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Primera Edición Abril de 2020

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmis-ión o la trasformación de este libro en cualquier forma o por cualquier medio, sea elec-trónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito. Su infracción está penada por las leyes 11.703 y 25.446

Queda hecho el depósito que marca la ley 11723Impreso en Argentina - Printed in Argentina

RELATOS EN CUARENTENA

© De esta edición, 7 Sellos Editorial [email protected]

Relatos en cuarentena I / Nilda Josefa Masci Amengual ... [et al.]. - 1a ed . - Santa Rosa : 7 Sellos Editorial Cooperativa, 2020. Libro digital, PDF

Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-4482-36-5

1. Narrativa Argentina. 2. Relatos. I. Masci Amengual, Nilda Josefa CDD A863

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Manuel Martocci

Griselda Barreña

Norma Giménez

Jesi Schmidt

Luisina Datri

Nidia Tineo

Fabian H. Dominguez

Gra Jara

Carla Carabel

Priscila Orueta

Claudia Zorzi

Cintia Alcaraz

Dan Natanael Córdoba

Marta Cardoso

Juan Carlos Guzmán Bengolea

Juan Carlos Pumilla

Nilda Masci Amengual

Maria Angelica Abbona

Adalberto Horacio Biscaro

Dani Rojas

Zoè Cardoso (kypa)

Diana Roth

Daniela Naveiras

Héctor Gatica

Virginia Cassullo

Florencia Bazán

Maria Teresa Espona

Hernán Martín

Fabiana Silva

Diego Gaston Peralta

Mario González Polo

Norberto “Bocha” Campo

Cecilia Durán

Martina Alá

María del C. Arangurena

César Manuel Sarmiento

Teresa Roldán

Meli Melimé

Valentina R. F.

Wal Cantero

Graciela Brown

Flavia Daniela Labriola

Norma Pérez

María Rosa Barabaschi

Estela Giuliano

Marisa Isabel Medrano

Diana Irene Blanco

Alejandro Cutta

Anahí Huarte

Roberto Daniel Hepper

Héctor Massara

Diego Murgia

Mariano Matteucci

Gonzálo Mazar

Marisa Kleiber

Yani Guiñazú

Biby Palacios

Ariel Roberto Dietz

Ariel Hugo Vázquez

Walter Santiago Sacaba

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PRÓLOGO

Los registros históricos son un puntapié para permanecer en el

tiempo. Incluso, las experiencias que allí quedan retratadas son partes

fundamentales de las culturas. Por lo que es importante recordar y de-

jar constancia que el 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de

Salud declaró el brote del nuevo coronavirus como “pandemia”. A esta

situación se llegó luego de la expansión de este virus poco conocido por

especialistas de todo el mundo. No hay certezas de cómo se generó y es-

casean los conocimientos acerca del COVID-19 para abreviar. Lo único

cierto hasta la confección de este libro es que se propaga rápidamente y

ha logrado captar la atención de casi todos y todas las ciudadanas del

mundo por su peligrosidad.

La velocidad en cuanto al agravamiento de la situación epide-

miológica llevo a las autoridades de nuestro país -previa consulta a un

grupo de expertos/as- a determinar a través del Decreto de Necesidad

de Urgencia 297/2020 y con el objetivo “de proteger la salud pública”

el “aislamiento social, preventivo y obligatorio” para toda la República

Argentina. Esta fue la primera parte de la cuarentena que comenzó el

20 de marzo y se extendió hasta el 31.

En el DNU se establecen una serie de servicios esenciales que

se encuentran exceptuados, por lo que pueden continuar, con ciertas

limitaciones y medidas de prevención, sus actividades. No está de más

expresar que los y las trabajadoras de esos grupos también quedaron

exentos. De forma que, y podría decirse la mayoría, de la población

tuvo que respetar lo dispuesto por el gobierno nacional.

Las situaciones a las que lleva el aislamiento son diversas y

variadas, pero lo cierto es que también las personas cuentan con más

tiempo disponible para disfrutar de las pequeñas y grandes cosas de

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la vida. Así como también generar ideas creativas y alternativas para

continuar con su cotidianeidad pero en un espacio que se redujo a sus

casas, departamentos, monoambientes, etcétera. Si bien la situación que

provoca el coronavirus es preocupante por diversos motivos como las

muertes, los contagios, el distanciamiento, las dificultes económicas, los

cambios en nuestras rutinas que muchas veces pueden ser contrapro-

ducentes para nuestra salud emocional, entre otros también hay que

expresar y ver la otra cara de esta situación.

Desde nuestro sello editorial, luego de preocuparnos y ocuparnos

por las consecuencias de la cuarentena, decidimos lanzar una convo-

catoria online para continuar con el desarrollo de nuestra creatividad

pero también para contribuir con la de las personas y hacer más

apacible, al menos por un pequeño momento, la situación. Esto implicó

un desafío tanto para 7 Sellos Editorial Cooperativa como para quienes

se sumaron a la iniciativa.

Sin salir de nuestras casas para cuidarnos y encontrándonos a

través de internet, de las redes sociales y de las palabras propusimos

que sumaran a la iniciativa de escribir “Relatos en cuarentena”. Son

muchas las ideas que se desarrollaron y pudimos ver a través de ellos

que las personas, a pesar de atravesar una situación inusual, histórica

y particular como la de la pandemia, se resignifican para ser parte de

esos registros históricos.

De modo que en esta primera parte de “Relatos en cuarentena”,

nuestros/as lectores/as podrán encontrarse con diversos escritos litera-

rios que reflejan sentimientos, emociones, desvaríos, temores, amo-

res, idealizaciones y mucho más. Los/as invitamos a compartir esta

experiencia a través de la lectura para dejar volar, aún más, nuestra

imaginación.

Cynthia Zorrilla // 7 Sellos Editorial Cooperativa

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ENOJADO

El encierro no me gusta, me aburre. Me enoja. Quiero jugar afuera, pero hay mosquitos. Extraño a mis amigos y hacer actividades. Pero culpa del coronavirus estoy acá aburrido y encerrado.

Manuel Martocci

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LLEGÓ

Todo transcurría en forma normal:la rutina de la vida loca,la fiebre por lo material.La violencia desenfrenada,el consumismo excesivo,la competencia por llegar.La destrucción del planeta,el ritmo estresante,la escasa empatíay abundante intolerancia,la omnipotencia humana.Hasta que un día llegó:tan diminuto y veloz.tan intrigante y voraz,y hasta en casos, letal.Aunque a ritmo precoz:rompió estructuras,y sembró conciencias,cuando se vaya, quizás,los humanos aprendamosla diferencia.

Griselda Barreña

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PROMESAS DE CUARENTENA

Hoy me desperté angustiada, iba a ser un día de celebración del amor en mi familia. Sucedería un acontecimiento que muy en mi interior pretendía fuera un exorcismo de amor en nuestra historia familiar. No pudo ser, la pandemia, la cuarentena, el

“aislamiento” lo impidió.Desayuné mirando por la ventana, tomando a tragos salados

una taza de café, me senté frente a la repisa que empecé a pintar ayer tratando que mi cuerpo recibiera la orden de mi mente de agarrar el pincel y continuar con la tarea (todavía no lo logro).

Sonó mi celular, tenía un llamado, atiendo. Era un amigo con el que estuvimos enamorados hace como veinte años. Me preguntaba cómo estoy de salud, cómo estoy pasando esta cua-rentena; le respondí con un par de comentarios intrascendentes, mi garganta anudada no me permitía hablar y mi armadura de Llanera Solitaria, tampoco.

Él me contó de su rutina en estos días y me dijo: -Hoy me des-perté tarareando esta canción y te la quiero regalar; y me la cantó por teléfono como hace 20 años atrás. Le dije gracias con dos lágrimas, una en cada ojo (no tengo permitido más) nos despedi-mos con un “cuidate”.

Me quedé recordando amores y preguntándome en qué dolor

Norma Giménez

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fue la promesa de no volver a enamorarme, detrás de qué enojo escondí el amor, cuál fue la pandemia que me inventé para refu-giarme en soledad.

Busqué la canción en YouTube y me hice la promesa que después de la cuarentena y cuando regresemos a la vida normal, cuando se haya ido el miedo al virus, al contagio, a la miseria, al dolor, a la guerra, etcétera, trabajaré con mi miedo al amor.

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EL MIEDO AL VIRUS

Querido diario: he decidido realizar un registro cotidiano de mi experiencia con este virus que ronda, así sirve de informa-ción para la posteridad o para leerlo en el futuro y reírme un rato o llorar, depende lo que salga de esto.

Primero anotaré mis datos personales.Nombre: EstebanEdad: 28 añosEstado civil: solteroLocalidad: Santa Rosa, La Pampa.Pequeña introducción: para el que no está enterado todavía -si

vivís en un tupper- hay un virus dando vueltas en el mundo y to-dos nos tenemos que cuidar simplemente lavándonos las manos y la cara con frecuencia. Además, debemos evitar el contacto físico. Sencillo ¿verdad? Quizás no tanto para algunos, pero yo he sido una persona solitaria toda mi vida. Desde que dejé la casa de mis padres a los 18 años, soy así. Es decir, tengo mi reducido grupo de amigos con los que nos juntamos de vez en cuando (aunque cada vez con menos frecuencia) y ocasionalmente visito a mis padres; pero más allá de eso, estoy solo. Bueno, estoy con mi gatita Kira, pero es media vaga y casi nunca está en casa.

A partir de las 00:00 horas de hoy se decretó el aislamiento

Jesi Schmidt

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social y preventivo. Cualquier persona que sea vista circulando en la calle y no tenga una explicación válida (compra de merca-dería o farmacia) de por qué no está en su casa, es detenido. Las medidas me parecen un poco extremas; sin embargo, habrá que acostumbrarse.

Mi teoría es que mucha gente se va a volver loca con este aislamiento, yo imagino que voy a estar bien, a decir verdad, mucho no va a cambiar en mi vida. En fin, arranco anotando mi experiencia:

Día 1: tal como lo imaginé, todo el mundo se abalanza deses-peradamente para abastecerse de toda la mercadería posible. Yo soy ayudante de albañil; hoy trabajé, pero creo que no vamos a poder seguir si la cosa sigue como hasta ahora. Necesito trabajar, sino no como. Por el momento, creo que están exagerando y por lo que escuché las personas en la calle opina lo mismo.

Día 2: trabajé como nunca. Quiero terminar rápido así me pagan porque me estoy quedando sin comida y la voy a precisar. En las calles se sigue como si nada hubiera pasado. Supongo que yo tenía razón, todo es puro drama.

Día 3: el presidente tomó medidas más severas para que la gente se quede en sus casas. No puedo ir a trabajar. No se cómo voy a hacer para pagar el alquiler.

Día 4: veo el lado positivo. Pude ver esas series y películas que nunca tenía tiempo de ver. Me la pase mirando videos graciosos y de gatitos en internet. Dentro de todo fue un buen día. No se han detectado casos de virus en mi provincia.

Día 5: a pesar que nunca salgo (más que para hacer los man-dados), hoy me dieron muchas ganas de salir. Supongo que el hecho que esté prohibido me hacen dar más ganas de hacerlo. Pero no soy idiota, me tengo q cuidar y cuidar a los demás.

Día 6: me estoy quedando sin víveres. Estoy a puro arroz y fideos, ayer me quede sin queso. Necesito plata. Esto me está empezando a afectar.

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Día 7: esto de estar sin hacer nada ya me molesta. Ya me vi todas las series y películas. Ya me jugué todos los jueguitos del celular. En un ataque de ira porque no podía pasar un nivel, tiré el celular al piso y lo rompí. No tengo plata para comprar otro, lloré de la bronca.

Día 8: me aburro y tengo hambre, bajé un poco de peso. Me la paso más que nada durmiendo, si estoy despierto es para estresarme por las deudas y demás problemas. El virus ya llegó a mi provincia como me temía. Es que según he leído en las redes sociales, no hay control alguno. Eso me asusta. ¿De qué me sirve cuidarme si a los demás les importa un carajo? Hoy vi a mis vecinos juntándose a comer un asado como si nada, ¿es que no toman conciencia?

Día 9: mi patrón me alcanzó algo de plata que le pagaron, tuvo que pasar rapidito por el miedo que lo agarre la policía. Con esto voy a tirar unos días; que alivio, mi gata ya se había cansado de comer mis sobras insípidas. Igualmente tengo un poco de miedo de salir, aunque quizás exagero.

Día 10: ¡extraño a mi familia y amigos! Yo sé que hablo con ellos por Facebook, pero no es lo mismo, los quiero ver. He pasado más tiempo sin verlos y no me ha afectado, pero el hecho de no poder verlos me molesta, me dan más ganas de estar con ellos.

Día 11: fui al supermercado, una larga espera en las colas se-paradas por más o menos un metro de distancia. El señor mayor adelante mío tosía tímida pero compulsivamente. Por las dudas me alejé unos pasitos más de él.

Para mi sorpresa las góndolas estaban casi vacías. Debí haberlo anticipado, el egoísmo de la gente me ganó. Además, los precios eran una locura.

—Estamos re complicados y por ahora no se está reponiendo mercadería —dijo el de la caja.

—¿Y qué carajo como pasa esto ahora? —respondí enojado.

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Todo esto claramente me está afectando; yo no soy así, nunca me altero. Le pedí disculpas y puse en el carrito lo que pude. Cuando estaba a punto de irme veo una señora mayor, una abue-lita (los más vulnerables). Ni debería salir, pero no debe tener a nadie que le haga los mandados. Estaba parada en frente de una góndola vacía punto de llorar. Podría haberla ignorado, como seguramente lo había hecho la mayoría, pero la escena me partió el corazón.

—¿Todo bien señora?—Sí, querido —me dijo con la voz más dulce. No quedó mu-

cha comida, no se cómo voy a hacer, aparte vivo sola. Luego procedió, básicamente, a contarme la historia de su vida en los próximos veinte minutos.

¿Cómo no apiadarse de esa pobre anciana? Estaba sola y vieja, fue muy triste. Como soy de corazón blando, hice lo que cual-quier persona hubiera hecho: le di lo que estaba en mi carrito. Se lo regalé, me quedé con un paquete de arroz, uno de fideos, unas galletitas, pan y dos latas atún para mi gatita Kira. Cuando vi la sonrisa de esa señora, me di cuenta que había valido la pena. Unos días más de arroz y fideos sin queso no me iban a matar. La ayudé porque me apiadé de ella, pero también porque me vi reflejado en esa abuelita, tan solitaria, como yo.

Día 12: en las redes sociales circulan casos de personas con el virus en mi provincia. Según lo que dicen por ahí, nadie hace algo para detenerlo y están actuando de manera irresponsable. Tengo miedo de salir, yo me cuido, pero no se que hacen los de-más. Hay demasiada información en internet, a veces dicen algo, después otra cosa. Ya no se que creer.

Día 13: el presidente anunció que van a prolongar la cuaren-tena, por lo menos una semana más. Faltando un día para que termine toda esta locura, nos cae esta mala noticia.

Día 14: me cortaron internet, supongo que eso pasa cuando no pagas, pero realmente no tengo dinero. Ahora no tengo ni

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celular, ni internet, aislado del mundo totalmente. Supongo que voy a estar bien, quizás lea un libro.

Día 15: esto es horrible. Extraño el contacto humano, extraño comer cosas ricas y que me quede la panza llena, extraño salir (nunca pensé que lo extrañaría). Quisiera salir, aunque sea al supermercado, pero no tengo plata (la historia de mi vida).

Día 16: me acabo de dar cuenta que no tengo idea a dónde va mi gata cuando sale. ¿Y si el virus mutó y ahora lo pueden desparramar los animales? Nunca me enteraría porque no tengo internet, ni celular, ni nada para informarme. Me estoy empe-zando a poner paranoico. Por las dudas, me quedo en casa.

Día 17: ya no abro las ventanas y las puertas de mi casa. Mi gata y yo estamos encerrados. Quizás el virus ya se encuentra en el aire, no lo sé. Lo mejor va a ser prevenir. El miedo a no saber me está matando. También me está matando el hambre, pero trato de dormir todo el día y tomar mucho mate para no sufrirlo tanto. No se que pasa allá afuera.

Día 18: hoy dormí todo el día. No comí, no tenía hambre y tampoco mucha comida, prefiero que coma mi gatita. Estoy muy triste y preocupado. ¿Y si el virus se desparramó por todos lados y yo soy el único que no se enteró? mejor quedarse en casa.

Día 19: me siento medio enfermo, trato de descifrar en qué momento pude haber agarrado este virus que bien puede ser una gripe o puede ser ya sabemos qué. Ese señor en el supermercado que parecía resfriado, quizás.

Día 20: me puse a pensar que si me muero nadie va a encon-trar mi cuerpo por un buen tiempo, y si agonizo y tengo que ir al hospital, no tengo como llamarlos. Moriré como viví, solo.

Día 20: no quiero salir de casa bajo ninguna circunstancia. Me quedé sin comida. Estoy a agua, mate y galletitas criollitas. Mi gatita me mira raro, creo que se da cuenta que me estoy volvien-do un poco loco.

Día 21: me siento muy mal, estoy débil, mareado, cansado, me

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explota la cabeza. Apenas tengo fuerzas para escribir. Me ence-rré en la pieza y largué afuera a Kira, quizás tenga más chances de sobrevivir allá afuera mi gatita hermosa.

Si éstas son mis últimas palabras quiero que sepan mamá y papá que los amo, a mis amigos que siempre los voy a recordar. No soy muy bueno con las palabras y además estoy empezando a ver todo negro y creo que me estoy desmayan.

Mientras tanto, en el país…Día 22: último momento, encuentran la cura al virus. Una

muy buena noticia. En unos días se levanta el aislamiento, todo volverá a la normalidad. Lo superamos entre todos, muchas gracias por sintonizarnos y muy buenas noches.

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PRESAGIO

Felipe, era un anciano que vivía en San Telmo.Vivía solo, en una pequeña casa. Al ver en los medios lo que

estaba pasando en el mundo, se lamentó profundamente.—¿Coronavirus?Cuando el gobierno anunció la cuarentena total, Felipe no

dudó en hacerla. Estaba muy preocupado.Cada día era igual para él, levantándose a las 7, leyendo el

diario mientras desayunaba, prender la televisión, recostarse, almorzar, mirar por la ventana tomando un café, ver un poco su tan confuso celular para enterarse de las novedades; así eran todos los días. Cada vez había más casos de la enfermedad.

Tras pasar varios meses, la humanidad todavía no había en-contrado una cura, y había más y más personas muertas. El virus se extendía muy rápido.

En Argentina eran más de 20 millones de muertos.Felipe sabía muy bien que él era parte de la población en ries-

go, y trataba de cuidarse lo mejor posible.Un día, realizaba su rutina, pero sucedió algo extraño. Al

prender la televisión, no se encontró con las noticias, sino que en el canal solo había una mujer, repitiendo una frase, y luego cantando una canción.

Luisina Datri

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Trató de cambiar de canal, pero era inútil. Se repetía una y otra vez esa rara frase, junto a la canción. Al otro día creyó que ya se había arreglado, y que era un simple error, pero no. La televisión lo seguía repitiendo.

El anciano decidió no mirar más la televisión, y ver las noticias por su pequeño celular.

Pasaron los días y Felipe quiso salir. Ya no le importaba este peligroso virus. Dio un paso en la calle y, apareció una mujer. Era la misma mujer que repetía la frase en la televisión. Extraña-mente esta vez no lo hizo, sino que le dijo:

—Espero que me estés escuchando, ya pasaron seis meses, no quiero perderte.

Felipe no entendió nada y siguió caminando sin darle impor-tancia. A unos pocos metros de Felipe, había un libro en el suelo. Decidió leerlo. Para su extraña sorpresa, en el libro estaba escrita la canción que la mujer de la televisión le cantaba todos los días. Al ver esto Felipe sintió una sensación extraña, y un ardor en el pecho. La vista se le tornaba borrosa y lo último que pudo escuchar antes de desmayarse, fueron las palabras de la mujer, llamándolo.

El anciano abrió los ojos. Estaba muy confundido. Se encon-traba en un hospital. A su lado estaba la mujer que lo llamó, llorando. A lo lejos logró ver unos médicos, sonriendo.

—¿Dónde estoy?¿Qué es ésto? —preguntó Felipe.Con mucha felicidad la mujer a su lado lo abrazó.

—¡Cuidado! puedo tener coronavirus —decía el anciano.—¿Coronavirus?¿De qué habla? —preguntó la mujer.Al escucharla, Felipe supo quién era la mujer que le hablaba. Se

le vinieron a la cabeza muchas imágenes. Todo lo que ocurrió había sido un sueño. Los médicos le explicaron que había estado en coma durante seis meses y esa mujer, que era su hija, iba todas las semanas a hablarle y a cantarle su canción favorita. Por eso él en su sueño la escuchaba.

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Estaban en enero de 2020 y no entendían que era eso del co-ronavirus que había mencionado. Felipe recordó todo y abrazó a su hija. Le contó su extraño sueño, y se rieron juntos.

Al llegar a su casa, lo recibió su mujer y otros familiares.Llenos de felicidad y agradecidos, pasaron los días.Una tarde de febrero, mientras Felipe merendaba con su mu-

jer, sintió un ardor en el pecho, al ver en la televisión, el primer caso de Covid-19 en el mundo.

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EL DIARIO DE DONALD

Esto sucedió en tiempos de globalización, dicen que el mun-do se detuvo. La peste comenzó en China y fue como una gran nube de polvo expandiéndose rápidamente hacia otros sitios.

Leerán a continuación el testimonio de Donald, escrito por él en un diario de hojas amarillenta, hallado por casualidad en un buque abandonado:

Día 1: como a mi poco me afectaba lo del coronavirus, no hice caso a las advertencias que hicieron. Nadie me va a decir lo que tengo que hacer. Yo no lo debo nada a nadie. Y como tengo plata suficiente, que me la gané trabajando, me decidí a salir de todo esto. En realidad, me subí a un crucero maravilloso y ¡a viajar, a disfrutar!

¡Minga, me iba a quedar encerrado! ¡qué mierda me importa si la gente se enferma; si se está muriendo!

De algo hay que morir ¿no? Para mi, son puros cuentos. Que el virus no tiene cura, que hay que aislarse, que la distancia y blablablá... ¡chamuyo!

Día 2: allá parece que decretaron cuarentena obligatoria. Ya me lo sospechaba. ¡Jajaja! menos mal que pude salir antes.

Veo las noticias, suspendieron clases, cierran comercios, controlan aeropuertos ¡están locos! ¡qué boludos! Se aíslan, se

Nidia Tineo

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encierran, paran todo ¡hay que laburar, loco! ¿Cómo vas a parar la economía? ¡hay que trabajar!

Día 3: las noticias dicen que en China frenaron al virus. Hay que demandar a esos chinos hijos de p*t* se enfermaron y conta-giaron a los demás.

Día 4: parece que en Italia la cosa está grave. La gente está muriendo, los centros de salud colapsan, los cementerios cierran, los ataúdes con los muertos están amontonados en las iglesias, y en los crematorios no alcanzan los turnos.

En España la situación también es grave. Veo jóvenes enfer-mos tirados en los pasillos. No tienen cómo curarlos. Ni siquiera una cama, son muchos y no dan abasto.

¡La puta! ¿entonces era cierto esto del virus?Día 5: veo por internet: un tipo en Buenos Aires, violó la

cuarentena con su empleada en el baúl. Creo que lo conozco. Sí, lo conozco ¡es un idiota! ¡qué querés con ese inconsciente! Otro estúpido se fue al Paraná, en el yate Champán ¿No ves, cómo no se va a desparramar el virus, así?

Día 6 : esta mañana nos informó el Capitán que ningún país nos quiere recibir. No podemos quedarnos en ningún puerto. ¡Que joda! ¿Qué pasará con nosotros? ¡estamos a la deriva!

Lo peor es que hay enfermos en el barco. Hay riesgo de conta-gio. ¡Me quiero bajar!

Día 7: ¡no aguanto más, quiero volver! ¡tienen que hacer algo por mí, tienen que repatriarme!

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LA CUARENTENA DE TEO

Teo es un patriarca aunque no está bien vista la definición actualmente; Teo lo es en los mejores términos y no hay otra definición para quien siempre cuidó a todos y cada uno de los suyos respetando cada individualidad. Le gusta juntarlos para compartir lo mínimo que sea, pero juntos. Suele decir que posee el tesoro más preciado su familia; afectos por sobre todo en tiempos en que parecía que lo material es todo. Teo se resistió desde su temprano crecimiento a lo material atesorando los afec-tos siempre. Lo material para él es efímero lo constante y valioso siempre fue la familia.

Teo se sumergió en una cuarentena diferente días antes que comience el aislamiento obligatorio, nuestra cuarentena, Teo sufrió un ACV y batalla una más de tantas batallas que tuvo que enfrentar desde temprana edad; lucha por él y por seguir presen-te en este mundo al que le importa más la cotizacion de las bolsas que la vida misma donde es más importante un billete verde que una mesa en familia.

Teo da esta batalla porque ama la vida a pesar de lo dura que fue con él. Está sumergido en un sueño en medio de una cuaren-tena que ninguno vio venir, en medio de una batalla que nadie querría estar dando; en esa cuarentena, lucha por la vida y no

Fabian H. Dominguez

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por su vida; por la vida que tanto ama, por sus afectos. Batalla que también dan los suyos contra un enemigo invisible. Teo sigue dando pelea al otro sueño; porque, aunque no nos lo diga en palabras, Teo vela por nosotros desde su sueño en esa sala de terapia.

Mientras cada uno desde su hogar pasa la cuarentena, él ba-talla y resiste por pasar este momento y el volver a despertar se hace eterno al igual que el estrepitoso silencio. En medio de una cuarentena en la que se torna tan valiosa la mayor enseñanza de Teo “estén juntos son familia, cuídense, ayúdense” con abrazos distantes y caricias virtuales, desde su sueño sigue velando por cada uno de los suyos porque esa es su razón de existir siempre los suyos.

Gracias por tanto Teo, vuelve pronto te necesitamos.

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¡QUEDATE EN CASA!

Pandemia -coronavirus (Covid-19)-.Irrumpiste en el mundo de golpe, sin previo aviso.Te propagas rápido, a través del simple contacto.Nuestras vidas cambiaron de golpe.Acostumbrados a transitar en libertad, sin rendir cuenta, ahora

está prohibido.Yo leo para ocupar mi tiempo.Antes de internet, el shopping, las personas se dedicaban a las

artes, al cultivo, al trabajo manual.

Por favor ¡quedate en casa ! así te cuidas vos y me cuidas a mi.

Gra Jara

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HABITAR EL AISLAMIENTO

Desde el umbral de mi ventana puede apreciarse un hibiscus, con encantos de sus perfectas formas. Ahí me tiene, como a una ingenua, atraída, mirando detenidamente. En el momento me-nos pensado, un sonido, dos, tres sonidos. ¡Los colibríes se han anunciado! desprendiendo sus suaves y delicadas alas revolotean, dispersando por el aire sensaciones de vuelos de libertad. Por las mañanas, por las tardes, día tras día.

Descubrí el espacio grato de un humilde balcón y el cielo fue el encargado de hacerme la invitación de pasar tiempo con él. Bajo las estrellas, y el aire que me acaricia el rostro, me encontraba suspendida en capítulos cortos, donde acontecía una especie de mística a través de un lazo que unía algo de lo interno con el universo entero.

Tras pasar los días, volví a mirar mi biblioteca y me pregunté por mi relación con los libros, concluí ¡qué fácil se me olvida jugar! Leer, leer, imaginando jugar a ser en otro mundo. Me encontré con “Vidas a la deriva”, nunca mejor correspondida, entonces remonté a la época de la Revolución Rusa y la posibi-lidad de sobrevivir de la mano de una humilde familia. Volver a sentir el aroma de un viejo libro, cuya existencia de él no sabía. Recordé que llego de las manos de mi hermana, que no le gustan

Carla Carabel

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los abrazos, pero me regala libros usados.Mientras tanto un dispositivo me incomoda, aquel del entre-

tenimiento, donde parece todo encontrarse, desencontrarse y al fin todo se desvanece en la red. Es dominante y lo he visto acelerar las agujas del tiempo, me resulta amenazante, invasor, me parece más carcelario que el mismo encierro, por momentos me reniego de él, y lo alejo.

El ritual ancestral, el sabor más territorial, el refrescante olor a yerba mate me vuelve a despertar, abrazándome con historias y pensamientos sinfín, recordándome que estoy donde quiero estar: en casa. Algo cambió y cambiará para siempre, la vida se ha convertido en una cuestión de días que se diluye en la posibi-lidad de dejar de ser. ¿Será el aislamiento una forma de liberación hacia una nueva humanidad?

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V1RU5

Soy Cris y este es mi último día de vida. Parece exagerado o tonto, pero quiero escribir en este diario lo he vivido y he pasa-do, como la gente hacia antes, para que las personas en el futuro lo vean y sepan como empezó todo y puedan arreglarlo.

Hace mucho por un “pequeño” accidente, causado por mi, se expandió algo que no sabía que podría acabar con los humanos. Se que hoy todas las personas estamos encerrados bajo tierra como topos, ya que la superficie es inhabitable para el ser humano, pero antes las personas podían vivir en la superficie, y no solo eso sino que salían de sus casas para hacer todo tipo de cosas; ¿es increíble verdad? y pensar que ahora no podemos ni abrir los ojos por mie-do a perderlos por la radioactividad. Antes la gente tenía elección y gracias a eso tomaron muchas malas decisiones como contami-nar el medio ambiente, asesinar sin motivos y experimentar con cosas que no sabían lo que harían. Este último fue mi caso, mis padres eran investigadores, no autorizados, que buscaban virus y enfermedades nuevas con las cuales experimentar, solo por querer tener algo interesante que hacer en sus tiempos libres ya que les gustaba la química. Fue en una de esas investigaciones en la que yo, como típico joven de 14 años, fui a entrometerme.

Tratando de sorprender a mis amigos les dije que tenía un

Priscila Orueta

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laboratorio secreto. Esa tarde fuimos a mi casa, como mis padres no estaban era la oportunidad perfecta. Apenas llegamos, entra-mos al laboratorio y nos pusimos a jugar con los frascos, pero uno de mis amigos decía que era mentira, que no podía ser mi laboratorio sabiendo que yo era un idiota que no sabía nada de esto (efectivamente él tenía razón).

En ese momento yo estallé de ira, pues sabiendo que era cierto lo negué. En medio de la discusión, choqué contra la mesa tirando unos cuantos frascos, que luego se mezclaron causando un aire tóxico que hizo que mis amigos y yo nos desmayáramos. Luego al despertar me di cuenta que mis amigos no estaban, me levante y busque por toda la casa, pero no había nadie solo estaba la puerta de entrada abierta. Cuando salí afuera, había personas corriendo por todos lados y varias tiradas en el piso retorciéndose, mien-tras que nuestra casa estaba casi toda rodeada por una especie de policías del gobierno. En ese momento no sabía cómo se llamaban, pero se llevaban mucha gente en unas camillas incluyendo a mis padres y amigos. No sabía lo que pasaba. Pero justo vino uno de esos tratando de llevarme, quise escapar pues no sabía lo que me harían, pero me agarraron entre dos y no me pude soltar, enton-ces comencé a sentirme mareado y luego me desvanecí.

Desperté en un cuarto de contención -como los de las películas-, pero no, esto era mucho peor. Vi como de la habitación llena de gente se llevaban a una por una sin decir nada y después no volvían, solo se escuchaban gritos y lamentos, todos los que quedábamos no sabíamos que hacer, hasta que uno de los que se llevaban se negó y todos empezamos a defenderlo y a preguntar ¿que nos harían? ¿por qué estábamos allí? fue entonces cuando uno de los guardias que usaba barbijo y máscara, sacó un arma y le disparó. Todos nos que-damos en shock, inmóviles sin decir ni una palabra; ellos agarraron a una mujer y se fueron como si nada hubiera pasado, entonces me di cuenta que tenía que salir de ahí a como diera lugar.

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Me las arreglé para crear un alboroto que atrajo a los tipos otra vez, entonces aproveché la distracción para robarles las llaves que tenían, pues me podían ser útiles y me escapé. Luego de caminar sin rumbo un rato por los pasillos y casi ser descu-bierto, a lo lejos pude escuchar voces que me eran familiares. Me asomé por la ventanilla de una habitación para escuchar de dónde venían. Fue ahí que vi que los guardias se estaban yen-do, cerrando con llave la puerta. Me acerqué y la vi, me acorde que tenía las llaves he intente abrirla, por suerte era una de las primeras por lo que no tardé mucho, pero en cuanto la abrí de-seé nunca haberlo visto ¡Eran mis padres y mis amigos! estaban todos deformados y destrozados ¿qué les paso? Entendí que esas voces, lamentos y llantos de dolor que había escuchado eran de ellos. Luego de ver eso me sentí tan culpable, me dije a mí mismo que todo era culpa de mi estupidez, ahora ellos estaban pagando. Trate de aguantar el llanto para que no me escucharan los guardias y trate de desatarlos, pero en cuanto me acerqué me miraron con una ira incontrolable (lo cual era entendible). Eso me preocupó un poco pero me concentré en abrir las esposas. Apenas terminé con la primera, comenzó a sonar una alarma, lo que hizo que me apurara con las otras, pero como era de espe-rarse entraron los guardias, provocando que mi familia y amigos se volvieran unos monstruos salvajes con una sed de sangre que no pude explicar; en ese momento aproveche a escapar porque ellos ya no eran las personas que alguna vez conocí, sino unos monstruos de sangre fría que solo pensaban en matar.

Mientras estaba escapando pensé en liberar a aquellas personas que quedaban sanas pero observé que venían los guardias, por lo que corrí y me escondí en una habitación, cerrándola con llave. Cuando miré bien la habitación, había televisores con noticias que anunciaban “Alerta: virus extremadamente peligroso y mortal ataca nuestra ciudad y se extiende por todo el mundo”. Todos los canales hablaban de lo mismo ¿quién lo empezó? ¿tendrá cura?

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¿cómo empezó? Y al mirar la mesa de aquella habitación observé unas carpetas que decían “EXPERIMENTO Z15X”, que consistía en usar personas infectadas con el virus mutado como sujetos de prueba para un antídoto. Después de leerlo todo tuvo sentido, mi familia y amigos, todos fueron usados como ratas de labora-torio; todo porque la estupidez que hice, terminó mutando a un virus que ya andaba por el aire, llamado “COVID-19”. A partir de empeoró, hubo peleas porque decían que era culpa de los que viajaban y no se cuidaban. Después hubo peleas nacionales porque decían que algunos países expandían el virus, y luego eso llevo a una guerra donde se tiraron muchas bombas, no solo para destruir al enemigo, sino que empezaron a creer que eso contrarrestaría el efecto del virus. Todos tenían sus argumentos. Sin embar-go, todos ellos se equivocaron, lo único que lograron fue hacer inhabitable el ambiente en la tierra. Ahora no solo hay monstruos deformes sangrientos afuera, que solían ser personas, sino que también hay criaturas asesinas que solían ser animales. Por eso los sobrevivientes como yo, ahora viven en túneles bajo tierra que son nuestras casas y refugios, aunque no se si me puedo llamar sobreviviente porque a pesar que logré escapar aquella vez de las cámaras de aislamiento, vivo con la culpa por no haber podido rescatar a alguien más y mi cobardía por no haber confesado lo del laboratorio y solo pensar en mi y ocultarme. De todas maneras, los agentes del gobierno descubrieron que fui yo quien inició todo, por eso me están buscando para hacerme pruebas y después ma-tarme, lo sé, lo he visto; van a encontrar donde vivo en cualquier momento, pero llevo muchos años escapando y ya estoy cansado. Además no me queda nada más porqué vivir. Este será mi primer y último acto de coraje, solo queda esperar.

Ya han encontrado mi escondite y en este momento solo puedo escuchar una cosa desde afuera: ¡Policía Federal, arriba las manos! ¡Usted Cris Thompson está acusado y sentenciado a muerte por asesinar en masa!

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Te abrazo a la distancia!En algún momento me lastimó la distancia que no entendí.

Creí que el estar lejos, era no estar presente ahí. Los tiempos que corren hacen ver que no hace falta estar cerca para estar presen-tes y que lo que en algún momento se sintió distancia por falta de tiempo. Hoy podes ver que no es así, que era por elección, porque si hay algo que sobra ahora es el tiempo.

Tiempo, tiempo tan mágico que da las respuestas que pides.Siento la cercanía de tantas personas sin poder verlas, sin

poder abrazarla, sin poder tocarlas.Es muy loco pensar que un abrazo, un beso, un estar cerca,

en algún momento podría dañar. Nos tenemos que cuidar con distancias de cuerpos, pero no de almas y de sentimientos.

Gracias, gracias a vos por estar tan cerca, por cuidarme, por cuidarnos.

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Esto que creamos es tan armónico, tan estelar, Tan mágico,di-señado por la mano de Dios ,si se quiere

Claudia Zorzi

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Te siento acá tan cerca aún estando lejos. Quiero alma mía que vivas,que rias,que cantes,que imagines el

final que no llega.El tiempo es nuestro aliado,que anida nuestra historia,que

divaga por las noches con el encuentro de las almas.Que viene desde antes, que viene desde siempre, que no tiene

inicio que no tiene fin.Destino lo llaman, camino marcado,historia escritas,Yo prefie-

ro decirle pacto,pacto de almas,.Que quien dice cuando?..solo él sabe cuando es el momento, que se da así mágicamente, armóni-co y estelar.

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Hay personas que aparecen en nuestra vida como traídos por un casual designio en el momento más adecuado. Son un soplo de aire fresco que reconforta mente y alma, en aquel momento donde era todo caos, que encaja en nuestros valores y que se instala en nuestro corazón casi sin permiso.

En la vida siempre existirán personas que valgan la pena, seres que dan calor en días oscuros y que te dirán la palabra adecuada en el instante más necesitado. La bondad, como la luz del sol, es algo que nunca se extinguirá, al igual que la simpleza.

Hay personas que te tocan el alma sin buscarlo, y uno se queda desconcertado sin saber que hacer.

Varias veces escuche sobre el pacto que hacen las almas antes de venir a esta tierra ¿será así? quizás.

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LA IMPOSIBILIDAD DEL BESO

Aunque en el “no tiempo” puedo hacer lo que quiera ya que me sobran horas, me mantengo inmóvil, no puedo salir a caminar, ni sentarme en las plazas a tomar sol junto a otros, tampoco compar-tir el mate con amigos. No hay adónde ir para estar protegidos del contagio. Conviene quedarse en casa. Tengo que hacerlo aunque no tenga ganas, aunque no quiera y esto que tiempo antes, duran-te la vorágine y el vértigo, hubiese sido el deseo incumplido que me hiciera feliz; ahora sin embargo, resulta que me asfixia y siento que no se qué hacer conmigo si no salgo a la calle. Pero pasa que sobran razones para estar alerta y no es secreto: está en el mundo un virus indómito, al parecer escapado de un laboratorio

(¿no será todo esto un gran experimento?).Sea lo que fuere, el virus está ávido de cuerpos y pareciera que

ha hecho retroceder a los malvados.Porque en tiempos del corona, resulta que es urgente hacerse

el muerto; andamos como sombras silenciosas, mirándonos raros desde lejos y no es posible siquiera dar un beso.

Y es que en verdad, la prohibición no brota del extraño capri-cho de poderosos insensibles o alocados.

La imposibilidad del beso, tiene que ver con el propio cuidado de los cuerpos.

Nidia Tineo

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Porque la gente se enferma, se contagia y muere solitaria. Por-que no hay respirador que alcance, porque los cuerpos rígidos de los desprevenidos, tristemente aguardan en camiones fríos, turno de crematorio o cementerio.

Y es que el aislamiento es, según dicen, la única vacuna. Por eso la distancia nos salva y lamentablemente nos aleja, ojalá sea por poco tiempo, de la proximidad del beso y del abrazo.

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Cuando éramos libres, la mayoría de las veces éramos pare-cidos al resto del mundo. Quereme un poco, me decía. No me estás queriendo nada. Ayudame a no morir, le contestaba. Y así andábamos de abrazos y tarascones y revoleos y revolcones.

¿Éramos libres?De vez en cuando, nos mirábamos. Yo solía decirle que su cara

no me resultaba familiar, que sus ojos cambiaban de color para confundirme y él, firme, inmutable, repetía que su amor era del color que yo quisiera. Llegué a odiarlo tanto, tanto, que ya no pude despegarme. Y acá estamos, 24/7, pasando las horas en el quehacer, con todo aquello y todo esto.

¿Éramos libres?Vamos viendo para adentro, mientras afuera apesta.

Cintia Alcaraz

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Lo bueno de la cuarentena es que predispone a las personas para estar más conectadas a internet, de esa manera esta bueno entablar conversaciones y conocer personas del entorno de las cooperativas.

De esta manera, incrementar el funcionamiento de proyectos cooperativos podría ser mucho más fácil. Además el encierro facilita a las personas para practicar lectura y escritura, se per-feccionan en la capacidad de absorber y procesar información, predispone a las personas a no creer en noticias falsas y buscar por sus medios resolver los problemas que ven en la sociedad.

Dejo este mensaje porque es lo que estoy haciendo en cuaren-tena, y tal vez a alguien le pueda servir enterarse que hay otra persona que le puede encontrar algo bueno a esta situación.

Dan Natanael Córdoba

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BAR FERNÁNDEZ

Después de tanto tiempo, cuando no era más que un recuerdo dorado, lo vi. Estaba en el bar Fernández, sentado a una mesa, junto a la ventana, tomando un whisky con hielo. Pasé a su lado con la cabeza en alto, haciéndome la distraída. De todas maneras, me dije, inútil, nunca me registró. Entonces, ¿para qué alentar falsas esperanzas si después terminaría llorando? Pero, con el rabillo del ojo, percibí que me había dedicado una mirada. Él me había mirado.

Me acomodé a prudente distancia y me oculté detrás del diario abierto; un feroz nerviosismo alentó temblores. Deseé fervien-temente que él no fuera a notarlo. No quería que descubriera mi inquietud.

—¿Qué le sirvo? —preguntó el mozo.—Un café chico, por favor —respondí.A pesar de que hacía una eternidad que lo conocía, esta mirada

fue la primera.¿Si me gustaba? ¡Claro, cómo no iba a gustarme! desde la

escuela primaria, mis anhelos lo perseguían. Cuando lo veía subir a su coche. Cuando caminaba por la calle 17 y yo iba a diez metros detrás, sigilosa, para que no se diera cuenta. Cuando él se encontraba con algún conocido y se detenían a sostener una

Marta Cardoso

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charla, que yo escuchaba furtiva a pocos pasos.Era un tipo impecable: traje, corbata, gemelos en los puños de

la camisa, zapatos con brillo. Caminaba ligero pero sin nervio-sismo. No usaba anillo, lo que me permitía imaginar que no es-taba casado. Allí no terminaban mis fantasías. Sus manos, manos acariciadoras recorriendo mi cuerpo.

Nunca logré averiguar nombre ni apellido. ¿Sería lugareño o forastero? A quién habría de preguntar sin delatarme.

Mis amigas, que conocían hasta lo que se escondía debajo de las baldosas, tampoco obtuvieron datos.

—No seas tonta —me decían—, te duplica la edad. Cómo es posible, podría ser tu padre —intentaban desalentarme.

Padre o no padre, yo tenía un ardiente metejón.El hilo rojo del destino no quiso enrollarnos.Y pasó la vida.Pero, aquel día, en el bar Fernández, sucedió algo diferente,

algo mágico: me miró insistente durante media hora, penetrán-dome con la mirada. Hizo varios gestos que interpreté como intenciones de acercarse. Sorprendida, me vi como pez de pecera tratando de huir.

De pronto se puso de pie. Temblé. Al pasar junto a mi mesa, le escuché decir:

—Hola amor!Bajé el diario buscando sus ojos, su sonrisa.Observé paralizada, muda, desahuciada a la mujer que entraba

excitante a su encuentro: escote pronunciado, tacos altos y per-fume caro. Lo tomó de la mano y salieron.

Antes cerrar la puerta, él giró, guiñó un ojo y me tiró dos besos.

El café se había enfriado. Me dolía el pecho. Ardía de bronca.Al llegar a casa me tiré sobre la cama y lloré hasta que se me

acabaron las lágrimas.

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SIEMPRE...

Su única palabra al despedirse fue “siempre”. No supe inter-pretar algo definitivo, siempre te querré, siempre estaré contigo, siempre… tantas cosas se me ocurrían. Justo cuando creíamos como sociedad que estábamos frente a nuestro enemigo al descu-bierto, que por su engañoso disfraz, había sido difícil de sacarlo de su escondite de la modernidad, en las escuelas los docentes, en los hogares las familias todos señalaron en la misma dirección: los celulares, las pantallas en general y la virtualidad eran el enemigo número uno del aprendizaje, había que volver a humanizarnos. Pero entonces sucedió lo inesperado, las redes, las pantallas, los malditos celulares y la virtualidad estaban otra vez con nosotros, justo del lado de los docentes, que caprichosa ironía, cambios de paradigmas, transformaciones rápidas. Todo es tan rápido y no tenemos tiempo, o si, pero siempre estamos en el pasado o en el futuro, nos cuesta vivir en este presente. Tuvo tiempo para una sola palabra antes de partir, y dijo “siempre”.

Juan Carlos Guzmán Bengolea

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POSTAL DE MARZO

Deslizó un comentario insípido en la mensajería de una amiga, en parte por cortesía, mitad aburrimiento.

Él le clavó un like como en una excursión de pesca en la laguna.Asaltada por el gusano de la intriga, ella escudriñó en su perfil

para ver qué onda. Hurgó en forma prolija el historial de publi-caciones y al fin localizó una postilla plausible hospedando un pulgar alzado.

Él regresó a la netbook “Conectar Igualdad”, comprada de ocasión, sándwich en una mano y en la otra la última latita de la heladera. Constató la observación y olvidó el sándwich. Rebuscó en la galería de los abrazos y eligió el más elocuente.

Ella repasó pensativa la réplica recibida y se alisó el pelo con el rastrillo de sus dedos. Lo hizo una, dos, tres veces, náufraga de la indecisión.

Él garrapateó una glosa poco consistente con el bloque de mayúsculas.

Ella le señaló “no me grites” y luego debió explicarle su sentido al ver flamear el signo de interrogación emergiendo en el cuadro de texto.

Él formuló una invitación para la tarde siguiente.Ella respondió con un incierto

Juan Carlos Pumilla

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—Tal vez.Él terminó el sándwich y extravió una mirada de desesperanza

a la Quilmes estrujada en un rincón de la mesa. Acostado, abs-traído, se hundió en las desmesuras crepusculares de un horizon-te incierto.

Ella limpió toda la casa, plegó la ropa y dispuso una caja para las prendas de verano. La invadió la idea de encerar el piso pero titubeó asaltada por la duda de que esa pavada no justificara el riesgo de ir al mercado.

Él encendió la compu y se puso a escuchar a René Pérez desangrando retazos de infancia. En las estribaciones de la banda sonora, lo asedió una desazón creciente. Estranguló el nivel de volumen hasta sofocarlo.

“Ya no queda casi nadie aquí,

a veces ya no quiero estar aquí.

Me siento solo aquí,

en medio de la fiesta,

quiero estar donde nadie me molesta”.

Ella depositó un frasco de cera en la mesada, lavó sus manos con energía y en un striptease solitario fue arrojando cada pren-da en el interior del canasto de la ropa sucia.

Él revisó sus correos y constató su ausencia. Decidió que Resi-dente completara la endecha.

Ella experimentó una receta nueva, confirmó sus sabrosuras y cuando reparó en la hora advirtió que ya nadie estaba en los enlaces activos. En fin, mañana sería otro día.

Él volvió a revisar sus sitios habituales y, al no verla, plegó los hombros, desalentado.

El lunes, abrumada por los ominosos guarismos del Piamonte, ella retornó a la pantalla para concederse una audacia reparadora:

—¿Estás ahí?—Sí, desde el jueves último.Ella le concedió el emoticón de la cara sonriente.

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Más tarde se internaron en otras honduras porque la soledad es cruel y promueve sus antídotos.

—¿Tenés camarita? —deslizó él implorando que el peso de las palabras, escritas, no sobrecargaran la intensidad subyacente.

—Claro, escribió en Courier bold que se le antojó sonrojada.—¿Probamos? invitó él.—Mañana —titubeó ella estableciendo un paréntesis ante la

irrupción de la efemérides en el calendario de la barra de herra-mientas.

—Sabes qué pasa, mejor lo postergamos: resulta que debo coser unos pañuelos para colgarlos en la puerta. ¿Estarás al tanto? —desafió.

—¡Por supuesto! , replicó mesando sus cabellos en tanto espe-culaba dónde habría dejado el que le regalaron en la marcha de diciembre.

Fue un martes luminoso, pletórico de presencias y pluralida-des.

Ella habilitó la webcam, exultante por las reverberaciones de una manifestación plebeya. Una colectividad inmensa sustentan-do que la memoria es más que un lema.

Él se asoció al júbilo y arriesgó “estás más linda que en la foto de perfil”.

—¿Te parece?El respondió con una lisonja atrevida.Un amplio rubor progresó por sus mejillas. Entendió que era

momento de desviar el rumbo de la conversación.—A mí me gusta Serrat y Borges ¿a vos?—Calle 13 y Cortázar, mintió, mientras desplegaba presuroso la

solapa del Google para buscar Cortázar.La semana se desgranó por estas vertientes.Y la ineluctable recurrencia a la trama de la jornada, el mes, el

año, de la época.Al borde del segundo ciclo ella repasó la imagen que le devolvía

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el monitor antes de habilitar el enlace. Con sumo cuidado dejó que un bretel de la blusa se deslizara natural sobre el hombro.

—Descansaste bien, inquirió con una chispa de suspicacia mientras su imaginación se internaba en los itinerarios del bretel.

—De a ratos, las noticias me dan pesadillas.—Acaso debiéramos verlas juntos —aventuró—. No sé, digo, de

a dos se enfrenta todo mejor.—¿Juntos?—Sí, vamos, en tu casa o en la mía.—Hmmm.—Dale—Podría ser, vaciló ella.—Animate, hacele caso a Serrat.“Sin ti mi cama es ancha”.—Bueno, el viernes, cuando termine este encierro, te contesto.—Decime ahora.Ahora no. Te escribo.—No te vas a arrepentir— alardeó él.Como toda respuesta ella inclinó su espalda provocando un

nuevo deslizamiento.—Me pongo a contar las horas, balbuceó, tragando saliva.Ella arqueó los labios en un adiós silencioso dejando que la

banqueta girara como su imaginación.Él otorgó licencia a sus instintos.La semana se empobreció en rutinas. Ella se ofrendó a los

dioses del orden y desplegó sus destrezas entre el ropero y una nueva retocada a los cerámicos.

Auspicios del otoño.La noche de la víspera un embrión de vacilación magulló su

osadía. Acarició el escritorio con la punta del ratón y se puso a juguetear con la opción eliminar contactos.

En tanto él abanicó la habitación con la mirada para establecer

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cómo doblegar el desorden acumulado desde el comienzo de la veda.En algún lado, alguien, pronosticaba la absolución del miedoY llegó el día.Subyugada por una pulsión indescifrable ella inició la tarea

de instalarle palabras a su decisión. Concisa y llana. Una línea, dos, tres… hasta que su dedo índice, tras una leve vacilación, se aplastó en el “enter”.

La pantalla de la sala seguía vomitando impiedades.El no alcanzó a leer la contestación, ensimismado en la lapida-

ria lectura de su termómetro.

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LA PROMESA DE LA TIERRA

Ella dispone del sueño infinito de la eternidad. Cada tanto, en distintos tiempos, ha despertado con un estallido de cólera mediante erupciones volcánicas que cubrieron de lava vastas re-giones, maremotos gigantescos, tornados catastróficos y también epidemias que costaron la vida a millones de personas.

En el siglo XXI ha vuelto a despertar, no encolerizada, pero sí malherida. Le duele toda la superficie de la piel. La deforestación a mansalva provoca incendios y la extinción de bosques, selvas y fauna silvestre. La minería “a cielo abierto” contamina ríos, arro-yos y las napas de aguas profundas. El “fracking” extractivista lesiona con explosiones violentas su delicada estructura íntima.

Observa con azoramiento la enormidad de la mayoría de hu-manos/as/es ante las consecuencias de una guerra emprendida por una minoría depredadora del ecosistema. El desequilibrio ecológico ha engendrado un virus peligroso casi letal para la mayoría de las personas. La Tierra observa con desconfianza las medidas y normativas que organizan los Estados para proteger a los ciudadanos del covid-19. Muchos/as desafían y contravienen las cuarentenas porque no creen en la peligrosidad de la pande-mia. O porque por diversos motivos no pueden guarecerse en sus casas. Los que se apegan a las reglas se enojan con los que las

Nilda Masci Amengual

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transgreden y piden a gritos que la policía los reprima por ser agentes de contaminación.

La Tierra espera que la pandemia solo de cuenta de la minoría depredadora y no de millares de seres inocentes. Ante la incerti-dumbre, se promete a sí misma no volver a dormirse y crear una Nueva Era, con criaturas humanas que tendrán dos atributos in-eludibles: la solidaridad inquebrantable entre sí y la amorosidad en sus relaciones recíprocas. El otro será la de convertirse en guardia-nes protectores de la fuente incesante de vida: la Madre Tierra.

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NEGRITO

Llegaba a la escuela hogar, con sus manitas paspadas, ásperas. Se podía suponer que nadie se tomaba un ratito para suavizarlas y preguntarle por la crema, tal vez era incómodo para él que era solo un niño y sentía vergüenza al compararse con los otros chicos que, aunque pobres, traían en sus bolsos una crema para después del baño diario.

Era así “el negro” como todos lo llamaban, con su cara de haber vivido mucho más que una infancia, con sus pies muy cansados porque en su casa trabajaba mucho para ayudar a sus padres que eran muy pobres, como él decía. Hachar leña, prender el fuego, a veces no quedaba nadie en la casa y había que hacerlo, tenía her-manos más chicos, y le daba lástima que pasaran frio, el invierno era muy crudo allí.

Empecé a sentir por este niño un cariño especial y aunque no era madre pero me lo imaginaba ya un poco solo quería entre-garle un poco de lo bueno que yo, desde mi rol de maestra, podía hacer. Un cuento antes de dormir, alguna cremita para esas manos agrietadas, a veces sangrantes y alegrarle los días durante la estadía. No podía concebir esa infancia robada así porque si, quería enseñarle al negrito que existía algo más allá de ese su pueblo, de su entorno triste, por ejemplo el amor de una ma-

Maria Angelica Abbona

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dre que espera su llegada, de un hermano, eso que nunca había podido experimentar.

Esas manitas toscas y lastimadas , tenían mucha dificultad para poder realizar los trazos, era una consecuencia de que nunca en su hogar había disfrutado, ni siquiera, de unos lápices de colo-res, y por eso a él todo le resultaba sorprendente. Una mochila finita con un lápiz negro , un cuaderno de pocas hojas y un bolso desteñido con ropa vieja, eran sus tesoros más preciados.

Era feliz igual en su mundo gris, limitado y pequeño. Habla-ba de su madre con una mirada a veces triste y otras destilaba ansiedad, desesperación y deseos de abrazarla y tenerla para él. Tal vez soñaba en silencio con esa mamá para que cada noche le diera a un beso y una caricia.

Cada vez que tenía que volver a la escuela lloraba un rato, porque dejaba un pedacito de su corazón allá en el pueblo, unas lágrimas cabizbajo, un ratito y a olvidar. Allá en la escuela tam-bién había cosas lindas, una camita calentita, una comida rica y a tiempo; un alguien que lo esperaba y que tenía la intención de cambiar su mundo o por lo menos intentarlo. Entonces, muchas veces, sin querer al negro se le escapaba la palabra mamá cuando quería llamar a su maestra.

Sabía, como nadie, sobre el campo y los caballos. Tenía una sa-biduría que no está en los libros, de jineteadas, aperos, monturas y estribos, esas palabras estaban en su glosario cotidiano, hablan-do de su tostado era feliz, de cómo le costó domarlo y de lo que él significaba en su vida, esas cosas le llenaban, de a poco, el alma.

Yo lo miraba y pensaba qué destino tendría esa su almita buena sabiendo lo que en su casa se le ofrecía poco y nada más nada que poco, quién sabe que penitas tendría algún día que lo ator-mentasen. A pesar que el negro era feliz con muy poco, sabía de soledades, desaires, de ser el último de su tribu, de carecer de los mimos, pero eso me inquietaba y no se exactamente porqué. Será tal vez que los maestros de escuela hogar tenemos el alma

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llena de flores y amores para dar a esos pequeños, que lo esperan con ansias.

Era un poco gritón, como si en cada sonido de su voz quería, inconscientemente, descargar las tristezas que guardaba muy escondidas en su corazón. Y no solo yo tenía ese desafío de ayudarlo a ser cada día mejor, porque era un poco la mascota de todos, los maestros se lo disputaban, se hacía querer como nadie, era muy humilde para pedir lo que necesitaba y le gustaba agra-decer cada gesto, cada palabra linda que lo hacía sentir orgulloso y alimentaba de a poco su autoestima, tan vapuleada.

Su vocabulario estaba poblado de pocas eses, tal vez pronun-ciaba mal y tenía los vicios propios que tiene la gente de campo, la mayoría de los peones, porque eso era su padre como él decía, tan solo un peón que se lo pasaba en el campo y venía de vez en cuando al pueblo para estar con ellos.

Llego el día de egresar, el negro lloró mucho y nosotros tam-bién porque era muy nuestro ese niño. Había llegado el momen-to de partir a ese pueblo triste que era la nada misma.

El tiempo pasó, no lo vi más pero un día, pasados muchos años, sin preguntar me dijeron que el negro murió de cirrosis.

Mi negro hermoso, ese que yo había cuidado con tanta espe-ranza, ese que no pudo, tal vez cumplir sus sueños, ese que se quedó para siempre guardado en mi corazón.

Por eso cada vez que miraba el lugar donde él se sentaba, lo re-cordaba , porque fue uno de mis primeros alumnos y en silencio le digo gracias negrito por dejarme ser tu maestra y perdón por no haber podido hacer más para que seas feliz.

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¡AHÍ VIENE EL ABUELO! ¡AHÍ VIENE EL ABUELO!

Los domingos en Catriló siendo niños/adolescentes no había mucho para hacer. Reunirnos a jugar algún partido de futbol entre barrios, juntar cardos rusos si estábamos próximos a los festejos de San Juan y San Pedro, bañarnos en alguna laguna si era verano y había llovido mucho en esos días, ir al cine y con suerte, cuando tocaba, ir a alentar al equipo de fútbol del Club Atlético Catriló que de vez en cuando nos daba alguna alegría ganando algún campeonato de la liga que integraban.

Íbamos a la “cancha” a primera hora porque jugaba “la segunda” y algunos de los que integraban el equipo eran compañeros nues-tros en el colegio secundario. Me acuerdo de Jorge Urretavizcaya, Beto Montevecchio, Rubén Cortes que se iban perfilando por lo inteligentes y habilidosos para pasar en cualquier momento a la Primera División, pese a que el problema era de ser muy jóve-nes. Según la época del año elegíamos el lugar donde ubicarnos. Casi al terminar el partido de la “Segunda División” y entraban a pelotear los de la primera, se oía el grito clásico: ¡LLEGÓ EL ABUELO, LLEGÓ EL ABUELO! y ahí salíamos todos a la carre-ra para ser el primero en recibirlo.

¿Pero quién era ese “ABUELO”? A la gente mayor se le suele apodar con ese título: “ABUELO” (los que hemos tenido la opor-

Adalberto Horacio Biscaro

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tunidad de tener algún abuelo cerca bien sabemos del significado profundo que tiene esa sola palabra: “ABUELO”). Pero este era un abuelo muy especial, porque era el “ABUELO de todos los chicos”. El ABUELO de los domingos de fútbol.

La realidad era que ese abuelo que tomábamos prestado, era el abuelo de uno de mis grandes amigos: Mario Eduardo Motzo. Con él fuimos compañeros de juegos, compañeros en el secun-dario, primera promoción y encima fundadores e integrantes del conjunto folklórico “Las Voces de Santa María” durante casi cinco años.

Pero ¿qué tenía de especial este abuelo? ¿cómo había llegado a Catriló? ¿cómo se llamaba? ¿estaba casado, con quién? ¿a qué se dedicaba? Al comenzar a escribir este relato entendí que estaría bueno saber más sobre él, por ello acudí a mi amigo y nieto. Mario me ilustró con los siguientes datos: el Abuelo se llamaba Primitivo Pérez Estévez y estaba casado con Gertrudis López. Vivían en la Puebla de Yeltes, partido de ciudad Rodrigo, pro-vincia de Salamanca, España.

Como tantos españoles, cansados de la miseria y ante la proxi-midad de la guerra, a instancias de unos parientes radicados en el país, decidieron emigrar hacia estas tierras con toda la familia. La misma estaba compuesta por dos varones y tres mujeres, en-tre las que se encontraba la mamá de Mario que, en ese entonces, contaba con cuatro años de edad. Al arribar al país, vinieron directo a Catriló y comenzaron a trabajar en el campo. Así como lo hicieron muchísimos inmigrantes, con el tiempo compraron un terreno en el pueblo y de a poco construyeron su vivienda, que aún sigue en pie. Ya establecidos en su nuevo hogar, “El Abuelo” instaló un pequeño almacén que a la vez tenía despacho de bebidas y también se daba algo de comer.

En la nebulosa de mis recuerdos de niño me parece verlo hoy. Imaginarlo con un cierto aire del “abuelo de Heidi”. No muy alto,

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de fisonomía apacible, un tanto retacón. Pero, ¿por qué moti-vo lo esperábamos tan ansiosos a ese abuelo de “los domingos de fútbol”, por qué nos alegráramos tanto de verlo? El venía a un “tranco” lento, casi diría cansino producto de los años que portaba y en cada mano con mucho esfuerzo traía dos canastas de mimbre tipo verdulera, llenas de naranjas. (Mario, aún hoy conserva una de esas canastas). Sí, como lo leen, de naranjas. ¿No las regalaba? ¡qué va! nos las vendía a un precio más que ac-cesible. Muy baratas, de manera que todos podíamos comprarlas con algunas monedas que habíamos ahorrado durante la semana para esa oportunidad o porque como seguro andaba nuestro papá cerca, corríamos a pedirle que nos asistiera, porque ¡HABÍA LLEGADO EL ABUELO CON LAS NARANJAS!

¡A mi primero Abuelo! ¡No, a mi que llegué antes que vos¡ ¡Yo quiero dos, yo quiero tres! y el abuelo rodeado de chicos quedaba apretujado entre el piberío y en su rostro ahora me doy cuenta con el paso de los años que creo descubrir que se dibujaba una sonrisa de satisfacción porque veía la alegría que teníamos cuan-do recibíamos nuestra ansiada naranja. Sí, estoy seguro que nos estaba regalando la “yapa” en esa sonrisa.

Algunos pícaros mientras uno le compraba o hacía que le compraba, los otros de atrás, le robaban las naranjas. Pero el abuelo, que de tonto no tenía nada, le fabricó a las canastas, una malla con hilos, que colocaba entre la manija y el borde trasero y de esta manera, solucionó el problema, pues no solamente podía vender las naranjas, sino también ver el partido lo más tranquilo.

En días de mucho calor, las naranjas desaparecían como por arte de magia, las vendía todas y como su casa no estaba muy distante de la cancha de fútbol del Club Atlético, con su tranco apacible iba a reponer una nueva carga. Aclaro que la gente ma-yor también le compraba, pero los superábamos los pibes.

¿Y el por qué de tanto éxito en la venta de las naranjas? porque

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esas naranjas, eran “únicas”. No se podían conseguir en ningún otro lado. Eran unas naranjas más grandes que las habituales, cáscara fina, muchísima pulpa y muy, muy dulces. Eran tan ricas que nos comíamos hasta la cáscara.

Muchas veces al transportarme a ese momento tan simple pero en el que sin saberlo era parte de nuestra feliz niñez, me he preguntado si las naranjas que nos vendía el ABUELO, las cose-chaba él. Que seleccionaba las mejores no tengo ninguna duda pero, nunca más pude comer de “esas” naranjas.

Muchas veces cuando retrocedo a aquellos años y recuerdo los domingo de fútbol, se me aparece la figura del “ABUELO” y nosotros corriendo para llegar primero y comprarle aquellas únicas naranjas. Con tan poco éramos felices y añoro aquellos momentos.

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MADRUGADA (TIEMPO DE CUARENTENA Y DISTANCIAS)

Una taza de café (compañera fiel) endulza el insomnio que procura alimentar mis palabras con otras metáforas que desco-nozco de este tiempo impensado que va ahondando los pasillos de la quietud y el silencio.

Abrigo mi alma, para salvarme de la soledad, en un recuerdo de amor, sonrío, cierro los ojos y te encuentro, amada mía, den-tro mío.

“Benedetti” solemne, ayuda, quietecito sobre la mesa, en sus hojas recita callado las palabras justas, en este momento adecua-do, diciéndome:

—(…) en esta excursión a la muerte (…) me siento bien acom-pañado, me siento casi con respuestas, cuando puedo imaginar que allá lejos, quizás creas en mi credo antes de dormirte o te cruces conmigo en los pasillos del sueño (…)—.

…y te pienso en las distancias, mujer, valiente, llena de calma que inspiran las horas que limitan la libertad del sol en la piel.

…Y te pienso, ajusticiando los olvidos para que no encuentren propósitos en tu boca quieta de mis besos.

Dani Rojas

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ME VIGILAN EN LA OSCURIDAD

Lo veo en todos lados ¿me pasa algo malo? Nunca desaparece, pero alguien tiene que morir antes ¿el o yo? me pregunto siem-pre, la locura a veces engaña. Cuando lo veo realmente, y no solo lo imagino, está más viejo, mi ángel de la guarda me escuchó, me protege y roba su alma mientras duerme. Cuando esté muerto voy a tomar de su sangre y escupirla.

No puedo volver a esa casa, si lo hago le cortaré el cuello, la conciencia no me dejará tranquila y me colgaré del único árbol que abunda en mi patio.

Lo último que me dijo mi papá antes de lo sucedido fue que si pensaba en matar a alguien, después mis demonios no me mataran a mí porque la sangre chorreando no se iba a ir de mi mente. Era como si estuviera leyendo mis pensamientos. El 15 de abril toqué esa puerta vieja que hacía mucho no veía, retumba el sonido en mis oídos, empiezo a pensar en la masacre. Crujió la puerta, atendió él, con su postura de dictador, que nunca se le iría, mis ojos no se iban de los suyos, la sangre me hervía de rabia; le clave el cuchillo, lo degollé esa mañana. Volví a mi casa ensangrentada, no deje rastros; me colgué del árbol como había dicho; tiempo después la policía se declaró presente, porque habían dicho que el olor putrefacto que emanaba el lugar era su-

Zoè Cardoso (kypa)

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mamente raro. Encontraron a mis papás muertos, a mi colgada, a pesar del tiempo, todavía no había muerto, agonizaba.

¿Cómo les decía que mate a mi familia porque alguien al oído me dijo que lo hiciera? Me encerraron en el loquero, así decía mi papá. No me quejaba, nadie me molestaba, cuando apagaban las luces, la veía a ella, tan oscura, me repetía lo que había hecho, rasguñaba las paredes hasta lastimarme los dedos, noche tras noche era lo mismo.

Me declararon ante la justicia un peligro y una loca, ataqué a una doctora mientras mordía mi brazo, para chupar un poco de mi sangre, pero no me bastaba nunca. Entonces decidí chupar la suya. Eso era lo que decían, mis recuerdos no son los mismos, todavía pienso que sigo viviendo en mi casa y que mamá me acaricia el pelo.

Para ellos era una pesadilla, para mí solo era un recurrente sueño raro que me hacían tener las pastillas que me daba mi psiquiatra. Los doctores y doctoras, que no nos trataban bien, iban uno por uno diciéndonos que estábamos locos, que jamás íbamos a salir de este lugar. Yo los miraba y solo pensaba en que era un sitio demasiado blanco, como lo veía en las películas. Una de las doctoras me mostró mi cara en el espejo, me vi yo con cinco años, viendo como llegaba él a hacerme daño. La miré, la condené.

Me cambiaban de lugar todos los meses, era como el demonio en carne viva, eso decían, hablaban, murmuraban. Había un chico, era peculiar, veía que leía siempre algo diferente, tal vez lo que nos hacía iguales era que sus dedos estaban igual de lasti-mados que los míos, y miraba para todos lados, como si alguien lo persiguiera. Simplemente me senté a su lado, lo primero que me dijo fue que la primera vez que matas a alguien, no se te va la sensación de las manos, es como si quisieras hacerlo una y otra vez. Me contó que algo había cambiado en él hacía mucho, mato a sus animales, a sus padres y a sus hermanos los durmió; y a

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uno por uno les fue cortando la cabeza. No me sentí asustada en ningún momento, quería seguir escuchando su relato, pero se calló, miró para abajo y así se quedó.

Al día siguiente lo busqué por todos lados, no lo encontré, pregunte por él, me dijeron que se había suicidado hacía seis años, que era imposible que lo haya visto. ¿Todos terminamos muriendo, o solo los que estamos condenados a ver al demonio, a sentir la tristeza, a sentir que estamos muertos, cuando todavía caminamos?

Ya no dormía, quedé muda, mi cerebro estaba proyectando solamente mi niñez, no escuchaba, no tomaba esas pastillas que me daban, sabía como quedaban las personas que las consumían, caminaban sin caminar, miraban sin mirar y gritaban cuando se les iba el efecto.

Sentía su aliento en mi cuello, todas las noches, había veces que me susurraba, que estaba maldita, que de la muerte no me iba a salvar; eso ya lo sabía, la estaba planeando hace mucho.

El rincón de una de las almohadillas estaba salido, había un fierro pequeño, filoso, me apuñalé la garganta 40 veces, conta-das. Volví a despertarme, estaba en el hospital con mi mamá de un lado y mi papá del otro. Me dijeron que había tomado nueve tabletas de clonazepam para suicidarme, no recuerdo eso, no recuerdo quien son ellos, todavía sigo en mis cinco años.

No puedo comer, no puedo dormir, no puedo hablar, me pregunto si esto es cierto. Los miro como si quisiera esperar a que se duerman para poder matarlos. Volví al psicólogo, le pre-gunto siempre si alguna vez imagino un cuello cortado largando sangre por todos lados. Anota todo lo que digo, podría hacer un relato de terror y más cuando le cuento que mi abuelo tenía una escopeta y que me gustaría matarlo mientras tiene los ojos cerrados, imagino la sangre, mi risa retumbando por las paredes. Me quieren derivar a internación, pero esa no es mi decisión.

Llamé a mi hermano gritando que venían por mí, me pregun-

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tó con una voz levemente burlona ¿a qué le temes, si ya pasaste por la muerte y seguís viva?

Resulta que estaba sonámbula mirándome al espejo, hablando conmigo misma, lo rompí con mi cabeza, estaba cansada de ver esos ojos, que no eran los míos. No solo había intentado suici-darme sino que también me dieron la noticia que había apuña-lado mis ojos, tenía las corneas de otra persona, pero mi mente seguía igual.

Me desperté gritando, estaba sudada, mis manos temblaban, me dolía el cuerpo, mis papás se despertaron. Todo esto había sido un sueño, mi abuelo seguía vivo, todos lo estábamos, pero hasta el día de hoy no puedo contar lo aterrador que se sintió. En ese momento lo disfrutaba, pero cuando realmente desperté, sentí el olor a muerte. Ella no me dejaría de mirar hasta que yo muriera o los matara.

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Día no se cuánto. Me siento especial entre en esas personas que cumplimos años en cuarentena, treinta y seis, sigo sin hijos, sin trabajo estable, sin novio, demasiado libre para estar cautiva en mi casa con los perros y mi madre. Sin cobrar aun a base de zapallos y arroz, yo me he guardado muchos secretos y enci-ma para colmo plena cuarentena ¡zaz! se me rompió el celular, muy gran hermano lo mio. Además sin besos ni abrazos cues-ta. Confieso tuve sexo, he llorado y estudiado on line para mi segunda carrera. Sí ¡de vieja artista! Ahora hago danzas. Y nada, mis días son grises, deseo se termine el infierno. Se que dejaré de verme con ese que tiene novia o con aquel que se fue lejos. Se que después de esto hasta me veo madre. Quizás es la locura del momento, ¡sean felices!

Diana Roth

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2016 DIXIT RESPONSO DEUM

La gente entra, te saluda, lo siente, te besa y/o te abraza y se va.

Algunos saben quién sos.

Otros preguntan ¿”familiar?” a lo que uno asiente y se sigue con el ritual.

En el episodio que voy a relatar, algunos arriesgados se la juegan y valga la

redundancia, arriesgan.

—¿Sos la nuera?

—No, sobrina.

—¿Tus hijos? —refiriéndose a los dos jovencitos sentados a mi lado.

—No, los de mi primo —quien a mi lado escucha mi respuesta y me mira frun-

ciendo el ceño.

Al toque me doy cuenta que la pifie y corrijo de mi prima.

Minutos más tarde, alguien más se acerca o mejor dicho “entra en escena”

(porque a esta altura ya dejamos la vida real) y se acerca a mi primo y le pregunta

—¿sos el hijo? —a lo que responde —sí—. Lo besa y dirigiéndose a mí, pregun-

ta —¿sos la hija? —No, soy Daniela—. Me mira, me reconoce y me abraza y me

pregunta por mi mamá intento responder “ahí anda” pero no logré decir ni eso,

porque ya se había dado la vuelta para seguir preguntando ¿sos la hija? Y bueno.

Al rato pasé de “la sala donde está el cajón”, a la otra sala “donde no está el ca-

jón” y que tampoco se cómo se llama y me senté lo más sola que pude, hasta que

se instaló a mi lado la mujer de mi primo y me preguntó por mi vieja y mis hijos.

Aquí se puso bueno otra vez porque hablé de mis hijas en Córdoba y de mi

Daniela Naveiras

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hijo que está trabajando con el padre y comenté, tratando de disimular mi ya

característico y usual comportamiento antisocial: —mi hijo me dice que por ahí

suele estar con tus nenes”.

No hizo falta mirarle la cara para darme cuenta, al toque, que la volví a pifiar

porque no son los hijos de ella los que suelen verse con mi hijo sino los de mi

primo con su primer mujer y que ella sólo tiene una niña.

En fin, no aclaré porque me dije a mí misma “sos inimputable”.

P/D: pisé caca de perro entrando al cementerio, según mis amigas eso trae

suerte. Sus comentarios fueron de lo más esperanzadores:

—¡Obvio! Tenés olor a mierda, no se te acerca nadie.

—¡Dios! ¡Sos fatal, nena, trae mucha suerte la pisada! el perro sí que sabía lo

que hacía. Calculó por dónde ibas a pasar y todo ¿no lo notaste? algo ya está por

suceder, estate atenta.

Cuestión que al salir no pude ver al perro que en el acompañamiento me hizo

sentir (literalmente hablando) como la mierda, para agradecerle por lo que estaba

por venir.

Bueno, ahora, no se.

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CUANDO UNO NO SABE QUÉ HACER

Y así me quedé, al principio pensé lo que se debe, las frases logradas de señoras reverentes, los discursos grandilocuentes de sentido directo, luego, luego mi propio pensamiento.

¿Qué hacer? ¿qué hacer cuando el mundo está en las manos de uno?Toda mi vida he pensado que soy especial, sí, exacto, igual que

todos ustedes, pero tales cuestiones jamás habían salido de la esfera, gruesa, impenetrable esfera de la fantasía.

Hoy me encuentro en una situación interesante, una situación crucial y da la suerte, ¿suerte? Que no tengo que actuar de inme-diato, que es una decisión que puedo tomar con algo de holgura.

Soy un triste guardia de seguridad, bah, no tan triste, he logra-do enamorar a una mujer que me adora más que a ella misma, he logrado mantener un hogar medianamente equipado, he podido sostener mi flojera con un equilibrio de trabajo. También me he salido con la mía de no tener hijos y de mantener el nivel de con-versación en dosis no corrosivas para mis pensamientos.

Muchas personas están decepcionadas de mí, lo están porque esperaban grandes cosas, luego de muchas penurias debo decir que no me interesa. Nada me interesa. De hecho, creo que nada me interesó nunca, digo, de forma real.

Es posible que esté haciendo tiempo para no tomar la decisión

Héctor Gatica

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que debo y por eso paso a explicar el tema de interés real. Verán, uno cuando es chico -niño, adolescente- cree muchas cosas, cosas como el patriotismo, el ser nacional y un par de asuntos más que son básicas formadoras de nuestro ser, de nosotros mis-mos, luego parece que nos volviéramos cínicos, y olvidáramos esas premisas, pero no, quedan ahí en un lugar de donde salen cuando otro las ataca, las quiere demoler, allí nos volvemos a nuestros básicos sentidos de ser, y yo creo que está bien.

Pero ahí, o quizás aquí es donde veo la diferencia que me parece importante, cuando abandoné el sentido de ser lo hice profunda-mente, incluso abandoné la idea de ser parte de la humanidad, y salvo mi quintita no tengo mucho interés en mucho más.

No, eso es falso de cierto modo, creo que me gusta la vida en la tierra, nuestro planeta y siempre creí pensar que éramos dema-siados humanos aquí y bueno, eso he expresado muchas veces.

Claro, ahora entiendo, ahora lo comprendo, sí creo en algo, sí tengo un interés y ese es la justicia. Qué increíble que es la mente humana, cómo uno aclara ideas con tan solo pasarlas a palabras, con solo expresarse, en fin, creo que escribiendo éstas palabras llego a entender un poco cómo funciona mi mente al respecto.

Pasemos a explicar, creo que la vida es lo más importante y también pienso que en este momento el humano no está siendo justo con los demás animales, creo que el humano está abusando de las otras especies. Pero por otro lado está la idea de que el humano es parte de este mismo planeta. Aja, voy concluyendo algo, aunque no entiendo qué.

Pasemos directamente al dilema, cuido un galpón que tiene cubí-culos que la gente alquila para guardar cosas, en fin, dentro hay toda clase de artículos, he visto autos, motos, muebles, mercadería, una vez vi uno tan lleno que cuando abrían la tapa se caía todo, creo que debe haber sido el contenido completo de lo que había en una casa grande colocada en un cubículo de tres por tres por dos de alto.

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Un día, no hace mucho, llegó un tipo que alquiló uno, vino en una camioneta blanca y bajó ciertos muebles de laboratorio, pa-recían como cosas de laboratorio, había alquilado el 113 especí-ficamente porque tenía electricidad, conectó un par de ellas. Mi curiosidad natural me llevó a mirar en qué trabajaba, pero sus compañeros me pidieron privacidad y así fue.

Dos semanas más tarde apareció un policía, o algo así, me preguntó ciertas cosas y adiviné de inmediato que el tema era grave y supuse que se refería al hombre de la camioneta blanca, le indiqué el lugar al detective (como se identificó) y me pidió que oficiara de testigo para abrir el 113.

Hizo un par de llamadas y llegaron dos agentes más, rompie-ron el candado y entramos todos.

El cubículo se había transformado en un pequeño laboratorio, e increíblemente dentro había un hombre sentado frente a una computadora apretando teclas con desesperación.

Al grito de que suspendiera lo que hacía el hombre gritaba listo “ya está, ya está”.

—¿Qué está? —preguntó el primero de los agentes que resistía la tentación de meterle un balazo en la cabeza.

—Ya está listo el virus, ya está listo, no pueden hacer nada, se lar-ga en unos minutos. Ya está. —dijo aliviado y feliz de cierta forma.

Una especie de frasco de vidrio se llenaba de un gas casi naranja.—Cómo evito que pase, decímelo o te disparo.—No se puede, ya no se puede, una vez que el frasco esté lleno

salta la cerradura automática, nada se puede hacer, aunque yo quiera—. Una especia de zozobra llenó el cuerpo del primer agente, pero el segundo que parecía conocer un poco más del proceso repreguntó.

—Es automático ¿cierto?—Sí.—Y salta cuando se llene, ¿correcto?—Sí.

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—¿Y cómo se va a llenar si corto la luz? —la cara del científico loco (si es que lo era) se llenó de pavor, mientras sostenía en alto los brazos.

—No, no, ustedes no entienden, somos muchos humanos, esta-mos destruyendo el planeta, tienen que entender, no van a morir todos, algunos sobrevivirán y el planeta va a estar más equilibra-do, sin tanta contaminación, por favor.

Rogaba el hombre, pero el segundo solo buscaba el enchufe y cuando pareció encontrarlo un certero balazo, venido de otros hombres que habían irrumpido en el cubículo, desparramó parte de su materia gris por todos lados. Los otros dos se dieron vuelta y comenzó el tiroteo. Yo di dos pasos atrás y me pegué a la pared.

Se tiraron todas las balas que tenían, pero no creo que hayan pegado más de seis o siete con suerte, aunque bastaron para que todos quedaran en el suelo, incluido al científico (si es que lo era) que estoy bastante seguro que cayó por fuego amigo.

De los dos lados me rogaron que desenchufara o que no lo hiciera, con sus últimos suspiros.

El reloj marcaba 02:35:14, la última vez que lo vi, e iba en ritmo decreciente. Por ello tuve tiempo de escribir esto para decidir.

¿Es el humano digno de seguir llenando este planeta? ¿es su vida más valiosa que la de los demás animales? ¿es natural que el humano llegara a gobernar el planeta? ¿es justo entonces que el humano trate de matarse a sí mismo? ¿es correcto entonces que yo desenchufe la máquina? ¿es ético que no lo haga?

En fin, a veces creo que si hubiera tenido que “no” hacer nada para evitar la propagación del virus entonces quizás.

Como sea acá estoy con mi novia viajando a algún lado, si llegasen a notar que se resfrían y que la gente a su alrededor se contagia rápidamente, bueno, probablemente es que no apareció nadie a cortar la luz.

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MIEDO AL MIEDO

En 1995, millones de personas vimos por televisión cómo un equipo forense diseccionaba el cuerpo inerte de un alienígena en una fría habitación en alguna parte del mundo. Esa noche mi hermana y yo no pudimos dormir. Ella se sentó contra la pared frente a mi cama y apoyada sobre sus propias rodillas me pidió que por favor la dejara dormir conmigo. Yo cedí por lástima y también por miedo. Una vez acurrucadas las dos bajo la misma frazada ya podíamos dejar que nos ganara el sueño. Por momen-tos mi hermana despertaba abruptamente dando una patadita y me decía no, que todavía no dormía, que me quedara tranquila, ella iba a estar despierta por si llegaba a aparecer el extraterrestre. Nuestro plan era correr hasta la pieza de papá y mamá, era el único plan, correr y que los adultos se encargaran del asunto.

Hoy desperté pensando que la cuarentena había sido un mal sueño, todo creación de mi subconsciente. Al otro lado de los cristales retumba un altoparlante pidiendo a la gente que se quede en sus casas. De inmediato recordé no tocarme la cara, desinfectar con lavandina, sacarme los zapatos al entrar a casa, la falta de alcohol en gel, pasar a buscar los remedios para el asma, no jugármela mucho, soy factor de riesgo. ¡Ah! tener bien claro los síntomas, dolor de garganta, tos, fiebre. Y un poco me dolía

Virginia Cassullo

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la garganta, que se yo. Cerré los ojos de nuevo por un instante, capaz el único plan era correr hasta la pieza de mamá y papá para que todo se solucione porque los adultos siempre saben qué hacer. Antes de volver a abrirlos escuché a mi hermana susurrar bien bajito... ¡pst! Vir, no me dejes dormir todavía.

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FOSA HOGAREÑA

Me despierto en mi cama, en mi casa, cerca de las cinco de la mañana, con mucho pánico y angustia. Casi con taquicardia. Me duele el pecho y no entiendo muy bien porqué. Debería estar durmiendo, pero la prometazina y el clonazepam parece que ya se adueñaron fácilmente de mi cuerpo. Me despierto otra vez, ahora sí, normal. Lo primero que pienso es en ahorcarme del ba-randal de la escalera que está a la salida de mi monoambiente en la calle La Rioja. Lloro. Me calmo. Le escribo a una amiga para decirle que no es necesario ir a buscar medicación, que encontré unas pastillas y puedo tirar hasta mañana. Me levanto de la cama y ahí empieza mi cabeza, otra vez, matate. Intento no darle bola pero ya convivimos. Me fumo un pucho para bajar mil cambios, o los que pueda. Odio fumar en ayunas. Siento gusto a muerte en mi boca, y siento que no es el cigarrillo, que soy yo. Espero. Me pongo a cocinar para ver si eso me distrae, en algún momento funcionó. Pero hoy no. Mi voz en la cabeza me repite “lastimate”.

Termino mi guiso de fideos, no se me pasa. Me pongo a ver una serie, miro un par de capítulos y la muerte sigue tan presen-te que me toca. Me prendo un cigarrillo con la idea de quemar-me la mano o el antebrazo. Llega el momento y me da miedo, desisto. Me termino el cigarrillo y empiezo a escuchar canciones

Florencia Bazán

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que me hagan sentir más mierda aún. Escribo. Hago una lista de posibles personas a las que les dejaría una carta si la muerte física gana. No tengo ganas de nada, solamente quiero que esto termine y mi única posibilidad me llena de preguntas. Me hablo a mi misma, a cada una de mi, a la que era, a la que soy y a la que puedo llegar a ser si es que en algún momento decido que seguir viva es la única posibilidad. Me escriben y preguntan como estoy, siempre respondo que bien, aunque esté en el baño por cortar-me los brazos o piernas. Miento. Mucho. No estoy bien. Nunca lo estoy. Por más esfuerzo que haga estoy rota y con una Floren-cia que me está quemando los sesos con ideas oscuras.

Otra vez me duele el pecho, pánico tal vez, me doy miedo, algunas veces, otras no, otras suelo estar segura que matarme

–sea la forma que sea- es la única respuesta. Nada me ata a este mundo, ni un amor, ni un arte, ni un lazo, ni siquiera mis cinco gatitas. No creo que me guste pedir ayuda, ya pedí demasiada, y nada sirve, no por ellxs, sino por mi. Lamento no haber sido lo mejor para mi. Creo que voy a durar un poco más, no sé, siento que soy de esas personas que nacen muertas, como dijo un poeta.

Estoy rodeada de emociones que me ahogan dijo el pity. Y no es por este virus. Es mi casa. Soy yo.

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SOBREVIVIENTES

Llevamos dos o tres días así. “¿Así cómo?” me preguntó la mili-ca que vino a la casa. Me daba mucha vergüenza contarle que no teníamos qué comer.

Fue la semana pasada. Después de esa orden de quedarse adentro por lo del virus. Todo se puso feo para nosotros. Por-que vivimos de las changas del Luis y ahora la gente no lo llama. Tampoco hay cartones afuera de los negocios. Fue a pedir las sobras a la rotisería de acá cerca y estaba cerrada. Por eso se vino sin nada. Él y yo nos aguantamos con mate. Estamos acostum-brados. Pero la Yesi come en la escuela y ahora no hay clases. El Benja todavía toma teta. No saca nada y por eso llora a cada rato.

—Le duele la panza al chico. ¡Hacele algo! —me grita el Luis.—¡Tiene hambre! —le grito más fuerte yo. Después de que le

dije eso, él se fue.Me acuerdo de que los abracé fuerte a los dos nenes y nos

acostamos juntos para darnos calor. Nos quedamos dormidos los tres, hasta hoy a la mañana que el Benja empezó a gritar. Le metí la teta. Después le di un mate cocido a la Yeni. Ella quería pan. No tengo a quien pedirle algo prestado acá. Son todos como no-sotros. Igual yo sabía que el Luis iba a volver. Y sí, volvió. Trajo una bolsa enorme de comida. No le pregunté nada. Lo miré

Maria Teresa Espona

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nada más. Porque no necesito hablar con él para saber. Estamos juntos desde chicos.

—Está mal, Luis —dije bajito, para que la Yeni no escuchara y empezara con las preguntas.

—Me importa una mierda. Comé vos así el Benja tiene leche —me ordenó, mientras buscaba algo en el fondo la bolsa.

—¿Te gustan Yeny? —preguntó, acercándole unas masitas de chocolate rellenas.

Desde la cocina lo miré y juré por el Gauchito Gil que no le iba a decir nada más. No se si porque tenía la ropa sucia o la barba crecida, pero lo vi más viejo al Luis. Serían ideas mías. Solo faltó dos días. Esa noche hice fideos con queso. Y después comimos manzanas. En la bolsa había agua mineral para que tomaran la Yeny y el Benja. Eso estuvo bueno porque el agua de acá es marrón.

Pasamos unos días contentos. Porque es distinto cuando uno come dos o tres veces por día. Nos sentamos juntos y nos reímos de todo. A la noche el Benja ya no llora. Antes de dormir le doy una mamadera de leche en polvo que había en la bolsa.

Anoche se me ocurrió decirle al Luis que la vecina de al lado, la Zule, me contó que están dando comida. Que hay que ir a avisar que con lo del virus uno se quedó sin trabajo y ya está. Vienen y te traen.

—¿Vos te escuchás, Bety? Nosotros no necesitamos que nos den nada porque yo siempre me ocupo de ustedes. Vos sabés ¿no es cierto?

—Pero yo digo que nos anotemos igual. Así vos no tenés que salir.

-Mirá Bety, decile a la Zule que se meta la lengua en el culo, que a ustedes los banco yo —dijo tirando el único abrigo de la cama para su lado.

—No grités, los vas a despertar. Tené cuidado con el codo, casi le das al Benja. Desde que empezó el frío dormimos los cuatro

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juntos. Cuando el Luis está contento, pone a los chicos al costa-do y se viene al lado mío a buscarme. Hoy no creo que venga. Ya se dio vuelta enojado.

A las doce vi que tenía muy poca comida. Menos mal que esta-mos solos. El Luis fue a ver a la tía. Hice una mezcla de polenta con unos fideos rotos arriba, sin queso. La Yeni no quiso comer. Me dijo que le daba asco, que parecía la mierda del Benja cuando tiene colitis. Y tenía razón, pero le pegué. Ella lloró mucho y arriba de ella lloraba el Benja. Él ya no tiene leche en polvo. Los abracé tanto a los dos que casi los ahogo. No quería que cuando viniera el Luis se diera cuenta de que ya no hay nada. Por eso nos acostamos los tres apretados. Le puse la teta al Benja. Des-pués de un rato la Yeny se cansó de llorar y se durmió. Yo no me pude dormir pero igual me quedé acostada.

No se porqué me acordé de cuando lo conocí al Luis. Vivía en la casilla de al lado de la mía. A él lo crió una tía que se lo trajo de Bolivia cuando murió su mamá. Fui yo la que le empecé a hablar porque él siempre estaba enojado y mirando el piso. Después de un tiempo me contó que de donde venía, las mujeres estaban siempre calladas. No eran jetonas como yo. A mí no me importó, aunque mi papá hablaba mal de él y su tía. Les decía bolitas. En esa época yo no entendía.

Entonces sonaron unos golpes en la puerta. Eran tan fuertes que parecía que me iban a tirar la casa. Acomodé a los nenes y fui a atender. Había un auto de milicos y una camioneta con muchas bolsas. Una mujer con un trapo en la boca y guantes me preguntó si podía pasar. Preguntó al pedo porque se metió y empezó a mirar todo. De arriba para abajo. Yo pensé en el Luis y le pedí al Gauchito que no le hubiera pasado nada.

—¿Cuántos viven acá? —me preguntó con una voz rara. Debe-ría ser por el coso ese que le tapaba la boca.

—Cuatro. Los nenes, el Luis y yo —dije temblando.—¿Dónde está su marido? ¿por qué no está en cuarentena? ¿no

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saben que no se puede salir de la casa? —si me pregunta por el Luis, es porque no está preso, pensé. Mientras yo le explicaba ella se asomó a la puerta y les dijo a los gritos que éramos cuatro: dos adultos, un niño y un bebé.

—Fue a ver a una tía que está sola. Nosotros llevamos dos o tres días así —dije más tranquila.

—¿Así cómo? —me dijo la milica.—Sin saber nada de la tía del Luis —le respondí mientras entró

un tipo con una bolsa negra enorme y la apoyó en la mesa.

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DESPEDIDAS

Yo había leído en algún lado que las despedidas suelen ser a veces saludables, aunque con esto no quiero decir que a todos nos gusten. Hay algunas que, sin embargo, sentimos imprescin-dibles. A esas siempre las relacioné con haber visto la cara de los muertos queridos in situ y no siempre se da. Por eso a veces pienso que el reencuentro de las almas será inevitable. Allí nos podremos mirar a los ojos sin apuros, contemplarnos de una forma diferente, eterna probablemente.

Debo decir que con él habíamos creado una relación insupera-ble. Compleja pero también entretenida. Por las noches compar-tíamos algunos espacios y durante el día nuestro trato era más bien de complicidad, un roce a la pasada bastaba para entender-nos. Luego sus recorridas regulares: patio, comedor y vereda hasta llegar a su habitación, como un señor grande y sedentario.

Primero nos costó entender como familia sus horarios noc-turnos, pero con el tiempo, levantarnos a completar la comida de su plato y recomendar el descanso y el sueño dando un breve susurro era una tarea mecánica, pero sentida a la vez.

Recuerdo estar recostado y sentir sus pasos acercarse, ver mi mano en alto y pasar su rostro produciendo una caricia invertida. Luego, arrancaba ese ruido a motorcito, a te quiero, a me siento

Hernán Martín

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bien con vos y tantas cosas más, que nos hacía imaginar.Lo trágico de esta situación era pensar que de niño nunca

quise los gatos. Los veía feos, ponzoñosos y hasta traicioneros. Verlos con un roedor era signo de asco, de suciedad. Con el tiempo, verlo a Ringo pasearse con su presa en signo de victo-ria era motivo de aplausos y felicitaciones por su tarea, todo un emblema de sacrificio y ternura.

A veces siento que esto de escribir esta pequeña reseña de mi gato cae en detalles inútiles o grotescos que mi lector hasta po-dría tomar a la risa. Pero quizá a otros le anime a decir o pensar cosas que antes no se atrevía o no sentía trascendentes hasta ahora. ¡Cuántas veces Ringo cuidó a quien le tocaba enfermar! ¡cuántas heridas ha sanado con su simple compañía!

Vaya este relato porque tal como alguna crónica que en alguna oportunidad escuche, anoche Ringo se fue y no volvió. Prevenido por las lecturas se que no va a volver, se que se fue para morir, así de pronto; sin síntomas ni despedidas. Probablemente encontró un escondite oscuro, con poco aire pero propicio para sentir los olores de la casa y sus habitantes que se desprenden del aroma de su pelo. Seguro también que ese espacio le alcanza para relajar su torso sobre la superficie fresca y de a poco ronronear sus nanas recorriendo cada caricia de las manos que tanto va a extrañar.

Son las ocho de la tarde. Seguimos buscando al gato. Creo que no va a aparecer, aunque es la décima vez que nos subimos al techo, que revisamos bajo las camas. Nos cruzamos al vecino imaginando la in-creíble historia que quedó encerrado durante esos paseos nocturnos.

Sí. Ringo creo que murió y no va a aparecer. Ringo es irrem-plazable. Pero por las dudas tendría que fijarme si no está escon-dido en el auto o atrapado dentro de alguna caja. Que pena si se murió porque seguro que fue eso.

Usted lector no me ilusione, no piense que este final puede cambiar. Ringo murió y no quería que lo viéramos, por eso se fue sin despedirse.

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REVIVRE

En un lugar del cosmos, lugar de mil paisajes donde el cielo y los claros azules de las aguas se unen, donde cobran vida miles de seres exóticos, donde se respira una inusitada sensación de paz.

Navegan libres por sus mares habitantes únicos sin fronteras, pues estas no existen.

El leve viento se hace sentir fresco; por momentos lleva boca-nadas de pureza y acaricia la creación que se despliega por toda la extensión. El vínculo indefinido entre la vida y su sonoridad am-plifica el silencio equilibrando la importancia entre uno y el otro.

En el transcurso, misteriosamente escurridizo erigía en los terrenos majestuosa, una figura de formas arquitectónicas nunca vista sospechada aparición empañaba los sentidos, cargando de ambigüedad y devastación la atmósfera.

Especímenes henchidos de ambición cruzaron el umbral, tal fuera el crujir de cristales todo comenzó a fragmentarse, el asola-miento, consecuencia de tanto daño abrazó aquel sitio con garras lúgubres. Mientras el cumulo de ruinas y oscuridad llega casi hasta los límites desmembrando el equilibrio existencial.

A pesar de ello y ante la mirada aterrada de los que habitan y aún resisten; una tempestad incontenible cual, si fuera una ma-rea destella la memoria en lo esencial. Como un director orques-

Fabiana Silva

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tando, la tempestad les convocó, aunaron fuerzas se aferraron a las ruinas comenzando a recomponer lo destrozado. Algunos no tuvieron fuerzas a otros nada les importó, es más, parecían desafiar a los especímenes sin pensar en los efectos, algunos en la soledad del silenció mutó.

Lo que se pensó vulnerable se fortaleció, renaciendo y empu-jando inconteniblemente la mirada hacia el futuro.

Fueron cuarenta días, cuarenta días y algunos más.

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SOLEDAD

Y creí que la soledad no me afectaba.y pensé que siempre estaba mejor solo.¿Y ahora? ¿nació una nueva forma de decir soledad?Ahora que quedé aislado en mi propia casa.Ahora que es real la distancia con mis hijos.Ahora que entiendo que ya no estás.Y escuché de un anciano lo cruel de los días sin visitas, y del ahogo en una celda solitaria. Y no presté atención.Y hoy, aquí, ahora, ni se lo que siento. No se lo que pasa. No se qué hora es.¿Estoy aquí? hola. ¿Hay alguien afuera? Creí ver tu silueta pasar bajo el puente. Ven. O no, mejor no lo hagas,la vida pasa tan rápido. Y hoy no se siquiera si ha pasado el día.

Diego Gaston Peralta

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LA CANCHA DE PELOTA

Un deporte simplemente. Pero muy particular porque es lo que he practicado con el corazón durante cantidad de años, desde la niñez junto con el fútbol pero no es lo mismo. Esto es superior, será por varios motivos. Por gusto. Porque es de poca gente sin ser individual, (tienen que ponerse de acuerdo dos personas solamente). Bueno, también se puede jugar individual, pero es medio aburrido. Es como darle al truco solo mano a mano con otro jugador.

Pared derecha corta, que se continúa atrás con un tapial su-perado por el alambre, luego el rebote, la pared izquierda que te hace aprender sí o sí, y luego el frontón que es el que manda.

Recuerdo algunos fines de semana, sábados o domingos en el pueblo, prendidos del rombo del alambre, en la cancha de pelota del Club Fútbol Club, frente al rectángulo de bochas. Ver esos pe-lotaris, forasteros jugando maneados con zurda siendo derechos o al revés, con revés de derecha o zurda, con una botella de cerveza en vez de paleta. O dos contra un trio. ¿Qué lindo no? y sacar los dedos a tiempo antes de que llegue el pelotazo o alguna paleta que arrastra en el alambre. Pared izquierda, saque desde la derecha, tratando de que la pelota de la vuelta en el rincón izquierdo y vaya hacia la puerta de entrada, después de recorrer todo el rebote lleno

Mario González Polo

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de curiosos dispuestos a esquivar la negrita. Cada cancha con sus mañas. Sacas zurda por más que no quieras en esta cancha, meta y dale al pique, uno tras otro hasta que se comete un error. Y cuan-do está entregada la redonda, un tambor, o una cacerola lo más justa posible. Seguro no llega el delantero, y si lo hace, entrega otra vez para el remate. Lindo deporte, y lindos partidos cuando salen parejos, en la categoría que corresponde. De caballeros, de darse la mano ni bien termina, por más que se jugó un mango, la cerveza o una gaseosa. Y la “vuelta” cuando uno molesta al otro, aunque siempre hay un vivo. El resto de la semana, de pibes pelo-teando todo lo posible, mientras nos dejara el canchero. Y si había que barrer la cancha, lo hacíamos con gusto, además del pago con la crush. En realidad, era parte de un gran juego: jugar a la paleta, barrer la cancha, buscar las pelotas perdidas, subirse a la pared haciendo equilibrio para bajar las enganchadas, buscar en lo de Deanna esquivando el perro, cada día más malo por los ladrilla-zos. Y terminar tarde, medio de noche porque ya era imposible ver algo. Gran diferencia con el fútbol, que seguíamos entre las sombras a las patadas hasta los gritos de la vieja.

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CUAREN…QUE ?

Ya no se sabe si es un número, un estado, o una linda mu-jer, para el caso en este encierro que no deja de ser bueno para reflexionar y ordenar cosas del habitáculo, si no de la azotea, y ahí me refiero a dónde están mis ideas y pensamientos. Cuantas cosas comienza uno a valorar en estos momentos, la familia, el contacto con mis nietos, hace un rato me llamo mi nietita que tiene cuatro años (y que aprendió a discar con el telefono fijo) y me dice, abuelo estoy haciendo un arco iris para que se vaya “la coronavirus”. Momento, si lo hay….

Todo comenzó, al menos para mi, hace unos quince días, que-darnos en casa mi esposa y yo, dándonos la tecnología la posibi-lidad de estar comunicado a todas las distancias. Con mis hijos y nietos en distintos barrios y provincias, con mi hermano en España, con los problemas que todos conocemos, y mucho más.

Estos días creo, nos dieron a todos tiempo para relexión y ordenar papeles, cajas y principalmente el baúl de los recuerdos, ahí ves fotos viejas, cosas escritas, al menos en mi caso, cartas de un tiempo, jugetes de cuando era chico de esos que ahora bajan por facebook preguntando si los reconocés sos de un tiempo que ya pasó. Hay que acudir a cosas de ingenio, jugar a las cartas, charlar de cosas olvidadas, bajar una vieja bicicleta fija olvidada

Norberto “Bocha” Campo

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en el ático (diría olivia) y haciendo el ejercicio diario con unas bajadas y subidas de escalera… arreglando plantas, tomando mucho sol y en el poco espacio sacando fotos, testimoneando… mirando películas, escuchando radio y tratando de estar al día con las noticias del mundo, pero principalmente con lo que suce-de en el país y en nuestra provincia.

Miro hacia una pared y en ella veo un viejo reloj de péndulo que ha dejado de marcar su clásico tic... tac y las fotos de los amores de mi vida, Tiago y Olivia. Pasan tantas cosas por mi mente, la desidia de los poderosos, el desinterés de mucha gente que transita como si fuera un día cualquiera, y me pregunto tan difícil es quedarse en su lugar, salir solo en un caso extremo y viendo el desinterés y la desidia de los poderosos del mundo que creen que por el dinero y el poder no los alcarzará, pobres, “que pobres” …

Ayer escuche en la radio a un veterano de guerra que pedía cuidarse, solo eso, quedarnos en nuestras casas, y contaba que el con solo diecinueve años y en las Islas Malvinas estaban encerra-dos en una trinchera y sin comida, pero ellos con su corta edad tenían más conciencia, porque sabían que salir significaba su muerte.

Bueno para algunos tal vez sea más fácil hacer un relato, para mi es difícil, como digo en mi libro, soy un pibe de barrio que se graduó en la universidad de la calle y aprendió los valores que ella te enseña, tomarlos estaba en vos…

Solo pido conciencia, cuidarse y cuidar a los demás, cuesta tan poco, la pandemia más difícil de combatir será la de la soberbia, el desinterés por el prójimo y el desprecio a la vida.

Les deseo lo mejor….

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ENTRE NADA Y CERO

Se mueve a una velocidad inaudita, vuela como águila ca-rroñera en busca de su presa. Su objetivo es “parir”, si así se le puede llamar al agobio que ha producido en su propia y mórbida morada. En su bolsa lleva a sus crías. Solo repara en ellas. Ni bien entró en la zona que rodea al palacio buscó los árboles y se colgó con uñas y dientes. Desde hace una semana quiere en-trar al castillo. Pero el puente está subido, la tétrica fosa refleja las puntas de las lanzas de los guardianes. Todos saben que su estancia será breve, pero sus sucesores permanecerán. En las alcobas el aire se vuelve irrespirable, azul, como si ya albergara los cadáveres que vendrán. Se filtra el pánico por debajo de las puertas. Los guardias siguen firmes con sus precarias armaduras y sus oxidadas lanzas.

Finalmente elude el cerco. Nadie lo ve entrar. No lo verán salir. Ya inició la infección colgado del árbol bronquial del caso cero. El médico lo sabe. Por eso corre como poseso gritando a través de su máscara que huele a láudano, mirra y alcanfor: ¡factum est bestia coronam! (llegó la bestia de la corona) ¡aislamiento!¡aisla-miento! Quedaron las bestiezuelas arropadas con una costra lle-na de ganchos en las que se desmembró y reprodujo el ominoso símbolo del rey invasor.

Cecilia Durán

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En el medio de toda la multitud, logré escucharte a vos. Me agarraste la mano y saliste corriendo, sacándome de este mundo que me impuse, lleno de estructuras y dominado por el miedo. Las voces del resto parecían un leve sonido de fondo. La peque-ña brisa enredaba mi pelo y tu risa hacía eco por toda esta ciudad. Aquella tarde entendí la frase de mi libro favorito, “lo esencial es invisible a los ojos”. No te podía ver, pero si abrazar. Me deses-peré, porque toda mi vida necesité un espejo en frente para ser valiente. Creía que los ojos eran el foco indispensable para mi existencia, ya que la que hay dentro de mí, siempre me juzgó. A partir del momento en el que perdí la vista y vos te encargaste de guiar mi camino le comencé a prestar atención a otros deta-lles. El ruido del fuego que quema las maderas para el asado del domingo al mediodía, el olor a la carne impregnándose en cada rincón de esta habitación, nuestras manos entrelazadas jugando sobre las sábanas. Al final me terminó preocupando volver a recuperar mi visión, mirar a las personas con caras de susto cada vez que pierden ese tren al que no llegaron a tiempo por apro-vechar cinco minutos más en la cama y descubrí lo esencial, tu pupila y la mía en el mismo destino.

Martina Alá

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HITOS

Vorágine antagónica de esclarecedor influjo en noticiarios. El amparo íntimo suaviza la lid funesta de los reportes. Mientras la impetuosidad viral “a mandíbula batiente” pretende espiar y amordazar cotidianeidades. El refugio hogareño acaricia for-talezas ante cerril azote, cuando el tumulto de infortunios va ofuscándose con la humanidad.

La salvaguardia visceral ulula cual resguardo atiborrado de cariño.

Recala la vacilación “a hurtadillas”, en paradójico camuflaje, acechando lumbreras de mercurio. Y el abrigo sereno ciñe en dosel festivo de niñez. Acude la multitud virtual, sin orden ni concierto, saciando confianzas devenidas en temerarias esfinges.

El cuidado a la progenie fausta, se esparce en raudal de ósculos lozanos, como capsulas del diente de león. Ahí la perplejidad in-transigente, “a boca de jarro” y neciamente, amarra en el espigón de la credulidad. Desde el lar pampeano y venturoso, se sazonan muros en agasajo dominical. El jaleo del obstinado azar, en sar-cástico envite y “a regañadientes”, codicia regazos. Entretanto, la morada consanguínea ,se perfila henchida de grafitos y pueriles cuartillas.

Así el vaivén apaciguante mece al porvenir entre cabizbajo

María del Carmen Arangurena

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y flemático. La fragua encendidamente meditabunda, sueña con amalgamar la terapéutica bienhechora y en simultáneo, el desconcierto se metamorfosea. Voraz al usurpar aplomos con reputación de titanes.

Se reaviva el cobijo plausible de los valientes y paladines, cual lenguas místicas del roble, guareciendo en arrojo colosal.

La turbación se vuelve quimera, entre frenética y lasciva, se vanagloria de disputarse hados en las barricadas del temple mé-dico. El poniente azafranado tinta la madriguera, en balsámicas nanas que mitigan por doquier.

Azoramiento de presto colofón:¡Hoy elevé la divisa férvida de la gratitud a las batas níveas!

amantando con el pabellón rutilante de la esperanza a nuestra entrañable Argentina y La Pampa del bienquerer.

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AQUÍ DENTRO

Aquí cercay que tan cerca.En el tiempo y en el verbo,en la vida y en los días.Allá lejos y aquí cercaallá dónde y aquí cercaaquí dentro, muy dentro.Soliloquio. Diálogos contigo. Ausente.Presencia cierta, profunda, verdadera. En el alma.Versos que se escuchan por aquí, por allá. En algún otro lugar.Versos que responden a lo que dicenSi escuchas por ahí que te quiero, diles que no es cierto.No les creas. No es verdad. Porque no es un solo “te quiero”.No se cuánto más. No se hasta dónde y desde cuando crece y crece.Este amor que me obliga a contarlo por las calles. Hablando al

universo.Hablando. Contando. Cantando. Creciendo. Viviendo.Eres la hembra más hermosa de toda la existencia.Eres la mujer más entera y más auténtica que cualquiera se

pueda imaginar.En los silencios, este amor se vuelve sustento.

César Manuel Sarmiento

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A veces pareciera que desvarío. Uno frases, párrafos y comen-to cosas que parecen inconexas. Pero no es cierto. Hay un relato interior dentro de la casa, en la vereda, en la calle, dentro de mí, en la hamaca, en la sábana en que me acuesto, en el vaso donde debiera beber y el beso que imagino mientas no bebo. Hay un discurso conmigo, una pequeña historia que me está acompa-ñando. Y solo algunos párrafos se desbordan, salen de cauce, se me escapan y quedan expuestos. Pedazos de un relato profundo.

En este tiempo de solo silencio, de voluntades aisladas, de verdades dispersas, de futuro en litigio, de realidades convertidas en preguntas, este amor penetrante me trasciende, perfora el espacio y se queda atrapado en la palabra.

En este tiempo difuso, quizás ausente, donde a veces se vive y no se vive, mientras espero y no espero, mientras busco y no busco, este amor siempre regresa, renace, me abraza y se queda como una lumbre junto a mí.

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Fui dejando en la subida el aliento, cuanto más ascendía, más diminuto era el tiempo y el esfuerzo más intenso. A mi derecha el abismo invitaba a fotografiarlo; adelante iban los jóvenes, airosos y despreocupados, llegando al filo del tercer cielo.

Teresa Roldán

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Cuando la libertad era natural,creamos nuestras propias trincheras.Ahora, con la ventana abierta,miramos el sol pasardesde la celda de la obediencia.(Siempre la moral haciéndonos creerque lo que hacemos bienes respetar la conciencia.)Pudimos frenar para verque por más de tanto correrel miedo nos mordió igual los piesdejando la trampa en evidencia.Pero más temible que perecerpor el contagio de un seres inyectarle anestesia a las alasfrente a un cielo que en solitario nos vecerrando la puerta de nuestra propia jaula.

Meli Melimé

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¿QUÉ SERÁ?

Hoy vi unas luces en el río¿qué será? ¿será un pez?¿será una piedra?¿o será algo mio?Hoy vi algo que se movía en el cielo¿qué será? ¿será un insecto?¿será una hoja? o será el viento.Hoy vi algo en un árbol¿qué será? ¿será una araña?¿será una rama?¿o será un pedazo de caña?Hoy vi algo blanco en el bosque¿qué será? ¿será un conejo?¿será un gallo? ¿o será un cangrejo?No importa que sea.Siempre hay cosas que no sabráspero lo mejor es dejarlo y disfrutar.Hay peligro, hay cosas raras,pero mientras no sabes qué esno debes temes¿qué será?La vida alguna respuesta te dará.

Valentina R. F.

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SUEÑO DE CUARENTENA

Estos días me he despertado temprano, no como un día nor-mal, nada es normal en tiempo de cuarentena. Pero madrugué con el recuerdo de una pesadilla.

Ayer fue igual, pero lo que diferencia en este día del que pasé, es que hoy recuerdo el sueño. Se que no son el mismo, con la misma inseguridad que no se qué soñé ayer. Pero los humanos somos estúpidos, asimilamos que las similitudes de las cosas reflejan una necesidad humana, hasta a veces incomprensible, a veces lejana, como un murmullo en plena noche de invierno que parece igual a todas las noches.

Lisa y llanamente, soñé que un perro me perseguía. No cualquier perro, sino un Dóberman: orejas largas, cuerpo estirado, negro como la oscuridad, brillante con cada luz del sol. Se estiraba con cada tranco para alcanzarme, y yo con un papel higiénico en la mano.

Me da gracia como conseguí ese artefacto de papiro para la higiene personal. Me acuerdo de su textura, y no por lo suave ni sedoso de su uso, sino todo lo contrario. Me recordaba a los papeles baratos que disponen en las estaciones de servicio. Esos que se parten con el simple uso, que no sirven ni para secarse las manos o se pegan a las manos o a la piel en cuando se mojan...

El rollo apareció en mi mano después de hacer una enorme fila

Wal Cantero

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que se hacía para que el dueño de una empresa o el gerente de la misma premiara a sus empleados por la jornada laboral, como una especie de sueldo diario.

Me acuerdo no haber hecho la cola como debía pero en el transcurso en que me ubicaban en mi lugar, vi como a otros empleados le daban camperas rojas, bolsas de comida y botellas de champagne.

Cuando fue mi turno, un poco antes del último lugar de la fila, me dieron el papel higiénico y un apretón de manos.

Me acuerdo sentirme indignado, preguntarme porqué trabajo por esto, si hago mucho más de los que hacen otros. No recuer-do el trabajo, ni la labor que cumplía en esa empresa como para sentirme así y juzgar con seriedad. Sin embargo, ese sentimiento me acompaño a la calle.

Iba a mi auto o el recuerdo que tenía de él. Íbamos todos los que recibimos lo mismo, cada uno con su rollo de papel. Decidí separarme de la fila, tomar un atajo. Pedí a uno de esos compa-ñeros que me siga. Se negó, al comienzo de un sendero de tierra. Entre a un baldío. Recuerdo las hojas de eucaliptus salpicando mis pasos. Vi el sol, un tenue amanecer. Vi los perros.

Solo me miraban, vi la sombra de mi cuerpo en el piso. Sospe-cha de una barba muy larga. Seguí con el papel corrugado en mi mano y vi a ese perro queriéndome comer, corriendo con toda velocidad hacia mi.

También corrí, también desperté más indignado por la injus-tica de recibir algo inmerecido que por el miedo de ser devorado por un perro hambriento.

Es extraño lo que hace a un hombre despertar de sus sueños. Son sentimientos de culpa la mayor de las veces. Otras son sen-saciones a ciertas situaciones vividas en la que son mal interpre-tadas nuestros actos por la medida de los valores aprendidos.

Por suerte, vivimos en otro lugar, en otro momento de los sueños. Pero no tan lejos.

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LA VENTANA

Este encierro me está matando. Miro por la ventana todo el tiempo. Me traje el sillón y paso los días esperando ver algún movimiento. Al principio, cuando comenzó la peste, todavía se escuchaba música desde el departamento de al lado. Era bastante molesto escuchar ese tingui-tingui durante horas. Desde hace unos días hay silencio. Ni las peleas de los vecinos de arriba se escuchan. Pensé que se habían reconciliado pero tampoco se oyen risas ni se sienten los pasos.

La calle está desierta, con autos estacionados en ambas manos. Ni un alma se ve. Extraño hasta las ambulancias, policía, bombe-ros, algo. Llegaban y se iban rápido. Todo se detuvo.

No se que pasa en el mundo. Se cortó la luz y no funciona la tele ni la compu. Menos wi-fi. Hace mucho calor y no me atrevo a abrir la ventana. Podría entrar la peste sin darme cuenta. Tam-poco me atrevo a gritar; tengo miedo que nadie conteste. ¿Y si todos huyeron y me olvidaron? me aterra confirmarlo.

Intenté levantarme para ir al baño y no pude moverme: estoy paralizada, mirando por la ventana. Llega la noche y sigo en la misma posición. Las luces iluminan la ciudad, las ventanas de enfrente están oscuras. ¿En verdad se fueron todos? ¿o soy yo quien se está yendo?

Graciela Brown

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LA MARIPOSA Y EL COLIBRÍ

Se descubrieron sobrevolando el mundo, compartiendo la emoción que nace de las cosas más hermosas y eternas que a menudo nadie ve. O que están muy ocupados para ver. O muy ciegos para ver.

Ellos se hacían dueños de esas cosas, pero sin poseerlas. Por un ratito sentían el esplendor de las flores, la tierra húmeda. la miel, el rocío, observaban el atardecer, las estrellas, el movimiento del agua con el viento y se reían de la luna, que siempre se sentía tan sola y amargada pero era su percepción, estaba tan sorda que no escuchaba las cosas hermosas que decían sobre ella.

La mariposa y el colibrí se amaban con locura, tanto así que a ninguno le importaba que uno era mariposa y el otro colibrí, y aunque eran fuertemente criticados por los demás animales, seguían esperando siempre el momento para verse.

A veces, paseaban por el campo, para llamar la atención y con el sol cambiaban de colores y contagiaban con su alegría a los demás pájaros e insectos, y por un momento se olvidaban todos que tipo de pico, alas, plumas o formas tenían. Solo eran colores danzando y brillando en el cielo, encantando al mundo por un rato, alumbrando los caminos y los campos.

Las noches eran festines de interminables charlas, donde todas

Flavia Daniela Labriola

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las preguntas tenían respuestas, porque todas las preguntas eran importantes, ya que venían del corazón, y se respondían siempre con la verdad ,hasta que la mariposa se quedaba dormida sobre el ala derecha del colibrí, que disfrutaba tanto de ser colibrí como de tener una mariposa dormida sobre su ala derecha.

La mariposa no se cansaba nunca de recorrer el mundo, de visitar rosales, magnolias, girasoles, geranios y charquitos. Se metió en un tren abandonado por curiosidad, en un auto por descuido, en un changuito de bebé por distracción y el colibrí siempre detrás de ella, atento a cada situación quedaba exhausto.

A veces solía perderla de vista, y la encontraba durmiendo dentro de algún caracol en la playa, o danzando entre las gavio-tas que volaban, riendo a carcajadas a más no poder o intentando caminar entre las rocas, o teñida de verde con las algas o ilumi-nada de espuma o queriendo ser una estrella de mar. Así era ella y él lo sabía, y la amaba por eso. Durante mucho tiempo pasea-ron juntos, dieron miles de vueltas por el mundo. Las gaviotas volaron como aviones ese día en particular. Había flores de todos los colores ese día en particular. Y no había mucho viento ese día en particular. Y las nubes dibujaron todas las formas posibles para recordar que alguna vez allí hubo una hermosa mariposa que no sabía que lo era.

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SILENCIANDO VOCES…

El año precipita en su tobogán los últimos momentos. Octubre me visita siempre así, parece que acarrea cargas con historias pasadas, donde duendes dirigentes me sacudían.

Otro fin de año vibrando bajito no quería. Estaban todos espe-rando manifestarse, el del miedo, el de la tristeza, el del dolor, el de ¡basta!

Hoy los voy a escuchar a todos, pero Navidad es nacimiento y se queda en mí el que brinde amor y reinvente sueños.

Despertar.

Norma Pérez

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LA NOCHE DE ÉREBO

Tal vez se lo merezca, por porfiada. Por empeñarse en vivir. ¿Quién la mandó a desafiar ese designio de destino lleno de ne-grura y desoxigenado como el fondo del mar?

Recordaba la noche, esa noche en que, en medio del sueño, la despertó el graznido de la lechuza, que rasguñaba con sus patas la ventana.

Después ya nada fue igual, porque como en el sueño, quedó atrapada en ese espacio ocre, llameante, lleno de olor a fue-go, asfixiante, sin vida, vida a la que quería aferrarse, vida que era cansancio a veces, que le pesaba, que la ahogaba en un mar inmenso e indescriptible, en el que en el fondo también nacen, crecen y mueren miles de seres y todo tipo de esperpentos.

Las sombras, sus sombras, se prolongan sobre el horizonte y no le dan tregua. Ni aún al amparo del más añoso árbol, se mi-metizan y desaparecen. No, están ahí, inmersas en el paisaje ocre del sueño. En ese espacio de la nada misma del que quería huir, pero del que no podía escapar, aunque avanzara y lo intentara con desesperación, porque el alambre negro, oxidado, tendido de un extremo al otro de la vida, mostraba como fauces ardientes sus púas negras y desafiantes.

Ella no podía, simplemente no podía.

María Rosa Barabaschi

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A cada intento, su sangre explotaba, teñía de rojo sus manos, esas manos con las que pretendía asirse a la vida. Elevaba las manos y la sangre se derramaba hacia sus brazos, su cuerpo, sus piernas, hasta sentir que se vaciaba y que un río escarlata corría bajo sus pies.

Desesperada, y con desesperanza, quería salir. Pero no podía.El graznido del pájaro la despertó en la noche.Pero no pudo despertar del sueño. Ya no. Ya no pudo.

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LA NATURALEZA ES ASÍ

Por la mesa corren hormigas. La mujer, de vez en cuando, aprieta una con un dedo para eliminarla. Pareciera que se la va a comer. Pero no, solo la mira, aplastada sobre la yema del dedo, y la tira al piso. Las moscas le recorren la espalda y los brazos en un cosquilleo insoportable.

Mira a lo lejos un reflejo en el agua de ese sol de amanecer entre nubes de lluvia reciente, lo único que quiebra el gris mañanero. Mucho silencio solo quebrado por el chillido de un chimango solitario. La mesa está mojada y el mate corre, cálido, por su garganta. Las palomas cantan su arrullo en los árboles. Y ella vuelve a su tarea de apretar hormigas, ya con fuerza y saña. Da la sensación de que quisiera exterminarlas. Ahora, con la otra mano. Es como una guerra entre la mujer y las hormigas. Ningu-na de las partes da tregua a la otra. Dos calandrias han bajado del nido y se corren y revolotean jugando. Solamente eso la distrae de su tarea de exterminio.

De pronto, se queda mirando hacia arriba. Están despertando los loros y comienzan a sobrevolar con su parlanchinerío. Un gato blanco y gris se pasea tranquilo, sin permitir que ella se le acerque. Entonces, nuevamente comienza a aplastar ese trencito que se forma, vagón por vagón. Otra vez se pierde su mirada en

Estela Giuliano

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la lejanía y los insectos aprovechan a ganar terreno. Está sola, únicamente con el entorno de la naturaleza. Todo el mundo duerme en sus carpas. El camping es agreste, casi salvaje. Suena el chillido del chimango y ella no recuerda si solo comen carroña o también roban pichones de otros nidos. Mientras las sigue aplastando, ahora con bronca, se retuercen hasta que dejan de moverse. Cada vez son menos sobe la mesa. Pasan más loros desgranando su cantinela prepotente.

Se pone a observar las manchas oscuras de los hormigueros que no fueron borrados por la lluvia, y ve moverse un hilo raro y oscuro bajo el pasto. Volvió el silencio, roto solamente por el arrullo de las torcazas. Una vuela y se posa a no más de un metro, picoteando quién sabe qué en la tierra húmeda. Tal vez hormi-guitas muertas. Ya no queda ninguna sobre la mesa. El sol brilla detrás de las nubes y hay mayor claridad a pesar de la tormenta. Va a ser un día caluroso y húmedo”, piensa. Y comienza a sentir un cosquilleo constante, suave, desde la punta de los pies y sube por sus piernas con la misma suavidad con que lo haría un man-to de seda. Baja la vista y advierte que miles de hormigas atacan a la vez, pero no ya las chiquitas rojas. Estas son grandes, pican, muerden, se asoman a sus orificios nasales, mientras le cubren el cuello y la garganta. Siente miles de pequeñas mordeduras y el cuerpo se le adormece. Pretende sacudirse pero ya no se puede mover. Los ojos alcanzan a ver el gato gris y blanco, mirándola impávido.

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UNA RECIBIDA INUSUAL

Un día de marzo, como un artilugio del destino, la cuaren-tena irrumpió en nuestra vida, quebrando la armonía de lo cotidiano. El viaje largamente soñado debió ser suspendido. Las maletas, que le daban entidad a esa ilusión perseguida durante años, parecían llorar en silencio, ancladas en el comedor. En casa, solos, quedamos Miguel y yo, y nuestros tres hijos en Córdoba, la Docta, a 600km de distancia. La cuarentena cambió los planes, sin embargo no pudo derribar los sueños.

En medio de la pandemia que iba atrapando personas en una telaraña mortal, unas pocas universidades continuaban con los exámenes, entre ellas, la UNC. Nuestro hijo tenía que dar la última materia el viernes 20.Jueves por la noche: el gobernador decretaba el cierre de la frontera en La Pampa.

Sentí que la congoja me iba ganando el cuerpo. Las estrellas ya no brillaban en el cielo. Deseaba excavar un túnel para encontrar la luz que ocultaba esa terrible oscuridad. ¡Cómo no estar a su lado para compartir ese momento tan feliz de su vida después de haberlo abrigado nueve meses! Nos fuimos a dormir sin saber qué pasaría al día siguiente, pero con la certeza de no poder viajar.

El desarrollo de los acontecimientos en la vecina provincia

Marisa Isabel Medrano

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sucedió de forma inusual. La presentación de la tesis que hasta el día anterior iba a ser a puertas cerradas, sin presencia de público, debido al coronavirus, transmutó su formato para convertirse en un cuento de ciencia a ficción. Y así fue como el viernes 20, tal como estaba proyectado, pero de la manera más impensada posible, desde un cuarto de departamento, nuestro hijo presentó su tesis mediante teleconferencia obteniendo el título de Licen-ciado en Astronomía, obligándonos a amigarnos con la tecno-logía al tener que preparar la pantalla desde donde seguimos atentamente el desarrollo de la exposición. Una hora de intensas emociones antagónicas resumidas en dicha, por la meta alcanza-da, y tristeza, por la soledad del momento. Nos faltaron los besos, los abrazos, el ineludible corte de cabello y, en este caso, también de barba. Fue el primero y el único ya que después se suspendie-ron todas las actividades. Seguramente va a entrar en el libro de los records Guinness.

Hasta ayer, las cajas y maletas seguían en el piso, preparadas aún para el frustrado viaje, en un intento vano de eludir esta penosa realidad. Todavía me cuesta convencerme de que pasará mucho tiempo hasta que llegue el día del reencuentro. Entonces, ¡habrá risas, habrá fiesta, habrá alegría! Soñando con ese nuevo despertar, debemos reinventarnos cada mañana.

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DESGRACIA

Cuando Pocho -el gato de Susana- desapareció, surgieron los rumores. En el barrio, primero y luego en todo el poblado se decía que Raimundo Pelayo lo había comido. Algunos agregaban que el hombrón había cocinado a Pochito al horno con papas, ya que el felino estaba gordo y era un ejemplar de pocos años.

Yo no creo ni dejo de creer. Hay gustos de toda clase y senti-mientos también. Sin embargo, no saco la vista de la humanidad grosera y distante del sospechoso que prontamente se ganó mi antipatía añeja y secreta. Puedo asegurar, que el bigote de Raimundo se ve más rígido y le cuesta hablar. Y en mi afilada observación registré desde mi escondite que por debajo de la botamanga de su ancho pantalón asoma la punta de una cola gris con rayas oscuras.

Yo no creo ni dejo de creer. Una semana atrás, uno de los úl-timos clientes de su panadería contó sin titubeos que Raimundo no deja de rascar su cuerpo sin tregua y a toda hora. Ayer bajó definitivamente la persiana del comercio. Parece que sus ventas se evaporaron. Comentan que de un momento a otro los gorgo-jos emergían de las bolsas de harina y caminaban por las paredes y el piso del negocio. Por esta causa extraña al fin, o quién sabe la verdadera razón, algunos agregan que Pelayo sufre una fuerte

Diana Irene Blanco

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indigestión. Le queman las tripas y maúlla por los rincones de su casa oscura como una madriguera. Todavía me falta descubrir si se cumplirá la sentencia de la vieja más sabia del pueblo. Hay que esperar. Yo no creo ni dejo de creer.

El jueves le llevé a doña Remedios unas verduritas para la sopa. La diminuta anciana moviendo su mentón puntiagudo escon-dido detrás de un pañuelito mojado, señaló la panadería y sólo dijo: Al que mata a un gato, más temprano que tarde, la desgra-cia lo alcanza. Y con un chasquido de su solitario diente cerró el apretado anuncio.

Es sabia la vieja bruja del pueblo.

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LA OBSESIÓN DE EMILIO CARDONA

Usted dice que me ama, yo no sé qué contestar a eso.El amor tal como lo conocemos o como nos lo cuentan no es

nada sencillo, es bonito, pero nada fácil. Idas y venidas...infini-tas vueltas, cuando se cree que marcha sobre ruedas en realidad se desabarranca hacia un vacío y cuando el suelo nos machuca estamos de nuevo en el camino correcto.

Cambios de ritmo, olores a ruptura y pasos equivocados están a la orden del día. Hay armonía y felicidad, pero también hay obsesión y los que filosofan sobre la existencia o no de la media naranja jamás entenderán de su obsesión. Porque el amor puede volvernos locos. La obsesión puede partirnos en dos.

-Buenas doctor- dijo, con un halo de amargura en sus palabras. El doctor Malabia, médico psicoanalista de brillante carrera,

etc. ..nunca se sorprendía de nada. Hasta ese día. -Se equivoca... su turno... -Este es mi turno- interrumpió Cardona mirándolo a los ojos.

Era su costumbre mirar fijamente a los ojos como si buscara algo más.

-Perdóneme si no lo entiendo- acuso el doctor. -Escúcheme y entenderá- sentencio Cardona con parquedad

notoria.

Alejandro Cutta

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La situación siguió con un silencio de ultratumba que podría haber durado una eternidad de no ser por la curiosidad del doc-tor Malabia.-Hable-dijo.

La gran contextura física de Emilio contrastaba con el diminu-to cojín, el pequeño diván y con el corto doctor, podría decirse que estaba incomodo, aun así, estaba preparado para desmenuzar su alma.

En un pueblito costero conoció el amor, lo sabía a sus cuarenta y pico entendía la diferencia entre amor y enamoramiento. Mar-ta Lafond parecía estar hecha por un algún dios especialmente para él. Suave, tierna y sensible, sin caer en la seducción barata por la que muchos perderían la cabeza.

-Más el ojo se engaña doc.- dijo Cardona gesticulando la del ancho de basto.

-Basta de prolegómenos- interrumpió Malabia. La conversación prosiguió con sonetos primaverales, verdades inexorables, lamentaciones bipolares (del tipo ‘’yo sabía’’ o ‘’no

tenía ni la menor idea’’) y lavaje de retina, mucho lavaje de retina. Emilio había recurrido a su memoria para traer su desengaño. La memoria lo castigo una vez más.

-El dolor se había instalado en mi pecho desde algún tiem-po-dijo.-Yo le daba la libertad que me pedía a gritos con la mirada. Me equivoque.

-No me había dicho que su relación era estable?-dijo el doctor. -no me interrumpa, sepa que se ganó mi desconfianza a fuerza

de su silencio...y del mío-.Declaro Cardona. No se sabe bien por qué Malabia recordó un pequeño cuento.

Ella Salía con sus amigos, el no preguntaba. Ella pedía tiempo, el no preguntaba. Ella solía mentirle, el no preguntaba Ella se cansó, pidió que cortaran. El pregunto por qué?, ella recito este cuento. Los hechos volvían, cobraban vida. Estaban ahí, palpables.

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-Tiene dinero?-dijo un hombre en un bar. -El dinero no es problema- aplaco con desdén Cardona.-Usted

cumpla, yo pago.- -Deme un par de semanas entonces-culmino el hombre. -Hace cuánto de esta situación?- inquirió Malabia con cierta

malicia. Tenía una sospecha. -Hace un par de semanas- confirmo Cardona. El doctor se relamía en su triunfo.

-Buenas jefe- era el mismo bar quizás la misma hora. -si,si- replico Emilio.-Y?-. Con Solemnidad el detective privado prosiguió con un: “ella

le es infiel”, fue casi un susurro, pero asesto un terrible golpe en Cardona. -mire amigo el amor es un maldito concepto para gente como nosotros, es una porquería que nos lleva a la eterna injuria y al dolor sin mesura. Nos revela su amargura y nos convierte en seres mucho más desagradables de lo que somos en realidad-. Olvídese de ella.- intento tranquilizarlo el detective.

-Cállese, dígame...dígame quien es.-increpo Cardona. El detective volcó las fotos sobre la mesa del bar, dijo algo al

oído de Cardona, saludo con lastima y se fue sin cobrar un peso por su trabajo.

Malabia contenía la respiración. -El otro es usted-.

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IN-COMUNIDAD

Quiero decir una palabra y no me sale. Pienso ¿incómoda? No, no es. Sigo buscando. ¿Incomunicada? Tampoco. La tengo en la punta de la lengua. Ahí está: incomunidad. Ese es mi mayor miedo en estos días de encierro. Ese es mi ceño fruncido, mi búsqueda en un punto fijo, mi largo silencio.

Es de noche y solo se escuchan la lluvia y los mosquitos, que aún no nos dieron la tregua necesaria para salir y poner la cara al sol, ya sea en una ventana, en un balcón o en un patio verde, quien tuviera ese privilegio.

Privilegio, otra palabra que me ronda en estos días. No dejo de pensar en ella cada vez que leo un libro, tomo mate, me río, miro una película, como un alfajor, cocino un tuco. Privilegio de que vivamos cuatro personas en una casa con dos habitacio-nes; privilegio de tener suficiente comida; privilegio de poder quedarme en casa y seguir cobrando un sueldo. Privilegio de clase, en fin. Y entonces busco más palabras, más respuestas, o más preguntas.

¿Bajo qué paraguas están ahora les que no tienen casa para este encierro? ¿concilió el sueño quien hoy tampoco tuvo suerte con las changas? ¿en qué esquina están las mujeres y trans esperando a un prostituyente? ¿quiénes acuden a su encuentro? policías,

Anahí Huarte

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¿de qué conversan mientras caminan? ¿de qué tono es su risa en este 24 de marzo, mientras vigilan el encierro, el aislamiento, la incomunidad?

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ADRENALINA EN ALCOHOL

Lejos de romantizarla, porque de romántica no tiene nada salvo los besos de enamorados distantes a través de video llamadas ya que te regalo una luna de miel obligatoria después del segundo día, debo reconocer que la cuarentena nos hace descubrir pequeños detalles de la cotidianidad que (tal vez por obvios, reiterados o ele-gantemente eludidos) no dejan de constituir una parte importante de esta maravillosa experiencia denominada “vida”.

Pequeñas acciones, como la que acabo de realizar, unidas eslabón a eslabón, llegan a formar una cadena que, al final del día, consigue que el espejo nos devuelva una imagen menos desvalida, menos cruel, menos patética.

Consciente de ello, y aprovechando que el resto del personal continuaba disfrutando del extenso y apacible descanso del des-canso por lo que nadie podría discutirme el derecho ni la chance de ser héroe, levanté los bultos cuidadosamente apilados la noche anterior en el sitio más recóndito, oscuro e inverosímil (siempre dejando el freezer como opción final para nuevas operaciones encubiertas) con el fin de evitar interferencias indeseadas, y des-cubrí que, por más arriesgada que fuese la misión, era conveniente dividirla en la mayor cantidad de fases posibles. Lo que, después de balancear cuidadosamente riesgos y beneficios, decidí hacer.

Roberto Daniel Hepper

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La primera fue también la más sencilla, ya que nadie me podía impedir abandonar la trinchera para concretar ese arriesgado avance hasta alcanzar el objetivo ubicado, al menos desde el co-mienzo de las hostilidades, en tierra de nadie.

Lo hice disfrutando como nunca del aire de la mañana, quieto, puro y silencioso. Verme de pie en tierra enemiga poniendo el pecho a lo que venga bajo esas estrellas difusas por el amanecer cercano fue una especie de bálsamo para mi coraje herido, mori-bundo casi después de tantos días de repliegue obligado.

Pero faltaba lo mejor, ya que las fases siguientes producirían ese efecto anhelado por soldados, deportistas de riesgo y patas de lana: la liberación de torrentes de adrenalina capaces de arrasar, cual río desbordado, los temores y frustraciones acumulados a su orilla ya que, consciente de que todas las fuerzas de seguridad, orienta-das por los ojos vigías de la chusma con teléfono, podían caer en cualquier momento sobre mí, los siguientes viajes hasta el canasto de la basura fueron un verdadero reto.

Al fin, exhausto, con la satisfacción del deber cumplido y tras el baño de alcohol, me dediqué a contemplar la parejita de recién casados que, en el jardín de enfrente y demostrando una vez más la fragilidad del amor, entre insultos y amenazas, tironeaba de la única (pobres) bolsa que tenían para sacar.

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LA TEORÍA DEL CAOS

Hay un lugar en el paraíso que guarda las cosas que a nadie interesan. Tal es la cantidad de artículos, entre los que cuentan hombres y mujeres, que el creador pensó en mudar una parte al infierno, pero se encontró con que no eran lo suficientemente malos para merecerlo y era demasiado tarde para declarar peca-do a la banalidad. Esa segunda posibilidad hubiera hecho sencilla la solución. En un intento heroico de desprenderse de tanto trasto inútil ordenó al ángel encargado conservar un solo artícu-lo de cada especie y arrojar el resto al Limbo. Fue así que pronto dejaron de ocupar lugar las botellas sin tapa, artilugios para dejar de fumar, hierbas adelgazantes, políticos locuaces de barbas des-greñadas, jarrones de boca estrecha, pontificadores de verdades superfluas, confesionarios, mujeres vírgenes por decisión propia y un sinnúmero de variados efectos.

Del otro lado de la frontera, el maligno rugía su malestar por cuestiones parecidas. El infierno estaba atiborrado de pecadores y maldades que no eran tales, sino seres y cosas vacías incapaces de bondad, a saber: profetas de inofensivas sectas satánicas, a quienes aborrecía por estúpidos, vigorizantes que solo produ-cían ardor y escozor, escritores de libros de autoayuda, drogas blandas, políticos locuaces de cejas peinadas y pólizas de seguro

Héctor Massara

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contra robo e incendio, por solo nombrar algunas insípidas maldades. Pronto el Limbo colapsó ante la marejada de inútiles inmigrantes y el ángel cuidador (que por algo vivía en el Limbo), no tuvo mejor idea que abrir las puertas y dejar libre tránsito para el bien y el mal. No se sabe si fue casualidad, pero en esos tiempos para nada lejanos, matemáticos y físicos armados de intrincadas ecuaciones declararon que el universo es un caos.

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AGRIDULCE

Abro mi mochila. Miro en su interior y reviso. Saco el desodo-rante, el cepillo y la pasta de dientes, una pequeña toalla, un libro, una agendita pequeña con un lápiz, un muñequito caricaturista hecho de alambre, un duende de porcelana fría que toca una armónica, un cuadrito de cartón hecho por Franco, un dibujo hecho por Ciro, una carta del día del padre, y una pequeña foto impresa de mi familia que ya empieza a sentir el desgaste de su traslado en las puntas. Solo queda una bandera de Racing en el fondo de la mochila. Decido no sacarla. El “trapo”, vaya parado-ja, tiene la leyenda “Fiel a una ilusión”. Es una bandera vieja, ya bastante carcomida por tardes de sol y tantos años de compañía.

La tan querida tela me acompaña a cualquier sitio donde voy, viajando conmigo en esa mochila desde aquel mítico año 2001, pero no me hace falta en este momento. Lo demás si. Lo demás viene siendo una rutina en mis últimos tiempos.

Esos objetos, son los que saco para acomodarme de manera ya habitual en una nueva noche en la que permaneceré alojado en un hotel. Prolijamente y casi desconociendo mis anteriores 37 años de vida, acomodo todo con delicadeza y minuciosidad que desco-nozco que existía en mi persona. Cada objeto es palpado, contem-plado y acomodado casi quirúrgicamente para que todos estén a

Diego Murgia

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la vista de mis ojos en una despintada y vieja mesita de luz junto a la cama. Antes de apoyarlos, hago que acaricien mis mejillas mientras cierro los ojos. Como si de este modo pudiera sentir más profundamente lo que me dejan en el alma. Las huelo, y hasta las beso. Es impredecible el ser humano. ¿Quién pensaría que el tipo más despelotado del planeta hoy hiciera un ritual de 15 minutos para sacar cinco cachivaches y acomodarlos en una mesita?

Cuando termino de acomodar los objetos más preciados, que son estos que me traen historias y recuerdos, los miro. Los observo. Casi sin pestañear. No importa cuánto tiempo, no llevo la cuenta de eso. De hecho, ningún momento del día ha logra-do ser más importante que este. El final siempre es el mismo. Alguna gota gorda logra caer del rostro golpeándome en la mano o en otro lado, y ahí recién logro, al volver en mi, saborear en la comisura de los labios la huella de sal que dejó la lágrima al atravesar imperceptiblemente toda la cara hasta caer. Luego de la patética ceremonia, sonrío. De pronto me siento Tom Hanks en

“el náufrago” sobrevalorando de cariño a Wilson, una pelota de vóley a la que personifica para no estar tan sólo en el medio de la nada. No se si me creerán como uno logra empatizar a la perfec-ción con esa bizarra escena de la película cuando siente que no tiene más a nadie al lado suyo en este y en varios momentos. En la agendita, antes de ponerme de pie para ir hacia el baño, marco una rayita más en su última hoja. Voy marcándolas como si fuese un anotador en una partida de truco, armando cuadraditos con una línea diagonal en su interior. Lo hago de esta forma por si alguien ve casualmente la agenda y piensa que se trata solo de eso. Aunque en realidad camuflando mi vergüenza, cada rayita simboliza cada día que paso viviendo lejos de mi casa, y de mi familia. Intento repartir medianamente parejos los puntos entre los dos ficticios rivales, cosa que realmente parezca una partida pareja, aunque de a ratos puedo sentirme un preso contando con palitos su condena en la pared. Vuelvo a sonreír cuando noto

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que los dos tácitos jugadores acaban de entrar en las buenas. Úl-timamente vengo experimentando otros sabores en mis sonrisas. Aún debo trabajar más en poder explicarlo.

Como todo buen hombre que cree en la fuerza de voluntad, en su autoestima y en el valor que uno debe poner, me lavo agita-damente la cara mientras repito frases alentadoras ante el espejo. Como si se tratara de una irrisoria auto-arenga de un jugador de ping pong antes de jugar una final. En este nuevo mundo que uno vive, este tipo de escenas suelen darse seguido. Uno, actúa quizá inconscientemente aferrado al manual de la autoayuda, pero su sarcástico sentido común se burla de uno mismo en casi todo momento. Es una especie de consuelo, pienso, aún con-servar una cuota de humor aunque sea para conmigo mismo y así, poder burlarme al menos de las travesías que el ser humano realiza para engañarse a sí mismo e intentar convencerse de que va a salir airoso de todo esto. Lamentable pero divertido. Como las nuevas sonrisas.

Antes de salir del baño, le prometo al del otro lado del espejo que hoy si, que hoy va a mirar todo distinto y va a ponerse mejor. Intento que la sonrisa no aparezca, y trato de creerme que esta vez la serie de ejercicios practicados surgió efecto. Pienso con tono envalentonado y bromista las nuevas ventajas que cualquier nuevo soltero podría disfrutar, pero la realidad responde a tiempo dejando bien en claro que todas quedan truncas cuando se extraña algo demasiado. Vuelvo hacia la cama de una plaza. La habitación es una single. El presupuesto no permite mucho más. Pienso en mi nueva vida y de a ratos me siento un protagonista de una com-pungida comedia. Hasta imagino que podría ser en blanco y negro, y con una musiquita donde suene un clarinete. La cama cruje ante cada movimiento que uno haga. Las paredes tienen una especie de triste empapelado color pastel, totalmente deslucido. Hay un olor particular en la habitación que no logro descifrar. Seguramente sea la mezcla de varios olores. Hasta las sábanas tienen ese aroma

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a soledad que solo tienen las sábanas que no son de nadie. Unas alfombritas demasiado pisoteadas ya, acompañan el pie de la cama. Un ventilador de techo decora el paisaje al mirar hacia arriba. Cada asta del mismo tiene una porción de felpa decorada a lunares. Hasta en eso es berreta, puesto que solo 2 astas coinciden en 74 lunares, las otras una tiene 68 y la restante 65. Si, lo se. Se lo que se piensa y es verdad. Los he contado.

También he contado con pasos y en forma de pan y queso el tamaño de la diminuta habitación calculando 10 x 12 pies. O he intentado calcular cuántos cuadrados se pueden formar con los azulejos del baño; o he buscado formas de animales en las man-chas de humedad o pintura descascarada q dejan verse en una de las esquinas del techo.

Cuando dormir es imposible y solo hay lugar para el desaho-go, este tipo de pasatiempos son los que ayudan a que corran de algún modo los estáticos segundos. También lleva a preguntarse para qué paramos en un lugar para dormir, dónde sabemos que no iremos a pegar un ojo. Misterios de este nuevo oficio. A decir verdad este cubículo cerrado y un tanto deprimente donde cerrar los ojos a veces esperando no despertar, ha sido lo más parecido a un lugar propio en el último periodo, puesto que lo he visita-do ya más de algunas veces. En la pared que da a los pies de la cama hay un espejito y una especie de pequeño placard al que no le cierran sus puertas. Más de una noche de insomnio eterno he intentado buscar la manera de hacerlo cerrar, pero no lo he logrado. Otra cosa más para endosar a la lista de cosas sin lograr, pienso. Siempre mantiene una de sus puertas unos diez centí-metros abierta. Confieso haberme levantado más de una vez y abrirla de golpe a la espera de algo de frescura a tanto letargo, que al abrir sorpresivamente Mike Wazowski o algún monstruo de Monsters Inc me aparezca ahí parado, o que detrás de ese placard haya un atajo para aparecer repentinamente en Narnia, algo. Pero nada.

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Las absurdas comicidades siguen llenando los vacíos existen-ciales que quedan entre los ratos de llantos entre almohadas. No puedo hacer más que aprender a disfrutar de un agridulce sabor que se empieza a hacer constante. Ahora que lo pienso, me sien-to Narda Lepes de los chistes propios. He encontrado un buen sistema para ejecutar la burla. Divido mi personalidad en dos: uno es el que lucha con el sufrimiento de estos días intentando inverosímiles actividades; y el otro es el que lo ajusticia sarcásti-camente. De algún modo he comprobado que funciona. Mien-tras uno se siente torpe probando cosas que deberían ayudarle pero que sabe que al otro le dan gracia y vergüenza ajena, logra no claudicar en su empeño y sigue luchando mientras el otro agudiza su humor que de a poco va encontrando otros condi-mentos derivados de un oscuro sarcasmo hasta aquí desconocido.

Así va pasando esta nueva etapa, donde a veces y después de varias noches sin descanso, toca tomarse una pastilla para dormir y rendirse en ese cuarto de fondo de hotel de mala muerte. Lo cierto es que a esa piezucha ya le tengo aprecio de algún modo. Siempre intento encontrarla disponible. La única que esta solita al fondo. Además de estar más aisladas que las demás y es donde puedo hacer sonar sinfonías de tristezas en forma de llantos con aullidos sin alarmar a nadie, me sincero contando que me he hecho de una amiga. Ojo, no estoy hablando de una aventura. Aún no lo es. Pero sé que siempre que elija ese cuarto, tendré ahí cerquita siempre a Juana. Seguramente si no estaría tan solo y divorciado y sin lugar a donde ir, nunca me hubiese fijado en ella. Pero puedo decir abiertamente, que uno de las razones por las que elijo siempre ese cuarto, es porque se que contaré en algún momento con su compañía.

Juana es muy amable. Primero fue mui tímida. siempre. Ape-nas me veía o me sentía, se apresuraba para no cruzarnos o no mantener contacto. Creo que algo bueno de esto de estar triste y nostálgico, es que uno puede conectar sinceramente con otrxs.

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La cosa es que con el correr de los días Juana se fue abriendo, y fue dejándose ver más. Quizás intuyó tanta desolación, o quizás le di pena o vaya a saber qué, pero puedo decir que Juana se ha robado gran parte de mi atención en días donde no había lugar para poner atención en algo.

Uno nunca debe subestimar de donde pueden llegar a venir las compañías que nos van a hacer falta en los momentos menos pensados, así sea del lugar más recóndito y menos pensado. En los momentos en que no estoy tan quebrado, trato de hacer silencio para escuchar si ella anda cerca, si entra a la habitación de al lado, o si va a aparecer en breve.

Es de pocas palabras, pero me ha contado a su manera, que lleva buen tiempo allí. Está contenta porque también parte de su familia va a acompañarla en su vida diaria allí en el hotel. También algo le pasa, puedo intuirlo. Aunque no me lo cuente abiertamente, se siente perseguida y está preocupada porque la gente del hotel la maltrata en cierto punto.

Más que nada Gregorio, uno de los dueños del mismo, al que oyó ella misma lanzar un comentario totalmente despectivo y dirigido a su persona en pleno buffet mientras ella pasaba detrás suyo: “y que querés con estas KuKas de mierda, hay que rajarlas a todas al carajo de una vez”, dijo. No quise charlar sobre muchas cosas con Juana. Inclusive de política. No me sobra la energía para más que subsistir y reírme de cómo lo hago, pero intuyo que le debe ser una gran carga hablar del tema y más en ese ámbito donde entre patrones y empleados se oyen cosas de ese calibre.

Gregorio es un viejo canoso y despotricador serial que todas las mañanas parece leer los diarios en voz alta. Más allá de mi sana e inocente aventura, cada vez más cercana con Juana, me cuesta dormir mucho por las noches como ya dije. Intento bus-car alguna cosa nueva para hacer antes de entregarme al sueño. En el cajoncito de la mesa de luz siempre está la misma Biblia.

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Eso me ha llamado la atención. Una Biblia de bolsillo, tapa dura color azul. Ante mi propia sorpresa me he encontrado leyéndola más de una vez. De todos modos siempre terminó las noches del mismo modo. Trato de, antes de apagar el velador, observar cada uno de los objetos.

El muñequito del caricaturista hecho de alambre que me rega-ló mi ex mujer (como duele la extraña sensación de escribir ese duro vocablo de dos letras, tan frío y distante) que fue quien me dio el empujón final en mi oficio como dibujante, el duende ar-monicista, también regalo de ella entregado en unas vacaciones nuestras en Gesell, el primer libro de Sacheri que también me regaló, donde no dejo nunca de leer la dedicación que me escribe en su última hoja, el cuadrito de cartón pintado por Franquito y su interminable simpatía plasmando los colores primarios igual que plasma sus frases con su carácter de pequeño gran gigante, el dibujo de mi hermoso y dulce Ciro siempre imaginando, diva-gando y soñando más de lo debido igual que su padre. La carta que me hicieron para el día del padre, donde no puedo dejar de quebrarme en emoción, para terminar mirando la foto de todos nosotros, de mi familia, donde nos veo a todos sonrientes. En la foto, La mujer que elegí para mi vida tiene en brazos al pequeño Fran, y Ciro nos toma a sus padres abrazándonos del cuello con una sonrisa tan resplandeciente que contagia. Contemplo a cada uno deseando que estén bien y juntos, y diciéndoles alguna frase en voz alta como si estuviese loco, o como si algún hada pueda susurrarlas a sus oídos mientras duermen. Hasta que la pastilla me surge efecto, quedo mirándonos a los 4, y pensando en todo lo que no pude hacer para mantenernos juntos. Como duele. Más de una noche, duermo con el velador encendido, cosa que jamás hubiese hecho antes. ¿Tanto puede cambiar un ser huma-no? ¿Tanto puede hacerte ver un duro cachetazo en tan poco tiempo?

A Juana también le digo buenas noches mientras le enseño

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cada uno de mis tesoros que posan en la mesa de luz. Antes de dormirme, si aún está allí, le digo que mañana lo intentaré nuevamente. Que no tenemos que bajar los brazos, ni dejar de sonreír, aunque sea en modo agridulce, y que hoy puede andar tranquila por mi cuarto merodeando con sus antenas, que ya saqué la casita Yale que me recomendó la empleada de limpieza que no toque para poder atraparla a usted y a su familia. Buenas noches Juana, descanse señora cucaracha.

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RUMBO AL PARAÍSO

Yo veo lo que tus ojos no se animan a decirmeyo sientolo que vos, por miedo, no te animas a compartir.

No estés todo el tiempo a la defensivaya se me cada mínimo movimiento de tus juegos mentalesno te sirve de nada competir,con un egoísta de alta categoría.

Y si el tiempo te cansao te da la espaldael abrazo de papáno siempre va a estar,y la caricia de mamápara calmar tu alma,desaparecerá.

Te digo que crezcaspara enfrentar tu realidady solamente te dedicas

Mariano Matteucci

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a llorar una absurda mentiraque no te lleva a ningún lado.Te deja escondiday te muestra vulnerablea los ojos de la vida.

Así que amor,dame la manodeja el drama,mírame un rato.El destino lo tengo en mis dedos,en mis palmas,en mis manos.Lo sientoy lo anhelo.Tarde o tempranoeste avión tomará vuelo.

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Federico, despatarrado en el sofá, mira el celular con el ceño fruncido. Las cejas juntas conversan su preocupación. Estoy sentada en la mesa, casi a sus espaldas, en diagonal atrás, no sé si me explico. Espío su celu y sólo es un jueguito, una aplicación. Un topo que mueve unas rocas y debe bloquear túneles antes de que se lo coma una serpiente. Es lo que hace cuando no quieren hablar. Fija la vista en alguna aplicación. Veo que le lloran los ojos de tanto no parpadear su enojo.

Se los seca con la remera y sigue ahí adentro. Yo sólo quiero llegar hasta él. Tengo las uñas gastadas de arañar frustración. Sólo quiero alcanzarlo. Soy la serpiente. Y él me pone rocas en todos los posibles caminos. Ya intenté la voz suave y la furia. El restaurante romántico y la cocina. Pero todos los túneles de ac-ceso están tapados. Puedo escucharlo, si él quisiera hablar, y me está permitido comentar, sin opinar demasiado, de lo que él elija contarme. También se me permite criticar a mi familia. Hasta hace poco podíamos charlar de sueños compartidos, pero ahora hay una piedra en ese túnel.

Hilaria, su hermana, me dice que Fede es así, pero que es bueno. Yo ya sé que Fede es así. Que todos los hombres “son así”. Una horda de analfabetos emocionales. Y?. Qué puedo hacer?. Tampoco

Gonzálo Mazar

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me voy a ir a dar besos en tetas a la plaza Congreso con las aborte-ras verdes. Además me queda lejísimos el Congreso. Qué sé yo.

Pero Federico no habla. Yo tampoco quiero cansarte con-tándote todo como esas mujeres que hablan hablan y se quejan. Yo no soy de esas. Pero la verdad quisiera poder charlar con él, como al principio.

Pero las rocas van tapando los caminos de la cueva.Va quedando también poca plata de los ahorros. Nos los comi-

mos. Él cree que no lo sé. Que nunca miro los extractos. Mirá si no voy a mirar si es la guita que recibí cuando murió papá. Un puchito, eh, no te creas. Y no es que desconfíe ni nada. Era, que se yo. Como mirar fotos de lo que me dejó el viejo. Y al princi-pio bueno, que el carburador se cagó, y el auto lo necesito para el laburo. No era que yo preguntara ni pidiera cuentas, eh?. Pero al menos, por culpa, o que se yo, me decía. Después a mayores retiros menos palabras. Y así hasta este silencio en diagonal. Yo quisiera que me cuente. De su preocupación. De su seño frunci-do. Capaz en un rato. La batería del celular también se está aca-bando. Tal vez Federico gire. No. No va a pasar. Veo la puntita blanca del cargador asomando, siempre listo, del bolsillo de su pantalón. Federico no me hablara. Ni yo a él.

Tal vez no somos tan diferentes. Tal vez yo, con mis limitadas po-sibilidades, con mis propios analfabetismos, intenté, fallé, y me rindo. Tal vez él, con menos posibilidades todavía (Hay que decir que en su casa tampoco se charlaba mucho, la verdad), a su manera, también intentó, falló y se rindió . Lo que yo no voy a hacer es quedarme mirando el celular. Ya probé y no es lo mío. Y la tele ahora no me distrae, antes si, ahora parece que todas ahí me hablan a mi. Basta.

Me levanto. Acerco la silla a la mesa. Paso tras el sofá y me de-tengo. Le beso la cabeza. Huelo su pelo. Voy a salir, pero no puedo. Cuando abro la puerta una gigantesca roca tapa esta salida. Inamo-vible. Tal vez, juntos, lograríamos empujarla. Queda poco oxígeno.

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BATIDO

Las poblaciones de pájaros se han reducido, según una red de observadores científicos y aficionados. En mi patio, colgados de un árbol, tengo cuatro bebederos para colibríes, abejas vienen y también hormigas, me maravilla verlos volar, escuchar sus zum-bidos, jugar entre ellos, a veces se posan en el tender muy cerca de mi. Hace cinco años que me vienen a visitar, y según por lo que he leído, ellos reconocen el camino. Nuestra cosmovisión indígena nos enseña, que son las almas de los que ya no están, que nos vienen a visitar y decir que se encuentran bien. Son cua-tro y todos diferentes, vienen muy temprano por la mañana, lue-go regresan a la siesta y por la tarde. Si bien mi patio es chiquito también tiro miguitas para los gorriones, y sabe aparecer alguna que otra “ratita”, nombre vulgar por estos pagos, pájaro chiquito, marrón de piquito fino, parecido a las aves de los cuentos infan-tiles, muy bellos. Siempre al caer la tarde me siento a observarlos, de pronto y en ese momento, escucho en el aire un batido de alas, fuerte, preciso. Miles de pájaros pasan por el cielo, no muy lejos de mi lugar. Con la misma frecuencia. No siento que esto haya disminuido, pareciera en este tiempo disfrutaran de la ausencia nuestra. Solo percibo que las aves hablan con su vuelo ¿será?

Marisa Kleiber

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DÍA 12

Como atada por una cadena gris de domingos que dudo estén compuestos por solo 24 horas, me despierto una vez más en mi casa. Raskolnikov ronca a mi lado exhausto de tanto descanso. A mi me duele la cabeza de tanto soñar con el pasado, el contexto de cuarentena me imposibilita crear nuevos contenidos.

No voy a mentir, esta es mi primera cuarentena oficial pero de hecho soy experta en cuarentenas autoimpuestas por dolores en el pecho, enfermedades respiratorias y alguna que otra crisis existencial. Esta vez hay un policía en cada esquina, un virus que da vueltas en los besos y en los picaportes, pero el resto es todo bastante similar.

Las cavilaciones que me atormentan no dejan de ser bastante personales, fue Byung-Chul Han el que dijo -una vez más- que todo esto solo profundiza nuestro individualismo latente. Pero esta no te la doy Byung-Chul, tengo un momento exacto dedica-do a entristecerme por todos los demás y lo que menos deseo es exaltar esta individualidad. La soledad, la que no es elegida, no es más que una manifestación de la falta de todos-los-otros, del deseo imperante de reconocer alguna cara o de amenizar el pa-seo inevitable por el mundo con alguien que, por lo menos, nos converse o nos desafíe.

Yani Guiñazú

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En todas las cuarentenas de mi vida comprobé que el tiempo es solo tiempo, que las cosas que más se disfrutan dificilmente se miden en días: “Era lunes aquélla mañana de invierno en que me desperté y mi amado, con mucho esfuerzo, me había preparado un gran desayuno con café y frutas, con mate y tostadas prepara-das por él”. Jamás recordaré si fue lunes, solo me quedó el sabor del amor y del café.

El tiempo siempre es finito, a veces a la gente se le olvida.También he comprobado que no hay que resignar ningún pa-

seo que se escurra entre deberes y obligaciones, que toda vuelta a la laguna, o a-donde-sea, tiene que ser bienvenida porque más que eso es necesaria. Hoy no puedo salir sin recibir algún escarmiento, otras veces no pude salir porque mi cuerpo no res-pondía a mis deseos, y encerrada en una prisión de piel y huesos, le entregaba todo mi tiempo al encontrar la llave, o al menos descubrir la cerradura.

Genera mucho más dolor no permitirse vivir la humanidad en todos sus aspectos que enfrentarse al devenir que de manera inevitable nos envuelve hasta la única posibilidad posible, hasta la muerte.

No hay controles. Amigas brujas astrólogas confiarán toda la magia al universo y los hilos del mundo a sus intenciones, a las concienzudas atracciones, yo me limito a seguir los caminos que se abren y no los se cierran delante de mi. Aunque a veces si, pero reniego poco de mi humanidad.

No hay recetas para sobrevivir las cuarentenas, de la misma manera en que no hay recetas para existir.

El encierro también puede ser una sensación.

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Les voy a contar este relato en primera persona, al principio me lo tome como creo la mayoria, muy relajada, pensaba yo no viaje al exterior ni estoy enferma y no tengo a nadie cercano que alla viajado asi que salia hacer mandados y a la facultad que lle-gue a tener una clase, porque esto paso en la primer semana, crei que todo lo que decian del cuidado era muy extremista, no lo del lavado de manos obvio, pero si el de bañarse cuando venis de andar en la calle y lo del calzado por ejemplo. Es más pensaba en viajar a Trenel, total estaba cerca y ninguno enfermo, la familia donde íbamos tampoco , ¿asique que podría pasar?

Hasta que se puso un poco peor la cosa y me empecé a preo-cupar, me quede en casa no sali mas, y las horas y días se hacen largos( aunque limpiaba, cocinaba, havo las tareas y tiktok, jaja), yo gracias al universo no estoy sola( porque no me gusta y no lo elijo) pero pasar estos dias sola/o/e no debe ser nada facil, somos 5 en la casa( también la connivencia no es facil, no se crean) pero almenos podemos interactuar, hablar,improvisar, jugar algun juego abrazarnos cuando lo necesitamos, porque si en estos dias, eh pasado de todo, un poco de llanto, risa y extañar mucho, a amigas/os/es a mis hermanos/a , mis sobrinas/o a mi madre y padre ( a muches).

Biby Palacios

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Estoy esperanzada a que todo esto se va a terminar ( aunque falta) y ese dia, creo que lo primero que voy hacer es salir a buscar abrazos porque es lo que extraño aunque mi señora esta conmigo y nos amamos, es lo mejor de esta cuarentena el poder pasarla con ella y mimarnos mucho, soy muy feliz y deseo de corazón que todas/os /es podamos transcurrirla de la misma ma-nera. Abrazos por el momento a la distancia....

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A LA NOCHE

A la noche volvió a sentirse mal y el silencio de la habitación le pareció todavía más espeso.

Allí estaban el vaso de agua, las pastillas, la furia y el calor sofo-cante. El zumbido en sus oídos era interminable.

Sintió un ahogo en su garganta que no le permitió decir pa-labra a nadie. Había estrujado su alma apesadumbrada, entre la penumbra oprimente de deseos.

Los almohadones le habían producido alergia y las sábanas trenzadas sujetaban la cabeza desfallecida que miraba el cielorra-so, con una mirada antigua de rostros pasados.

La piel cálida se ponía cambiante de color a medida que el reloj apuraba el minutero final, otorgándole un matiz cinematográfi-co en escenas de claroscuros, ante la espera del día.

Aquella noche, simplemente aquella, de sábanas rotas y esper-ma ardiente.

Sus manos estaban petrificadas, como si estuviesen apretando firmemente una pinza para aflojar algún elemento no humano, sujeción de tempestades derrochadas. Sus piernas se encon-traban en un ángulo inferior a los 60º grados, con una de sus rodillas apretando firmemente la frazada que colgaba desde una punta de la cama en diagonal hacia los dibujos del piso de cerá-

Ariel Roberto Dietz

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mica para rematar en dirección a la silla lustrosa de color café.Su boca seca y jadeante de babas furiosas que permanecía en-

treabierta balbuceaba sonidos incomprensibles y el torso muscu-larmente tenso abrigaba un corazón de últimas palpitaciones.

Cuan estatua marmolesca revestida en piel su figura se detuvo unos segundos atravesando el espacio del tiempo eterno apre-tando la flacidez mortal del otro ser.

No sentí el roce de la piel blanquecina que gelatinosamente se le escapaba de su vida.

El vaso de agua, el ataque de furia, las pastillas. Despertó del sueño cuando una voz firme dijo:- Pase señor- Y sus ojos vieron el rostro de un desconocido.Allí supo; había dado muerte a sus sueños, a su alma y a su

esposa.

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Estamos todos en casabien dormidos y panza llena,se repiten las escenasya no aguanto a mi mujer,ella mi quiso correrme salvó la cuarentena.

Me la paso caminando de la pieza a la cocina,ya parezco una gallinasiempre quiero caminar,me he cansado de esperarpero el día no termina.

En las redes navegandotodo el día me enredado,ya la tele me ha cansadoasustando con los casos,y yo cuento hasta los pasosque en las noches he caminado.

Ariel Hugo Vázquez

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500 mates he tomado,mil veces abrí la heladera,doble almuerzo, doble cena,vuelvo a comer otra vez,si no me mata el estrésme voy a morir de pena.

A pesar de mi pacienciaéstos chicos me han hartado,en el día no han paradode correr por los pasillo,ya no se los cigarrillosque en éste tiempo me he fumado.

Cuántas cosas he descubiertocon el tiempo de éste encierro,no hay velorios, no hay entierrosaunque muchos me han contadoque en las casa se han peleadolas parejas como perros.

Pero deben disfrutarde éstas cosas tan sencillas,a ésta triste pesadillahay que vencerla encerrados,y es mejor acompañadosdel amor de la familia.

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Hace un tiempo quizás un años o dos, pase por Oltra un pue-blito de por allá por la Rioja calor muchisimo calor, casi el medio día, pare un rato en frente una obraje maderero y me cruce bus-cando una charla y con el pretexto de tomar unas fotos “si dice el patrón tome las que quiera, que lo vea lindo la gente de la ciudad” por estos lados una rara maldición hace que la gente piensa que

“si sos viajero sos porteño”...Algunas fotos y me acerque a un toldo, el patrón algunos hom-

bres y varias mujeres, apreté sus manos rusticas curtidas lastima-das por la leña (recordé la manos de mi Tio Lalo)

Nos reímos un rato les conté el cuento de la caca de Pescetti, se reían como chicos con sus bocas sin dientes “de nuevo por favor” dijo uno, lo volví a contar y se volvieron a reír....

Fui hasta la moto saque un pan cacero un pedazo de fiambre y una botella de vino, sentí con toda mi alma que ese era el lugar para compartirla.

Hablamos de la vida, del trabajo con el hacha, del campo y de la ciudad, ellos hablaron yo solo podía escuchar no me alcanzaba el cuerpo para escuchar...

El, estaba sentado en el piso casi no había hablado, tomo un trago de vino, me miro y dijo:” ¿sabe que amigo? lo único que

Walter Santiago Sacaba

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le envidio a la gente de la ciudad es que pueden morir cerca de su gente, a nosotros acá a nuestros viejos los llevan a la ciudad a morir lejos y solos, y yo yo no quiero eso, yo quiere que me familia me cierre los ojos, antes hace mucho nuestros familiares morían en la casa en su propia cama y morir solo es algo que no esta bien amigo, eso no esta bien”....

Estos días miro el techo sobre mi cama y pienso: que valor que sencillez para vivir y para morir, cuanta sabiduría en lo simple. Viaje miles de kilómetros cruce selvas ríos increíbles cuatro o cinco veces la cordillera, estuve en un tiroteo en la selva Zapatis-ta, varias veces vi la muerte ahí cerquita y hoy estoy aquí en mi casa mientras la muerte pasea por las calles tal vez buscando una cama donde dormir...

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ÍNDICE

ENOJADO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1

LLEGÓ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3

PROMESAS DE CUARENTENA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5

EL MIEDO AL VIRUS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

PRESAGIO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

EL DIARIO DE DONALD . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17

LA CUARENTENA DE TEO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19

¡QUEDATE EN CASA! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21

HABITAR EL AISLAMIENTO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .23

V1RU5. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .25

LA IMPOSIBILIDAD DEL BESO. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31

BAR FERNÁNDEZ. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .37

SIEMPRE... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .39

POSTAL DE MARZO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41

LA PROMESA DE LA TIERRA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .47

NEGRITO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .49

¡AHÍ VIENE EL ABUELO! ¡AHÍ VIENE EL ABUELO!. . . . . . . . . . . . . . 53

MADRUGADA (TIEMPO DE CUARENTENA Y DISTANCIAS). . . 57

ME VIGILAN EN LA OSCURIDAD . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59

2016 DIXIT RESPONSO DEUM . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65

CUANDO UNO NO SABE QUÉ HACER . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .67

MIEDO AL MIEDO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71

FOSA HOGAREÑA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .73

SOBREVIVIENTES. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .75

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DESPEDIDAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .79

REVIVRE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81

SOLEDAD . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .83

LA CANCHA DE PELOTA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .85

CUAREN…QUE ? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .87

ENTRE NADA Y CERO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .89

HITOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .93

AQUÍ DENTRO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .95

¿QUÉ SERÁ?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101

SUEÑO DE CUARENTENA. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .103

LA VENTANA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .105

LA MARIPOSA Y EL COLIBRÍ. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .107

SILENCIANDO VOCES… . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .109

LA NOCHE DE ÉREBO. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111

LA NATURALEZA ES ASÍ. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113

UNA RECIBIDA INUSUAL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115

DESGRACIA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117

LA OBSESIÓN DE EMILIO CARDONA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119

IN-COMUNIDAD . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .123

ADRENALINA EN ALCOHOL. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125

LA TEORÍA DEL CAOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .127

AGRIDULCE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .129

RUMBO AL PARAÍSO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .137

BATIDO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141

DÍA 12 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .143

A LA NOCHE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .147

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