantas son supremas en la facultad de crecimiento. Tienen algún vestigio

de capacidad sensorial.

Las piedras triunfan en durabilidad y las mejores son las más duras y brillantes,

como el rubí y el diamante.

En los límites entre las clases, como el elefante y la ostra, como cumbre y fondo

de la creación animal.

LOS PLANOS CORRESPONDIENTES

Hasta aquí se vio la cosmovisión vertical, que empezaba en lo más alto con lo más

noble y descendía hasta las cosas más ínfimas de la creación. Pero la segunda imagen

del mismo mundo era la gran parte horizontal. Consistía en un buen número de planos,

dispuestos unos debajo de otros por orden de dignidad, pero conectados por una

inmensa red de correspondencias. Los distintos planos son el divino y el angélico, el

universo o microcosmo, la república o cuerpo político, el hombre o microcosmo y la

creación inferior.

La disposición a encontrar correspondencias por doquier era parte considerable

del gran anhelo medieval de unidad, y en sus principales lineamientos a la época de

Isabel.

LAS CORRESPONDENCIAS

LAS POTENCIAS CELESTES Y OTRAS CREACIONES

Esta correspondencia no fue muy utilizada. Dios suele estar en el trasfondo, sosteniendo

todo el orden de la creación. Pero a veces se le comparaba con el sol, que consiste en

materia, luz y calor. La materia corresponde al padre, la luz al hijo y el calor al Espíritu

Santo.

EL MACROCOSMO Y EL CUERPO POLÍTICO

Era un lugar común decir que el orden del Estado duplicaba el orden del

macrocosmo. Un ejemplo es el discurso sobre jerarquía en Troilo y Cressida de

Shakespeare:

Mucho más frecuente es la comparación establecida entre el sol, regidos de

todos los cielos, y el rey, regidor del Estado. No menos común es la correspondencia

entre el desorden en los cielos y la discordia civil en el Estado. Este tema aparece en

algunos de los pasajes más conocidos e Shakespeare, como en la confusión celestial

correspondiente a la muerte de César.

MACROCOSMO Y MICROCOSMO

Entre las correspondencias, la más célebre y emocionante es la del hombre con el

cosmos. Es importante mencionar que la idea de que el hombre resumía en sí mismo

todo el universo estaba firmemente arraigada en la imaginación de los isabelinos.

Según Sabunde, la parte más noble del hombre, la cabeza, es la suprema; y como

el sol está en medio de los planetas, dándoles luz y vigor, así el corazón está en el centro

de los miembros del hombre y el isabelino medio habría aceptado esta idea. También,

según Fulke Greville en uno de sus poemas:

La más común de todas las correspondencias en poesía es la que establece entre

las tormentas y los terremotos del mundo y las tempestuosas pasiones del hombre, con

frecuencia exaltadas en metáforas.

Moralmente la correspondencia entre macrocosmo y microcosmo es

impresionante. Si los cielos están haciendo girar puntualmente su vasta y complicada

maquinaria, el hombre debe sentirse avergonzado de permitir que degenere el

funcionamiento de su propio, minúsculo mundo. En palabras de Hooker:

CUERPO POLÍTICO Y MICROCOSMO

Un ejemplo maravilloso es el de Julio César, en dónde la conmoción del espíritu del

hombre, el debate entre las más altas facultades, entendimiento y voluntad, y las

facultades ejecutivas, como habla y movimiento, es comparado a un debate del rey y su

consejo.

En la Edad Media, la correspondencia fue un persistente lugar común político

tendiente a la disciplina y la estabilidad social. Más positivamente, se hace que las

diversas funciones del Estado correspondan a las diversas funciones del cuerpo. El

Estado es un organismo como el cuerpo humano, cada parte del cuerpo debe ayudar a

las demás y ser ayudado por ellas.

EL SIGNIFICADO GENERAL

Mediante la retención de los puntos principales y su flexibilidad al interpretarlos

fue como los isabelinos lograron utilizar estas grandes correspondencias en su intento

por dominar un mundo pululante y en explosión.

LA DANZA CÓSMICA

Desde los primeros filósofos griegos, la creación fue representada como un hecho de

música; idea que atrajo poderosamente a los hombres de inclinaciones poéticas o

místicas.

Pero existía además la noción de que el universo creado se hallaba en estado de

música, que era una danza perpetua. La idea de creación como danza implica

“jerarquía”, pero jerarquía en movimiento. Los estáticos batallones de las jerarquías

terrenas, celestes y divinas avanzan en una variada pero bien ordenada peregrinación,

con un acompañamiento de música. La ruta de cada uno es distinta, y sin embargo todas

sus vías unidas forman un todo perfecto.

Como el concepto estático de jerarquía, la danza al compás de la música se

repite en los distintos niveles de la existencia. Los ángeles o los santos en sus grupos

danzan acompañados por la música del cielo. En la tierra, las cosas naturales, aunque

compartían los efectos de la Caída, son pintadas duplicando la danza planetaria. En la

existencia humana, la danza es el fundamento mismo de la civilización.

Es más,