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EL TÚNEL 1948 ERNESTO SABATO Copia privada para fines exclusivamente educacionales Prohibida su venta Fuente: Texto convertido a partir de edición digital de Moro para Epublibre.org PERRERAC

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El tnel

EL TNEL1948ERNESTO SABATOCopia privada para fines exclusivamente educacionalesProhibida su ventaFuente: Texto convertido a partir de edicin digital de Moro para Epublibre.org

en todo caso, haba un solo tnel, oscuro y solitario: el mo.

A la amistad de Rogelio Frigerioque ha resistido todas las asperezas y vicisitudes de las ideas.

I

BASTAR decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mat a Mara Iribarne; supongo que el proceso est en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona.

Aunque ni el diablo sabe qu es lo que ha de recordar la gente, ni por qu. En realidad, siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que quiz sea una forma de defensa de la especie humana. La frase todo tiempo pasado fue mejor no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que felizmente la gente las echa en el olvido. Desde luego, semejante frase no tiene validez universal; yo, por ejemplo, me caracterizo por recordar preferentemente los hechos malos y, as, casi podra decir que todo tiempo pasado fue peor, si no fuera porque el presente me parece tan horrible como el pasado; recuerdo tantas calamidades, tantos rostros cnicos y crueles, tantas malas acciones, que la memoria es para m como la temerosa luz que alumbra un srdido museo de la vergenza. Cuntas veces he quedado aplastado durante horas, en un rincn oscuro del taller, despus de leer una noticia en la seccin policial! Pero la verdad es que no siempre lo ms vergonzoso de la raza humana aparece all; hasta cierto punto, los criminales son gente ms limpia, ms inofensiva; esta afirmacin no la hago porque yo mismo haya matado a un ser humano: es una honesta y profunda conviccin. Un individuo es pernicioso? Pues se lo liquida y se acab. Eso es lo que yo llamo una buena accin. Piensen cunto peor es para la sociedad que ese individuo siga destilando su veneno y que en vez de eliminarlo se quiera contrarrestar su accin recurriendo a annimos, maledicencia y otras bajezas semejantes. En lo que a m se refiere, debo confesar que ahora lamento no haber aprovechado mejor el tiempo de mi libertad, liquidando a seis o siete tipos que conozco.

Que el mundo es horrible, es una verdad que no necesita demostracin. Bastara un hecho para probarlo, en todo caso: en un campo de concentracin un ex pianista se quej de hambre y entonces lo obligaron a comerse una rata, pero viva.

No es de eso, sin embargo, de lo que quiero hablar ahora; ya dir ms adelante, si hay ocasin, algo ms sobre este asunto de la rata.

II

COMO DECA, me llamo Juan Pablo Castel. Podrn preguntarse qu me mueve a escribir la historia de mi crimen (no s si ya dije que voy a relatar mi crimen) y, sobre todo, a buscar un editor. Conozco bastante bien el alma humana para prever que pensarn en la vanidad. Piensen lo que quieran: me importa un bledo; hace rato que me importan un bledo la opinin y la justicia de los hombres. Supongan, pues, que publico esta historia por vanidad. Al fin de cuentas estoy hecho de carne, huesos, pelo y uas como cualquier otro hombre y me parecera muy injusto que exigiesen de m, precisamente de m, cualidades especiales; uno se cree a veces un superhombre, hasta que advierte que tambin es mezquino, sucio y prfido. De la vanidad no digo nada: creo que nadie est desprovisto de este notable motor del Progreso Humano. Me hacen rer esos seores que salen con la modestia de Einstein o gente por el estilo; respuesta: es fcil ser modesto cuando se es clebre; quiero decir parecer modesto. Aun cuando se imagina que no existe en absoluto, se la descubre de pronto en su forma ms sutil: la vanidad de la modestia. Cuntas veces tropezamos con esa clase de individuos! Hasta un hombre, real o simblico, como Cristo, pronunci palabras sugeridas por la vanidad o al menos por la soberbia. Qu decir de Len Bloy, que se defenda de la acusacin de soberbia argumentando que se haba pasado la vida sirviendo a individuos que no le llegaban a las rodillas?

La vanidad se encuentra en los lugares ms inesperados: al lado de la bondad, de la abnegacin, de la generosidad. Cuando yo era chico y me desesperaba ante la idea de que mi madre deba morirse un da (con los aos se llega a saber que la muerte no slo es soportable sino hasta reconfortante), no imaginaba que mi madre pudiese tener defectos. Ahora que no existe, debo decir que fue tan buena como puede llegar a serlo un ser humano. Pero recuerdo, en sus ltimos aos, cuando yo era un hombre, cmo al comienzo me dola descubrir debajo de sus mejores acciones un sutilsimo ingrediente de vanidad o de orgullo. Algo mucho ms demostrativo me sucedi a m mismo cuando la operaron de cncer. Para llegar a tiempo tuve que viajar dos das enteros sin dormir. Cuando llegu al lado de su cama, su rostro de cadver logr sonrerme levemente, con ternura, y murmur unas palabras para compadecerme (ella se compadeca de mi cansancio!). Y yo sent dentro de m, oscuramente, el vanidoso orgullo de haber acudido tan pronto. Confieso este secreto para que vean hasta qu punto no me creo mejor que los dems.

Sin embargo, no relato esta historia por vanidad. Quiz estara dispuesto a aceptar que hay algo de orgullo o de soberbia. Pero por qu esa mana de querer encontrar explicacin a todos los actos de la vida?

Cuando comenc este relato estaba firmemente decidido a no dar explicaciones de ninguna especie. Tena ganas de contar la historia de mi crimen, y se acab, al que no le gustara, que no la leyese. Aunque no lo creo, porque precisamente esa gente que siempre anda detrs de las explicaciones es la ms curiosa y pienso que ninguno de ellos se perder la oportunidad de leer la historia de un crimen hasta el final.

Podra reservarme los motivos que me movieron a escribir estas pginas de confesin; pero como no tengo inters en pasar por excntrico, dir la verdad, que de todos modos es bastante simple, pens que podran ser ledas por mucha gente, ya que ahora soy clebre; y aunque no me hago muchas ilusiones acerca de la humanidad en general y de los lectores de estas pginas en particular, me anima la dbil esperanza de que alguna persona llegue a entenderme. AUNQUE SEA UNA SOLA PERSONA.

Por qu se podr preguntar alguien apenas una dbil esperanza si el manuscrito ha de ser ledo por tantas personas? ste es el gnero de preguntas que considero intiles, y no obstante hay que preverlas, porque la gente hace constantemente preguntas intiles, preguntas que el anlisis ms superficial revela innecesarias. Puedo hablar hasta el cansancio y a gritos delante de una asamblea de cien mil rusos, nadie me entendera. Se dan cuenta de lo que quiero decir?

Existi una persona que podra entenderme. Pero fue, precisamente, la persona que mat.

III

TODOS saben que mat a Mara Iribarne Hunter. Pero nadie sabe cmo la conoc, qu relaciones hubo exactamente entre nosotros y cmo fui hacindome a la idea de matarla. Tratar de relatar todo imparcialmente porque, aunque sufr mucho por su culpa, no tengo la necia pretensin de ser perfecto.

En el Saln de Primavera de 1946 present un cuadro llamado Maternidad. Era por el estilo de muchos otros anteriores: como dicen los crticos en su insoportable dialecto, era slido, estaba bien arquitecturado. Tena, en fin, los atributos que esos charlatanes encontraban siempre en mis telas, incluyendo cierta cosa profundamente intelectual. Pero arriba, a la izquierda, a travs de una ventanita, se vea una escena pequea y remota: una playa solitaria y una mujer que miraba el mar. Era una mujer que miraba como esperando algo, quiz algn llamado apagado y distante. La escena sugera, en mi opinin, una soledad ansiosa y absoluta.

Nadie se fij en esta escena; pasaban la mirada por encima, como por algo secundario, probablemente decorativo. Con excepcin de una sola persona, nadie pareci comprender que esa escena constitua algo esencial. Fue el da de la inauguracin. Una muchacha desconocida estuvo mucho tiempo delante de mi cuadro sin dar importancia, en apariencia, a la gran mujer en primer plano, la mujer que miraba jugar al nio. En cambio, mir fijamente la escena de la ventana y mientras lo haca tuve la seguridad de que estaba aislada del mundo entero; no vio ni oy a la gente que pasaba o se detena frente a mi tela.

La observ todo el tiempo con ansiedad. Despus desapareci en la multitud, mientras yo vacilaba entre un miedo invencible y un angustioso deseo de llamarla. Miedo de qu? Quiz, algo as como miedo de jugar todo el dinero de que se dispone en la vida a un solo nmero. Sin embargo, cuando desapareci, me sent irritado, infeliz, pensando que podra no verla ms, perdida entre los millones de habitantes annimos de Buenos Aires.

Esa noche volv a casa nervioso, descontento, triste.

Hasta que se clausur el saln, fui todos los das y me colocaba suficientemente cerca para reconocer a las personas que se detenan frente a mi cuadro. Pero no volvi a aparecer.

Durante los meses que siguieron, slo pens en ella, en la posibilidad de volver a verla. Y, en cierto modo, slo pint para ella. Fue como si la pequea escena de la ventana empezara a crecer y a invadir toda la tela y toda mi obra.

IV

UNA TARDE, por fin, la vi por la calle. Caminaba por la otra vereda, en forma resuelta, como quien tiene que llegar a un lugar definido a una hora definida.

La reconoc inmediatamente; podra haberla reconocido en medio de una multitud. Sent una indescriptible emocin. Pens tanto en ella, durante esos meses, imagin tantas cosas, que al verla, no supe qu hacer.

La verdad es que muchas veces haba pensado y planeado minuciosamente mi actitud en caso de encontrarla. Creo haber dicho que soy muy tmido; por eso haba pensado y repensado un probable encuentro y la forma de aprovecharlo. La dificultad mayor con que siempre tropezaba en esos encuentros imaginarios era la forma de entrar en conversacin. Conozco muchos hombres que no tienen dificultad en establecer conversacin con una mujer desconocida. Confieso que en un tiempo les tuve mucha envidia, pues, aunque nunca fui mujeriego, o precisamente por no haberlo sido, en dos o tres oportunidades lament no poder comunicarme con una mujer, en esos pocos casos en que parece imposible resignarse a la idea de que ser para siempre ajena a nuestra vida. Desgraciadamente, estuve condenado a permanecer ajeno a la vida de cualquier mujer.

En esos encuentros imaginarios haba analizado diferentes posibilidades. Conozco mi naturaleza y s que las situaciones imprevistas y repentinas me hacen perder todo sentido, a fuerza de atolondramiento y de timidez. Haba preparado, pues, algunas variantes que eran lgicas o por lo menos posibles. (No es lgico que un amigo ntimo le mande a uno un annimo insultante, pero todos sabemos que es posible.)

La muchacha, por lo visto, sola ir a salones de pintura. En caso de encontrarla en uno, me pondra a su lado y no resultara demasiado complicado entrar en conversacin a propsito de algunos de los cuadros expuestos.

Despus de examinar en detalle esta posibilidad, la abandon. Yo nunca iba a salones de pintura. Puede parecer muy extraa esta actitud en un pintor, pero en realidad tiene explicacin y tengo la certeza de que si me decidiese a darla todo el mundo me dara la razn. Bueno, quiz exagero al decir todo el mundo. No, seguramente exagero. La experiencia me ha demostrado que lo que a m me parece claro y evidente casi nunca lo es para el resto de mis semejantes. Estoy tan quemado que ahora vacilo mil veces antes de ponerme a justificar o a explicar una actitud ma y, casi siempre, termino por encerrarme en m mismo y no abrir la boca. Esa ha sido justamente la causa de que no me haya decidido hasta hoy a hacer el relato de mi crimen. Tampoco s, en este momento, si valdr la pena que explique en detalle este rasgo mo referente a los salones, pero temo que, si no lo explico, crean que es una mera mana, cuando en verdad obedece a razones muy profundas.

Realmente, en este caso hay ms de una razn. Dir antes que nada, que detesto los grupos, las sectas, las cofradas, los gremios y en general esos conjuntos de bichos que se renen por razones de profesin, de gusto o de mana semejante. Esos conglomerados tienen una cantidad de atributos grotescos, la repeticin del tipo, la jerga, la vanidad de creerse superiores al resto.

Observo que se est complicando el problema, pero no veo la manera de simplificarlo. Por otra parte, el que quiera dejar de leer esta narracin en este punto no tiene ms que hacerlo; de una vez por todas le hago saber que cuenta con mi permiso ms absoluto.

Qu quiero decir con eso de repeticin del tipo? Habrn observado qu desagradable es encontrarse con alguien que a cada instante guia un ojo o tuerce la boca. Pero, imaginan a todos esos individuos reunidos en un club? No hay necesidad de llegar a esos extremos, sin embargo, basta observar las familias numerosas, donde se repiten ciertos rasgos, ciertos gestos, ciertas entonaciones de voz. Me ha sucedido estar enamorado de una mujer (annimamente, claro) y huir espantado ante la posibilidad de conocer a las hermanas. Me haba pasado ya algo horrendo en otra oportunidad: encontr rasgos muy interesantes en una mujer, pero al conocer a una hermana qued deprimido y avergonzado por mucho tiempo, los mismos rasgos que en aquella me haban parecido admirables aparecan acentuados y deformados en la hermana, un poco caricaturizados. Y esa especie de visin deformada de la primera mujer en su hermana me produjo, adems de esa sensacin, un sentimiento de vergenza, como si en parte yo fuera culpable de la luz levemente ridcula que la hermana echaba sobre la mujer que tanto haba admirado.

Quiz cosas as me pasen por ser pintor, porque he notado que la gente no da importancia a estas deformaciones de familia. Debo agregar que algo parecido me sucede con esos pintores que imitan a un gran maestro, como por ejemplo esos malhadados infelices que pintan a la manera de Picasso.

Despus, est el asunto de la jerga, otra de las caractersticas que menos soporto. Basta examinar cualquiera de los ejemplos: el psicoanlisis, el comunismo, el fascismo, el periodismo. No tengo preferencias; todos me son repugnantes. Tomo el ejemplo que se me ocurre en este momento: el psicoanlisis. El doctor Prato tiene mucho talento y lo crea un verdadero amigo, hasta tal punto que sufr un terrible desengao cuando todos empezaron a perseguirme y l se uni a esa gentuza; pero dejemos esto. Un da, apenas llegu al consultorio, Prato me dijo que deba salir y me invit a ir con l:

A dnde? le pregunt.

A un cctel de la Sociedad respondi.

De qu Sociedad? pregunt con oculta irona, pues me revienta esa forma de emplear el artculo determinado que tienen todos ellos, la Sociedad, por la Sociedad Psicoanaltica; el Partido, por el Partido Comunista, la Sptima, por la Sptima Sinfona de Beethoven.

Me mir extraado, pero yo sostuve su mirada con ingenuidad.

La Sociedad Psicoanaltica, hombre respondi mirndome con esos ojos penetrantes que los freudianos creen obligatorios en su profesin, y como si tambin se preguntara: qu otra chifladura le est empezando a este tipo?

Record haber ledo algo sobre una reunin o congreso presidido por un doctor Bernard o Bertrand. Con la conviccin de que no poda ser eso, le pregunt si era eso. Me mir con una sonrisa despectiva.

Son unos charlatanes coment. La nica sociedad psicoanaltica reconocida internacionalmente es la nuestra.

Volvi a entrar en su escritorio, busc en un cajn y finalmente me mostr una carta en ingls. La mir por cortesa.

No s ingls expliqu.

Es una carta de Chicago. Nos acredita como la nica sociedad de psicoanlisis en la Argentina.

Puse cara de admiracin y profundo respeto.

Luego salimos y fuimos en automvil hasta el local. Haba una cantidad de gente. A algunos los conoca de nombre, como al doctor Goldenberg, que ltimamente haba tenido mucho renombre a raz de haber intentado curar a una mujer los metieron a los dos en el manicomio. Acababa de salir. Lo mir atentamente, pero no me pareci peor que los dems, hasta me pareci ms calmo, tal vez como resultado del encierro. Me elogi los cuadros de tal manera que comprend que los detestaba.

Todo era tan elegante que sent vergenza por mi traje viejo y mis rodilleras. Y sin embargo, la sensacin de grotesco que experimentaba no era exactamente por eso sino por algo que no terminaba de definir. Culmin cuando una chica muy fina, mientras me ofreca unos sandwiches, comentaba con un seor no s qu problema de masoquismo anal. Es probable, pues, que aquella sensacin resultase de la diferencia de potencial entre los muebles modernos, limpsimos, funcionales, y damas y caballeros tan aseados emitiendo palabras gnito-urinarias.

Quise buscar refugio en algn rincn, pero result imposible. El departamento estaba atestado de gente idntica que deca permanentemente la misma cosa. Escap entonces a la calle. Al encontrarme con personas habituales (un vendedor de diarios, un chico, un chfer), me pareci de pronto fantstico que en un departamento hubiera aquel amontonamiento.

Sin embargo, de todos los conglomerados detesto particularmente el de los pintores. En parte, naturalmente, porque es el que ms conozco y ya se sabe que uno puede detestar con mayor razn lo que se conoce a fondo. Pero tengo otra razn: LOS CRTICOS. Es una plaga que nunca pude entender. Si yo fuera un gran cirujano y un seor que jams ha manejado un bistur, ni es mdico ni ha entablillado la pata de un gato, viniera a explicarme los errores de mi operacin, qu se pensara? Lo mismo pasa con la pintura. Lo singular es que la gente no advierte que es lo mismo y aunque se ra de las pretensiones del crtico de ciruga, escucha con un increble respeto a esos charlatanes. Se podra escuchar con cierto respeto los juicios de un crtico que alguna vez haya pintado, aunque ms no fuera que telas mediocres. Pero aun en ese caso sera absurdo, pues cmo puede encontrarse razonable que un pintor mediocre d consejos a uno bueno?

Me he apartado de mi camino. Pero es por mi maldita costumbre de querer justificar cada uno de mis actos. A qu diablos explicar la razn de que no fuera a salones de pintura? Me parece que cada uno tiene derecho a asistir o no, si le da la gana, sin necesidad de presentar un extenso alegato justificatorio. A dnde se llegara, si no, con semejante mana? Pero, en fin, ya est hecho, aunque todava tendra mucho que decir acerca de ese asunto de las exposiciones, las habladuras de los colegas, la ceguera del pblico, la imbecilidad de los encargados de preparar el saln y distribuir los cuadros. Felizmente (o desgraciadamente) ya todo eso no me interesa; de otro modo quiz escribira un largo ensayo titulado De la forma en que el pintor debe defenderse de los amigos de la pintura.

Deba descartar, pues, la posibilidad de encontrarla en una exposicin.

Poda suceder, en cambio, que ella tuviera un amigo que a su vez fuese amigo mo. En ese caso, bastara con una simple presentacin. Encandilado con la desagradable luz de la timidez, me ech gozosamente en brazos de esa posibilidad. Una simple presentacin! Qu fcil se volva todo, qu amable! El encandilamiento me impidi ver inmediatamente lo absurdo de semejante idea. No pens en aquel momento que encontrar a un amigo suyo era tan difcil como encontrarla a ella misma, porque es evidente que sera imposible encontrar un amigo sin saber quin era ella. Pero si saba quin era ella para qu recurrir a un tercero? Quedaba, es cierto, la pequea ventaja de la presentacin, que yo no desdeaba. Pero, evidentemente, el problema bsico era hallarla a ella y luego, en todo caso, buscar un amigo comn para que nos presentara.

Quedaba el camino inverso, ver si alguno de mis amigos era, por azar, amigo de ella. Y eso s poda hacerse sin hallarla previamente, pues bastara con interrogar a cada uno de mis conocidos acerca de una muchacha de tal estatura y de pelo as y as. Todo esto, sin embargo, me pareci una especie de frivolidad y lo desech, me avergonz el slo imaginar que haca preguntas de esa naturaleza a gentes como Mapelli o Lartigue.

Creo conveniente dejar establecido que no descart esta variante por descabellada, slo lo hice por las razones que acabo de exponer. Alguno podra creer, efectivamente, que es descabellado imaginar la remota posibilidad de que un conocido mo fuera a la vez conocido de ella. Quiz lo parezca a un espritu superficial, pero no a quien est acostumbrado a reflexionar sobre los problemas humanos. Existen en la sociedad estratos horizontales, formados por las personas de gustos semejantes, y en estos estratos los encuentros casuales (?) no son raros, sobre todo cuando la causa de la estratificacin es alguna caracterstica de minoras. Me ha sucedido encontrar una persona en un barrio de Berln, luego en un pequeo lugar casi desconocido de Italia y, finalmente, en una librera de Buenos Aires. Es razonable atribuir al azar estos encuentros repetidos? Pero estoy diciendo una trivialidad, lo sabe cualquier persona aficionada a la msica, al esperanto, al espiritismo.

Haba que caer, pues, en la posibilidad ms temida, al encuentro en la calle. Cmo demonios hacen ciertos hombres para detener a una mujer, para entablar conversacin y hasta para iniciar una aventura? Descart sin ms cualquier combinacin que comenzara con una iniciativa ma; mi ignorancia de esa tcnica callejera y mi cara me indujeron a tomar esa decisin melanclica y definitiva.

No quedaba sino esperar una feliz circunstancia, de esas que suelen presentarse cada milln de veces; que ella hablara primero. De modo que mi felicidad estaba librada a una remotsima lotera, en la que haba que ganar una vez para tener derecho a jugar nuevamente y slo recibir el premio en el caso de ganar en esta segunda jornada. Efectivamente, tena que darse la posibilidad de encontrarme con ella y luego la posibilidad, todava ms improbable, de que ella me dirigiera la palabra. Sent un especie de vrtigo, de tristeza y desesperanza. Pero, no obstante, segu preparando mi posicin.

Imaginaba, pues, que ella me hablaba, por ejemplo para preguntarme una direccin o acerca de un mnibus; y a partir de esa frase inicial yo constru durante meses de reflexin, de melancola, de rabia, de abandono y de esperanza, una serie interminable de variantes. En alguna yo era locuaz, dicharachero (nunca lo he sido, en realidad); en otra era parco; en otras me imaginaba risueo. A veces, lo que es sumamente singular, contestaba bruscamente a la pregunta de ella y hasta con rabia contenida; sucedi (en alguno de esos encuentros imaginarios) que la entrevista se malograra por irritacin absurda de mi parte, por reprocharle casi groseramente una consulta que yo juzgaba intil o irreflexiva. Estos encuentros fracasados me dejaban lleno de amargura, y durante varios das me reprochaba la torpeza con que haba perdido una oportunidad tan remota de entablar relaciones con ella; felizmente, terminaba por advertir que todo eso era imaginario y que al menos segua quedando la posibilidad real. Entonces volva a prepararme con ms entusiasmo y a imaginar nuevos y ms fructferos dilogos callejeros. En general, la dificultad mayor estribaba en vincular la pregunta de ella con algo tan general y alejado de las preocupaciones diarias como la esencia general del arte o, por lo menos, la impresin que le haba producido mi ventanita. Por supuesto, si se tiene tiempo y tranquilidad, siempre es posible establecer lgicamente, sin que choque, esa clase de vinculaciones; en una reunin social sobra el tiempo y en cierto modo se est para establecer esa clase de vinculaciones entre temas totalmente ajenos; pero en el ajetreo de una calle de Buenos Aires, entre gentes que corren colectivos y que lo llevan a uno por delante, es claro que haba que descartar casi ese tipo de conversacin. Pero por otro lado no poda descartarla sin caer en una situacin irremediable para mi destino. Volva, pues, a imaginar dilogos, los ms eficaces y rpidos posibles, que llevaran desde la frase: Dnde queda el Correo Central? hasta la discusin de problemas del expresionismo o del superrealismo. No era nada fcil.

Una noche de insomnio llegu a la conclusin de que era intil y artificioso intentar una conversacin semejante y que era preferible atacar bruscamente el punto central, con una pregunta valiente, jugndome todo a un solo nmero. Por ejemplo, preguntando: Por qu mir solamente la ventanita? Es comn que en las noches de insomnio sea tericamente ms decidido que durante el da, en los hechos. Al otro da, al analizar framente esta posibilidad, conclu que jams tendra suficiente valor para hacer esa pregunta a boca de jarro. Como siempre, el desaliento me hizo caer en el otro extremo, imagin entonces una pregunta tan indirecta que para llegar al punto que me interesaba (la ventana) casi se requera una larga amistad, una pregunta del gnero de: Tiene inters en el arte?

No recuerdo ahora todas las variantes que pens. Slo recuerdo que haba algunas tan complicadas que eran prcticamente inservibles. Sera un azar demasiado portentoso que la realidad coincidiera luego con una llave tan complicada, preparada de antemano ignorando la forma de la cerradura. Pero suceda que cuando haba examinado tantas variantes enrevesadas, me olvidaba del orden de las preguntas y respuestas o las mezclaba, como sucede en el ajedrez cuando uno imagina partidas de memoria. Y tambin resultaba a menudo que reemplazaba frases de una variante con frases de otra, con resultados ridculos o desalentadores. Por ejemplo, detenerla para darle una direccin y en seguida preguntarle: Tiene mucho inters en el arte? Era grotesco.

Cuando llegaba a esta situacin descansaba por varios das de barajar combinaciones.

V

AL VERLA caminar por la vereda de enfrente, todas las variantes se amontonaron y revolvieron en mi cabeza. Confusamente, sent que surgan en mi conciencia frases ntegras elaboradas y aprendidas en aquella larga gimnasia preparatoria: Tiene mucho inters en el arte?, Por qu mir slo la ventanita?, etctera. Con ms insistencia que ninguna otra, surga una frase que yo haba desechado por grosera y que en ese momento me llenaba de vergenza y me haca sentir aun ms ridculo: Le gusta Castel?.

Las frases, sueltas y mezcladas, formaban un tumultuoso rompecabezas en movimiento, hasta que comprend que era intil preocuparme de esa manera, record que era ella quien deba tomar la iniciativa de cualquier conversacin. Y desde ese momento me sent estpidamente tranquilizado, y hasta creo que llegu a pensar, tambin estpidamente: Vamos a ver ahora cmo se las arreglar.

Mientras tanto, y a pesar de ese razonamiento, me senta tan nervioso y emocionado que no atinaba a otra cosa que a seguir su marcha por la vereda de enfrente, sin pensar que si quera darle al menos la hipottica posibilidad de preguntarme una direccin tena que cruzar la vereda y acercarme. Nada ms grotesco, en efecto, que suponerla pidindome a gritos, desde all, una direccin.

Qu hara? Hasta cundo durara esa situacin? Me sent infinitamente desgraciado. Caminamos varas cuadras. Ella sigui caminando con decisin.

Estaba muy triste, pero tena que seguir hasta el fin, no era posible que despus de haber esperado este instante durante meses dejase escapar la oportunidad. Y el andar rpidamente mientras mi espritu vacilaba tanto me produca una sensacin singular, mi pensamiento era como un gusano ciego y torpe dentro de un automvil a gran velocidad.

Dio vuelta en la esquina de San Martn, camin unos pasos y entr en el edificio de la Compaa T. Comprend que tena que decidirme rpidamente y entr detrs, aunque sent que en esos momentos estaba haciendo algo desproporcionado y monstruoso.

Esperaba el ascensor. No haba nadie ms. Alguien ms audaz que yo pronunci desde mi interior esta pregunta increblemente estpida:

ste es el edificio de la Compaa T.?

Un cartel de varios metros de largo, que abarcaba todo el frente del edificio, proclamaba que, en efecto, se era el edificio de la Compaa T.

No obstante, ella se dio vuelta con sencillez y me respondi afirmativamente. (Ms tarde, reflexionando sobre mi pregunta y sobre la sencillez y tranquilidad con que ella me respondi, llegu a la conclusin de que, al fin y al cabo, sucede que muchas veces uno no ve carteles demasiado grandes; y que, por lo tanto, la pregunta no era tan irremediablemente estpida como haba pensado en los primeros momentos).

Pero en seguida, al mirarme, se sonroj tan intensamente, que comprend me haba reconocido. Una variante que jams haba pensado y sin embargo muy lgica, pues mi fotografa haba aparecido muchsimas veces en revistas y diarios.

Me emocion tanto que slo atin a otra pregunta desafortunada; le dije bruscamente:

Por qu se sonroja?

Se sonroj an ms e iba a responder quiz algo cuando, ya completamente perdido el control, agregu atropelladamente:

Usted se sonroja porque me ha reconocido. Y usted cree que esto es una casualidad, pero no es una casualidad, nunca hay casualidades. He pensado en usted varios meses. Hoy la encontr por la calle y la segu. Tengo algo importante que preguntarle, algo referente a la ventanita, comprende?

Ella estaba asustada:

La ventanita? balbuce. Qu ventanita?

Sent que se me aflojaban las piernas. Era posible que no la recordara? Entonces no le haba dado la menor importancia, la haba mirado por simple curiosidad. Me sent grotesco y pens vertiginosamente que todo lo que haba pensado y hecho durante esos meses (incluyendo esta escena) era el colmo de la desproporcin y del ridculo, una de esas tpicas construcciones imaginarias mas, tan presuntuosas como esas reconstrucciones de un dinosaurio realizadas a partir de una vrtebra rota.

La muchacha estaba prxima al llanto. Pens que el mundo se me vena abajo, sin que yo atinara a nada tranquilo o eficaz. Me encontr diciendo algo que ahora me avergenza escribir .

Veo que me he equivocado. Buenas tardes.

Sal apresuradamente y camin casi corriendo en una direccin cualquiera. Habra caminado una cuadra cuando o detrs una voz que me deca:

Seor, seor!

Era ella, que me haba seguido sin animarse a detenerme. Ah estaba y no saba cmo justificar lo que haba pasado. En voz baja, me dijo:

Perdneme, seor Perdone mi estupidez Estaba tan asustada

El mundo haba sido, haca unos instantes, un caos de objetos y seres intiles. Sent que volva a rehacer y a obedecer a un orden. La escuch mudo.

No advert que usted preguntaba por la escena del cuadro dijo temblorosamente.

Sin darme cuenta, la agarr de un brazo.

Entonces la recuerda?

Se qued un momento sin hablar, mirando al suelo. Luego dijo con lentitud:

La recuerdo constantemente.

Despus sucedi algo curioso, pareci arrepentirse de lo que haba dicho porque se volvi bruscamente y ech casi a correr. Al cabo de un instante de sorpresa corr tras ella, hasta que comprend lo ridculo de la escena; mir entonces a todos lados y segu caminando con paso rpido pero normal. Esta decisin fue determinada por dos reflexiones: primero, que era grotesco que un hombre conocido corriera por la calle detrs de una muchacha; segundo, que no era necesario. Esto ltimo era lo esencial, podra verla en cualquier momento, a la entrada o a la salida de la oficina. A qu correr como loco? Lo importante, lo verdaderamente importante, era que recordaba la escena de la ventana: La recordaba constantemente. Estaba contento, me hallaba capaz de grandes cosas y solamente me reprochaba el haber perdido el control al pie del ascensor y ahora, otra vez, al correr como un loco detrs de ella, cuando era evidente que podra verla en cualquier momento en la oficina.

VI

EN LA OFICINA?, me pregunt de pronto en voz alta, casi a gritos, sintiendo que las piernas se me aflojaban de nuevo. Y quin me haba dicho que trabajaba en esa oficina? Acaso slo entra en una oficina la gente que trabaja all? La idea de perderla por varios meses ms, o quiz para siempre, me produjo un vrtigo y ya sin reflexionar sobre las conveniencias corr como un desesperado; pronto me encontr en la puerta de la Compaa T. y ella no se vea por ningn lado. Habra tomado ya el ascensor? Pens interrogar al ascensorista, pero cmo preguntarle? Podan haber subido ya muchas mujeres y tendra entonces que especificar detalles: qu pensara el ascensorista? Camin un rato por la vereda, indeciso. Luego cruc a la otra vereda y examin el frente del edificio, no comprendo por qu. Quiz con la vaga esperanza de ver asomarse a la muchacha por una ventana? Sin embargo era absurdo pensar que pudiera asomarse para hacerme seas o cosas por el estilo. Slo vi el gigantesco cartel que deca: COMPAA T.Juzgu a ojo que debera abarcar unos veinte metros de frente; este clculo aument mi malestar. Pero ahora no tena tiempo de entregarme a ese sentimiento: ya me torturara ms tarde, con tranquilidad. Por el momento no vi otra solucin que entrar. Enrgicamente, penetr en el edificio y esper que bajara el ascensor; pero a medida que bajaba not que mi decisin disminua, al mismo tiempo que mi habitual timidez creca tumultuosamente. De modo que cuando la puerta del ascensor se abri ya tena perfectamente decidido lo que deba hacer: no dira una sola palabra. Claro que, en ese caso, para qu tomar el ascensor? Resultaba violento, sin embargo, no hacerlo, despus de haber esperado visiblemente en compaa de varias personas. Cmo se interpretara un hecho semejante? No encontr otra solucin que tomar el ascensor, manteniendo, claro, mi punto de vista de no pronunciar una sola palabra; cosa perfectamente factible y hasta ms normal que lo contrario: lo corriente es que nadie tenga la obligacin de hablar en el interior de un ascensor, a menos que uno sea amigo del ascensorista, en cuyo caso es natural preguntarle por el tiempo o por el hijo enfermo. Pero como yo no tena ninguna relacin y en verdad jams hasta ese momento haba visto a ese hombre, mi decisin de no abrir la boca no poda producir la ms mnima complicacin. El hecho de que hubiera varias personas facilitaba mi trabajo, pues lo haca pasar inadvertido.

Entr tranquilamente al ascensor, pues, y las cosas ocurrieron como haba previsto, sin ninguna dificultad; alguien coment con el ascensorista el calor hmedo y este comentario aument mi bienestar, porque confirmaba mis razonamientos. Experiment una ligera nerviosidad cuando dije octavo, pero slo podra haber sido notada por alguien que estuviera enterado de los fines que yo persegua en ese momento.

Al llegar al piso octavo, vi que otra persona sala conmigo, lo que computaba un poco la situacin; caminando con lentitud esper que el otro entrara en una de las oficinas mientras yo todava caminaba a lo largo del pasillo. Entonces respir tranquilo; di unas vueltas por el corredor, fui hasta el extremo, mir el panorama de Buenos Aires por una ventana, me volv y llam por fin el ascensor. Al poco rato estaba en la puerta del edificio sin que hubiera sucedido ninguna de las escenas desagradables que haba temido (preguntas raras del ascensorista, etctera). Encend un cigarrillo y no haba terminado de encenderlo cuando advert que mi tranquilidad era bastante absurda: era cierto que no haba pasado nada desagradable, pero tambin era cierto que no haba pasado nada en absoluto. En otras palabras ms crudas: la muchacha estaba perdida, a menos que trabajase regularmente en esas oficinas; pues si haba entrado para hacer una simple gestin poda ya haber subido y bajado, desencontrndose conmigo. Claro que pens si ha entrado por una gestin es tambin posible que no la haya terminado en tan corto tiempo. Esta reflexin me anim nuevamente y decid esperar al pie del edificio.

Durante una hora estuve esperando sin resultado. Analic las diferentes posibilidades que se presentaban:

1. La gestin era larga; en ese caso haba que seguir esperando.

2. Despus de lo que haba pasado, quiz estaba demasiado excitada y habra ido a dar una vuelta antes de hacer la gestin; tambin corresponda esperar.

3. Trabajaba all; en este caso haba que esperar hasta la hora de salida.

De modo que esperando hasta esa hora razon enfrento las tres posibilidades.

Esta lgica me pareci de hierre y me tranquiliz bastante para decidirme a esperar con serenidad en el caf de la esquina, desde cuya vereda poda vigilar la salida de la gente. Ped cerveza y mir el reloj: eran las tres y cuarto.

A medida que fue pasando el tiempo me fui afirmando en la ltima hiptesis: trabajaba all. A las seis me levant, pues me pareca mejor esperar en la puerta del edificio: seguramente saldra mucha gente de golpe y era posible que no la viera desde el caf.

A las seis y minutos empez a salir el personal.

A las seis y media haban salido casi todos, como se infera del hecho de que cada vez raleaban ms. A las siete menos cuarto no sala casi nadie: solamente, de vez en cuando, algn alto empleado; a menos que ella fuera un alto empleado (Absurdo, pens) o secretaria de un alto empleado (Eso s, pens con una dbil esperanza). A las siete todo haba terminado.

VII

MIENTRAS volva a mi casa profundamente deprimido, trataba de pensar con claridad. Mi cerebro es un hervidero, pero cuando me pongo nervioso las ideas se me suceden como en un vertiginoso ballet; a pesar de lo cual, o quiz por eso mismo, he ido acostumbrndome a gobernarlas y ordenarlas rigurosamente; de otro modo creo que no tardara en volverme loco.

Como dije, volv a casa en un estado de profunda depresin, pero no por eso dej de ordenar y clasificar las ideas, pues sent que era necesario pensar con claridad si no quera perder para siempre a la nica persona que evidentemente haba comprendido mi pintura.

O ella entr en la oficina para hacer una gestin, o trabajaba all; no haba otra posibilidad. Desde luego, esta ltima era la hiptesis ms favorable. En este caso, al separarse de m se habra sentido trastornada y decidira volver a su casa. Era necesario esperarla, pues, al otro da, frente a la entrada.

Analic luego la otra posibilidad: la gestin. Podra haber sucedido que, trastornada por el encuentro, hubiera vuelto a la casa y decidido dejar la gestin para el otro da. Tambin en este caso corresponda esperarla en la entrada.

Estas dos eran las posibilidades favorables. La otra era terrible: la gestin haba sido hecha mientras yo llegaba al edificio y durante mi aventura de ida y vuelta en el ascensor. Es decir, que nos habamos cruzado sin vernos. El tiempo de todo este proceso era muy breve y era muy improbable que las cosas hubieran sucedido de este modo, pero era posible: bien poda consistir la famosa gestin en entregar una carta, por ejemplo. En tales condiciones cre intil volver al otro da a esperar.

Haba, sin embargo, dos posibilidades favorables y me aferr a ellas con desesperacin.

Llegu a mi casa con una mezcla de sentimientos. Por un lado, cada vez que pensaba en la frase que ella haba dicho (La recuerdo constantemente), mi corazn lata con violencia y sent que se me abra una oscura pero vasta y poderosa perspectiva; intu que una gran fuerza, hasta ese momento dormida, se desencadenara en m. Por otro lado imagin que poda pasar mucho tiempo antes de volver a encontrarla. Era necesario encontrarla. Me encontr diciendo en alta voz, varias veces: Es necesario, es necesario!

VIIIAL OTRO DA, temprano, estaba ya parado frente a la puerta de entrada de las oficinas de T. Entraron todos los empleados, pero ella no apareci: era claro que no trabajaba all, aunque restaba la dbil hiptesis de que hubiera enfermado y no fuese a la oficina por varios das.

Quedaba, adems, la posibilidad de la gestin, de manera que decid esperar toda la maana en el caf de la esquina.

Haba ya perdido toda esperanza (seran alrededor de las once y media) cuando la vi salir de la boca del subterrneo. Terriblemente agitado, me levant de un salto y fui a su encuentro. Cuando ella me vio, se detuvo como si de pronto se hubiera convertido en piedra: era evidente que no contaba con semejante aparicin. Era curioso, pero la sensacin de que mi mente haba trabajado con un rigor frreo me daba una energa inusitada: me senta fuerte, estaba posedo por una decisin viril y dispuesto a todo. Tanto que la tom de un brazo casi con brutalidad y, sin decir una sola palabra, la arrastr por la calle San Martn en direccin a la plaza. Pareca desprovista de voluntad; no dijo una sola palabra.

Cuando habamos caminado unas dos cuadras, me pregunt:

A dnde me lleva?

A la plaza San Martn. Tengo mucho que hablar con usted le respond, mientras segua caminando con decisin, siempre arrastrndola del brazo.

Murmur algo referente a las oficinas de T., pero yo segu arrastrndola y no o nada de lo que me deca.

Agregu:

Tengo muchas cosas que hablar con usted.

No ofreca resistencia: yo me senta como un ro crecido que arrastra una rama.

Llegamos a la plaza y busqu un banco aislado.

Por qu huy? fue lo primero que le pregunt. Me mir con esa expresin que yo haba notado el da anterior, cuando me dijo la recuerdo constantemente: era una mirada extraa, fija, penetrante, pareca venir de atrs; esa mirada me recordaba algo, unos ojos parecidos, pero no poda recordar dnde los haba visto.

No s respondi finalmente. Tambin querra huir ahora.

Le apret el brazo.

Promtame que no se ir nunca ms. La necesito, la necesito mucho le dije.

Volvi a mirarme como si me escrutara, pero no hizo ningn comentario. Despus fij sus ojos en un rbol lejano.

De perfil no me recordaba nada. Su rostro era hermoso pero tena algo duro. El pelo era largo y castao. Fsicamente, no aparentaba mucho ms de veintisis aos, pero exista en ella algo que sugera edad, algo tpico de una persona que ha vivido mucho; no canas ni ninguno de esos indicios puramente materiales, sino algo indefinido y seguramente de orden espiritual; quiz la mirada, pero hasta qu punto se puede decir que la mirada de un ser humano es algo fsico?; quiz la manera de apretar la boca, pues, aunque la boca y los labios son elementos fsicos, la manera de apretarlos y ciertas arrugas son tambin elementos espirituales. No pude precisar en aquel momento, ni tampoco podra precisarlo ahora, qu era, en definitiva, lo que daba esa impresin de edad. Pienso que tambin podra ser el modo de hablar.

Necesito mucho de usted repet. No respondi: segua mirando el rbol.

Por qu no habla? le pregunt. Sin dejar de mirar el rbol, contest:

Yo no soy nadie. Usted es un gran artista. No veo para qu me puede necesitar.

Le grit brutalmente:

Le digo que la necesito! Me entiende?

Siempre mirando el rbol, musit:

Para qu?

No respond en el instante. Dej su brazo y qued pensativo. Para qu, en efecto? Hasta ese momento no me haba hecho con claridad la pregunta y ms bien haba obedecido a una especie de instinto. Con una ramita comenc a trazar dibujos geomtricos en la tierra.

No s murmur al cabo de un buen rato. Todava no lo s.

Reflexionaba intensamente y con la ramita complicaba cada vez ms los dibujos.

Mi cabeza es un laberinto oscuro. A veces hay como relmpagos que iluminan algunos corredores. Nunca termino de saber por qu hago ciertas cosas. No, no es eso

Me senta bastante tonto, de ninguna manera era esa mi forma de ser. Hice un gran esfuerzo mental, acaso yo no razonaba? Por el contrario, mi cerebro estaba constantemente razonando como una mquina de calcular; por ejemplo, en esta misma historia no me haba pasado meses razonando y barajando hiptesis y clasificndolas? Y, en cierto modo, no haba encontrado a Mara al fin, gracias a mi capacidad lgica? Sent que estaba cerca de la verdad, muy cerca, y tuve miedo de perderla: hice un enorme esfuerzo.

Grit:

No es que no sepa razonar! Al contrario, razono siempre. Pero imagine usted un capitn que en cada instante fija matemticamente su posicin y sigue su ruta hacia el objetivo con un rigor implacable. Pero que no sabe por qu va hacia ese objetivo, entiende?

Me mir un instante con perplejidad; luego volvi nuevamente a mirar el rbol.

Siento que usted ser algo esencial para lo que tengo que hacer, aunque todava no me doy cuenta de la razn.

Volv a dibujar con la ramita y segu haciendo un gran esfuerzo mental. Al cabo de un tiempo, agregu:

Por lo pronto s que es algo vinculado a la escena de la ventana: usted ha sido la nica persona que le ha dado importancia.

Yo no soy crtico de arte murmur. Me enfurec y grit:

No me hable de esos cretinos!

Se dio vuelta sorprendida. Yo baj entonces la voz y le expliqu por qu no crea en los crticos de arte: en fin, la teora del bistur y todo eso. Me escuch siempre sin mirarme y cuando yo termin coment:

Usted se queja, pero los crticos siempre lo han elogiado.

Me indign.

Peor para m! No comprende? Es una de las cosas que me han amargado y que me han hecho pensar que ando por el mal camino. Fjese por ejemplo lo que ha pasado en este saln: ni uno solo de esos charlatanes se dio cuenta de la importancia de esa escena. Hubo una sola persona que le ha dado importancia: usted. Y usted no es un crtico. No, en realidad hay otra persona que le ha dado importancia, pero negativa: me lo ha reprochado, le tiene aprensin, casi asco. En cambio, usted

Siempre mirando hacia adelante dijo, lentamente:

Y no podra ser que yo tuviera la misma opinin?

Qu opinin?

La de esa persona.

La mir ansiosamente; pero su cara, de perfil, era inescrutable, con sus mandbulas apretadas. Respond con firmeza:

Usted piensa como yo.

Y qu es lo que piensa usted?

No s, tampoco podra responder a esa pregunta. Mejor podra decirle que usted siente como yo. Usted miraba aquella escena como la habra podido mirar yo en su lugar.

No s qu piensa y tampoco s lo que pienso yo, pero s que piensa como yo.

Pero entonces usted no piensa sus cuadros?

Antes los pensaba mucho, los construa como se construye una casa. Pero esa escena no: senta que deba pintarla as, sin saber bien por qu. Y sigo sin saber. En realidad, no tiene nada que ver con el resto del cuadro y hasta creo que uno de esos idiotas me lo hizo notar. Estoy caminando a tientas, y necesito su ayuda porque s que siente como yo.

No s exactamente lo que piensa usted.

Comenzaba a impacientarme. Le respond secamente:

No le digo que no s lo que pienso? Si pudiera decir con palabras claras lo que siento, sera casi como pensar claro. No es cierto?

S, es cierto.

Me call un momento y pens, tratando de ver claro. Despus agregu:

Podra decirse que toda mi obra anterior es ms superficial.

Qu obra anterior?

La anterior a la ventana.

Me concentr nuevamente y luego dije:

No, no es eso exactamente, no es eso. No es que fuera ms superficial.

Qu era, verdaderamente? Nunca, hasta ese momento, me haba puesto a pensar en este problema; ahora me daba cuenta hasta qu punto haba pintado la escena de la ventana como un sonmbulo.

No, no es que fuera ms superficial agregu, como hablando para m mismo. No s, todo esto tiene algo que ver con la humanidad en general comprende? Recuerdo que das antes de pintarla haba ledo que en un campo de concentracin alguien pidi de comer y lo obligaron a comerse una rata viva. A veces creo que nada tiene sentido. En un planeta minsculo, que corre hacia la nada desde millones de aos, nacemos en medio de dolores, crecemos, luchamos, nos enfermamos, sufrimos, hacemos sufrir, gritamos, morimos, mueren y otros estn naciendo para volver a empezar la comedia intil.

Sera eso, verdaderamente? Me qued reflexionando en esa idea de la falta de sentido. Toda nuestra vida sera una serie de gritos annimos en un desierto de astros indiferentes?

Ella segua en silencio.

Esa escena de la playa me da miedo agregu despus de un largo rato, aunque s que es algo ms profundo. No, ms bien quiero decir que me representa ms profundamente a m Eso es. No es un mensaje claro, todava, no, pero me representa profundamente a m.

O que ella deca:

Un mensaje de desesperanza, quiz?

La mir ansiosamente:

S respond, me parece que un mensaje de desesperanza. Ve cmo usted senta como yo?

Despus de un momento, pregunt:

Y le parece elogiable un mensaje de desesperanza? La observ con sorpresa.

No repuse, me parece que no. Y usted qu piensa? Qued un tiempo bastante largo sin responder; por fin volvi la cara y su mirada se clav en m.

La palabra elogiable no tiene nada que hacer aqu dijo, como contestando a su propia pregunta. Lo que importa es la verdad.

Y usted cree que esa escena es verdadera? pregunt. Casi con dureza, afirm:

Claro que es verdadera.

Mir ansiosamente su rostro duro, su mirada dura. Por qu esa dureza?, me preguntaba, por qu? Quiz sinti mi ansiedad, mi necesidad de comunin, porque por un instante su mirada se abland y pareci ofrecerme un puente; pero sent que era un puente transitorio y frgil colgado sobre un abismo. Con una voz tambin diferente, agreg:

Pero no s qu ganar con verme. Hago mal a todos los que se me acercan.

IX

QUEDAMOS en vernos pronto. Me dio vergenza decirle que deseaba verla al otro da o que deseaba seguir vindola all mismo y que ella no debera separarse ya nunca de m. A pesar de que mi memoria es sorprendente, tengo, de pronto, lagunas inexplicables. No s ahora qu le dije en aquel momento, pero recuerdo que ella me respondi que deba irse. Esa misma noche le habl por telfono. Me atendi una mujer; cuando le dije que quera hablar con la seorita Mara Iribarne pareci vacilar un segundo, pero luego dijo que ira a ver si estaba. Casi instantneamente o la voz de Mara, pero con un tono casi oficinesco, que me produjo un vuelco.

Necesito verla, Mara le dije. Desde que nos separamos he pensado constantemente en usted cada segundo. Me detuve temblando. Ella no contestaba. Por qu no contesta? le dije con nerviosidad creciente.

Espere un momento respondi.

O que dejaba el tubo. A los pocos instantes o de nuevo su voz, pero esta vez su voz verdadera; ahora tambin ella pareca estar temblando.

No poda hablar me explic.

Por qu?

Ac entra y sale mucha gente.

Y ahora cmo puede hablar?

Porque cerr la puerta. Cuando cierro la puerta saben que no deben molestarme.

Necesito verla, Mara repet con violencia. No he hecho otra cosa que pensar en usted desde el medioda. Ella no respondi. Por qu no responde?

Castel comenz con indecisin.

No me diga Castel! grit indignado.

Juan Pablo dijo entonces, con timidez. Sent que una interminable felicidad comenzaba con esas dos palabras.

Pero Mara se haba detenido nuevamente.

Qu pasa? pregunt. Por qu no habla?

Yo tambin musit.

Yo tambin qu? pregunt con ansiedad.

Que yo tambin no he hecho ms que pensar.

Pero pensar en qu? segu preguntando, insaciable.

En todo.

Cmo en todo? En qu?

En lo extrao que es todo esto lo de su cuadro el encuentro de ayer lo de hoy qu s yo La imprecisin siempre me ha irritado.

S, pero yo le he dicho que no he dejado de pensar en usted respond. Usted no me dice que haya pensado en m.

Pas un instante. Luego respondi:

Le digo que he pensado en todo.

No ha dado detalles.

Es que todo es tan extrao, ha sido tan extrao estoy tan perturbada Claro que pens en usted

Mi corazn golpe. Necesitaba detalles: me emocionan los detalles, no las generalidades.

Pero cmo, cmo? pregunt con creciente ansiedad. Yo he pensado en cada uno de sus rasgos, en su perfil cuando miraba el rbol, en su pelo castao, en sus ojos duro y cmo de pronto se hacen blandos, en su forma de caminar

Tengo que cortar me interrumpi de pronto. Viene gente.

La llamar maana temprano alcanc a decir, con desesperacin.

Bueno respondi rpidamente.

X

PAS una noche agitada. No pude dibujar ni pintar, aunque intent muchas veces empezar algo. Sal a caminar y de pronto me encontr en la calle Corrientes. Me pasaba algo muy extrao: miraba con simpata a todo el mundo. Creo haber dicho que me he propuesto hacer este relato en forma totalmente imparcial y ahora dar la primera prueba, confesando uno de mis peores defectos: siempre he mirado con antipata y hasta con asco a la gente, sobre todo a la gente amontonada; nunca he soportado las playas en verano. Algunos hombres, algunas mujeres aisladas me fueron muy queridos, por otros sent admiracin (no soy envidioso), por otros tuve verdadera simpata; por los chicos siempre tuve ternura y compasin (sobre todo cuando, mediante un esfuerzo mental, trataba de olvidar que al fin seran hombres como los dems); pero, en general, la humanidad me pareci siempre detestable. No tengo inconvenientes en manifestar que a veces me impeda comer en todo el da o me impeda pintar durante una semana el haber observado un rasgo; es increble hasta qu punto la codicia, la envidia, la petulancia, la grosera, la avidez y, en general, todo ese conjunto de atributos que forman la condicin humana pueden verse en una cara, en una manera de caminar, en una mirada. Me parece natural que despus de un encuentro as uno no tenga ganas de comer, de pintar, ni aun de vivir. Sin embargo, quiero hacer constar que no me enorgullezco de esta caracterstica: s que es una muestra de soberbia y s, tambin, que mi alma ha albergado muchas veces la codicia, la petulancia, la avidez y la grosera. Pero he dicho que me propongo narrar esta historia con entera imparcialidad, y as lo har.

Esa noche, pues, mi desprecio por la humanidad pareca abolido o, por lo menos, transitoriamente ausente. Entr en el caf Marzotto. Supongo que ustedes saben que la gente va all a or tangos, pero a orlos como un creyente en Dios oye La pasin segn San Mateo.

XI

A LA MAANA siguiente, a eso de las diez, llam por telfono. Me atendi la misma mujer del da anterior. Cuando pregunt por la seorita Mara Iribarne me dijo que esa misma maana haba salido para el campo. Me qued fro.

Para el campo? pregunt.

S, seor. Usted es el seor Castel?

S, soy Castel.

Dej una carta para usted, ac. Que perdone, pero no tena su direccin.

Me haba hecho tanto a la idea de verla ese mismo da y esperaba cosas tan importantes de ese encuentro que este anuncio me dej anonadado. Se me ocurrieron una serie de preguntas: Por qu haba resuelto ir al campo? Evidentemente, esta resolucin haba sido tomada despus de nuestra conversacin telefnica, porque, si no, me habra dicho algo acerca del viaje y, sobre todo, no habra aceptado mi sugestin de hablar por telfono a la maana siguiente. Ahora bien, si esa resolucin era posterior a la conversacin por telfono sera tambin consecuencia de esa conversacin? Y si era consecuencia, por qu?, quera huir de m una vez ms?, tema el inevitable encuentro del otro da?

Este inesperado viaje al campo despert la primera duda. Como sucede siempre, empec a encontrar sospechosos detalles anteriores a los que antes no haba dado importancia. Por qu esos cambios de voz en el telfono el da anterior? Quines eran esas gentes que entraban y salan y que le impedan hablar con naturalidad? Adems, eso probaba que ella era capaz de simular. Y por qu vacil esa mujer cuando pregunt por la seorita Iribarne? Pero una frase sobre todo se me haba grabado como con cido: Cuando cierro la puerta saben que no deben molestarme. Pens que alrededor de Mara existan muchas sombras.

Estas reflexiones me las hice por primera vez mientras corra a su casa. Era curioso que ella no hubiera averiguado mi direccin; yo, en cambio, conoca ya su direccin y su telfono. Viva en la calle Posadas, casi en la esquina de Seaver.

Cuando llegu al quinto piso y toqu el timbre, sent una gran emocin.

Abri la puerta un mucamo que deba de ser polaco o algo por el estilo y cuando di mi nombre me hizo pasar a una salita llena de libros: las paredes estaban cubiertas de estantes hasta el techo, pero tambin haba montones de libros encima de dos mesitas y hasta de un silln. Me llam la atencin el tamao excesivo de muchos volmenes.

Me levant para echar un vistazo a la biblioteca. De pronto tuve la impresin de que alguien me observaba en silencio a mis espaldas. Me di vuelta y vi a un hombre en el extremo opuesto de la salita: era alto, flaco, tena una hermosa cabeza. Sonrea mirando hacia donde yo estaba, pero en general, sin precisin. A pesar de que tena los ojos abiertos, me di cuenta de que era ciego. Entonces me expliqu el tamao anormal de los libros.

Usted es Castel, no? me dijo con cordialidad, extendindome la mano.

S, seor Iribarne respond, entregndole mi mano con perplejidad, mientras pensaba qu clase de vinculacin familiar poda haber entre Mara y l.

Al mismo tiempo que me haca seas de tomar asiento, sonri con una ligera expresin de irona y agreg:

No me llamo Iribarne y no me diga seor. Soy Allende, marido de Mara.

Acostumbrado a valorizar y quiz a interpretar los silencios, aadi inmediatamente:

Mara usa siempre su apellido de soltera.

Yo estaba como una estatua.

Mara me ha hablado mucho de su pintura. Como qued ciego hace pocos aos, todava puedo imaginar bastante bien las cosas.

Pareca como si quisiera disculparse de su ceguera. Yo no saba qu decir. Cmo ansiaba estar solo, en la calle, para pensar en todo!

Sac una carta de un bolsillo y me la alcanz.

Ac est la carta dijo con sencillez, como si no tuviera nada de extraordinario.

Tom la carta e iba a guardarla cuando el ciego agreg, como si hubiera visto mi actitud:

Lala, no ms. Aunque siendo de Mara no debe de ser nada urgente.

Yo temblaba. Abr el sobre, mientras l encenda un cigarrillo, despus de haberme ofrecido uno. Saqu la carta; deca una sola frase:

Yo tambin pienso en usted.

MARA

Cuando el ciego oy doblar el papel, pregunt:

Nada urgente, supongo.

Hice un gran esfuerzo y respond:

No, nada urgente.

Me sent una especie de monstruo, viendo sonrer al ciego, que me miraba con los ojos bien abiertos.

As es Mara dijo, como pensando para s. Muchos confunden sus impulsos con urgencias. Mara hace, efectivamente, con rapidez, cosas que no cambian la situacin. Cmo le explicar?

Mir abstrado hacia el suelo, como buscando una explicacin ms clara. Al rato, dijo:

Como alguien que estuviera parado en un desierto y de pronto cambiase de lugar con gran rapidez. Comprende? La velocidad no importa, siempre se est en el mismo paisaje. Fum y pens un instante ms, como si yo no estuviera. Luego agreg:

Aunque no s si es esto, exactamente. No tengo mucha habilidad para las metforas.

No vea el momento de huir de aquella sala maldita. Pero el ciego no pareca tener apuro. Qu abominable comedia es esta?, pens.

Ahora, por ejemplo prosigui Allende, se levanta temprano y me dice que se va a la estancia.

A la estancia? pregunt inconscientemente.

S, a la estancia nuestra. Es decir, a la estancia de mi abuelo. Pero ahora est en manos de mi primo Hunter. Supongo que lo conoce.

Esta nueva revelacin me llen de zozobra y al mismo tiempo de despecho: qu podra encontrar Mara en ese imbcil mujeriego y cnico? Trat de tranquilizarme, pensando que ella no ira a la estancia por Hunter sino, simplemente, porque podra gustarle la soledad del campo y porque la estancia era de la familia. Pero qued muy triste.

He odo hablar de l dije, con amargura. Antes de que el ciego pudiese hablar agregu, con brusquedad:

Tengo que irme.

Caramba, cmo lo lamento coment Allende. Espero que volvamos a vernos.

S, s, naturalmente dije.

Me acompa hasta la puerta. Le di la mano y sal corriendo. Mientras bajaba en el ascensor, me repeta con rabia: Qu abominable comedia es sta?

XII

NECESITABA despejarme y pensar con tranquilidad. Camin por Posadas hacia el lado de la Recoleta.

Mi cabeza era un pandemonio: una cantidad de ideas, sentimientos de amor y de odio, preguntas, resentimientos y recuerdos se mezclaban y aparecan sucesivamente.

Qu idea era esta, por ejemplo, de hacerme ir a la casa a buscar una carta y hacrmela entregar por el marido? Y cmo no me haba advertido que era casada? Y qu diablos tena que hacer en la estancia con el sinvergenza de Hunter? Y por qu no haba esperado mi llamado telefnico? Y ese ciego, qu clase de bicho era? Dije ya que tengo una idea desagradable de la humanidad; debo confesar ahora que los ciegos no me gustan nada y que siento delante de ellos una impresin semejante a la que me producen ciertos animales, fros, hmedos y silenciosos, como las vboras. Si se agrega el hecho de leer delante de l una carta de la mujer que deca Yo tambin pienso en usted, no es difcil adivinar la sensacin de asco que tuve en aquellos momentos.

Trat de ordenar un poco el caos de mis ideas y sentimientos y proceder con mtodo, como acostumbro. Haba que empezar por el principio, y el principio (por lo menos el inmediato) era, evidentemente, la conversacin por telfono. En esa conversacin haba varios puntos oscuros.

En primer trmino, si en esa casa era tan natural que ella tuviera relaciones con hombres, como lo probaba el hecho de la carta a travs del marido, por qu emplear una voz neutra y oficinesca hasta que la puerta estuvo cerrada? Luego, qu significaba esa aclaracin de que cuando est la puerta cerrada saben que no deben molestarme? Por lo visto, era frecuente que ella se encerrara para hablar por telfono. Pero no era creble que se encerrase para tener conversaciones triviales con personas amigas de la casa: haba que suponer que era para tener conversaciones semejantes a la nuestra. Pero entonces haba en su vida otras personas como yo. Cuntas eran? Y quines eran?

Primero pens en Hunter, pero lo exclu en seguida: a qu hablar por telfono si poda verlo en la estancia cuando quisiera? Quines eran los otros, en ese caso?

Pens si con esto liquidaba el asunto telefnico. No, no quedaba terminado: subsista el problema de su contestacin a mi pregunta precisa. Observ con amargura que cuando yo le pregunt si haba pensado en m, despus de tantas vaguedades slo contest: no le he dicho que he pensado en todo? Esto de contestar con una pregunta no compromete mucho. En fin, la prueba de que esa respuesta no fue clara era que ella misma, al otro da (o esa misma noche) crey necesario responder en forma bien precisa con una carta.

Pasemos a la carta, me dije. Saqu la carta del bolsillo y la volv a leer:

Yo tambin pienso en usted,

MARA

La letra era nerviosa o por lo menos era la letra de una persona nerviosa. No es lo mismo, porque, de ser cierto lo primero, manifestaba una emocin actual y, por lo tanto, un indicio favorable a mi problema. Sea como sea, me emocion muchsimo la firma: Mara. Simplemente Mara. Esa simplicidad me daba una vaga idea de pertenencia, una vaga idea de que la muchacha estaba ya en mi vida y de que, en cierto modo, me perteneca.

Ay! Mis sentimientos de felicidad son tan poco duraderos Esa impresin, por ejemplo, no resista el menor anlisis: acaso el marido no la llamaba tambin Mara? Y seguramente Hunter tambin la llamara as, de qu otra manera poda llamarla? Y las otras personas con las que hablaba a puertas cerradas? Me imagino que nadie habla a puertas cerradas a alguien que respetuosamente dice seorita Iribarne.

Seorita Iribarne! Ahora caa en la cuenta de la vacilacin que haba tenido la mucama la primera vez que habl por telfono: Qu grotesco! Pensndolo bien, era una prueba ms de que ese tipo de llamado no era totalmente novedoso: evidentemente, la primera vez que alguien pregunt por la seorita Iribarne la mucama, extraada, debi forzosamente haber corregido, recalcando lo de seora. Pero, naturalmente, a fuerza de repeticiones, la mucama haba terminado por encogerse de hombros y pensar que era preferible no meterse en rectificaciones. Vacil, era natural; pero no me corrigi.

Volviendo a la carta, reflexion que haba motivo para una cantidad de deducciones. Empec por el hecho ms extraordinario: la forma de hacerme llegar la carta. Record el argumento que me transmiti la mucama: Que perdone, pero no tena la direccin. Era cierto: ni ella me haba pedido la direccin ni a m se me haba ocurrido drsela; pero lo primero que yo habra hecho en su lugar era buscarla en la gua de telfonos. No era posible atribuir su actitud a una inconcebible pereza, y entonces era inevitable una conclusin: Mara deseaba que yo fuera a la casa y me enfrentase con el marido. Pero por qu? En este punto se llegaba a una situacin sumamente complicada: poda ser que ella experimentara placer en usar al marido de intermediario; poda ser el marido el que experimentase placer; podan ser los dos. Fuera de estas posibilidades patolgicas quedaba una natural: Mara haba querido hacerme saber que era casada para que yo viera la inconveniencia de seguir adelante.

Estoy seguro de que muchos de los que ahora estn leyendo estas pginas se pronunciarn por esta ltima hiptesis y juzgarn que slo un hombre como yo puede elegir alguna de las otras. En la poca en que yo tena amigos, muchas veces se han redo de mi mana de elegir siempre los caminos ms enrevesados: Yo me pregunto por qu la realidad ha de ser simple. Mi experiencia me ha enseado que, por el contrario, casi nunca lo es y que cuando hay algo que parece extraordinariamente claro, una accin que al parecer obedece a una causa sencilla, casi siempre hay debajo mviles ms complejos. Un ejemplo de todos los das: la gente que da limosnas; en general, se considera que es ms generosa y mejor que la gente que no las da. Me permitir tratar con el mayor desdn esta teora simplista. Cualquiera sabe que no se resuelve el problema de un mendigo (de un mendigo autntico) con un peso o un pedazo de pan: solamente se resuelve el problema psicolgico del seor que compra as, por casi nada, su tranquilidad espiritual y su ttulo de generoso. Jzguese hasta qu punto esa gente es mezquina cuando no se decide a gastar ms de un peso por da para asegurar su tranquilidad espiritual y la idea reconfortante y vanidosa de su bondad. Cunta ms pureza de espritu y cunto ms valor se requiere para sobrellevar la existencia de la miseria humana sin esta hipcrita (y usuaria) operacin!

Pero volvamos a la carta.

Solamente un espritu superficial podra quedarse con la misma hiptesis, pues se derrumba al menor anlisis. Mara quera hacerme saber que era casada para que yo viese la inconveniencia de seguir adelante. Muy bonito. Pero por qu en ese caso recurrir a un procedimiento tan engorroso y cruel? No podra habrmelo dicho personalmente y hasta por telfono? No podra haberme escrito, de no tener valor para decrmelo? Quedaba todava un argumento tremendo: por qu la carta, en ese caso, no deca que era casada, como yo lo poda ver, y no rogaba que tomara nuestras relaciones en un sentido ms tranquilo? No, seores. Por el contrario, la carta era una carta destinada a consolidar nuestras relaciones, a alentarlas y a conducirlas por el camino ms peligroso.

Quedaban, al parecer, las hiptesis patolgicas. Era posible que Mara sintiera placer en emplear a Allende de intermediario? O era l quien buscaba esas oportunidades? O el destino se haba divertido juntando dos seres semejantes?

De pronto me arrepent de haber llegado a esos extremos, con mi costumbre de analizar indefinidamente hechos y palabras. Record la mirada de Mara fija en el rbol de la plaza, mientras oa mis opiniones; record su timidez, su primera huida. Y una desbordante ternura hacia ella comenz a invadirme: Me pareci que era una frgil criatura en medio de un mundo cruel, lleno de fealdad y miseria. Sent lo que muchas veces haba sentido desde aquel momento del saln: que era un ser semejante a m.

Olvid mis ridos razonamientos, mis deducciones feroces. Me dediqu a imaginar su rostro, su mirada esa mirada que me recordaba algo que no poda precisar, su forma profunda y melanclica de razonar. Sent que el amor annimo que yo haba alimentado durante aos de soledad se haba concentrado en Mara. Cmo poda pensar cosas tan absurdas?

Trat de olvidar, pues, todas mis estpidas deducciones acerca del telfono, la carta, la estancia, Hunter.

Pero no pude.

XIII

LOS DAS SIGUIENTES fueron agitados. En mi precipitacin no haba preguntado cundo volvera Mara de la estancia; el mismo da de mi visita volv a hablar por telfono para averiguarlo; la mucama me dijo que no saba nada; entonces le ped la direccin de la estancia.

Esa misma noche escrib una carta desesperada, preguntndole la fecha de su regreso y pidindole que me hablara por telfono en cuanto llegase a Buenos Aires o que me escribiese. Fui hasta el Correo Central y la hice certificar, para disminuir al mnimo los riesgos.

Como deca, pas unos das muy agitados y mil veces volvieron a mi cabeza las ideas oscuras que me atormentaban despus de la visita a la calle Posadas. Tuve este sueo: visitaba de noche una vieja casa solitaria. Era una casa en cierto modo conocida e infinitamente ansiada por m desde la infancia, de manera que al entrar en ella me guiaban algunos recuerdos. Pero a veces me encontraba perdido en la oscuridad o tena la impresin de enemigos escondidos que podan asaltarme por detrs o de gentes que cuchicheaban y se burlaban de m, de mi ingenuidad. Quines eran esas gentes y qu queran? Y sin embargo, y a pesar de todo, senta que en esa casa renacan en m los antiguos amores de la adolescencia, con los mismos temblores y esa sensacin de suave locura, de temor y de alegra. Cuando me despert, comprend que la casa del sueo era Mara.

XIV

EN LOS DAS que precedieron a la llegada de su carta, mi pensamiento era como un explorador perdido en un paisaje neblinoso: ac y all, con gran esfuerzo, lograba vislumbrar vagas siluetas de hombres y cosas, indecisos perfiles de peligros y abismos. La llegada de la carta fue como la salida del sol.

Pero este sol era un sol negro, un sol nocturno. No s si se puede decir esto, pero aunque no soy escritor y aunque no estoy seguro de mi precisin, no retirara la palabra nocturno; esta palabra era, quiz, la ms apropiada para Mara, entre todas las que forman nuestro imperfecto lenguaje.

sta es la carta que me envi:

He pasado tres das extraos: el mar, la playa, los caminos me fueron trayendo recuerdos de otros tiempos. No slo imgenes: tambin voces, gritos y largos silencios de otros das. Es curioso, pero vivir consiste en construir futuros recuerdos; ahora mismo, aqu frente al mar, s que estoy preparando recuerdos minuciosos, que alguna vez me traern la melancola y la desesperanza.

El mar est ah, permanente y rabioso. Mi llanto de entonces, intil; tambin intiles mis esperas en la playa solitaria, mirando tenazmente al mar. Has adivinado y pintado este recuerdo mo o has pintado el recuerdo de muchos seres como vos y yo?

Pero ahora tu figura se interpone: ests entre el mar y yo. Mis ojos encuentran tus ojos. Ests quieto y un poco desconsolado, me miras como pidiendo ayuda.

MARA

Cunto la comprenda y qu maravillosos sentimientos crecieron en m con esta carta! Hasta el hecho de tutearme de pronto me dio una certeza de que Mara era ma. Y solamente ma: ests entre el mar y yo; all no exista otro, estbamos solos nosotros dos, como lo intu desde el momento en que ella mir la escena de la ventana. En verdad cmo poda no tutearme si nos conocamos desde siempre, desde mil aos atrs? Si cuando ella se detuvo frente a mi cuadro y mir aquella pequea escena sin or ni ver la multitud que nos rodeaba, ya era como si nos hubisemos tuteado y en seguida supe cmo era y quin era, cmo yo la necesitaba y cmo, tambin, yo le era necesario.

Ah, y sin embargo te mat! Y he sido yo quien te ha matado, yo, que vea como a travs de un muro de vidrio, sin poder tocarlo, tu rostro mudo y ansioso! Yo, tan estpido, tan ciego, tan egosta, tan cruel!

Basta de efusiones. Dije que relatara esta historia en forma escueta y as lo har.

XV

AMABA desesperadamente a Mara y no obstante la palabra amor no se haba pronunciado entre nosotros. Esper con ansiedad su retorno de la estancia para decrsela.

Pero ella no volva. A medida que fueron pasando los das, creci en m una especie de locura. Le escrib una segunda carta que simplemente deca: Te quiero, Mara, te quiero, te quiero!

A los dos das recib, por fin, una respuesta que deca estas nicas palabras: Tengo miedo de hacerte mucho mal. Le contest en el mismo instante: No me importa lo que puedas hacerme. Si no pudiera amarte me morira. Cada segundo que paso sin verte es una interminable tortura.

Pasaron das atroces, pero la contestacin de Mara no lleg. Desesperado, escrib: Ests pisoteando este amor.

Al otro da, por telfono, o su voz, remota y temblorosa. Excepto la palabra Mara, pronunciada repetidamente, no atin a decir nada, ni tampoco me habra sido posible: mi garganta estaba contrada de tal modo que no poda hablar distintamente. Ella me dijo:

Vuelvo maana a Buenos Aires. Te hablar apenas llegue.

Al otro da, a la tarde, me habl desde su casa.

Te quiero ver en seguida dije.

S, nos veremos hoy mismo respondi.

Te espero en la plaza San Martn le dije.

Mara pareci vacilar. Luego respondi:

Preferira en la Recoleta. Estar a las ocho.

Cmo esper aquel momento, cmo camin sin rumbo por las calles para que el tiempo pasara ms rpido! Qu ternura senta en mi alma, qu hermosos me parecan el mundo, la tarde de verano, los chicos que jugaban en la vereda! Pienso ahora hasta qu punto el amor enceguece y qu mgico poder de transformacin tiene. La hermosura del mundo! Si es para morirse de risa!

Haban pasado pocos minutos de las ocho cuando vi a Mara que se acercaba, buscndome en la oscuridad. Era ya muy tarde para ver su cara, pero reconoc su manera de caminar.

Nos sentamos. Le apret un brazo y repet su nombre insensatamente, muchas veces; no acertaba a decir otra cosa, mientras ella permaneca en silencio.

Por qu te fuiste a la estancia? pregunt por fin, con violencia. Por qu me dejaste solo? Por qu dejaste esa carta en tu casa? Por qu no me dijiste que eras casada?

Ella no responda. Le estruj el brazo. Gimi.

Me haces mal, Juan Pablo dijo suavemente.

Por qu no me decs nada? Por qu no respondes?

No deca nada.

Por qu? Por qu?

Por fin respondi:

Por qu todo ha de tener respuesta? No hablemos de m: hablemos de vos, de tus trabajos, de tus preocupaciones. Pens constantemente en tu pintura, en lo que me dijiste en la plaza San Martn. Quiero saber qu haces ahora, qu penss, si has pintado o no.

Le volv a estrujar el brazo con rabia.

No le respond. No es de m que deseo hablar: deseo hablar de nosotros dos, necesito saber si me quers. Nada ms que eso: saber si me quers.

No respondi. Desesperado por el silencio y por la oscuridad que no me permita adivinar sus pensamientos a travs de sus ojos, encend un fsforo. Ella dio vuelta rpidamente la cara, escondindola. Le tom la cara con mi otra mano y la obligu a mirarme: estaba llorando silenciosamente.

Ah entonces no me quers dije con amargura.

Mientras el fsforo se apagaba vi, sin embargo, cmo me miraba con ternura. Luego, ya en plena oscuridad, sent que su mano acariciaba mi cabeza. Me dijo suavemente:

Claro que te quiero por qu hay que decir ciertas cosas?

S le respond, pero cmo me quers? Hay muchas maneras de querer. Se puede querer a un perro, a un chico. Yo quiero decir amor, verdadero amor, entends?Tuve una rara intuicin: encend rpidamente otro fsforo. Tal como lo haba intuido, el rostro de Mara sonrea. Es decir, ya no sonrea, pero haba estado sonriendo un dcimo de segundo antes. Me ha sucedido a veces darme vuelta de pronto con la sensacin de que me espiaban, no encontrar a nadie y sin embargo sentir que la soledad que me rodeaba era reciente y que algo fugaz haba desaparecido, como si un leve temblor quedara vibrando en el ambiente. Era algo as.

Has estado sonriendo dije con rabia.

Sonriendo? pregunt asombrada.

S, sonriendo: a m no se me engaa tan fcilmente. Me fijo mucho en los detalles.

En qu detalles te has fijado? pregunt.

Quedaba algo en tu cara. Rastros de una sonrisa.

Y de qu poda sonrer? volvi a decir con dureza.

De mi ingenuidad, de mi pregunta si me queras verdaderamente o como a un chico, qu s yo Pero habas estado sonriendo. De eso no tengo ninguna duda.

Mara se levant de golpe.

Qu pasa? pregunt asombrado.

Me voy repuso secamente.

Me levant como un resorte.

Cmo, que te vas?

S, me voy.

Cmo, que te vas? Por qu?

No respondi. Casi la sacud con los dos brazos.

Por qu te vas?

Temo que tampoco vos me entiendas.

Me dio rabia.

Cmo? Te pregunto algo que para m es cosa de vida o muerte, en vez de responderme sonres y adems te enojas. Claro que es para no entenderte.

Imaginas que he sonredo coment con sequedad.

Estoy seguro.

Pues te equivocas. Y me duele infinitamente que hayas pensado eso.

No saba qu pensar. En rigor, yo no haba visto la sonrisa sino algo as como un rastro en una cara ya seria.

No s, Mara, perdname dije abatido. Pero tuve la seguridad de que habas sonredo.

Me qued en silencio; estaba muy abatido. Al rato sent que su mano tomaba mi brazo con ternura. O en seguida su voz, ahora dbil y dolorida:

Pero cmo pudiste pensarlo?

No s, no s repuse casi llorando. Me hizo sentar nuevamente y me acarici la cabeza como lo haba hecho al comienzo.

Te advert que te hara mucho mal me dijo al cabo de unos instantes de silencio . Ya ves como tena razn.

Ha sido culpa ma respond.

No, quiz ha sido culpa ma coment pensativamente, como si hablase consigo misma. Qu extrao, pens.

Qu es lo extrao? pregunt Mara.

Me qued asombrado y hasta pens (muchos das despus) que era capaz de leer los pensamientos. Hoy mismo no estoy seguro de que yo haya dicho aquellas palabras en voz alta, sin darme cuenta.

Qu es lo extrao? volvi a preguntarme, porque yo, en mi asombro, no haba respondido.

Qu extrao lo de tu edad.

De mi edad?

S, de tu edad. Qu edad tens?

Ri.

Qu edad crees que tengo?

Eso es precisamente lo extrao respond. La primera vez que te vi me pareciste una muchacha de unos veintisis aos.

Y ahora?

No, no. Ya al comienzo estaba perplejo, porque algo no fsico me haca pensar

Qu te haca pensar?

Me haca pensar en muchos aos. A veces siento como si yo fuera un nio a tu lado.

Qu edad tens vos?

Treinta y ocho aos.

Sos muy joven, realmente.

Me qued perplejo. No porque creyera que mi edad fuese excesiva sino porque, a pesar de todo, yo deba de tener muchos ms aos que ella; porque, de cualquier modo, no era posible que tuviese ms de veintisis aos.

Muy joven repiti, adivinando quiz mi asombro.

Y vos, qu edad tens? insist.

Qu importancia tiene eso? respondi seriamente.

Y por qu has preguntado mi edad? dije, casi irritado.

Esta conversacin es absurda replic. Todo esto es una tontera. Me asombra que te preocupes de cosas as.

Yo preocupndome de cosas as? Nosotros teniendo semejante conversacin? En verdad cmo poda pasar todo eso? Estaba tan perplejo que haba olvidado la causa de la pregunta inicial. No, mejor dicho, no haba investigado la causa de la pregunta inicial. Slo en mi casa, horas despus, llegu a darme cuenta del significado profundo de esta conversacin aparentemente tan trivial.

XVI

DURANTE ms de un mes nos vimos casi todos los das. No quiero rememorar en detalle todo lo que sucedi en ese tiempo a la vez maravilloso y horrible. Hubo demasiadas cosas tristes para que desee rehacerlas en el recuerdo.

Mara comenz a venir al taller. La escena de los fsforos, con pequeas variaciones, se haba reproducido dos o tres veces y yo viva obsesionado con la idea de que su amor era, en el mejor de los casos, amor de madre o de hermana. De modo que la unin fsica se me apareca como una garanta de verdadero amor.

Dir desde ahora que esa idea fue una de las tantas ingenuidades mas, una de esas ingenuidades que seguramente hacan sonrer a Mara a mis espaldas. Lejos de tranquilizarme, el amor fsico me perturb ms, trajo nuevas y torturantes dudas, dolorosas escenas de incomprensin, crueles experimentos con Mara. Las horas que pasamos en el taller son horas que nunca olvidar. Mis sentimientos, durante todo ese perodo, oscilaron entre el amor ms puro y el odio ms desenfrenado, ante las contradicciones y las inexplicables actitudes de Mara; de pronto me acometa la duda de que todo era fingido. Por momentos pareca una adolescente pdica y de pronto se me ocurra que era una mujer cualquiera, y entonces un largo cortejo de dudas desfilaba por mi mente: dnde? cmo? quines? cundo?

En tales ocasiones, no poda evitar la idea de que Mara representaba la ms sutil y atroz de las comedias y de que yo era, entre sus manos, como un ingenuo chiquillo al que se engaa con cuentos fciles para que coma o duerma. A veces me acometa un frentico pudor, corra a vestirme y luego me lanzaba a la calle, a tomar fresco y a rumiar mis dudas y aprensiones. Otros das, en cambio, mi reaccin era positiva y brutal: me echaba sobre ella, le agarraba los brazos como con tenazas, se los retorca y le clavaba la mirada en sus ojos, tratando de forzarle garantas de amor, de verdadero amor.

Pero nada de todo esto es exactamente lo que quiero decir. Debo confesar que yo mismo no s lo que quiero decir con eso del amor verdadero, y lo curioso es que, aunque emple muchas veces esa expresin en los interrogatorios, nunca hasta hoy me puse a analizar a fondo su sentido. Qu quera decir? Un amor que incluyera la pasin fsica? Quiz la buscaba en mi desesperacin de comunicarme ms firmemente con Mara. Yo tena la certeza de que, en ciertas ocasiones, logrbamos comunicarnos, pero en forma tan sutil, tan pasajera, tan tenue, que luego quedaba ms desesperadamente solo que antes, con esa imprecisa insatisfaccin que experimentamos al querer reconstruir ciertos amores de un sueo. S que, de pronto, logrbamos algunos momentos de comunin. Y el estar juntos atenuaba la melancola que siempre acompaa a esas sensaciones, seguramente causada por la esencial incomunicabilidad de esas fugaces bellezas. Bastaba que nos mirramos para saber que estbamos pensando o, mejor dicho, sintiendo lo mismo.

Claro que pagbamos cruelmente esos instantes, porque todo lo que suceda despus pareca grosero o torpe. Cualquier cosa que hiciramos (hablar, tomar caf) era doloroso, pues sealaba hasta qu punto eran fugaces esos instantes de comunidad. Y, lo que era mucho peor, causaban nuevos distanciamientos porque yo la forzaba, en la desesperacin de consolidar de algn modo esa fusin, a unirnos corporalmente; slo logrbamos confirmar la imposibilidad de prolongarla o consolidarla mediante un acto material. Pero ella agravaba las cosas porque, quiz en su deseo de borrarme esa idea fija, aparentaba sentir un verdadero y casi increble placer; y entonces venan las escenas de vestirme rpidamente y huir a la calle, o de apretarle brutalmente los brazos y querer forzarle confesiones sobre la veracidad de sus sentimientos y sensaciones. Y todo era tan atroz que cuando ella intua que nos acercbamos al amor fsico, trataba de rehuirlo. Al final haba llegado a un completo escepticismo y trataba de hacerme comprender que no solamente era intil para nuestro amor sino hasta pernicioso.

Con esta actitud slo lograba aumentar mis dudas acerca de la naturaleza de su amor, puesto que yo me preguntaba si ella no habra estado haciendo la comedia y entonces poder ella argir que el vnculo fsico era pernicioso y de ese modo evitarlo en el futuro; siendo la verdad que lo detestaba desde el comienzo y, por lo tanto, que era fingido su placer. Naturalmente, sobrevenan otras peleas y era intil que ella tratara de convencerme: slo consegua enloquecerme con nuevas y ms sutiles dudas, y as recomenzaban nuevos y ms complicados interrogatorios.

Lo que ms me indignaba, ante el hipottico engao, era el haberme entregado a ella completamente indefenso, como una criatura.

Si alguna vez sospecho que me has engaado le deca con rabia te matar como a un perro.

Le retorca los brazos y la miraba fijamente en los ojos, por si poda advertir algn indicio, algn brillo sospechoso, algn fugaz destello de irona. Pero en esas ocasiones me miraba asustada como un nio, o tristemente, con resignacin, mientras comenzaba a vestirse en silencio.

Un da la discusin fue ms violenta que de costumbre y llegu a gritarle puta. Mara qued muda y paralizada. Luego, lentamente, en silencio, fue a vestirse detrs del biombo de las modelos; y cuando yo, despus de luchar entre mi odio y mi arrepentimiento, corr a pedirle perdn, vi que su rostro estaba empapado en lgrimas. No supe qu hacer: la bes tiernamente en los ojos, le ped perdn con humildad, llor ante ella, me acus de ser un monstruo cruel, injusto y vengativo. Y eso dur mientras ella mostr algn resto de desconsuelo, pero apenas se calm y comenz a sonrer con felicidad, empez a parecerme poco natural que ella no siguiera triste: poda tranquilizarse, pero era sumamente sospechoso que se entregase a la alegra despus de haberle gritado una palabra semejante y comenz a parecerme que cualquier mujer debe sentirse humillada al ser calificada as, hasta las propias prostitutas, pero ninguna mujer podra volver tan pronto a la alegra, a menos de haber cierta verdad en aquella calificacin.

Escenas semejantes se repetan casi todos los das. A veces terminaban en una calma relativa y salamos a caminar por la Plaza Francia como dos adolescentes enamorados. Pero esos momentos de ternura se fueron haciendo ms raros y cortos, como inestables momentos de sol en un cielo cada vez ms tempestuoso y sombro. Mis dudas y mis interrogatorios fueron envolvindolo todo, como una liana que fuera enredando y ahogando los rboles de un parque en una monstruosa trama.

XVII

MIS INTERROGATORIOS, cada da ms frecuentes y retorcidos, eran a propsito de sus silencios, sus miradas, sus palabras perdidas, algn viaje a la estancia, sus amores. Una vez le pregunt por qu se haca llamar seorita Iribarne, en vez de seora de Allende. Sonri y me dijo:

Qu nio sos! Qu importancia puede tener eso?

Para m tiene mucha importancia respond examinando sus ojos.

Es una costumbre de familia me respondi, abandonando la sonrisa.

Sin embargo aduje, la primera vez que habl a tu casa y pregunt por la seorita Iribarne la mucama vacil un instante antes de responderme.

Te habr parecido.

Puede ser. Pero por qu no me corrigi?

Mara volvi a sonrer, esta vez con mayor intensidad.

Te acabo de explicar dijo que es costumbre nuestra, de manera que la mucama tambin lo sabe. Todos me llaman Mara Iribarne.

Mara Iribarne me parece natural, pero menos natural me parece que la mucama se extrae tan poco cuando te llaman seorita.

Ah no me di cuenta de que era eso lo que te sorprenda. Bueno, no es lo acostumbrado y quiz eso explica la vacilacin de la mucama.

Se qued pensativa, como si por primera vez advirtiese el problema.

Y sin embargo no me corrigi insist.

Quin? pregunt ella, como volviendo a la conciencia.

La mucama. No me corrigi lo de seorita.

Pero, Juan Pablo, todo eso no tiene absolutamente ninguna importancia y no s qu quers demostrar.

Quiero demostrar que probablemente no era la primera vez que se te llamaba seorita. La primera vez la mucama habra corregido.

Mara se ech a rer.

Sos completamente fantstico dijo casi con alegra, acaricindome con ternura. Permanec serio.

Adems prosegu, cuando me atendiste por primera vez tu voz era neutra, casi oficinesca, hasta que cerraste la puerta. Luego seguiste hablando con voz tierna. Por qu ese cambio?

Pero, Juan Pablo respondi, ponindose seria, cmo poda hablarte as delante de la mucama?

S, eso es razonable; pero dijiste: cuando cierro la puerta saben que no deben molestarme. Esa frase no poda referirse a m, puesto que era la primera vez que te hablaba. Tampoco se poda referir a Hunter, puesto que lo pods ver cuantas veces quieras en la estancia. Me parece evidente que debe de haber otras personas que te hablan o que te hablaban. No es as?

Mara me mir con tristeza.

En vez de mirarme con tristeza podras contestar coment con irritacin.

Pero, Juan Pablo, todo lo que ests diciendo es una puerilidad. Claro que hablan otras personas: primos, amigos de la familia, mi madre, qu s yo

Pero me parece que para conversaciones de ese tipo no hay necesidad de esconderse.

Y quin te autoriza a decir que yo me escondo! respondi con violencia.

No te excites. Vos misma me has hablado en una oportunidad de un tal Richard, que no era ni primo, ni amigo de la familia, ni tu madre.

Mara qued muy abatida.

Pobre Richard coment dulcemente.

Por qu pobre?

Sabes bien que se suicid y que en cierto modo yo tengo algo de culpa. Me escriba cartas terribles, pero nunca pude hacer nada por l. Pobre, pobre Richard.

Me gustara que me mostrases alguna de esas cartas.

Para qu, si ya ha muerto?

No importa, me gustara lo mismo.

Las quem todas.

Podas haber dicho de entrada que las habas quemado. En cambio me dijiste para qu, si ya ha muerto? Siempre lo mismo. Adems por qu las quemaste, si es que verdaderamente lo has hecho? La o