6. Una Caja de Plomo Que No Se Podia Abrir

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    36 EL PLACER DE L E E R Y ESCRIBIR / ANTOLOGIA

    da a la muchacha: Bueno, si usted me lo ofrece yo acepto con muchogusto. Y vamos y m e sirve el ron y entonces le pregunto: Bueno, ffpor que es la fiesta, si sepuede saber? Y en eso viene dona Lula, laviuda, y me dice: Adios, ^pero usted no se ha fijado? Y yomiro asicomo buscando por los lados, pero dona Lula me dice: No, hombre,cristiano,por ahi no. Mire, par a arriba. Y cuando yo levanto la cabe-za y miro, me dice: ,;Que esta viendo? Y yo: Pues la luna. Y ella: ^Yque mas? Y yo: Pues las estrellas. ;Ave Maria, muchacho, y ahi fu edonde yo cai en cuenta! Yo creo qu e dona Lula me lo vio en lacaraporque ya no me dijo nada mas. Me puso las dos manos en los hom-bros y se quedo mirando ella tambien, quietecita, como si yo estu-viera dormido y ella no quisiera despertarme.^orque yo no se si tume lo vas a creer, pero aquello era como un sueno. Habia salido unaluna de este tamano, mira, y amarilla amarilla como si estuviera he-cha de oro, y el cielo estaba todi to lleno de estrellas como si todos loscocuyos delmundo se hubieran subido hasta alia arriba y despues sehubieran quedado a descansar en aquella inmensidad. Igual que enPuerto Rico cualquier noche del ano, pero era que despues de tanto

    tiempo sin poder ver el cielo, por ese resplandor de los millones deluces electricas que seprenden aqui todas las noches, ya se nos habi'aolvidado que las estrellas existian. Y entonces, cuan do llevabamos yo

    no se cuanto tiempo cont emplando aquel milagro, oigo a dona Lula

    que me dice: Bueno, y parece que no somos los unices que estamoscelebrando. Y era verdad. Yo no podria decirte en cuantas azoteas delBarrio sehizo fiesta aquella noche, pero seguro que fue en unas cua>n-tas, porque cuando el conjunto de nosotros dejaba de tocar, oiamosclarita la miisica que llegaba de otros sitios. Entonces yo pense mu-chas cosas. Pense en mi hijo que acababa de nacer y en lo que iba aser su vida aqui', pense en Puerto Rico y en los viejos y en todo lo que

    dejamos alianada mas que por necesidad, pense tantas cosas que

    algunas ya se me ban olvidado, porque tu sabes que la men,te escomo una pizarra y el tiempo como un borrado r que le pasa porencima cada vez que se nos llena. Pero de lo que si me voy a acordarsiempre es de lo que le dije yo entonces a dona Lula, que es lo que tevoy a decir ahora para acabar de con tarte lo que tu querias saber. Y esque, segiin mi pobre manera de entender las cosas, aquella fue la

    noche qu e volvimos a ser gente.

    CUENTO

    PUERTO RICO

    Jose Luis GonzalezU na caja deplomoquen o se podiaabrir

    Esto sucediojhacedos anos ? cuando l legaron los restos de MonchoRamirez,,que murio en Corea. Bueno, eso de "los restos de MonchoRamirez" es un decir, por que la verdad es que nadie llego a saber

    nunca lo que habi'a dentro de aquella caja de plomo que no se podiaabrir. De plomo, si, senor, y que no se podia abri r; y eso fue lo que

    puso como loca a dona Milla, da mama de Moncho, porque lo queella queria era ver a su hijo antes de que lo enterraran y... Pero masvale que yo empiece a contar esto desde el principio.

    Seis meses despues que se llevaron a Moncho Ramirez a Corea,dona Milla recibio una carta del gobierno que decia que Monchoestaba en la lista de los desaparecidos en combate. La carta se la diodona Milla a un vecino para que se la leyera porque vem'a de losEstados Unido s y estaba en ingles. Cuando dona Mill a se entero de

    lo que decia la carta, se encerro en sus dos piezas y se paso tres diasllorando. No les abrio la puerta ni a las vecinas que fueron a llevarle

    guarapillos. >En el rancho n se hablo muchisi mo de la desaparicion de Moncho

    Ramirez. Al principio algunos opinamos que Moncho seguramentese habi'a perdido en algiin monte y ya aparecen'a el di'a menos pensa-do. Otros dijeron que a lo mejor los coreanos o los chinos lo habianhecho pri sioner o y despues de la guerra lo devolverian. Por las no-

    ches, despues de comer, los hombres nos reum'amos en el patio del

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    ranchon y nosponiamos a discutir esas dos posibilidades, y asi vinimosa llamarnos "los perdidos" y "los prisioneros", segiin lo que pensaramos

    que le habi'a sucedido a Moncho Ramirez. Ahora que ya todo eso es unrecuerdo.-yome pregunto cuantos de nosotros pensabamos, sin decirlo,que Moncho no estaba perdido en ningiin monte ni era prisionero de

    los coreanos o los chinos, sino que estaba muerto. Yo pensaba eso mu-

    chas veces, pero nunca lo decia, y ahora me parece que a todos les pasa-ba igual. Porque no esta bien eso de ponerse a dar por muerto a nadie y menos a un buen amigo como era Moncho Ramirez, que habianacido en el ranchon antes de saberlo uno con seguridad. Y ademas,

    ^como ibamos a discutir por las noches en el patio del ranchon si nohabia dos opiniones diferentes?

    Dos meses despues de la primera carta, llego otra. Esta segunda

    carta, que le leyo a dona Milla el mismo vecino porque estaba eningles igual que la primera , decia que Moncho Ramirez habia apare-cido. O, mejor dicho, lo que quedaba de Moncho Ramirez. Noso-tros nos enteramos de eso por los gritos que empezo a dar donaMilla tan pronto supo lo que decia la carta. Aquella tarde todo el

    ranchon se vacio en las dos piezas de dona Milla. Yo no se como

    cabiamos alii, pero alii estabamos toditos, y eramos unos cuantoscomo quien dice. A dona Milla tuvier on que acostarla las mujeres

    cuando todavia no era de noche porque de tanto gritar, mirando elretrato de Moncho en uniforme militar, entre una bandera america-na y un aguila con un mazo de flechas entre las garras, se habia pues-

    to como tonta. Los hombres nos fuimos saliendo al patio poco' apoco, pero aquella noche no hubo discusion porque ya todos sabia-mos que Moncho estaba muerto y era irpposible ponerse p imaginar.

    Tres meses despues llego la caja de plomo que no se podia abrir.La trajeron una tar de, sin avisar, en un camion del Ejerc ito, cuatro

    soldados de la Policia Militar con rifles y guantes blancos. A los cua-tro soldados los mandaba un teniente, que no traia rifle, pero si * unacuarenta y cinco en la cintura. Ese fue el primero en bajar de l ca-mi6n. Se planto en medio de la calle, con los punos en las caderas ylas piernas abiertas, y miro la fachada del ranchon como mira unhombr e a otro cuando va a pedirle cuentas po p alguna ofensa. Des-pues voltecS la cabeza y les dijo a los que estaban en el camion:

    Si, aqui es. Bajense.Los cuatro soldados se apearon, dos de ellos cargando la caja,

    que no era del tamand de un ataiid, sino mas pequena y estaba cu-bierta con una bandera americana.

    El teniente tuvo que preguntar a un grupo de vecinos en la acera

    cual era la pieza de la viuda de Ramirez (ustedes saben c6mo sonestos ranchones del Puerta de Tierra: quince o veinte puertas, cadauna de las cuales da a una vivienda, y la mayoria de las puertas sin

    niimero ni nada que indique quien vive alii). Los vecinos no solo leinformaron al teniente que la puerta de dona Milla era la cuarta amano izquierda, entran do, sino que siguieron a los cinco militates

    dentro del ranchon sin despegar los ojos de la caja cubierta con labandera americana.

    El teniente, sin disimular la molestia que le causaba el acompaAnamiento, toco a la puerta coji la mano enguant ada de bianco. Abrio,^dona Milla y el oficial le pregunto:

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    Despues de esas palabras dijo otras que nadie llego'.a escucharporque ya dona Milla se habia puesto a dar gritos, unos gritos tre-

    mendos que parecian desgarrarle la garganta.

    Lo que sucedio inmediatamen te despues resulto demasiado con-

    fuso para que yo, que estaba en el grupo de vecihos detras de losmilitares, pueda recordarlo bien. Alguien empujo con fuerza y enunos instantes todos nos encontramos dentro de la pieza de donaMilla. Una mujer pidio agua de azahar a voces, mientras trataba deimpedir qu e dona Milla se clavara las unas en el rostro. El tenienteempezo a decir: "jCalma! jCalma!", pero nadie le hizo caso. Mas y

    mas vecinos fueron llegando, como llamados por el tumulto, hastaque resulto imposible dar un paso dentro de la pieza. Al fin variasmujeres lograron llevarse a dona Mil la a la otra habitacion . La hicie-ron tomar agua de azahar y la acostaron en la cama. En la primera

    pieza quedamos solo los hombres. El teniente se dirigio entonces anosotros con una sonrisa forzada:

    Bueno, muchachos... Ustedes eran amigos del cabo Ramirez,jverdad?

    Nadie contesto. El teniente anadio:Bueno, muchachos... En lo que las mujeres se caiman, uste-

    des pueden ayudarme, ,;no? Ponganme aquella mesita en el mediode la pieza. Vamos a colocar ahi la caja para hacerle la guardia.

    Uno de nosotros hablo entonces por primera vez. Fue el viejo

    Sptero Valle, que habia sido companero de trab ajo en los rruielles deld ifun to Artemio Ramirez, esposo de dona Milla y papa de Moncho.Senalo la caja cubierta con la bandera americana y empezo a interro-gar al teniente:

    < A h i . . .ahi...?Si, senor dijo el teniente. Esa caja contiene los restos del

    cabo Ramirez. ,;Usted conocia al cabo Ramirez?Era mi ahijado contesto Sotero Valle, muy quedo, corho si

    temiera no llegar aconcluir la frase. El cabo Ramirez muri6 en el cumplimiento de su jdeber'-

    dijo el teniente, y ya nadie volvio a hablar.Eso fue como a las cinco de la tarde. Por la noche no cabia la

    gente en la pieza: habian llegado vecinos de todo el barrio, que llena-

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    ban el patio y llegaban hasta la acera. Adentro tomabamos el cafeque colaba de hora en hora una vecina. De otras piezas se habi'an

    trai'do varias sillas, p^ro los mas de los presentes estabamos de pie: asiocupabamos menos espacio. Las mujeres seguian encerradas con donaMilla en la otra habitacio n. Una de ellas sali'a de vez en cuando abuscar cualquier cosa agua, alcoholado, cafe y aprovechaba, pa rainformarnos:

    Ya esta mas calmada. Yo creo que de aqui a un rato podra salir.

    Los cuatro soldados mon taban guardia, el rifle prensado contrala pierna derecha, dos a cada lado de la mesita sobre la que descansa-ba la caja cubierta con la bandera. El teniente se habia apostado alpie de la mesita, de espaldas a esta y a sus cuatro hombres, las piernasseparadas y las manos a la espalda. Al principio, cuando se colo elprimer cafe, alguien le ofrecio una taza, pero el no la acepto. Dijoque no se podia interrumpir la guardia.

    El viejo Sotero Valle tampoco q uiso tomar card. Se habi'a senta-do desde el principio frente a la mesita y no le habia dirigido lapalabra a nadie durante todo ese tiempo. Y durante todo ese tiempo

    no habi'a apartado la mirada de la caja. Era una mirada rara la delviejo Sotero: parecia que mir aba sin ver. De repente (en los momen-tos en que Servian cafe,por cuarta vez) se levanto de la silla y se acercoal teniente.

    Oiga le dijo, sin mirarlo, los ojos siempre fijos en la caja.,;Uste dice que mi ahijado Ramon Ramirez esta ahi adentro?

    Si, senor contesto el oficial.Pero...

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    Sefior... tenga la bondad... diganos como se abre la caja.El teniente lamiro sorprendido. Sefiora,la caja no se puede abrir.Estd sellada.Dofia Milla parecid no comprender.Agrando los ojos y los fijo

    largamente en los deloficial^hastaqu e este se sintio obligado a repetir: La caja esti sellada, senora. No se puede abrir.La mujer movio de un lado a otro, lentamente, la cabeza:Peroyo quiero ver a mi hijo. Yo quiero ver a mi hijo, Busted me

    entiende? Yo nopuedo dejarque lo entierren sin verlo por ultim a vez.El teniente nos mir6 entonces a nosotros; era evidente que su

    mirada solicitabacomprensi6n,pero nadie dijo una palabra. DonaMilla dio un paso hacia la caja, retiro co n delicadezaun a punta de labandera, toc6 levemente.

    Senor ledijo al oficial, sin mirarlo, esta caja no es demadera,