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1 Franklin Mieses Propiedad del recuerdo y otros poemas Muestrario de Poesía 5 Biblioteca Digital Burgos

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Franklin Mieses

Propiedad del

recuerdo y otros poemas

Muestrario de

Poesía 5 Biblioteca Digital

Burgos

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Propiedad del recuerdo y otros poemas Franklin Mieses Burgos, República Dominicana Edición digital gratuita de

Muestrario de Poesía 5

Primera edición: Septiembre 2008 Santo Domingo, República Dominicana

¿Qué somos? Muestrario de Poesía es una colección digital gratuita que se difunde por la Internet y se dedica a promocionar la obra poética de los grandes creadores, difundiéndola y fomentando nuevos lectores para ella. Junto a

las colecciones complementarias Libros de Regalo, Ciensalud,

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Escribir en tiempos difíciles / presentación 4 Mensaje a las palomas 5 Eva recién hallada 5 Primera evasión 7 Segunda evasión 7 Desvelado Caín 8 Canción de la voz florecida 9 Esta canción estaba tirada por el suelo 10 Canción de los ojos que se fueron 11 Canción del sembrador de voces 12 Canción de la amada sin presencia 12 Canción de la noche larga 14 Canción del mundo estático 15 Canción de la niña que iba sola 16 Fábula inefable de la niña loca 17 Teoría de la visión profunda 18 Los caballos de Suro vienen por el viento 20 Estrella matutina 22 Humilde mayo 22 Este tacto 23 Viva muerte 23 El cielo destruido 24 A la sangre 24 Amor 25 El mensaje 25 Soneto a la muerte 26 Elogio de la palma 27 Yo estoy muerto con ella 29 Imploración / De Sin mundo ya y herido por el cielo 30 Cuando la rosa muere 31 Paisaje con un merengue al fondo 32 Angel caído 34 Demonio de verano 35 Trópico íntimo 36 Gayumba 38 Propiedad del recuerdo 38 Estatuas sucesivas 40 Visajes de cenizas 41 Barro inaugural 42 Adán de angustia 43 Soledad segunda 45 Biografía de Franklin Mieses Burgos 47

Contenido

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Escribir en tiempos difíciles. Franklin Mieses Burgos es una voz mayor en la poesía dominicana. Un registro de bronce, hermético en muchos de sus versos: protesta muda frente a una realidad quemante, tortuosa y plagada de peligros. Mieses Burgos escribe desde una sociedad totalitaria: la trujillista. Una tiranía que no se contentaba con tener bajo su férula atroz a las personas: reclamaba

su alma, adhesión irrestricta, putrición total. Inerme, vigilado por sus pares, en una sociedad policial en que la sensibilidad extrema del tirano se enerva con celo paranoico frente a cualquier acto que considere hostil, el poeta Franklin Mieses Burgos teje con habilidad de orfebre una poesía de símbolos aéreos, metafísica, en que se refleja la cerrazón de las circunstancias, el oprobioso círculo de muerte y destrucción que impera. Con alas frágiles, alas de palabras, el poeta remonta el día, rutina cotidiana, para estampar un verso, para construir la leve arquitectura del poema. Escribe en días difíciles, con un delincuente enseñoreado en el poder: Trujillo, engolado y endiosado al paroxismo por una cohorte de paniaguados y sicarios. Al poeta, como escribió Padilla años después, se le exigía cantar las glorias y fantasías del régimen. Se le pedía al ojo, so pena de ostracismo social, cárcel o muerte, que se adiestrara para ver lo escogido e ignorar la sevicia, el abuso, la orgía de sangre y el despojo. Tiempos difíciles, dijimos. Frente al obstáculo de no poder expresarse de forma abierta, clara, el poeta levanta un orbe diamantino, de fulgores y sombras, versos labrados con pasión y alerta, para legar al mundo un testimonio críptico pero desmontable por quien quiera transitar sus arduos senderos. Al final, el poeta, a quien el tirano exige que le inmortalice y se humille, escapa, se evade y levanta su propia estatua verbal, la de él, el poeta, y con ella afirma en versos de cristal su libertad en tiempos difíciles.

Aquiles Julián

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Mensaje a las palomas Id ahora a decirles a todas las palomas que el milagro de Dios nos estaba esperando oculto bajo el agua. Que además de la luz -viva entraña del verbo- igualmente fue el beso; la caricia del ala de su sombra en las algas, en medio de la noche sin alba de los peces. Id ahora a decirle que cuando la luz fue la primera sonrisa caída de su espejo, algo dejó de ser en torno de la luz, algo rodó en pedazos debajo de su lámpara. También id a decirle que el solo hecho de ser es ya una destrucción. Porque sólo no siendo es posible lo intacto.

Eva recién hallada

Tú que habitas ahora despierta sobre el agua rota de los diamantes. Tú que habitas ahora, como una llama vida, lo mismo que lámpara desvelada en su propio mundo de claridades. No eres la terrible, la fulgurante luz que llega de los cielos. Eres la espada fina, la silenciosa espada que siega las tinieblas,

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el más agudo grito salido de las mismas entrañas de las sombras. Entre el río de siempre cubierto de ceniza. El río inevitable donde mi amor aguarda la primitiva lumbre que quiebra sus metales, sus desoladas selvas, sus ópalos del aire. Eres la iluminada, la solitaria esquiva que defiende los bronces de la noche y del alba. ¡ Radiante forma anclada de los vivientes orbes, traspasado por ti derrumbo mis orillas, hago rosas de hielo de mis propias palabras! -¿En cuál lecho de otras arenas diferentes creció de soledades la noche que en tus pulsos moja en agua celeste su roja llamarada? En la ola de vidrio furiosa que te envuelve lo mismo que una torre, como una firme hiedra de sed devoradora, construida de ciegos arcángeles te elevas más allá de las nieblas, hacia los nuevos soles que laten en tu sangre llovida de amapolas. -¿Es el amor que esperas erguida en el umbral de la rosa más alta? ¿De la encendida rosa que el verano calcina con sus labios de fuego? Debajo de la muerte total otras campanas desesperadas claman, claman otras campanas debajo del silencio donde crece el vacío como una flor helada.

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Primera evasión

Lo redondo es un ángel caído en el vacío de su propio universo, donde la oscura voz de su verdad resuena llena de eternidad cerrada y de infinito. Lo redondo es un río que sale y que torna de nuevo hacia sí mismo, hacia la hueca nada donde su ser gravita. Por su forma la lengua de Dios está explicando su gracia preferida, la imagen con que muestra la sombra de su rostro desnuda sobre el mundo. -¿No es su ley la que esculpe la manzana del orbe, el anillo que muerde el pedestal del árbol, la cabeza del hombre? Lo redondo es un ángel cautivo que no sueña, que no se translimita de su cerrado cielo; un ángel prisionero que está sujeto a Dios como un objeto más de amor entre sus dedos.

Segunda evasión

-¿Quién encendió la lámpara perenne de la rosa? ¿Quién desató el pequeño enigma de la hoja, de la apretada piedra donde habita el silencio? Cuando el ángel pregunta ya deja de ser ángel; la ignorancia es la espada desnuda que defiende su rosa de inocencia; la rosa que no sabe ella misma el origen terrible de su nombre, de su propio fantasma cerrado como un nudo de aroma hasta la muerte.

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Desvelado Caín

A la orilla del aire yo destruyo la sombra delgada de los pájaros solitarios que habitan caídos en el cielo pequeño del rocío, de ese húmedo espejo donde todas las cosas del alba se derrumban, se hunden en el frío metal en donde el trino sonámbulo se hermana con la niñez del agua. A la orilla del aire yo destruyo la rosa del rosal, la azucena, la nube y la guitarra que también es alondra nacida en una nueva presencia quejumbrosa de metales heridos. A la orilla del aire yo destruyo el aliento del ángel, la paloma. Nada queda en mis manos que no rompa en procura de mí mismo en el fondo, en la íntima entraña sepulta de las cosas donde lo eterno esculpe su máscara de siempre, su soledad más honda. ¡Oh Padre imaginado tras el terrible cielo por donde pasa el viento del misterio soplando la voz de sus campanas! -¿Qué cosa es que supongo hallar tras de tu niebla? ¿Cuál enigma vislumbro oculto tras la negra semilla de tu árbol? La noche milenaria que enroscada descansa sin rostro entre mis huesos, la noche que me oprime por dentro y me devora, ¿no es la misma que cava con sus dedos de sombra su abismo en los objetos? Por aquí desemboco rodando hasta la gota

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donde la más antigua de mis voces descansa. Si tú el cálido aliento de tu pulmón soplaste, para forjar del barro miserable la estatua preciosa de la vida. Yo levanté mi mano valiente hasta tu rostro, para inventar la humana presencia de la Muerte. Desde entonces yo he sido también un dios creador, arquitecto único de ese orbe distingo donde el fecundo cielo no hizo del verbo luz, sorda parte de un mundo donde la intacta sombra es virgen todavía. No es Abel el que muere herido por el golpe salido de mi mano, no es Abel el que muere. Con él sólo destruyo las formas permanentes del símbolo primero: igual me hubiera sido la presencia de alba, lo inmutable del cielo.

Canción de la voz florecida

Yo sembraré mi voz en la carne del viento para que nazca un árbol de canciones; después me iré soñando músicas inaudibles por los ojos sin párpados del llanto. Colgada sobre el cielo dolido de la tarde habrá una pena blanca, que no será la luna. Será una fruta alta, recién amanecida, una fruta redonda de palabras sonoras, como un canto: maravilla sonámbula de un árbol crecido de canciones, semilla estremecida en la carne florecida del viento: -mi voz.

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Esta canción estaba tirada por el suelo

Esta canción estaba tirada por el suelo, como una hoja muerta, sin palabras; la hallaron unos hombres que luego me la dieron porque tuvieron miedo de aprender a cantarla. Yo entonces ignoraba que también las canciones, como las hojas muertas caían de los árboles; no sabia que la luna se enredaba en las ramas náufragas que sueñan bajo el cristal del agua, ni que comían los peces pedacitos de estrellas en el silencio de las noches claras. Yo entonces ignoraba muchas cosas iguales que eran todas posibles en la tierra del viento, en donde la leyenda no es una hierba mala crecida en sus riberas, sino un árbol de voces con las cuales dialogan las sombras y las piedras. Yo entonces ignoraba muchas cosas iguales cuando aún no era mía esta canción que estaba tirada por el suelo, como una hoja muerta, sin palabras; pero ahora ya sé de las formas distintas que preceden al ojo de la carne que mira, y hasta puedo decir por qué caen de rodillas, en las ojeras largas que circundan la noche, las diluidas sombras de los pájaros.

Canción de los ojos que se fueron

Se me fueron los ojos por mirar la presencia posible de las cosas que pasan como el río, como el pájaro blanco de una luna sin alas, como el cristal en donde se desnuda el silencio. Desde niño se fueron...

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y ahora tengo en la sangre otros ojos que miran por encima del aire, por encima de toda transparencia distante, y esta es mi pena ahora: el término y distancia; el que yo muera siempre, mientras los otros cantan cuando yo me deshago de llanto entre las yerbas buscando la sonrisa que olvidan las estrellas al huir presurosas ante la luz del día. Yo me iría tirando también como los otros en un cauce perfecto mis redondas palabras; pero no puedo, no; hay otras formas mudas que me llaman más hondo que la voz de las aguas. Yo sé que nadie ignora la vida de mis ojos allí donde la niebla tiene rosas moradas, y el silencio devora la imagen de otra luna hecha de anochecidas canciones apagadas; allí donde los nardos son palomas crecidas con las alas quebradas, y el jilguero no es sólo la dulzura de un canto, sino una ruta ancha por donde de puntillas llega de noche el alba; quiero decir: allí donde todas las hojas elaboran por dentro de la savia fecunda de sus verdes entrañas, la presencia de una primavera enterrada, en donde están gritando de angustia por su vida las rosas que no nacen; allí están mis ojos: los ojos de mi sangre, los que miran tan sólo por encima del aire, por encima de toda transparencia distante; los ojos que me dieron, que no fueron de carne; allí están en la sangre mirando el lado opuesto, la forma diferente, el oculto sentido de la carne y la esencia; porque todas las cosas tienen su doble sombra, hasta la voz y el viento.

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Canción del sembrador de voces

Caminando al azar por los caminos, por los muchos caminos distintos de la vida, voy tirando palabras desnudas en el viento, como quien va tirando, distraído, semillas de naranja sobre el agua de un río. Son palabras dispersas, acaso sin sentido, palabras misteriosas que afluyen a ml boca, cuyo origen ignoro. Algunas veces pienso que es otro quien las pone sobre mis propios labios para que yo las diga. Y yo las digo; pero, tan displicentemente, como quien va tirando, distraído, semillas de naranja sobre el agua de un río. La multitud que pasa me mira y se sonríe y yo también sonrío; pero sé lo que piensa. En cambio ella no sabe que yo estoy construyendo con esas simples voces salidas de mis labios, la estatua de mi mismo sobre el tiempo.

Canción de la amada sin presencia (Antigénesis) Antes de que tu voz fuera color de trino y tus ojos dos sombras salobres como algas; cuando aún tu sonrisa no era un camino abierto para encender al alba, sino una melodía en un país remoto de la tarde; entonces, -¿lo recuerdas? -, todos éramos uno en la unidad de Dios, y mi aliento de vida era tu mismo aliento, porque tú eras yo.

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¡Oh indescifrable enigma de la rosa y el viento: yo me amaba en ti misma! Todavía el ocaso no era un pájaro muerto colgado entre dos ramas, ni se dolía la noche en la angustia pequeña de los nardos, ni el cielo era de trapo, ni el mar una hoja verde sin sirenas. Acaso todavía los lirios no eran lirios, ni estrella, las estrellas; ni el sol una sonrisa de claridades altas nacida entre dos astros; todavía, te digo, que nada tenia forma resuelta entre las cosas; el aire no era aire, sino una mariposa: solo una mariposa con las alas tendidas. Qué dolor el de no verte desfilando como ci perfil sonámbulo de un ala entre los mansos árboles sin luna, ni flotando en la noche única y sola, como un ave perdida entre la bruma. Sin embargo los dos íbamos juntos sin que tu sombra gritara por el frío de la palabra "nunca" su agonía; sin que ninguna pena, por el silencio mismo en que morías, espigara una rosa de ternura como vivo recuerdo de un alma que se iba. Qué dolor el de no verte entre estas muchas cosas que no eran: las montañas los nidos, las ranas y los peces, la luna grande mojada de canciones, la tierra azul y la mañana verde. Qué dolor el de no verte; porque este era el instante único y preciso de las nominaciones: ya el viento seria viento; la violeta, violeta.

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La mano de lo arcano ponía su etiqueta sobre todas las cosas; ya íbamos a ser: mujer, estrella o rosa. Pero tú fuiste un atardecer. ¡Sólo un atardecer! Y yo, poeta.

Canción de la noche larga

En la noche y bajo una muda elocuencia de piedra, la sombra de los cipreses es como un grito en la niebla. Coros de voces descalzas ponen sus ágiles pies sobre las copas oscuras de los árboles; después la aguda espada de un grillo hiere un hermoso silencio de blanca carne de lirio y de cabellos de incienso. Yo sueño con que tus manos se van perdiendo a lo lejos como dos trémulas alas tras la negrura del cielo. Soledad de soledades: mi corazón está solo frente a esta noche que crece como un rosal sin colores. Si pudiera ver el mar que me recuerdan tus ojos, se trocarían en lumbres mis soledades en sombra;

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se llenaría de flores el limonero más alto; con sus mejores kimonas vendrían las mariposas de donde nadie lo sabe; la luna se iría entonces cantando por otra calle, y una frescura de infancia se me entraría en el alma: ya no sería yo el mismo, el de esta noche tan larga; con otro cuerpo distinto y el corazón en las manos retornaría de nuevo para jugar en la playa. Canciones de primavera. Olor a tierra mojada. ¡Todo si viera tus ojos en esta noche tan larga!

Canción del mundo estático

Me imagino tu mundo por dentro como un amplio coro de incomprensibles voces de terciopelo, flotando entre una selva de árboles humanos, tras un dolor desnudo venido de muy lejos. Me imagino tu mundo -terrible, solitario- como un paraje en donde crezcan rosas de tinieblas y en donde impetuoso un viento crudo y agrio muerde un viejo silencio de corazón de piedra. Me imagino tu mundo como si en él la noche hubiera florecido sus pétalos de sombras para quebrar el alba dorada que persiste en despertar el canto de todas las alondras. Después acaso un solo sonido sin palabras,

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una másica muerta, un resplandor de estrellas ahogadas sobre el agua de un río silencioso que marcha lentamente camino de la muerte. Una rosa, una dalia, algo absurdo que finge la traslúcida cara de un ser cuya sonrisa nieva lumbre de luna. Y en medio de este mundo atormentado y solo, como una torre adulta: tu voz petrificada.

Canción de la niña que iba sola

Sonó lenta y sin alarde la ronca voz de una torre. Por el camino sin nadie venía un perfume de cobre; por el camino sin nadie de la tarde. - ¡Oh, linda, te lo diré ahora que estamos solos; un redondo mar sin peces son tus ojos! -La tarde borda jacintos de tafetán sobre el cielo. -¡Si quieres uno, yo puedo sobre tus trenzas ponerlo! -No, déjame sin jacintos lucir así mis cabellos. -¿Flotando sueltos al viento como las alas de un cuervo? -O de un retazo de noche caído desde los cielos. -¡Oh, linda, linda, no puedo

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con la sombra de tu pelo! Suena lenta y sin alarde la ronca voz de una tarde. Por el camino sin nadie vino un perfume salobre; por el camino sin nadie de la tarde.

Fábula inefable de la niña loca

Tambor. ¡Tambor! Hermana: yo no quiero ser tambor me duelen demasiado los ojos en el agua desde que tengo abierta esta herida en el viento. Una vez me sembraron el alma de recuerdos y crecí como un árbol en la noche del tiempo, en donde está cayendo como una sola gota, para siempre, el silencio. Tambor. ¡Tambor! Hermana: yo no quiero ser tambor. Aquella dulce niña, que, como yo, tenía dos blancas manos locas tendidas a la luna, daba pena mirarla; porque sólo decía que la luna había vuelto sus manos mariposas: mariposas de sueños que volando se iban por el cielo remoto de las lunas difuntas. Tambor. ¡Tambor! Hermana: yo no quiero ser tambor. Me basta con mi ancho corazón de voces, mis caminos de humos enterrados, mis campanas de nieblas doblando entre las sombras me basta con mis ojos sonámbulos que miran como crece de trinos la bondad de mis manos.

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Tambor. ¡Tambor! Hermana: yo no quiero ser tambor. -Lo comprendo; es posible: tú lloras porque piensas que yo no estoy presente; supones que me he ido hacia los lirios rotos heridos por el aire, hacia el mundo de hojas que desangra la noche; supones que me he ido -toda desvanecida- hacia el cielo sin lumbre en que devoran albas tardías los gusanos. Yo estoy ausente, sí: ausente de la carne sin ensueños ni sangre de tus huecas palabras, más allá de tu muerta nominación de cosas. Yo estoy ausente, sí, de tu forma distinta de pronunciar alondra, sepultada en un pecho nublado por el llanto. -Tambor. ¡Tambor! Hermana: yo no quiero ser tambor. Ahora que dolencias de sombras angustiadas ascienden por el agua desnuda de mis ojos y mi herida no sangra en la carne del viento; ahora que estoy hecha de cosas enterradas y estoy henchida toda de estrellas como un río, no dejes que se vayan mis manos por el alba; no dejes que se vayan: Tengo miedo de un ángel oscuro que las llama. Tambor. ¡Tambor! Hermana: yo no quiero ser tambor.

Teoría de la visión profunda

Las palabras son anclas clavadas en el suelo, pájaros mutilados que tienen un viajero

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corazón de nube; pero así como el nardo tiene llena por dentro su vida de una oculta claridad madrugada, así las demás cosas también puede que tengan sus vidas de una misma manera amanecidas. No es posible una carne sin sueños ni palabras, sin angustia de voces, sin corazón de lumbre ni párpados de llanto. Todo tiene, sin dudas, que tener otra vida por dentro de la cual -y estremecida toda- debe haber algún cielo herido de canciones. Es lógico pensar que a espaldas de la luz clara de las estrellas ningún hombre ha podido vislumbrar su camino en la noche profunda, y es que olvidamos siempre -inexplicablemente- que la piedra es la infancia remota del silencio, y que el agua no es más que el discurrir del tiempo. Únicamente vemos lo externo de las cosas; jamás nos incluimos para escuchar la simple verdad que se nos muestra desnuda desde el suelo. Si la rosa miramos,

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no vemos que la rosa es solamente un trino de pétalos clavados sobre la vertical resignación de un tallo. Nuestra visión se queda tan sólo en los colores, sin ver jamás el verde color de las pisadas del viento que retoza desnudo entre las hojas.

Los caballos de Suro vienen por el viento

Ya llegó la vendimia de los frutos sin nombre, en donde en cada germen que oculta la simiente hay un hálito macho gozando una doncella; yo la vi desde el árbol donde el viento -nodriza de los retoños nuevos- mece la dulce cuna de las ramas más altas y ha llegado tan sólo porque el rosal crecido tiene todas sus manos llenas de voces blancas. - ¡Madre: los caballos de Suro vienen por el viento! -Un paso más, y ahora descolgarás la luna sin que nadie nos diga que es una voz distante,

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una gardenia muerta, o una canción redonda clavada sobre el cielo. - ¡Madre: los caballos de Suro vienen por el viento! -Únicamente aquellos que todavía no saben que la tierra es muy grande y sólo de unos pocos, únicamente estos no abrirán su piedad a la mirada triste de los niños sin pan y los perros sin dueño. - ¡Madre: los caballos de Suro vienen por el viento! -No le digas a nadie que los pinos son hechos con el canto crecido de los pájaros muertos; no le digas a nadie que la tarde te hastía con su mirada enorme de bestia fatigada. La humanidad se cansa de la desdicha ajena, del llanto que no brota del fondo de sus ojos. - ¡Madre: los caballos de Suro vienen por el viento! y está lloviendo siempre - ¡siempre! - una lluvia de cielo por la noche del aire.

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Estrella matutina

Gota de luz celeste que destila desde su propia eternidad cerrada; espiga de la gracia germinada en la mano del ángel que vigila. Sola, serena, y por demás tranquila derrumba su existir con la alborada ¡Saeta de la noche vulnerada! ¡Redonda voz de una lejana esquila! Pastora que apacienta en altos prados donde de claridades nacen rosas de solitarios pétalos nevados. ¿Qué enamorado serafín te cuida a la orilla del aire en que reposas lo mismo que una lámpara encendida?

Humilde mayo

Mayo trajo la flor, la milagrosa palabra vegetal que arrulla el viento. Mayo pobló su propio firmamento con la sola presencia de una rosa. Yo la miré ascender tan jubilosa a su pequeño, débil monumento, que fue como si viera el nacimiento de una terrestre aurora luminosa. Era su viva lumbre madrugada una encendida hoguera encarcelada en el cielo cerrado de su esfera. Única roja rosa amanecida. Rosa de una estación empobrecida. ¡Sólo con ella fue la primavera!

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Este tacto

"Con falsos silogismos de colores es cauteloso engaño del sentido". Este tacto solícito que abruma; este vivir más hondo en los sentidos, va descubriendo cielos escondidos; nuevos mares ocultos en la espuma. Ignorados espacios por la pluma de misteriosos pájaros caídos, mundos de claridades suspendidos tras la pequeña noche de la bruma. Nada perdura inédito al contacto de este absorto mirar inquisitivo de las pupilas íntimas del tacto. Así de mi interior huyen las nieblas; porque si ciego para el mundo vivo, lleno de luz estoy en mis tinieblas.

Viva muerte

Huésped del cuerpo humano que me cierra en mortales mortajas hospedado, transito con mi ser resucitado como una viva muerte por la tierra. Y cuanto miro en torno es una guerra suscitada en un tiempo limitado, por donde va cayendo derramado el instante de vida que la encierra. Sólo de muerte en muerte caminando, sólo de vida en vida cada día igual que una semilla germinando.

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Va mi vivir hacia su cielo incierto; llevando sin saber, en su agonía, la muerte en vida, y con la vida, muerto.

El cielo destruido

("¡Oh, cielo riguroso! ¡Oh, triste suerte! ¡Que tantas muertes das con una muerte!") El cielo destruido porque llora mi acongojado corazón humano, no es el perenne cielo cotidiano donde el rostro del tiempo se cobra. El hondo cielo que mi ser añora por ser de íntimo sol su meridiano, ese cielo cayó desde mi mano hacia una eterna noche sin aurora. Nada queda de él. Sólo el recuerdo a mitad del camino en que me pierdo alza el hueco fantasma de su nombre. Cielo del ser mejor en su mañana. ¡A cambio del sabor de una manzana perdido para siempre por el hombre!

A la sangre

Agua de soledad, agua sin ruido, desatado cristal de pura fuente; agua que va cayendo interiormente en mi cielo más hondo y escondido. ¿Qué misterioso viento sumergido, tu natural hechura de torrente transfigura ideal y simplemente

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en un rojo clavel enardecido? Hay un íntimo dios que te construye. El mismo dios que lento de ti fluye por los labios abiertos de la herida. Vivo clavel humano que perdura sujeto por la leve arquitectura de la fugaz estatua de la vida.

Amor

("Quien a las llamas del amor no muere") Es el amor en todas las edades del ser que valeroso lo frecuenta, una oscura semilla que fermenta en etapas de calma y tempestades. Más dado a lo irreal que a realidades del suelo material donde se asienta, va como oveja dulce que apacienta en prados de celestes claridades. Arquitecto del cielo que idealiza: arde desde la lava a la ceniza de sus propios volcanes desatados. Hasta que por el fuego que lo inflama, es consumido por la misma llama, "en soledad de dos acompañados".

El mensaje

("Que del arte ostentando los primores") Allí en donde el ángel nos revela su celeste palabra iluminada; allí mi alma atenta se desvela sola

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de madrugada a madrugada. Por esta voz eterna que ella anhela verla en carne de estatua edificada, hay una fría caricia que la hiela y un fuego que la enciende en llamarada. No da el ángel su voz, porque la tira desde aquel alto desolado clima de la noche cerrada en que delira. Hay que bajar del cielo a lo más hondo de la insondable entraña de la sima, para alcanzar su voz que está en eL fondo.

Soneto a la muerte

("Bella ilusión, por la que alegre muero") Llueve tu soledad de noche oscura, de eslabones de sangre desatados, y una más alta claridad fulgura debajo de los párpados cerrados. Todo fuera de ti se hace negrura, amasijo de lienzos apretados, donde no es necesario ni perdura el aire de los cielos libertados. La luz que irrumpe súbita en la sombra de nuestra humana oscuridad terrena, como un destello lívido que asombra; esa lograda claridad postrera llena de eternidad y de ti llena: es la única lumbre verdadera.

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Elogio de la palma

Largo dedo vertical extendido, para el nupcial anillo de boda de los hongos, o a lo mejor un dedo, y nada más que un dedo, para rasguear las invisibles cuerdas de la eterna guitarra que yace esculpida en el fondo del alma solitaria de todas las llanuras. ¡Palma! Palma real: Corporeizado grito de la selva en un franco delirio de vegetal altura, contigo se realiza, el logro de un destino botánico que empieza, con la humilde labor de una semilla, de una voz decidida en trepar hacia arriba cada vez mas y más, en procura de una excelsa vecindad de pájaros y estrellas. ¡Palma! Palma real: Bohío presentido, simple hogar en potencia para el sueño de aquellos desdichados que saben de los muchos puñales que blande la intemperie, cuando la noche llega sigilosa arrastrando sus negras vestiduras. ¡Palma! Palma real: Compendio generoso de los cuatro principios de la vida aborigen: abrigo y alimento, ornamento y paisaje. En tu ejemplar ascenso hacia los altos cielos se descubre que eres, toda una voluntad unitaria de raíces que sueñan, de raíces que suben por encima de la talla común

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del matorral apático y gregario. ¡Palma! Palma real: Perenne voz crecida en verde llamarada, asta de la sabana donde ata la aurora su bandera de cielo, pendón donde amanece toda hecha de trinos la luz de la mañana. ¡Palma! Palma real: Empinado sitial de golondrinas, pedestal de los pájaros más altos, balcón para cansadas mariposas errantes, o improvisado mástil para el sueño de algún viajero corazón marino de estas islas de fuego. ¡Palma! Palma real: monumental espiga que despierta maliciosas ideas en la mente de las ingenuas vírgenes silvestres, que absortas te contemplan desde lejos, pensando que tú eres la columna pudenda con que el agro realiza la intensiva faena de sus fecundidades. ¡Palma! Palma real: Verde pluma de fuente para escribirle cartas de sombras a los ríos, que a la distancia pasan perseguidos por los rayos de un sol que sin cesar castiga sus espaldas de agua. ¡Palma! Palma real: Delicioso abanico para el sultán del viento, que rechoncho sestea, muchas veces al día, sobre la vieja hamaca del silencio. ¡Palma! Palma real:

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En la desolación de la llanura, o de la loma en donde solitaria vigilas el silencioso discurrir del tiempo, eres, desde el inicio de la vida, el musical poeta que recita, en vivos versos hechos de palomas, de garzas y de ciguas montaraces, el más bello poema con que cuenta todo el acervo lírico del valle. ¡Palma! Palma real: ¡Para ti la palabra de luz con que se abre el mundo del fervor y del prodigio!

Yo estoy muerto con ella

YO ESTOY MUERTO con ella sin rumoroso llanto de azucenas, desde un pecho que extingue sus ardientes cenizas, desde la misma rosa de hielo en que ella habita, desde la misma niebla donde sus ojos miran la soledad del mundo, desde todas las cosas —inevitablemente— yo estoy muerto con ella. No valen los clarines que golpean desde el fondo terrible de los sueños; no valen los clarines con el eterno y duro gemir de sus cristales de amor resquebrajados; no vale nada ahora desde que ella se ha ido: ni el musgo que nos brinda su refugio tranquilo, ni la amarilla voz de los otoños, ni la piedra ni el nardo, ni la arcilla madura donde moldea el silencio su recóndita estatua; no vale nada ahora desde que ella se ha ido. A la orilla del llanto sereno de la noche;

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a la orilla del llanto donde caen las estrellas, no sé desde que sombra, yo escucho sus campanas, palabras que se han ido de amor entre las gentes. Yo estoy muerto, con ella inevitablemente desde todas las cosas que ignoran su presencia: el mar, la tierra, el viento. La brizna más pequeña que esté lejos de ella. La que no haya podido colgar su primavera furiosa de sonrisas o de besos sobre el mármol sonoro que le cubre la frente, el traje que no tiene, los ojos con que mira, o esas lluviosas manos donde vienen a reposar en ella los astros sonrientes. Yo estoy muerta con ella inevitablemente desde donde su pena estremecida grita, donde un rio como ella pasa callando siempre.

Imploración

SIN MUNDO YA y herido por el cielo voy hacia ti en mi carne de angustia iluminada, como en busca de otra pretérita ribera, en donde serafines más altos y mejores harán por ti más blando y preferible éste mi humano, corazón de tierra. ¡Oh, tú, la que sonríes magnífica y sublime desde tu eternidad desfalleciente! En vértigo de altura dolorosa, parte mi vida en dos como tus trenzas. No quiero que te digan ya más: ¡mira tu hijo! El de tu humilde barro fabricado con sus hondos infiernos y sus cielos en la terrible noche de sus polos,

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muriendo sin morir, petrificado y solo. Tu hijo de tierra y de huracanes hecho, en la unidad universal del cosmos; tu hijo, el de las briznas de fuegos y los cantos en sumergida isla de llanto y de dolores. El que te mira a ti, transfigurado, en clima (te distintos hemisferios, uno y plural ¡en tu palabra eterna!

Cuando la rosa muere

CUANDO LA ROSA muere deja un hueco en el aire que no lo llena nada; ni el eco que sepulta su desolado rostro herido en otra arena; ni la luz que va sola en río transparente hecho por serafines; ni la sombra que es ala de un pájaro de nieblas nacido sobre el viento. Cuando la rosa muere deja un hueco en el aire que no lo llena nadie. Sólo el llanto lo anega con sus blancas estatuas de sal petrificada, con sus astros caídos y sus nubes viajeras; sólo el llanto lo anega en estrellas pequeñas.

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Cuando la rosa muere deja un hueco en el aire —redondo como un nido— para acunar tu pena.

Paisaje con un merengue al fondo

POR DENTRO DE tu noche solitaria de un llanto de cuatrocientos años; por dentro de tu noche caída entre estas islas como un cielo terrible sembrado de huracanes; entre la caña amarga y el negro que no siembra porque no son tan largos los cabellos del agua; inmediato a la sobra caoba de tu carne: tamarindo crecido entre limones agrios; casi junto a tu risa de corazón de coco; frente a la vieja herida violeta de tus labios por donde gota a gota como un oscuro río desangran tus palabras, lo mismo que dos tensos bejucos enroscados bailemos un merengue: un furioso merengue que nunca más se acabe. -¿Qué somos indolentes? ¿Qué no apreciamos nada? ¿Qué únicamente amamos la botella de ron, la hamaca en que holgazanes quemamos el andullo del ocio en los cachimbos de barro mal cocidos que nos dio la miseria par nuestro solaz? Puede ser; no lo niego; pero ahora, entre tanto, bailemos un merengue hasta la madrugada, entre ajíes caribes de caricias robadas, cabe cielos ardidos de fuego de aguardiente,

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bajo una blanca luna, redonda, de cazabe. Que ya me están urgiendo de caminos reales los nísperos canelas de tus propios racimos, y no sé de qué soles tropicales me vienen todas estas violentas viscerales urgencias de querer cimarronas morbideces de sombras. -¿Qué hay muchos que aseguran que aquí, entre nosotros, la vida tiene el mismo tamaño de un cuchillo? ¿Qué nuestra gran tragedia como país empieza desde cuando aprendimos a tocar el bongó? ¿qué el acordeón y el güiro han sido los peores consejeros agrarios de nuestros campesinos? Puede ser; no lo niego; pero ahora, entre tanto, bailemos un merengue que nunca más se acabe, bailemos un merengue hasta la madrugada: que un hondo río de llanto tendrá que correr siempre para que no se extinga la sonrisa del mundo. -¿Qué el machete no es sólo en nuestras duras manos un hierro de labranza para cavar la tierra pequeña de conuco, sino que muchas veces se ha convertido en pluma para escribir la historia? Puede ser, no lo niego; pero ahora, entre tanto, bailemos un merengue que nunca más se acabe, bailemos un merengue hasta la madrugada: que ya no serán sólo tus manos olvidadas dos sonámbulas rutas de futuras vendimias sobre una tierra brava; ahora te daremos otras maternidades fecundas de distintas raíces verticales. -¿Qué fuimos y qué somos los mismos marrulleros; los mismos reticentes del pasado y de siempre?

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¿Qué dentro de la escala de los seres humanos hay muchos que suponen que nosotros no vamos más allá del alcance de un plato de sancocho? Puede ser; no lo niego; pero ahora, entre tanto, bailemos un merengue de espaldas a la sombra de tus viejos dolores, más allá de tu noche eterna que no acaba, frente a frente a la herida violeta de tus labios por donde gota a gota como un oscuro río desangran tus palabras. Bailemos un merengue que nunca más se acabe, bailemos un merengue hasta la madrugada: el furioso merengue que ha sido nuestra historia.

Angel caído

QUIÉN ERES TÚ que pasas por la orilla desierta de mi noche gritando? Yo estoy solo en el mundo y te escucho de lejos, en la hora maldita en que se derrama el llanto, cuando para llorar debajo de las piedras buscamos otros ojos; otras lágrimas mansas como dóciles ríos... ¿Quién eres tú y qué mano asida por la ira te arrojó entre esas sombras, sobre esa solitaria ribera en que te miro? Caída de lo alto —vertiginosamente— como un trino sin alas, como una flor vencida; caída de lo alto, demonio solitario, o desterrado arcángel por la gracia de Dios sobre mi propia orilla. De éste o de aquel cielo: tú tienes esa misma soledad con que lloro; con que pueblo mi abstracta muchedumbre sombría, mi humanidad sin nombre, sin alba todavía.

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Ahora sin embargo, quiero existir sin ella, sin los otros, sin nadie, en medio del silencio de mi mundo de hojas, donde el viento desdobla sus cabellos de mimbre.

Demonio de verano

PRISIONERO REBELDE EN su ciudad de fuego toda enorme y ardida por una doble selva de árboles feroces; por una doble selva como una cabellera de mujer destrenzada, como una arena sola; sola en medio del ancho corazón del desierto, donde otra muchedumbre de granos agrupados olvidan su presencia. En su ciudad profunda, sin litoral de nubes ni límite de estrellas, hay una oscura rosa de madera que grita desesperada y sola lo mismo que la noche, lo mismo que la tierra, igual que aquella roca de llanto y de ceniza, desde donde -llorando- siempre, siempre él regresa recién amanecido, con un alba sonámbula de hielo entre las manos. Una sonora rosa de lejanos cabellos de niebla desvaída, de desvelados ojos clavados en la entraña desgarrada del cielo. Una rosa.., una rosa... sin ninguna salida, varada en la inmediata ribera limitada de sus propios colores. ¡La triste rosa humana que solloza muriendo sobre su media noche! Treinta pétalos tiene crecidos como treinta desojados canales, como delgados ríos desnudos en asombro de soledad y luna. Treinta pétalos tiene y en ninguno ha podido hallar otra sonrisa, otro rostro despierto que le denuncio el cielo mejor y verdadero; el solitario cielo desde donde su voz de caracol marino de otros íntimos mares, le regale la gracia perenne que reboza el fuego de las islas. ¡El fuego en que encendida se ilumina la sangre de su cálida rosa, junto al horno terrible de su largo verano! Yo no sé de que torre de cristal él la mira cuando pasa en silencio

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corno un arcángel ebrio en medio del reposo de la hora precisa, en que su alma toda se torna madrugada de sus propios confines. Yo no sé de qué torre de cristal él la mira si él sólo va sembrando su voz como una rosa; como una fina rosa en medio de la noche celeste en que él habita de amor deshabitado. Yo no sé de que torre de cristal él la mira!

Trópico íntimo

AHORA, COMO SIEMPRE: en otros paralelos y en medio de mi isla subjetiva, buscando, la latitud exacta de un mar definitivo donde no sea posible reeditar el aliento mortal de los monzones, ni el ecuador de hornos que estalla desde el rojo pulmón de los veranos; madrugando a la orilla solitaria de un alba de viejo amanecida —sin la rosa de fuego de los trópicos vivos— antípoda de un mismo e ignorado archipiélago de sueño entre las nubes, de amor entre las yerbas y los lirios; lejos de la espesura de carne sumergida donde el bongó retumba, lascivo, desde el negro confín de los abuelos, como la simple gota de un cangilón herido, suspenso sobre el aire de una noria celeste donde es agua la luna, y es entraña cerrada, apretada y oscura, la fruta de la noche; el bosque en donde sueña —¡oculto ruiseñor!— el corazón del pino; el cristal prisionero donde naufraga el cielo en cárceles de fuente (estrecho continente para la ancha pena de la sonrisa tuya). Rosa eternal, crecida, por un hondo dolor sobre la madrugada: sus pies san el misterio profundo de la arcilla, donde su nombre grita desde el mudo lenguaje de las otras palabras, de los otros vocablos caídos en el fondo subterráneo del mundo donde la noche es siempre solitario tambor de sordas soledades. Ahora, como siempre: en medio de esta isla, profético, soltando, sobre un cielo sonámbulo mis pájaros mejores, mis propias mariposas nacidas de la lámpara despierta del silencio,

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en soledad perenne de desbordada angustia de vida delirante, sin vendimias azules, ni palomas de estrellas sobre el cristal viajero de los cielos ahogados. No es en la vieja tierra de tus mansos sollozos de aborígenes penas, de un adánico llanto por la mano piadosa del olvido enterrado: ¡Es en la arena muda! ¡La sideral arena de una continua vida de destrozada entraña de carne palpitante, alzada por encima de tu sonoro clima de externas amapolas, de tu sol de las once que hace albina la lumbre de tus propios paisajes, de la tierra sedienta de tus labios ardidos en los surcos sin agua! ¡No es tu cielo ese cielo terrible que yo digo! ¡No es tu noche la noche de las trémulas hojas de tu primer almendro de sombras florecido! ¡Yo estoy hablando ahora, desde mi propia tierra de amor y de huracanes! Junto a la firme llama, total y arrebatada, de una íntima hoguera donde todas las cosas —maravillosamente— retornan hacia el punto de su esencia primera: Tus metales; tus vientos; el dios de tus espigas; tu eterna tierra encinta donde germina el mundo su sonrisa de aromas; la espuma de tu mar anclado junto al ronco clamor de tus orillas; los varados luceros de tus noches maduras; tus nardos donde puso la pena de la luna el hielo de sus polos; el sol de tus claveles —fanal con que se enciende— la aurora vegetal que alumbra en tus jardines. Todo torna de nuevo. Todo vuelve rodando hacia mi oscura isla antípoda a la tuya, donde la sombra tiene los cabellos muy largos y el dolor es un niño, descalzo, correteando, sobre un suelo sembrado de guijarros de vidrio. ¡Trópico mío, ahora; para siempre: llorando! ¡Llorando para siempre desde el grito clavado de sus cedros más altos, desde la abierta herida del flamboyán agreste que sólo se desangra herido por los propios puñales de sus ramas, frente al mango que vino desde el anciano Ganges de las nobles pagodas, y en cuyo ser descansa, como atávico signo de la herencia más pura,

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la misma sombra ancha de un colosal y simple paquidermo de hojas. ¿En qué negro horizonte solo y únicamente poblado de ladridos, por ti balan ahora, lo mismo que corderos, mis humanos vocablos en delirio?

Gayumba

SOBRE TU MEDIA noche desolada de siempre; sobre tu media noche: ¡Alambre y yagua seca! ¡Rama en arco tendida para la voz primera, j recién nacida en una ronca tierra que ahueca su pecho en una grieta deshabitada en donde el cielo se derrumba de tu país de nieblas! ¡Cuatro siglos llorando de amor y nunca mueres! ¿Desde qué piel oscura de un África que espera, saldrán enardecidos los lentos cocodrilos de tus propias mareas, hacia la amplia orilla de un alba de redención humana que no llega? Por el único río de música que tienes; por el único río, en rosa de armonía, -caída flor del cielo- la luna, no bajará jamás a tus riberas. No bajará la luna a tu país de nieblas, donde acaso una sola de sus cinco palomas, primitivo habitante de una torre viajera, es sólo la que sueña. ¡Es sólo la que arranca tu oscura voz de tierra!

Propiedad del recuerdo

SUJETO POR DESIGNIOS redondos como anillos, como aros profundos enroscados en torno de la propia osamenta. Entre una muda carne cerrada y sus marfiles, sin huir de la orilla,

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de la cálida tierra más próxima a la noche primera de su muerte. Desesperado, inmóvil, hecho de insomnes pájaros azules y cadenas. Sin el más leve atisbo de un objeto de fuga real, de una salida para su sed distante de labios y gargantas, sino de un agua última, espiritual, compuesta de espacios, de cometas. Seguido de una huella descalza, de una sombra que reclama el sonido de su voz más antigua. Entre edades por donde desemboca jadeante, sudoroso, corriendo el furioso caballo de nieblas que galopa debajo de su instinto, debajo de la espuma sin rostro, de la ola soberbia que se bate contra el rojo arrecife de su pulso más hondo. Exactamente entonces, por igual, como siempre. En el instante mismo en que estrujó sus ingles calientes sobre el orbe, sobre el mundo pequeño, todavía sin nombre de una sola manzana. Hora oscura en que el ángel enardecidamente se arrancó los cabellos y no tuvo en su angustia más cómplice de lumbre que el espejo del agua, que el cristal donde siempre se ahoga una paloma de amor, una guitarra. En ese mismo instante de estupor solitario. De uñas recién crecidas, de íntimos dedos largos con que el horror procura descubrir una estatua de silencio en el baño en la desnuda carne de la entraña del aire; en ese mismo instante fué subiendo a su árbol, a su más propia rama, en donde latía oculta la gota milenaria de su última sangre,

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de su más vieja tribu de lágrimas reunidas...

Estatuas sucesivas

YO TAMBIÉN SOY tu hijo no obstante el diferente cristal con que te miro. Con que te miro absorto y angustiado, desde mi propio clima de internas aguas hondas, donde una eterna noche del trópico vendimia la luz de sus estrellas. Si no te miro igual ha sido únicamente porque en mi ser tú estabas de un modo diferente, total y primitiva, retornada al origen de tu fuente primera, lejos de la epidermis banal donde se quedan, varadas, otras voces, otros sueños quebrados, que no podrán ya nunca llegar hasta la orilla solitaria del cauce donde tu sangre corre, precipitada, roja; y en donde, subterránea, suena la voz eterna de las negras campanas, que habitan en el fondo marino de tus sombras. Yo también soy tu hijo no obstante el hecho insólito de alzar mi oscura torre, desvelada de sueños, en medio del escándalo de sol de tus riberas; frente a tu mar repleto de estatuas sucesivas, e inmediato a tu duro, desolado arrecife de verdades en donde, murieron, para siempre, las últimas sirenas pobladoras del mar de tus primeras algas. ¿Cómo llegar entonces, desde mi honda noche, hasta la superficie donde tu luz levanta sus áureos monumentos; donde tu mismo ser limita sus estatuas; y tú, toda encendida, estás como una firme hoguera derrumbando, estrepitosamente, todo un callado cielo de enterrados matices donde mi humana voz procura sus alondras? Tenía que ser así, desde mi mundo; desde mi propio mundo, terrible, sin fronteras. Donde la esencia misma de las cosas, va quebrando la forma tradicional del verbo humano que limita los confines del sueño donde la etérea vida de la poesía vaga, sonámbula, flotando, como una voz perdida, caída desde el noble lenguaje de los ángeles.

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Visajes de cenizas

AÚN ASÍ Y todo es preferible a esos largos corredores sin fondo por detrás de los cuales el ángel del insomnio desesperado se mutila arrancándose las uñas y los vellos, los dientes y las manos. No es que tema la muerte ni al abismo donde sus pies reposan; es que la palabra “vacío” tiene algo doloroso, propio de desamparada cavidad sin rostro; de desorbitada claraboya humana; de herida obscena con ojos desangrados de fantasma; de sortija sin dedo posible que levante la más próxima noche del olvido donde cayó perdida para siempre. Únicamente el cielo estrangulado muere; no hay un dolor de turno ni una pena, pero el llanto desciende hasta los ojos liviano como un pájaro. ¡Quizá sea esta la hora terrible en que agonice, en que muera callando la esfinge de cristal que habita bajo el hielo! ¡Pero nadie lo sabe! Desde el aire mirando hay u- na muerte; una muerte que puede llegar hasta el sepulcro más hondo de los ecos... Hablamos en voz baja; sólo decimos para oírnos; para escucharnos en medio de las cosas terrestres que nos gritan su nombre verdadero. Sin embargo, sabemos que no es éste el único propósito del hombre, que hay otras intenciones, otras profundas realidades que se ocultan, que se callan por no despertar al cuco inerte de los relojes viejos, donde alguien, alguien que no es precisamente la paloma, viola números limpios y campanadas, sin destruir la lámpara del día. ¡No! ¡No! El poeta no debe escupir sobre sus cruces ni cambiar a sus muertos por jabones. Otro designio más alto y noble le persigue. Otro designio que no es por fortuna el de relacionar la solitaria obra de su espíritu con las exigencias del estómago; nada de comercios oscuros; de negocios profanadores de ataúdes de inocentes mariposas difuntas; nada de vender el alma, la libre conciencia por un mendrugo de gloria vomitada. La vida y la poesía requieren del poeta una actitud aun cuando el arcángel de la muerte lo fulmine con el rayo de la soledad y el abandono más hondo.

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Barro inaugural

SÓLO UNA GRAN piedad pudo crear los mundos eternos sin hastiarse. Sólo una gran ternura pudo sembrar la vida como se siembra un árbol: la jubilosa voz de una semilla. No pudo ningún otro posible sentimiento alzar nuestro destino; nuestra meta mayor ante la eternidad absorta que nos mira, desde sus hondos ojos de solitaria estatua preferida. Una gran campanada resquebrajó los altos cristales de la noche. Y chirriaron los goznes, los metales mohosos de la casa vacía donde cavaba él solo para enterrar el agua sin rostro de su llanto, de su íntima noche caída hasta la angustia. Aún no transitaba por el cielo el relámpago de pluma de los pájaros, ni el viento, todavía, era un sepulcro abierto para enterrar palabras; voces precipitadas desde los rojos labios donde el amor fabrica muriendo sus campanas. Ignorado de sí —lo mismo que la nada— clamaba por un nombre; por una voz tan llena de sangre que lo hiciera. A sus pies el silencio del orbe era un gran río de soledad cayendo, un mundo serafín de bronce arrodillado:

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—Quiero un labio que esculpa mi nombre sobre el aire. Un eco que responda preciso a mis palabras. No, no es posible que exista sin que me piense nadie. Mi realidad se hastía de ser para mí sólo. Sin otro que me sienta temblar yo no sería… Entonces fue la infancia desnuda de la luz: su dulce nacimiento. Entonces, su niñez, anécdota de espejo. Memoria de la lámpara de bruñida sonrisa de vidrio adolescente, de ángel verdadero que delata el relieve más fino de las cosas. Entonces fue su aliento un solo resplandor de fuego bajo el agua, en medio de la noche sin alba de los peces. Ninguna fuerza pudo quebrar su pensamiento; su soplo forjador crecido como un brazo de luz en las tinieblas, en el ojo vacío donde moldeaba el tiempo su estatura de sombra, la forma de su rostro perdido hasta la ausencia.

Adán de angustia

AHORA TENGO EL anillo cerrado de su nombre como una gran cadena sobre mi corazón. Todo él me circunda y, sin embargo, lloro

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vencido por la angustia de su cielo de siempre; el dolor de su pecho cubierto de raíces; la inmóvil permanencia de su mundo inmutable donde todas las formas lograron su presencia, su realidad concreta de cosa terminada. Queda mi incertidumbre destruida a la orilla terrible de su orbe, donde ya nada empieza, donde nada comienza después de sus palabras. Ahora soy el objeto final de sus bondades. El más noble fantasma que colma su deleite. Sin embargo, yo tiemblo de horror, yo me devoro sepulto en este clima salido de sus manos, en medio de esta arena caliente donde él puso toda su enorme fuerza para crear el aire, la noche de esa fruta donde madura el alba. Aquí fueron los peces, las palomas, los nardos; aquí los caracoles primeros, los corales de enrojecida voz despierta entre las aguas. Aquí fueron las rosas lo mismo que los pájaros. Ningún ángel valiente traspone mis umbrales. El mismo fuego aún es propiedad del cielo. Fundo de los demonios que pueblan la intemperie. Sólo el gran abandono del tiempo está conmigo. Oh señor de la voz donde nacen los soles! Qué quieres tú de mí que me dejas tan solo, clavado ante el silencio de esta atmósfera tuya, donde ningún esfuerzo derrumba las murallas, la gran pared eterna que limita tu rostro? Eres sólo una máscara cubriendo su misterio, una piedra cerrada donde sueña mi infancia? Aquella oscura infancia que en tus manos no tuve?

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Algo me está por dentro creciendo como un río. Algo me está quemando como una llama viva. Siento como una espada caliente entre mis ingles. Una espada de fuego que incendia mis entrañas. Qué puedo hacer ahora de nuevo con tu nombre después que estas palabras cayeron de mi árbol? Qué puedo hacer de nuevo con ellas, Alfarero? Ya estoy lejos del barro con te entretenías. Ahora soy un brazo que siembra una semilla, un gran surco despierto, una luz en vigilia. De quién aquella voz, aquel hondo vagido que resopla en mis venas profundo como un río? Quién en mí está clamando, erguido ante el abismo de su propio delirio? Su nombre lo presiento tras un cielo de hojas mordidas por los dientes pequeños de la brisa, ante la voz posible de una anciana serpiente, en la era redonda de todas las mañanas.

Soledad segunda

TENGO LA SOLEDAD segunda entre mis manos como una ciudad muerta, como un cielo olvidado donde no van los pájaros de la luz o del beso a picotear los altos racimos donde cuelgan las uvas del silencio. Desolada y terrestre soledad en que habito: mi Edén, mi Paraíso, mi tálamo de espadas. Aquí ahora mi llanto más íntimo, la fuente

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de desatadas aguas que me inundan por dentro, de los ríos que viene muriendo por mis ojos. Esta no es la ventana para mirar lo eterno, aquello que limita mi ser y lo destruye en dos tiempos de sombra para una misma angustia! Prefiero la difunta ceniza de una rosa, la huella de otro viento, de otra ciudad de nuevo mil veces destruida. Pero que nada sea perenne en torno mío: ni la piedra, ni el árbol, ni el eco de su voz lleno de eternidades. Que nada tenga un mismo destino prefijado de antiguo por su mano, que el río un día de nuevo retome con sus aguas profundas hacia arriba, hacia el cristal desnudo de su primera gota; que no parta el origen tan sólo de su verbo, sino que muchas rutas distintas se eslabonen para llegar al hombre. No es tu mundo de objetos amables lo que quiero: me es igual la presencia de todas tus estatuas de luz perecedera. Quiero algo de sangre —en mí— siendo de otro, para que así mi llanto también tenga otros ojos. Que cese el imperialismo americano? Ay, sí! Pero que cesen otros imperialismos también!

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Franklin Mieses Burgos

FRANKLIN MIESES BURGOS nació (1907) y murió (1976) en Santo Domingo, la capital de la República Dominicana. Fue, con el crítico y poeta chileno Alberto Baeza Flores y los poetas dominicanos Mariano Lebrón Saviñón y Freddy Gatón Arce, uno de los fundadores de La Poesía Sorprendida (1943-1947). Como anunció Alberto Baeza Flores en el primer número de la revista, “No sabemos si la poesía nos sorprende con su deslumbrante destino, si nosotros la sorprendemos a ella en su silenciosa y verdadera hermosura”. Ya en la contracubierta, se anuncia “estamos por una poesía nacional nutrida en lo universal, única forma

de ser propia; con lo clásico de ayer, de hoy y de mañana; con la creación sin límites, sin fronteras y permanente; y con el mundo misterioso del hombre, universal, secreto, solitario e íntimo, creador siempre”. Así, por las páginas de la revista, pasaron Jules Supervielle, Paul Eluard, Robert Desnos, Pierre Reverdy, André Gide, Paul Claudel, James Joyce, George Santayana... para sólo mencionar los autores que aparecieron en los primeros tres números. Mieses Burgos fue, también, director ejecutivo del Instituto Dominicano de Cultura Hispánica y dirigió su revista, Hispaniola. Codirigió también la colección “La Isla Necesaria”, la cual editó varios volúmenes de autores dominicanos. La poesía de Franklin Mieses Burgos está characterizada por un profundo lirismo: a veces existencial, otras veces política... y casi siempre surrealista. Su producción poética podía dividirse en tres categorías: la hermética, donde se manifiesta la influencia surrealista; la que sigue modelos clásicos (los sonetos); y la de temas populares. La primera, creemos, contiene quizás sus mejores poemas. Obras: Sin rumbo ya y herido por el cielo (Santo Domingo: Ediciones «La Poesía Soprendida», 1944) Clima de eternidad (Santo Domingo: Ediciones «La Poesía Soprendida», 1944) Presencia de los días (Brigadas Lírica del Uruguay, 1951) Antología poética (Selección y prólogo de Freddy Gatón Arce, Colección Pensamiento Dominicano, 1952) El héroe (“La Isla Necesaria”, 1954) Clima de eternidad (Santiago: Edición de la Universidad Católica Madre y Maestra, 1986

Franklin Mieses Burgos, Aída Cartagena, Manuel LLanes, Manuel Rueda, Hilma Contreras y Lupo Hernandez Rueda, 1953.

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Muestrario de Poesía

Libros de Regalo

1. Llevar a Gladys de Vuelta a Casa y otros cuentos / Aquiles Julián 2. Letras sin Dueños / Aquiles Julián 3. Música, maestro / Aquiles Julián 4. Una Carta a García / Elbert Hubbard 5. 30 Historias de Nasrudín Hodja / Aquiles Julián 6. Historias para Crecer por Dentro / Aquiles Julián 7. Acres de Diamantes / Russell Conwell 8. 3 Historias con un país de fondo / Armando Almánzar R. 9. Pequeños prodigios / Aquiles Julián 10. El Go-getter / Peter Kyne 11. Mujer que llamo Laura / Aquiles Julián 12. Historias para cambiar tu vida / Aquiles Julián 13. El ingenio del Mulá Nasrudín / Aquiles Julián 15. Algo muy grave va a suceder en este pueblo / Gabriel García Márquez 16. Cuatro cuentos / Juan Bosch 17. Historias que iluminan el alma / Aquiles Julián 18. Los temperamentos / Conrado Hock 19. Una rosa para Emily / William Faulkner 20. El abogado y otros cuentos / Arkadi Averchenko 21. Luis Pie y Los Vengadores / Juan Bosch 22. Ahora que vuelvo, Ton / René del Risco 23. La casa de Matriona / Alexander Solzenitsin 24. Josefina, atiende a los señores y otros textos / Guillermo Cabrera Infante 25. El bloqueo y otros cuentos / Murilo Rubiao

26. Rashomon y otros cuentos / Ryunosuke Akutagawa 27. El traje del prisionero y otros cuentos / Naguib Mahfuz 28. Cuentos árabes / Aquiles Julián 29. Semejante a la noche y otros textos / Alejo Carpentier 30. La tercera orilla del río y otros cuentos / Joao Guimaraes Rosa 31. Leyendas aymarás / Aquiles Julián 32. La muerte y la muerte de Quincas Berro Dágua /Jorge Amado 33. Un brazo / Yasunari Kawabata 34. Cuentos africanos 2 / Aquiles Julián 35. Dos cuentos / Yukio Mishima 36. Mejor que arder y otros cuentos / Clarice Lispector 37. La raya del olvido y otros cuentos / Carlos Fuentes 38. En el fondo del caño hay un negrito y otros cuentos / José Luis González 39. La muerte de los Aranco y otros cuentos / José María Arguedas 40. El hombre de hielo y otros cuentos / Haruki Murakami 41. Dos cuentos / Pedro Juan Soto 42. Aquellos días en Odessa y otros cuentos / Heinrich Böll 43. 12 cartas de amor y un amorcito y otros cuentos / Juan Aburto 44. Rebelión en la granja / George Orwell 45. Cuentos hindúes / Aquiles Julián 46. El libro de los panegíricos / Rubem Fonseca 47. Juana la Campa te vengará y otros cuentos / Carlos Eduardo Zavaleta

1. La eternidad y un día y otros poemas / Roberto Sosa 2. El verbo nos ampare y otros poemas / Hugo Lindo 3. Canto de guerra de las cosas y otros poemas / Joaquín Pasos 4. Habitante del milagro y otros poemas / Eduardo Carranza 5. Propiedad del recuerdo y otros poemas / Franklin Mieses Burgos

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CIENSALUD 1. Inteligencia de Salud y Bienestar: 7 pasos Cristina Gutiérrez 2. Cómo prevenir la osteoporosis Cristina Gutiérrez

Iniciadores de Negocios 1. La esencia del coaching Varios autores 2. El Circuito Activo de Ventas, CVA Aquiles Julián 3. El origen del mal servicio al cliente Aquiles Julián 4. El activo más desperdiciado en las empresas Aquiles Julián 5. El software del cerebro: Introducción a la PNL Varios autores 6. Cómo tener siempre tiempo Aquiles Julián 7. El hombre más rico de Babilonia George S. Clason 8. Cómo hacer proyectos y propuestas bien pensados Liana Arias 9. El diálogo socrático. Su aplicación en el proceso Humberto del Pozo de venta. López 10. Principios y leyes del éxito Varios autores

48. Venezuela cuenta 1 / Varios autores 49. La habitación roja / Edogawa Rampo 50. Jóvenes cuentistas de América Latina 1 / Varios Autores

51. Caballo en el salitral y otros cuentos / Antonio Di Benedetto

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Colección

Muestrario de

Poesía 2008