5 Los Hijos de Elí y Samuel

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LOS HIJOS DE EY SAMUEL No sé qué hacer con mi hijo/hija es una queja frecuente de los padres que no logran una buena comunicación familiar. Angustiados por problemas económicos o laborales, absorbidos emocionalmente por los dramas de pareja, enfrentados con los cuestionamientos propios de la mediana edad, intoxicados por el clima social negativo, el mal- estar puede completarse y agravarse según los casos. Añadamos la descolocación paterna frente a los hijos, y preguntémonos si no es una pretensión desmedida pedir que estos adultos actúen serena y reflexivamente como padre y madre de sus jóvenes hijos. Los padres renuncian a los criterios sostenidos hasta ahora y toleran estilos y conductas contrarios a los verdaderos valores. El dictamen del consumismo y la presión que ejercen las modas juveniles son excusa suficiente para descargar la responsabilidad paterna. El permisivismo y la falta de límites razonables avanzan hasta que aparecen episodios alarmantes o se advierten los conocidos signos de las distintas adicciones. Entonces, qué hacer, cómo recomponer un hogar deshecho por el descontrol o la falta de diálogo. La narración bíblica de Elí y sus hijos nos ayuda a reflexionar sobre las implicancias y dificultades de la responsabilidad paterna (cf. 1Sam. 1- 4). En la sociedad predavídica, el sacerdote Elí ejerce el liderazgo en la ciudad de Silo, centro cultual de Israel. 1

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LOS HIJOS DE ELÍ Y SAMUEL

No sé qué hacer con mi hijo/hija es una queja frecuente de los padres

que no logran una buena comunicación familiar. Angustiados por problemas

económicos o laborales, absorbidos emocionalmente por los dramas de pareja,

enfrentados con los cuestionamientos propios de la mediana edad, intoxicados

por el clima social negativo, el mal-estar puede completarse y agravarse según

los casos. Añadamos la descolocación paterna frente a los hijos, y

preguntémonos si no es una pretensión desmedida pedir que estos adultos

actúen serena y reflexivamente como padre y madre de sus jóvenes hijos. Los

padres renuncian a los criterios sostenidos hasta ahora y toleran estilos y

conductas contrarios a los verdaderos valores. El dictamen del consumismo y

la presión que ejercen las modas juveniles son excusa suficiente para

descargar la responsabilidad paterna. El permisivismo y la falta de límites

razonables avanzan hasta que aparecen episodios alarmantes o se advierten

los conocidos signos de las distintas adicciones. Entonces, qué hacer, cómo

recomponer un hogar deshecho por el descontrol o la falta de diálogo.

La narración bíblica de Elí y sus hijos nos ayuda a reflexionar sobre las

implicancias y dificultades de la responsabilidad paterna (cf. 1Sam. 1- 4).

En la sociedad predavídica, el sacerdote Elí ejerce el liderazgo en la

ciudad de Silo, centro cultual de Israel. Anciano venerado, goza del prestigio

del pueblo. Elí, no obstante su autoridad moral, no logra con sus hijos

establecer consignas claras y hacerlas cumplir. Jofni y Pinjás cometen tres

faltas graves: se apropian de las ofrendas litúrgicas, abusan de las mujeres

dedicadas al culto y desobedecen al padre. Elí les reprocha a los hijos su

comportamiento, censurado ya por la gente, pero las advertencias resultan

infructuosas. En ese momento, un profeta reprende seriamente a Elí por su

débil intervención, le advierte que al ser cómplice del pecado de los hijos,

caerán futuras desgracias sobre el pueblo y la propia familia. Los hechos se

precipitan. Al enfrentarse con los filisteos, Israel sufre una gran derrota: el arca

de la alianza es capturada y mueren los hijos de Elí.

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Este cuadro bíblico encuentra el reverso en la figura del joven Samuel

(cf. 1Sam. 1; 3). Su madre, de nombre Ana, a pesar de ser estéril, lo había

concebido como respuesta divina a su oración. El sacerdote Elí fue el

instrumento de consuelo y bendición para la futura madre. Por este motivo,

cuando terminó el período de la lactancia, Samuel fue presentado en el

santuario y confiado al sacerdote Elí para quedar al servicio del Señor.

El crecimiento de Samuel aparece en oposición a las malas acciones de

los hijos de Elí; la obediencia del adolescente y el prestigio que lo rodea se

oponen a la desobediencia y a la mala fama que tienen Jofni y Pinjás (cf. 1Sam.

2,12-26). La narración antitética se desarrolla hasta incluir a Elí. Ya no hay

visiones y el sacerdote sufre la disminución visual, aunque la lámpara de Dios

no se ha apagado; en cambio, Samuel queda acreditado como profeta que

escucha al Señor y transmite los mensajes divinos al mismo Elí.

El joven Samuel estaba al servicio del Señor con Elí. La palabra del Señor era

rara en aquel tiempo y no eran frecuentes las visiones. Una día estaba Elí

acostado en su habitación. Sus ojos comenzaban a debilitarse y apenas podía

ver. La lámpara de Dios todavía no se había apagado. Samuel estaba

durmiendo en el santuario del Señor, donde estaba el arca de Dios (1Sam. 3,1-

3).

Samuel crecía, y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de

cumplirse. Toda Israel, desde Dan hasta Berseba, supo que Samuel estaba

acreditado como profeta del Señor. El Señor continuó manifestándose en Siló,

pues era allí donde revelaba su palabra a Samuel (1Sam. 3,19-21).

La figura de Elí representa la dignidad judicial y, en cuanto símbolo, está

al inicio y al término de la narración: cuando Ana se dirige al santuario para

pedir la gracia de tener un hijo, el sacerdote está sentado junto a la puerta; al

final del ciclo, cuando le informan a Elí sobre la derrota de Israel y la muerte de

sus hijos, el sacerdote cae de la silla hacia atrás y muere desnucado (cf. 1Sam.

1,9; 4,18).

El narrador construye el relato sobre las diferencias entre el anciano Elí y

el joven Samuel, entre los hijos de Elí y Samuel. Ver o no ver, intervenir o

disimular manifiestan una disyuntiva más profunda: crecer o sucumbir. A veces,

los padres prefieren, como Elí, ignorar lo que ven y saben, porque no están en

condiciones de afrontar una nueva fuente de conflicto, de este modo son los

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primeros en perjudicarse y quizás en culpabilizarse, sin encontrar vías de

solución. En cambio, ingeniarse en producir espacios de encuentro, insistir en

el diálogo oportuno y sincero posibilitan una buena vinculación y, por

consiguiente, la construcción de personalidades maduras. Es evidente que si

nuestra vida está asediada por tensiones y desequilibrios, la visión disminuye y

faltan las fuerzas necesarias para la misión paterna. La paternidad responsable

requiere de nosotros una permanente transformación personal y adaptación al

misterio del crecimiento.

Elí cumplió con su profesión y gozó del reconocimiento de la gente, sin

embargo descuidó su hogar. Desconocía los problemas por los que

atravesaban sus hijos. Al enterarse por terceros, les reprochó su conducta,

probablemente avergonzado por el desprestigio que le significaba. Quiso

ponerles límites, pero ya era tarde. Había faltado presencia paterna y diálogo

con los hijos. ¿No parece una descripción de tantos casos de hoy día? Tal vez

los hijos de Elí pregunten a los hijos actuales: ¿Tus padres están presentes en

tu vida? O Elí pregunte a los padres: ¿Están realmente cerca del crecimiento

de sus hijos?

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