9. 10. octubre 2009

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LOS HEREJES La doncella se asoma a ver el campo, a interrogar una lontananza trémula. Su mente padece la visión de los jinetes del exterminio, descrita en las páginas del Apocalipsis y en un comentario de estampas negras. La voz popular decanta la lluvia de sangre y el eclipse y advierte la similitud con las maravillas de antaño, contemporáneas del rey Lear. Un capitán, desabrido e insolente con su rey, fija la tienda de campaña, de seda carmesí, en medio de las ruinas. Los soldados, los diablos de guerra, dejan ver el tizne del incendio o del infierno en la tez árida y su roja pelambre. Un arbitrista, usurpador del traje de Arlequín, los persuade a la licencia y los abastece de monedas de similor y de papel. La doncella aleja la muchedumbre de los enemigos, prodigando las noches de oración. Se retiran delante de la apertura de un camino. El golpe de sus hierros no encontraba asiento y se perdía en el vacío. José Antonio Ramos Sucre Cobarde Listo, estoy ahí mismo ya llegué a ese punto en el que los más valientes se suicidan en el que te preguntas que sentirías si el carro se estrellase contra un poste y tu a doscientos por hora y sin cinturón, pero no frenas ni baja la velocidad. ¿Y todavía le haces caso al semáforo? sí, eres un animal de costumbre, me das asco arráncate el pico y escóndete. CARMEN ROMERO La Oveja Negra En un lejano país existió hace muchos años una Oveja Negra. Fue fusilada. Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque. Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura. Augusto Monterroso Soledad El día cayó de muy alto y la oscuridad de la noche naciente fue rasgada por la luz que se despedía con sus dedos puntiagudos. La brisa, caliente y melancólica, hizo llorar a los cujíes sus diminutas hojas, que luego se refrescaban a la propia sombra de la cual pendían. La tierra limó, seca, durante la luz el calzado de quien sediento arrastraba sus pies. Bajo la tierra, ya quienes han sucumbido a ella ya quienes quisieron hacerlo ya quienes lo evadieron. Y yo, encima encinta de tristeza de mal y de inconsistente pasión te encuentro a vos tan nueva y tan familiar. Carmen Hinestroza Álvares 1er Premio de Poesía La Grapa Literaria Escuela de Letras 1 0 / 2 0 0 9 No quitarte tiempos, sacarme Tiempos de adentro Milka García

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LOS HEREJES

La doncella se asoma a ver el campo, a interrogar una lontananza trémula.

Su mente padece la visión de los jinetes del exterminio, descrita en las

páginas del Apocalipsis y en un comentario de estampas negras.

La voz popular decanta la lluvia de sangre y el eclipse y advierte la

similitud con las maravillas de antaño, contemporáneas del rey Lear.

Un capitán, desabrido e insolente con su rey, fija la tienda de campaña, de

seda carmesí, en medio de las ruinas. Los soldados, los diablos de guerra,

dejan ver el tizne del incendio o del infierno en la tez árida y su roja

pelambre. Un arbitrista, usurpador del traje de Arlequín, los persuade a la

licencia y los abastece de monedas de similor y de papel.

La doncella aleja la muchedumbre de los enemigos, prodigando las

noches de oración. Se retiran delante de la apertura de un camino. El golpe

de sus hierros no encontraba asiento y se perdía en el vacío.

José Antonio Ramos Sucre

Cobarde Listo, estoy ahí mismo ya llegué a ese punto en el que los más valientes se suicidan en el que te preguntas que sentirías si el carro se estrellase contra un poste y tu a doscientos por hora y sin cinturón, pero no frenas ni baja la velocidad. ¿Y todavía le haces caso al semáforo? sí, eres un animal de costumbre, me das asco arráncate el pico y escóndete. CARMEN ROMERO

La Oveja Negra En un lejano país existió hace muchos años una Oveja Negra. Fue fusilada. Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque. Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura. Augusto Monterroso

Soledad

El día cayó

de muy alto

y la oscuridad de la noche

naciente

fue rasgada por la luz

que se despedía

con sus dedos puntiagudos.

La brisa,

caliente y melancólica,

hizo llorar a los cujíes

sus diminutas hojas,

que luego se refrescaban a la propia

sombra

de la cual pendían.

La tierra limó,

seca,

durante la luz

el calzado de quien

sediento

arrastraba sus pies.

Bajo la tierra,

ya quienes han sucumbido a ella

ya quienes quisieron hacerlo

ya quienes lo evadieron.

Y yo,

encima

encinta

de tristeza

de mal

y de inconsistente pasión

te encuentro

a vos

tan nueva y tan familiar.

Carmen Hinestroza Álvares

1er Premio de Poesía

La Grapa Literaria

Escuela de Letras

1

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0

9

No quitarte tiempos,

sacarme Tiempos

de adentro

Milka García

REFUGIO

DE

LUZ 9

LOCARIO DE DIVULGACIÓN. SI QUIERES PUBLICAR EN ESTAS PÁGINAS BUSCA A MILKA GARCÍA O ENVÍA UN PAR DE TUS TEXTOS A: [email protected]

USTED Usted que es una persona adulta - y por lo tanto Sensata, madura, razonable, Con una gran experiencia Y que sabe muchas cosas – ¿Qué quiere ser cuando sea niño? Jairo Aníbal Niño

Horacio Quiroga. La retórica del cuento En estas mismas columnas, solicitado cierta vez por algunos amigos de la infancia que deseaban escribir cuentos sin las dificultades inherentes por común a su composición, expuse unas cuantas reglas y trucos, que, por haberme servido satisfactoriamente en más de una ocasión, sospeché podrían prestar servicios de verdad a aquellos amigos de la niñez. Animado por el silencio -en literatura el silencio es siempre animador- en que había caído mi elemental anagnosia del oficio, completéla con una nueva serie de trucos eficaces y seguros, convencido de que uno por lo menos de los infinitos aspirantes al arte de escribir, debía de estar gestando en las sombras un cuento revelador. Ha pasado el tiempo. Ignoro todavía si mis normas literarias prestaron servicios. Una y otra serie de trucos anotados con más humor que solemnidad llevaban el título común de Manual del perfecto cuentista. Se me solicita de nuevo, pero esta vez con mucha más seriedad que buen humor. Se me pide primeramente una declaración firme y explícita acerca del cuento. Y luego, una fórmula eficaz para evitar precisamente escribirlos en la forma ya desusada que con tan pobre éxito absorbió nuestras viejas horas. Como se ve, cuanto era de desenfadada y segura mi posición al divulgar los trucos del perfecto cuentista, es de inestable mi situación presente. Cuanto sabía yo del cuento era un error. Mi conocimiento indudable del oficio, mis pequeñas trampas más o menos claras, sólo han servido para colocarme de pie, desnudo y aterido como una criatura, ante la gesta de una nueva retórica del cuento que nos debe amamantar. “Una nueva retórica...” No soy el primero en expresar así los flamantes cánones. No está en juego con ellos nuestra vieja estética, sino una nueva nomenclatura. Para orientarnos en su hallazgo, nada más útil que recordar lo que la literatura de ayer, la de hace diez siglos y la de los primeros balbuceos de la civilización, han entendido por cuento. El cuento literario, nos dice aquélla, consta de los mismos elementos sucintos que el cuento oral, y es como éste el relato de una historia bastante interesante y suficientemente breve para que absorba toda nuestra atención. Pero no es indispensable, adviértenos la retórica, que el tema a contra constituya una historia con principio, medio y fin. Una escena trunca, un incidente, una simple situación sentimental, moral o espiritual, poseen elementos de sobra para realizar con ellos un cuento. Tal vez en ciertas épocas la historia total -lo que podríamos llamar argumento- fue inherente al cuento mismo. “¡Pobre argumento! -decíase-. ¡Pobre cuento!” Más tarde, con la historia breve, enérgica y aguda de un simple estado de ánimo, los grandes maestros del género han creado relatos inmortales.

LOS VIEJOS Parece que fue ayer, dicen siempre, y se agitan melancólicos. Buscan, dentro del orden visible, el pretérito. Cruzan el desierto con ese enfado maligno de ir o de permanecer. Llevan sol a la otra orilla en un cántaro de agua. Juan Sánchez Peláez

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TUS TEXTOS A: REFUGIO_DE_LUZ_2009@HOT

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Deseo…

pestaña en pulgar

mano en horqueta

ojo en estrella fugaz

y soplo mi cuota de velas

Milka García

REFUGIO DE LUZ 10

ESPÍRITUS DE LOS MUERTOS

I

Tu alma se encontrará a sí misma sola

En medio de los pensamientos oscuros

/de la piedra gris de la tumba,

Nadie, en toda la multitud, espía

Dentro de tu hora de retiro.

EDGAR ALLAN POE

LOGRAMOS SALVAR A TODOS

I

Parecía imposible que el chico fuera alguna otra cosa que eso. Seguramente

se llamaba Ewan: la e se pronunciaba como i, la w como v. Ewan salía de la

universidad al mediodía. Se sentaba en las esquinas de uno de los bloques, solo,

a mirar la gente pasar. Debía ser por placer. Lo saludaban, llegaban a hablarle pero

tal vez por algo que él les decía o tal vez por nada especial, lo dejaban estar y seguían

sus caminos.

Martes, cinco de la tarde en la ciudad, ha llovido en la mañana. Ewan se sienta

en la banca más húmeda del pasillo; el cielo se torna lila y gris; un perro amarillo

duerme cerca dela entrada del edificio administrativo para cobijarse con la sábana

que tejen las personas y sus hilos de camino. La gente, divertida por la imagen de un

perro durmiendo frente a una puerta, habla y se detiene a su alrededor. Comentan el

clima, mientras el profesor de sistemas de Ewan corrige el examen que presentó hoy.

Ewan obtiene 17 y aún no lo sabe. Presiente, sin embargo, que es un día de números impares, mientras nota que la chica parada frente a él, digita su

teléfono 7 9 7… 5 1…3 7. De algún lado la conoce, piensa: del edificio, o de la tienda de periódicos de la esquina, o de la fiesta del sábado pasado. O

tal vez simplemente no la conoce.

Cuando son las 6 de la tarde, Ewan atraviesa la calle frente a la universidad, se dirige a la parada del bus, paga la tarifa estudiantil y se sienta

del lado de una ventana, en la mitad del bus.

Quince minutos para las siete de la tarde. Se baja en una parada cercana a un edificio de la av. 5 de julio. Camina hasta el edificio Residencia

Vesalio, sube el ascensor, pasa la llave, entra a su apartamento. Se queda en la sala solo y su mamá, la Sra. Magdalena, pasa siempre desapercibida

por él. A las ocho le ofrece la cena y él acepta, siempre por no declinar, nunca por hambre.

A las nueve llega el esposo de la Sra. Magdalena y el ambiente se vuelve insoportable, así que Ewan sale de su casa y va a visitar a Natalia, su

novia, porque después de todo, cualquier cosa es mejor que oír a sus padres discutir. Pasean juntos por todas partes y ningún sitio. Se besan en algún

baño, tiran en un parque, se sientan en cualquier acera y veinte minutos antes que Natalia deba volver a casa, suben a la azotea y sueñan juntos con

soñar.

Ewan regresa a su apartamento, se lava la cara y se moja el cabello con ganas de estar lejos. Al día siguiente, se enjuaga y repite cada paso.

María Ocando Finol. 2do Premio de Cuento. La Grapa Literaria. Escuela de Letras

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9 De no estar tú,

demasiado enorme

sería el bosque.

Issa

Sin nada azul En el nombre del poderoso espacio, vuelvo a ti. Marea adormecida en el tiempo de los lobos. Helado por la verdad placer en la memoria Saciedad en el conocimiento y arte de los hombres Mi miseria, vertida en la profunda claridad de las máscaras. Es el refugio ambiguo de la muerte.

Azul

Horacio Quiroga. La retórica del cuento (Continuación) En la extensión sin límites del tema y del procedimiento en el cuento, dos calidades se han exigido siempre: en el autor, el poder de transmitir vivamente y sin demoras sus impresiones; y en la obra, la soltura, la energía y la brevedad del relato, que la definen. Tan específicas son estas cualidades, que desde las remotas edades del hombre, y a través de las más hondas convulsiones literarias, el concepto del cuento no ha variado. Cuando el de los otros géneros sufría según las modas del momento, el cuento permaneció firme en su esencia integral. Y mientras la lengua humana sea nuestro preferido vehículo de expresión, el hombre contará siempre, por ser el cuento la forma natural, normal e irreemplazable de contar. Extendido hasta la novela, el relato puede sufrir en su estructura. Constreñido en su enérgica brevedad, el cuento es y no puede ser otra cosa que lo que todos, cultos e ignorantes, entendemos por tal. Los cuentos chinos y persas, los grecolatinos, los árabes de las Mil y una noches, los del Renacimiento italiano, los de Perrault, de Hoffmann, de Poe, de Merimée de Bret-Harte, de Verga, de Chejov, de Maupassant, de Kipling, todos ellos son una sola y misma cosa en su realización. Pueden diferenciarse unos de otros como el sol y la luna. Pero el concepto, el coraje para contar, la intensidad, la brevedad, son los mismos en todos los cuentistas de todas las edades. Todos ellos poseen en grado máximo la característica de entrar vivamente en materia. Nada más imposible que aplicarles las palabras: “Al grano, al grano...” con que se hostiga a un mal contador verbal. El cuentista que “no dice algo”, que nos hace perder el tiempo, que lo pierde él mismo en divagaciones superfluas, puede verse a uno y otro lado buscando otra vocación. Ese hombre no ha nacido cuentista. Pero ¿si esas divagaciones, digresiones y ornatos sutiles, poseen en sí mismos elementos de gran belleza? ¿Si ellos solos, mucho más que el cuento sofocado, realizan una excelsa obra de arte? Enhorabuena, responde la retórica. Pero no constituyen un cuento. Esas divagaciones admirables pueden lucir en un artículo, en una fantasía, en un cuadro, en un ensayo, y con seguridad en una novela. En el cuento no tienen cabida, ni mucho menos pueden constituirlo por sí solas. Mientras no se cree una nueva retórica, concluye la vieja dama, con nuevas formas de la poesía épica, el cuento es y será lo que todos, grandes y chicos, jóvenes y viejos, muertos y vivos, hemos comprendido por tal. Puede el futuro nuevo género ser superior, por sus caracteres y sus cultores, al viejo y sólido afán de contar que acucia al ser humano. Pero busquémosle otro nombre. Tal es la cuestión. Queda así evacuada, por boca de la tradición retórica, la consulta que se me ha hecho. En cuanto a mí, a mi desventajosa manía de entender el relato, creo sinceramente que es tarde ya para perderla. Pero haré cuanto esté en mí para no hacerlo peor.