6-Cartas de Amor

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Cuando la Argentina no era la Argentina Cartas de amor Ricardo Lesser Las cartas de amor son registros del imaginario social de una época 1 . En esas cartas amarillentas de ayer y también en los e- mails de hoy aparece cómo la gente se representa el amor, el sexo, la familia. Esas representaciones cambian a lo largo del tiempo. No es el mismo el amor barroco, culposo y confinado al matrimonio del siglo XVII, que el romanticismo exaltado del siglo XIX. No son muchas las cartas con las que se puede escribir la historia del amor colonial. Los que sabían escribir eran pocos, los enamorados que escribían pertenecían a las clases acomodadas 2 . Y, a menudo, los deudos solían tirar los paquetes de cartas atadas cuidadosamente con una cinta de seda. Pero algunas hay, muchas rescatadas de los juicios que hacían los hijos para casarse con quienes no querían sus padres. Son folios de papel grueso, mal cortado, amarillento, tamaño oficio porque la esquela aparece recién en el siglo XIX. Cartas escritas con pluma de ganso, tinta negra y arenilla para secarla. Veamos algunas de estas misivas. Paquita y el capitán. En abril de 1746, una niña de diecisiete años recién cumplidos, doña Francisca Aldao y Rendón, asiste a la fiesta de la Resurrección de Nuestro Señor en la iglesia de San Francisco. El capitán de dragones Carlos Jacinto Ortiz de Rozas, un primo de Juan Manuel de Rosas, la mira insistentemente. Al día siguiente, le envía una esquelita: Niña de mis ojos para ti este billete mensaje de mi vida 1 Aún en la posmodernidad, las cartas de amor expresan un imaginario. Véase, si no, la película Tienes e-mail, donde Tom Hank y Meg Ryan usan el correo electrónico para enamorarse, engañarse, ilusionarse. 2 Las hermanas Gabriela y Manuela Rivadavia escribían breves billetes a sus enamorados, los hermanos Gabriel y José Gascón, con expresiones tales como Amados esposos, sáquennos [del virtual cautiverio a que las había sometido su padre Benito], por Dios, que esto es vivir muriendo. Pero su madrastra, Ana de Otálara, mujer de prosapia, no sabía escribir. Las mujeres del siglo XVII y XVIII apenas sabían dibujar su propia firma.

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Cuando la Argentina no era la Argentina

Cartas de amorRicardo Lesser

Las cartas de amor son registros del imaginario social de una época1. En esas cartas amarillentas de ayer y también en los e-mails de hoy aparece cómo la gente se representa el amor, el sexo, la familia. Esas representaciones cambian a lo largo del tiempo. No es el mismo el amor barroco, culposo y confinado al matrimonio del siglo XVII, que el romanticismo exaltado del siglo XIX.

No son muchas las cartas con las que se puede escribir la historia del amor colonial. Los que sabían escribir eran pocos, los enamorados que escribían pertenecían a las clases acomodadas2. Y, a menudo, los deudos solían tirar los paquetes de cartas atadas cuidadosamente con una cinta de seda. Pero algunas hay, muchas rescatadas de los juicios que hacían los hijos para casarse con quienes no querían sus padres.

Son folios de papel grueso, mal cortado, amarillento, tamaño oficio porque la esquela aparece recién en el siglo XIX. Cartas escritas con pluma de ganso, tinta negra y arenilla para secarla. Veamos algunas de estas misivas.

Paquita y el capitán. En abril de 1746, una niña de diecisiete años recién cumplidos, doña Francisca Aldao y Rendón, asiste a la fiesta de la Resurrección de Nuestro Señor en la iglesia de San Francisco. El capitán de dragones Carlos Jacinto Ortiz de Rozas, un primo de Juan Manuel de Rosas, la mira insistentemente. Al día siguiente, le envía una esquelita:

Niña de mis ojospara ti este billetemensaje de mi vidamensaje de muertepara quien esperacon desesperación.

La respuesta de Paquita es inmediata: ¡Mañana! Y al día siguiente nomás, los enamorados se encuentran en el lecho de ella, a pocos metros de donde dormían sus padres. Pero tanta pasión llevó al desastre, como se narra en el libro La infancia de los próceres.

El guardiero y la villena. Otro caso de pasión desbordada y que acabó mal es el de Juan Ramón Balcarce que, antes de ser general y gobernador de Buenos Aires, fue un tenientito acalorado. En 1793, se enamoró perdidamente de una joven que vivía en la villa de Luján. Tanto, que le

1 Aún en la posmodernidad, las cartas de amor expresan un imaginario. Véase, si no, la película Tienes e-mail, donde Tom Hank y Meg Ryan usan el correo electrónico para enamorarse, engañarse, ilusionarse. 2 Las hermanas Gabriela y Manuela Rivadavia escribían breves billetes a sus enamorados, los hermanos Gabriel y José Gascón, con expresiones tales como Amados esposos, sáquennos [del virtual cautiverio a que las había sometido su padre Benito], por Dios, que esto es vivir muriendo. Pero su madrastra, Ana de Otálara, mujer de prosapia, no sabía escribir. Las mujeres del siglo XVII y XVIII apenas sabían dibujar su propia firma.

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prometió casamiento. La muchacha consultó a su padre, que dio su beneplácito a la relación. Juan Ramón, entonces, le envió una carta muy compuesta en la que decía:

Muy señora mía de mi mayor aprecio… quedo impuesto de haber consultado con su padre mi solicitud y éste gustoso haber consentido a ella; noticia que a la verdad me ha sido de singular complacencia…

Y se despedía: Su más apasionado y afectísimo servidor, Juan Ramón González Balcarce.Algo debe haber pasado entre esta carta y la siguiente porque aquel Muy señora mía de mi mayor aprecio se convirtió en Amada negrita mía.Y un tiempo después:

Si me vieras, negrita, no me conocieras porque [después de] cuatro días que he dejado el cigarro me he puesto gordo y colorado de modo que todos notan el distinto semblante que tengo.

En estas cartas hay un amor romántico que se anticipa al siglo XIX. Cuando el oficialito le dice a su novia No apetezco más riqueza que tus brazos está diciendo que no le importa un matrimonio por conveniencia, que lo más relevante para él es el amor. Y cuando le dice que él es su negrito está pasando por encima de los fuertes prejuicios raciales de la época. ¿Estas cartas anuncian entonces un cambio en el imaginario social? Uno diría que sí… si no supiera que Juan Ramón echará por la borda las promesas que hizo a su negrita y que, apenas dos años después, se casará con quien le indica su madre.

El hijo del estanciero. En el verano de 1797, Rafael Ferreyra, hijo de un estanciero de San Antonio de Areco, anunció a sus padres que se casaría con una señora de cascos algo livianos y mucho mayor que él. Los padres algo maliciaban porque Rafael, que era estudiante, había malvendido sus libros de Teología para agasajar a la señora con quien quería formalizar. Lo cierto es que los padres se negaron a semejante casamiento y metieron a Rafael de cabeza en la casa de ejercicios a ver si retomaba la compostura. Pero el estudiante le escribió a su amada:

Querida prenda de mi corazón y único consuelo de mis tristezas, es tal el estado a que me ha reducido la privación de tu cielo que creo que si al presente me vieras no me conocerías, pues las continuas lágrimas, ansias y suspiros, privación de todo alimento y consuelo me tienen tal que yo propio me desconozco. [Las lágrimas son tantas] que todas juntas son capaces de formar varios océanos y dígalo el río de Areco en donde fueron tantas que creo que después inundaría todos sus campos.

Es un aluvión de cartas:[Mi amor es tal] que ni me atrevo a mirar las mujeres pues cada una que veo es un agudo puñal que traspasa mi corazón al acordarme de ti y no pienses mi vida que es exageración pues lo que tantas veces te decía que eras la más hermosa de todas he concluido ahora que era cierto.

Rafael fue fiel a su amor. Escapó del lugar donde lo tenían recluido y litigó valientemente contra su padre, pero la justicia le dijo no. No sabemos qué pasó con el romántico estudiante.

El marido loco. A Mariquita Sánchez de Thompson se la conoce porque en su casa se cantó por primera vez el himno y no por su extraordinaria

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participación en la vida política, lo que es una lástima. También se la conoce porque, en 1804, se alzó contra el matrimonio de conveniencia que le quería imponer su padre y llegó hasta el virrey Sobremonte para poder casarse con su primo, Martín Thompson.Martín fue enviado a los Estados Unidos como representante del gobierno argentino. Allí se volvió loco, tanto que terminó en la Casa de Locos de New York. En 1819, el marido loco de Mariquita regresa a Buenos Aires acompañado por su fiel asistente Joaquín. Mariquita le escribe una carta conmovedora:

Querido Joaquín: No quiero cansarte con la relación de lo que me han hecho sentir y llorar tus cartas. (…) Te encargo comprar para el viaje todo lo que sea preciso para que Martín sea bien cuidado. Quiero decirte café, azúcar, algunos bizcochos, dulce algunas cosas que tú le puedas servir sin atenerte a lo que darán en el buque porque los buques mercantes no son como los de guerra donde se come bien y en abundancia. Así trae lo que puedas para que lo tome a la hora que quiera sin tener que andar pidiendo. Te encargo mucho también que le hagas hacer una levita de paño buena y un fraque, dos docenas de camisas para que lo mudes muy a menudo, corbatas, pantalones y todo lo demás. Cuidado que no lo traigas vestido como un loco, sino como yo lo vestía cuando estaba aquí bueno. En nada Joaquín quiero que se lo trate como un loco sino como mi marido. (…) Cuidado Joaquín que no permitas que nadie lo trate mal ni lo insulte. Si supiera que alguno tenía el atrevimiento de tocarle tendría bastante valor para matarlo. Cuídalo mucho buen Joaquín que yo te lo recompensaré”.

Las cartas que nunca llegaron. Todavía no se había cumplido un año de la Revolución de Mayo, cuando mandaron a Mariano Moreno a cumplir una misión diplomática en Inglaterra. El 9 de mayo de 1811, Guadalupe Cuenca –a quien llamaban familiarmente Mariquita- le escribía:

Yo no aspiro más que a estar a tu lado, servirte, cuidarte, y quererte cada día más de lo mucho que te quiero, toda mi felicidad se funda en que vivas; y yo a tu lado, y así, día y noche, te encomiendo a Dios, para que te dé muchos años de vida, y nos veamos pronto; no me consuela otra cosa más que cuando me acuerdo las promesas que me hiciste los últimos días antes de tu salida, de no olvidarte de mí, de tratar de volver pronto, de quererme siempre, de serme fiel, porque a la hora que empieces a querer a alguna inglesa adiós Mariquita, ya no será ella la que ocupe ni un instante tu corazón, y yo estaré llorando como estoy, y sufriendo tu separación que me parece la muerte, expuesta a la cólera de nuestros enemigos, y vos divertido, y encantado, con tu inglesa; si tal caso sucede, como me parece que sucederá, tendré que irme aunque no quieras, para estorbarte; pero para no martirizarme más con estas cosas, haré de cuenta que he soñado, y no te me enojes de estas zonceras que te digoay mi Moreno de mi corazón, no tengo vida sin vos, se fue mi alma y este cuerpo sin alma no puede vivir y si quieres que viva veníte pronto, o mandáme llevar.

Mariano Moreno había muerto en alta mar dos meses antes.

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Buenos Aires, noviembre 20, 2004