Acontecimiento

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Acontecimiento Esa que llegaba y se sentaba era la misma que siempre llegaba y se sentaba. A su derecha. A la vista. Claro; siempre se quedaba mirándola, nada se lo impedía y era algo tan lindo para ser visto. Lindo, lindo. Pero era siempre él el que la miraba. Él la miraba. Sin nombres, sin afirmaciones ni negaciones. Un llegar, un sentarse, voltearse de vez en cuando, reír quizás, bostezar quizás, murmullos, cruzarse de piernas, recogerse el cabello. No mucho más que eso. Él no podría siquiera explicar qué fue lo que sucedió ese día. Acostumbrado a llegar, a que ella llegue y a mirarla (a mirarla, por dios, a mirarla), ¿cómo podría él, luego de haber sido arrastrado de esa forma, luego de no haber sido más que un paciente de vaya uno a saber qué, cómo podría tomar la palabra y comenzar? "Sí, efectivamente fui arrastrado. Sucedió que llegué, me senté, llegó ella, se sentó y repentinamente fui arrastrado..." De ninguna manera. "Pero, mi buen amigo, ¿cómo puede usted enunciar siquiera que fue arrastrado? ¿De dónde le viene esa voz que dice “fui arrastrado"? No hay forma, mi amigo. Jamás podrá uno ser arrastrado." "Insisto, buen hombre, en que fui arrastrado. Uno sabe, distingue los momentos en que se mueve y aquellos en los que es movido." "Pero ahí es donde usted se equivoca, mi buen amigo..." Y así continuarían. Nada extraño. Él llegó, se sentó, llegó ella, se sentó. Perfecto. Y después, un silencio. La conciencia de estar ya en el sueño. Porque el pobre, pobre hombre no pudo estar presente en su propio acto de cerrar los ojos, en el filo de su propia consciencia cuando está a punto de darse vuelta, de invertirse desde adentro y pasar al otro lado del espejo. Él no pudo pasar al otro lado del espejo. Estando del otro lado tampoco podría decirse que estaba él. Ello estaba ya del otro lado del espejo. Quién sea el agente de la acción de llevar a ello del otro lado del espejo; preguntas tontas si las habrá. Del otro lado. Ello fue arrastrado. Estando aun sentado, ello fue arrastrado. Ello fue puesto de pie y fue arrastrado hacia

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Acontecimiento Esa que llegaba y se sentaba era la misma que siempre llegaba y se sentaba. A su derecha. A la vista. Claro; siempre se quedaba mirndola, nada se lo impeda y era algo tan lindo para ser visto. Lindo, lindo. Pero era siempre l el que la miraba. l la miraba. Sin nombres, sin afirmaciones ni negaciones. Un llegar, un sentarse, voltearse de vez en cuando, rer quizs, bostezar quizs, murmullos, cruzarse de piernas, recogerse el cabello. No mucho ms que eso. l no podra siquiera explicar qu fue lo que sucedi ese da. Acostumbrado a llegar, a que ella llegue y a mirarla (a mirarla, por dios, a mirarla), cmo podra l, luego de haber sido arrastrado de esa forma, luego de no haber sido ms que un paciente de vaya uno a saber qu, cmo podra tomar la palabra y comenzar? "S, efectivamente fui arrastrado. Sucedi que llegu, me sent, lleg ella, se sent y repentinamente fui arrastrado..." De ninguna manera. "Pero, mi buen amigo, cmo puede usted enunciar siquiera que fue arrastrado? De dnde le viene esa voz que dice fui arrastrado"? No hay forma, mi amigo. Jams podr uno ser arrastrado." "Insisto, buen hombre, en que fui arrastrado. Uno sabe, distingue los momentos en que se mueve y aquellos en los que es movido." "Pero ah es donde usted se equivoca, mi buen amigo..." Y as continuaran. Nada extrao. l lleg, se sent, lleg ella, se sent. Perfecto. Y despus, un silencio. La conciencia de estar ya en el sueo. Porque el pobre, pobre hombre no pudo estar presente en su propio acto de cerrar los ojos, en el filo de su propia consciencia cuando est a punto de darse vuelta, de invertirse desde adentro y pasar al otro lado del espejo. l no pudo pasar al otro lado del espejo. Estando del otro lado tampoco podra decirse que estaba l. Ello estaba ya del otro lado del espejo. Quin sea el agente de la accin de llevar a ello del otro lado del espejo; preguntas tontas si las habr. Del otro lado. Ello fue arrastrado. Estando aun sentado, ello fue arrastrado. Ello fue puesto de pie y fue arrastrado hacia donde estaba ella. Fue arrastrado a tomarla del brazo, a mirarla a la cara como si fuera un dolor agudo. Fue arrastrado a meterse en sus ojos hasta llegar al hueso. Fue arrastrado a su boca, a sus labios hinchados que padecan casi tanto como ello. Fue arrastrado a pegarse a ella como si fuera una rfaga de viento caliente. Fue arrastrado a empujarla hasta una pared, a pegarse a ella como si fuera un viento de carne. Adentro de su boca. Fue arrastrado a meterse en su boca como un ahogado, como un brazo que extiende pidiendo auxilio. Pegado a ella, que fue arrastrada a abrir las piernas y pegarse a ese viento de carne que se meta en su boca como el quiebre de un dique. Fue arrastrado a arrastrarla al hotel ms cercano. Arrastrado a conducir su auto como un desquiciado, a pagar la estada en la recepcin del hotel, a correr (casi) hasta la habitacin, llevando consigo a la muchacha como si fuera un barrilete. Arrastrado a abrir la puerta, a ser corts, dejando que la dama entrara primero, a entrar y cerrar la puerta con torpeza. Y ella de espaldas. Temblaba como si el alma se le hinchara de a poco y quisiera salir de su cuerpo como una explosin. Y ello fue arrastrado a pegarse a la espalda de ella como un viento de carne, como una oscuridad que se encorvaba sobre ese cuerpo para cubrirlo entero, para tragrselo. Fue arrastrado a arrojarla sobre la cama, a voltearla sin esfuerzo y con un solo movimiento, a lanzarse sobre ella como un tren. Arrastrado a romperle la ropa, a hincarle uas y dientes, a cubrir sus movimientos con la fuerza de su desesperacin sofocada, a llorar sobre su pecho. Arrastrado a llorar lgrimas, saliva, aliento caliente y pesado. A que le lloviera la lengua entera sobre la piel de ella que se tensaba, a que le llovieran las manos, la boca abierta y paralizada como la de un animal, a que le llovieran los dientes como caricias que se dejan caer. Arrastrado a bufar como un toro con una fuerza que le naca de las piernas, a que se le incendiara el sexo cuando ella le morda con las manos sus cabellos, cuando gritaba dbilmente en su odo con la garganta hmeda, cuando le temblaba el vientre aterrado debajo del cuerpo de ello que entraba en ella como una catstrofe, como un ro furioso; destruyndolo todo a su paso, tronando como el centro mismo de la tierra, disparando lanzas de agua que se estrellaban en los rincones intestinos de ella. Y ello padeci un orgasmo. Arrastrado a apretar los dientes hasta desgarrarse las encas, a que le silbara el pecho que se contraa como un puo, a cerrar el paso a la sangre que herva en las venas paralizadas, padeci. Padeci y fue arrastrado a lanzar un grito como los que se dejan caer frente a una tragedia, un grito que se sale de uno cuando no quiere afirmar que eso que est viendo es eso que est sucediendo. El timbre del grito, suspendido unos segundos en un tono incompleto, descendi escalonado en un llanto pattico que desenrollaba un te quiero ms cercano a lo vergonzoso que a lo sublime. Ello desnudo y retorcindose sobre s como una lombriz descarada, arrastrado a llorar cubrindose el rostro, agitado y humillado, junto a una mujer que cerraba los ojos para no ver lo grosero de la situacin: un hombre llorando a su lado, desnudo y blanco como un rgano muerto, con el rostro oculto en sus manos por la vergenza de ese desastre del cual l fue protagonista, con la sombra de ese te quiero rindose de l y sealndolo. La muchacha sinti pena cuando tuvo tiempo, pero tambin se sinti enojada. Haba sucedido algo de lo que ella no estaba enterada. Un hombre la toma, la lleva a una habitacin de hotel y la posee como un frenes. Y llora. No era lo suficientemente tonta como para no darse cuenta de que ella poco tena que ver con ese llanto, que a diferencia del coito, ese llanto no era fruto de la participacin de ambos. El hombre lloraba a su lado como un idiota y ella deba estar ah vindolo, sin poder irse ni hacer otra cosa ms que decirse a s misma S, as es, est llorando y ni siquiera te invit a que lloraras tambin. La humillacin de ella, frente a ese espectculo denigrante, fue distinta a la que ello padeca; fue humillacin por verse envuelta en la humillacin de ese hombre, por saber que cuando le preguntaran tendra que responder S, as es, llor y ni siquiera me invit a que llorara tambin. Ridculo. Pero ah es donde usted se equivoca, mi buen amigo. No hay forma de que sea uno el que se vea arrastrado. Uno es el que arrastra, el que puede decir yo arrastro. Debemos tener en claro que aqul que dice yo soy arrastrado, o tiene una falsa idea de lo que l mismo dice, o no nos advierte de la gracia de su enunciado. El yo y el ser arrastrado se oponen. Aqul que diga yo soy arrastrado no puede en absoluto estar hablando de s mismo. Habr sido un testigo, eso nadie lo pone en duda. Un testigo excepcional del padecer de algo que encuentra muy similar a s mismo. Pero aun siendo el testigo privilegiado de ese padecer, ofrece su testimonio viciado, irremediablemente. Hay algo en el medio, sabe usted? Hay algo entre eso que es arrastrado y el yo, como un espacio de tiempo, como una columna que divide planos paralelos pero incomunicables. No se puede bucear all. Existe uno, de pie frente a un espejo, y existe el reflejo. Lo que sea el espejo, mi amigo