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Supongo que pocos escritores saben de dónde sacan la novela que están escribiendo, pues por lo general una serie de causas fortuitas se han unido, sin que ellos sepan cómo ha sucedido, y de repente se encuentran contando una anécdota que aparentemente se les vino a la cabeza sin razón alguna. José Saramago, por ejemplo, dice que un día cruzaba una calle del centro de Lisboa, de casualidad levantó la vista hacia el kiosco de la esquina y leyó un titular insólito: El evangelio según Jesucristo. Cuando se a c e rcó se dio cuenta de que el periódico informaba otras cosas, pero desde ese momento no tuvo cabeza más que para escribir una novela con ese título. Orhan Pamuk confiesa que a pesar de que sabe que lo único que puede escribir son novelas, no es del todo consciente de cómo s u rgen en su interior. Una novela, comentó al recibir el premio que le otorgó la revista World Literature, se escribe con entusiasmo, rabia, y deseo... Nos dirigen de forma expresa u oculta muchas r a zones, intereses part i c u l a res u obsesiones personales tan incomprensibles o tontas como gustar a quienes queremos, humillar a quienes nos irritan, hablar de algo que nos gusta mucho, el placer de aparentar que sabemos de algo que ignoramos, el gozo de recordar u olvidar, el afán de ser l e í d o... Y siempre hay sueños que nos gustaría mencionar siguiendo esos impulsos. No sabemos exactamente qué son esos impulsos o sueños que nos ponen en marcha, pero al escribir queremos que nos muevan como una brisa que ignoramos desde dónde sopla... Escribir novelas es estar abierto a esos impulsos, vientos, momentos de ins- piración, lugares oscuros de la mente. Puedo imaginar que cuando Saramago leyó aquel falso titular que le arrebató la mirada, a pesar de que es un ateo irredento, sintió ese impulso de penetrar en la vida de Jesucristo, y la brisa de la que habla Pamuk se con- virtió en un ventarrón que lo mantuvo encerrado en su habitación, descifrando aquel mundo que surgía den- tro de él mientras llenaba páginas y más páginas. Traigo esto a colación a propósito de la publicación de mi novela Besos pintados de carm í n, pues desde que la empecé a escribir me sentí impulsado por uno de esos momentos inescrutables, y desde ese primer momento t u ve el deseo de desentrañar los motivos que me habían sumido en el mundo fantástico en el cual transcurre la anécdota. Seguramente se me ocurrió pocos meses des- pués de la muerte de mamá, aunque desde la remota ma- drugada de su deceso, hace más de veinte años, tuve la cer- t eza de que tenía que comprender todo lo que me había sucedido, y como escribir es el único medio que tengo REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO | 39 Reflexiones en torno a la creación de una novela Los motivos del robo Sealtiel Alatriste El melodrama, las mitologías populares, el sentido del humor, caracterizan la obra de Sealtiel Alatriste. En este texto el autor de Conjura en La Arcadia hace una reflexión en torno a las motivaciones que lo llevaron a escribir su novela más reciente, Besos pintados de carmín, editada por Alfaguara.

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  • Supongo que pocos escritores saben de dnde sacan lan ovela que estn escribiendo, pues por lo general una seriede causas fortuitas se han unido, sin que ellos sepan cmoha sucedido, y de repente se encuentran contando unaancdota que aparentemente se les vino a la cabeza sinrazn alguna. Jos Saramago, por ejemplo, dice que unda cruzaba una calle del centro de Lisboa, de casualidadlevant la vista hacia el kiosco de la esquina y ley untitular inslito: El evangelio segn Jesucristo. Cuando sea c e rc se dio cuenta de que el peridico informaba otrascosas, pero desde ese momento no tuvo cabeza ms quepara escribir una novela con ese ttulo. Orhan Pamukconfiesa que a pesar de que sabe que lo nico que puedeescribir son novelas, no es del todo consciente de cmos u rgen en su interior.

    Una novela, coment al recibir el premio que le otorg larevista Wo rld Li t e ra t u re, se escribe con entusiasmo, rabia,y deseo... Nos dirigen de forma expresa u oculta muchasr a zones, intereses part i c u l a res u obsesiones personales tani n c o m p rensibles o tontas como gustar a quienes quere m o s ,humillar a quienes nos irritan, hablar de algo que nosgusta mucho, el placer de aparentar que sabemos de algoque ignoramos, el gozo de re c o rdar u olvidar, el afn de serl e d o... Y siempre hay sueos que nos gustara mencionar

    siguiendo esos impulsos. No sabemos exactamente quson esos impulsos o sueos que nos ponen en marcha,pero al escribir queremos que nos muevan como unabrisa que ignoramos desde dnde sopla... Escribir nove l a ses estar abierto a esos impulsos, vientos, momentos de ins-piracin, lugares oscuros de la mente.

    Puedo imaginar que cuando Saramago ley aquel falsotitular que le arrebat la mirada, a pesar de que es unateo irredento, sinti ese impulso de penetrar en la vidade Jesucristo, y la brisa de la que habla Pamuk se con-virti en un ventarrn que lo mantuvo encerrado en suhabitacin, descifrando aquel mundo que surga den-tro de l mientras llenaba pginas y ms pginas.

    Traigo esto a colacin a propsito de la publicacinde mi novela Besos pintados de carm n, pues desde que laempec a escribir me sent impulsado por uno de esosmomentos inescrutables, y desde ese primer momentot u ve el deseo de desentraar los motivos que me habansumido en el mundo fantstico en el cual transcurre laancdota. Seguramente se me ocurri pocos meses des-pus de la muerte de mam, aunque desde la remota ma-d rugada de su deceso, hace ms de veinte aos, tuve la cer-t eza de que tena que comprender todo lo que me habasucedido, y como escribir es el nico medio que tengo

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    Reflexiones en torno a la creacin de una novela

    Los motivos del robo

    Sealtiel Alatriste

    El melodrama, las mitologas populares, el sentido del humor,caracterizan la obra de Sealtiel Alatriste. En este texto elautor de Conjura en La Arcadia hace una reflexin en torno alas motivaciones que lo llevaron a escribir su novela ms re c i e n t e ,Besos pintados de carmn, editada por Alfaguara.

  • a mi alcance para descifrar el mundo, supe que alguna vezescribira un relato, un artculo, una reflexin, de los l-timos das de su vida y lo que haba sucedido con mi fa-milia durante el doloroso duelo. Aos despus registrcon paciencia de miniaturista los nueve meses de su en-fermedad y el desenlace fatal en una novela sin ficcin:Los desiertos del alma. Quiz mi primera intencin erac o m p render quin haba sido mam, al menos quin fuepara m, por qu la haba amado tanto, y qu significaba,o qu me haba dejado el largo proceso de la enfermedadque la llev a la tumba. Si bien es cierto que en el re l a t oconsign el dolor de mi padre, tambin lo es que dej delado muchas experiencias que no caban en la ancdotaque me haba propuesto narrar, y re s e rv para ms tard ealgunos episodios que le sucedieron particularmente al, en especial uno que ocurri a los dos o tres meses dele n t i e r ro, que dio pie a la aventura con que se inicia Be s o spintados de carm n, y que muestra la angustia en que papse sumi cuando se encontr inapelablemente viudo.

    Resulta que la maana de un sbado me llam portelfono muy angustiado. Acompame al cementerio ,me pidi, tuve un sueo horrible y tengo que ver a tum a d re. La palabra ve r me sorprendi pero no me ex-tra del todo: de alguna manera l segua viendo a mim a d re con frecuencia (de hecho, creo que hasta el da deh oy la sigue viendo). Qu te pas pap?, le pre g u n t . So con tu padrino Gre g o r i o, me dijo. Y eso qu?,respond. Cmo que qu? Gregorio est muerto y cre oque ahora que no estoy con Mireyita (mi mam se lla-maba Mireya), se va a aprovechar de la circunstancia deencontrarla en el ms all para intentar seducirla. Mequed fro y no supe qu poda decirle: pap se estaba

    muriendo de celos, es ms, creo que quera morirse dehecho para poder evitar que Gregorio su compadre,mi padrino, su ex socio cortejara a mi madre. No squ consideraciones le inspiraban la muerte de su esposa,o dnde crea que se encontraba, pero supuse que paral, el ms all era un sitio donde los seres siguen pade-ciendo las mismas pasiones, placeres y dolores que losaquejaron en vida. Con el tiempo lo he comprendido,muchas veces yo mismo he soado con mi madre, y enalguna ocasin me he preguntado, y le he preguntado aella, cmo podemos platicar si est muerta. De algunamanera, aunque no crea en nada que est ms all de estavida, algo me hace cre e r, sentir, columbrar, que mam seencuentra que vive todava en algn lado. Em p e ro ,aquella maana en que llam mi padre tuve la impro n t ade enojarme con l, decirle que cmo era posible que to-dava tuviera celos de mi madre, por si no se haba dadocuenta, haba muerto en circunstancias lamentables y noera justo que siguiera celndola. Hay que dejar que losm u e rtos descansen en paz, iba a comentar, pero pre f e r escuchar el relato completo de sus angustias, y hora y me-dia despus estbamos en el panten, conversando juntoa la tumba donde habamos enterrado a mam.

    Mientras limpibamos la lpida y mi padre se lamen-taba de no ir ms seguido, me coment que Gregoriohaba sido un canalla. Hasta ah, nada nuevo, yo ya sabade esa caracterstica, llammosla caracterolgica, de mipadrino, y como no dije nada, l agreg que el hijo de latal por cual siempre haba querido enamorar a mi ma-macita. Mi padre es muy propio para hablar, tiene unalengua anclada en los aos cincuenta, ha sido imper-meable a los usos del s l a n g p o s t e r i o res a su juventud, y esincapaz de decir frente a m una mala palabra. Por ena-morar entenda tanto seducir, conquistar a mi madre,llevrsela a la cama, cogrsela en una palabra, tanto comoobligarla a que traicionara a su marido y mancillara a sufamilia. La sombra del melodrama que siempre me harodeado estaba ah, en el miedo, en los celos, en el gestodescompuesto del ro s t ro de mi pobre padre. Haba per-dido la proporcin y lo nico que quera era rescatar asu mujer de la muerte, tenerla junto a s y protegerla deGregorio como seguramente lo haba hecho en vida. Mecont entonces que una vez, en la puerta de mi casa, elmalandrn (o sea mi padrino) le haba confesado su pa-sin por su mujer, y le haba insinuado que l no le erai n d i f e rente a mam. Estuve a punto de partirle toda sumadre, dijo pap con un tono contrariado. Estoy se-g u ro de que no me hubiera durado ni un minuto antes denoquearlo. No lo hice por respeto a tu mamacita, paraque ella no pensara que haba credo los infundios delcanalla. Estaba de veras enojado y crea a pie juntillasque sus temores provenan de la realidad, de su re a l i d a d:algo estaba pasando en el ms all y l estaba incapaci-tado para evitar la catstrofe. Supongo que conve r s a m o s

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    Paseo de Gracia, Barcelona

  • algo ms, que trat de convencerlo de que todo era unalocura, y me pregunt si era posible que pap intentara,por algn medio, entrar en contacto con su difunta espo-sa para ver si sus celos tenan algn fundamento, peroslo me qued la impresin de su angustia.

    Tiempo despus se me ocurri que a partir de esesupuesto podra construir una novela. Escrib en un cua-derno cmo podra iniciarse el relato, y lo guard paracuando tuviera tiempo de hincarle el diente a la posiblen ovela de un hombre que, por celos, decide recurrir a unmdium para contactar al espritu de su difunta esposa.Recin haba visto Alice, la pelcula de Woody Allen, enla que un chino le da a la protagonista un t que le per-mite entrar en contacto con los muertos y hacerse invi-sible. No slo decid robarme el personaje de Allen, sinocontar la novela en el mismo tono del filme. Intua queno haba otra forma de enfrentarme al dolor que habasufrido mi padre sino con humor. Como ya me haba pa-sado otras veces, barruntaba que la comedia se ha con-ve rtido en la puerta de acceso a la tragedia, de otra forma,sin humor, es fcil caer en el melodrama, lo que le sirvede coartada al lector para escamotear el sufrimiento.Como digo, qued satisfecho de las tres o cuatro pginasque escrib, guard el cuaderno, y aunque lea la anc-dota de vez en cuando y encontraba nuevas posibilidadespara el relato, la urgencia de escribir otras novelas hizoque el cuaderno quedara relegado en algn cajn.

    Cuando me fui a vivir a Ba rcelona tena la intencinde ponerme al da con mis ideas narrativas. Primero ibaa terminar C o n j u ra en la Arc a d i a ( n ovela en la que habatrabajado infructuosamente doce aos), y despus escri-bira el relato de los celos ultraterrenos de mi padre. Enlos das previos al viaje re m ov todos mis papeles en buscadel cuaderno donde haba consignado la hebra del re l a t o ,p e ro nunca lo encontr. Volteamos la casa de revs, peropara mi contrariedad nunca apareci por ningn lado.Me encontr con cuentos que escrib en mi adolescencia,con cartas perdidas en que sealaba algn episodio in-t e resante, apuntes de muchas cosas, aunque nunca hallel relato que buscaba. Me pes emprender el viaje sin misnotas, pero no hubo ms remedio, mi viejo cuadernose deba haber ido en las cajas que mand a la bodega.

    Termin C o n j u ra en la Arc a d i a durante los primero saos de mi estancia en Barcelona, y aunque saba queuna vez que la finalizara querra empezar la novela de loscelos de pap, no tena ms que un difuso re c u e rdo de loque haba anotado. Re c o rdaba que mi primera intencinera que sucediera en el Edificio Condesa, que el persona-j e central se iba a llamar Cstulo Batalla, y que apare-cera un chino misterioso inspirado en el personaje deWoody Allen, pero nada ms, el resto el ambiente, loque hara el o los fantasmas, qu iba a pasar despus de quec o n vocaran a la difunta era parte de un mundo difusoque me atraa y me amedrentaba al propio tiempo.

    Quiz tenga que hacer una pequea aclaracin delorigen del nombre del protagonista antes de contar cmoreconstru el plan narrativo. En principio se llama Cs-tulo en honor de un antepasado que fue gobernadorde Puebla, el general Miguel Cstulo de Alatriste, y suapellido, Batalla, proviene de la familia materna de mipap. Con este nombre haca un doble guio: re c o n o c aque pap me haba sugerido la trama, y daba una idea delconflicto del personaje, pues la novela describe la cons-tante batalla que Cstulo libra con su sensualidad oposible castidad durante los primeros meses de suv i u d ez. El protagonista de Be s o s, ms que mi padre, esun hombre que vive en lucha permanente con los senti-mientos que le inspira su erotismo: por cualquier asuntosufre de celos, las mujeres lo atraen de tal manera quetiene un hambre desmedida de seduccin aunque man-tenga viva una devocin casi sagrada por el recuerdo desu mujer. Es, en fin, un Don Juan del tipo trgico (comolo califica el narrador) cuyas aventuras ocurren de talmanera, que una comicidad un tanto involuntaria estsiempre presente.

    Con esta perspectiva me puse a escribir la novela.Cstulo Batalla se presenta en casa de su amigo, FelipeSalcedo, y le cuenta que ha soado con Gregorio, que erasu compadre y con quien en su juventud compiti porlos favo res de Edelmira, su difunta esposa. Felipe le diceque eso qu tiene que ver con su desasosiego, y Cstulo

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  • agrega que el fantasma de marras us su sueo para de-cirle que le haca una fiesta de bienvenida o despedida,no se acuerda bien, a su mujer. De las palabras de Gre-gorio se desprende que el cielo la gloria, el ms all,como se le quiera llamar est formado por una seriede instancias, y las almas van pasando de una a otra segnascienden en el escalafn divino. Cstulo est seguro deque el canalla de Gregorio va a aprovechar la situacinpara seducir a Edelmira. Felipe piensa (como pensaracualquiera) que Cstulo enloqueci, pero aun as le pre-gunta qu quiere hacer al re s p e c t o. ste (a quien tambinse le conoce simplemente como B. porque la inicial desu apellido oculta la contradiccin implcita entre sun o m b re y apellido), le pide que lo acompae a ver al chinoLee, quien tiene fama de poner en contacto a los deudoscon sus seres queridos. Sin ms ni ms, van a visitar almisterioso oriental. No voy a contar aqu lo que sucedeen esas primeras pginas, pero no se pierde nada si ade-lanto que el chino atiende la peticin de Cstulo y Fe l i p e ,los hace fumar el opio que les pro p o rciona su asistente, yse meten juntos a un armario laqueado, cubierto condibujos inspirados en las famosas cajas chinas. Al poco,escuchan la voz de Edelmira que les cuenta cmo es lavida cotidiana en el ms all, y B. aprovecha para pre-guntarle si est enredada con Gregorio. Edelmira, o suvoz, denota el enfado que la pregunta le provoca, y re-clama que Cstulo no haya entendido nada. Pe ro estse n redada o no con mi compadre?, insiste en pre g u n t a rB. No... noo... nooo..., repite Edelmira mientras suvoz va extinguindose. No estaba enredada con Gre-gorio, o ese largusimo no, como si fuera de letra de unbolero de Armando Manzanero, se refera a que B. nohaba entendido nada? Nadie lo sabe, pero antes de per-der contacto con el espritu de la difunta, Cstulo abrela puerta del armario. El chino grita, Felipe no sabe quhacer, el fogonazo de la luz exterior los ciega, pero esintil: a travs de la puerta abierta, el alma, el espritu deEdelmira, se ha escapado para vagar por el mundo anchoy ajeno. Las cosas no se pueden quedar as, advierte Lee, ytodos l mismo, Cstulo, Felipe, y su asistente, quienp resenci la fuga de Edelmira son responsables de traerde re g reso al fantasma fugado para que re g rese al ms all.Le proporciona a Cstulo un sobre con el t que le per-mitir ver a su mujer. Nadie ms la debe ver, comentasolemnemente, pues podra resultar fatal para el estadode su espritu.

    Mientras terminaba de escribir esas primeras pginassupe que Besos pintados de carm n contara las peripecias deCstulo Batalla por convencer al fantasma de su esposapara que re g resara al armario del chino, que estara obli-gado a explicarle que en el ao y medio que llevaba viudose haba enredado sentimentalmente con dos mujeres,con quienes sostena un trrido romance a dos voces: conuna amiga de Edelmira, Carmelita Zamacona Vda. de

    Roca, y con una colegiala de veinticinco aos a quienconoci de casualidad y que responde al nombre de El i-z a b e t h Littlewood, a quien todo mundo llama Liz decario, pero en realidad me encontraba en el umbralde una trama de la que desconoca casi todo.

    Mis problemas narrativos empez a ron en ese momen-to, pues si tena claro los motivos de Cstulo no tena lamenor idea de quin era Edelmira y cmo iba a compor-tarse en este mundo. El modelo de mi madre no me serv a ,ya haba contado su vida en otra novela, me haba serv i-do de su personalidad para hacer muchas reflexiones, yestaba obligado por lo tanto a inventar a esa mujer mis-teriosa que haca enloquecer a su marido aunque fueraincapaz de quitarle lo mujeriego. No tuve otra alterna-tiva que hacerme varias preguntas para avanzar por losvericuetos que planteaba Besos: fue ella, Edelmira,quien de alguna manera haba provocado su re g reso?, eraposible que de ve rdad mantuviera relaciones post mort e mcon el tal Gregorio? Si para verla B. tena que beber el tque le pro p o rcion Lee, dnde permaneca ella el re s t odel tiempo?, habra un lugar donde se juntan las almasque vagan por este mundo? Me percat de que me era po-sible imaginar el ms all desde este presente, pero quetena que inventar la forma en que se observa y se juzgael presente desde ese ms all desde el que Edelmira semanifiesta en el armario del chino. Fue de esta maneraque, si bien Cstulo Batalla y Felipe Salcedo son las fi-guras centrales del inicio del relato, poco a poco Edel-mira Pajares, el espritu fugado de Edelmira Pajares, seadue de la novela entera.

    Por alguna razn nunca tuve duda de que el escenariode Besos pintados de carm n tena que ser el Edifico Con-desa, no porque hubiera vivido ah, ni siquiera porquealgo o alguien me ligara a su comunidad, sino porque siem-p re tuve la idea cuyo origen puede ser real o imag i-nario de que ah habita un conglomerado que podrallamarse cosmopolita, o al menos variopinto, con muchasposibilidades literarias. Esta impresin fue quizs el ger-men que me llev a construir la ciudad fantasmal en quev i ven los personajes de la novela. El Edifico Condesa elde mi imaginacin, aunque tal vez tambin el real esun sitio habitado por espritus, en el que, por ejemplo, ung rupo de republicanos espaoles se renen en torno a unamesa espiritista para contarle a sus compaeros cados enla Guerra Civil, los descalabros del general Franco. Yovea cmo Cstulo Batalla se aliaba a esos republicanosen un complot espiritista que se pareca al que llev a caboFrancisco Madero cuando convocaba al espritu de sudifunto hermano para consultarlo sobre los avatares dela Re volucin Mexicana y tomar las decisiones adecuadas(que como la historia ha registrado, fueron pre c i s a m e n t elas inadecuadas). El caso es que si mi Edificio Condesa eraese sitio mgico, no debera ser la ciudad en donde es-tuviera ubicado igualmente etrea?, a pesar de que ese

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  • sitio fantasmal est ubicado en Mxico, el de la novelatambin debera estarlo?

    Es muy probable que desde siempre haya queridohabitar en el sitio imaginario que mis viajes han cons-truido en sueos. He sido un viajero incansable, y mitrabajo me ha llevado de una ciudad a otra de AmricaLatina. Muchas veces, cuando alguien me pregunta dn-de nac porque no logra percibir el origen de mi acento,me siento ms que halagado, pues parece que he logradohablar en un espaol que se nutre tanto de giros mexi-canos como argentinos, centroamericanos, colombianos,con cierta huella catalana que me dejaron los seis aos demi estancia barcelonesa. De no ser porque con ms fre-cuencia de la que quisiera se me escapa un mande usted ,pocos sabran que nac en Mxico. Lo cierto es que alregresar de esos viajes siento que habito en una ciudadque las mezcla todas, que en mi imaginacin puedo pasardel viejo San Juan de Letrn de la Ciudad de Mxico, ala calle Maip de Buenos Aires donde viva Jorge LuisBorges; o que tras el Pa rque Hundido del Distrito Fe d e r a lest la pequea ruina romana de la calle Mandri de Ba r-celona que una tarde visit con mi nieta Natalia. Algunavez, incluso, subiendo al Teide en la isla de Tenerife,imagin que el mar Caribe empezaba en las costas que seextendan fre n t e a mi mirada, que se prolongaba hastallegar al Ocean Drive de Miami, descenda por las cos-tas de Veracruz, a t r a vesaba la playa de Va r a d e ro, y bajaba,enriquecido con las aguas del ro Magdalena, bord e a n d ola gran Colombia, para descansar finalmente en las aguas

    heladas de la Patagonia. En la sima de ese volcn mticode las Canarias supe que sa era la Amrica Latina quela literatura haba forjado en mi alma, y que al centro demi mar Caribe poda crear una pennsula donde trans-curriera Besos pintados de carm n. De ah a llamar la ciudaddonde Cstulo Batalla convoca el espritu de su esposa,Santoms, haba slo un paso.

    El lector estar sospechando que a pesar de esta jus-tificacin, como en el caso de la ancdota robada a mip a d re, mi ciudad tambin estuvo hurtada de algn lado,y tiene toda la razn. Si algn autor influy en m paratener esta visin fue Julio Cort z a r. Ahora hay un ciert odesprecio por su literatura y los lectores jvenes nieganla originalidad de sus novelas, pero mi generacin lasley como si ah se escondiera la cifra del mundo, o mejor,como si sus pginas descifraran las entretelas de un mun-do nuevo. Gonzalo Celorio dice que despus de leerRa y u e l a se senta como un calcetn que alguien hubieravolteado de revs, y que en vez de las ordenadas grecaslo que mostraba eran los hilachos de cada costura. Si estoresulta cierto con respecto a muchas de nuestras expe-riencias (el captulo de la muerte de Rocamadur, porejemplo, puso al descubierto que sin el melodrama ha-bamos perdido los asideros para enfrentar la muerte), laciudad que Cortzar nos mostraba era deslumbrante.Si en Ra y u e l a hay dos espacios el lado de all, Pars, yel de ac, Buenos Aires en El otro cielo, el cuento quecierra Todos los fuegos el fuego, haba una Galera lla-mada Pasaje Gemes que comunicaba directamente a

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    LOS MOTIVOS DEL ROBO

    Edificio Casas Jardines, Ciudad de Mxico

  • Buenos Aires con Pars. Bastaba cruzarla para salir a unbarrio de putas parisino, y el personaje del relato podasostener amores con una prostituta francesa mientras pla-neaba casarse con su novia en un Buenos Aires soporfico.

    No s qu fue primero, si la nocin de ciudad sin l-mites que forj en mis viajes, o esa mezcla fantasmal dePars y Buenos Aires que haba llevado a cabo Cortzar,el caso es que cuando apareci 62, modelo para arm a r c re a pie juntillas que la Ciudad en la que transcurre la no-vela no slo era una ciudad real, sino la ciudad por an-tonomasia de cualquier novela. Era tan real como el Sa nPetersburgo de Dostoievski, la Santa Mara de Juan Car-l o s Onetti, o la Roma de Alberto Moravia. Tan real comoel Macondo que nos acababa de descubrir Gabriel Ga rc aMrquez en sus Cien aos de soledad. Era sa, sin duda,no slo la ciudad en la que yo viva imaginariamente, sinola que necesitaba para que pudieran convivir los muer-tos y los vivos de Besos pintados de carmn. Mi EdificioCondesa iba a estar ubicado en la ciudad de 62 modelopara armar que recorr de la mano del Gran Cronopio.Es un hurto, lo s, un robo a mansalva, pero que hicecon cario y admiracin por Cortzar.

    Santoms, sin embargo, no mezcla a Pars con Bu e n o sAires, sino a la Ciudad de Mxico con la gran urbe fun-dada a la vera del Ro de la Plata. Soy un citadino em-pedernido y he podido vivir en dos de las tres ciudadesque ms amo, Mxico y Ba rcelona. Alguna vez quise tras-ladarme a Buenos Aires, pero desde la primera vez que la

    visit me di cuenta de que llevaba muchos aos viviendoen ella. Borges, Cortzar, Marechal, Santiago Dabove,Bi oy Casares, Sbato, Mujica Linez, Silvina Bullrich mehaban permitido re c o r rer sus calles, habitar sus barrios,y desde el momento en que me baj del avin en Eseizacomprob que podra pasear sin ningn problema porPalermo y Recoleta, ir en tren a San Is i d ro, pasar el fin desemana en el Tigre, tomar el subte en Plaza de Mayo,re c o r rer como si lo hubiera hecho desde siempre los cinesde la calle Lavalle, y aun, estar al tanto de que a Charc a sle haban cambiado el nombre por el de Marcelo T. Al-vear. Buenos Aires era mi ciudad porque haba pasadoaos leyendo narraciones argentinas, y aceptaba que, talcomo lo afirma un personaje de Borges, que el sur co-mienza en Rivadavia.

    Dice el narrador de Besos... que aunque Santomses una ciudad que, como dira el Santo del que toma sunombre, hay que tocarla para creerla, sera ms propiodecir que para tocarla hay primero que creerla. Es unaciudad de un pequeo pas sin nombre ubicado en unai n c i e rta pennsula del mar Caribe. Una ciudad cuyon o m b re, como descubre el chino Lee, quiere decir uninde anhelos, a donde la gente llega convencida de que ahrealizar sus ilusiones. Para m signific la posibilidadde traer a colacin robarme, para ser precisos perso-n a j e s de otras novelas: la sofisticada Phuong (la incon-dicional amante que aparece en El americano impasible) ,Nora Garca (alter ego de mi maestra Margo Glantz, ynarradora de varias de sus novelas), e incluso conve rtir enpersonajes a amigos muy queridos como Jos Navarro,el gran pintor cataln, con quien compart tantos buenosmomentos en Ba rcelona. Pude, inclusive, pro p o rc i o n a run nuevo territorio a los lugares de mi memoria: en Sa n-toms est el Edifico Condesa, el cine Bella poca, elPasaje Gemes, la Plaza de San Telmo, y la fuente de laCibeles que los Reyes de Espaa llevaron de regalo. Ahmismo, uno de los personajes pudo comprobar que en eltringulo mgico que se forma en el nacimiento de losmuslos de una mujer extraordinaria, el sitio exacto dondesu carne se repliega bajo su sexo, surge el Aleph que al-guna vez estuvo en la casa de Beatriz Viterbo.

    He contado lo que sucede en Besos pitados de carm n?No, apenas he anunciado el hilo que anuda las diversasancdotas y el espacio que hace posible que un par defantasmas se introduzcan en la vida cotidiana de Cs-tulo, Felipe, el chino Lee, Carmelita, Liz, y la enigmticaPhuong. Como todo en la literatura fantstica, de re-pente se abre un hueco en la realidad y por ah se cuela loinconcebible para hacernos comprender ciertas ve rd a d e si n c o m p rensibles. No soy yo quien juzgue si logr mi pro-psito, ser el posible lector quien lo decida, pero megustara decir, para concluir esta nota, que muchas cosasque suceden en la novela me dejaron sorprendido y quean ahora que ha sido publicada siguen intrigndome.

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    Torre de la Legislatura de la Ciudad, Buenos Aires