Abstencionismo en Latinoamérica

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Abstencionismo en Latinoamérica. Existe un solo país en América Latina, en el cual la participación electoral es tradicionalmente baja: Colombia. Allí, la participación oscila entre 55 y 32 por ciento, y alcanzó su máximo por encima del cincuenta por ciento a principios de los años 90, cuando con la nueva Constitución de 1991 fue posible integrar a un sector de la guerrilla. En el transcurso de los últimos años, la participación electoral estuvo bajando continuamente en Ecuador, El Salvador, Guatemala y la República Dominicana tocando el 50% o manteniéndose por debajo. Venezuela perdió vertiginosamente en participación electoral durante los años 1990, pero recuperó un poco últimamente, alcanzando en el año 2000 56,5%. La participación sigue siendo alta, por encima del 70%, aunque con ligera tendencia a la baja, en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Costa Rica, Nicaragua y Panamá. Es tradicionalmente alta también en Uruguay, donde subió incluso desde la redemocratización en cuatro puntos porcentuales por encima del 90%. Subió también en Perú, en Paraguay (del 54% en 1989 al 80% en 1998) y en México durante los años 1990, llegando allí a 63%. De estos datos se desprende que solo en términos generales existe la tendencia hacia un aumento del abstencionismo. Dentro de esta tendencia, algunos países siguen con una participación electoral alta, otros se escapan de la tendencia o han sido capaces de revertir la tendencia hacia la baja, aunque no para alcanzar altos grados de participación electoral. Comprender el abstencionismo Para entender el abstencionismo o los factores que lo generan es recomendable fijarse no solo en su magnitud sino también

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Participación electoral

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Abstencionismo en Latinoamérica.

Existe un solo país en América Latina, en el cual la participación electoral es tradicionalmente baja: Colombia. Allí, la participación oscila entre 55 y 32 por ciento, y alcanzó su máximo por encima del cincuenta por ciento a principios de los años 90, cuando con la nueva Constitución de 1991 fue posible integrar a un sector de la guerrilla. En el transcurso de los últimos años, la participación electoral estuvo bajando continuamente en Ecuador, El Salvador, Guatemala y la República Dominicana tocando el 50% o manteniéndose por debajo. Venezuela perdió vertiginosamente en participación electoral durante los años 1990, pero recuperó un poco últimamente, alcanzando en el año 2000 56,5%. La participación sigue siendo alta, por encima del 70%, aunque con ligera tendencia a la baja, en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Costa Rica, Nicaragua y Panamá. Es tradicionalmente alta también en Uruguay, donde subió incluso desde la redemocratización en cuatro puntos porcentuales por encima del 90%. Subió también en Perú, en Paraguay (del 54% en 1989 al 80% en 1998) y en México durante los años 1990, llegando allí a 63%.

De estos datos se desprende que solo en términos generales existe la tendencia hacia un aumento del abstencionismo. Dentro de esta tendencia, algunos países siguen con una participación electoral alta, otros se escapan de la tendencia o han sido capaces de revertir la tendencia hacia la baja, aunque no para alcanzar altos grados de participación electoral.

Comprender el abstencionismo

Para entender el abstencionismo o los factores que lo generan es recomendable fijarse no solo en su magnitud sino también en su composición. En este sentido es importante analizar en el marco del abstencionismo los siguientes aspectos:

a) El grado de desigualdad social. Independientemente del tamaño de la participación electoral, la desigualdad social tiende a expresarse en ella a través de un mayor desequilibrio de la participación en detrimento de las clases bajas. Por otra parte, en situaciones de alta pobreza y desigualdad, gran parte del electorado percibe las elecciones no tanto como un acto a través del cual se transmite un mandato político, sino como un intercambio de productos y/o favores, un fenómeno que se conceptualiza con el término clientelismo. Así, por más alto que pueda ser el grado de participación, tras ella se oculta un electorado con expectativas muy diferentes asociadas al voto según el grado de desigualdad social que rige en el país en vías de desarrollo.

b) La cultura política participativa y su orientación en la disyuntiva Estado y sociedad. Aunque esta variable se refiere especialmente a la magnitud de la

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participación electoral, ella dirige la mirada a un fenómeno compensatorio. Ejemplificador en este sentido es el caso de EE.UU. Allí, los bajos índices de participación electoral van acompañados de un alto grado de participación societal, fenómeno que ya destacó Alexis de Tocqueville. Una alta participación orientada a la sociedad parece compensar una baja participación orientada al sistema político o al Estado, en términos de la participación ciudadana necesaria para una democracia 'de calidad'. Así, cuando se compara el grado de participación electoral entre países, vale considerar también el tipo de orientación de su cultura participativa.

c) La centralidad del sistema representativo en el Estado frente a otras arenas de toma de decisiones, o sea frente a los poderes fácticos. Para la evaluación de la magnitud de la participación electoral es importante saber si una sociedad por tradición cuenta con otros mecanismos de poder, por ejemplo, métodos violentos o no consensuados pero eficientes de modo que actores sociales tiendan a utilizar estos métodos como instrumentos de participación en el conflicto de intereses para conseguir "lo suyo”. Esta situación relativiza la importancia de la participación electoral y a su vez aumenta psicológicamente el costo en el cálculo racional de la participación electoral.

d) Considerando la participación política como forma de expresión, de articulación, en síntesis: como una forma de comunicación política, ésta debería ser considerada en perspectiva junto a otros canales comunicativos de la sociedad. En el contexto de la sociedad moderna informatizada, en la que los medios masivos de comunicación deben contemplarse la existencia de formas de comunicación entre gobernantes y gobernados alternativas a las elecciones. Una baja participación política en su forma tradicional puede ser compensada en su función comunicativa por los estudios de opinión.

Síntesis

1. La participación electoral sigue siendo un importante elemento de la participación política lo que justifica enfocarse en ella y fomentar su nivel y alcance. El concepto incluye no solamente la participación convencional, o sea la correspondiente a la arquitectura institucional, sino también la no-convencional, que se ejerce fuera de las instituciones políticas establecidas. Y estas nuevas formas de participación están en la mira de los que preconizan aumentar la participación política. La participación electoral sigue siendo la más importante. La primera razón es de tipo sociológico: la participación electoral es la más democrática e igualitaria. Incluye el monto más alto de gente y al mismo tiempo, garantiza la participación más igualitaria de los miembros de la sociedad. La segunda razón es de índole política. La participación electoral es el más central de

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los canales de vinculación del electorado y sus preferencias políticas con el poder que se manifiesta en su elección de los representantes y mandatarios ejecutivos. La tercera razón es que a través de esa vinculación de tipo input, toda la sociedad se vincula, o está afectada de forma vinculante, por el output, es decir la legislación por un lado y el desarrollo económico y social por el otro como resultado en parte de las políticas llevadas a cabo por los gobernantes. Así, pues, en el mar de consideraciones sobre la ampliación de la participación política, no vale olvidar o menospreciar la participación electoral. Debido a las características señaladas, es muy importante pensar -a la hora de meditar sobre el aumento de la participación política- en la ampliación de la participación electoral, sea cuantitativa o cualitativa.

2. Los factores que determinan el grado de participación electoral o el abstencionismo son múltiples. No existe una relación causal unilineal entre un único factor y el nivel de la participación electoral.

3. La relación de la participación electoral con la cultura política es una relación de bidireccional. El nivel de la participación electoral es un indicador para evaluar la cultura política. Al mismo tiempo, la cultura política es un factor co-determinante de la participación electoral.

4. La evaluación del nivel de la participación política depende de los conceptos y criterios relacionados con la teoría de la democracia que se profesa. En este sentido, ya distinciones entre por ejemplo la participación electoral como derecho o función, hacen una diferencia.

5. En términos generales, la teoría liberal tiene una posición más realista, más pragmática, menos exigente frente a la participación electoral, mientras que la teoría republicana defiende una postura más utópica, más programático-educativa y más exigente.

6. En América Latina, en los últimos tiempos, en el discurso político y politológico se ha priorizado la teoría republicana de la participación, lo que ha implicado por un lado criticar el nivel de participación electoral, problematizándolo y generalizándolo hasta denunciar la baja calidad de la democracia en la región, y llamar a tomar medidas en función de combatir el abstencionismo, aumentar la participación política y crear una nueva cultura democrática.

7. Sin embargo, vale considerar que América Latina presenta en la actualidad varios obstáculos para la feliz realización de un proyecto de tal envergadura:

a) el nivel de heterogeneidad social y étnica

b) el nivel de educación

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c) el desempeño gubernamental en función de las demandas sociales

Así, el objetivo de crear una nueva cultura democrática se ve enfrentado en la región con una realidad socio-política que lo convierte más bien en inalcanzable.

8. La relación de los organismos electorales con la participación electoral es importante aunque de ninguna forma determinante. En este contexto, los organismos electorales pueden ofrecer el marco organizativo para facilitar la inscripción y el voto de los ciudadanos al igual que los arreglos administrativos y judiciales para la celebración de elecciones libres y honestas, para una democracia representativa.

9. La relación de los organismos electorales con la cultura política se funda primordialmente en su imagen de imparcialidad, honestidad y eficiencia. Es importante que los mismos organismos tomen conciencia de ello, que desarrollen aún más sus capacidades para un buen desempeño de sus funciones y que mantengan su calidad. Dentro de estas funciones de institución moderna se encuentra el reclutamiento de su personal y de velar por su capacitación y especialización continua. Es importante también que se cree, dentro y fuera de los organismos electorales, la convicción de haber cumplido con la tarea.

10. A los organismos electorales se les adjudican adicionalmente funciones de enseñanza cívica en el desarrollo de una cultura democrática, función que tiene que encarar con mucha precaución.

Es importante profundizar la democracia en América Latina por cambios en la cultura política. Temo que la imagen de los organismos electorales como institución eficiente, conseguida en los últimos decenios, pueda dañarse cuando las tareas adicionales de educación cívica se definen de tal manera que se hace difícil su cumplimiento. Habría que definir de forma más realista el objetivo del compromiso de los organismos electorales con la cultura democrática a través de la educación cívica. Uno de los desafíos de la democracia en América Latina existe en el abismo entre las enormes expectativas que se han creado y que siguen creándose y las grandes dificultades para poder satisfacerlas, situación que genera la deslegitimación de la propia democracia.