Acta Fundacional de La Nación Centroamericana (2004)

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Integración Centroamericana

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OPUSMAGNA-04

ACTA FUNDACIONAL DE LA NACIÓN CENTROAMERICANA

Alejandro Maldonado Aguirre

Las ciencias sociales y las de la cultura no contienen conceptos fáciles ni definiciones uniformes. Por su alto componente ideológico, toda definición implica un enfoque relativo, por el cual se traduce la intención o la tendencia del definidor. Ocurre con mucha frecuencia que una sola cosa, y con mayor dificultad una idea, tengan tantas acepciones como escuelas doctrinarias o de pensamiento hayan surgido o estén por surgir. Conceptos como “derecho”, “ley”, “estado” o “nación” ofrecen tan variadas opciones para expresarlos, que necesariamente obligan a tomar partido. La palabra “nación”, aparte de su significado gramatical, tiene un sentido pragmático que lo entiende desde una particularidad puramente emotiva, respecto de la cual predominan los factores espirituales que identifican a la persona con una comunidad de vida. De esta manera fue que un sentimiento de “nación centroamericana” pudo surgir y ubicarse dentro de una región geográfica cuyos habitantes en el pasado compartieron elementos comunes; y hoy han trazado normas de identidad política, social, económica y cultural. Todas las cosas y las cuestiones pueden tener una o varias definiciones en los diccionarios, sin que la descripción necesariamente neutral de lo académico comprometa en nada la sensibilidad de captación personal de los términos. De manera que una será la forma como se define y otra como se entiende. Si el Diccionario determina lo nacional como “perteneciente o relativo a una nación” y por nación se refiere al “conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo gobierno”, no cabe duda que históricamente existió, conforme estas acepciones, una nación centroamericana, aunque luego, en el devenir, se desintegró políticamente para formar cinco Estados singulares con gobierno propio. La cuestión a sustentar es que puede existir un sentimiento de nación centroamericana que (co)exista con una lealtad política y emocional de los centroamericanos hacia sus respectivas repúblicas independientes y soberanas. Todo depende de los factores que conforman el concepto de nación, sean los espirituales y los constitucionales. El elemento radical de los que conforman el Estado es el pueblo constituido en una nación o conjunto de naciones vinculadas por fuertes lazos de solidaridad. Desde la declaración de independencia de los nacidos en esa tierra, se han sucedido varias generaciones que llevaron en su sangre el vínculo espiritual de la nacionalidad: en su seno están enterrados sus

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antepasados y a su seno el destino tiene deparado su hogar eterno. Bien dijo Ernesto Renan que “la nación está formada más por los muertos que por los vivos.” Con esta herencia, es indudable que la idea de una nación centroamericana se formó desde los tiempos en que, por voluntad del imperio colonizador, se demarcó la esfera político-administrativa del Reino de Guatemala. Avanzó el criterio de unidad cuando sus integrantes fueron convocados a las deliberaciones de un régimen constitucional que se plasmaron en Cádiz. Se consolidó esa jurisdicción geográfica cuando representativos de todas las provincias que la integraron asumieron conjuntamente la decisión de separarse de España y tomar unidos su propio rumbo soberano. La actuación de esos dignatarios sin duda tuvo como base su entendimiento de cuáles eran los límites geográficos de la región política ordenada por la monarquía española. Esa percepción de constituir un espacio determinado por la monarquía, el cual para los efectos posteriores de demarcaciones fronterizas tuvo enorme importancia estabilizadora, ya que la doctrina del uti posidetis permitió reconocer pacíficamente los territorios de las diferentes nacionalidades que brotaron en la América independizada. Si bien siempre surgieron conflictos de límites entre nuevos Estados vecinos, algunos que aun están pendientes de resolver, ha sido determinante para la solución jurídica el reconocimiento de las fronteras coloniales. Lo que interesa señalar es que, configuradas las jurisdicciones de las colonias, en sus habitantes tendría que surgir una cultura unificadora que permitiera la identidad de la nación. Como lo apunta Hermann Heller, aunque un pueblo sea políticamente amorfo, se convierte en nación cuando la conciencia de pertenecer al conjunto llega a transformarse en una conexión de voluntad política. Así es de suponer un sentimiento de identidad por habitar, haber nacido e incluso por tener enterrados a sus ascendientes en el suelo de los actuales cinco países que formaron el Reino de Guatemala. De ahí que no cabe duda, tanto por la realidad política como por la cultura, que existió una patria centroamericana (aunque no llamada de esta forma) que actuó con unidad de destino y que trazó en conjunto las líneas de una continuidad histórica, cuya ruptura obedeció a factores poderosos, también de sentimiento y de pragmatismo locales, que el tiempo podrá encargarse de recomponer, aun sea por otras formas creativas e inteligentes de la diversidad dentro de la unidad.

En esta exposición trato de expresar que, dentro del concepto moderno del Estado, lo que originariamente se configuró fue la posibilidad de un pueblo político formado dentro de un territorio determinado. La delimitación jurisdiccional fue constituida por las provincias situadas desde Chiapas hasta Costa Rica, que tuvo por capital la ciudad de Guatemala, sede principal de las autoridades civiles, militares y eclesiásticas. Esa

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unidad administrativa necesariamente implicó una identidad social que podía generar un cimiento de nación conectada por elementos políticos comunes, tales sus autoridades, y su representatividad ante la Corona y las instituciones de todas las provincias que la integraron. Además de ello, coadyuvarían, con mayor o menor intensidad o fuerza, los factores sociológicos de idioma, religión y rasgos culturales. Uno de los acontecimientos políticos más decisivos de la historia de España y su proyección respecto de sus dominios coloniales, fue la voluntad de esa nación de enmarcar su régimen dentro del constitucionalismo, al punto que la convocatoria a Cortes de 24 de septiembre de 1810, involucró, por voluntad de la Regencia, a los Virreinatos y Capitanías dispersos en todo el continente americano, a los que se les reconoció la condición de partes integrantes de la propia soberanía española. De esta manera, debían acreditar representación en la asamblea constituyente. La presencia del Reino de Guatemala en el notable acto constituyente de Cádiz, por medio de sus diferentes provincias, puede señalarse como otro de los elementos significativos de una identidad común. Identidad que pudo haberse consolidado en la posterior república federativa, pero que, al correr de los años, y más pronto de lo esperado, sufrió la implosión dictada por las circunstancias del localismo provincial generado, sin duda, por las luchas facciosas y los anhelos muy justificados de la libre determinación. Importa destacar que los patriotas centroamericanos fueron personas ilustradas, como lo demostraron durante el proceso de elaboración de la Constitución de Cádiz, revelando consistencia respecto de los grandes temas del constitucionalismo de la época, sustentado en los principios liberales. Así, por ejemplo, fue el diputado suplente Manuel de Llano quien propusiera que se creara una Comisión del Congreso para formular una ley de hábeas corpus semejante al sistema inglés. Además, y esto es altamente orientador, que el Ayuntamiento de Guatemala, ya en 1810, dictó unas Instrucciones, que, según comenta García Laguardia1 se inspiraron en el pensamiento político de la Ilustración francesa, en las que incluyeron una Declaración de Derechos del Hombre y un proyecto de Constitución, de 112 artículos, que recogía las principales bases de la organización del Estado, que constaba de instituciones contraloras y que descentralizara y reconociera competencias dentro del sistema de separación de poderes, elementos clave del impulso constitucionalista de la época. Esta participación representativa e incluyente fue uno de los acontecimientos que demostraron el reconocimiento que el trono imperial hacía de una de las unidades administrativas creadas para facilitar su gobierno. La actuación de las provincias centroamericanas reveló la 1 Jorge Mario García Laguardia, Guatemala en las Cortes de Cádiz, Historia General de Guatemala, Tomo III, p 404, Asociación Amigos del País, Guatemala, 1995.

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madurez que su clase dirigente había obtenido como para, más adelante, aspirar a autogobernarse. Sus personeros demostraron un sentimiento igualitario al postular la eliminación de castas; de filantropía respecto de la pobreza; e indigenista, proponiendo la eliminación de las “mitas”, aunque dichas formas de explotación sólo existían en otras regiones de América del sur. Otros factores de gran relevancia contribuyeron a la consolidación de una personalidad política y nacional lo suficientemente significativa de la capacidad para gobernar un Estado propio. Entre estas (sin un orden de importancia), deberían mencionarse la actuación de un sector dirigente ilustrado, nutrido de las lecturas de los grandes ideólogos del liberalismo, y que hallaron medios de expresión en el libro, la prensa, la cátedra y el púlpito. Esta porción americana generó intelectuales, literatos y escritores que con luz propia pudieron estar al nivel de los de otros países que habían reivindicado el concepto de la soberanía de los pueblos. Así tenemos operando las órdenes religiosas que, dentro de sus claustros, inspiraron a los hombres de cátedra en sus reflexiones acerca de la filosofía, las letras y las ciencias en la Universidad de San Carlos. Se contó con la innovación tecnológica de la imprenta, que permitió que se produjeran libros y opúsculos divulgadores de las nuevas ideas. Desde luego, dicho recurso posibilitó la publicación de la prensa orientadora y de la Gazeta, órganos que, por su naturaleza y función, incidían en la formación de una opinión pública que es la fuente legitimadora de todo régimen. Es indudable que entidades del prestigio de la sociedad económica de los Amigos del País o del Ilustre Colegio de Abogados debieron ser focos emergentes de la intelectualidad preparada para la autonomía política. Importa señalar dos condiciones de naturaleza integradora que debían producir resultados de orden político institucional en esos albores del siglo XIX, y que se resumen en las siguientes bases: La primera, que políticamente las provincias centroamericanas tuvieron un elemento común de carácter delimitador de su representatividad y que se configuraba dentro del territorio demarcado por la corona española como área geográfica y jurisdiccional del Reino de Guatemala, que hubiera podido sustentar un concepto de nación, precisamente de nación centroamericana. La segunda, que su clase dirigente, bien sustentada en las ideas de la Ilustración francesa, y también en el prestigioso precedente de la revolución estadounidense, albergaba un sentimiento constitucional como proceso obligado para la formación de una nueva república independiente que siguiera el rumbo que sus padres fundadores hubieran querido imprimirle. En estas condiciones brotó la convocatoria de autoridades y pueblo para definir el futuro de la nación emergente para resolver nada menos que

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su separación del vínculo colonial que durante más de dos siglos había imperado. Esa voluntad quedó recogida en la notable acta de 15 de septiembre de 1821, y que, por su forma y su fondo, es nada menos que el testimonio fundacional de la República, primer instrumento constituyente del gobierno y del régimen de los pueblos que juntos habían integrado el Reino de Guatemala.

Acta Palacio Nacional de Guatemala, quince de Septiembre de mil ochocientos

veinte y uno

Esta Acta, que por sus características y sus alcances, puede ser considerada la Carta Fundacional de la República Centroamericana, contiene elementos políticos, sociales, económicos y culturales, como los que siguen:

1) Una manifestación de voluntad popular, al iniciar el texto con la declaración de un hecho notorio, expresada por escrito y de palabra, por el pueblo de la Capital, y por correos recibidos de los Ayuntamientos de Ciudad Real, Comitán y Tuxtla.

2) La realización de un hecho ya acaecido en cuanto se dice que estos Ayuntamientos comunican haber proclamado y jurado la independencia y excitan a que se haga lo mismo en la Ciudad.

3) La idea de proceder en el marco de un régimen constitucional, en tanto que al citar la declaración de esos Ayuntamientos los califica de “Constitucionales”, lo que implica que han operado conforme la Carta de Cádiz, vigente y positiva para los dominios españoles en América.

4) Operando en un régimen constitucional, es probable que los signatarios se estaban acogiendo al concepto básico de soberanía del pueblo, que es lo que la Constitución de Cádiz tiene como sustento de su legitimidad.

5) Relaciona los sujetos institucionales que comparecen en el acto, los cuales, en esa época, representaban los factores de poder más significados de su tiempo, quienes se estimaban portavoces naturales y legítimos del pueblo. Tales son: la Diputación Provincial, el Ilustrísimo Arzobispo, los diputados, la Audiencia Territorial, el Señor Dean y el Cabildo Eclesiástico, el Colegio de Abogados, los Prelados regulares, jefes y funcionarios públicos.

6) Aparte de los indicados, en el documento se hace constar la presencia del sector popular, describiendo que se encuentra manifestado en las calles, plaza, corredores y la Sala del Palacio. Esta mención es indudable intencionada de que su actuación

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correspondía a una voluntad popular, que, por esa época, ya se reconocía como fuente de la soberanía del Estado.

7) El hecho de reunirse en uno de los Salones del Palacio es revelador de que se asumía una decisión -que en el acta se señala como de un asunto grave- con toda la responsabilidad de la representación política e institucional que ostentaban; esto es, que no conspiraban fuera del sistema sino que se emancipaban dentro de las reglas del mismo.

8) La confirmación en la redacción de que operaban por clamor del pueblo para declarar la independencia, cuestión que se manifiesta con toda claridad. Esto es, el encabezado del acta no deja lugar a dudas del motivo de la reunión y, propiamente, del acto de voluntad que los ha convocado para reunirse.

9) Al enumerar los asuntos acordados por la Diputación e individuos del Ayuntamiento, inician en el 1° ratificando que toman una decisión por “voluntad general de pueblo de Guatemala”, o sea que insisten en señalar que se asume una decisión por mandato del soberano. En refuerzo de esta posición, en ese mismo primer punto disponen que habrá de formarse un Congreso que, según su redacción, “debe decidir el punto de independencia y fijar, en caso de acordarla, la forma de gobierno y la ley fundamental que deba regir”. Inicia pues ordenando una convocatoria de una asamblea para que asumiera la decisión definitiva y, la vez, para que se encargara de redactar la ley fundamental (es decir, la Constitución) que estableciera la forma de gobierno. Son éstos actos de voluntad de conformar política y jurídicamente el nuevo Estado, surgido de una declaración de emancipación del dominio colonial. Este aspecto inicial de la parte resolutiva que recoge el Acta, no es nada más que expresión de una voluntad constituyente, o, en otros términos, de instituir un régimen político constitucional.

10) Llama la atención que, aunque se ha dicho que la independencia se proclamó y ejecutó pacíficamente, en este primer punto acordado se filtre una nada sutil advertencia acerca de una voluntad extrema, señalando que las consecuencias de la emancipación podrían ser temibles en el caso que la proclamara de hecho el mismo pueblo. En otras palabras, una velada amenaza de acudir a la fuerza para obtener el propósito, cuestión que no estaba lejos de la historia reciente del movimiento libertario americano que se consiguió luego de cruentas guerras.

11) En seguida los firmantes procuran el respaldo legitimador de una asamblea, convocando a las Provincias a elegir Diputados y

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Representantes suyos para formar un Congreso que habría de reunirse en la Capital.

12) En el punto tercero determinan el procedimiento electoral, ordenando hacerlo las mismas juntas electorales de Provincia, según estaba normado para integrar los últimos diputados a Cortes. Se comprende que la regulación sería la minuciosa de la Constitución de Cádiz y que consistía en un detallado sistema regulador del sufragio.

13) El numeral cuarto fija la proporción de habitantes que representaría cada diputado (en ese entonces de uno por cada quince mil) siendo notable que indicara con precisión que no excluiría de la ciudadanía a los originarios de África. Esta previsión indica el reconocimiento al principio de igualdad del pueblo político de una nación.

14) En seguida atribuye a las Juntas Electorales la competencia de determinar en número de Diputados o Representantes a elegir, conforme los últimos censos. Esta cuestión prácticamente ha persistido en las regulaciones electorales del país.

15) Fija (punto 6°) la fecha de instalación de la asamblea, señalando el primero de marzo de 1822. Esta fecha quedó establecida en las sucesivas regulaciones constitucionales de Guatemala, que iniciaba los períodos presidenciales en la misma, y que se mantuvo hasta la Constitución de 1965 en que se varió la fecha de inauguración de los ciclos presidenciales. (Día primero de julio y en la actualidad fijado para el catorce de enero).

16) Por el apartado 7° de las decisiones, se mantuvo una continuidad institucional y de las autoridades que conformaban el aparato del Estado, con lo cual se garantizaba un principio de seguridad que, en ese momento, resultaba lo más conveniente para evitar una crisis o anarquía de poder, que hubiera podido desencadenar una grave contienda de facciones. De suerte que no pudo producirse ningún vacío de poder, al continuar rigiendo todo el sistema positivo de la Constitución, los Decretos y las Leyes, hasta, como reza la disposición, “el Congreso indicado determine lo que sea más justo y benéfico.” Previsión última que, en todo caso, reconocía en dicha Asamblea la soberanía del pueblo.

17) Consecuente con esa decisión de estabilidad, reconoció la continuidad del mando superior, político y militar, presidido por el Jefe Político Brigadier don Gavino Gainza, así como la formación de una Junta provisional consultiva. En la designación de miembros es importante destacar que ese gobierno provisional se integró con representativos de las provincias de León,

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Comayagua, Quetzaltenango, Sololá y Chimaltenango, Sonsonate y Ciudad Real de Chiapa.

18) Por cuestión de orden y jerarquía, casi como orientado el sistema a un régimen presidencialista, indicó (punto 10) que la Junta provisional debía consultar al Señor Jefe Político en todos los asuntos económicos y gubernativos, dignos de su atención.

19) El punto 11 constituye un reconocimiento de cultura nacional, basado en convicciones muy arraigadas dentro de la población y, por ello, apropiadas para ser elevadas al rango fundamental que el Acta ostentaba. De esta manera sostuvo que la Religión católica debía conservarse “pura e inalterable”. Sobre esta materia, no hizo otra cosa que consignar una realidad histórica prevaleciente en todo el mundo hispánico y que figuró en las constituciones de esa época, y que, incluso, en constituciones modernas como la mexicana o la argentina han tenido continuidad, aunque, desde luego, aceptándose la libertad religiosa y de conciencia que los tiempos fueron imponiendo.

20) En el apartado 12 se enuncia o predica una conducta a los Prelados de las comunidades religiosas para que exhorten a la fraternidad y la concordia, debido -como lo indica con sinceridad- a las posibles confrontaciones que el cambio de régimen podría producir, por lo cual era necesario “sofocar pasiones individuales que dividen los ánimos y producen funestas consecuencias.” Puede decirse que este tipo de normas tiene una proyección ética y moral; más exhortativa o recomendatoria que preceptiva.

21) Una previsión más concreta se encuentra en el punto 13, en cuanto indica la competencia del Ayuntamiento para mantener el orden y la tranquilidad y, como consecuencia, lo faculta para tomar las medidas más activas en toda la capital y pueblos inmediatos.

22) El mandamiento del párrafo 14, complementado en el siguiente, es precursor de los principios de publicidad y de lealtad al régimen constitucional instituido. Es así porque ordena un manifiesto razonado del acto de la independencia, como sentimiento general del pueblo, y que a pedimento de éste, se haga juramento de independencia y de fidelidad al Gobierno Americano que se establezca. El juramento -se entiende- debía prestarlo el pueblo, pero también obliga a las autoridades designadas y todos los elementos significativos del poder y de las comunidades, incluyendo las militares.

23) Como en toda institucionalidad política, resulta indispensable el acompañamiento de una simbología o emblemática, que tiene efectos emotivamente vinculantes, el acto de la independencia no

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se asumió con la simple frialdad jurídica de un instrumento escrito que recogiera la voluntad general, sino se ordenó una serie de ceremonias que solemnizaran el acontecimiento. Así en el numeral 16 dispuso que el Jefe Político, de acuerdo con el Excelentísimo Ayuntamiento, señalara el día en que el pueblo proclamara la independencia e hiciera el juramento.

24) Desde luego que parece haber una contradicción de las últimas normas con lo establecido en el numeral 2° que se refiere a la convocatoria de un Congreso “que debe decidir el punto de independencia y fijar, en caso de acordarla, la forma de gobierno y la ley fundamental que deba regir.” Se nota que en éste se legisla sobre una condición que hacia el futuro sería la que resolviera la proclamación de la independencia, en tanto que en las últimas ya se da por hecho que la emancipación había sido no sólo declarada sino que acatada y jurada por el pueblo y las autoridades. Esa contradicción no es más que una forma indirecta para legitimar una decisión que los próceres consideraban irrevocable, y por eso ordenaron jurar la independencia y además realizar todos los actos rituales, entre estos, la acuñación de una medalla conmemorativa de la fecha cierta que “perpetue en los Siglos la memoria del día quince de septiembre de mil ochocientos veinte y uno”. Otros actos de igual solemnidad, se encuentran claramente ordenados en el Acta, tal la obligación de imprimir el Acta y el Manifiesto que debía circularse a las Excelentísimas Diputaciones provinciales, ayuntamientos constitucionales y demás autoridades eclesiásticas, regulares, seculares, y militares.

25) Para sellar no sólo las solemnidades civiles, se dispuso que se cantara una misa de gracias, con asistencia de la Junta Provisional, de todas las autoridades y corporaciones y jefes, haciéndose salvas de artillería y tres días de iluminación.

26) Por consiguiente, por el mandato de convocar un Congreso de Diputados, se llegó a la redacción de la primera Constitución centroamericana.

Constitución de la República Federal de Centro-América, decretada por la Asamblea Nacional Constituyente

el 22 de noviembre de 1824.

El acta de 15 de septiembre es el documento que recogió la solemne decisión de los centroamericanos de declarar la independencia, teniendo naturaleza constitucional o fundacional de la nueva República. Sus redactores y firmantes dejaron testimonio de

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una voluntad política indubitable, que implicaba uno de los elementos clave de los Estados: el imperium o potestad de gobierno sustentados en la soberanía de la nación. El ámbito geográfico de la jurisdicción colonial definió su territorio; su pueblo, el conglomerado humano que habitaba esas tierras. Así que, conformados materialmente los elementos esenciales de un Estado, devenía el necesario proceso de convalidación jurídica, previsto en el acta, que definiría el paso de transición entre el antiguo Reino de Guatemala, unidad política operante desde el siglo XVI, y la nueva República. De esa manera se llegó a la Asamblea Nacional Constituyente.

El propio jefe militar de las tropas mexicanas, llamadas protectoras, Vicente Filísola, el 29 de marzo de 1823 convocó la reunión del Congreso aludido en el acta. Reconoció de esa manera el ocupante uno de los grandes principios de la época, el de la soberanía nacional, que se expresaría por la representación de los pueblos depositada en sus diputados. Dichos pueblos sufragarían conforme el sistema de elección del régimen constitucional. Debe recalcarse que dicha convocatoria estuvo dirigida a una nación específica, la centroamericana que integraron las provincias de la antigua unidad administrativa del imperio español en esa porción de América. Es interesante recrear el ambiente de cultura política que hubo durante esta etapa, que, incluso respaldada por el propio Filísola, exhortó a las clases intelectuales para aportar sus luces respecto de las cuestiones constitucionales que serían objeto del Congreso. El proceso constituyente se desarrolló durante un poco más de un año, del 24 de junio de 1823 en que se instaló la Asamblea, con la firma de cuarenta diputados reunidos bajo la presidencia del salvadoreño José Matías Delgado, hasta el 22 de noviembre del año siguiente en la que sesenta y cuatro diputados firmaron el proyecto de Constitución. Cabe destacar la declaración del primero de julio de 1823 de las provincias representadas, por la cual decretaron ser “libres e independientes de la antigua España, de Méjico y de cualquier otra potencia, así del antiguo como del nuevo mundo”, alusión última que sin duda llevaba dedicatoria a los Estados Unidos de América. Esta declaración definitiva de la voluntad de independencia tuvo, además, otro mensaje por el cual los representantes declararon que “formaban una Nación Soberana” y que llamarían “por ahora y sin perjuicio de lo que resuelva la Constitución, Provincias Unidas de Centro América.” Los asuntos de fundamental importancia que necesariamente tenían que separar a los constituyentes en dos bloques principales giraron en torno de posiciones antagónicas y de difícil composición: por un lado los centralistas y por el otro los estadualistas. Estas posiciones se atribuyeron,

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en su orden, a conservadores y liberales, aunque la separación no era tan nítida puesto que, como todo en la vida política, tiene su relatividad. Lo mismo podía decirse con relación a la preferencia por Guatemala como capital y la posición separatista que prefería el traslado a otras latitudes. No tiene suficiente racionalidad el argumento que explica que la destrucción de la antigua capital por los terremotos le haya restado prestancia a la nueva Guatemala como para ser la sede de un gobierno central. Es decir, arquitectónicamente no lucía con la categoría de aspirar a ser el centro de una república unitaria. Es claro que esta motivación estética es poco convincente en tanto resulta más sustancial atribuir la tendencia federalista a otros factores más profundos, tal el ejemplo cercano de la fundación de los Estados Unidos, como fórmula muy atinada para proteger la igualdad de las provincias que deseaban tener una personalidad política que defendiera sus intereses económicos y sociales. Así se entiende en la lectura de la citada Historia General de Guatemala, en la que se reconoce que hubo reservas contra el dominio de los grandes comerciantes que desde la Capitanía General habían controlado el sistema económico de importaciones y exportaciones.2 Una breve la relación de las labores de la primera asamblea centroamericana es la síntesis crítica de Manuel Montúfar y Coronado, citada en el libro Constitución y Orden Democrático de Jorge Mario García Laguardia y Edmundo Vásquez Martínez3:

“Jamás la república volvió a ver un cuerpo legislativo como la Asamblea nacional; no puede juzgarse de ella por la Constitución ni por muchas de sus leyes; es preciso examinar el todo de su conducta en las circunstancias varias de esta legislatura constituyente, para persuadirse de su mérito. Todas las provincias estaban divididas al tiempo de instalarse, y todas fueron reunidas, organizadas y regularizados sus respectivos gobiernos al cerrar sus sesiones. Desde el decreto de 1o. de julio de 1823 se sentó la base de una forma de gobierno popular representativa; la igualdad legal, la división de poderes y la ilimitada libertad de imprenta; la tolerancia religiosa establecida para el culto privado fue obra de la Constitución; la esclavitud abolida, los esclavos manumitidos; leyes muy francas de colonización; aranceles de comercio, franquicias mercantiles para animarlo y protegerlo; arreglos en la hacienda nacional, designación de rentas federales, separación de las de los Estados; ensayo de una capitación moderada, un préstamo extranjero moderado; el proyecto del canal de Nicaragua en mucho progreso; abiertas y entabladas relaciones diplomáticas con las

2 Jorge Luján Muñoz, Definición Político-Administrativa: la Asamblea Nacional Constituyente y los Congresos Constitutivos de los Estados, Historia General de Guatemala, Tomo IV, p 20, ibidem. 3 Constitución y Orden Democrático, Ed. Universitaria, USAC, Guatemala, 1984, pp 33-34

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naciones europeas y con muchas de las de América; la iniciativa para el Congreso americano de Panamá; puestas las bases para el establecimiento del crédito público y reglamentados muchos de los ramos de la administración bajo el sistema provisorio y bajo el sistema constitucional; todo fue obra de este primer ensayo que hicieron los centroamericanos en la difícil empresa de constituir un pueblo y darle leyes. Si la Asamblea nacional cometió errores, y si incurrió en desaciertos de grandes trascendencias, sus errores mismos son respetables por el objeto; transigía por evitar la guerra civil y conservar la paz interior; cedía al torrente impetuoso e irresistible de los intereses con influjo y de las circunstancias infaustas. No pudo evitar la mayoría de sus miembros el grave mal de una Constitución pegadiza y exótica, hija de imaginaciones exaltadas, y nutrida por los intereses locales y personales. Muchos jóvenes de felices disposiciones se formaron en la asamblea, y fueron útiles después en varios ramos de la administración.”

A pesar de que se atribuya la ruptura de la república federal a errores de la Constitución, tal criterio es quizás especulativo, dado que tampoco puede haber evidencia de que, integrada una república unitaria, no hubiesen ocurrido movimientos secesionistas que solamente por la fuerza militar se hubieran controlado y reprimido. Se supone que el ensayo federal fue acertado, en tanto que las provincias no hubieran soportado un régimen en la cual resultaran tributarias de una metrópoli en esos tiempos tan ajena y tan lejana. Esta sindicación de que el fracaso de un proyecto de nación se deba a la Constitución es un tanto precipitada, puesto que deben examinarse a profundidad los grandes vectores sociológicos y culturales forjadores de la nacionalidad y del sustento de las grandes decisiones políticas. Culpar al texto constitucional es tan serio como en épocas posteriores también ha resultado fácil hacerlo con las leyes fundamentales y así suponer que con un cambio de las mismas podrían lograrse nuevas actitudes de una moralidad política que tiene raíces más hondas. Debería alertarse sobre el peligro de culpar a las normas de lo que concierne a las conductas, pues aquellas, aunque defectuosas, pueden operar interpretadas de buena fe; en cambio las actitudes desviadas son capaces de distorsionar códigos tan inculcados como los Diez Mandamientos. Es cierto que la falta de experiencia y de previsión hizo que en la Constitución Federal se introdujeran instituciones que no funcionaron en el complejo medievalista de la economía de aquellos tiempos. Por caso, condiciones materiales poco favorables como el aislamiento y la falta de comunicaciones, pues para que el correo llegara de la capital a Cartago necesitaba casi de cuarenta días, lo que ahora tarda segundos y con sólo oprimir un comando de la computadora. De suerte que un sistema

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descentralizado y federal hubiera requerido de vínculos más dinámicos para que las lejanas provincias mantuvieran contactos con sus representativos o delegados en la capital. No obstante, a la luz de lo que se había experimentado en el primer ensayo federalista ocurrido en el mundo, como lo fue el estadounidense, ahí las distancias no fueron pretexto para dispersar la unión. En la latitud del istmo a esa condición de lejanía se sumaron muchos factores, como la extrema ideologización de las facciones conectadas con los intereses de los caudillos que detentaron liderazgos decisivos en sus respectivas comarcas o parroquias. Lo que resulta evidente es que en la alborada de la patria, sus formadores tuvieron un concepto de nación centroamericana y así lo dejaron plasmado en la Constitución emitida en nombre y por delegación de los pueblos de sus provincias. Esta voluntad quedó registrada en el pórtico que debe ser memorable. Asentaron lo que sigue:

En el nombre del Ser Supremo, Autor de las sociedades y Legislador del Universo

Congregados en Asamblea Nacional Constituyente nosotros los Representantes del pueblo de Centro América, cumpliendo con sus deseos y en uso de sus soberanos derechos, decretamos la siguiente Constitución para promover su felicidad; sostenerla en el mayor goce posible de sus facultades; afianzar los derechos del hombre y del ciudadano sobre los principios inalterables de libertad, igualdad, seguridad y propiedad; establecer el orden público, y formar una perfecta Federación.

Rota esa Federación, que por lo visto no pudo resultar “perfecta”, el constitucionalismo guatemalteco mantuvo una constante de nostalgia que, al menos en el papel, demostraría que la nación centroamericana podía ser una posibilidad. Inicia en la Declaración de los Derechos del Estado y sus Habitantes, de 5 de diciembre de 1839, el artículo 10 evidentemente explícito disponiendo: “El pacto de unión que el Estado celebre con los demás de Centroamérica, ratificado que sea por su Asamblea Constituyente o su Legislatura Constitucional, será religiosamente cumplido, como parte de su ley fundamental.” De igual manera lo prescribió la Constitución liberal de 1879, en su artículo 2o. ordenando: “Mantendrá y cultivará con las demás repúblicas de Centro América, íntimas relaciones de familia y reciprocidad. Y siempre que se proponga la nacionalidad Centro Americana de una manera estable, justa, popular y conveniente, la República de Guatemala estará pronta a reincorporarse en ella.” Por mandato del artículo 6o. reconocía la

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condición de guatemaltecos naturales a los originarios de las demás Repúblicas de Centro América. La Constitución de 1945, al regular las atribuciones del Congreso en materia de aprobación de los tratados internacionales, hace la salvedad respecto de la reserva de soberanía contenida en el inciso 9o. del artículo 119, en lo que pudiera relacionarse con la “restauración total o parcial de la Federación de Centroamérica”. También mantuvo el principio de la doble nacionalidad con referencia a los originarios de las demás Repúblicas que constituyeron las Provincias Unidas de Centro América. (Artículo 7.) La Constitución de 1956 reguló la materia en el Capítulo de los Artículos Transitorios, entendiendo que el ideal de la Unión liquidaría el régimen constitucional para sustituirlo por otro acorde con la nueva configuración. Asimismo, previó mecanismos integracionistas como los que luego se alcanzaron en la región. El artículo 8o. preceptuó: “En tanto se logra la Unión de Centroamérica en forma total o paracial, Guatemala coadyuvará a la creación de todas las organizaciones y entidades que creen o estrechen vínculos culturales, económicos o de cualquiera otra índole entre las naciones centroamericanas.” La Constitución de 1965 reguló lo concerniente al centroamericanismo en los artículos 2o y 6o. La Constitución Política de la República, en su artículo 145, mantiene el principio de la doble nacionalidad para los oriundos de las repúblicas que formaron la Federación de Centroamérica. El artículo 150 reconoce a la comunidad centroamericana, y ordena mantener y cultivar relaciones de cooperación y de solidaridad. Asimismo, dispone el deber de adoptar medidas adecuadas para llevar a la práctica, en forma parcial o total, la unión política o económica. El precepto establece obligación de las autoridades para fortalecer la integración económica centroamericana sobre bases de equidad. El artículo 171 inciso l) numeral 2), dispone, dentro de las atribuciones del Congreso de la República, la de aprobar antes de su ratificación los tratados, convenios o cualquier arreglo internacional, cuando: (…) establezcan la unión económica o política de Centroamérica, ya sea parcial o total, o atribuyan o transfieran competencias a organismos, instituciones o mecanismos creados dentro de un ordenamiento jurídico comunitario concentrado para realizar objetivos regionales o comunes en el ámbito centroamericano. La regulación constitucional vigente contiene indudables avances, en tanto, en primer término, una decisión trascendental de esa naturaleza puede asumirla el órgano legislador por la mayoría absoluta y no por una votación agravada que dispone para otros asuntos. En lo demás, porque tiene una base de realismo al suponer una unión económica o de cualquier otro tipo, sin que sea necesario llegar a una identidad política. Asimismo,

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que puede estar reducida a la unión parcial y a la creación de entes de carácter supranacional. Los países centroamericanos también han establecido un régimen constitucional para los nacionales de los países de la región, tal los casos de Costa Rica: Art. 14: “Son costarricenses por naturalización: 2) Los nacionales de los otros países de Centro América…” : El Salvador: Art. 90: “Son salvadoreños por nacimiento: 3° Los originarios de los demás Estados que constituyeron la República Federal de Centro América…” Honduras: Art. 24: “Son hondureños por naturalización: 1. Los centroamericanos por nacimiento…” ; y Nicaragua: Art. 17: Los centroamericanos de origen tienen derecho de optar a la nacionalidad nicaragüense, sin necesidad de renunciar a su nacionalidad…”. Hecho un repaso del proceso constitucionalista, deben recordarse también los elementos de otro carácter que dieron fundamento a la idea de una nación centroamericana que puede perfectamente coincidir con el principio de pluralidad que se sustenta en el reconocimiento de las identidades singulares que, por el devenir del tiempo y la fortaleza de los factores sociales, han adquirido –según parece-, un carácter irreversible. En esto es de pensar la creatividad europea, que ha caminado muy firme en la formación de una unión consolidada por instituciones comunes, no obstante que, a pesar de las grandes diferencias culturales e históricas que las separan, tienen objetivos muy precisos de una integración innovadora. Desde hace tiempo Francisco Villagrán Kramer teorizaba certeramente sobre estos esquemas y así comentaba: “La zona de libre comercio, la unión aduanera, el mercado común y la unión económica no quedan en fórmulas económicas abstractas, sino que materializan en instituciones políticas y jurídicas”.4 Luego, de manera muy rápida, hay referencia a otros elementos comunes que en su fondo tendieron aun más a identificarnos como protagonistas de una voluntad integracionista, que pueden ubicarse en sucesos históricos que hicieron sentir la preocupación de la región por el destino de todos los habitantes de Centro América. Por ejemplo, su respuesta suprema frente las fuerzas extranjeras que intentaron doblegar la soberanía de Nicaragua. A este país concurrieron fuerzas militares de los países centroamericanos, en diversa intensidad y tiempo, pero con el mismo propósito de expulsar a los filibusteros de WilliamWalker. Otro momento dramático de convergencia de estos países en reacción a fenómenos destructivos de la paz y la seguridad en el área, lo encontramos en la respuesta política muy activa y decidida de los centroamericanos frente al conflicto armado. En esa etapa crucial, asumieron una actitud firme que fue expresión de su voluntad de afrontar 4 Francisco Villagrán Kramer, Teoría General del Derecho de la Integración Económica Regional, p 119, ME, El Salvador, 1968,

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por cuenta propia la gravísima situación, tanto para promover la paz y restablecer la confianza como para excluir la injerencia de potencias extranjeras en el conflicto. Si bien, como parte de ese proceso, se tuvo el acompañamiento de varios países americanos y europeos, fue evidente que la suscripción de los Acuerdos de Esquipulas I y II fue portadora de un mensaje de dignidad regional, capaz de diseñar sus propias fórmulas y de cumplirlas con rectitud. Dicho proceso tuvo la legitimidad de haber surgido de la entraña misma del istmo, por lo que no hubo duda que gozó de inmediato del respeto de la comunidad internacional. Muchísimos líderes políticos, religiosos y sociales pueden ser citados como protagonistas de la paz, que para el caso particular de Guatemala fue convenida con la firma de los Acuerdos de 1996. También, y ha sido un acontecimiento de gran relevancia en la política centroamericana, el proceso de la integración económica llamada a cumplir objetivos nacionales y regionales. Los primeros, proyectando espacios más amplios de actividad económica tendentes a mejorar la industria y el comercio como fuentes de bienestar social. Los segundos, de orden metapolítico quizás no muy delineado, que se tradujeran en una mayor estatura y prestigio de la región en el diálogo internacional. Centro América presenta a partir de la década de los sesentas un marco jurídico convencional de la integración centroamericana sumamente interesante, que cubre los regímenes de libre comercio, fiscal (en particular focalizado en el sistema arancelario), aduanero, agrícola y pecuario, industrial y de propiedad intelectual, financiero, comunicaciones y telecomunicaciones, acceso marítimo, eléctrico, educación y ejercicio de profesiones, seguridad social, y muchos otros de cooperación regional. Factores de integración también pueden ser los acuerdos bilaterales o multilaterales en la región para atender políticas de infraestructura, el uso racional de los recursos naturales y la conservación del medio ambiente, así como en las áreas de la cultura y el bienestar social. El mes de junio de 2008 se cumplieron los cincuenta años (¡Medio siglo!) de haberse suscrito el Tratado Multilateral de Libre Comercio e Integración Económica Centroamericana, sin que se haya recordado una fecha que, por los efectos de lo convenido, tuvo gran impacto en la vida económica de la región. Otros convenios, por citar los que parecen más notables, como el Constitutivo del Banco Centroamericano de Integración Económica, y los básicos de creación de instituciones como el INCAP, la OIRSA, el ICAITI, la ESAPAC, entre otras, han sido pilares fundamentales de una visión futurista del sentido de cooperación y solidaridad que debe regir entre los pueblos, en particular aquellos que, por sus antecedentes históricos y su realidad cultural y geográfica, tienen tantos elementos comunes que deben sobrepasar cualquier disenso del pasado, que a estas alturas no fueron más que puras rencillas aldeanas y hasta, si no fuera por

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lo perdido en vidas y oportunidades, motivo de graciosa recreación, bien fuera la “guerra de totoposte”5 o la del “fútbol”6, esta última desencadenada en gran parte por la irresponsable incitación mediática en cada una de las parcelas que se enfrentaron.

Es difícil identificar instrumentos de integración política que han resultado perjudicados por cierto desprecio social, como el Parlamento Centroamericano, que no ha contado con una buena opinión sustentada más por los detalles anecdóticos que por la comprensión de sus alcances, hasta ahora quizás retóricos pero que, de aplicársele una inteligente reingeniería, podría constituir un adecuado mecanismo para promover políticas globales. Al menos, una visión externa del Parlacen, sobre todo desde la plataforma europea, ha sido más comprensiva y ha revelado mayores aproximaciones al diálogo. Quizás la “centroamericanización” de los partidos políticos pudiera facilitar la definición de metas y procedimientos de mayor utilidad popular.

De igual manera puede ser que resulte operante, en particular en esta época de la globalización y de la integración, el funcionamiento de la Corte Centroamericana de Justicia, que constituye, por esencia de la naturaleza de las relaciones humanas, una institución de predictibilidad jurídica y de certeza de las obligaciones y de los derechos que surgen del intercambio de bienes y de servicios en los mercados cada vez más abiertos al trabajo, las empresas y los capitales. Al menos, este tribunal cuenta con el precedente de la Corte Centroamericana de Justicia, establecida en 1908, con varios años de anticipación al de la Corte Permanente de Justicia Internacional de 1921. La CCJ duró diez años, porque el pacto que la creo no fue renovado, habiéndose ocupado de diez casos, entre ellos la declaración de copropiedad del Golfo de Fonseca (bahía histórica) entre El Salvador y Nicaragua, sobre las aguas no litorales.7

Este año de los juegos olímpicos del mundo, quizás fuere oportuno recordar, en atención a la esencia popular de los procesos integracionistas, que por acuerdo del órgano deportivo centroamericano (ORDECA), fueron instituidos hace un poco menos de un cuarto de siglo los primeros juegos de la región, lo que ha permitido que jóvenes exponentes tengan un escenario para competir en condiciones de igualdad, puesto que, por las condiciones de cada uno de los países, a ese nivel no tienen escuelas de medallistas creadas para exportación ideológica o de prestigio político ni se abren puertas para que atletas eminentemente profesionales que pueden dedicarse con exclusividad al lucro personal, desplacen a quienes con gran

5 Guerra causada por la invasión a Guatemala en 1906 por fuerzas salvadoreñas al mando del general Tomás Regalado, con participación de fuerzas hondureñas y exiliados guatemaltecos que buscaban el derrocamiento del dictador Estrada Cabrera. 6 Guerra de poca duración entre Honduras y El Salvador causada por problemas fronterizos y migratorios, resuelta oportuna y satisfactoriamente. 7 Max Sorensen, Manual de Derecho Internacional Público, FCE, México, 1981, pp 648-649

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esfuerzo son ejemplo de afición al deporte que practican en sus horas libres.

El viejo Aristóteles, siempre renovado en el pensamiento universal, tenía como método de sus reflexiones clasificar de acuerdo con el género próximo y la diferencia específica. De suerte que comparar procesos como el centroamericano con el europeo, guarda muchas distancias. No obstante, a pesar de estas, no se puede menos que recordar que los europeos tuvieron en su pasado, y no tan remoto, más razones para odiarse que para quererse: diferencias de idioma, de religión, de condiciones étnicas, y, en especial, de memoria histórica plagada de guerras catastróficas (dos de ellas de orden mundial sucedidas en medio siglo). Sin embargo, han avanzado una comunidad por etapas políticas exitosas y estabilizadoras de un orden social civilizado y democrático. ¿Por qué los centroamericanos, que tienen acervo común y riqueza cultural, no podrían, dentro de sus particularidades nacionales -que son arraigadas y por tanto irreversibles- perfeccionar una comunidad orientada hacia la prosperidad, el bienestar social y la paz permanente? Basados en el marco originario constitucional que reconoció una nacionalidad centroamericana es posible sustentar un criterio optimista hacia el perfeccionamiento de esa comunidad.