ACTUALIDAD DEL NIHILISMO · final feliz para la Historia de la humanidad. La caída del Muro de...

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ACTUALIDAD DEL NIHILISMO André Glucksmann Empecemos con un chiste que se remonta a la caída del Muro de Berlín: Un oficial ruso, ex soviético, interpela a su homólogo occidental y le dice: “¿Amigo, mío, qué vas a hacer a partir de ahora?” El occidental le mira asombrado; no entiende por qué se apiada de él después de una victoria tan monumental. Así que el ruso le aclara: “Acabas de perder a tu único enemigo, es un verdadero desastre. ¿En qué vas a pensar? ¿Qué vas a hacer sin el monstruo soviético que yo encarnaba?” Durante diez años, los occidentales aplicaron este chiste al pie de la letra. Ya no había ene- migos. Así que se entregaron a una vida de autismo narcisista: todo había terminado, podía- mos echarnos a dormir sin ningún miedo. La amenaza había desaparecido: no había guerra ni desastres en el horizonte. Todo había acabado. Desde la caída del Muro hasta la de las Torres de Manhattan, se afirmó que sólo quedaban revueltas de barrio, disputas periféricas, cosas sin importancia. Se sabía que la crueldad cam- paba a sus anchas en Afganistán, que se martirizaba a las mujeres, que se dinamitaban obras de arte... Se sabía. O no se quería saber. Sin embargo, sí se sabía que en Ruanda, el país afri- cano, en el año de gracia de 1994, se estaba produciendo el hecho más atroz en la escala de la deshumanización. En tres meses se masacraba a toda la minoría tutsi, es decir, a un millón de personas. Un millón de mujeres, hombres y niños en tres meses equivale a diez mil al día, ejecutados con machete o a balazos por una Administración fascista cuyos representantes se sentaban en la ONU. El genocidio –planificado y organizado– tuvo lugar a campo abierto, ante los ojos de todas las cámaras de televisión del mundo. Sin embargo, el universo entero no vio, o no quiso ver nada. El general de la ONU, el canadiense Dallaire, responsable de la MINUAR en Kigali, solicitó 5.000 cascos azules para detener las masacres antes de que estallaran. Kofi 3. EL FUTURO DE LA REVOLUCIÓN 103 André Glucksmann es un filósofo comprometido con la causa de la libertad. Una causa que, quizá por su poder de convicción, por su fuerza expansiva de las últimas décadas, es vista por los terroristas como una causa peligrosa que hay que destruir. Y los enemigos de la libertad, como sabemos, como ellos mismos han demostrado, están dispuestos a hacer todo el daño posible en su empeño. Glucksmann defiende la tesis de que el terrorismo es la principal amenaza ante la que nos enfrentamos. No puedo estar más de acuerdo con él. Y en España, como en Israel, Reino Unido, Colombia y algunos países más, lo llevamos experimentando desde hace muchos años. Defiende, también, que existe una sola civilización occidental, que compar- te valores y, por desgracia, también amenazas. Lo que le preocupa, como a muchos otros, es que una parte de Occidente esté en contra de aceptar esa realidad. Se atreve a criticar la respuesta autista que una parte de Occidente da al desafío islamista. Y su mirada está exenta de las anteojeras ideológicas que distorsionan la realidad. Porque el terrorista –y quien le apoya, le alienta, o se sirve de él para obtener sus finalidades políticas- no es “el otro” con el que debamos dialogar. No, frente a nosotros está el enemigo al que tenemos que derrotar. Permítanme citar una idea de su anterior libro “Occidente contra Occidente”: “No es la guerra de Oriente contra Occidente. El enfrentamiento es entre la gente que prefiere vivir de manera civilizada y los nihilistas. Es una brecha transcultural que apareció tras la Guerra Fría. Los nihilistas están en el mundo musulmán, en Europa y en Asia, en todas partes. No es la guerra de Oriente contra Occidente. Es la de los derechos del hombre contra el terrorismo. El enemigo de Occidente es la voluntad de destruir”. En efecto, aquí hay dos causas enfrentadas: la de la libertad, y la de quienes no tienen más objetivo que destruirla: los terroristas. André Glucksmann ha denunciado también cómo, en algunos países europeos, pareció triunfar el miedo a enfren- tarse a la realidad tras los terribles ataques terroristas del 11 de septiembre. Una parte de Europa, por tanto, se niega a reconocerse como Occidente y a defender con ahínco sus valores esenciales, simplemente porque no quiere recono- cer que están amenazados por un potencial de destrucción que en aquella fecha declaró la guerra universal. Quienes estaban en las Torres, personas de multitud de nacionalidades, no habían cometido más delito que ser personas que vivían en libertad. Glucksmann publica ahora otro ensayo valiente: El “discurso del odio”. Y a buen seguro volverá a granjearle incom- presiones, porque resulta insólitamente original que alguien se atreva a explicar que el Mal existe. Afirma que la “tesis mayoritaria y bienpensante es que el odio mayúsculo no existe”.Y sin embargo –vuelvo a emplear una cita de este nuevo libro- “un odio incansable, tan pronto ardiente y brutal como insidioso y glacial, amenaza al mundo”. José María Aznar La Revolución de la Libertad. 15 Aniversario 102

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ACTUALIDAD DEL NIHILISMO

André Glucksmann

Empecemos con un chiste que se remonta a la caída del Muro de Berlín: Un oficial ruso, exsoviético, interpela a su homólogo occidental y le dice: “¿Amigo, mío, qué vas a hacer a partirde ahora?” El occidental le mira asombrado; no entiende por qué se apiada de él después deuna victoria tan monumental. Así que el ruso le aclara: “Acabas de perder a tu único enemigo,es un verdadero desastre. ¿En qué vas a pensar? ¿Qué vas a hacer sin el monstruo soviéticoque yo encarnaba?”

Durante diez años, los occidentales aplicaron este chiste al pie de la letra. Ya no había ene-migos. Así que se entregaron a una vida de autismo narcisista: todo había terminado, podía-mos echarnos a dormir sin ningún miedo. La amenaza había desaparecido: no había guerra nidesastres en el horizonte. Todo había acabado.

Desde la caída del Muro hasta la de las Torres de Manhattan, se afirmó que sólo quedabanrevueltas de barrio, disputas periféricas, cosas sin importancia. Se sabía que la crueldad cam-paba a sus anchas en Afganistán, que se martirizaba a las mujeres, que se dinamitaban obrasde arte... Se sabía. O no se quería saber. Sin embargo, sí se sabía que en Ruanda, el país afri-cano, en el año de gracia de 1994, se estaba produciendo el hecho más atroz en la escala dela deshumanización. En tres meses se masacraba a toda la minoría tutsi, es decir, a un millónde personas. Un millón de mujeres, hombres y niños en tres meses equivale a diez mil al día,ejecutados con machete o a balazos por una Administración fascista cuyos representantes sesentaban en la ONU. El genocidio –planificado y organizado– tuvo lugar a campo abierto, antelos ojos de todas las cámaras de televisión del mundo. Sin embargo, el universo entero no vio,o no quiso ver nada. El general de la ONU, el canadiense Dallaire, responsable de la MINUARen Kigali, solicitó 5.000 cascos azules para detener las masacres antes de que estallaran. Kofi

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André Glucksmann es un filósofo comprometido con la causa de la libertad. Una causa que, quizá por su poder deconvicción, por su fuerza expansiva de las últimas décadas, es vista por los terroristas como una causa peligrosa quehay que destruir. Y los enemigos de la libertad, como sabemos, como ellos mismos han demostrado, están dispuestosa hacer todo el daño posible en su empeño.

Glucksmann defiende la tesis de que el terrorismo es la principal amenaza ante la que nos enfrentamos. No puedoestar más de acuerdo con él. Y en España, como en Israel, Reino Unido, Colombia y algunos países más, lo llevamosexperimentando desde hace muchos años. Defiende, también, que existe una sola civilización occidental, que compar-te valores y, por desgracia, también amenazas. Lo que le preocupa, como a muchos otros, es que una parte deOccidente esté en contra de aceptar esa realidad. Se atreve a criticar la respuesta autista que una parte de Occidenteda al desafío islamista. Y su mirada está exenta de las anteojeras ideológicas que distorsionan la realidad. Porque elterrorista –y quien le apoya, le alienta, o se sirve de él para obtener sus finalidades políticas- no es “el otro” con el quedebamos dialogar. No, frente a nosotros está el enemigo al que tenemos que derrotar.

Permítanme citar una idea de su anterior libro “Occidente contra Occidente”: “No es la guerra de Oriente contraOccidente. El enfrentamiento es entre la gente que prefiere vivir de manera civilizada y los nihilistas. Es una brechatranscultural que apareció tras la Guerra Fría. Los nihilistas están en el mundo musulmán, en Europa y en Asia, en todaspartes. No es la guerra de Oriente contra Occidente. Es la de los derechos del hombre contra el terrorismo. El enemigode Occidente es la voluntad de destruir”. En efecto, aquí hay dos causas enfrentadas: la de la libertad, y la de quienesno tienen más objetivo que destruirla: los terroristas.

André Glucksmann ha denunciado también cómo, en algunos países europeos, pareció triunfar el miedo a enfren-tarse a la realidad tras los terribles ataques terroristas del 11 de septiembre. Una parte de Europa, por tanto, se niegaa reconocerse como Occidente y a defender con ahínco sus valores esenciales, simplemente porque no quiere recono-cer que están amenazados por un potencial de destrucción que en aquella fecha declaró la guerra universal. Quienesestaban en las Torres, personas de multitud de nacionalidades, no habían cometido más delito que ser personas quevivían en libertad.

Glucksmann publica ahora otro ensayo valiente: El “discurso del odio”. Y a buen seguro volverá a granjearle incom-presiones, porque resulta insólitamente original que alguien se atreva a explicar que el Mal existe. Afirma que la “tesismayoritaria y bienpensante es que el odio mayúsculo no existe”. Y sin embargo –vuelvo a emplear una cita de este nuevolibro- “un odio incansable, tan pronto ardiente y brutal como insidioso y glacial, amenaza al mundo”.

José María Aznar

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las musulmanas bajo pena de muerte. Las no musulmanas no son más que putas. Este odiohacia todo lo occidental se extendió desde Teherán al resto de la humanidad.

Primera conclusión: la tesis del “fin de la Historia” comete un grave y peligroso error. Dosfechas de envergadura cósmica marcaron la emergencia, al margen de los antiguos bloques, dela primera generación “universalizada”, pero no universalizada por la economía, sino más bien,universalizada, esencial y profundamente, por el mismo destino geopolítico. Allende las fronte-ras, la pregunta de Hamlet impone un horizonte de desaparición ilimitada, sin vestigios. Ser ono ser.

Los seres humanos que en noviembre del 89 tenían veinte años, cultivaron la ilusión de unfinal feliz para la Historia de la humanidad. La caída del Muro de Berlín se consideró un anun-cio maravilloso de su inmortalidad colectiva. Diez años más tarde, esas mismas personas fue-ron testigos de la caída de las Torres Gemelas y se enfrentaron a la posibilidad de unApocalipsis abrupto que anuncia sólo el advenimiento de la nada. Se les arrojó a una vida singarantías de supervivencia. Tanto si intentan huir –abúlicos– de su repentina responsabilidad,como si tratan de asumirla, se descubren intrínseca, definitiva y planetariamente mortales.

¿Qué nos reveló el atentado del 11 de septiembre en Manhattan? Una capacidad de devas-tación equivalente a la de Hiroshima, la posibilidad de un desastre de similar envergadura porun precio bastante asequible, equivalente al de un apartamento de ocho habitaciones enMadrid o Nueva York; basta con hacer un curso de piloto y pagar dos años de preparativos.

En 1945, cuando la bomba A explotó sobre las Islas Japonesas (en agosto de este año seconmemora el 60 aniversario) muchos intelectuales pensaron que se trataba de una rupturaabsoluta. Sartre escribió por aquel entonces: “La comunidad poseedora de la bomba atómicaestá por encima del reino natural porque es responsable de la vida y la muerte: será precisoque cada día, cada minuto, consienta en vivir”.

A lo largo de cincuenta años, de 1945 a 2001, Europa consideró esta responsabilidad comoun asunto lejano. Hasta el 11 de septiembre de 2001, el derecho a la vida o a la muerte delgénero humano era un privilegio exclusivo de los poseedores del arma absoluta. Como disponí-an del monopolio del fin del mundo, las superpotencias se reunían, o no. Las observábamos,las fotografiábamos. Pensábamos: “sonríen, todo va bien”. O “no sonríen, ¡peligro!” Las respon-sabilidades de la comunidad humana seguían siendo oblicuas y distanciadas: habían sido dele-gadas democráticamente en ciertos países y delegadas automáticamente en países despóti-cos. Hoy en día, el monopolio de la devastación se escapa de las manos de las “grandes poten-cias”. Los estudiantes que prepararon el atentado de Manhattan vivían en Hamburgo, junto aotros estudiantes que preparaban tranquilamente sus exámenes. Y de repente, tenemos quehacernos cargo de una responsabilidad directa que afecta a todo el mundo. ¿Cuándo nosdamos cuenta de que no somos capaces de asumir la situación? ¿Qué hacer cuándo nos sin-tamos demasiado débiles ante el peligro? Según afirma Sartre en su teoría de la emoción, des-mayarnos. Ante lo ocurrido en Manhattan, una buena parte de la humanidad prefirió cerrar losojos y quiso perpetuar un sueño al que ya no tenía derecho.

En realidad, nuestra angustia es doble. No sólo se ha democratizado espantosamente lacapacidad de devastar, sino también la decisión resuelta de aniquilar por parte de ciertos mili-tares fanáticos. Imagínense a esa pobre mujer que limpia las escaleras del World Trade Centery de repente ve esos aviones que se abalanzan sobre ella. Imagínense, por ejemplo, que se

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Annan no se enteró de nada. Las grandes potencias hicieron oídos sordos. Durante tres meses,el genocidio de los tutsis se cobró 1O.OOO víctimas por día. ¡Esa era nuestra paz! ¡Aquello erael “fin de la Historia”! ¡Ya no teníamos enemigos!

El 11 de septiembre de 2001, el atentado de Manhattan sacudió brutalmente a las concien-cias adormecidas. Descubrimos que el único fin de la Historia realmente factible no era másque el fin catastrófico de la humanidad. Una persona capaz de estrellar el avión en el que élmismo va contra las torres de Nueva York, también es capaz de estrellarlo contra una centralnuclear y causar unos estragos tales que dejarían pequeño a Hiroshima. De repente, el mundooccidental despertó, tembló y se dijo : “Todavía tengo enemigos”. El chiste soviético había deja-do de ser verdad.

Los norteamericanos no sólo descubrieron que debían hacer frente a estos temibles depre-dadores (que bautizaron en bloque como “terroristas”, con la intención de dibujar un panoramamás claro), descubrieron además, y lo que resulta más sorprendente, que para una buena partedel planeta el enemigo público número uno eran precisamente ellos. Comentarios, encuestas yreportajes sobre lo que acontece al otro lado del Atlántico confluyen en la pregunta del millón:“¿Por qué nos odia tanta gente? ¿Por qué despertamos tanto odio? ¿Qué hemos hecho?” Porsu parte, los europeos apenas se plantean esa pregunta, la evitan, se sienten culpables... Elodio contra los americanos es un odio anti-occidental. Y que yo sepa, hasta nueva orden, loseuropeos forman parte de ese mundo occidental.

Durante un tiempo, Francia prefirió quedarse al margen, ya que pensaba que su rechazo a laintervención de Iraq le garantizaría inmunidad y seguridad. Por eso, cuando los periodistas fran-ceses fueron secuestrados, el Gobierno galo se quedó estupefacto ante semejante ingratitud ydirigió el siguiente mensaje a los terroristas: “Se están ustedes equivocando. Nosotros somoslos buenos, no tenemos nada que ver con los americanos”. Una periodista francesa, FlorenceAubenas, permaneció secuestrada durante 157 días. ¡Qué desagradecidos! El Gobierno francéstendrá que pagar los rescates como el resto. Como los italianos, por ejemplo, que sí “tienenque ver” con los americanos y consiguieron liberar a periodistas y cooperantes en misioneshumanitarias. A los franceses les ha costado comprender que los secuestradores no atiendena ese tipo de detalles.

Los españoles han vivido una experiencia similar. Y todavía más cruel. Después de la matan-za de Atocha y la retirada de las tropas de Iraq, muchos españoles pensaron que los terroris-tas islamistas no volverían a atacarles. Tiempo después, descubrieron nuevos planes parahacer volar por los aires la Audiencia Nacional de Madrid. El califato que reivindicaron los isla-mistas no tuvo que ver con su participación en Iraq, sino con la recuperación de Andalucía comotierra del Islam, etc. El chantaje es infinito. No puede limitarse el daño encogiéndose de hom-bros y practicando la política del avestruz. Se trata de un odio anti-occidental, un odio anti-ame-ricano, anti-judío y contra la mujer.

Cuando, en 1978, Jomeini puso en marcha su “revolución islámica”, nombró con todas lasletras a sus tres grandes enemigos: el gran Satán americano, los judíos y las mujeres. El hom-bre fue considerado un pobre atávico, y su revolución, mero folclore local: no era más que unahistoria iraní. En realidad, fue el factor que aglutinó a las dos grandes ideologías asesinas, elcomunismo y el nazismo. Se lanzan a matar universalmente en su nombre. En Argelia degolla-ron a un grupo de alumnas de secundaria que se negaron a utilizar en velo. Algo parecido suce-dió en Afganistán y en Pakistán. El velo se convirtió en un uniforme mundial impuesto a todas

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nadie sea testigo de sus fechorías. Unos meses antes, la ciudad de Grozny (4OO.OOO habi-tantes) fue arrasada completamente. Algunas veces viajaba a pie junto a la resistencia che-chena y otras iba en los coches oficiales de la policía secreta rusa (FSB). Los coroneles ven-den sus servicios al mejor postor, transportan armas y, en ocasiones, heridos por un puñadode dólares. Mi viaje, que cubrió unos 100 kilómetros, me costó 800 dólares. Mi chófer eracoronel, rondaba los cuarenta años, iba relajado, vestido de paisano, en mangas de camisa.En su 4x4 sonaban sin cesar los Rolling Stones. En la muñeca llevaba una pulsera doradacon la siguiente leyenda: “Get what you want” (Consigue todo lo que quieras), reveladorainversión de un conocido estribillo de Mick Jagger: “You can’t always get what you want” (Nosiempre puedes conseguir todo lo que quieres). Y es que el ejército ruso hace lo que le dala gana con la población chechena. Secuestra jóvenes (y no tan jóvenes), chicos y chicas,para revenderlos a las familias. El precio varía en función de las torturas a las que haya sidosometido y del estado del prisionero. Un cadáver es más barato que un rehén vivo. Los sol-dados venden sus armas, los altos cargos trafican a gran escala, los dignatarios se embol-san el dinero desbloqueado para la reconstrucción. El hombre de uniforme no cree en nada.Se trata de un ejército nihilista, que se considera autorizado para llevar a cabo todas lastransgresiones, homicidios, violaciones colectivas y públicas, saqueos, etc. Sin remordimien-tos ni escrúpulos. Nadie lo juzga. Ni el Kremlin, ni Occidente, ni la ONU. Porque el mal noexiste, todo vale.

Una última pincelada para el retrato del nihilista moderno. Esta anécdota me la contó unamigo mío, el escritor Hans Christoph Buch. Mientras realizaba un reportaje en Liberia, tuvo oca-sión de hablar con un niño de diez años que llevaba un Kalachnikov más grande que él. Le pre-guntó: “¿No te da miedo matar con eso a tus hermanos o a tus padres”, y el niño le contestósin titubear: “¿Y por qué no?”

¿Qué tienen en común un nazi, un comunista, un islamista, un ultra nacionalista al estiloruso en Chechenia y un niño-soldado? La intuición común de que ‘todo vale’. Los ideales son,sin embargo, muy diferentes. El nazi proclama la raza eterna, el comunista la clase universal yla victoria del socialismo, el islamista la victoria de la fe, el nacionalista su país por encima decualquier otra cosa, mientras que el soldado ruso está inmerso en un combate supuestamen-te “antiterrorista”. Estas promesas de un futuro mejor no son más que coartadas de una cruel-dad que se manifiesta plenamente en el modus operandi propio de las S.S.: de la “calavera”,sinónimo de muerte, al “hombre de hierro” estaliniano, a la bomba humana islamista, al exter-minador nacionalista. Las grandes ideologías que han ensangrentando el siglo XX gravitan sobreel “todo vale” nihilista.

El nihilista se viste con ropajes nazis o comunistas. Puede llevar un turbante islamista o ununiforme ruso. A veces se ve sumido en movimientos de resistencia legítima. Los chechenosse oponen a la opresión colonial, pero entre ellos hay asesinos nihilistas que secuestran a losespectadores de un teatro en Moscú o a los niños de una escuela en Beslán. El hecho de quelos rusos hayan matado a 40.000 niños en Chechenia no justifica el secuestro de cientos deescolares. No hay ninguna excusa, incluso después de saber que la mayoría de los muertos,tanto en el teatro como en la escuela, fueron víctimas de los salvajes asaltos de las fuerzas deseguridad federales.

El nihilismo atenaza al mundo como una verdad flotante que trasciende la división de los blo-ques y la especificidad de las circunstancias. No ha sido necesario ver el Islam, ni el comunis-mo, ni el nazismo para explicitar las estrategias apocalípticas del odio absoluto. La hostilidad

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encuentra frente a frente con el pirata, Mohammed Atta. Imagínense que ella le pregunta: “¿Porqué?, ¿Por qué yo? ¿Por qué aquí? ¿Qué hemos hecho nosotros?” . ¿Qué le respondería Atta?“No hay ningún porqué”. Ésa es exactamente la misma respuesta que el guardián de las SSde Auschwitz le dio a Primo Levi cuando éste le preguntó: “¿Por qué? ¡No hay ningún porqué!”Cualquiera puede ser condenado por ninguna razón, como las 60 variedades humanas, negros,asiáticos, blancos, españoles, portugueses, franceses, americanos, ricos y pobres, mujeres yhombres, todos prisioneros de torres incendiadas, asesinados simplemente por el hecho deestar ahí. El judío es gaseado por el simple hecho de haber nacido judío, y el tutsi es “macha-cado” por haber nacido tutsi. Esta resolución de matar sin importar a quién, el hecho de queel asesino pueda pensar que “todo vale”, ahí es donde reside el axioma demoníaco. El aten-tado de Manhattan conjuga la capacidad física de Hiroshima y la capacidad mental deAuschwitz.

Recapitulemos. Ha desaparecido el enemigo tradicional, el que formaba un “Bloque” al esti-lo de la Unión Soviética. Nuestros enemigos se nos revelan fluctuantes, difusos y repartidos porel mundo. Se presentan disimuladamente, son difíciles de distinguir y fáciles de eludir paraquien se obstina en no verlos. Por consiguiente, a los que desean permanecer adormilados lesresulta más fácil explicar que el enemigo no existe y que todo el asunto no es más que unainvención imperialista. Si caen las Torres Gemelas, hay que culpar a las víctimas, no a los ver-dugos. La arrogancia americana es la culpable de todo.

Eso es tanto como decir que hay que repensar la noción de enemigo. O mejor dicho, para nocaer en el maniqueísmo, que detrás de los enemigos múltiples, móviles, siempre cambiantes,se encuentra “la adversidad” como tal. El bloque comunista ya no existe, aunque sigan subsis-tiendo algunas dictaduras comunistas. Tampoco existe un bloque islamista. Aunque haya uncierto número de despotismos que invocan el Islam, lo cierto es que no todos los musulmanesson islamistas y que en ningún caso forman un bloque. Tendremos que hacer un gran esfuerzopara concebir esta nueva adversidad.

Por eso les propongo el concepto de nihilismo para caracterizar el odio que anima a un terro-rista a suicidarse en una bomba voladora, o a asesinar masivamente a civiles en las calles olas estaciones. Llamo nihilista a esa capacidad de odio, no importa contra quién, esa capaci-dad de aterrorizar arbitraria, pero deliberada, hacia todo lo que le rodea, de sacrificarse por con-seguir una obra maestra mortal. Los asesinos nihilistas no sólo son prisioneros de ideas fal-sas o de ideales devastadores. Fijémonos en el Doctor Khan, inventor de la bomba atómicapakistaní y sunita islamista. No sólo ha trabajado para la causa, sino que ha reconocido habercomerciado con el mundo entero. Ha armado a Corea el Norte, país marxista-leninista, pero tam-bién ha abastecido al Brasil y la Argentina fascistas, a la Libia de Gadafi y al Irán chiita. Para élno existen ni fronteras morales, ni fronteras ideológicas, ni fronteras geográficas.

Pero no vayamos a creer que el nihilismo exterminador es fruto espontáneo de la miseria yla humillación. Esta pseudo-explicación, que nos ofrecen hasta la náusea, es un insulto paralos más pobres, para los humillados, para la mayoría de la población mundial que apenas tienepara comer, que vive instalada en la pobreza más extrema. Las bombas humanas se reclutanen otros parajes. El nihilismo no es un efecto, sino una causa. El nihilista es un estratega. Unono nace terrorista, se hace.

Esta deriva criminal no es monopolio exclusivo del Islam. En los meses de junio y julio delaño 2000 realicé un viaje clandestino a Chechenia, porque el Gobierno ruso no quiere que

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es la mejor prueba de un triple contrato antifascista, anticomunista y anticolonial. El conoci-miento del Bien es relativo, pero la percepción de las crueldades existe en todas las latitudes.El mal atraviesa las fronteras nacionales o ideológicas. Trasciende las motivaciones religiosaso culturales, que se convierten en meras coartadas movibles. Y se muestra en toda su crude-za nihilista.

El nihilismo y su “todo vale” se han erigido en enemigos mortales de las civilizaciones. Sucapacidad de devastación no se basa en el relativismo, sino en la negación y en la destrucción;su esencia no se apoya en la afirmación banal de que los valores supremos se han eclipsado,sino en la voluntad deliberada de ocultar la experiencia universal de las infamias, de los males,de la corrupción y de la crueldad: si no hay maldad, todo vale: las torturas, las humillaciones,los campos de concentración, las masacres genocidas. El terrorismo del siglo XX se alimentadel adagio que entonó Maquiavelo en el siglo XVI: “Está mal hablar mal del mal”. El combatede la civilización va más allá de unos meros programas policíacos o militares antiterroristas, lalucha contra el nihilismo nos exige a todos tener el valor de abrir los ojos, el deseo de llamara las cosas por su nombre, desenmascarando así al mal tal y como es, teniendo la audacia deresistir a la amenaza de una aniquilación radical tanto de los demás como de nosotros mismos.Manhattan y Atocha son los símbolos del terrorismo globalizado.

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o la rivalidad son algo normal en los seres humanos. Pero el odio no intenta corregir al otro, nicontrolarlo, ni dominarlo. Su objetivo es suprimirlo.

Séneca, preceptor de Nerón y gran escritor ibérico, describió perfectamente la unicidad dela bomba humana y la inversión subjetiva que precede a la implosión. ¿Cómo cultivar la rabia?:como lo hizo Medea. Medea, la esposa de Jasón traiciona a su familia por amor a él y le ayudaa conquistar el trono. Hasta este momento se puede decir que es una mujer apasionada, nouna nihilista. Pero Jasón la engaña, la repudia, se casa con una joven princesa y Medea enfu-rece, se auto-sataniza, proclama la muerte del mundo entero y la suya propia. Su sirvienta leaconseja ser más astuta: ‘Tienes hijos, intenta obtener un exilio dorado, un buen divorcio’.Pero ella se niega: ni por sus hijos ni por nada en el mundo. Primera época: ahondo en midolor, derramo sal sobre mis heridas. Segunda etapa: la furia. Nada puede detenerme. Marxdecía que ‘lo único que puede perder el proletario son sus cadenas’. Pero Marx se equivoca-ba. Los verdaderos proletarios tienen mucho que perder: sus hijos, sus casas, sus salarios,la vida. Medea, al igual que el proletario con el que soñaba Marx, decide romper amarras. Yconstruye la mayor de las furias. Tercera etapa: el tiempo del Apocalipsis. Lanza su dolor y sufuria contra los demás, sin orden ni concierto, sobre todo el resto del mundo. Prende fuego alpalacio y a la ciudad. Asesina a sus hijos delante de su padre. Tres etapas que demuestranel grado de entrega personal que exige la construcción de una bomba humana. Un trabajosobre sí mismo que podemos encontrar en el asesino nazi, bolchevique, genocida de tutsis.Un deseo de muerte que el hombre sabe cómo hacer fructificar de forma individual o colecti-va. Una amenaza permanente que ni la economía ni los buenos pensamientos son capacesde frenar. Para controlarla es necesario denunciarla y no dejar que salga de la cáscara. Perocuando se pone en acción hay que saber bloquearla mediante otros actos, unas veces policí-acos y otras militares.

Frente a este paso a la condición autodestructiva, frente al nihilismo está el trabajo de lacivilización. No crean que es obra de los sabios ni de los conformistas. Si la tranquilidad quevive ahora Europa es la envidia del mundo, si Occidente ha resistido a las locuras asesinas deOccidente, se debe a los esfuerzos de gentes valientes y anónimas. También hay sindicalistasrebeldes cuyos nombres son mundialmente conocidos, sacerdotes convertidos en Papas, pri-sioneros políticos elegidos presidentes. Pero sobre todo está esa masa de desconocidos queson la sal de la tierra. Desde las sublevaciones aplastadas en Berlín en 1953 en la Stalin Alleea Poznan y Budapest en 1956, a la Primavera de Praga en 1968, a la victoria de Solidaridad enPolonia y la caída del Muro de Berlín, los rebeldes “sin poder” han reunificado el continente. Yrecientemente el viento de la libertad ha soplado en Georgia y en Ucrania, en Europa, aunqueésta no se ha dado mucha cuenta. Se ha contagiado al Líbano, y allí Siria, proveedora de terror,ya no campa por sus respetos. Desactiva el riesgo de aniquilamiento nihilista, ya sea por lasalturas –amenaza atómica– o por abajo –terrorismo callejero–.

Se habla mucho del “relativismo moral”, de la pérdida de valores, del Bien y del Mal. Es cier-to que es muy difícil definir el Bien. ¿Acaso el infierno no está empedrado de buenas intencio-nes? No es nada nuevo. La crisis de valores, las discusiones sobre el Bien, lo Verdadero, loBello se remontan a la Grecia antigua. La civilización occidental ha asesinado en masa en nom-bre del Bien, y en su nombre ha estado a punto de desaparecer. Cuando se unificó, no lo hizosobre una idea común del Bien, imposible de concebir sin guerras, sino sobre la prueba de laexistencia del Mal. El nihilista no niega el Bien, niega la existencia del Mal. El nihilista no ve elMal. Por el contrario, la civilización se ha construido sobre la percepción de un cierto númerode males. La capacidad de encarar el mal define a la civilización occidental. La Unión Europea

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