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1. Las lluvias Hace casi 10 años, al finalizar septiembre y principiar octubre de 1999, una de las regiones más empobrecidas y desiguales de Puebla, la compleja Sierra Norte, fue escenario de un gran desastre expresado en diversas comunidades o, si se quiere, se trató de un conjunto de múltiples expre- siones comunitarias de desastres, que de manera oficial y aún aceptada general- mente, se vincula a la precipitación plu- vial ocurrida en esos días. El Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred) describe este desas- tre como generado “por la confluencia de varios sistemas atmosféricos que afectaron particularmente la Sierra Norte del estado de Puebla. El principal fenómeno fue la de- presión tropical número 11, que se originó el 4 de octubre, que posteriormente entró en contacto con el frente frío número 5 y se desplazó hacia el noreste, donde hizo con- tacto con flujos de aire húmedo provenien- tes del mismo Golfo de México y del Pací- fico. Este fenómeno generó una gran canti- dad de vapor de agua que ocasionó las fuer- tes lluvias en los estados de Veracruz, Ta- basco, Puebla e Hidalgo” (Bitrán, 2001). El asunto de las causalidades del desas- tre estuvo muy transitado en dos campos: la lógica del “desastre natural”, es decir, la que atribuía las destrucciones al “exceso de precipitaciones”, y un componente ambientalista que sumaba a lo anterior la degradación ambiental como la deforesta- ción y erosión edáfica: En las regiones de la Sierra Norte y Nororiental del estado de Puebla, la pre- cipitación registrada entre los meses de septiembre y noviembre alcanzó los 1500 mm. Esto provocó que la mayoría de los ríos y arroyos aumentaran su caudal. Además de que la saturación de los sue- los, por el agua, causó diversos desliza- mientos en ambas regiones. Los suelos de está región presentan fuerte erosión a causa de la deforestación y el cambio de uso de suelo, que en los últimos 25 años se ha incrementado. La deforestación y el desarrollo de las activi- dades agropecuarias han contribuido al proceso erosivo del terreno, modificando así la naturaleza de la región, por lo que ante eventos como el de 1999 se intensifi- can dichos procesos. (Bitrán, 2000). Por supuesto que anteriormente había llovido de esa manera en la zona; se recuerdan las grandes precipitaciones de 1944, 1954 y 1955, más o menos tan abundantes en agua como la de 1999 (Ruiz, 2000) iii . De hecho, el dato de mil 500 mm proporcionado por investigado- res del Cenapred agrupa los meses de sep- tiembre, octubre y noviembre para alcan- zar esa cifra, cuando en realidad las aguas que dispararon la desgracia, entre el 27 de septiembre y el 6 de octubre sumaron mil 23 mm en Teziutlán (gráfica 1) iv . Si con- sideramos nada más los tres días más llu- viosos en este municipio, asociados a los derrumbes que se presentaron del 3 al 6, la suma es 740.5 mm. Sin embargo, en aque- llos momentos no se hicieron los análisis sobre la base de los datos específicos de las estaciones meteorológicas distribuidas a lo largo de la Sierra Norte. En la primera semana de octubre de 1999 ocurrió un conjunto de desastres en la vertiente del Golfo de México entre Hidalgo y Tabasco, asociado a un grupo de siste- mas atmosféricos que ocasionaron lluvias y humedad en cantidades considerables. Hubo más de 500 muertos y pérdidas materiales por miles de millones de pesos. Las explicaciones de sector público se centraron en culpar a la gran cantidad de lluvia que cayó, con algunas afirmaciones en el sentido de que nunca antes había llovido en esa cantidad. En el caso de Teziutlán, Puebla, la pregunta es por qué se desplomaron algunas partes de la ciudad y no otras. Hacemos observaciones sobre la preven- ción y la atención de la emergencia y establecemos respuestas a la pregunta: ¿a diez años de la desgracia, qué ha cambiado? ii A. FERNÁNDEZ FUENTES. Investigador y director del Centro Universitario para la Prevención de Desastres Regionales, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. J.M. MACÍAS MEDRANO. Investigador del Centro de Investigación y Estudios Superiores en Antopología Social. Estragos de las precipitaciones en Tapayula Foto Rafael García Otero / Archivo de La Jornada de Oriente

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1. Las lluviasHace casi 10 años, al finalizar septiembrey principiar octubre de 1999, una de lasregiones más empobrecidas y desigualesde Puebla, la compleja Sierra Norte, fueescenario de un gran desastre expresadoen diversas comunidades o, si se quiere, setrató de un conjunto de múltiples expre-siones comunitarias de desastres, que demanera oficial y aún aceptada general-mente, se vincula a la precipitación plu-vial ocurrida en esos días.

El Centro Nacional de Prevención deDesastres (Cenapred) describe este desas-tre como generado “por la confluencia devarios sistemas atmosféricos que afectaronparticularmente la Sierra Norte del estadode Puebla. El principal fenómeno fue la de-presión tropical número 11, que se originó

el 4 de octubre, que posteriormente entróen contacto con el frente frío número 5 y sedesplazó hacia el noreste, donde hizo con-tacto con flujos de aire húmedo provenien-tes del mismo Golfo de México y del Pací-fico. Este fenómeno generó una gran canti-dad de vapor de agua que ocasionó las fuer-tes lluvias en los estados de Veracruz, Ta-basco, Puebla e Hidalgo” (Bitrán, 2001).

El asunto de las causalidades del desas-tre estuvo muy transitado en dos campos:la lógica del “desastre natural”, es decir, laque atribuía las destrucciones al “excesode precipitaciones”, y un componenteambientalista que sumaba a lo anterior ladegradación ambiental como la deforesta-ción y erosión edáfica:

En las regiones de la Sierra Norte yNororiental del estado de Puebla, la pre-

cipitación registrada entre los meses deseptiembre y noviembre alcanzó los 1500mm. Esto provocó que la mayoría de losríos y arroyos aumentaran su caudal.Además de que la saturación de los sue-los, por el agua, causó diversos desliza-mientos en ambas regiones.

Los suelos de está región presentanfuerte erosión a causa de la deforestacióny el cambio de uso de suelo, que en losúltimos 25 años se ha incrementado. Ladeforestación y el desarrollo de las activi-dades agropecuarias han contribuido alproceso erosivo del terreno, modificandoasí la naturaleza de la región, por lo queante eventos como el de 1999 se intensifi-can dichos procesos. (Bitrán, 2000).

Por supuesto que anteriormente habíallovido de esa manera en la zona; se

recuerdan las grandes precipitaciones de1944, 1954 y 1955, más o menos tanabundantes en agua como la de 1999(Ruiz, 2000)iii. De hecho, el dato de mil500 mm proporcionado por investigado-res del Cenapred agrupa los meses de sep-tiembre, octubre y noviembre para alcan-zar esa cifra, cuando en realidad las aguasque dispararon la desgracia, entre el 27 deseptiembre y el 6 de octubre sumaron mil23 mm en Teziutlán (gráfica 1)iv. Si con-sideramos nada más los tres días más llu-viosos en este municipio, asociados a losderrumbes que se presentaron del 3 al 6, lasuma es 740.5 mm. Sin embargo, en aque-llos momentos no se hicieron los análisissobre la base de los datos específicos delas estaciones meteorológicas distribuidasa lo largo de la Sierra Norte.

En la primera semana de octubre de 1999 ocurrió un conjunto de desastres en la vertiente del Golfo de México entre Hidalgo y Tabasco, asociado a un grupo de siste-mas atmosféricos que ocasionaron lluvias y humedad en cantidades considerables. Hubo más de 500 muertos y pérdidas materiales por miles de millones de pesos. Lasexplicaciones de sector público se centraron en culpar a la gran cantidad de lluvia que cayó, con algunas afirmaciones en el sentido de que nunca antes había llovido enesa cantidad. En el caso de Teziutlán, Puebla, la pregunta es por qué se desplomaron algunas partes de la ciudad y no otras. Hacemos observaciones sobre la preven-ción y la atención de la emergencia y establecemos respuestas a la pregunta: ¿a diez años de la desgracia, qué ha cambiado?ii

A. FERNÁNDEZ FUENTES. Investigador y director del Centro Universitario para la Prevención de Desastres Regionales, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.J.M. MACÍAS MEDRANO. Investigador del Centro de Investigación y Estudios Superiores en Antopología Social.

Estragos de las precipitaciones en Tapayula ■ Foto Rafael García Otero / Archivo de La Jornada de Oriente

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PERFIL • LUNES 5 DE OCTUBRE DE 20092a

No se trata de negar que el agua dispa-ró los derrumbes, se trata de poner en susjustos términos el problema. No hay unarelación biunívoca entre la cantidad deagua precipitada y el número de muertos.La gráfica 3 ilustra cómo hubo similares osuperiores tormentas en otros lugares, ylas defunciones o daños siempre fueronnulas o menores: por ejemplo, en Acatenohubo dos decesos y 30 damnificados, conla mayor precipitación. En Zacapoaxtlahubo 11 decesos y 385 damnificados. Xi-cotepec no reportó decesos y hubo 246damnificados (De la Cruz et.al, 2000). Larespuesta es más que obvia: no hay lamisma población ni las mismas instalacio-nes. Pero, ¿qué pasó en el propio Teziutlánya que se cayeron unos barrios y unascasas y otras no? Es evidente que unasestaban bien construidas y otras no, y fue-ron mal construidas no sólo en sí mismassino en relación con el lugar de su ubica-ción y con la infraestructura que le susten-ta y le rodea.

Si nos atenemos a los datos estatales,los decesos en Teziutlán fueron 101, y 27los desaparecidos; se dijo entonces queestos últimos se podrían considerar muer-tos hasta que transcurrieran cinco años.No se sabe que alguno haya reaparecido,por eso podemos hablar de 128 muertos.El reporte al que nos referimos (op.cit)habla de que en este municipio se afecta-ron 623 casas, 218 ha de cultivo, mil 158damnificados, 55 escuelas y un conjuntode daños más.

El barrio que más se afectó fue el cono-cido como La Aurora, que estaba en laparte inferior del cementerio. Los muertosdel 4 de octubre se revolvieron en el lodocon los que habían sido enterrados antes.Al parecer, el camposanto jugó un papelclave en el derrumbe al acumular sobre suplanicie y sus sepulcros el agua que pesósobre la ladera alterada por la construc-ción de casas básicamente precarias.

¿Por qué aquí? Vale la pena un repasopara entenderlo.

2. Historia recienteHasta mediados del siglo XX la SierraNorte poblana era un ecosistema integraly bastante bien preservado con bosques yselvas de los que se desarrollan desde los100 hasta los 2 mil 300 msnm. A esta re-gión del país muy poco llegó el repartoagrario. Cacicazgos inveterados dueñosdel poder político lo impidieron. Al mismotiempo, comunidades indígenas básicamen-te nahuas y del tutunakú resistieron la ex-plotación y todo género de abusos de losdueños de fincas cafetaleras, plantacionesy potreros, aún en condiciones muy des-ventajosas, pero básicamente en una situa-ción de sobrevivencia (Masferrer, 2005).

En la Segunda Guerra Mundial se ge-neró una demanda extraordinaria de pro-ductos mexicanos y de ganado para satis-facer las necesidades bélicas de EstadosUnidos, lo que aceleró un proceso cre-ciente de destrucción de selvas con el pro-pósito de generar una ganaderización in-tensiva de muchas partes de país y de lazona; la ganadería se volvió equivalentede riqueza y poder hasta finales del siglo,aún después de que la actividad pecuariaentró en franca crisis por efecto de la aper-tura comercial derivada del Tratado de Li-bre Comercio.

A la par, los gobiernos desplegaron lasactividades necesarias para la creación dela infraestructura que facilitara la produc-ción y el comercio de esta y otras mercan-cías. La ventaja comparativa que repre-sentaron las condiciones para la produc-ción de café acentuó la “moderniza-ción” en infraestructura y su destrucciónconcomitante.

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LUNES 5 DE OCTUBRE DE 2009 • PERFIL 3aLas acciones sociales de los diferentes

gobiernos priistas estimularon la creaciónde infraestructura en la zona: escuelas, clí-nicas, centros de reunión, y en la era neo-liberal permitieron instalaciones industria-les y comerciales en cualquier circunstan-cia. Un ejemplo clarísimo y de efectos de-vastadores fue la instalación de maquila-doras. Su boom inicia en la era de Salinasde Gortari, coincidente con la primera mi-tad del gobierno de Bartlett en Puebla,pero el despliegue verdaderamente desa-forado se da con Zedillo–Fox y con Mel-quiades Morales en el Ejecutivo poblano.

El caso más dramático en la SierraNorte poblana es, precisamente, el de Te-ziutlán. A pesar de las advertencias sobreel carácter efímero, explotador, destructi-vo y abusivo en todos los sentidos de laactividad maquilera, la propuesta se con-virtió en una especie de supuesto maná enla oferta fundamental de los gobiernosestatal y federal. Entre 1988 y 1998 el nú-mero de trabajadores en el sector de laconfección en la región de Teziutlán pasóde 2 mil 198 a 15 mil 514, un crecimientode 605 por ciento en diez años. La partici-pación del municipio en el total estatal deempleo aumentó del 3 al 6.2 por ciento enel mismo periodo (Martínez y Sánchez,2008).

El XIV Censo Industrial del INEGIestablece el comparativo entre cinco años,1993 y 1998, y en él se aprecia que elnúmero de establecimientos clasificadosen “textiles y cuero” que se instalaronaumentó de 79 a 152 en Teziutlán, es de-cir, un 92 por ciento en media década;mientras, el número total de estableci-mientos industriales restantes pasó de 237a 309, un aumento de 36 por ciento,menos de la mitad (gráfica 4 e imagen 1).Además, otros negocios crecieron eviden-temente al amparo de la eclosión maquila-dora. Otras actividades no registradas enla información oficial también fueronatraídas por la “fiebre de la maquila”,como la prostitución, la venta de licores yaún de drogas.

El comparativo del crecimiento pobla-cional entre Teziutlán y el estado revelaque mientras Puebla creció entre 1990 y2000, 23 por ciento, Teziutlán lo hizo en28.3 por ciento; más de cinco puntos por-centuales de crecimiento en demografíaen un indicador de mucha consideración.Pero el crecimiento más notable de Te-ziutlán en este y otros rubros aquí analiza-dos se da entre 1995 y 2000: la poblaciónaumentó en este municipio en casi 14 porciento mientras en el estado fue de 9.7(gráfica 5).

En el número de viviendas —elementoindispensable para entender el desastre—se expresa este crecimiento. En 1990había 12 mil 588 viviendas y en 2000, 17mil 754, 5 mil 166 más. Esto es un creci-miento de 41 por ciento (gráfica 6).

En los años 2001 y 2002 se creó ungrupo de trabajo que mediante la metodo-logía de talleres participativos con losactores sociales analizó la maquila enMéxico como parte del las actividadesconsideradas en el Plan Puebla Panamá.Respecto a Teziutlán señalan que los esta-blecimientos dedicados a esta actividadhabrían crecido de 14 en 1990 a más de700 a comienzos del milenio. Y añaden:

“Calvin Klein y Levi’s son algunas delas firmas fuertes que se observan en laregión. Toda la ropa ‘ensamblada’ se sacahacia los Estados Unidos por Martínez dela Torre y Poza Rica.

“La ciudad se ha inundado con nuevasconstrucciones, que van desde grandeslocales que cubren manzanas completas,a pequeños talleres o casas comunes y co-rrientes, donde se deshilan las prendas.

También crecen por la ciudad barrios-dormitorios en zonas no aptas para habi-tación, mientras un flujo continuo de ca-miones cotidianamente trae trabajadoras

de los pueblos circunvecinos. Una líneade autobuses recoge en las comunidadesa la gente antes de las siete de la mañana,para regresarlas doce horas después, a

las siete de la noche. Así se asegura elacaparamiento de la mano de obra de laregión que no quiere irse a vivir de fijo aTeziutlán.

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LUNES 5 DE OCTUBRE DE 2009 • PERFIL 5a“Aun así, la ciudad ha crecido mucho:

se dice que ya sólo el 65 o 55 por cientode la población de la ciudad es originaría,de ahí y que el 35 ó 45 por ciento es decomunidades cercanas. Toda la gente quemurió durante las lluvias y deslaves de1999 no era originaria de Teziutlán, sinomigrantes que encontraron trabajo en lasmaquildoras y a quienes se les permitió

irresponsablemente asentarse en laderasde barrancas a todas luces inhabilitadaspara casas habitación. La verdad es quelas lluvias de ese año no fueron extraordi-narias. El desastre se debió, más bien, a lamanera salvaje en que crece allí el capitalmaquilador, manipulando la vida enterade la ciudad, sin ofrecer ningún servicio alos desesperados trabajadores que ven-

den su mano de obra por unos pocospesos”. (Tay Balderas, 2003).

Ahora podemos conocer mejor losdaños que produjeron y producen lasmaquiladoras en todos los órdenes, inclui-do el económico. Significa la reparticiónaltamente inequitativa del excedente ge-nerado a favor de los patronos del procesoproductivo en los países donde se instalan

y en las metrópolis, en peores condicionesque las establecidas anteriormente; ade-más, dejan en la indefensión a los trabaja-dores de un día para otro al momento quese retiran sin dejar huella, como ocurrió apartir del 2001 cuando emigraron a Chinay otros países (Juárez, 2004). Los restosde su presencia son la desolación y la alte-ración del ámbito natural.

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La instalación de las maquiladoras a cual-quier precio implicó un cambio en el usodel suelo para satisfacer la demanda de losasentamiento de fábricas, negocios colate-rales y viviendas para los trabajadores quellegaban de diversas partes; esto generó elriesgo de que la primera semana de octu-bre de 1999 se convirtió en el inicio de unenorme desastre. En la mayor parte de paísno existen ordenamientos territoriales, y siexisten como regulación del uso del sueloson casi siempre violables. No se aplica-ron, en caso de existir, en el municipio deTeziutlán.

Está bien documentado que buena par-te de los habitantes de La Aurora, la Juá-rez y otras colonias en las que murieronunas 130 personas –según una versión ofi-cial que en Teziutlán muy pocos creen–eran obreros de la maquila, y por lo tantomuchos de ellos murieron. Las casas sehabían construido o habilitado para satis-facer la demanda que producía la eclosiónde obreros, muchos de ellos llegados delas poblaciones cercanas, las que, por cier-to, redujeron el número de brazos para tra-bajar el campo. En esta ciudad llamada“La Perla de la Sierra”, al igual que en Te-huacán y otros municipios poblanos, sepresumía por aquellos años de tener plenoempleo y haber logrado el modelo idealpara compensar la desocupación que elmodelo económico generaba.

Aunque no es el centro del presente aná-lisis, los daños colaterales que esta formade instalación industrial ocasionó en lossitios elegidos por sus propietarios y lospolíticos que los avalaron fueron muy gra-ves. Alcoholismo, prostitución, inseguri-dad y otros son algunos procesos deterio-rantes que el crecimiento maquilero prohi-jó. (Berruecos, 2007).

El caso de Teziutlán es un insuperableejemplo de que, cuando se cumplen con-diciones como las descritas, lo más “natu-ral” es que ocurra un desastre en el que lanaturaleza sólo actúa como detonante deun cuadro de riesgos preestablecidos, peroal ser politizado el hecho la madre Tierraacaba por ser culpabilizada de la desgra-cia. Es la ejemplificación palmaria de có-mo la acción irracional, elemental, crema-tística lleva al desastre.

Un recorrido porotros aspectos

Para esta presentación sólo podemos ha-blar de manera sintetizada de otros aspec-tos de este desastre. Hemos visto el temade la generación de la calamidad en Teziu-tlán, pero podríamos generalizar a todaslas serranías poblanas las causales de esacatástrofe a la que el entonces presidenteZedillo calificó como “la tragedia de la dé-cada”v. Estas causas podrían resumirse enla construcción de las condiciones de ries-go derivadas de una política económica ysu consecuencia social, detonadas por unaprecipitación pluvial de tipo recurrente enla zona.

Acerca de las advertencias sobre la po-sible catástrofe puede decirse que éstasprácticamente no existieron, ni en el ámbi-to estructural –como ilustramos con el ca-so de Teziutlán– ni frente a la emergencia;aunque hubo advertencias sobre la peligro-sidad de las lluvias por el Servicio Meteo-rológico Nacional (Sandoval, 1999), estasno se tradujeron en alertamiento a los mu-nicipios. Guillermo Melgarejo Palafox, ti-tular vitalicio del Sistema Estatal de Pro-tección Civil, respondió a las críticas conel argumento de que “había enviado a ca-da municipio en peligro un fax”. Aceptan-do, sin conceder desde luego, que eso hu-biese ocurrido, de nada habría servido por-que no existieron preparativos para enfren-

tar una contingencia más allá de juntarcolchonetas, cobijas y algunas despensas;no estaban asignados albergues, ni rutasde evacuación ni sistemas de alertamientoni información a la gente en riesgo.

Una vez que se presentaron las calami-dades por los derrumbes y las inundacio-nes vi la ayuda tardó en llegar varios días.Fue célebre el hecho de que a Teziutlánllegaron primero los reporteros de La Jor-nada de Oriente y Televisión Azteca quelos cuerpos de ayuda y rescate.

Los encargados de la Secretaría de Sa-lud estuvieron varios días “esperando me-jores condiciones” en el corte de la carre-tera. Después fue aplicado el Plan DN III,improvisaron albergues y empezó la ayu-da. En casi 400 localidades hubo que asis-tir a los damnificados mediante helicópte-ros por la destrucción de caminos; pero, sinlugar a dudas, lo más impresionante paranosotros fue la organización ciudadana pa-ra ayudar a las víctimas y rescatar los ca-dáveres, y también el esfuerzo titánico rea-lizado para trasladarse por muchas horas yhasta días para buscar ayuda. La ayuda in-mediata de los vecinos y los cuerpos poli-ciacos en Teziutlán que logró salvar algu-nas vidas y auxiliar a quienes habían per-dido sus casas y sus familias, y el caso delas comunidades indígenas que llegaron aZacapoaxtla, fueron heroicos y enternece-dores. La operación coordinada frente alcolapso del puente de Buenavista, dondefue construido en pocos días un puente col-gante por los brigadistas de la Tosepan Ti-tataniske, el Conafe y otras organizacionesserranas (Fernández, 1999).

Un caso que debemos resaltar es el dela solidaridad ciudadana, cuya expresiónmás importante fue la ayuda colectada ydistribuida por el Grupo Interuniversitariode Participación Social, conformado porlas universidades más importantes de laentidad y otras instituciones vii, quienes me-diante colectas bien organizadas y un im-presionante festival en el zócalo capitalinoreunieron el equivalente a 2 mil toneladascúbicas de ayuda, que además llevaron alugares donde los necesitaban, satisfacien-do la preocupación popular de que el go-bierno no es confiable para esta función.

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LLUUNNEESS 55 DDEE OOCCTTUUBBRREE DDEE 22000099 • PERFIL 7a

Muertes y daños

Los saldos de “La Tragedia de la Década”,asentados en la información oficial, tienendos rasgos característicos: uno de ellos esque señalan efectos dramáticos de destruc-ción y muertes, y el otro es el de sus incon-sistencias, difíciles de justificar en el ám-bito de una administración pública del ta-maño de la del estado de Puebla.

En particular, lo relacionado con las ci-fras de muertes enfrentan dos problemas,ambos basados en la dificultad inherente alos procedimientos de contabilidad en con-diciones de emergencia. Uno de ellos es elinterés político de ensombrecer la preci-sión del dato para eludir cualquier relaciónde responsabilidad, y el otro, no necesa-riamente desvinculado del primero, es lacondición de “invisibilidad” de los sujetosde la estadística mortal y su pertenencia agrupos o clases sociales marginadas (Agui-rre y Quarantelli, 2008).

La reconstrucción

El gobernador de Puebla reportó pérdidaspor mil 300 millones de pesos (Morales,ibid), mientras el Cenapred (Bitrán, ibid),2 mil 325, casi mil millones de pesos de di-ferencia. ¿Por qué esta diferencia, dóndequedó, en su caso, ese dinero?

En el primer informe del gobernadorpoblano se reportaron daños “considera-bles” en más de 16 mil viviendas (16 mil511 para Cenapred, Vid: Bitrán, ibidem),aunque, en el segundo de sus informes, lacifra bajó a 15 mil 960. Como quiera quesea, la cifra es enorme y supone una afec-tación directa de al menos 80 mil personas,con impacto en sus condiciones de vida co-tidianas, en sus contextos socio–producti-vos y en sus patrimonios.

Através del Fonden, que administra Ba-nobras, se pudo tener acceso a los recursoseconómicos aportados por las tres órdenesde gobierno. De dicho fideicomiso se obtu-vo 70 millones de pesos para atender losdaños en vivienda y 10 millones 600 milpesos se destinaron a la adquisición de te-rrenos para la reubicación de las localida-des afectadas.

En el nivel organizacional, el esquemade recuperación en Puebla estuvo ceñido aun “Consejo Pro–reconstrucción de Vi-vienda” en la Sierra Norte de Puebla, con-formado por un grupo de empresarios ymedios de comunicación poblanos que, encoordinación con el gobierno del estado,se supone recaudarían donativos de parti-culares, empresarios, corporaciones, orga-nismos nacionales e internacionales y go-

biernos que quisieran colaborar en la cons-trucción y reconstrucción de las viviendasdañadas, y todo ello a pesar de la existenciadel Fonden y de recursos financieros sufi-cientes. Desde luego que las justificacio-nes formales para sostener tal esquema or-ganizacional fueron que quienes confor-maban ese “consejo” eran personajes u or-ganizaciones probas y solventes, casi inca-paces de tener la mínima ambición de sacarprovecho de la feria de recursos públicospuestos al servicio del “combate al desas-

tre”, y sí, por el contrario, dispuestos a co-laborar con la mejor causa de honradez ycaridad para con los venidos en desgracia.

En un estudio llevado a cabo por noso-tros (Macías, 2009) se pudo establecer quefueron cometidas diversas, y no poco im-portantes, irregularidades en el proceso dereconstrucción de vivienda, ejemplifica-do, por ejemplo, en la diferencia entre elnúmero de casas reportadas y las realmen-te construidas, la compra de los sitios ele-gidos para las reubicaciones y otras.

¿Qué se ha resuelto?

Diez años después de aquella tragedia haymucho que decir. Primero, que sus secue-las, como ocurre con todos los desastresimportantes, siguen y seguirán presentespor muchos años, no solamente en el as-pecto emocional (Norris et.al, 2001), sinotambién en el socio–económico; ensegui-da, debe decirse que las condiciones de ries-go que originaron aquel terrible impactoprobablemente se han agravado, porqueaunque la dinámica que más propició elriesgo convertido en desastre, la maquila hadisminuido su intensidad, el resto de lasobras privadas y públicas se han seguidohaciendo de la misma manera ignorantede la generación de peligros, irresponsabley negligente. Ya se ha presentado una grancantidad de desgracias del mismo tipo a lolargo de la década, aun sin las precipitacio-nes de 1999, y están las condiciones enmuchos lados para que se presenten más.

Se ha estudiado muy bien la mecánicafísica del derrumbe de laderas y hasta hay

algunas aproximaciones a los lugares enlos que pueden presentarse. Pero, ¿por quéno se ha hecho prácticamente nada porresolverlo?

Nosotros conocemos tres casos exito-sos de solución técnica a los deslizamien-tos de masas, los tres ligados a los trabajosdel ingeniero Enrique Santoyo Villa. Uno,el primero en hacerse, en la base del ma-yor derrumbe ocurrido en 1999, el del ce-rro Pistzaya en la población de Zapotitlánde Méndez; el segundo, un ejemplar siste-ma de anclajes horizontales para la empre-sa Wall Mart en Teziutlán; el tercero, encoordinación con el Cupreder y el actualgobierno del estado de Puebla, en Pahua-tlán, donde se evitó un gran daño a la po-blación. ¿Cómo es posible que no se ha-yan atendido los otros muchos puntos depeligro?

Conocimos de un fondo del Banco Mun-dial manejado por el Sistema Nacional deProtección Civil por 55 millones de dóla-res para estudiar y prevenir situaciones dedesastres. Sabemos de dos o tres estudioshechos con esos fondos pero no de aplica-ciones prácticas que beneficiaran a las po-blaciones en riesgo.

Sobre las medidas de prevención de lasautoridades de Protección Civil no hay dehecho ningún avance. Puede demostrarse.

Atrás de todo esto es nuestra convic-ción; hay una profunda desarticulación delas instituciones, de las políticas públicasy del quehacer cotidiano de los aparatosde un Estado que durante las tres últimasdécadas ha sido adelgazado casi hasta laextinción.

Tras las lluvias de 1999 en la región de Huauchinango ■ Foto Rafael García Otero / Archivo de La Jornada de Oriente

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BibliografíaAguirre, Benigno y Enrico L. Quarantelli.2008. “Phenomenology of Death Counts inDisasters: The Invisible Dead in the 9/11WTC Attack”. En International Journal ofMass Emergencies and Disasters. StillWa-ter, OK. EE. UU. Marzo 2008. Vol. 26, No. 1,pp. 19–39.

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Notasi Esta ponencia se desprende del trabajollamado 1999–2009, a diez años del desas-tre de octubre, en prensa.

ii Agradecemos la colaboración de Magda-lena Hernández, becaria del CIESAS Gol-fo, al equipo del Cupreder: Lluvia Gómez,Carlos Tovar, Samuel Contreras y Alejandra

López, y al diseñador Rodolfo Rocha parala elaboración de este trabajo.

iii “Durante el mes de septiembre, la lluviamáxima en 24 horas, entre los años 1941 y1999 ha alcanzado precipitaciones de 351mm en 1944, 380 mm en 1955, 310 mm en1974 y 111 mm en 1999. Para el mes de oc-tubre observamos precipitaciones de 200mm en 1954, 195.5 mm en 1980, 274 mmen 1995 y 360 mm en 1999.” El autor, inves-tigador del Cupreder, indica que los datosfueron proporcionados por el meteorólogodel mismo centro, Raúl Mayorga Rapozzo.

iv En realidad, los datos aquí expuestos pa-ra 1999 fueron conseguidos por el meteoró-logo Mayorga con información que en eseentonces le proporcionó la Comisión Nacio-nal del Agua; sin embargo, si se consulta elEric III el dato es sensiblemente menor, yaque al parecer se omitió una cifra que le qui-tó las centenas. En el Eric II no hay datos pa-ra Teziutlán en 1999.

v Es, desde luego, una calificación discuti-ble de Zedillo si tomamos en cuenta lo ocu-rrido en 1997 con el huracán Paulina, desdePuerto Ángel hasta más allá de Acapulco, ylos enormes daños de 1998 en Chiapas.

vi Debe recordarse que en Puebla la mayorcantidad de muertes (93 por ciento) y da-ños fueron producidos por derrumbes, nopor las inundaciones (De la Cruz, op.cit)

vii Este grupo está conformado por las uni-versidades Autónoma de Puebla, PopularAutónoma del Estado de Puebla, Iberoame-ricana Puebla, de las Américas, Madero yRealística, así como por el Colegio Ameri-cano y el Centro Freinet Prometeo. Otrasinstituciones académicas y sociales se su-maron a este esfuerzo en aquel momento,como la dirección de Protección Civil delgobierno del Distrito Federal.

En la colonia La Aurora, en Teziutlán, donde hubo el mayor número de víctimas ■ Foto Rafael García Otero / Archivo de La Jornada de Oriente