A 39 Años de La Desaparición de Haroldo Conti

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(A 39 años de la desaparición de Haroldo Conti)) Que cosa rara es el olvido, ¿no? Uno intenta buscarlo para no encontrarlo, para saber como y cuando escapar. Pero contamos con la desventaja que no tiene una forma definida, sino que puede venir en forma de años, con un rostro nuevo o con unas zapatillas recién salidas de la fábrica. Puede correr libre, sin preocupación, sobre los diarios, sobre las manos de quien escribe y hasta puede encerrarse: elegir cuatro paredes, pintarlas de blanco, poner la luminaria adecuada y sanseacabó. El olvido permite perder las tildes, los punto y coma, y todas esas palabras que salen de una boca o un pensamiento para transformarse en un cazador americano, un aviador perdido en un desierto, o para ser la hoja de un álamo, o de ese hombre que sueña ser un árbol. El olvido permite también perder hasta los gestos; esa ceja levantada, esa sonrisa que se asoma entre una comida a medio masticar, o esos ojos quebrados con lagrimas de vidrio. Son tantas las cosas que permite, que uno esta buscando siempre las mil y un formas para escaparle. Pero el muy ágil se logra colar por los costados, por los techos rotos y las ventanas mal cerradas de un colectivo. Se lo puede sentir, subiendo por la pierna hasta llegar a la parte de atrás de los ojos, que se cierran y se abren intentando darle batalla. Y ahí es donde uno entiende que las múltiples formas de escape no sirven de mucho, y que lo importante es sino el darle batalla. Aprender a combatir a capa y espada, llenar los pulmones de aire, abrir bien grande esa sonrisa hasta cubrirse el cuerpo con una armadura de besos y fotos viejas. Encenderse en la memoria de uno, para hacerla de todos. Dejar arder libre a los nombres olvidados en los baúles, a los cuentos perdidos en la esquina y los abrazos exiliados en el frente de una casa. Dejar arder libres a aquellos que desaparecen para aparecer y arder como nosotros. Y uno así va encontrando la receta para esa intensa lucha contra los silencios y los vacíos. A dar vuelta a aquellos vacíos con cara de rotulo, que buscan estar quietos, inmóviles, que buscar dejar sin aire y sin sentido los sentimientos mas profundos del hombre. Hasta que un día, nos levantamos de nuestra cama y enfrentamos la primer tarea del resto de nuestros días: Encender la memoria, los siete días, todas las semanas. Abrazar a las brasas de la memoria, llenarlas de cuentos, de palabras, de pisadas y también de golpes. Realizada la primer tarea del día, ya estamos listos para saltar al camino, como un león para enfrentar olvidos, bártulos y frases encajonadas. Para luchar con el alma, con los puntos y comas, con los sueños recompuestos, y con la calle ardiendo a nuestros pies.

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Homenaje al periodista

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(A 39 aos de la desaparicin de Haroldo Conti))

Que cosa rara es el olvido, no? Uno intenta buscarlo para no encontrarlo, para saber como y cuando escapar. Pero contamos con la desventaja que no tiene una forma definida, sino que puede venir en forma de aos, con un rostro nuevo o con unas zapatillas recin salidas de la fbrica. Puede correr libre, sin preocupacin, sobre los diarios, sobre las manos de quien escribe y hasta puede encerrarse: elegir cuatro paredes, pintarlas de blanco, poner la luminaria adecuada y sanseacab.El olvido permite perder las tildes, los punto y coma, y todas esas palabras que salen de una boca o un pensamiento para transformarse en un cazador americano, un aviador perdido en un desierto, o para ser la hoja de un lamo, o de ese hombre que suea ser un rbol. El olvido permite tambin perder hasta los gestos; esa ceja levantada, esa sonrisa que se asoma entre una comida a medio masticar, o esos ojos quebrados con lagrimas de vidrio.

Son tantas las cosas que permite, que uno esta buscando siempre las mil y un formas para escaparle. Pero el muy gil se logra colar por los costados, por los techos rotos y las ventanas mal cerradas de un colectivo. Se lo puede sentir, subiendo por la pierna hasta llegar a la parte de atrs de los ojos, que se cierran y se abren intentando darle batalla.

Y ah es donde uno entiende que las mltiples formas de escape no sirven de mucho, y que lo importante es sino el darle batalla. Aprender a combatir a capa y espada, llenar los pulmones de aire, abrir bien grande esa sonrisa hasta cubrirse el cuerpo con una armadura de besos y fotos viejas. Encenderse en la memoria de uno, para hacerla de todos. Dejar arder libre a los nombres olvidados en los bales, a los cuentos perdidos en la esquina y los abrazos exiliados en el frente de una casa. Dejar arder libres a aquellos que desaparecen para aparecer y arder como nosotros. Y uno as va encontrando la receta para esa intensa lucha contra los silencios y los vacos. A dar vuelta a aquellos vacos con cara de rotulo, que buscan estar quietos, inmviles, que buscar dejar sin aire y sin sentido los sentimientos mas profundos del hombre.

Hasta que un da, nos levantamos de nuestra cama y enfrentamos la primer tarea del resto de nuestros das: Encender la memoria, los siete das, todas las semanas. Abrazar a las brasas de la memoria, llenarlas de cuentos, de palabras, de pisadas y tambin de golpes.

Realizada la primer tarea del da, ya estamos listos para saltar al camino, como un len para enfrentar olvidos, brtulos y frases encajonadas. Para luchar con el alma, con los puntos y comas, con los sueos recompuestos, y con la calle ardiendo a nuestros pies.

yo no escribo la Historia sino las historias de las gentes, de los hombres concretos. Escribo para rescatar hechos, para rescatarme a m mismo. Podra decirles ms: creo que toda mi obra es una obsesiva lucha contra el tiempo, contra el olvido de los seres y las cosas

Haroldo Conti