Acha, Omar - Izquierda Tradicional y Nueva Izquierda

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Izquierda tradicional y nueva izquierda: algunas aclaraciones Acha, Omar Introducción Me propongo examinar un equívoco subyacente a la distinción entre las formaciones ideológico-políticas que en los últimos años suelen nombrarse como “izquierda tradicional” y “nueva izquierda”. Esa diferenciación entre izquierdas supone una divergencia en el modo de comprender su relación con la historia secular de la izquierda y con su siempre incierto porvenir. Pues si la izquierda tradicional (IT) se ajusta cómodamente con una parte de su pasado, la nueva izquierda (NI) se piensa como un cambio paradigmático, superador de lo agotado que conviene relegar. Voy a explicar por qué –en nuestra situación histórico- política– la mencionada distinción es injustificable a la luz de un análisis riguroso del concierto conceptual que hermana a sus términos. La distinción entre IT y NI, al menos de acuerdo al modo en que se constituyó en Occidente durante las dos últimas décadas, es inadecuada. Argumentaré que la NI procede a través de una lógica de la inversión, sin inquietar dicotomías básicas compartidas con la IT. Lo dañino es que la tenacidad de tales dicotomías menoscaba las chances de una reconstitución de la izquierda. Por lo tanto el propósito de construir una nueva izquierda no solo persiste como aspiración futura, sino que su consumación –que no puede hacerse sin tramitar de un modo no reactivo su relación con la IT– requiere un desplazamiento de la negativa en la NI a comprender de un modo no meramente negativo la historia de la izquierda en el último siglo. No habrá una nueva izquierda real sin la autosuperación de la vieja izquierda y una revisión del carácter “antiguo” que subyace en la lógica política de la mal llamada “nueva izquierda”. Por razones de espacio no puedo dialogar con numerosos ensayos dedicados a convalidar nociones como “izquierda independiente”, “nueva izquierda” o “izquierda autónoma”. Espero poder hacerlo en otro ensayo. La así llamada izquierda tradicional La denominación de “izquierda tradicional” no es peyorativa para la propia izquierda así identificada. Aquí la empleo sin hostilidad. Para la IT hay solo una izquierda efectiva: ella misma. Proclamadamente revolucionaria, afirma continuar los pasos fundamentales de Lenin y Trotsky, quizás de Mao o Guevara, sin apelar a revisiones sustantivas. De allí que la pertenencia a una tradición no es una mácula para una izquierda que se resiste a abandonar conceptos que considera válidos. Se entiende por IT la izquierda radical que persevera en la custodia y promoción de ciertas nociones teórico- organizativas predominantes durante el siglo veinte. Las puntualizo en tres registros de 1] estrategia, 2] sujeto, y 3]organización: 1] el acto revolucionario entendido como corte abrupto y definitivo entre dos periodos históricos, escisión no siempre compatible con una política de reformas; 2] la centralidad de la clase obrera como sujeto social y político, sujeto dado objetivamente por las relaciones sociales de producción capitalistas; 3] la concepción leninista de la organización política de un partido de cuadros que comanda a la clase trabajadora en la lucha de clases y sintetiza sus intereses “históricos”. (El cierto marxismo explícito en estas nociones no puede ser debatido en este ensayo). Puesto que tales principios fueron sostenidos por la izquierda durante buena parte del siglo veinte, es válido preguntarse por qué persisten incuestionados si es que partimos –como creo inexorable hacerlo– de un diagnóstico de la derrota y fracaso históricas de la izquierda durante la última centuria. Para quienes piensen que solo ocurrió unaderrota, que los problemas no fueron de concepto sino de implementación, nada hay para revisar y el argumento de este texto será irrelevante. Me parece que a pesar de las afirmaciones polémicas al respecto entre la NI, no es inevitable en la IT un atrincheramiento en la negación del fracaso y derrota catastróficos de toda la izquierda. En primer término es necesario descartar una explicación psicologista de la IT según la cual su perfil descansa en un conjunto de ideas, de contenidos de conciencia. No la mueven un conservadurismo teórico y político, ni un autoritarismo organizativo, ni un mesianismo intelectual, ni un sectarismo ideológico. Es decisivo comprender que hay atendibles razones para la existencia de la IT. En primer lugar, ante la ausencia de un balance preciso del pasado secular reciente de la izquierda, no se entiende por qué habría que arrojar al cesto de residuos tramos decisivos de convicciones cruciales para su corriente mayoritaria socialista. Por ejemplo, no es indiscutible que la noción de clase obrera sea irrelevante para orientar la política de izquierda de hoy. En efecto, la mutación en la composición de la clase ha variado, pero no las relaciones sociales en las que emerge. La clase obrera, puede argüirse, continúa siendo generada por el automovimiento contradictorio del capital. Que la clase obrera incluya hoy a una trabajadora de fábrica textil, a un maestro y a un oficinista entraña la obsolescencia

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Izquierda tradicional y nueva izquierda: algu-nas aclaraciones

Acha, Omar

 

Introducción

 

Me propongo examinar un equívoco subyacente a la distinción

entre las formaciones ideológico-políticas que en los últimos años

suelen nombrarse como “izquierda tradicional” y “nueva izquier-

da”. Esa diferenciación entre izquierdas supone una divergencia

en el modo de comprender su relación con la historia secular de la

izquierda y con su siempre incierto porvenir. Pues si la izquierda

tradicional (IT) se ajusta cómodamente con una parte de su pasa-

do, la nueva izquierda (NI) se piensa como un cambio paradigmáti-

co, superador de lo agotado que conviene relegar.

Voy a explicar por qué –en nuestra situación histórico-política– la

mencionada distinción es injustificable a la luz de un análisis rigu-

roso del concierto conceptual que hermana a sus términos. La

distinción entre IT y NI, al menos de acuerdo al modo en que se

constituyó en Occidente durante las dos últimas décadas, es ina-

decuada. Argumentaré que la NI procede a través de una lógica

de la inversión, sin inquietar dicotomías básicas compartidas con

la IT. Lo dañino es que la tenacidad de tales dicotomías menosca-

ba las chances de una reconstitución de la izquierda. Por lo tanto

el propósito de construir una nueva izquierda no solo persiste

como aspiración futura, sino que su consumación –que no puede

hacerse sin tramitar de un modo no reactivo su relación con la IT–

requiere un desplazamiento de la negativa en la NI a comprender

de un modo no meramente negativo la historia de la izquierda en

el último siglo. No habrá una nueva izquierda real sin la autosupe-

ración de la vieja izquierda y una revisión del carácter “antiguo”

que subyace en la lógica política de la mal llamada “nueva izquier-

da”.

Por razones de espacio no puedo dialogar con numerosos ensayos

dedicados a convalidar nociones como “izquierda independiente”,

“nueva izquierda” o “izquierda autónoma”. Espero poder hacerlo

en otro ensayo.

 

La así llamada izquierda tradicional

 

La denominación de “izquierda tradicional” no es peyorativa para

la propia izquierda así identificada. Aquí la empleo sin hostilidad.

Para la IT hay solo una izquierda efectiva: ella misma. Proclamada-

mente revolucionaria, afirma continuar los pasos fundamentales

de Lenin y Trotsky, quizás de Mao o Guevara, sin apelar a revisio-

nes sustantivas. De allí que la pertenencia a una tradición no es

una mácula para una izquierda que se resiste a abandonar con-

ceptos que considera válidos. 

Se entiende por IT la izquierda radical que persevera en la custo-

dia y promoción de ciertas nociones teórico-organizativas predo-

minantes durante el siglo veinte. Las puntualizo en tres registros

de 1] estrategia, 2] sujeto, y 3]organización: 1] el acto revolucio-

nario entendido como corte abrupto y definitivo entre dos periodos

históricos, escisión no siempre compatible con una política de

reformas; 2] la centralidad de la clase obrera como sujeto social y

político, sujeto dado objetivamente por las relaciones sociales de

producción capitalistas; 3] la concepción leninista de la organiza-

ción política de un partido de cuadros que comanda a la clase

trabajadora en la lucha de clases y sintetiza sus intereses “históri-

cos”. (El cierto marxismo explícito en estas nociones no puede ser

debatido en este ensayo).

Puesto que tales principios fueron sostenidos por la izquierda du-

rante buena parte del siglo veinte, es válido preguntarse por qué

persisten incuestionados si es que partimos –como creo inexorable

hacerlo– de un diagnóstico de la derrota y fracaso históricas de la

izquierda durante la última centuria. Para quienes piensen que

solo ocurrió unaderrota, que los problemas no fueron de concepto

sino de implementación, nada hay para revisar y el argumento de

este texto será irrelevante. Me parece que a pesar de las afirma-

ciones polémicas al respecto entre la NI, no es inevitable en la IT

un atrincheramiento en la negación del fracaso y derrota catastró-

ficos de toda la izquierda.

En primer término es necesario descartar una explicación psicolo-

gista de la IT según la cual su perfil descansa en un conjunto

de ideas, de contenidos de conciencia. No la mueven un conserva-

durismo teórico y político, ni un autoritarismo organizativo, ni un

mesianismo intelectual, ni un sectarismo ideológico. Es decisivo

comprender que hay atendibles razones para la existencia de la IT.

En primer lugar, ante la ausencia de un balance preciso del pasa-

do secular reciente de la izquierda, no se entiende por qué habría

que arrojar al cesto de residuos tramos decisivos de convicciones

cruciales para su corriente mayoritaria socialista. 

Por ejemplo, no es indiscutible que la noción de clase obrera sea

irrelevante para orientar la política de izquierda de hoy. En efecto,

la mutación en la composición de la clase ha variado, pero no las

relaciones sociales en las que emerge. La clase obrera, puede

argüirse, continúa siendo generada por el automovimiento contra-

dictorio del capital. Que la clase obrera incluya hoy a una trabaja-

dora de fábrica textil, a un maestro y a un oficinista entraña la

obsolescencia del modelo clásico heredado del siglo diecinueve, o

de su promoción al rango de prototipo social, pero de ninguna

manera del concepto de clase obrera en tanto que tal. Tampoco

niega la importancia de esa clase el reconocer una efectividad

específica de lo político y lo simbólico. Algo similar puede decirse

respecto de los otros dos fundamentos de la IT: la revolución y el

partido. ¿Acaso el reformismo resuelve las desigualdades constitu-

tivas del capitalismo, detiene sus guerras, la destrucción del me-

dio ambiente, las crisis económicas? ¿Es que el horizontalismo ha

mostrado ser una práctica organizativa conducente a resultados

más valederos que el clásico partido de cuadros? ¿Sucede que los

“movimientos sociales” son un fundamento más eficiente para la

orientación política? ¿Acaso el basismo o el autonomismo prospe-

ran en una convincente voluntad estratégica? No sostengo que

tales preguntas sean incontestables; digo que no son arbitrarias y

pueden ser formuladas por buenas razones. 

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Adherir a la IT no es un signo de dogmatismo o contumacia ideoló-

gicos. Sus militantes suelen participar activamente en las luchas

sociales, culturales y políticas. Mantienen vivas demandas, refor-

mas y reivindicaciones defensivas. En más de un caso han impul-

sado novedosas experiencias de organización obrera. Sin su ac-

ción mucho de lo bueno que debe conservarse de la política y cul-

tura de izquierda se hubiera perdido.

En suma, hay razones atendibles para la adhesión a la IT.

Esto no significa que sus dificultades sean pocas ni que sea con-

vincente sostener –este es el credo básico de la IT– que el porvenir

de la izquierda reside en realizar bien lo que en el siglo veinte se

hizo mal: digamos una Revolución Rusa menos Stalin. La denuncia

de los límites de las nuevas propuestas de reconstrucción de la

izquierda no legitima la repetición o corrección superficial de su

modelo “tradicional” como una respuesta a la altura del fracaso y

derrota sufridos. Y por ende su recreación mejorada no parece

prometer una política adecuada para las décadas venideras del

proyecto socialista.

La continuidad de las organizaciones de IT en la democracia capi-

talista ha conducido casi siempre a un encierro defensivo de esa

izquierda, satisfecha con el éxito relativo que su institucionalidad

le asegura, por el momento, en comparación con la NI. En efecto,

gracias a su alineación en forma partidaria la IT posee efectividad

y unidad militantes, consolida una identidad y es públicamente

reconocible. De allí que, aunque sea minoritariamente, trabajado-

ras y trabajadores con sensibilidad de izquierda se acerquen a

esos partidos, y no a la NI con un perfil discursivo más claramente

movimientista y sin una manifiesta identidad clasista. También

conquista una mayor visibilidad electoral, aunque asistimos a al-

gunos experimentos recientes que quizás presagien otro panora-

ma para la NI. Por lo tanto la sobrevida de la IT en los márgenes

de la democracia realmente existente es segura, y habría que

pensar hasta qué punto es un ficha más en el tablero de la repro-

ducción ideológica de lo mismo. Lo que me interesa enfatizar es

que esa paradójica fortaleza de la IT en disponer de algunas im-

plantaciones en la clase trabajadora y su relativa visibilidad electo-

ral redunda en una incomprensión sistemática de las “verdades”

de la NI.

Para la IT la NI sobrepuja las condiciones de la crisis capitalista: se

alimenta de una destrucción del sistema económico industrialista,

de la fragmentación de la clase obrera y la emergencia de una

multiplicidad de sectores con débil articulación con la producción

material. De allí que sus “valores” no sean sino la contratara de

una falsa realidad “postmoderna”: diferencia, multiplicidad, noma-

dismo, fluidez, son semblantes de los ideales del capitalismo ac-

tual y no una amenaza revolucionaria al mismo. La NI es una parte

del problema, se dice, y no su solución.

Por eso la IT expone una deslumbrante incapacidad para captar

las razones de la NI. Para ella el vocablo “autonomía” es mero

ruido, fantasmagoría de universitarios de clase media sin significa-

ción política “en la clase obrera”. Por ende a menudo la IT encuen-

tra a los grupos tendientes a forjar una NI más como enemigos

que como aliados en una transformación de la realidad y, más

enemigos aún, en su genérica desconfianza hacia la exigencia de

una auto-transformación de la izquierda.

 

La así llamada nueva izquierda

 

A fines del siglo veinte el derrumbe definitivo del falaz “socialismo

real”, autoritario y estatista, instauró condiciones para el surgi-

miento de una NI distinta a la conocida en la década de 1960.

Vuelvo a los tres criterios utilizados para esquematizar a la IT (es-

trategia, sujeto y organización). Para la NI: 1] la estrategia no

contrapone con simpleza la reforma a la revolución, ni la tempora-

lidad de ésta es la de una insurrección y toma del poder en una

fecha determinada; 2] el sujeto social es múltiple y construido, no

excluye a la clase obrera pero niega que ésta provea un “funda-

mento” exclusivo: 3] impugna por autoritario el modelo leninista

de partido y se inclina por las formas asamblearias, reticulares y

horizontales.

Descartaré en este análisis la referencia a una nueva izquierda tal

como algunas voces han propuesto en América latina en la última

década a propósito de experiencias reformistas (Brasil, Argentina,

Uruguay) e incluso de perspectivas más radicales (Venezuela,

Ecuador, Bolivia). Esos gobiernos postneoliberales y en general

neodesarrollistas, con diferencias entre sí, solo sus casos más

radicales han instalado un debate sobre cuál debería ser una polí-

tica de izquierda, como en el un poco precipitado pero siempre

desafiante Socialismo del Siglo Veintiuno chavista. Los países ma-

yores de la región, Brasil y Argentina, han sido regidos por gobier-

nos que en el mejor de los casos y con generosidad podrían ser

llamados de centro-izquierda, orientados a una gestión “progresis-

ta” del capitalismo local. Los casos radicales son demasiado com-

plejos para ser tratados aquí siquiera de manera sintética. Solo

apunto que estos últimos tienen alguna influencia en la idea de

una NI tal como la que examino aquí.

La NI a la que refiero emergió, con las comprensibles asincronías

de un fenómeno hemisférico, en el cambio de siglo del 2000. Qui-

zás el Foro Social Mundial fue su expresión más conocida. Con el

paso del tiempo surgieron algunos desafíos que tensionaron a la

NI. Eso ocurrió de manera crucial con las exigencias florecidas

internamente para intervenir en el ámbito político tradicional aun-

que con métodos y objetivos diferentes a los burgueses, sin aban-

donar los principios básicos del pluralismo y horizontalismo asam-

bleario. 

El declive casi generalizado de los partidos comunistas, la integra-

ción completa de los partidos socialistas a la gestión –a veces neo-

liberal y siempre institucionalista– del orden establecido, hizo de la

lógica identitaria de la NI, como ya dije, algo distinto de la dinámi-

ca de ruptura en su antecesora “new left” sesentista. Mientras por

entonces los partidos tradicionales de la izquierda ejercían una

nada desdeñable influencia en la clase obrera y en otros sectores

sociales, la NI tuvo que enfrentar a un establisment de izquierda.

Actualmente los partidos de IT poseen una fuerza menor. Debido

al desastre ideológico de comunistas y socialistas la impugnación

antipartidaria suele dirigirse hacia las organizaciones trotskistas.

Los discursos de la NI saben solazarse en el vituperio de la IT, su-

brayando sus cegueras, remarcando sus obsolescencias, denun-

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ciando la carencia de perspectivas constructivas que no sean las

de la organización propia. Aunque no se trata de un talante gene-

ralizado, no es inusitado hallar en el dialecto de la NI expresiones

que bordean incluso un abierto macartismo. 

Otra tendencia discursiva consiste en pregonar principios a priori:

horizontalismo, democratismo, igualitarismo, antidogmatismo,

pluralismo, etcétera. No se trata de que esos principios sean erró-

neos. La dificultad reside en que la invocación de ideales sin expli-

car sus implantaciones socio-culturales ni las maneras de lograrlos

redunda en una inexplicada declaración de principios.   

Como en un juego de espejos, el interés que caracteriza a la idea

de una NI se marchita por la monserga contra la IT como dechado

de todos los defectos. Así las cosas, la NI no puede comprender lo

que para ella es un mero obstáculo. La vieja izquierda, se dice,

haría su mejor contribución a la cultura de izquierda si desapare-

ciera. De allí el carácter mecánico y predecible del modo en que

analiza a la IT, la falta de comprensión de los motivos de su persis-

tencia, y por ende la incapacidad para entenderla y superarla. 

Acosa a la NI una complicación real cada vez más evidente: el

agotamiento del asambleísmo como métodoexcluyente, la repulsa

a toda representación y, a la vez, la perentoriedad de desarrollar

una concepción de la organización política. Una vez que la madu-

ración de la NI niega que la democracia directa sea la fórmula

privilegiada y unidimensional del quehacer activista se genera una

parálisis política y en el mediano plazo el cese de la vida interna

en los organismos asamblearios. Se imponen entonces preguntas

complejas y controversiales: ¿cómo delegar y bajo qué condicio-

nes? ¿Qué mecanismos de representación local y qué dispositivos

de integración en niveles diferentes? ¿Intervenir en la democracia

electoral capitalista? ¿Con qué formas institucionales? ¿Qué hacer

con la burocratización y la tendencia a erigir liderazgos carismáti-

cos? Etcétera.

La antipolítica organizativa y el practicismo habituales en la infan-

cia de la NI impide siquiera reconocer la validez de tales interroga-

ciones y es en consecuencia un estorbo para su propio crecimiento

político e intelectual. Por eso el desarrollo político que suscita pre-

guntas como las recién formuladas conduce a fraccionamientos

cuyas razones sus actores comprenden mal.

 

Una solidaridad conceptual

 

Mi tesis principal sobre lo descripto es la siguiente: hay una pro-

funda solidaridad conceptual entre la IT y la NI. ¿Cómo es eso posi-

ble si ambas se descalifican y contraponen recíprocamente? Mi

respuesta consiste en señalar que ambas hablan un mismo len-

guaje, un mismo sistema categorial construido en el ensamble de

oposiciones.

No es raro que sectores o ideas que se presentan superficialmente

como antagónicos compartan un mismo suelo conceptual. Pues

sus diferencias obedecen de un conjunto de oposiciones nociona-

les comunes. Por ejemplo eso acontece en filosofía con las versio-

nes más unilaterales de la confrontación entre idealismo y mate-

rialismo. Ambas posturas suponen una escisión entre lo ideal y lo

material. Lo que distingue a ambas filosofías es el régimen de

determinación, causación o expresividad donde uno de los aspec-

tos prevalece sobre el otro. Por supuesto, lo que debe discutirse es

la binariedad entre ideal y material. Es posible plantear las cosas

de otro modo, cuestionando el esquema, sin restringirse a elegir

una de sus opciones. Algo así lo que ocurre con la oposición entre

las izquierdas que aquí discuto.

La NI emerge de una inversión reactiva respecto de la IT. Hay por

ende una solidaridad inconsciente sobre las mismas dicotomías,

solo que con valoraciones invertidas. Así las cosas, se opone la

unidad de pensamiento atribuido al “centralismo democrático” de

filiación leninista a la ausencia de estructuras de representación.

Entonces no hay alternativa a la dicotomía absolutista. O bien se

es leninista en el sentido más autoritario (negándose de antemano

toda experiencia democrática leninista), o bien se es “libertario” y

se rechaza toda institucionalidad como si no pudiera generarse

una “tiranía de la falta de estructuras”.

Para la IT no hay alternativa al partido vertical pues ceder sobera-

nías locales es sinónimo de individualismo pequeño-burgués. Para

la NI solo pensar en un partido garantiza secuelas estalinistas.

Exactamente lo mismo ocurre con esta alternativa: o bien la clase

obrera es el sujeto social privilegiado, o bien  lo son los movimien-

tos sociales pluriclasistas o populares.

Lo falso es la partición en opciones excluyentes. Lo que debe po-

nerse en entredicho es la obligatoriedad de elegir entre las dicoto-

mías básicas tanto para la IT como para la NI.

No es difícil percibir cuán importante son las dicotomías para la

enfermedad conservadora que suele afectar a la IT. En efecto, en

el formalismo del o bien esto, o bien lo otro anida su intransigen-

cia para reflexionar sobre sus principios. Toda vacilación en torno

a los valores tradicionales es sinónimo de traición y defección.

En cambio, un ejemplo demostrativo del carácter improductivo de

una actitud reactiva en algunas posturas de la NI es el antileninis-

mo. Si el leninismo es entendido como la apuesta por un partido

político centralizado, con unidad ideológica y programática, hege-

monizado por el “interés” de la clase obrera, el antileninismo de-

plora una organización política con especialización dirigencial –aun

sea provisoria– pues es considerada como equivalente de burocra-

cia y dominación. El antileninismo es el arquetipo de la naturaleza

reactiva y negativa que con frecuencia daña el pensamiento de la

NI. Se ha dicho bien que “con el antileninismo no alcanza” para

redefinir el proyecto de izquierda. Yo voy más lejos y encuentro el

antileninismo en tanto postura refractaria como un desatino. El

mero rechazo del leninismo lo anula como problema y lo sustrae

de la reflexión, comprende mal sus dimensiones válidas y se niega

a pensarlo.

Debido a la sumisión hacia dicotomías en las que solo cabe elegir

una opción y descartar la otra (una forma mentis de linaje mono-

teísta), ambas izquierdas revelan una sorprendente debilidad con-

ceptual. La actitud defensiva de la IT que se parapeta en sus con-

ceptos centrales inhibe la generación de nuevas ideas pues éstas

son vistas como claudicaciones “revisionistas” de verdades inmar-

cesibles. La prestancia reactiva de la NI refleja esa misma indigen-

cia teórica pues es también celosa de las nociones orientadoras

que, como negativos del discurso de la otra izquierda, articula sus

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perspectivas. Esto hace a la NI muy frágil ante los desafíos del

ingreso a la competencia electoral y la aparición de gobiernos

reformistas. La intransigencia de fórmulas teóricas redunda en el

mediano plazo en divisiones intestinas. En cambio la imperturba-

ble obstinación de la IT garantiza su certidumbre al precio del con-

gelamiento de su archivo conceptual. 

 

Por un antagonismo dialéctico

 

Nuestro enigma no es si hay un futuro para la izquierda. Mientras

exista el sistema democrático la izquierda, incluso la izquierda

revolucionaria, tendrá un casillero asegurado. Ya lo tiene en el

ámbito electoral con su cuota destinada a fluctuar entre un 2 y un

10% de votantes; que cada tanto la coyuntura procure un 20% no

modifica la situación. Lo tiene por cierto en el terreno cultural con

su preocupación por los temas sociales, ecológicos, feministas,

entre muchos otros; y por la tolerancia de las facultades universi-

tarias de ciencias sociales y humanidades con los nichos de “pen-

samiento crítico”. Y lo tiene sobre todo por el carácter periódico e

irresoluble de las crisis capitalistas que tornan algo más creíbles

los ánimos radicales de la izquierda hasta que el nuevo ciclo de

recuperación más o menos modesta reconduzca a las ovejas des-

carriadas al redil del reformismo burgués.

La dificultad mayor consiste la constitución de una izquierda reno-

vada que pueda acometer las tareas más válidas de sus formula-

ciones iniciales durante los siglos diecinueve y veinte, pero a la

vez lo haga a la luz de la exigencia de una elaboración de su de-

rrota y fracaso.

Para contribuir a esa reflexión quiero formular ahora algunas ano-

taciones para continuar desarrollando lo expresado en párrafos

anteriores. Mi tesis al respecto –que renuncia de antemano a in-

ventar desde el mero pensamiento y el deseo– es que una renova-

ción de la izquierda solo es viable a partir de las izquierdas real-

mente existentes, o más bien, de la superación de sus dilemas.

Esta tesis es incompatible con la idea de que el desarrollo exitoso

de una de las izquierdas, y por ende la desaparición de la otra, es

la vía regia hacia una recomposición de la estrategia revoluciona-

ria.

Doy por un dato la necesidad histórica de construir una política de

izquierda que elabore los fracasos y las derrotas del siglo veinte.

Quien suponga que solo se trata de reincidir en fórmulas consoli-

dadas hacia 1920 o 1960 permanece fuera de una proyección

futura de otra (nueva) izquierda. Pienso que salvo casos extrema-

damente minoritarios no hay izquierda viva que asuma como for-

taleza identitaria la continuidad y repetición de la amplia familia

de la izquierda leninista –aquí incluyo también al trotskismo y al

maoísmo– predominante en el siglo veinte. La IT en sus variantes

más lúcidas no impugna la perentoria necesidad de autotransfor-

marse a la luz de las nuevas condiciones. Solo que, con buenos

motivos, reclama no olvidar algunas referencias sustantivas: el

anticapitalismo, el socialismo, el igualitarismo, el concepto de

revolución, la importancia de la clase trabajadora. Y para ello de-

manda considerar en toda su importancia la tradición socialista,

incluyendo la específicamente marxista. No veo que tales referen-

cias deban ser eliminadas a priori de la estrategia de izquierda.

Pienso menos aún que no deban ser pensadas.

Por ejemplo, respecto de algunas preferencias por los movimien-

tos sociales en la NI, una conjetura accesoria que me limitaré a

enunciar dice que sin la recomposición política de la clase trabaja-

dora, ya no imaginarizada en el modelo exclusivo del obrero indus-

trial, no será viable ninguna estrategia de izquierda futura. No

porque debamos recentralizar lo social y lo político en un sujeto/

objeto de la Historia, como sucedió con el obrerismo socialista de

cuño economicista, sino porque mientras haya capitalismo la clase

trabajadora incidirá cuantitativa y cualitativamente en los engra-

najes decisivos de la legitimación y reproducción del orden domi-

nante. Una izquierda que carezca de una sólida política en y hacia

la clase obrera navega –a ese respecto, al menos– en una nube de

quimeras. Pero de allí no se deduce que la “centralidad” y “prima-

cía” de la clase obrera legitime la marginalización de otras deman-

das, tal como aconteció en la argumentación obrerista de tan ex-

tensa vigencia.

Planteo una conclusión provisoria, que es, lo admito, más bien una

nueva hipótesis que solicita ulteriores reflexiones: es lícito deducir

que en el panorama ideológico-político aquí dibujado –la oposi-

ción mecánica entre IT y NI– no habrá de edificarse una izquierda

que supere adecuadamente el legado del siglo veinte. Pues la

presunta NI es tan heredera de los dilemas irresueltos del siglo

veinte como lo es, sin culpa, la IT. Sucede así que incluso con sus

matices ambas vertientes participan y a la vez niegan la profundi-

dad de la crisis de la izquierda revolucionaria.

Estoy lejos de pensar que la revisión radical del inconsciente con-

ceptual que he descripto pueda hacerse a través de una “reforma

del entendimiento” en las izquierdas. Y menos aún quisiera reite-

rar en otro nivel el mismo gesto idealista de estipular lo que una

real “nueva” izquierda debería ser. Prefiero apelar al método ma-

terialista de partir de las contradicciones de lo dado, de lo que

hay en sus tensiones constitutivas. Es decir, de las desventuras de

unas izquierdas que no por sus aperturas al diálogo y el debate

franco sino, por el contrario, gracias a sus sorderas y resentimien-

tos, son hermanas-enemigas de una misma familia ideológica. Por

ello no consiguen emanciparse de los legados del siglo veinte al

que todavía, conceptualmente, pertenecen. La IT y la NI son así

síntomas de la crisis de la izquierda; pero el síntoma más significa-

tivo es más bien su oposición formal y no dialéctica. Así solo están

destinadas a repetirse, a consolidarse en un antagonismo opaco y

autocomplaciente para cada una de las partes.  

Hay una dificultad formal para una discusión superadora del anta-

gonismo entre IT y NI. No se me escapa que la urgencia de la prác-

tica política requiere “formaciones de identidad”, la sanción de

nombres que cristalizan sujetos. Sé que desde la indeterminación

estratégica no se convence a la militancia propia, y mucho menos

a los posibles interlocutores.

No puedo prever cómo podría darse la autosuperación de la IT y la

NI. Y no quiero recostarme sobre ese tópico del pensamiento má-

gico que imagina situaciones revolucionarias donde se fusionen

las distintas izquierdas que sepan estar a la altura y más allá de

las circunstancias, exigidas por la autoactivación organizada y

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movilizada de las masas obreras y populares. Es infructuoso espe-

rar ese acontecimiento purificador pues la faena de construir una

izquierda nueva debe comenzar ya mismo. El tiempo del ahora es

hoy.

Mi contribución quiso delinear la idea de que solo en la confluencia

de una IT que sepa evaluar críticamente su pasado, metamorfo-

seándose, y una NI que asuma los desafíos urgentes del presente

siglo, podrá emerger una variante original para una nueva era de

la práctica revolucionaria.

No habrá nueva izquierda real sin la autotransformación de la IT.

Ni habrá una nueva izquierda efectiva, no reactiva, sin que se

disuelvan los clichés que la tornan en un negativo contrapuesto a

su contraparte acostumbrada.

Con todo, esta confluencia no descansa en un deseo arbitrario.

Pienso que se observan señales empíricamente documentables de

la convergencia necesaria para abrir una época inédita de la iz-

quierda. Desde el lado de la izquierda tradicional el paso de los

lustros revela de modo crecientemente notorio que sus categorías,

si no están obsoletas, merecen reformulaciones profundas, como

las que Rosa Luxemburg, Lenin, Trotsky y Gramsci, por ejemplo,

se atrevieron a encarar sin resignar por ello su vocación revolucio-

naria. Así la revisión no equivale a renegar de una tradición sino a

tornarla activa en inéditas condiciones históricas.

Aunque en modo alguno es una tendencia dominante, percibo

articulaciones de la izquierda tradicional que avanzan en ese sen-

tido, esto es, que no condenan de antemano toda innovación teóri-

ca o práctica ni se lanzan a cooptarla con la meta predefinida de

reproducirse y ampliarse.

Desde la obra vereda, las mejores experiencias de la NI ponen en

suspenso las actitudes reactivas y resentidas con que supo atorar-

se en su repulsión hacia la IT. Se trata de esfuerzos por leer en

toda su significación, su drama y sus legados, una historia revolu-

cionaria de complejidad extraordinaria. Al hacerlo se resisten a

plantear abstractos abismos entre el pasado y el porvenir, asu-

miendo una actitud crítica hacia las nuevas doctrinas que recla-

man representar una novedad radical.

Así las cosas, la perspectiva de una renovación de la izquierda

revolucionaria a partir de lo existente pero ciertamente más allá

de lo que hay no entraña un deseo solo imaginario. Para estimular-

la estas palabras balbucearon algunas ideas con el objeto de enca-

rar diálogos constructivos en la izquierda. 

 

Junio de 2014