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Según José Luis Martínez (“Problemas de la historia li- teraria”, apartado sobre la “Vida de las promociones literarias”, 1946), que sigue en este punto las ideas de Ortega y Gasset sobre las generaciones, tres son las eta- pas que recorre el escritor en el duro oficio de las letras. La primera, los años de aprendizaje, se caracteriza por los descubrimientos, la experimentación, la auda- cia, el desenfado, la pedantería y la búsqueda que em- prende el joven escritor por encontrarse a sí mismo. Esta etapa termina alrededor de los treinta años. La segunda, en la que el escritor deja de ser joven para convertirse en hombre maduro, comprende de los treinta a los cuarenta y cinco años. Durante este lapso, produce sus libros más significativos, pasa de discípulo a ser maestro, da a conocer de la mejor manera sus ideas y si es necesario las defiende con brillantez y razón. Es ésta, probablemente, la etapa no sólo la más creadora sino también la más satisfactoria en la vida de un escritor. Un buen día, “un joven irrespetuoso le llama anticua- do y el escritor se da cuenta de que ya no está dispuesto a comprender y auspiciar las novedades del último barco”. Ese día comienza la tercera y última etapa. La misión del escritor, de ahí en adelante, concluye Martínez: Se reducirá a defender y conservar lo que antes había eri- gido y a proseguir solitariamente su ruta que va ingresan- do paulatinamente en la sombra. Es el tiempo de reunir y retocar sus obras completas, de publicar sus memorias, de recibir distinciones oficiales y doctorados honorífi- cos, de servir de tema de estudio e ingresar con pie seguro a las historias literarias, de ser invitado a un sillón de la academia y a aguardar en casa, como dice el soneto de Plantin, dulcemente la muerte. Juan Rulfo nació en un pequeño pueblo del sur del estado de Jalisco, Sayula, el 6 de mayo de 1917. Según REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO | 15 A veinte años de la muerte de Juan Rulfo Emmanuel Carballo El Premio Nacional de Ciencias y Artes 2006 correspondiente a la categoría de Lingüística y Literatura fue otorgado al escri- tor y crítico literario Emmanuel Carballo. Autor de innumera- bles libros y antologías, Carballo supo valorar la obra de los grandes autores que definieron la literatura mexicana de la segunda mitad del siglo XX, y para muestra basta este magistral ensayo en el que aborda la biografía literaria de Juan Rulfo.

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Según José Luis Martínez (“Problemas de la historia li-teraria”, apartado sobre la “Vida de las promocionesliterarias”, 1946), que sigue en este punto las ideas deOrtega y Gasset sobre las generaciones, tres son las eta-p a s que recorre el escritor en el duro oficio de las letras.

La primera, los años de aprendizaje, se caracterizapor los descubrimientos, la experimentación, la auda-cia, el desenfado, la pedantería y la búsqueda que em-prende el joven escritor por encontrarse a sí mismo.Esta etapa termina alrededor de los treinta años.

La segunda, en la que el escritor deja de ser jovenpara convertirse en hombre maduro, comprende de lostreinta a los cuarenta y cinco años. Durante este lapso,produce sus libros más significativos, pasa de discípuloa ser maestro, da a conocer de la mejor manera sus ideasy si es necesario las defiende con brillantez y razón. Esésta, probablemente, la etapa no sólo la más creadora sinotambién la más satisfactoria en la vida de un escritor.

Un buen día, “un joven irrespetuoso le llama anticua-do y el escritor se da cuenta de que ya no está dispuesto ac o m p render y auspiciar las novedades del último barc o” .Ese día comienza la tercera y última etapa. La misión dele s c r i t o r, de ahí en adelante, concluye Ma rt í n ez :

Se reducirá a defender y conservar lo que antes había eri-gido y a proseguir solitariamente su ruta que va ingresan-do paulatinamente en la sombra. Es el tiempo de reuniry retocar sus obras completas, de publicar sus memorias,de recibir distinciones oficiales y doctorados honorífi-cos, de servir de tema de estudio e ingresar con pie seguroa las historias literarias, de ser invitado a un sillón de laacademia y a aguardar en casa, como dice el soneto dePlantin, dulcemente la muerte.

Juan Rulfo nació en un pequeño pueblo del sur delestado de Jalisco, Sayula, el 6 de mayo de 1917. Según

REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO | 15

A veinte añosde la muerte deJuan Rulfo

Emmanuel Carballo

El Premio Nacional de Ciencias y Artes 2006 corre s p o n d i e n t ea la categoría de Lingüística y Literatura fue otorgado al escri-tor y crítico literario Emmanuel Carballo. Autor de innumera-bles libros y antologías, Carballo supo valorar la obra de losgrandes autores que definieron la literatura mexicana de lasegunda mitad del siglo X X, y para muestra basta este magistralensayo en el que aborda la biografía literaria de Juan Rulfo.

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Luis Leal su primer texto, un cuento, “La vida no esmuy seria en sus cosas”, se publicó en la revista Améri-ca en el año de 1942, a pedido de Efrén Hernández, aquien conoció alrededor de 1938, en la Secretaría deGobernación, donde ambos ocupaban puestos insig-nificantes y donde fue su mentor literario.

Avecindado temporalmente en Guadalajara a part i rde 1940, publicó sus primeros cuentos importantes enla revista Pan, que dirigieron Juan José Arreola, Anto-nio Alatorre y, números después, el propio Rulfo. Esoscuentos (que formarían parte, corregidos, de El llanoen llamas) aparecieron en 1945 y le sirvieron de pasa-porte para ingresar a las letras mexicanas. Con esos tex-tos (“Nos han dado la tierra” y “Macario”) dejó atrás laprimera etapa de su vida como escritor. Tenía, enton-ces, veintisiete años.

Ac e rca de esta etapa (Rulfo cuando habló de ella hizoliteratura: confunde y no ayuda) existen pocos datos;los más fidedignos podrían ser los testimonios que emi-tieran sus compañeros Alatorre y Arreola. Su maestrotapatío de esos años, maestro socrático, Arturo RivasSáinz, murió hace unos cuantos años y, que yo sepa, noescribió sus memorias sobre ese momento ni sobre nin-gún otro momento de su vida.

El único testimonio que conozco acerca de los añosde aprendizaje de Rulfo es el que Efrén Hernández dioa conocer en la revista América (1948) como nota pre-via a la inserción de uno de los primeros cuentos de esaetapa. Escribe el autor de Tachas:

Causa, aun tiempo, de mi más persistente desconcierto ymi mayor confianza, es la manera de rigor, la riguro s í s i m ay tremenda aspiración, el ansia de superación artística deeste nato escritor. Cosas que en buena ley son de envi-diarse, él, por hallarlas ruines, ha venido ro m p i é n d o l a s ,tirándolas, deshaciéndose de ellas, ¡para vo l ver a hacerlas!Nadie supiera nada acerca de sus inéditos empeños, si yono, un día, pienso que por ventura, adivinara en su trazaexterna algo que lo delatase y no lo instara hasta con ter-quedad, primero a que me confesase su vocación, ense-guida a que me mostrara sus trabajos y, a la postre, a noseguir destru ye n d o. Sin mí, lo apunto con satisfacción,“La cuesta de las comadre s” habría ido a parar al cesto. Noobstante, la ofrezco como ejemplo. Inmediatamente severá que no es mucho lo que dentro del género se ha dadoen nuestras letras de tan sincero aliento.

En 1953 y 1955, respectivamente, Rulfo dio a co-nocer El llano en llamas y Pedro Páramo, sus dos verda-deros libros, que le han concedido el éxito del públicoy el reconocimiento de la crítica nacional e internacio-nal. Y que corresponden a su segunda etapa. Cuandopublicó el libro de cuentos tenía treinta y cinco años ytreinta y siete cuando apareció la novela. Entonces se

encontraba cerca de él su compañero de generación Ju a nJosé Arreola, uno de los nuevos maestros de la prosamexicana. El otro compañero sería, poco tiempo des-pués, Carlos Fuentes.

El libro de cuentos y la novela de Rulfo fueron reci-bidos con entusiasmo por unos (los más despiertos) ycon indiferencia rencorosa por otros (los menos visio-narios). Sus malquerientes llegaron a decir que era unreaccionario, un escritor que no sabía escribir, que dabapalos de ciego y que por circunstancias fortuitas pudoromper la piñata del éxito. Sus admiradores desde unprincipio declaramos que tanto él como Arreola cerra-ban una etapa de nuestras letras y abrían otra, acordecon el tiempo que estábamos viviendo y con la litera-tura que se escribía por esos años en el mundo.

Véase mi largo artículo sobre ambos escritores,“Arreola y Rulfo cuentistas”; publicado en la Revista dela Universidad de México en marzo de 1954. De CarlosBlanco Aguinaga dimos a conocer en la Revista Mexi-cana de Literatura (septiembre-octubre de 1955) unadmirable ensayo todavía hoy válido sobre Pedro Pá-ramo y en menor medida sobre El llano en llamas:“Realidad y estilo de Juan Rulfo”.

Los puntos de vista de los desafectos se puedenresumir en esta cita, tomada del libelo Ambiente de losescritores en México, firmado con las iniciales B.T. y sinpie de imprenta. Aparecido en 1960, sintetiza los desa-hogos y razonamientos de un grupo de escritores decorta estatura que compensaban su falta de talento conla actitud mesiánica de que encarnaban la defensa de lasletras patrias, acosadas por polkos de nuevo cuño dis-puestos a vender las esencias nacionales por una beca dela Fundación Rockefeller, la publicación de sus librosen la serie Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Eco-nómica o la dicha de figurar entre los colaboradoreshabituales de “México en la Cultura”, el suplementocomandado por Fernando Benítez, el jefe indiscutido eindiscutible de la mafia. (El espectro de opiniones va delas ve rtidas por Jesús Arellano y sus acólitos a las expre-sadas por Roberto Blanco Moheno.) He aquí la cita:

Una de las mayores responsabilidades que se deben car-gar a la Fundación Rockefeller, por su Centro Mexicanode Escritores, es la de haber sido la cuna en donde se haincubado el más grande fraude nacional con el infundiodel “talento” de Juan Rulfo: caso semejante al que relataEça de Queiróz en su Epistolario de Fradique Méndezsobre el “inmenso talento de Pacheco”, individuo que,en Portugal, escaló los más altos puestos y ocupó los másjugosos cargos bajo la falsa versión de tener un grantalento que, sin embargo, nunca demostró y todos gra-tuitamente le atribuían. Así Juan Rulfo se ha convertidoentre nosotros en un fetiche de “talento” que a fuerza depublicidad se quiere imponer en la opinión nacional, y

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que en lo sucesivo tendrá que demostrar que su talentono es mero infundio, basado en la propaganda, origina-da en el Centro Mexicano de Escritores y amplificada sindiscusión en el ambiente literario nacional. En lo futurose le juzgará con libertad de criterio.

A partir de principios de los años sesenta, Rulfogozó y padeció los honores que se rinden al creador, deasombrosos y modificantes textos literarios, que transi-ta por la tercera y última etapa de su existencia comoescritor: premios nacionales y extranjeros, homenajes,ediciones populares de sus libros y exquisitas edicionesde sus obras completas (una de ellas excepcional, la queh i zo Sergio López Mena), traducciones a los idiomas másdifundidos (y a otros de alcance más modesto), tesiss o b relos temas más peregrinos de su obra, lectores ena-jenados que rinden culto al autor y a sus libros, discí-pulos que imitan su sintaxis, sus silencios, emplean sustemas y jamás consiguen aprehender los secretos ina-prensibles de su mundo peculiar e intransferible.

Al lado de los honores coexisten (a escala menor)los reproches, las nuevas interpretaciones ácidas de sustextos, el desafecto y la postergación. El primer “jovenirrespetuoso”, en la terminología de Martínez, fue JoséAgustín (nacido en 1944), quien, para afirmarse, puso entela de juicio el valor de los maestros de la generaciónanterior a la suya y descubrió a los maestros idóneos desu propia generación, la de los escritores de la Onda.Así bajó del pedestal a Rulfo para subir a Revueltas. Enel epílogo de la Obra literaria de éste (1967) dijo:

José Revueltas ha sido fiel a sus principios y esta posiciónle ha acarreado prisión (desde los quince años), proble-mas incesantes con la oligarquía en el poder, así como eldesprecio de los intelectuales (le reprochan que nunca sehaya estupidizado en sus capillas), de los comunistas (loexpulsaron de todas las organizaciones, aun de la que élfundó) y de los reaccionarios (lo abominan por rojo). Losprimeros desarrollaron una campaña silenciosa para mi-nimizarlo y para empequeñecer su obra literaria: erigie-ron monumentos colosales alrededor de libros como Pe d roPáramo y El llano en llamas, que son pobres reflejos de Elluto humano y Dios en la tierra; atacaron con saña Loserrores, acusándola de anticomunista y reaccionaria, yaque desenmascara los vicios de dirección del lamentablePartido Comunista Mexicano (el cual, por otra parte,nunca había sido tomado en cuenta por los intelectualesmexicanos más que cuando fue necesario atacar a Re-vueltas). Tu v i e ron que pasar más de quince años para quela obra de uno de los escritores más importantes en len-gua española fuese reconocida y apenas aquilatada en sujusto valor.

Más adelante remachó su juicio con estas palabras:

La erección como obra maistra de Peter Páramo es irriso-ria si se toma en cuenta la presencia de El luto humano enla literatura mexicana. Me da la gana insistir en esto por-que muchas de las personas que han aclamado a PedroPáramo son las mismas que trataron de silenciar la obrade Revueltas.

En un libro poco comentado, y que merece serleído con atención, Tercero en discordia (1982), EvodioEscalante, quien figurará en la historia de nuestras letrascomo compañero de equipo de José Agustín, empren-dió una “Lectura ideológica de Pedro Páramo”, en laque engloba los principios políticos de algunos escrito-res de su edad. En ella Escalante (nacido en 1946) se-ñaló las deudas de la novela rulfiana con dos obras pococitadas ahora pero de indudable mérito: El resplandor(1937) de Mauricio Magdaleno y El luto humano ( 1 9 4 3 )de Revueltas, y fijó la posición que ocupa en el campo delas ideas políticas.

Poblada de fantasmas y nebulosidades, hay en la novelade Rulfo una fascinante precisión del lenguaje que estambién —prodigios de la economía— una reticenciaideológica fundamental (lo que no ocurre en las novelasde Magdaleno y Revueltas). ¿Reticencia ideológica? Lamaestría de Rulfo, diríase, no es sólo de naturaleza “lite-raria”; también ha logrado forjar un texto donde los sig-nos ideológicos han sido escamoteados, o cuando menosenrarecidos, de forma tal que el momento de la lecturapuede moverse dentro de una cómoda ambigüedad. Elresultado es que todas las lecturas, todas las interpreta-

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ciones parecen estar justificadas. Pedro Páramo es así unviaje al infierno, una recuperación de los mitos griegos,una suma de arquetipos, aunque también, dentro de unaacuciosa lectura, re c u e rda los procedimientos sociológicosde Lucien Goldman, una reacción del conflicto que seplantea entre un orden feudal-tribal y la emergencia delos valores monetarios que ha dejado vacío este orden sincrear uno nuevo. Pero no se piense —sostiene más ade-lante— que Rulfo es un reaccionario ni mucho menos uncristero enmascarado, como alguien ha sugerido. Si bienla Re volución, como suma de acontecimientos transfor-m a d o res de un espacio histórico, no tiene en el texto nin-guna connotación positiva, no hay que perder de vistaque Rulfo parece adherirse al proyecto de modernizacióndel Estado mexicano posre volucionario (y también, comoera de esperarse, a algunos de los “t e m a s” más afectivos dela ideología dominante). Sólo en ese contexto se explicasu violenta e intransigente crítica a los p o d e res locales — e ls a c e rdote y el cacique— a los que considera como últimasmanifestaciones de una sociedad en trance de extinción.

A lo largo de sus tres etapas como escritor, JuanRulfo estuvo más próximo a las mieles que a las hielesdel quehacer literario. Conoció desde muy tempranolos alicientes de una fama en continuo ascenso, prime-ro en su país, después en las amplias regiones que hablanespañol y, por último, en Europa, los Estados Unidos yalgunas naciones asiáticas.

Más que un escritor se le consideró un fenómenomítico: el del hombre huraño, solitario, al margen deg rupos y capillas, que contra su voluntad (o a pesarde ella) escribió dos libros excepcionales y que tenía laposibilidad de crear una tercera obra maestra, contin-gencia que se fue desbaratando conforme transcurríanlos años y el escritor jaliscience continuaba inmersoen su obstinado mutismo. Rulfo, maestro del arte delsuspense, supo vender esta expectativa a lectores ávidosde leer sus textos y a editores dispuestos a comercializarsus hallazgos expresivos.

No re c u e rdo, entre nuestros escritores, una carre-ra literaria más fulminante ni mejor cimentada que lasuya: por encima incluso de las de Octavio Paz y Car-los Fuentes, hábiles pro m o t o res de sus abundantes libro s .La fingida o verdadera humildad de Rulfo resultó a lalarga más productiva que la jactancia en voz alta de Paz

y de Fuentes, hecha con las mejores armas (ofensivas yd e f e n s i vas) con que están dotados los intelectuales y ar-tistas que luchan por el poder literario abierta y fran-c amente.

No re c u e rdo, tampoco, un duelo parecido al que pro-dujo su muerte no sólo entre los escritores sino tam-bién entre los lectores e, incluso, entre el público cau-tivo de la televisión y la radio. No ocurrió así, pongotres ejemplos, cuando murieron Alfonso Reyes, JoséVasconcelos y Martín Luis Guzmán. Y no se puedeafirmar que Rulfo haya sido más “grande” y “trascen-dente” que los tres ateneístas: fue, simplemente, unescritor de un momento distinto (el de la aldea globalde Mac Luhan) de aquel en que vivieron y murieronnuestros tres grandes abuelos. Rulfo fue el mejor ex-ponente del escritor que al crear su propio mito abrióla posibilidad de convertirse en ídolo, hecho que ocu-rrió, en esta asombrosa latitud, a partir de los años se-senta. Afortunadamente para él y para sus lectores elídolo en que se convirtió no tenía los pies de barro niera un becerro de oro.

Los jóvenes “re s p o n d o n e s” que cuestionaron a Ru l f odeben entenderse como lo que son: exponentes de queel gusto literario oscila pendularmente de la aceptaciónal rechazo y en cierto momento se detiene en la indife-rencia. Momento que para Rulfo aún no ha llegado.

Taciturno, de pocas y ácidas palabras, inmerso en unmundo recurrente y contradictorio, el de su infancia(pleno de dichas personales y desgracias de familia) yadolescencia, implacable crítico de sí mismo, Juan Ru l f ofue un enigma en movimiento, un narrador terrible-mente elemental y angustiosamente complicado. Suobra, breve y magnífica, cerró un periodo de nuestrasletras (el de la narrativa rural) y apuntó hacia una nuevaetapa en el arte de contar historias. Así, tres años des-pués de la publicación de Pedro Páramo, en 1958, Car-los Fuentes dio a conocer su biografía de una ciudad, lade México, en una novela tumultuosa y ve rt i g i n o s a ,La región más transparente, que señaló nuevos cambiosa los prosistas recién llegados.

El universo narrativo de Rulfo es un mundo en elque las apariencias ceden sitio a las esencias, en el queel costumbrismo y el folclore mueren para dar vida aunas cuantas radiografías que tienen que ver con elamor y la muerte, la sociedad y la incomunicación,

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Si los personajes que aparecen en El llano en llamas son hombres-sombras,

en Pedro Páramo estas sombras se convierten en fantasmas, en ánimas sin sosiego.

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el feudalismo y sus peligros adyacentes, la reforma agra-r i a y sus erro res consustanciales. Su obra es algo así comola crónica alucinada de un naufragio, del naufragio deun país, México.

El México de Rulfo es alegre y vibrante como lainfancia (sepultada y remota) y triste y poco dado ala esperanza como la madurez. Cuando el autor lo miracon ojos de niño es verde, jugoso y lleno de vida, y gris,reseco y presidido por la muerte cuando lo contemplacon los ojos desencantados del adulto. Sus textos estánescritos desde el punto de vista del hombre maduro,quien cuando no puede soportar más los horrores ycalamidades de la realidad cede por un momento lapalabra a los recuerdos tiernos y emocionados del niño.Se pasa así del infierno cierto y sin salida a una gloriafugaz y desgraciadamente ilusoria.

En El llano en llamas el autor rompe con la arraiga-da tradición docente de nuestras letras convencido deque la misión consiste en mostrar y no en demostrar.Es decir, deja atrás la literatura pedagógica y se com-promete con la verdadera literatura, gozosamente librede ataduras y autónoma.

En este libro están ausentes las asperezas técnicas yde expresión, los anacronismos de que se valen ciertoscuentistas y están presentes, en cambio, las técnicas quehan orientado la novela y el cuento por nuevos cami-nos. Rulfo es un cuentista monocorde que comunicaun mundo angosto en el que todos los lugares (los esce-narios) son más o menos iguales y todas las anécdotasforman parte de una misma familia. Por estas razonesestá obligado a repetirse: suple la prisión a que lo redu-

ce el espacio y los temas con una profundidad que noes fácil medir ni cuantificar.

El 19 de marzo de 1955 apareció la primera edi-ción de Pedro Páramo en la serie Letras Mexicanas delFondo de Cultura Económica. (El número que le co-rrespondió en la colección fue el diecinueve.) El tirajeconstó de dos mil ejemplares y corrigieron galeras ypruebas de páginas José C. Vázquez y Alí Chumacero.Las viñetas de la camisa y de las páginas siete y cientocincuenta y seis (primera y última del texto) las hizoRicardo Martínez.

En 1975 se habían puesto en circulación doce edi-ciones de Pe d ro Pára m o tanto en Letras Mexicanas comoen Colección Popular. En esta última serie la ediciónhecha en 1973 fue de cien mil ejemplares. En este sen-tido, posiblemente, el único de nuestros libros que puedeequiparársele en difusión sea Los de abajo (1915) deMariano Azuela.

Ese mismo año de 1955, y en nuestro país, se publi-caron obras de ficción notablemente inferiores a PedroPáramo. Entre ellas recuerdo La maldición (novela pós-tuma) de Mariano Azuela, El alba en las simas de JoséMancisidor y Mazamitla de Ricardo Garibay. En His-panoamérica llegaron a librerías obras que no puedencompararse cualitativamente con la de Juan Rulfo: Ca s a smuertas de Miguel Otero Silva, Rosaura a las diez deMarco Denevi y La hojarasca de Gabriel García Már-quez. En España los prosistas no produjeron una solaobra memorable. Las más valiosas fueron La raíz rotade Arturo Barea, La mujer nueva de Carmen Laforet,Duelo en el paraíso de Juan Goytisolo, Vísperas del silen-

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Francisco Monterde, Juan Rulfo y Salvador Elizondo en el Centro Mexicano de Escritores

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cio de Ignacio Aldedoca, En esta tierra y La pequeñavida de Ana María Matute. El inglés William Golding,autor de una fábula sobrecogedora, El señor de las mos-cas, dio a las prensas un texto que no muestra en formacabal su talento, Los herederos. En los Estados Unidos,J.D. Salinger publicó con más pena que gloria Frannyy Zooey. En Francia, Marguerite Duras vio editada sunovela El Square, diálogo objetivo y conmovedor entreuna sirvienta y un vendedor ambulante. De ThomasMann, que muere este mismo año de 1955, se publicólas Confesiones del estafador Félix Krull, y el tambiénnovelista de lengua alemana Han Erich Nossack sor-prendió a críticos y lectores con una bella novela, Lomás tarde en noviembre. En Italia, Inazio Silote vio apa-recer Vino y pan y Vasco Pratolini, Metello.

En todas estas obras, Pedro Páramo no empequeñe-ce: soporta y sale bien librada de la comparación. JuanRulfo es uno de los grandes novelistas de hoy en día yen todas las lenguas. Pe d ro Pára m o es obra de ficcióny, también, poema.

En Pedro Páramo Rulfo usa los mismos procedi-mientos que empleó en El llano en llamas (el monólogointerior, la vigilia delirante), sólo que con mayor efica-cia estética. Si en el libro de cuentos era evidente el es-tatismo, en la novela llega a ser la atmósfera en que sem u e ven los personajes. El tiempo parece que se had etenido, que se ha desrealizado: las criaturas piensan,sienten y actúan fuera de él o, en el mejor de los casos,en sus arrabales. Se trata de un tiempo interior desha-bitado como Comala, el pueblo en el que Rulfo sitúa laacción de su novela.

Si los personajes que aparecen en El llano en llamasson hombres-sombras, en Pedro Páramo estas sombras

se convierten en fantasmas, en ánimas sin sosiego. JuanPreciado, uno de los numerosos hijos naturales de Pe d roPáramo, cuando llega a Comala a buscar a su padre en-cuentra un pueblo muerto en el que todas las voces sonrumores y todos los actos, recuerdos. (No se olvide queen un principio Rulfo pensó llamar a esta novela Losm u rm u l l o s.) Al re c o rd a r, los personajes re c o n s t ru yen susvidas, la vida de Comala (del pasado esplendor al pre-sente en ruinas), la de sus habitantes: de ese modo elpasado se convierte en presente y la muerte se confun-de e identifica con la vida.

Algunos críticos quieren ver únicamente en PedroPáramo la figura del cacique. De acuerdo, es un caci-que, pero es también algo más: una víctima de las cir-cunstancias, del destino, del mismo modo que los ha-bitantes de Comala son víctimas de su brutalidad queno respeta la vida, ni el honor ni los bienes materiales.Pe d ro Páramo es un hombre frustrado que persigue unimposible: el amor de Susana San Juan. Desde niño lasueña, de joven la persigue e idealiza, y cuando de viejola desposa, ella ha perdido la razón, vive en el pasado y noreconoce a su enamorado platónico de siempre. Entremuertos anda el juego.

La conducta de Pedro Páramo es la contrapartidade su sensibilidad idealista y quizá bien intencionada.Su conducta pública es una venganza, el cobro usura-rio de una afrenta. El amor no correspondido que ex-perimenta por Susana se le convierte en odio hacia losdemás. Roto por dentro, muerto en vida, trata de rom-per y matar a los vecinos de Comala. Sin embargo, porfuera es duro e impenetrable hasta el momento mismode su muerte: “Dio un golpe seco contra la tierra y sefue desmoronando como si fuera un montón de pie-dras”. Esta frase, la última de la novela, sostiene Rodrí-guez Alcalá, “es enormemente expresiva: simboliza eld e r rumbe de una época, de un régimen, de un pueblo”.Cabe suponer que Comala, después de la muerte dePedro Páramo, renazca de sus cenizas, recupere su ver-dor, su alborozo, su perdida confianza en la vida.

El único cacique contra el que resulta imposiblecombatir, parece atestiguar Pedro Páramo con su vida,es el destino. Y si él le tiene miedo al destino, igual ocu-rre con los demás personajes de la novela. De allí el fa-talismo con que éstos se comportan, el retraimiento aque se han sometido, las escasas palabras que pronun-cian cuando se comunican entre sí.

Con su poderosa fuerza lírica, Rulfo consigue in-fundir la vida a un pueblo muerto y, por supuesto, a susdifuntos habitantes. Literariamente hablando susmuertos gozan de cabal salud. Además de ser un exce-lente cuentista y novelista admirable, Juan Rulfo es ungran poeta.

Con motivo del trigésimo aniversario de Pedro Pá-ramo, la Agencia española EFE difundió en nuestros

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países un artículo de Juan Rulfo en el que explica cómoy en qué circunstancias nació esta novela (Excélsior, 16de marzo de 1985).

El artículo, uno de los pocos que escribió Rulfo, esinteresante desde varios puntos de vista. Uno de ellos,la síntesis que ofrece acerca de lo que es y significaPedro Páramo:

No tengo nada que reprocharles a mis críticos —escri-be—. Era difícil aceptar una novela que se presentaba,con apariencia realista, como la historia de un cacique yen verdad es el relato de un pueblo: una aldea muerta endonde todos están muertos, incluso el narrador, y suscalles y campos son recorridos únicamente por las áni-mas y los ecos capaces de fluir sin límites en el tiempo yen el espacio.

Ot ro tiene que ver con los estímulos internos y ex-ternos que lo condujeron a escribir la novela. Be c a r i odel C e n t ro Mexicano de Escritores cuenta:

En mayo de 1954 —dice— compré un cuaderno escolary apunté el primer capítulo de una novela que, durantemuchos años, había ido tomando forma en mi cabez a .Sentí por fin haber encontrado el todo de donde saliero nlas intuiciones a las que debo Pe d ro Pára m o. Fue como sialguien me lo dictara. De pronto, a media calle, se me ocu-rría una idea y la anotaba en papelitos ve rdes o azules.

Al llegar a casa después de mi trabajo en el departa-mento de publicidad de la Goodrich (Euzkadi), pasabamis apuntes al cuaderno. Escribía a mano, con plumafuente Scheaffer y en tinta verde.

Dejaba párrafos a la mitad, de modo que pudieradejar un rescoldo o encontrar el hilo pendiente del pen-samiento al día siguiente. En cuatro meses, de abril a agos-to de 1954, reuní trescientas páginas. Conforme pasaba amáquina el original destruía las hojas manuscritas.

Llegué a hacer tres versiones que consistieron en re-ducir a la mitad aquellas trescientas páginas. Eliminétoda divagación y borré completamente las intromisio-nes del autor.

Acerca de este punto tengo algo que decir. Rulfo yyo éramos becarios en el Centro Mexicano de Escri-

tores y vivíamos en el mismo edificio: en Río Tigris 84,en la colonia Cuauhtémoc, él en el departamento uno yyo en el cinco. Nu e s t ro trato por ambas causas era muyfrecuente. Por estas razones, y además porque éramosamigos y coterráneos, conocía los originales de sunovela, se los escuché leer tanto en el Centro de Escri-tores como en mi casa y en la suya. Por este motivoestaba enterado de que el personaje central era SusanaSan Juan.

Por esos días corregía para el Fondo de Cultura pru e-bas de página de la Historia de la litera t u ra hispanoameri-c a n a de Enrique Anderson Im b e rt, cuando leí, en la pá-gina trescientos ochenta y uno, este párrafo: “en Chile,donde el cuento y la novela han sido generalmente rea-listas, de descripción de ambientes, se observó en estosaños (los treinta o cuarenta) un desvío hacia temas oscuro s ,irracionales, subconscientes. La más alta expresión deesta modalidad es María Luisa Bombal (1910), autorade La última niebla (1934) y La amort a j a d a (1941), dondelo humano y sobrehumano aparecen en una zona mági-c a , poética por la fuerza de la visión, no por trucos deestilo. El lector ve lo que los personajes de las novelasven. Subjetivismo. Las cosas aparecen en una nube dei m p resiones. En la primera de las novelas citadas la mujerama en una zona entre la realidad y el ensueño. En lasegunda, una mujer muerta ve, siente y evoca sus amore s ,sus experiencias familiares, con una certeza definitiva,con una sabiduría final y ya inútil”, bajé del tercer pisoa la planta baja, y se lo di a leer a Rulfo.

Esa misma mañana, juntos, nos dimos a la tarea deconseguir La amortajada (publicada por Sur, en Bue-nos Aires), novela que en cierto sentido coincidía conla que Rulfo llevaba escrita. La encontramos en la Anti-gua Librería Robredo, de Rafael Porrúa y su hermanoJe r ó n i m o. Rulfo la leyó de inmediato y cambió la estru c-tura del libro. Estaba a punto de comenzar la SemanaSanta, y Juan, a quien le habían extraído la dentadura,a p rovechó esos días para bocetar febrilmente una nuevaversión de la novela. El personaje fundamental, SusanaSan Juan, desapareció y en su lugar surgió como prota-gonista Pedro Páramo.

Aquí acaban mis recuerdos sobre esa etapa de crea-ción de la novela que hoy admiramos con el nombre dePedro Páramo. Los doy a conocer ahora porque arrojan

A VEINTE AÑOS DE LA MUERTE DE RULFO

Juan Rulfo tuvo la suerte de morir en el momento en que su obra aún obtenía y seguirá obteniendo por algunos años más

el beneplácito de los lectores y de la crítica.

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Page 8: A veinte años de la muerte de Juan Rulfo · PáramoyEl llano en llamas, que son pobres reflejos de El luto humano y Dios en la tierra ; atacaron con saña Los errores , acusándola

luz sobre el profesionalismo y el deseo de ser diferentede Juan Rulfo.

En el onceavo párrafo de su artículo, Rulfo afirmaque “en aquel entonces”, cuando escribió Pe d ro Pára m o,“yo aún no leía a Faulkner”. Aquí la vanidad ciega aJuan. Principio por lo anecdótico. En 1953 Rulfo y yointercambiamos libros: yo le di un tomo, que él no po-seía, de los Anales del Instituto de In vestigaciones Estéti-cas de la U N A M y él a cambio me cedió un ejemplar suda-do y manchado por la lectura de Las palmeras salva j e s.

James East Irby un norteamericano que cursó estu-dios en la Escuela de Verano de la UNAM, publicó en laCiudad de México, en el año de 1957, su tesis La influen-cia de William Faulkner en cuatro narradores hispanoa-mericanos. En ella, Ir by excelente investigador y crítico,estudia exhaustivamente la influencia del novelista su-reño sobre el autor jalisciense. Encuentra la influencia“faulkneriana —son palabras de Joseph Sommers en sulibro Yáñez, Rulfo, Fuentes, Caracas, 1969— en la es-tructura caótica, en el uso de un narrador-testigo en larevisión fatalista del pasado y en la selección de un seg-mento arcaico, decadente, de la sociedad para basar laobra literaria”.

En el último párrafo, Rulfo dice:

Cuando escribía en mi departamento de Nazas 84, en unedificio donde habitaba también el pintor Pedro Coro-nel y la poetisa Eunice Odio, no me imaginaba quetreinta años después el producto de mis observacionessería leído incluso en turco, en griego, en chino y enucraniano.

Rulfo confunde las calles y los números: Pe d ro Pára-m o fue escrito en Tigris 84 y no en la calle de Río Na z a s ,donde vivió después, en los altos de la Li b rería Cr i s t a l,

muy próximo al Instituto Francés de América Latina.En el edificio de Nazas, que yo re c u e rde, nunca vivióPe d ro Coronel, casado entonces con Amparo Dávila.Creo que vivía en Río de La Plata, en la misma colonia.

Por último, otra inexactitud. Los primeros mil ejem-plares del tiraje de Pedro Páramo no tardaron “en ven-derse cuatro años. El resto se agotó —apunta Rulfo—regalándolos a quienes me lo pedían”. La novela corriócon suerte poco común entre nosotros: los lectores habi-tuales e incluso los que de vez en cuando compran libro sdesde un principio adquirieron con largueza la novela,a la que consideraron, al igual que ciertos críticos ima-g i n a t i vos, como una de las obras más importantes escri-t a s en México a lo largo de los años cincuenta. Poste-riormente, unos y otros estuvieron de acuerdo, cuandolos árboles ya no impedían ver el bosque, en que PedroP á ra m o es una de las obras más significativas de nuestraliteratura y de otras muchas literaturas.

Juan Rulfo tuvo la suerte de morir en el momentoen que su obra aún obtenía y seguirá obteniendo poralgunos años más el beneplácito de los lectores y de lacrítica. Así como supo enmudecer a tiempo, tambiénsupo morir en el momento oportuno. Así se compor-tan los clásicos.

En un país subdesarrollado como el nuestro, la muer-te de un escritor sobresaliente desata extrañas formas decomportamiento: unas se sienten sus viudas, otros susalbaceas, otros sus jueces o sus fiscales y otros más sien-ten depositarios del sentido y de la significación de laobra del muerto célebre: son sus sumos sacerdotes. En t retodos tejen una tela de araña crítica en la que es impo-sible moverse con libertad. En este laberinto yo memuevo con absoluta autonomía porque me consideroun simple testigo. No digo las grandes verdades, peroimpido que se digan las enormes mentiras.

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