514-513-1-PB

9
NOTAS Y DISCUSIONES ISEGORÍA/28 (2003) pp. 221-229 221 RESUMEN. Desde su publicación en el año 2001, el libro de Juan Aranzadi, El escudo de Arquíloco, ha provocado distin- tas críticas, especialmente centradas en las consecuencias morales y políticas de la justificación de una ética para fugitivos, la cual sitúa el valor supremo en la defensa de la vida, a cualquier precio. En esta nota se ofrece una aproximación a sus principa- les tesis acompañadas de las impugnacio- nes que les han dirigido Patxo Unzueta, Edurne Uriarte, Jon Juaristi y Aurelio Arteta, en la estrategia de lucha contra el terrorismo, el impulso de la participación ciudadana en la sociedad vasca, las actitu- des de resistencia ante la dominación y el valor de la ética y la ética de los valores, respectivamente. ABSTRACT. From its publication in 2001, Juan Aranzadi´s book, The Arquílo- co´s Shield, has originated different criti- cal works, specially centred on moral and political consequences about a justifica- tion for an ethics for fugitives, which puts the supreme value in defence of life, at any price. This paper offers an approach to their main theses with the objections for- mulated by Patxo Unzueta, Edurne Uriar- te, Jon Juaristi and Aurelio Arteta, in the strategy of fight against terrorism, the impulse of civic participation in the Bas- que society, the resistance attitudes oppo- sed to the domination and the value of ethics and the ethics of values, respecti- vely. El escudo de Aranzadi y sus críticos. Cuatro dardos contra la «ética para fugitivos» FERNANDO R. GENOVÉS IES «Camp de Túria», Valencia I El libro de Juan Aranzadi, El escudo de Arquíloco 1 , a lo largo de dos tomos de más de quinientas páginas cada uno, con- densa un ambicioso mensaje antropológi- co-ético-político-sociológico-teológico- estético-hermenéutico-filológico, etc., que se resume en una idea central: no hay nin- guna Causa o Idea —Dios, Patria, Liber- tad, Democracia— por la que merezca la pena morir ni matar, puesto que la Vida conforma el máximo valor 2 . El poeta Arquíloco representa para Aranzadi el antihéroe griego, el luchador que al com- prender la ineficacia de su Acción y reci- bir el aliento pérfido de la Muerte, decide abandonar el escudo «junto a un mato- rral», y no seguir luchando, pues, afirma, yo no mato ni, sobre todo, deseo que me maten, otro escudo me buscaré «que no sea peor» y que me procure la superviven- cia y garantice más vida. La consecuencia de esta actitud queda enmarcada en una «ética para fugitivos» que, según dice, proyecta escribir, pero de la que ya ofrece sustanciosas pistas, en especial cuando aborda la «cuestión vasca» que compone el primer volumen de su disertación sobre mesías, mártires y terroristas (subtítulo del libro), y que se encuentra resumida en el artículo «¿Qué puede hacer un demó- crata contra ETA?» 3 .

description

Crítica al Escudo de Arquíloco de Juan Aranzadi

Transcript of 514-513-1-PB

  • NOTAS Y DISCUSIONES

    ISEGORA/28 (2003) pp. 221-229 221

    RESUMEN. Desde su publicacin en elao 2001, el libro de Juan Aranzadi, Elescudo de Arquloco, ha provocado distin-tas crticas, especialmente centradas en lasconsecuencias morales y polticas de lajustificacin de una tica para fugitivos, lacual sita el valor supremo en la defensade la vida, a cualquier precio. En esta notase ofrece una aproximacin a sus principa-les tesis acompaadas de las impugnacio-nes que les han dirigido Patxo Unzueta,Edurne Uriarte, Jon Juaristi y AurelioArteta, en la estrategia de lucha contra elterrorismo, el impulso de la participacinciudadana en la sociedad vasca, las actitu-des de resistencia ante la dominacin y elvalor de la tica y la tica de los valores,respectivamente.

    ABSTRACT. From its publication in2001, Juan Aranzadis book, The Arqulo-cos Shield, has originated different criti-cal works, specially centred on moral andpolitical consequences about a justifica-tion for an ethics for fugitives, which putsthe supreme value in defence of life, atany price. This paper offers an approach totheir main theses with the objections for-mulated by Patxo Unzueta, Edurne Uriar-te, Jon Juaristi and Aurelio Arteta, in thestrategy of fight against terrorism, theimpulse of civic participation in the Bas-que society, the resistance attitudes oppo-sed to the domination and the value ofethics and the ethics of values, respecti-vely.

    El escudo de Aranzadi y sus crticos.Cuatro dardos contra la tica para fugitivos

    FERNANDO R. GENOVSIES Camp de Tria, Valencia

    I

    El libro de Juan Aranzadi, El escudo deArquloco 1, a lo largo de dos tomos dems de quinientas pginas cada uno, con-densa un ambicioso mensaje antropolgi-co-tico-poltico-sociolgico-teolgico-esttico-hermenutico-filolgico, etc., quese resume en una idea central: no hay nin-guna Causa o Idea Dios, Patria, Liber-tad, Democracia por la que merezca lapena morir ni matar, puesto que la Vidaconforma el mximo valor 2. El poetaArquloco representa para Aranzadi elantihroe griego, el luchador que al com-prender la ineficacia de su Accin y reci-bir el aliento prfido de la Muerte, decide

    abandonar el escudo junto a un mato-rral, y no seguir luchando, pues, afirma,yo no mato ni, sobre todo, deseo que mematen, otro escudo me buscar que nosea peor y que me procure la superviven-cia y garantice ms vida. La consecuenciade esta actitud queda enmarcada en unatica para fugitivos que, segn dice,proyecta escribir, pero de la que ya ofrecesustanciosas pistas, en especial cuandoaborda la cuestin vasca que componeel primer volumen de su disertacin sobremesas, mrtires y terroristas (subttulodel libro), y que se encuentra resumida enel artculo Qu puede hacer un dem-crata contra ETA? 3.

  • NOTAS Y DISCUSIONES

    222

    Junto a la firme defensa de la Vida y larepulsa de la Muerte los motores de laexistencia Aranzadi advierte desde lasprimeras pginas del libro, y a la menorocasin que se ofrezca, que su posicin escontraria a ETA y al terrorismo, que l loque persigue es fortalecer la democracia,denunciar las contradicciones de losGobiernos vasco y espaol en su no-defensa efectiva de la seguridad de laspersonas, que se traducen en el fracasode no haber acabado con la organizacinterrorista en todo este tiempo de ruido yfuria, de que persista la amenaza y el mie-do, y mostrar de paso su escepticismo antela supuesta eficacia de las movilizacionesciudadanas, pues no slo no socavan laestrategia terrorista sino que le dan nuevosargumentos y motivos para seguir matan-do, aumentando la nmina y las reas deactuacin. Para Aranzadi, supone unaimpostura el predicar la permanencia de lademocracia representativa, como es laespaola, mientras se minusvalora o me-nosprecia el foro legislativo y ejecutivoincitando a la movilizacin de la sociedadcivil para que se enfrente por todos losmedios al terrorismo, sin posibilidadesreales ni plausibles de xito y con altasprobabilidades, por el contrario, de ser las-timado, herido o muerto. En consecuencia,y enarbolando el principio rector de sudiscurso el valor de la Vida y de la con-servacin, slo una actitud de huida delescenario de violencia puede sostenersecomo razonable.

    Mas en verdad est Aranzadi defen-diendo la vida y la seguridad de las perso-nas, solidarizndose con las vctimas delterrorismo, auspiciando la destruccin deETA, elogiando el imperio de la ley y ala-bando la democracia representativa? Ono ser, por el contrario, que el escudo deArquloco no es ms que una mera excusa,una estricta escapatoria, para revestir po-ticamente el escudo de Aranzadi con elque pretende cubrirse ante el riesgo efecti-vo de muerte, no slo del autor sino de

    una parte de la sociedad vasca, la no ame-nazada an por ETA, y, al mismo tiempo,un subterfugio rigurosamente coincidentecon el ideario nacionalista actualmentevigente, y en el poder, en la ComunidadAutnoma Vasca (CAV), o sea, el del Par-tido Nacionalista Vasco (PNV) y sus alia-dos? La sospecha no es infundada nicaprichosa ni capciosa. Por un lado, todosu discurso se apoya sobre el socorridorecurso de la equidistancia y del reparto deresponsabilidades y culpas por igual: Go-bierno vasco y espaol (los dos gobiernanmal); terroristas y antiterroristas (cuandouno se opone frontalmente a un enemigo,no tarda en convertirse en algo semejante.Esto me lleva a valorar como un procedi-miento ms sabio o ms coherente el huir,sin enfrentarse al enemigo 4); verdugosy vctimas (mrtires del Pueblo Vascoetarras muertos en acciones antiterroris-tas o autoinmolados y mrtires de lademocracia vctimas del terrorismoson equiparables; la distancia entre unos yotros es muy corta 5); manifestacionespro-ETA y anti-ETA del mismo jaez(apuntan por igual a la confrontacin y ala crispacin). Por el otro lado, resultamuy curioso que el libro no haya sido malrecibido por la comunidad abertzale, cosa,por otra parte, nada sorprendente si adver-timos que, aparte de lo ya apuntado, lasreflexiones de Aranzadi son plenamentecoincidentes con las proclamas indepen-dentistas, sus propuestas asumibles por lasposiciones secesionistas y sus crticas alterrorismo (crea una situacin incmoda ymolesta, ETA es mala) perfectamenteexcusables y comprensibles dentro delcontexto, una reprobacin, en todo caso,que no pone en peligro su vida ni lo anate-matiza ni lo hace aspirante a mrtir.

    Qu es lo que propone, entonces,Aranzadi? Respuesta: Pero yo no pro-pongo nada, analizo propuestas ajenas ycritico las falacias y contradicciones delas posiciones del bloque constituciona-lista 6. Pero debe ponerse fin a ETA, s

    ISEGORA/28 (2003)

  • NOTAS Y DISCUSIONES

    223

    o no? Respuesta: Lo que ms trabaja encontra de ETA es ETA misma. ETA seest suicidando, lo malo es que se estsuicidando poco a poco y llevndose pordelante a mucha gente 7. Si no malinter-preto al antroplogo vasco, toda accincontra ETA es ineficaz e infructuosa y opo-nerse a su accin, una provocacin.Slo hay que dejarla en paz hasta quereflexione, se d cuenta de lo mala quees y se extinga lo antes posible, por supropia voluntad. Y si no quiere suici-darse de una vez y para siempre? Qupasa mientras tanto? Hay que huir. Osea, los amenazados, que se vayan: Kan-pora.

    II

    Las tesis de Aranzadi han sido contestadasslo, si no ando errado, desde posicionesconstitucionalistas, y especialmente porPatxo Unzueta, Edurne Uriarte, Jon Juaris-ti y Aurelio Arteta. Veamos a continua-cin una sinopsis de estas rplicas.

    Patxo Unzueta rebate a Aranzadi enun artculo publicado en el mismo nme-ro de la revista en que ste sintetizaba suposicin 8, titulado significativamente An-te todo, no rendirse 9. El planteamientode Unzueta al interrogante de AranzadiQu puede hacer un demcrata contraETA? es bsicamente el siguiente:

    1) En primer lugar, no proporcionar-le cobertura ni coartada poltica e ideol-gica (por no decir material y logstica) aETA, pues a) ser ms fcil que desistasi se le hace ver que cualquiera que sea elsigno del Gobierno no habr negociacinpoltica, que si existe ambigedad al res-pecto 10. y b) habra que actuar sobre losdos factores que ms favorecen la persis-tencia de un activismo juvenil violento: lalegitimacin ideolgica exterior, facilitadasobre todo por el nacionalismo, y la sensa-cin de impunidad 11.

    2) Mantenerse incontestablementedentro de los mrgenes de la ConstitucinEspaola: Si el sistema constitucionalespaol no es democrtico por no contem-plar la posibilidad de la secesin, ningunaConstitucin lo es en el mundo. 12; y delEstatuto de Autonoma: El Estatuto deGuernika no es una frmula intermediaentre las aspiraciones nacionalistas deautogobierno y las de los no nacionalistas,sino una frmula destinada a dar satisfac-cin a los primeros. Los no nacionalistaspodan haber prescindido de la autono-ma, pero la aceptaron en aras de la convi-vencia 13.

    Urge establecer claramente la eviden-cia: ETA no va a disolverse por propia ini-ciativa, sino que debe ser derrotada. Y elPNV, al haberse sumado a la estrategiarupturista que implica la va del soberanis-mo y a la proclama antidemocrtica queconlleva el etnicismo, debe ser vencido enlas elecciones para propiciar su regenera-cin poltica. Y para ello es preciso sacu-dirse la fantasa cordialista de transferen-cia de anhelos en escalones sucesivos sinposibilidad real de solucin: Batasunaaspira a convencer a ETA para que deje dematar; PNV suspira por convertir a Bata-suna, a que deje de vivir en pecado y deapoyar a ETA; y, en fin, algunos partidosdemocrticos constitucionales no pierdenla esperanza de persuadir al PNV para quese deshaga de los lazos con Batasuna yETA... Llegados a este punto, es funda-mental la actitud de firmeza de los socia-listas 14.

    III

    Si el artculo de Patxo Unzueta se ocupapreferentemente de contraponer al discur-so derrotista y literalmente insidioso esdecir, aquel que maquina y conjura que-dndose sentado de Aranzadi, una pro-puesta poltica de reconstruccin democr-

    ISEGORA/28 (2003)

  • NOTAS Y DISCUSIONES

    224

    tica, el texto de Edurne Uriarte articulauna razonada justificacin de la rebelinsocial contra ETA. En primera instancia,Uriarte expone la gestacin de esta verte-bracin de la ciudadana como autodefen-sa ante la directa accin terrorista contraobjetivos civiles, en particular, desde elasesinato del concejal del Partido PopularMiguel ngel Blanco. Este episodio infa-me de la trayectoria de ETA promueve eldenominado espritu de Ermua, es decir,la concienciacin social de la poblacinvasca que hace posible vencer el miedo y,espoleados por actitudes de indignaciny resistencia, le lleva a movilizarse masi-vamente contra el terrorismo.

    Debo decir que la rplica de Uriarte aAranzadi es, con mucho y a mi juicio, lamenos consistente de las cuatro respues-tas que aqu estamos glosando, indepen-dientemente de la buena intencin de sualegato y del valor que soporta su espe-ranzada confianza en la rebelin popularpara salir del laberinto vasco. Y es que noes fcil compartir su eufrico diagnsticode la reaccin de la sociedad vasca en unsentido democrtico ni coincidir con sunocin de la legitimacin democrtica,segn la cual merced a las manifestacio-nes callejeras el Estado adquiere plenalegitimidad para luchar contra ETA sinceder a la presin del chantaje terrorista15. Bien est que se diga que la ciudadanapuede legitimarse a s misma mediantedemostraciones pblicas y sacudir lamolicie de las autoridades polticas y exi-girles que garanticen la seguridad de laspersonas, cuando stas se vean desasisti-das o comprueben que en algunas partesde Espaa la ley simplemente no se cum-ple, pero esto no supone sostener que elEstado precisa de la movilizacin ciuda-dana y de la accin directa para adqui-rir plena legitimidad. El Estado goza delegitimidad constitutiva y constitucional-mente, no dependiente de estmulos exter-nos y circunstanciales provenientes de lacalle.

    Y, todo sea dicho, en este punto noest equivocado Aranzadi cuando muestralas contradicciones, en una slida reduc-cin al absurdo, de la relativamentereciente escalada de manifestaciones calle-jeras en que se ha convertido la polticaespaola, y el escenario vasco en particu-lar, bajo la estrategia proclamada de quehay que ganar la calle como modo inex-cusable para asegurar las posiciones polti-cas. Comprendo las razones de Uriartepara percibir en la revitalizacin de la ciu-dadana vasca no nacionalista y en sudecisin de sacudirse el miedo y alzar lavoz, de hacerse or, tras decenios de silen-cio vergonzante de los demcratas y deuna hegemona nacionalista que se habaapoderado de la opinin pblica (esevidente que la opinin pblica dominanteha sido hasta recientemente en el PasVasco la nacionalista) 16, pero no pareceque un duelo de manifestaciones entrenacionalistas y constitucionalistas sea lamanera cabal de disear el final de ETA,de parar la deriva secesionista y de recon-ducir la vida poltica dentro del cauce delrespeto a la ley, la libertad y el ordendemocrticos.

    Cmo no compartir matizadamentecon Aranzadi esta desazonadora conclu-sin?: El ms chocante y absurdo de losdesenlaces de este proceso corruptor de lademocracia representativa son las mani-festaciones contra ETA convocadas porlos Gobiernos vasco y espaol 17. Y digomatizadamente porque no considero quesea la ms anormal de las vicisitudesactuales de la democracia representativa.Lo cierto, empero, es que las autoridadespolticas, en cuanto tales y en cumplimien-to de su cargo, no slo no tienen el deberpoltico de asistir a manifestaciones calle-jeras, sino que no tienen el derecho moralde hacerlo. El olvido y el quebrantamientode esta mxima provocan severos desgas-tes y disfunciones en la vida polticademocrtica, toneladas de demagogia,incitaciones irresponsables a la agitacin,

    ISEGORA/28 (2003)

  • NOTAS Y DISCUSIONES

    225

    radicalismo innecesario y degradacin deldiscurso poltico, que ve as cmo la pon-deracin, la elocuencia y la dialctica seven sustituidos por el insulto, la voz encuello, la descalificacin, la invectiva y laconsigna. Y todo ello mientras se com-prueba la debilidad del debate parlamenta-rio y la escasez o mengua en l de buenosoradores y sabios cicerones, y abunden, encambio, los demagogos, parlanchines yespadachines que confunden las Cmarasde Representantes con la plaza pblica.

    IV

    Jon Juaristi no slo se muestra partidariode no cejar en la confrontacin con elnacionalismo, sino que asume sin comple-jos la estrategia de la provocacin y eldesafo directo al poder establecido enAjuria Enea y en la calle. No se piense,empero, que Juaristi sea un manifestanteimpenitente, que entienda la prctica pol-tica como una travesa tenaz desde Santur-ce a Bilbao. En su libro La tribu atribula-da 18 dedica la segunda parte, De laguerra tribal, a refutar a Aranzadi, altiempo que expone una brillante reflexinsobre la significacin de la resistencia, dela poltica en sentido resistencial.

    De entrada, una cuestin de orden con-ceptual. Para Juaristi no nos hallamos anteun problema de resistencia, sino de defensadel orden institucional y constitucional:Los resistentes son ellos (los nacionalis-tas), no nosotros. Nosotros estamos de partedel orden instituido, y eso es lo que horrori-za a Aranzadi, que no tiene inconvenienteen confesar que no es demcrata. Yo creoque Aranzadi no es un antidemcrata, sinoun progre 19. Ahora bien, el problema queseala Juaristi no se cie nicamente a suantiguo compaero de fatigas, sino a todauna cultura, es decir, a una determinadamanera o actitud de entender y practicar lapoltica: El movimiento cvico est repletode progres que no resisten verse comodefensores del orden vigente 20.

    Se trata, entonces, de explorar la natu-raleza y los lmites de la resistencia, y decmo ha llegado a erigirse en mito. Juaris-ti parte para ello del libro de memorias deClaude Bourdet, uno de los creadores ydirigentes de la red Combat, que se edit,durante la ocupacin nazi en Francia.Segn Bourdet, fue, en efecto, bajo ladominacin alemana durante la SegundaGuerra Mundial cuando comenz a em-plearse el vocablo, acaso propiciado por elrtulo del peridico Resistance, a fines de1940. Desde entonces, su uso se ha gene-ralizado, para expresar, no tanto la resis-tencia pasiva probablemente su signifi-cacin original, o al menos espontneacomo toda clase de oposicin activa contrala dominacin de un pueblo por parte deuna potencia exterior (modelo colonialistae imperialista), promoviendo la luchaclandestina y la conspiracin, la organiza-cin subversiva o revolucionaria, la rebe-lin y la insurreccin. La resistencia, alconvertirse en mito, asume y se apropia detodas las luchas habidas y por haber, eri-gindose en Revolucin Permanente, enResistencia, que incorpora as en una sn-tesis simblica la lucha de todos los pue-blos contra el nazismo: en la medida enque el nazismo escribe Bourdet fueuna racionalizacin de todos los sistemasde opresin y en la medida en que la resis-tencia contra l se ha beneficiado en nues-tros das de una publicidad total a escaladel mundo entero, se cre un modelo ideo-lgico y prctico cuya influencia rebasrpidamente los pases donde tuvo su ori-gen 21.

    Quin resiste hoy en el Pas Vasco?En verdad, quien se resiste a abandonar elpoder y la lucha, porque el poder no essino lucha por el poder, y la lucha, el nopoder dejar de resistir. Una de las grandesraces de la calamidad que vive la socie-dad vasca se encuentra en cmo han llega-do a solaparse poder y oposicin, domina-cin y resistencia, izquierda y derecha,arriba y abajo, ir y venir, cuento de nunca

    ISEGORA/28 (2003)

  • NOTAS Y DISCUSIONES

    226

    acabar y vuelta empezar. El hecho de quePNV y ETA sellaran el verano de 1998 unpacto mutuo con vistas a la ruptura conEspaa y a la ereccin de Euskal Herriano es ms que la conclusin necesaria decmo se mueve una sombra proteica,cuando no abiertamente esquizofrnica,sobre una sociedad, la vasca, que, comoexamin en su da Juaristi, no acaba desalir del bucle melanclico que ella mismase ha creado, atndose a s misma, y de laque no sabe cmo liberarse. Juaristi ilustraahora esta convergencia, en la tribu atribu-lada, desde el anlisis comparado entreredes y movimientos de resistencia 22.

    En el panorama vascongado de hoyconfluyen dos tipos de resistencia: laResistencia nacionalista y la Resistenciaantifranquista, que han tenido su encarna-cin palmaria en la formacin del Gobier-no Ibarreche, tras las elecciones de mayode 2001, compuesto por las fuerzas nacio-nalistas PNV, Eusko Alkartasuna (EA) eIzquierda Unida del Pas Vasco. Es decir,por un lado, los luchadores de la indepen-dencia y, por el otro, los luchadores contrael neofranquismo (sea ello lo que sea y lopersonifique a quien le toque en cadamomento). El caso es que contra Franco selucha mejor y si no hay enemigo real, se leinventa: no importa que ste adopte la fazde la Espaa democrtica constitucional yde las Autonomas, porque una Resisten-cia que no resiste no es resistencia ni esnada. Se erige as una nueva ideologa, elResistencialismo: Resistencialismo quese resiste a desaparecer. La izquierda sue-a estar luchando an contra Franco 23.

    No hay, entonces, motivos para lu-char? Para luchar s, pero no para resistirnumantinamente, hasta la muerte, porqueslo muerte puede ofrecer tamaa empre-sa. La lucha no es contra el franquismo,sino contra los que se sirven del antifran-quismo como justificacin y pretexto paranegar hoy el pleno desarrollo de las liber-tades en Espaa. La batalla abierta en laCAV no es la batalla de Argel y ni la de

    Teruel, sino la accin democrtica a favorde la ley y del orden democrticos, en arasa cumplir y hacer cumplir la Constitucina todos los ciudadanos y a todas las insti-tuciones, sin exclusin ni excepcin. Enese empeo, recuerda Juaristi, la recupera-cin de las enseas y de los smbolosdemocrticos y constitucionales represen-tan un paso necesario e inexcusable. Elhombre es un animal simblico, ademsde racional (o precisamente por ello). Ydurante demasiado tiempo se ha permiti-do claudicar en aspectos bsicos y nadaanecdticos, como son las banderas. Seatisba alguna esperanza? Hay razonespara la preocupacin? Quedan motivospara manifestarse todava por el bulevar?

    Cuando en las manifestaciones con-vocadas por los movimientos cvicos veaondear la bandera nacional junto a la iku-rria quiz sta me preocupe muchomenos. Y es que el drama de la izquier-da, y de algunos progres como Aranzadi,es que, como dice Juaristi en referenciaextrapolable a Euskadiko Ezkerra, formanun partido de resistentes antifranquistasencantados de haberse conocido 25. Porello se citan tan a menudo y salen a pasearen grupo. Bueno, se citan todos menosAranzadi, que es un soso, y adems, comol mismo reconoce y aun se jacta de ello,un cobarde.

    V

    De todas las refutaciones al texto de Aran-zadi que aqu se seleccionan y discuten, lade Aurelio Arteta es, segn creo, la msimpactante y letal para el destinatario 26.Su estructura, en forma de crtica o recen-sin del libro, y su mismo arranque, en elque con inflexin retrica de timbre orte-guiano se lamenta de la ausencia hasta lafecha casi dos aos despus de su publi-cacin de una crtica seria, anuncian lapuesta en marcha de un repaso a las tesisdel antroplogo. Por lo dems, el ttulo,Arquloco como pretexto. Una tica de la

    ISEGORA/28 (2003)

  • NOTAS Y DISCUSIONES

    227

    desercin, promete asimismo el esclare-cimiento y desvelamiento de un discursode sospecha, de una metfora y un textoque no son sino imagen y pretexto parauna desercin y para la consagracin deun matrimonio morgantico y de conve-niencia nacionalismo y progresa quese las prometen muy felices, a costa deuna parte de la poblacin que paga el patoy no se come las perdices, mientras otrosrecogen las nueces.

    La batida o descubierta de Arteta selleva a cabo en los terrenos de la antropo-loga filosfica, la tica y la poltica, queson del cultivo especializado del autor. Laprimera pieza en caer es la principal, demanera que pronto queda el resto de lamanada descabezada. Quiere decirse: pararefutar el artefacto argumentativo de Aran-zadi, Arteta niega la mayor, y muestra laimpostura que representa el tomar en latica a la vida como valor supremo, cuan-do la vida, en todo caso, puede entendersecomo un instinto pero nunca como unvalor moral: la vida humana no es unvalor, sino un bien o el soporte y condi-cin de todo valor; en este caso, de losvalores polticos y morales. Dotar derelevancia suprema e incondicional a lavida frente al resto de bienes humanoscomo la libertad, la justicia, la igualdad,la felicidad significa privilegiar lo pre-determinado sobre lo autodeterminado, locrudo sobre lo cocido, la materia sobre laforma. Supone tambin destacar la ver-tiente biolgica de la existencia en detri-mento de la moral, lo cual conduce nadamenos que a deshumanizarla, pues un plande vida centrado principalmente en la pro-pia conservacin no comporta, comomuchas veces se cree, un proyecto desupervivencia, ya que una vida as no ten-dra nada de superior, sino que sera merapermanencia y sujecin a la naturaleza,neta duracin episdica; y eso significasubsistencia, no supervivencia.

    La elevacin de la vida a valor supre-mo no revela un impulso superior sino

    inferior, y aun subyacente, lo cual no debede resultar extrao ni de sorprendernos enuna moral que se tiene por espantadiza yyaciente, aparte de recostada e insidiosa.Exhala puro humo nihilista. Si la vida lo estodo, nada entonces vale la pena, porquetodo es lo mismo y lo nuestro es pasar...desapercibido. Y huir de la pena y delsufrimiento a toda costa. El enaltecimiento,por tanto, de la vida slita oculta un miedoprofundo y destructor: el miedo a la muer-te 28. Y no a la muerte abstracta y absoluta,sino, ms en concreto, el miedo a morirviolentamente: el rechazo a la muerte essiempre rechazo a la muerte de uno mismo.Arquloco no dice alegrarse de no habermatado, sino de no haber muerto 29.

    Qu pasa, entonces, con la vida de losdems? Qu valor patentiza? Cmo con-sideramos la violencia ejercida sobre losotros y que uno procura sortear? Estosinterrogantes, entre otros, en una sociedaddominada y embrutecida por el miedo y laviolencia se revelan cuestiones cruciales.Predicar, como hace Aranzadi, una polticade slvese quien pueda, por el que el man-damiento ciudadano se limita a preservarsea s mismo a cualquier precio, y, todo loms, a un compromiso personal de nomatar con las propias manos, no representaslo una proclamacin inmoral, sino unaincitacin polticamente homicida (comu-nitariamente suicida): De modo que lams encendida negativa a matar uno mis-mo se acompaa, cuando menos, del per-miso de que alguien mate por uno 30.

    Pero Aranzadi se confiesa pacifista, yesto es desconcertante. Lo que, sin embar-go, ilumina como una maana de agostoen el Mediterrneo es la tica que va ado-sada a su poltica de derribo: una ticapara fugitivos del Parentesco, del Estado ydel Mercado 31. Dejemos de lado lo delParentesco y lo del Mercado, para nometerse en asuntos de familia y en quere-llas de liberalismo. Pero la fuga del Estadoy la recusacin de la violencia legtimaque lleva implcita deja una brecha tene-

    ISEGORA/28 (2003)

  • NOTAS Y DISCUSIONES

    228

    brosa a la vista que produce vrtigo. Si esmisin de uno mismo evitar la propiamuerte a cualquier precio. Si se compro-mete uno a no matar y deja a otro la tarea.Y si ese otro no son el Estado y su violen-cia legtima. Entonces, quin es?

    VI

    Como despedida a nuestro examen, acasoresulte relevante y fructuoso el fijar rumboen direccin a la enseanza de Aristtelessobre estos conceptos principales y echarel ancla entre sus pginas luminosas. Y lohacemos para distinguir entre vivir conmiedo y vivir en peligro. Pues bien, segnensea el Estagirita, el miedo es un ciertopesar o turbacin, nacidos de la imagen deque es inminente un mal destructivo openoso 32. El miedo se muestra, entonces,en la imaginacin como un estado de anti-cipacin ante alguna contingencia perni-ciosa que pueda ocurrirnos en el futuro.Ms que esperarlo en abstracto, se pre-siente en funcin de seales que indicantanto su gravedad como su cercano adve-nimiento. Es por esto que no se teme todolo malo, como pueda serlo el ser injusto otorpe en un momento dado, ni aun la mis-ma muerte, pues aquellos comportamien-tos son soportables o excusables, y sta seperfila o as lo queremos creer en unhorizonte lejano, que al no imponerse

    como amenaza prxima, no intranquiliza ymenos impacienta.

    En efecto, slo tememos a la muertecuando nos sentimos en peligro de muerte,y esto es el peligro: la proximidad de lotemible 33. Todos los hombres viven, pues,con algn tipo de miedo metido en el cuer-po por lo que pueda pasar, y as, mientrastanto, van pasando. Pero viven en excep-cional estado de peligro los que perciben elriesgo como algo real y presto a saltar sobreuno a la menor ocasin, en cualquiermomento, porque est en manos de la ene-mistad y la ira de quienes tienen la capaci-dad de hacer algn dao 34. Y no undao abstracto o inverosmil, sino concretoy fundado, que cuando afecta a uno mismoproduce angustia y cuando les suceden oestn a punto de sucederles a otros, inspirancompasin 35. Del miedo, entonces, se tie-ne sospecha, pero el peligro acecha.

    No es el miedo una afeccin del almade la que pueda uno sentirse orgulloso ycontento, mas tampoco hay nada de lo queavergonzarse por el hecho de experimen-tarlo. En ese sentido, s podemos decir queel miedo es cosa humana y de muchos,pero no por ello demasiado humana. Ver-genza se tiene, puntualiza Aristteles, delos vicios, como, por ejemplo, abandonarel escudo y huir, ya que esto resulta de lacobarda 36.

    ISEGORA/28 (2003)

    NOTAS

    1 Juan Aranzadi, El escudo de Arquloco, Sobremesas, mrtires y terroristas, Madrid, Visor, 2001.

    2 J. Aranzadi, El escudo de Arquloco, op. cit.,vol. I, p. 16.

    3 La revista Claves de Razn Prctica (nm. 109,enero-febrero 2001, pp. 29-40) public un avance dela publicacin del libro, con el ttulo Qu puedehacer un demcrata contra ETA?, y que compendiauna buena parte del ncleo del debate que aqu glosa-mos.

    4 Entrevista a Juan Aranzadi en Babelia, su-

    plemento cultural del diario madrileo El Pas,nm. 501, 30 de junio de 2001, p. 16.

    5 J. Aranzadi, El escudo de Arquloco, vol. I, p. 69.6 Entrevista a J. Aranzadi, op. cit., p. 17 (la cursiva

    es ma).7 Entrevista a J. Aranzadi, dem.8 Vid. nota 3.9 Patxo Unzueta, Ante todo, no rendirse, Claves

    de Razn Prctica, nm. 109, enero-febrero 2001,pp. 41-50.

    10 P. Unzueta, op. cit., p. 41.

  • NOTAS Y DISCUSIONES

    229

    11 P. Unzueta, op. cit., p. 43. 12 P. Unzueta, op. cit., p. 45. 13 P. Unzueta, op. cit., pp. 43-44. 14 P. Unzueta, op. cit., p. 46.15 Edurne Uriarte, La sociedad civil contra ETA,

    Claves de Razn Prctica, nm. 111, abril 2001, pp. 77-82.16 E. Uriarte, op. cit., p. 79.17 J. Aranzadi, Qu puede hacer un demcrata

    contra ETA?, op. cit., p. 33.18 Jon Juaristi, La tribu atribulada. El nacionalis-

    mo vasco explicado a mi padre, Madrid, Espasa, 2002.19 J. Juaristi, La tribu atribulada, op. cit., p. 155.20 dem.21 Citado por J. Juaristi, op. cit., p. 138.22 J. Juaristi, op. cit., pp. 140 ss.23 J. Juaristi, op. cit., p. 161.24 J. Juaristi, op. cit., p. 193.25 J. Juaristi, op. cit., p. 179. 26 Aurelio Arteta, Arquloco como pretexto. Una

    tica de la desercin, Claves de Razn Prctica,nm. 128, diciembre 2002, pp. 53-60.

    27 Aurelio Arteta, op. cit., p. 56.28 Que la ereccin del placer a categora central

    de la moral puede conllevar en ocasiones, como es elcaso de la tica epicrea, un ncleo de temor a lamuerte paralizante y destructor es una impresin quehe intentado razonar en mi libro Saber del mbito.Sobre dominios y esferas en el orbe de la filosofa,Madrid, Sntesis, 2001 (en particular, vid. el cap-tulo 5 de la Parte III: El Jardn de Epicuro y susreservas).

    29 A. Arteta, op. cit., p. 54.30 A. Arteta, op. cit., p. 55.31 J. Aranzadi, El escudo de Arquloco, op. cit.,

    vol. I, p. 24.32 Aristteles, Retrica, introduccin, traduccin y

    notas por Quintn Racionero, Madrid, Gredos, 1999,p. 334.

    33 Aristteles, op. cit., p. 335.34 dem.35 Aristteles, op. cit., p. 337.36 Aristteles, op. cit., p. 343.

    ISEGORA/28 (2003)