Acosta, José de- Historia Natural y Moral de las Indias

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Universidad Interamericana de Puerto RicoPrograma Graduado de Historia

Análisis Historiográfico de: Acosta, José de: Historia Natural y Moral de las Indias. Buenos Aires, (1962)

Gustavo A. Quiñones Pérez M00-19-7734

Prof. Pablo Hernández

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I. Introducción.

Esta obra fue escrita a finales del siglo XVI por José de Acosta, un jesuita que

poseía un incuestionable talento para la antropología, talento que utilizó a la

hora de redactar este libro. El mismo, es un compendio de lo descubierto por los

europeos en las Indias Occidentales, tanto en materia de Ciencias Naturales, así

como en las Ciencias Sociales.

Por ello, la obra está dividida en dos partes. La primera trata sobre los

minerales, vegetales y animales que existen en el nuevo mundo. La segunda

parte es de índole un poco más social, o antropológico toda vez que, atiende el

asunto de las costumbres, ritos y ceremonias llevadas a cabo por los naturales de

América. Como quien escribe es hombre de religión, y súmesele a esta situación

la época en la que escribe, el autor hace constantes críticas a muchas de las

costumbres de los indios en especial a sus prácticas religiosas, por considerarlas

primitivas y en contra de la religión cristiana.

Mas no por ello la obra deja de ser una fuente de incuestionable tanto para los

científicos naturales, como para los sociales, así como también para los

historiadores, debido a que contiene bastante sustancia de gran valor para los

tres campos.

II. Libro V: Sobre las costumbre de los indios de México.

Según de Acosta, los indios en casi toda América, tenían costumbres similares

en cuanto al trato que se le debía de dar a los muertos. Para ellos, a diferencia de

la creencia cristiana, el cuerpo de las personas que permanecían en tierra luego

de que su alma partiera al más allá, era honrado constantenmente por sus

familiares, quienes les llevaban ropas, comida y agua. Esto se debía a que existía

la creencia general de que el cuerpo se encontraba vagabundo en el más allá y

por tanto, recibía con gusto todo cuanto los familiares pudiesen llevarle.

En el caso de los dirigentes, los requerimientos para las efemérides funerarias

de sus cadáveres eran mayores. Las que en vida fueron sus mujeres eran

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asesinadas y enterradas a su lado para que le hicieran compañía en la otra vida.

Lo mismo ocurría con los criados y con su guardia personal, los cuales tenían que

morir y ser enterrados junto a sus líderes, los primeros para servirle y los

segundos para protegerle1.

La Iglesia Católica se encargó rápidamente de poner fin a estas prácticas, sobre

todo aquellas que se le celebraban a los líderes puesto que por lo arriba descrito

eran las más funestas. Empero, la práctica de llevar abrigo, comida y agua a los

muertos comunes que mencionamos anteriormente, fue la más difícil de

erradicar. Cuenta José de Acosta que aún luego de varias décadas de la

introducción del cristianismo al nuevo mundo, la Iglesia se enfrentaba al

problema de los indios que profanaban las tumbas de sus familiares para

llevarlos a su casas, y allí poder ofrendarle agua, abrigo y comida. Esto era así

debido a que la Iglesia prohibía dicha práctica en sus cementerios.

El caso mexicano tenía la peculiaridad de que una vez muerto el individuo lo

sentaban y llamaban a todos los que en vida fueron sus familiares y amigos para

que los saludasen como si estuviese vivo. Y si era de la clase dirigente, se

enterraban junto a él todas las personas que en vida fueron allegados, sirvientes

e incluso hasta sus posesiones y tesoros se enterraban junto al muerto, para que

no le faltara nada en la otra vida.

Vitzilipuztli, quería decir siniestra de pluma relumbrante era, según el autor,

uno de los dioses más reverenciados por los indios mexicanos. Este dios tenía su

propio templo en el que se encontraba su estatua acompañada de múltiples joyas

de oro, de manteles y hermosos arreglos hechos de plumas de aves que se

caracterizaban por su colorido plumaje. Este ídolo se encontraba siempre

acompañado por Tlaloc el cual era otro dios que según las creencias de los

indígenas Mexicanos compartía el poder con Vitzilipuztli.

Otro de los dioses de la cultura indígena mexicana era Tezcatlipuca el cual,

tenía la función de encargarse de las penitencias por los pecados, así como

también de la remoción de éstos. De modo que este dios tenía el poder de hacer

1 Acosta, José de: Historia Natural y Moral de las Indias. México. (1962). Libro V, Capítulo 7, Pág. 202.

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cumplir las penas que cada pecado conllevaba así como el poder de absolver al

los individuos de cumplir con dichas penas. Este dios era representado con una

chapa de oro muy reluciente en una mano, la cual, según los indígenas

representaba el ojo que todo lo ve, y en la mano derecha tenía cuatro saetas que

representaban los castigos por los pecados. Otra modalidad en la que se

representaba a este Dios era con cinco piñas en la mano izquierda una lanza en

la derecha. Esta otra modalidad de representar al dios se debía a que además de

tener el poder de castigar por los pecados, también poseía el poder de

determinar si habría sequías o si habría tiempo de fertilidad. En Cholula se

adoraba a Quetzacoalt, dios de la mercadería. Se le tenía su propio templo en

una plaza, rodeado de joyas de oro y plata.

Además, poseían deidades féminas siendo la principal de estas Tozi. Este

nombre significaba “nuestra abuela”. Según la leyenda era hija del rey

Culhuacán y fue la primera que, por órdenes de Vitzilipuztli fue desollada. Desde

entonces comenzaron los rituales de sacrificios en los que los hombres luego de

desollar a sus víctimas, se vestían con las pieles de éstas y también tenían por

costumbre sacarles el corazón.

Los habitantes de Tlaxlalca, que fueron los aliados de Cortés, como eran un

pueblo de cazadores, tenían un dios de la caza. En ciertos momentos del año, se

organizaba una ceremonia en la que las personas utilizaban caracoles como

flautas, tambores y demás cosas que hicieran ruido y subían a la cima de una

colina cargando al ídolo. Una vez en la cima, los que se quedaban abajo cercaban

la falda de aquella colina, mientras los de arriba le prendían fuego a gran parte

del lugar. Acto seguido, salían ahuyentados los diversos animales que habitaban

la montaña como conejos, venados, liebres etc. Cuando trataban de huir del

lugar se topaban con la red y se encontraban sin salida y allí eran cazados. Una

vez cazados se les sacaba el corazón y se lo ofrendaban en muestra de reverencia

a su dios2.

Otro ritual que también es estilaba únicamente en México era el siguiente, a

saber: se escogía un hombre, el que pareciese ideal para la ceremonia que

2 Ibíd. Pág.207

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estamos a punto de describir. A continuación se escogía el ídolo al que se le

haría sacrificio matando a aquel hombre. Acto seguido, a ese hombre se le vestía

y se le ponían todos los abalorios distintivos de aquel dios y se le comenzaba a

llamar por el nombre del dios. El individuo pasaba a ser una suerte de

encarnación del dios en la Tierra y la población del lugar así lo creían. Éstos le

llevaban a sus hijos y a los enfermos para que el individuo con su bendición los

llenara de prosperidad y salud. Cuando el individuo, vestido como ya dijimos, de

forma tal que se pareciese al dios pasaba por las aldeas, la gente venía obligada a

salir de sus casas y mostrarle reverencia. Esta ceremonia duraba un año o seis

meses y en otros lugares un poco menos, según el autor. Durante este término

de tiempo el individuo, cual dios que representaba, hacía lo que le pareciese.

Empero su libertad estaba bien restringida por poco más de una docena de

hombres que velaban para que el individuo no escapara. Lo trágico del asunto

estriba en el hecho de que una vez transcurrido el período de tiempo

previamente establecido, y el individuo estaba tan gordo como sólo los reyes o

dioses, en su caso, podían estarlo, lo mataban y se lo comían. En esto consistía el

acto de sacrificio3.

Quizás para algunos de los pobladores del lugar, especialmente para los

pertenecientes a las clases políticas o religiosas, este sacrificio era una suerte de

tragicomedia, puesto que se tomaba a un individuo cualquiera, muy

probablemente a un don nadie, y se le convertía repentinamente en un dios

encarnado en hombre, con todos los poderes que ello conlleva. Durante un

tiempo, el individuo gozaba de unas comodidades para él inimaginables hasta

entonces. Todos le reverenciaban y en fin, se le trataba cual dios. Mas todo esto

tenía un funesto final, pues el otrora representante del ídolo en la Tierra era

comido cuando más cómodo y saludable se encontraba. Es algo así como los

cinco minutos de gloria de un individuo. Es algo parecido a cuando un pescador

le da cordel al pez para que éste crea que se salió con la suya y se llevó la

carnada, hasta que súbitamente, el pescador de un halón, clava el anzuelo en la

3 Ibíd. Pág. 208

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boca del pez y lentamente va enrollando el carrete de hilo hasta sacar al otrora

pez, que ahora es pescado.

Libro VI: Sobre el gobierno y las milicias de los mexicanos.

Es curioso que a pesar de todas estas prácticas religiosas que para los

españoles eran abominables y primitivas, el sistema de gobierno de los

mexicanos era, para la época, uno mucho más adelantado en materia de

derechos humanos, que el de los peninsulares europeos.

A diferencia de gran parte de los Estados europeos de la época, los cuales eran

monarquías absolutas donde el Estado era el rey y los que ostentaban el trono

tenían que ser parte de la línea sucesoria del monarca, en el caso de los

mexicanos, éstos celebraban elecciones para elegir a sus regentes. Si bien es

cierto que dicha elección no completamente democrática en el sentido de que,

después de un tiempo eran cuatro electores los cuales, junto a dos grandes

caciques que representaban el parecer de sus respectivos poblados, nombraban

al rey, no es menos cierto que esta democracia ultra representativa era mucho

más avanzada políticamente que las monarquías sucesorias europeas.

Además, muchos beneficios surgían de esta forma gobierno. Por ejemplo, se

evitaba de esta manera que las casas de los reyes, para mantener la pureza de la

familia real, como sucedía en Europa, recurrieran a la endogamia, la cual, sabido

es que llevada al exceso podría traducirse en el nacimiento de un rey física y

mentalmente enfermo, lo que pondría en peligro al reino entero4 .

En el caso de México en cambio, al tener el poder de elegir a sus reyes, se

eliminaba este riesgo. De hecho, José de Acosta menciona que los preferían

jóvenes y que desde muy pequeños mostraran interés y habilidad en las artes de

la guerra, pues después de todo, el pueblo mexicano concebía al rey como el

comandante en jefe de los ejércitos. Como si esto fuera poco, en la ceremonia de

coronación el futuro rey debía mostrar sus habilidades en batalla, derrotando a

4 Véase el caso de Carlos II de España, de la Casa de los Austrias, el cual, debido a su deplorable estado físico le llamaban el Hechizado.

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los oponentes que se le asignaban y llevándolos luego cautivos para ser

sacrificados a los dioses5 .

De este modo, los mexicanos se aseguraban de que su regente no era un

cualquiera, sino que era además de su rey, un espléndido luchador, probado ya

en batalla. Este tipo de rey era algo así como la antítesis de muchos de los reyes

europeos de la época los cuales se caracterizaban por estar sobrepeso, por su

inhabilidad y posible desconocimiento total de las artes de la guerra. Por ello,

nombraban grandes generales para que les hicieran las veces de consejeros en

tiempos de guerras.

Tampoco se veía en México el hecho de que el pueblo intentara destronar a su

rey, solamente se dio un caso y era porque el pueblo percibió en el monarca

cobardía. Pero esta no era la regla, más bien era la excepción. De hecho el autor

habla de personas que fueron electas para ser reyes y que se rehusaban debido a

que entendían que no eran aptos para el mando y por tanto, de ser electos,

serían perjudiciales para la república.

Utilizamos la palabra república debido a que a diferencia de los reinados

europeos, en México el rey tenía figuras que representaban u contrapeso a su

poder. En México, luego del rey había un consejo de cuatro hombres, con

diferentes jurisdicciones y competencias, que fungían como freno o contrapeso

al poder del rey, ya que sin ellos, toda decisión que el rey tomara era nula, ab

initio. Esto era en cuanto al gobierno central. Pero además, existían pequeños

consejos en las diversas provincias con sus propios alcaldes, tesoreros, oidores,

en fin, todo una institución de gobierno de carácter local, bien equipada y con un

alto grado de autonomía según parece6.

Al autor José de Acosta, le asombró el hecho de que los mexicanos tenían un

excelente sistema educativo en el cual, se les enseñaba desde a los niños, ya

desde muy temprana edad, todos cuantos nobles oficios pudiesen aprender,

incluyendo una enseñanza militar obligatoria. Según el autor, se les hacía

dormir mal y comer peor, pero no con un vil propósito, sino más bien con la

5 Ibíd. Pág. 2826 Ibíd. Pág. 283

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intención de que aprendieran que en la vida hay que ganarse las cosas

trabajando, que las cosas no son regaladas. Pareciera que los gobernantes

hubiesen leído La República de Platón, ya que según este autor sugería, los niños

en México eran seleccionados para un tipo de tarea en particular a la que

parecían mostrarle mayor interés y para la cual sin duda alguna tenían mayor

vocación.

Así, desde muy temprano en sus vidas, lo niños eran escogidos y adiestrados

de manera especializada en un oficio determinado, ya fuera la guerra, ya fuera la

política, ora el sacerdocio, ora la siembra, en fin, desde pequeños ya venían

encaminados hacia esos destinos por lo que, según se puede deducir, una vez

entrados en edad, eran unos especialistas en lo que sea a lo que se dedicaran.

Bibliografía.

Acosta, José de: Historia Natural y Moral de las Indias. México. (1962).

http://www.medellindigital.gov.co/