a la que le gustaban los Rolling Stones · mismo del guardia, que volvió el rostro y se la quedó...

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36 a la que le gustaban los Rolling Stones chica morena, pantalones vaqueros, Una con Ricardo Doménech oncha volvía a casa después de una monótona jornada de trabajo. Manejaba bien y presumía siempre de no haber sufrido ningún accidente en los ocho años que tenía con su licencia. La oficina se encontraba en el centro: para llegar a su casa tardaba de media hora a tres cuartos, según estuviera el tráfico. Hoy estaba mal, francamente mal, pero era una estupenda tarde de primavera y se sentía de buen humor. Un buen humor no del todo justificado: C

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a la que le gustaban losRolling Stones

chica morena,pantalones vaqueros,

Una con

Ricardo Doménech

oncha volvía a casa después de una monótona jornada de trabajo. Manejaba bien y presumía siempre de no haber sufrido ningún accidente en los ocho años que tenía con su licencia. La oficina se encontraba en el centro: para llegar a su casa tardaba de media hora a tres cuartos, según estuviera el tráfico. Hoy estaba mal, francamente mal, pero era una estupenda tarde de primavera y se sentía de buen humor. Un buen humor no del todo justificado: C

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Ricardo Doménech (1938-2010) Nació en Murcia y murió en Madrid, España. Periodista, escritor y amante del teatro. Es autor de La rebelión humana, Figuraciones, Tiempos, La pirámide de Khéops y El espacio escarlata. Fue maestro de muchas generaciones. Se especializó en autores teatrales como “Lope de Vega y el teatro del Siglo de Oro”, “Valle Inclán”, “Federico García Lorca” y “Buero Vallejo”. Recibió el premio Gabriel Miró de cuentos en 1960. Fue profesor de la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD) de Madrid.

El dramaturgo Ignacio García May, dijo que Ricardo Doménech “es una de las pocas personas del teatro español ante las que yo me cuadro sin dudarlo. No es actor ni director ni dramaturgo, así que no suele aparecer en los medios. Tampoco está en la wikipedia, que es de donde se saca hoy la información. Y como no le gusta hacerse fotos, porque debe pensar, como los indios, que al hacerlo le pueden robar un trocito de alma, parecería que no existiera. Pero habría que preguntarse entonces por qué la mención de su nombre despierta de inmediato una sonrisa y un gesto de cariño entre los muchísimos profesionales que alguna vez le han tenido como profesor”.Fuente: www.elcultural.es

había problemas. El taxi, tras ella, pedía paso haciendo sonar el claxon; y se acercó mucho a una furgoneta pintada de rojo. El taxista le gritó algo, algo seguramente ofensivo. Concha no le prestó atención. Eran pequeños problemas, desde luego, los pequeños problemas de la convivencia diaria, aunque quizá no sólo eso: Germán, últimamente, estaba raro, distante… En seguida el semáforo se puso en rojo y tuvo que frenar con brusquedad, delante mismo del guardia, que volvió el rostro y se la quedó mirando. Por un segundo, Concha pensó que iba a decirle algo, pero él se volvió inmediatamente, dio un largo pitido y se puso a mover los brazos como aspas, dando paso a los coches. Al lado de Concha había un coche. El conductor, un hombre maduro, encorbatado y traje gris, la estaba mirando fijamente. Era una mirada inconfundible y turbia, una de esas miradas masculinas que a Concha, cuando tenía veinte años, le parecían repugnantes, y que ahora, recién cumplidos los treinta, le resultaban indiferentes… e, incluso, allá en el fondo, le halagaban un poco. Volvió el rostro hacia otro lado; inconscientemente, se apartó un mechón de cabellos y movió la cabeza ligeramente hacia atrás. Sentía sobre sí la mirada del conductor del traje gris, mientras ella miraba, sin apenas ver, a los transeúntes que cruzaban por el paso de peatones, los destellos que el sol arrancaba de las carrocerías de los automóviles, los brazos del guardia moviéndose como los de un náufrago, todo bajo el sopor de la tarde de la ciudad, el olor de la combustión de los coches, el humo, el ruido.

Sí, eran pequeños problemas. Que Germán estuviera un poco raro obedecía, sin duda, al exceso de trabajo; lo demás era… nada, bobadas, los roces de la vida en común. El verde otra vez, arrancó, y al meter la velocidad sintió que entraba con dificultad.

Poco a poco, la circulación se hacía más fluida. El autobús se había puesto delante de ella y despedía un humo negro, denso, insoportable. Intentó rebasar pero no pudo, aminoró la velocidad… Verdaderamente, tres años casados no era mucho tiempo y nada hacía pensar que Germán estuviera harto de su compañía. Ella tampoco lo estaba de la de él, aunque a veces… Por fin, el autobús tomó el carril de la derecha y ella apretó el acelerador.

Tal vez, por qué no reconocerlo, necesitaban un hijo. Últimamente, ella lo pensaba con frecuencia. O mejor, una hija; una hija a la

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que poder evitar todo lo que ella había sufrido junto a unos padres incomprensivos y autoritarios. Avanzaba ya, todo lo de prisa que su Renault se lo permitía. Apenas había tráfico ahora; el sol resbalaba suavemente y en muchos árboles apuntaban ya las hojas, desparramando aquí y allá su incipiente verdor.

Al entrar en la carretera, se pasó al carril del centro. Había varias autopistas; le llamó la atención un soldado sentado en una maleta y con un letrero de cartón en la mano, donde se leía: “La Coruña”. Más adelante, un muchacho que llevaba un chubasquero rojo estaba haciendo la señal con la mano… Un camión se detuvo unos metros más allá y el muchacho se acercó corriendo. Eran imágenes familiares, se diría que las mismas cada tarde. Concha apenas se fijaba. El joven del chubasquero rojo y el camión quedaron atrás en seguida. Sí, era inútil que se engañara a sí misma: a veces ella se sentía cansada de él, le pesaban estos tres años… Seguía en el carril de la izquierda y un Simca marrón, tras ella, hacía sonar el claxon, se pasó a la derecha. El Simca adelantó y repitió la operación. Más allá había una chica que pedía “aventón”. Hizo la señal, pero el Simca no se detuvo. La chica morena con pantalones vaqueros y jersey oscuro, estaba mirando cómo se acercaba Concha y Concha la estaba mirando también, enmarcada en el parabrisas, esperando que de un momento a otro levantara la mano y dudando si la recogería o no. Horas más tarde, Concha recordaría aquella fugaz vacilación suya, aunque sin saber exactamente por qué se decidió a parar. No solía recoger a nadie: había oído y leído demasiadas cosas al respecto. Tal vez lo hizo porque se sentía un poco sola y no quería seguir el hilo de aquel pensamiento sobre Germán que, de improviso, la había llenado de inquietud. O tal vez porque le dio lástima la chica: el modo de levantar la mano, la expresión resignada de su figura. Bajó la ventanilla. Sube.

Subió ágilmente. Gracias, y la mira a los ojos sonriendo. Arrancó y advirtió un camión que venía por el carril de la derecha y decidió esperar. ¿Vives en Majadahonda?, por decir algo. Sí, con mis padres y mis hermanos; vinimos aquí hace cuatro años: somos de Guadalajara. ¿Cuántos hermanos tienes? Tres; somos dos chicas y dos chicos… Yo soy la mayor, ¿sabes?, y a la vez hizo un gracioso gesto con la mano y levantó ligeramente un hombro. Concha apretó el acelerador.

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No venía nadie por el carril izquierdo, y se pasó a éste para adelantar al camión de antes. La muchacha, mirando distraídamente por la ventanilla, se puso a silbar. Con agrado, Concha reconoció la canción y empezó a canturrearla, mientras apretaba el acelerador a fondo y adelantaba: She would never say where she came from / Yesterday don’t matter if it’s gone… La chica la miró con sorpresa y cantó a la vez que ella: While the sun is bright or in the darkest night / No one knows, she comes and goes Goodbye Ruby Tuesday / Who could hang a name on you. / When you change with every new day / Still I’ m gonna miss you / Don’t question why she needs to be so free / She’ Il tell you it’s the only way to be / She just can’t be chained to a life where nothing’s gained… Se echaron a reír. Así que te gustan los Rolling Stones. Huy, ya lo creo, me chiflan. Te acuerdas de aquélla: She comes in colours every where… tarareando, y ella sí, se acordaba, ya cantaban las dos: She combs her hair. / She’s like a rainbow. / Combing colours in the air every where. / She comes in colours. / Have you seen her dressed in blue? / See the sky in front of you. / And her face is like a sail… De improvisto un claxon, se diría que enfadado, las sobresaltó: era un Dodge oscuro, detrás, exigiendo paso. Concha se había distraído, algo inhabitual en ella que era tan experta conductora y se miraron las dos y se echaron a reír mientras el Dodge seguía pitando con malhumorada insistencia. Concha se pasó al carril de la derecha. Sobrevino un corto silencio. Lo rompió la chica: ¿estás casada? Bueno… vivo con un amigo, mintió Concha tras vacilar un instante. ¿Qué hace tu amigo? Es periodista. ¿Tú también? No, yo no; estudié Economía y trabajo en una compañía de seguros. Había contestado con cierto despego, y la muchacha dejó de preguntar. Al alcanzar la señal que permitía adelantar se fue al carril de la izquierda para pasar a una combi y un camión; apretó el acelerador a fondo.

Adelantó a la furgoneta en seguida, pero no lograba hacer lo mismo con el camión: llevaba éste un enorme remolque, cuya longitud no se adivinaba por detrás, y además corría a mayor velocidad de los 90 kilómetros que indicaba el disco trasero. No conseguía pasar al camión, y otra combi detrás, ya le estaba pitando. Dudó un segundo entre dejar paso al Dauphine o adelantar antes al camión, y al fin optó por lo primero, se pasó al carril de la derecha.

Habían abandonado la autopista para tomar la desviación para el pueblo. Dejaron atrás la gasolinera. Iban en silencio. Un coche chicam

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deportivo se les adelantó a gran velocidad y la chica, de pronto, ¡cuidado con aquella curva! Y señalaba hacia enfrente con todo el brazo extendido. Era una curva muy cerrada, efectivamente, pero estaba muy lejos aún y en todo caso resultaba absurda la advertencia. Sin embargo, lo que más sorprendió a Concha no fue eso, sino el tono de angustia con que la muchacha lo había dicho. No le quiso dar importancia, buscó un tema de conversación. Aún no sé cómo te llamas; yo me llamo Concha… La chica, sin prestarle atención, cuidado con aquella curva, insistió, y Concha pudo comprobar que estaba muy pálida y miraba hacia allí con espanto. Quiso tranquilizarla. No te preocupes, conozco bien este camino: ¿no ves que lo hago todos los días? Pero la chica, sin hacerle caso, cuidado con la curva, otra vez, y Concha se sintió desconcertada. Delante iba un VW rojo, que iniciaba la maniobra para adelantar a un camión de reparto de Coca-cola. Los ojos alucinados, gritando, apremiantemente, cuidado con la curva, cuidado con la curva y Concha serénate, en tono imperioso, te digo que hago este camino todos los días, pero la chica no le escuchaba. El VW había adelantado ya al camión, entraba ya en la curva y la chica, mirando hacía allí como hipnotizada, cuidado con la curva, cuidado con la curva… Concha empezó a sentirse nerviosa; inconscientemente redujo la velocidad, decidió adelantar al camión después. Cuando empezó a hacer girar el volante, comprobó que no iba a más de veinte por hora… En aquel momento, la muchacha estaba totalmente fuera de sí, gritando con todas sus fuerzas cuidado, cuidado, cuidado y con los puños se golpeaba las rodillas. Concha estaba a punto de perder la serenidad, esto es absurdo, se concentró todo lo que pudo. La muchacha emitió un grito desgarrado, terrible. Concha no la quería mirar, con los cinco sentidos estaba pendiente del coche, haciendo girar el volante suavemente… Por fin, la curva quedó atrás. Concha respiró hondo. ¿Ves cómo no tenía importancia…?, comenzó a decir, pero se interrumpió en seguida: la muchacha había desaparecido. Instintivamente, apretó el pedal del freno hasta detener el coche por completo. Observó la portezuela derecha: el seguro estaba echado. Miró hacia atrás, volviéndose del todo… No vio a nadie. Metió la marcha atrás; el coche retrocedía lentamente a la vez que ella miraba muy atenta por el espejo retrovisor y hacía girar el volante… Frenó un poco y se volvió de nuevo para mirar hacia la carretera, hacia las dos cunetas… Nadie, nadie.

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El conductor del 850, con gran rapidez de reflejos, adelantó en plena curva y protestó haciendo sonar el claxon. Una furgoneta detrás pitaba también, repetida, ofensivamente, pero había tenido tiempo de frenar. La primera idea de Concha fue salirse a la cuneta, de lo que desistió inmediatamente, porque había un gran desnivel. Con movimientos ágiles, sin perder la serenidad pese a la inquietud que sentía, pisó el pedal del clutch, cambió la velocidad, avanzó, metió de nuevo, volvió a cambiar, aceleró; mientras, detrás de ella, el conductor del minibús no cesaba de tocar el claxon. Por fin, ya en la recta, adelantó y gritó algo por la ventanilla. Concha no le hizo ningún caso. En cuanto desapareció el desnivel de la cuneta, hizo girar el volante y, se detuvo… Estaba como atontada, jadeaba, no sabía qué hacer… Miraba, obsesivamente, el seguro echado en la portezuela. De pronto, una sospecha. Cogió su bolsa que estaba en el asiento trasero y se puso a buscar. Tomo la cartera y la abrió… No faltaba nada. Dejó la bolsa y miró en el interior del coche. Tampoco ahora echó nada de menos. No sabía qué hacer ni que pensar, jadeaba todavía… Encendió un cigarrillo y aspiró el humo profundamente.

Estuvo así unos segundos. Pensó, por un momento, en volver a casa y dar por concluido el incidente. Pero no puede estar lejos… No puede estar lejos… Miró por el espejo retrovisor: no venía nadie y de frente tampoco. En una rápida maniobra cambió de dirección. Conforme se aproximaba a la curva, iba aminorando. Miraba a todos lados. Nadie, nadie… Dejó atrás la curva y avanzó hasta cosa de medio kilómetro. Cruzaron varios automóviles. No puede estar lejos, es absurdo pensar que haya podido subir a otro coche: prácticamente, habíamos llegado… Y, además, ¿cómo?... En otra maniobra rápida cambió nuevamente de dirección. Otra vez dejó atrás la curva. Nadie… Decidió avanzar algo más que antes, nadie, nadie, y por fin se detuvo en la cuneta, encendió otro cigarrillo… ¿Darse por vencida? ¿Continuar la búsqueda? Consultó el reloj: eran más de las siete y media, Germán la estaría esperando… Lo mejor era regresar y asunto concluido. ¿Asunto concluido? No lograba apartar de su mente a la chica, no comprendía cómo había salido del coche, estando el seguro echado, dónde se había podido ocultar, y además por qué se había querido ocultar… A la entrada del pueblo tuvo que ir a vuelta de rueda. Estaba anocheciendo, los automóviles llevaban los faros encendidos. Concha, mecánicamente, los encendió también. Un

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alto, se detuvo. Miraba sin ver el supermercado, la delegación. El semáforo se puso en verde, no podía estar lejos y súbitamente una idea. Dobló a la derecha de nuevo y se estacionó con precipitación. En la Delegación de Policía había un agente en la puerta. ¿Qué desea? Concha vaciló. Al regresar a casa en el coche, he tenido un pequeño incidente, empezó a decir. ¿Quiere presentar una denuncia? Bueno no es exactamente eso, titubeando, pensando, he hecho mal en venir aquí, y el agente le dijo: pase usted. Pasó a una habitación de paredes desnudas, sin ventanas. Espere. Había un banco de madera y toda la estancia, mal iluminada por una bombilla en el techo, tenía un aspecto lóbrego. Concha aguardó de pie… Al poco rato, vino otro agente para preguntarle qué quería. Verá, yo volvía a casa y el agente perdone: documentación, por favor. Abrió el bolso, sacó su licencia. El agente, mirando éste distraídamente, está bien, continúe y a los pocos segundos está bien, espérese, devolviéndole el D.N.I. No debería haber venido aquí, se repitió a sí misma, pero cómo salir ahora. Por el pasillo cruzaron, hablando fuerte, riendo, varios agentes. Miró el reloj, pensó que debía llamar a Germán. Se sentía incómoda. Encendió un cigarrillo. Se puso a pasear, recorriendo la habitación diagonalmente. Al cabo de un largo rato, otro agente de guardia. Pase, conduciéndola hasta un despacho. Tras la mesa, había un teniente que estaba buscando algo entre un montón de papeles. Era un hombre de mediana estatura, grueso y con bigote. Perdone un momento, dijo. A su lado, junto a la máquina de escribir, había un agente esperando.

Ya puede empezar, dijo el teniente. Incómoda, turbada, Concha no sabía cómo hacerlo. Creo que no debería haber venido, en realidad ha sido una tontería, no se trata de ninguna denuncia… Por favor, siéntese. Gracias. Y haciendo un esfuerzo, deseando acabar cuanto antes aquella embarazosa situación en la que, volvió a pensar, no tenía que haberse metido, refirió atropelladamente lo que había pasado. El teniente parecía escuchar sin interés, mientras el otro guardia civil escribía a máquina y de cuando en cuando le pedía que fuera más despacio o que repitiera alguna frase. Nada más. Al terminar, sacó un cigarrillo; el teniente le dio fuego. Lo que no entiendo, añadió Concha aún, es cómo ha podido salir del coche estando el seguro echado, y el teniente claro, sin inmutarse, sin darle importancia. En fin, eso es todo… Como le dije antes, creo que he hecho mal en venir. No, no lo crea, dijo entonces el

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teniente, sin abandonar su gesto de aburrimiento o indiferencia: ha hecho muy bien en venir. Se levantó y fue hasta un archivero metálico, de donde sacó un sobre; volvió con él a la mesa. El sobre contenía varias fotografías, se las entregó a Concha, vea si reconoce a la chica entre estas fotos y Concha reaccionó con cierto disgusto, insistiendo: ya le he dicho que robarme no me ha robado nada, que era un encanto de muchacha, o sea, que… Y el teniente ya sé, ya sé, pero mire a ver, fue pasando una tras otra. No, no, no… Y de pronto: ¡ésta es! El teniente se acercó para comprobar de cuál se trataba. ¿Está segura? Sí, sin ninguna duda. Muy bien, dijo el teniente, recogiendo las fotos. Después le devolvió la documentación y le pasó la declaración para que la firmara. Añadió: no se preocupe, ya estamos sobre este caso. Y Concha, desconcertada, ¿cómo ha dicho? Ésta es la cuarta denuncia que recibimos en el mismo sentido. ¿Y saben quién es esa muchacha? Él, ahora serio, preocupado, sí. Concha, aproximándose, acosándole, ¿y quién es? Él guardo silencio, mirando patéticamente la fotografía, hasta que al fin, como si no pudiera contenerse, verá… es una chica que el mes pasado murió en un accidente en esa misma curva.

Ricardo Doménech, “Una chica morena, con pantalones vaqueros, a la que le gustaban los Rolling Stones”, en Cuentos sobre ruedas. Antología, Barcelona: Popular, 1990, pp. 78-92. (Letra grande)

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En la lectura, localicen las palabras de la primera columna. Posteriormen-te, de las cuatro opciones que se presentan a su derecha, elijan la que no tiene un significado semejante al que se utiliza en la historia.

monótona fastidiosa aburrida repetida maquinaria

tráfico locomoción obstáculo circulación marcha

repugnantes desagradables repulsivos interesantes horribles

sopor adormecimiento sudor letargo pesadez

desparramando esparciendo coloreando diseminando soltando

vacilación inseguridad indecisión titubeo seguridad

insistencia persistencia frecuencia reiteración terquedad

chiflan enloquecen silban trastornan enamoran

serénate apacíguate cálmate despiértate tranquilízate

imperioso tranquilo autoritario forzoso despectivo

cuneta canal zanja canalillo cuna

desnivel declive pendiente plano cuesta

embarazosa desagradable molesta penosa triste

titubeando temblando vacilando dudando oscilando

¿Qué les hizo sentir el asunto de este cuento?

¿En algún momento olvidaron que era un relato y se metieron en la historia? ¿Cuándo? ¿Cómo?

¿Qué momento les pareció más dramático?

¿Qué hubieran hecho en el lugar de Concha?

¿Creen que este tipo de historia sea real? ¿Por qué?

¿Qué otro final le darían a este relato?

Contesten las siguientes preguntas. Al finalizar, compartan sus respuestas con otros compañeros:

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las palabrasLo que dicen

¿Dequé setrató?

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Al principio del relato, Concha estaba mal porque

a) Le molestaba el olor de la combustión de los coches, el humo y el ruido.

b) Era una estupenda tarde de primavera y ella las aborrecía.

c) Sentía que Germán, su esposo, estaba raro y distante, y además sumaba los pequeños problemas

de la convivencia diaria.

d) Un conductor de otro carro la miraba fijamente.

A Concha le gustaba la idea de tener una hija porque

a) Las niñas son más coquetas.

b) Quería que sufriera a unos padres incomprensivos y autoritarios.

c) Quería darle una vida de comprensión y con límites, sin tantas reglas a seguir.

d) Le gustaban los Rolling Stones.

Concha le dio “aventon” a la chica porque

a) Había oído y había leído sobre los aventones y quería corroborar si eran verdad o mentira.

b) Se sentía sola y ya no quería seguir pensando en su esposo.

c) La chica le dio lástima.

d) Quizá porque se sentía un poco sola y quería evitar pensar en las inquietudes que le provocaba

Germán y, tal vez, porque la chica le dio pena.

La chica de los pantalones vaqueros empieza a inquietarse cuando

a) Toman la desviación para el pueblo.

b) Estaban a punto de tomar una curva.

c) Concha bajó la velocidad y la chica quería que fueran más rápido.

d) El VW había adelantado al camión de refrescos.

El momento en que la chica murió fue

a) Cuando Concha pierde la serenidad y acelera lo más que puede.

b) Después de gritar “cuidado, cuidado, cuidado…” emitió un grito desgarrador, terrible.

c) Al momento en que Concha para su carro.

d) Cuando se puso muy pálida y miraba hacia la curva con espanto.

La historia que se cuenta está clasificada como de terror porque

a) Trata de cosas reales.

b) Apenas provoca el escalofrío, la inquietud o el desasosiego en el lector.

c) Transmite esa sensación de miedo aunque no al nivel de llegar a quedarse pensando o tensionado.

d) La protagonista es una muerta de la época de los Rolling Stones.

De acuerdo con la lectura, elige la opción que mejor complete la idea del texto inicial.

Y tú,¿qué opinas?

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Esta actividad se lleva a cabo de la siguiente manera:

Se ponen de acuerdo con respecto al número de oraciones afirmativas que elaborará cada equipo.

Las afirmaciones tendrán las características ya señaladas y se contestarán sólo con las palabras falso o verdadero.

Las afirmaciones que se repitan serán descalificadas.

El grupo decidirá qué tanto tiempo se dará a los equipos para responder.

Por sorteo, se formarán grupos de dos equipos que serán los contendientes.

También, por sorteo, se decidirá cuál equipo inicia la guerra y cada integrante por turno lanzará su oración afirmativa.

Cada respuesta correcta significa un punto para el equipo que la conteste. En caso de que no sepan la respuesta, si los que la hicieron responden correctamente ganan el punto.

La guerra de las afirmaciones Después de terminada la lectura, elaboren textos breves so-bre el asunto del relato, presentados en forma de oraciones

afirmativas. Su contenido puede ser falso o verdadero con respecto al asunto de la lectura, pero busca-rán que estén planteados claramente y que no sean capciosos.

Jueguen, dibujen, escriban,

hablen, escuchen...