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N U E V A E D I C I Ó N I L U S T R A B A

O B R A S

D E

1M

<3T

C O N U N  PROLOGO

D E

Juan de Dios Peza

  4

B A R C E L O N A

C a s a E d i t o r i a l M a u c c i . — C o n s e j o d e C i e n t o , 29 6

Buenos-Ayres % México

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1 .

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  D e l R e l o x , 1

Maucci Herma nos £ Maucci He-ma nos

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P^*»)  ODO  se vá , todo se muere. A medida que se avan

te^) za en el cam ino del m un do , se van dejand o pe-,

' '$ dazo s del corazón sobre la fosa de cad a un o de

de los seres queridos que nos abandonan para s iempre.

H oy es un triste aniversario para las letras nac iona les:

hace veint icuatro años—¡parece que fué ayerl—que el poe

ta más inspirado de la generación de entonces, puso f in á-

sus días cegado por no sabem os qué internas y pavorosas

sombras.

V ivíam os él y yo tan l igados, fuim os tan ínt im os ami

gos,

  qu e pu ed o asegurar, sin jactan cia, que poc os le estu

diaron com o y o tan de cerca, por lo cual juzgo u n deber

narrarlo sobre su vid a y sobre su mu erte , en esta trist ísi

m a fecha, no sólo porq ue á través de los año s se ha adul

terado su historia , s ino tam bié n porque mu ch os se intere-

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. VI

san cua nd o lee n sus versos en saber con toda la verda d

posible cóm o era, có m o vivió y có m o m urió el infortuna

do poeta.

Así es que refund iendo ant iguos apu ntam ientos , enla

zando recuerdos que todavía están frescos en mi memoria,

y juzgando con ma yor experienc ia lo que en aquel la épo

ca no pude apreciar, encuentro ocasión oportuna para es

cribir un artículo en qu e ha n de cam pear la verdad y la

justicia.

M anu el A cu ña nació en el S alt i l lo , capital del Es tad o

de Coahu ila, el año 1849, y vin o de catorce año s, ó poco

m en os, á esta ciudad de M éxico , entrando com o alu m no

inter no en el colegio de S. Ildefon so. H ac e él t iernisim a re

ferencia á su salida de la tierra de su padre;

«Sus brazos me estrecharon

Y después á los pál idos reflejos

Del sol que en el crepúsculo se hundía,

Sólo v i una ciudad que se perdía

Con mi cuna y mis padres á lo lejos»

Cursó con notorio talen to los añ os de latinid ad, m ate

máticas y f i losofía y pasó á esa histórica Escuela de Medi

cin a de do nd e han sal ido tanta s lum brer as de las letras y

de las ciencias.

Lo recuerdo como si lo viera en la víspera de su fin trá

gico.  De lgad o de con textur a, co n la frente l im pia y tersa

sobre la cual se alzaba rebelde el obscuro cabe l lo ech ado

hac ia atrás y que parecía no tene r otro pe ine que la m a

no indolente que sol ía mesarlo; cejas arqueadas, espesas y

negras, ojos grand es y sal ien tes com o si se escaparan de

las órbitas; nariz pe qu eñ a y afilada; boc a chic a, de lab io

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inferior grueso y caído, ornada por un bigote recortado en

los extrem os; barba aguzada y con hoyu elos; s iemp re ves

t ido con levita obscura de largos faldones, rápido en el an

dar y algo dificultoso en su palabra.

Triste en el fond o pero jovia l y pun zan te en sus frases,

sensible com o un niño y leal com o un caballero ant iguo;

le atormentaban los dolores ajenos y nadie era más activo

que él para visi tar y atender al amigo enfermo y pobre.

V ivía en el corredor bajo del seg un do patio de la Es

cuela de M edicina, en el cuarto núm ero 13, e l m ism o

cuarto qu e ocu pó Ju an Díaz Covarrubias y del cua l sal ió

para ser infamemente fusi lado en Tacubaya el 11 de

Abri l de 185 9.— Ac uña tenía s iemp re en su derredor u n

cortejo de am igos que lo am áb am os sin doblez, sin renci

l las ,  s in env idia de su genio , s in censurar sus extravagan

cias,  evi tándo le todos los disgustos y s iend o los primeros

en aplaudir sus obras. D e ese cortejo ha n mu erto A gu stín

F. Cuenca, Gerardo M. Si lva, y viven, Javier Santa María,

Ju an B. Garza, Gregorio Oribe, Fr an cisc o Ortiz, M igu el

Porti l lo, A nto nio Coel lar y Ar gom aniz, Ju an de D ios Vi-

Halón y V ice nte M orales qu e ha sido Secretario de nu es

tras Legaciones en Washington y en ItaHa.

Nosotros habíamos presenciado de cerca los trabajos de

aque l ado lescen te sub lime ; con las lágrim as en los ojos le

vimos sal ir á la escena en medio de aplausos atronadores,

cond ucido por el em inen te José Valero y por Salvadora

Cairón, en la no ch e del Dstreno de su dr am a

  El Pasado;

temblando de gozo le admiramos cuando hizo en unos fu

nerales estrem ecerse á los viejos y sabios ma estros di

ciendo:

«La muerte no es la nada

Sino para la chispa transitoria

Cuya Luz ignorada

Pasa s in a lcanzar una mirada

De la pupila augusta de la historia.»

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O cuan do con su brindis t i tulado «U n rasgo d e bu en

humor» hizo que lo miraran sonriendo aquellos sabios se

veros que se l lamaron Río de la Loza, Vertiz y Barreda.

No sotros recog íamo s con cuid ado fraternal cada perió

dico en que aparecían su s verso s, gua rdá bam os los párra

fos en que lo elogiaban y nos sentíamos fel ices con mirar

le recibir cartas de su hogar lejan o, y d esp ué s de leerlas,

besar la f irma de su madre diciendo: «¡Hace muchos años

qu e no la veo Pobrecital Y a sólo m e cono ce en retrato.»

Esa ausencia lo mataba. Leed su p oesía «En tonces y

hoy,» escrita con las lágrimas más t iernas del fondo de su

pecho y veréis que es una verdad la que os digo.

E l v iernes 5 de Diciemb re; de 1873, and uv imo s juntos

desde la mañana y nos fuimos por la tarde á la Alameda.

E l vien to arrancaba las hoja s am aril lentas de los fresnos

y de los chopos que al caer bajo los pies del poeta atraían

sus miradas de mayor tristeza.

«Mira—m e di jo m ostrán dom e un a de esas hojas que

aún guardo seca por haber señalado con el la un capí tulo

del l ibro que le íam os aqu el la tarde;—Les feui l les d' Au -

tomne» de Víctor Hugo—mira: una ráfaga helada la arre

bató del tronco antes de t iempol

All í me recitó la poesía «El Génesis de mi vida» que al

guien extrajo de sus papeles el día de su muerte. Era una

poesía l ind ís im a de la cual vag am en te recuerdo un o qu e

otro verso. Ya sentados en una banca de piedra me dijo:

«Escribe» y m e dictó el son eto «A un arroyo» po nién do

m e desp ués de su pu ño y letra un a cariñosa dedicatoria.

Es te soneto es e l úl t im o que escribió; m uc ho s creen que

el «Nocturno» es su obra postrera, pero su s am igos no s

sab íam os de m em oria esos versos desd e tres m es es a'ntes

de aquel día á que me refiero.

A propó sito del «Nocturno» haré un a digresión intere

sante. Una mañana estando en Sal t i l lo , sa l imos muy tem

prano Jesús M. Rábago y yo , pue s íbam os de exp edic ión

fuera de la ciudad . La parroquia dá su e spalda al Orien-

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te ,

  así es que el sol se alzaba detrás de la torre y enfrente,

rum bo al Ocaso, se ext ie nd e un a cal le en que A cu ña vi

vió cu and o era niñ o. A l f ijarse e n esto m e dijo Rá bag o:

Ve a V . cóm o es verdad aque l lo de:

i

«El so l de la mañana

detrás del campanario,

y abierta allá á lo lejos

la puerta del hogar.»

Pero reanudemos el hi lo de los acontecimientos .

Ab an don am os la A lam ed a á la hora del crepúscu lo , lo

dejó en la pue rta de un a casa de la cal le de Sa nta Isa be l

y me dijo al despedirnos:

—Mañana á la una en punto te espero s in fa l ta .

—En punto?—le pregunté .

—Si tardas un minuto más. . .

—Qué sucederá?

—Que me iré s in verte .

—Te irás adonde?

—Estoy de viaje. . . s í . . . de viaje. . . lo sabrás después.

Estas úl t imas palabras cayeron sobre mi a lma como go

tas de fuego. Quise preg untar le m ás; pero él se m etió en

aqu ella casa y yo m e f ai triste y m alhu m ora do co m o si

hubiera recibido una not icia infausta .

Y o sólo sabía que aque l g igantesco espíri tu estaba en

fermo y temía una crisis .

Ac uñ a l legó a lgo tarde á la Esc uela en aquel la noche;

rompió y quemó muchos papeles que tenia guardados; es

cribió varias cartas l istadas de negro, una para su ausente

madre, otra para Antonio Coel lar, otra para Gerardo Si lva

y dos para unas amigas ínt imas. Dicen que a l día s iguien

te se levan tó tarde, arregló su ha bita ción , se fué des pu és

al baño, volvió á su cuarto á las doce, y sin du da en esos

m om entos , con m an o segura y f irme escribió las s iguien

tes l íneas:

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«Lo de m en os era entrar en detal les sobre la causa de

m i m uerte, pero no creo que le imp orte á n ingu no ; basta

con saber que nadie m ás que yo m ism o es e l culpa ble—

Diciembre 6 de de 1873.—Manuel Acuña»

Salió des pué s á los corredores, estuv o cony ersan do de

asun tos indiferen tes, y cerca de las doce y me dia volvió á

meterse á su cuarto.

Fác i l es presum ir lo que suced ió enton ces . Y o l legué á

visi tarlo á la un a y minu tos , porque un am igo me detu vo

en la puerta de la Escuela . Encontré sobre la mesa de no

che una buj ía encen dida y á Acuñ a tendido en su cam a

oon la expresión natural del que duerme.

Toq ué su frente guiado por extrañ o prese nt im iento y

la encon tré t ibia; alcé en u no d e sus ojos u n párpado y la

exp resió n de la pu pila m e aterró; v olví en ton ces con so

bresalto el rostro hac ia la m esa de no ch e y m e enco ntré

en el la, jun to á la vela, un vaso en que se apoyaba el pa

pel que antes he copiado. Me incl iné para leerlo y un acre

olor de alm end ras am argas m e descorrió el velo de aque l

misterio.

Aturdido, loco , l lam é á los enton ces estudiantes y ho y

médicos Vargas, Vil lamil y Oribe, que vivían en el cuarto

de jun to. Oribe se pre cipitó sobre el ca dáver que riend o

volverlo á la vida y le hizo un a insuflación de boca á bo

ca,

  á t iem po qu e Vargas mov ía el tórax para prod ucir la

respiración artificial.

Tod o fué en van o. Oribe cayó presa de un vértigo into

xica do por el olor del cianuro , pu es Acu ña hab ía apurado

cerca de dos dracmas de esta substancia.

La fatal not icia c irculó instan táne am ente en la Escu e

la .  E l prefecto d el establecim iento , Dr. Ma nuel Do m ín

guez, los m éd icos y los alu m no s que á esa hora estab an

allí , acud ieron al lugar del siniestro y rival izaron en em

pe ño y ac tividad para tratar de devolverle la vida [ la vid a

que una hora antes le había abandonado

Llegó á pocos m om en tos m i amigo Fran cisco Sosa, y á

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X I

las cuatro de la tarde el Sr. Gaxiola, Juez en turno, que

dictó las m ed ida s oportun as, con ced iend o que fuera en la

Escuela de Medicina y no •  en e l H ospi ta l de Sa n Pab lo

donde se hiciera la autopsia del cadáver.

Los miembros todos de la «Bohemia l i teraria» visi taron

por la tarde al poe ta m uer to, que al anoc hec er fué coloca

do en la excapil la de la Escuela.

Alejandro Casarin acom pañ ado del in olv idab le Alam i

n a,

  sacó en yeso blan do la m ascari l la del rostro, para ha

cer un busto y trazó á lápiz un magnifico retrato.

El cadáver estuvo constantemente velado por los a lum

nos de la Esc uela , qu ien es lo inye ctaro n á todo costo y

con todas las reglas de la ciencia.

E l m iércoles, diez, fué el entierro, que tuv o u na po m pa y

un a majestad inusi tadas. A las nue ve de la m añ an a u n

inmenso gent ío l lenaba la plazuela de Santo Domingo, en

tanto que en el interior de la Es cu ela de M edicin a se

agrupaban los representantes de las sociedades científ icas,

literarias y de obreros.

Los hom bres m ás notables , los profesores m ás dist in

guido s, estaban al l í dispu estos á acom pañ ar al infortuna

do soñador de veinticuatro años. El ^ran Ignacio Ramírez

había dicho al saber la muerte de Acuña: «Es una estrel la

que se apaga.» Altamirano que lo dist inguía y mimaba co

m o á un hijo, hab lase sen tido enfer m o de pesar con la

triste no ticia, y el sab io Río de la Loza á pesar de su s

arraigadas con vicc ione s rel igiosas, ordenó com o director

de la Esc uela, que no se om itieran gastos para enterrar á

Acuña como lo exig ía su ta lento .

Para no mu ti lar aqu el cadáver que rido, se extrajo del

estómago el veneno con una bomba exofagiana, y después

lo inyectaron cuidad osam ente los m ás intel igen tes a lum

nos.

  Dura nte el t iem po que estu vo tend ido y exp ues to a l

púb lico en la ex cap il la de la Esc uela, se recibier on m ul

t i tud de coronas y de ram il letes rem itidos por corporacio

nes y adm iradores particulares. Sea por el efecto del em -

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xn

balsamiento, sea porque los tej idos se estrecharon por la

rigidez, el hecho es que de los cerrados ojos del poeta es

tuviero n brotando lágrim as c ons tante m ente : lloraba, co

mo lo había dicho en una estrofa:

«¡Cómo deben l lorar en la últ ima hora

Los inmóvi les párpados de un muerto »

A las diez los am igos ínt im os de A cuñ a cargamos en

hom bros su cadáver y sa l imos de la Esc uela en m ed io de

un s i lencio y de una consternación profunda.

Detrá s de nosotros iba n los com isiona do s de las Socie

dad es Literarias pre sidiend o las del «Liceo H idalgo ,» la

«Concordia» y el «Porvenir;» de las científicas pr esid idas

por la de Geografía y Estad íst ica y la Fi loiátrica, un a di

putación del Gran Círculo de Obreros y después todos los

inv itado s. Por detrás iba el carro fúneb re m ás elegan te de

la capital l leva nd o en su rem ate un a l ira de oro con las

cuerdas rotas y sobre ella la corona alcanzada por el poeta

en el estreno de su drama.

E n pos del carro fúneb re iban m ás de cien carruajes

particulares.

E l cortejo recorrió las calles de la Cerca de Üanto Do

mingo, Esclavo, Manrique, San José el Real , San Francis

co,

  San Juan de Letrán y H osp i ta l Real , con t inuan do en

l inea recta hasta el cementerio del Campo Florido.

All í , bajo un cobertizo de madera en donde se puso una

tribuna se le tributaron los últ imos honores.

Los alum no s M anue l Ro cha, Porfirio Parra y Fr anc isco

Frías y Cam acho hablaron en nom bre de la Socied ad Fi

lo iátrica y Gustavo Baz en nombre del Liceo Hidalgo. En

seguida ocupó la tr ibuna Justo Sierra.—Acuña quería con

profunda ternura á Justo , le miraba com o á her m ano sa

bio y erud ito y la aparición de éste en aqu ellos ins tan tes

causó inmensa sensación en todos los presentes .

Dice Franz Cosmes en una crónica de entonces , a l ha

blar de Justo Sierra, lo siguiente:

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xni

Sólo los qu e ha yan oido a lguna vez esa palabra pode

rosa, hija de u n cerebro de luz y de ú n corazón de fueg o,

podrán concebir hasta dond e se rem ontó esa im agin ació n

audaz, l lorando sobre el cadáver de su her m ano . N o era

u n dolor co m ún el que exp resab a, era el grito de desesp e

ración de la hu m an ida d por la pérdida de un o de sus

apóstoles, el sol lozo trém ulo de la poesía por la m uer te de

uno de sus hijos.»

«El só lo pu do comprend er esas aspiraciones s in l ím ites

del poeta que en un mundo raquít ico se ahogaba.»

En efecto, sólo Sierra condensó la vida del poeta en ad

mirables versos captándose la respetuosa venera ción del

auditorio desde que comenzó diciendo:

«Palmas, triunfos, laureles, dulce aurora

D e un porve nir feliz, todo en. un a hora

De soledad y hastío,

Cambiaste por el triste

Derecho de morir , hermano mío »

Hablaron después en nombre de la sociedad «El Porve

nir» los señores Ram írez de Ar el lano y Fr anc isco de A .

Lerdo; luego el inspirado José R osas M oreno leyó un a

poesía herm osís ima; ocuparon la tr ibuna Ed uardo E . Za

rate y Jos é Rafae l Alvarez por la So cied ad Literaria «La

Concordia;» Ped ro Porrez, Vic en te Fu en tes , Alberto del

Frago que leyó uno s versos de José María Valen zuela y

Becerri l , José Carri llo, Ju l ián Mon tiel y el ú lt im o el que

estas l íneas escribe.

H ab lé en nom bre de los am igos ínt im os de M anuel : te

nia yo entonces veint iún años y hablé l lorando. . .

A las doce del día el prim er pu ña do de t ierra cayó so

bre el ataúd, la piqueta del sepulturero resonó huecamen

te en aquel s i t io y todos nos separamos conmovidos.

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xrv

«¡Ayl de aquel la mañana á esta mañana,

de aquel sol á este sol.

como dice el poeta, han corrido fugaces veinticuatro años.

De bajo de la t ierra en que ya ha n brotado f lores nue

vas ,  ocu ltos por u n m an to de fresco césped sobre el cual

arrastra el vien to las hojas secas, du rm ien do están para

no despertar nunca, muchos dé los maestros , de los ami

gos y de los compañeros del poeta: Ignacio Ramírez, Igna

cio M. Altam irano , V ice nte R iva P alacio, F lores, Rosas,

M oreno, Fra ncisc o Lerdo, Plaza, Alam il la, M anu el Oca-

ranza, pero sería larga é inte rm ina ble la l ista de los que

han bajado á la eterna sombra.

Los versos de Ac uñ a han recorrido todos los do m inios

de la leng ua castel lana y en todas partes los adm iran y

los repiten , pu es entre el los ha y m uc ho s que bastan para

revelar su genio.

A cu ña fué víc tim a del has tío, de la nostalgia moral , de

esa enfer m eda d sin no m br e que m arch ita las f lores del

a lm a cuand o apen as están en capul lo . E n sus úl t im os

días viv ía de un a m ane ra extraña: sus vigi l ias eran cons

tantes; leía y escribía ha sta el am anece r; gustab a de to

m ar un café espeso, al qu e l lam aba M anu el Flore s «el

néctar negro de los sue ños blancos» y aparentab a un a jo

vial idad que servía de antifaz á su secreta tristeza.

S u trágica m uer te es el resultado de un estravío cere

bral: na die aparece com o causa de el la y so n consejas tri

viales las que corren en boca del vulgo.

E n el Sal t i llo ha n honra do su m em oria constru yend o

u n precioso teatro que l leva su no m br e y que t iene el pa

tio en forma de lira.

E n M éxico , debido a l constante em pe ño de a lgunos de

sus amigos especia lmente de Luis A. Escanden y de Aga-

pi to Si lva , se le construyó un mo nu m en to qne en esta fe

cha está con cluid o ya en el cem ente rio de Dolores, á don-

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X V

de ha n s ido con orden de la A utoridad trasladados sus

restos.

Dicen que a l exhumar los restos en la mañana del vein

t inu eve de N oviem bre , encontraron intacta la ropa, cu

brien do los hue sos; ten ía todo el cabe l lo qu e cayó de l crá

ne o al prim er im pu lso del aire, y el Dr. Ab el F . Gon zález

le encon tró en la bolsa del ch aleco u na p eseta del año

de 1830.

Ac uñ a «si tan prem aturam ente no se roba á su propia

gloria» com o m e dice ha blan do de él el inspirad o Nú ñez

de Arce, sería h oy un a de las m ás altas per sona lidade s l i

terarias de M éxico . Las com posic iones qu e dejó escritas

revelan todo lo que pud o llegar á ser: el des tino apagó la

l lam a de su vida, pero no logrará extin gu ir su impe rece

dera memoria .

M é x i c o , 1 8 9 7

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E N S U I N S T A L A C I Ó N

¿ H a s t a c u á n d o l l e g a r á e l d í a e n q u e s e a p r e c i e

m á s s i h o m b r e q u e e n s e ñ a q u e a l h o m b r e q u e m a t a ?

31 .  Ocampo.

Sombras gigantes de Scipión y Ciro,

De César y Alejandro,

Nos os a lcéis de la tumba á mis acentos;

Que si es verdad que vuestra gloria admiro,

Me espanta vuestra g loria resonando

Entre ayes de dolor y entre lamentos.

2

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18

O B R A S D E M A N D E L A C U Ñ A

Yo no canto á vosotros, cuyos lauros

En la sangre crecidos

Respiran con el aire de la muerte;

Yo no canto á vosotros los temidos,

I ios  que formáis las leyes con la sspada

Sin tener más derecho que el del fuerte.

Vuestros nombres subl imes

No hacen arder la sangre de mis venas;

Yo canto á Atenas enseñando á Roma,

No canto á Roma conquis tando á Atenas .

Como el águila audaz que surca el viento

En pos de espacio que bastante sea

Para dar á sus a las movimiento ,

Lo mismo mi a lma cuando ha l lar desea

La luz de la poesía,

No busca sus raudales en la noche,

Sino en la aurora al despuntar el día;

Y al encontrar la l lama indeficiente

D e . la ver dad sagrada,

Mi pecho entonces se electriza y siente,

Y de mi l ira tosca y olvidada,

Brotan cantares que sonar quisieran

Desde el nuevo hasta el v iejo cont inente.

Era la sombra: entre su negro manto

Vegetaban los hombres ,

Nutriéndose con penas y con l lanto ,

Sin otra ciencia que sufrir humildes

Del infortunio las amargas leyes ,

Y s in otros señores que verdugos

Con el pomposo t í tulo de reyes.

Esqueletos del cuerpo

Y esqueletos del a lma.

Los seres como Dios , no eran entonces

El Adán pensador del primer día ,

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0 B B A 8 D E M A N U E L A C U Ñ A

19

Sino siervos que ató, con mano airada,

A su carro triunfal la tiranía.

Momias v iv ientes que a l dejar el mundo

Para volver al hueco del osario,

Legaban á sus hi jos en recuerdo

La cicuta del Sócrates profundo

Y Ja sangre del Cristo del Calvario.

Y así pasaron siglos y más siglos

Que de su inmensa huel la en la distancia

Solo dejaban sombras y vest ig los ,

Vagando entre las nieblas

De la noche sin f in de la ignorancia.

Mas de pronto la luz del pensamiento

Iluminó vivíf ica y radiante

D e la san ta Ra zón el firmamento,

Y Dios apareció, bel lo y gigante,

Haciendo despeñarse en e l ab i smo

Al soplo de sus labios soberanos

El sangriento puñal de los t iranos

Y la máscara vi l del fanatismo.

Entonces fué cuando la Europa vía ,

Trémula y espantada,

La mans ión ignorada

Que la voz de Colón le predecía,

Y á Frankl in elevándose a l espacio

De su genio atrevido tras la huel la,

Para robar á la rojiza nube

El fuego aterrador de la centella.

Entonces fué cuando se a lzó la c iencia ,

Dis ipando las sombras

Que huyeron en tropel á su presencia;

Y entonces cuando Méjico miraba

En la mans ión maldi ta

Del crimen y del miedo,

En vez de la cadena y del lev i ta

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2 0 O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

La figura grandiosa de Escobedo.

Y no tembléis al recordar la historia

Del lugar maldec ido ,

Donde el buitre feroz de la ignorancia

Ocultó sus pol luelos y su nido;

No tembléis á la tétrica memoria

Del ca labozo inmundo

Repi t i endo los ú l t imos lamentos

Del márt ir moribundo;

Ya es tá lavada de su impura mancha

La guarida del crimen,

Que hasta la infamia misma desparece

Donde las huel las del saber se imprimen.

En vez de los verdugos,

Y de l h irv iente p lomo y e l veneno ,

La Medicina que consuela y sana'

Y los hijos de Herófi lo y Galeno.

Subl ime redención , mis ión subl ime

La del que sufre al consolar las penas,

La del que l lora y g ime

Al enjugar las lágrimas ajenas;

Misión de caridad y bienandanza,

Empezada por Cristo en el Calvario,

Que redime y que canta en su santuario

Los himnos del amor y la esperanza.

Seguidla , pues , vosotros , que impasibles

Desafiáis á la muerte y los pesares;

Y s i queréis que el mundo agradecido

Conserve vuestro nombre en la memoria ,

Y que os levante altares,

Seguid vuestro sendero bendecido,

Que al f in de ese sendero está la gloria;

Y continuad sin dirigir la vista

Al espinado y escabroso suelo,

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O B R A S D E M A N U E L A C U N A

21

Y si ansiáis la conquista

Del lauro inmarcesible de la fama,

Elevad vuestros ojos hasta el cielo

Donde está quien os mira y quien os l lama.

Y no penséis en la escarpada roca,

Ni en la espina punzante

Que atraviesa la planta que la toca;

No cejéis ni un instante

En vuestra noble y

  celes

ial carrera,

¡Adelante.. . ¡Adelante.. .

Aún es tá muy d i s tante

La corona de rosas que os espera.

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L A B R I S A

IMITACIÓN)

A M I Q U E R I D O A M I G O J . C . F E R N Á N D E Z

o -o

Al iento de la mañana

Que vas robando en tu vuelo

La esencia pura, y temprana

Que la violeta lozana

Despide en vapor al cielo:

Dime, soplo de la aurora,

Brisa inconstante y l igera,

¿Vas por ventura á esta hora

Al val le que te enamora

Y que g imiendo te espera?

¿O vas acaso á los nidos

De los j i lgueros cantores

Que en la espesura escondidos,

Te aguardan medio adormidos

Sobre sus lechos de flores?

¿O vas anunciando acaso,

Soplo del alba naciente,

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Al murmurar de tu paso,

Que el muerto so l del Ocaso

Se alza ya niño en Oriente?

Recoje tus leves alas,

Brisa pura del Estío,

Que los perfumes que exhalas

Vas robando entre las galas

De las violetas del río.

Deten tu fugaz carrera

Sobre las risueñas flores

De la loma y la pradera,

Y ve á despertar l igera

Al ángel de mis amores .

Y di la, brisa aromada

Con tu murmul lo sonoro,

Que el la es mi i lusión dorada,

Y que en mi pecho grabada

Como á mi vida la adoro.

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YA SE POR QUE ES

D O L O R A

A E L M I R A

E r a m u y

  niña

  María,

Todavía ,

Cuando me di jo una vez:

—Oye, ¿por qué se sonríen

Las f lores tan dulcemente,

Cuando las besa el ambiente

Sobre su aromada tez?

—Ya lo sabrás más delante,

N i ña a m a nt e ,

La contesté yo . . . (después

Y más tarde , una mañana ,

La niña pura y hermosa,

Al entreabrirse una rosa,

Me dijo:

 ¡Ya sé por qué

 es

Y la graciosa criatura,

Blanca y pura

Se ruborizó. . . y después,

Ligera como las aves

Que cruzan por la campiña,

Corrió hacia el bosque la niña

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OBRAS D E MANUECi ACU ÑA 25

Diciendo:

  ¡Y a  sé por qué es

Y yo la seguí jadeante,

Palpi tante

De ternura y de interés ,

Y. . . o í un beso dulce y blando,

Y una voz después del beso ,

Que fué á perderse en lo espeso ,

D i c i endo :

  ¡Ya sé por qué es

E r a m u y

  joven

  María,

Todavía ,

Cuando me di jo una vez:

—Oye, ¿por qué la azucena

Se abate y l lora marchita

Cuando el aura no la agita

Ni besa su blanca tez?

—Ya lo sabrás más delante,

Niña amante ,

La contesté yo. . . ¡despuésl

Y más tarde ¡ayl una noche,

La joven de angust ia l lena,

Al ver triste á una azucena,

Me di jo:

 ¡Ya sé por qué es

Y ahogando un suspiro ardiente,

La inocente

Me vio l lorando. . . y después,

Corrió al bosque, y en el bosque

Esperó mucho la be l la ,

Y al fin.. . se oyó una querella

D i c i endo :

  ¡Ya  sé por qué es

E r a m u y

  linda

  María,

Todavía ,

Cuando me di jo una vez:

—Oye, ¿por qué se sonríe

El niño en la sepultura,

Con una risa tan pura,

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26

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Con tan dulce senci l lez?

Ya lo sabrás más delante,

Niña amante ,

La contesté yo. . . ¡después

Y. . . murió la pobre niña,

En vez de l lorar, sonriendo,

Y voló al azul , diciendo,

Dic i endo: / Ya sé por qué es

Ya lo ves , mi hermosa Elmira ,

Quien del ira

Sufre mucho, ¡ya lo ves

Y así , i lusiones, ni encanto,

Ni acaricies ni mantengas,

Para que, al l lorar, no tengas

Que decir: /

 Ya sé por qué es

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Y A V E R A S

D 0 L 0 K A

( IMITACIÓN)

Goza, goza, niña pura,

Mientras en la infancia estás,

Goza, goza esa ventura

Que dura lo que una rosa.

—Qué, ¿tan poco es lo que dura?

—Ya verás , niña graciosa ,

Ya verás .

Hoy es un verjel r i sueño

La senda por donde vas;

Pero mañana , mi dueño ,

Verás abrojos en ella.

—Pues qué, ¿sus f lores son sueño?

Sueño nada más, mi bel la ,

Ya verás.

Hoy el carmín y la grana

Coloran tu linda faz;

Pero ya verás mañana

Que el l lanto sobre ella corra.. .

—Qué, ¿ los borra cuando mana?

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28

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

—Ya verás como los borra,

Ya verás.

Y goza, mi t ierna Elmira,

Mientras disfrutas de paz;

Delira, niña, del ira

Con un amor que no existe,

—Pues qué, ¿el amor es mentira?

—Y una ment ira muy tr i s te ,

Ya verás.

Hoy ves la dicha delante

Y ves la dicha detrás;

Pero esa estrella brillante"

Vive y dura lo que el v iento .

—Qué, ¿nada más un ins tante?

—Sí , nada más un momento ,

Ya verás.

Y así , no l lores , mi encanto .

Que más tarde l lorarás;

Mira que el pesar es tanto,

Que hasta el l lanto dura poco.

—¿Tampoco es eterno el l lanto?

— T a m po co , n i ña t a m po co ,

Ya verás.

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LA AUSENCIA Y EL OLVIDO

D O L O K A

A L O L A

Iba l lorando la Ausencia ,

Con el semblante abat ido,

Cuando se encontró en presencia

Del Olvido,

Que al ver su faz marchitada,

Sin colores,

La dijo con voz turbada:

—«Ya no l lores , niña bel la ,

Ya no l lores,

Que si tu contraria estrel la

Te oprime incansable y ruda,

Yo te prometo mi ayuda

Contra tu mal y contra ella.»

Oyó la Ausencia l lorando

La propuesta cariñosa,

Y los ojos enjugando

Ruborosa,

— « A dm i t o desde e l m o m ent o ,

Buen anciano,»

Le d i jo con duke acento ,

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0 B K A S D E M A N U E L A C U Ñ A

«Admito lo que me ofreces

Y que en vano

He buscado tantas veces ,

Yo que, triste y sin ventura,

La copa de la amargura

He apurado hasta las heces .»

Desde entonces , Lola bel la ,

Cariñoso y anhelante

Vive el Olvido con el la,

S iempre amante;

Y la Ausencia ya ni g ime,

Ni dol iente

Recuerda el mal que la oprime;

Que un amor ha concebido

Tan ardiente

Por el anciano querido,

Que si sus penas resiste,

Suspira y l lora muy triste

Cuando la deja el Olvido.

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M E N T I R A S D E L A E X I S T E N C I A

D O L O K A

|Qué triste es vivir soñando

Con un mundo que no ex i s te

Y qué triste

Ir v iv i endo y caminando .

Sin ver en nuestros del irios,

De la razón con los ojos,

Que si hay en la vida l irios,

Son muchos más lod abrojos.

Nace e l hombre , y a l momento

Se lanza tras la esperanza,

Que no alcanza

Porque no se alcanza el viento;

Y corre, corre, y no mira

Al ir en pos de la gloria,

Que es la gloria una mentira

Tan bel la como i lusoria.

No ve al correr como loco.

Tras la dicha y los amores,

Que son flores

Que duran poco, ¡muy poco

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3 2

O B R A S D E M A N D E L A C U Ñ A

|No ve cuando se entus iasma

Con la fortuna que anhela,

Que es la fortuna un fantasma

Que cuando se toca vuelal

Y que la v ida es un sueño

Del que, si al f in despertamos,

E nco nt ra m o s ,

El mayor placer pequeño;

Pues son tan fuertes los males

De la existencia en la senda,

Que corren al l í á raudales

Las lágrimas en ofrenda.

Los goces nacen y mueren

Como puras azucenas,

Mas las penas

Viven s iempre y s iempre hieren;

Y cuando vuela la calma

Con las i lusiones bel las,

Su lugar dentro del a lma

Queda ocupado por el las .

Porque al volar los amores

Dejan una herida abierta

Que es la puerta

Por donde entran los dolores;

Sucediendo en la jornada

De nuestra azarosa vida,

Que es para el pesar «entrada»

La que para el bien «salida.»

Y todos sufren y l loran

Sin que una queja profieran,

¡Porque esperan

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O B R A S D B M A N U E L A C U Ñ A

33

Hallar la i lusión que adoran.. .1

Y no mira el hombre tri ste

Cuando tras la dicha corre,

Que solo el dolor existe

Sin que haya bien que lo borre.

No ve que es un fa tuo fuego

La pasión en que se abrasa,

Luz que pasa

Como relámpago, luego:

Y no ve que los deseos

De su mente acalorada

No son s ino devaneos,

No son más que sombra, nada.

Que es el amor tan l igero

Cual la amistad que manci l la ,

Porque bri l la

Solo á la luz del dinero;

Y no ve cuando se lanza

Loco tras de su creencia,

Que son

  la fe y la esperanza

Mentiras de la existencia.

3

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L A R A M E E A

A M I Q U E R I D O A M I G O M A N U E L R O A

Hum a ni da d p i g m ea ,

Tú que proclamas la verdad y el Cristo,

Mintiendo caridad en cada idea:

Tú que, de orgullo el corazón beodo,

Por mirar á la altura

Te olv idas de que marchas sobre lodo:

Tú que d ic i endo  hermano,

Escupes a l g i tano y a l mendigo

Porque son un mendigo y un gi tano:

All í está esa mujer que gime y sufre

Con el dolor inmenso con que g imen

I

 ios

  que cruzan sin fé por la existencia;

]Escú pela tam bién . . . [anda. .. |no im por ta

Que tú hayas s ido quien la hundió en el crimen

Que tú hayas s ido quien mató

  s u

  creencia

Pobre mujer, que abandonada y so la

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

3 5

Sobre el obscuro y negro precipicio,

En lugar de una mano que la sa lve

Siente una mano que le impele a l v icio ,

Y que al fijar en su redor los ojos

Y á través de las sombras que la ocultan

No encuentra más que seres que la miran

Y que burlando su dolor la insultan. . .

Y antes era una flor.. . una azucena

Rica de galas y de esencias rica,

Llena de aromas y de encantos l lena;

Era una f lor hermosa,

Que envidiaban las aves y Jas flores,

Y tan bel la y tan pura,

Como es pura la nieve del armiño,

Como es pura la flor de los amores,

Y como es puro el corazón del niño.

Las brisas la brindaban con sus besos,

Y con sus t ibias perlas el rocío.

Y el bosque con sus á lamos espesos ,

Y con su arena y

  B U

  corriente el río;

Y amada por las sombras en la noche,

Y amada por la luz en la mañana,

Vegetaba magnífica y lozana

Tendiendo al aire su purpúreo broche;

Pero una vez el soplo del invierno

En su furia maldita,

Posó ,  sobre el la y la arrancó sus hojas

Pasó sobre el la y la dejó marchita;

Y al contemplar sin galas

Su cál ice antes de perfumes l leno,

Le arrebató implacable entre sus alas

Y fué á hundirla

  cadáver

  en el cieno.

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36 O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

¡Fi lósofo mentido. . .

¡Apóstol miserable de una idea

Que tu cerebro v i l no ha comprendido

Tú que la ves que gime y que sol loza,

Y burlas su sol lozo y su gemido. . .

¿Qué hiciste de aquel ángel

Que amoroso y sonriente

Formó de tu niñez el dulce encanto?

¿Qué hiciste de aquel ángel de otros días,

Que l loraba contigo si l lorabas

Y gozaba contigo si reías.. .?

¡Te acuerdas. .. Lo arrancaste de la n u b e

Donde f lotaba vaporoso y bel lo,

Y arrojándole al hambre,

Sin ver su angustia ni su amor siquiera,

Le convertiste de camelia en lodo:

¡Le transformaste de ángel en ramera

¡Maldito tú que pasas

Junto á las frescas rosas,

Y que sus galas sin piedad les quitasl

¡Maldito tú que sin piedad las hieres,

Y luego las insul tas por marchitas

¡Pobre mu jer. . . ¡Juguete misera ble

De su verdugo mismo. . .

Víct ima condenada

A vegetar sumida en un abi smo

Más negro que el abismo de la nada

Y á no escuchar más eco en sus dolores,

Que el eco de la horrible carcajada

Con que el hombre le paga sus amores .

¡Pobre mujer, á la que el hombre niega

El subl ime derecho

De l lamar hi jo á su

  hijo

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

3 7

¡Pobre mujer que de rubor se cubre

Cuando le escucha que la grita

  madre

Y que quiere besarle, y se detiene,

Y que quiere besarle, y cal la y gime,

Porque sabe que un beso de sus besos

¡Se convierte en borrón donde lo imprime

Deja ya de llorar, pobre criatura,

Que s i del mundo en la escabrosa senda,

Caminas entre fango y amargura,

Sin encontrar un ser que te comprenda

En el cielo los ángeles te miran,

Te compadecen , t e aman,

Y l loran con el l lanto lastimero

Que tus ojos bel l í s imos derraman.

¡Y que te burle el hombre, y que se ría

¡Y que te l lame harapo y te desprecie

Déjale tú reir, y que te insulte,

Que ya llegará el día

En que la gota cristal ina y pura

Se desprenda del lodo

Para elevarse nube hasta la altura.

Y entonces en lugar de un anatema,

En lugar de un desprecio ,

Escucharás al Cristo del Calvario,

Que añadiendo tu pena

A tus lágrimas tristes en abono,

Te dirá como ha t iempo á Magdalena;

Levántate, mujer, yo te perdono.

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E L H O M B R E .

A L S E Ñ O R D O N I G N A C I O M . A L T A M 1 R A N O

HOMENAJE

. . . . O ú v a l ' h o m m e a u r t e r r e ?

V.

  Eugo.

*

* *

Allá va . . . como un átomo perdido

Que se alza, que se mece,

Que luce y que después desvanecido

Se pierde entre lo negro y desparece.

Allá va. . . en su mirada

Quién sabe qué fulgura de profundo,

De grande y de terrible.. .

Al lá va , s in dest ino y vagabundo,

Tocando con su frente lo invisible,

Con sus plantas e l mundo. . .

¿De dónde vino. . .?

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

39

Preguntadlo al caos

Que dio forma á los seres

De su potente voz al «levantaos;»

Decídselo á la nada,

Que ella, tal vez, sabrá cual fué la cuna

De ese arcángel vestido con harapos

A que l lamamos hombre;

Que ella, tal vez, sabrá de donde vino

Ese t i tán p igmeo

Tan grande y tan mezquino,

¿Del lodo? puede ser; pero su frente

Está demasiado alta para el lodo;

¿Del cielo? puede ser; pero la tumba,

Donde concluye todo ,

No dista de sus plantas más que un paso,

Y si fuera del cielo, debería

Ya que t iene un ocaso,

Tener también su oriente como el día .

Aborto incomprensible de la nada

Que lo lanzó, destel lo de su abismo,

Esperad, esperad á que las sombras

Entre sus negros pl iegues os cobi jen,

Que al l í tal vez, escrito entre esos pl iegues

Encontraréis su origen. . .

Esperad el momento en que se os abra

Negro y aterrador ante los ojos,

Ese l ibro de sangre donde labra

La triste muerte en caracteres rojos

De sus cal ladas v íct imas el nombre,

Y allí veréis, acaso, la palabra

Que os ayude á saber quién es e l hombre.

Y entre tanto.. . allá va.. ,

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4 0

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Solo. . .

  en e l mundo

Que t iembla con su peso de gusanos

Y que al mirarle se estremece y duda;

Sobre la t ierra inmensa

Que le siente su rey y le saluda,

Que le siente su dios y que le inciensa.

Allá va. . . soberano cuya frente

Circunda por diadema el infinito,

Monarca cuyo trono omnipotente

Es el trono de mármol y granito

Tallado por los buitres en la roca;

Y que marcha , y que marcha dominando

Lo mismo en lo que ve y en lo que toca,

D esnudo y m end i g a ndo .

Un pedazo de pan para su boca.

*

* *

Polluelo de ese cóndor de lo obscuro

Que se l lama el misterio,

Y que sin alas y sin luz se lanza

Por el supremo espacio de la idea

En pos de una esperanza. . .

Pol luelo que adormido entre la noche

Sueña ver una estrel la,

Y enamorado de el la, y atrevido,

Se escapa de su nido

Creyéndose capaz de ir hasta ella;

Quién sabe anoche en su del ir io blando

Que luz ó que i lusión dist inguiría,

En medio de esas nubes caprichosas

Que pueblan, al soñar, la fantasía;

Quién sabe lo que en su a lma

Durante la embriaguez germinarla;

Pero capullo que despierta rosa

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

41

Con los halagos de la brisa amante,

El , creciendo de formas en el sueño,

Durmió pequeño y despertó g igante.

Y «El Universo es mío»

Clamó al sentirse poderoso y fuerte,

Y agitando su cráneo en el vacío,

Sin escuchar la ruda carcajada

Que como eco á su voz daba la muerte,

«¡Adelante »—se di jo—¡El mundo es poco

Para encerrar mi espíritu.. . hasta el cielol

Y sin mirar siquiera por donde iba,

Se lanzó despeñado como un loco,

Con la mirada arriba.. . siempre arriba.

*

Sonámbulo que duerme y deja e l l echo

A l suprem o m a nda t o

De yo no sé qué voz grande y div ina

Que alzándose en

  ¿u

  pecho

Le sorprende y le grita poderosa;

«¡Levántate y camina. . . »

Pisando aquí una espinu y una rosa ,

Y más a l lá una rosa y una espina,

El hombre con un cielo de esperanzas

Germinando en montón en su cerebro ,

Sigue á t ientas y á obscuras por la senda

Desde antes á sus pasos señalada,

Soñando. . . y en los ojos una venda

Que con sus pl iegues lóbregos y espesos

Le impide que comprenda

Su marcha entre sepulcros y entre huesos .

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42

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Y allá va.. . ¡pobre niño que aún suspira

Como en los dulces t iempos de la infancia

Mas dejadle seguir, y será el hombre

Que haga nacer la vida del osario,

El apóstol s in nombre,

Que Dios admire y que mortal asombre*

Lo mismo en el Tabor que en el Calvario.

Dejadle caminar, dejad que s iga

El vuelo de su genio por los mares,

Y mañana ese n iño

Será el anciano pálido y fecundo,

Que, moderno criador, haga que brote

Del seno de las o las otro mundo.

*

* *

Allá va. . . con un tronco por apoyo

Y un girón miserable por abrigo,

Val iente y ambicioso y soberano,

Bajo su m ism o harapo de g i tano •

Y su corteza sucia de mendigo.

¿Qué busca? ni aun él sabe

Lo que busca en su loco devaneo. . .

Ni aun él acierta á definir ese algo

Que le hace encontrar siempre su deseo;

Pero t i tán del sueño que en la sombra

Forja un espacio y á escalarlo sube,

El , mientras pisa en el inmundo cieno,

Se duerme con el pie sobre una nube.

*

* *

Soñar. . . esa es la vida, ese es el puente

Que entre la cuna y el sepulcro media,

El papel miserable del v iv iente

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¡Ondinas que so t ienden por el aire

Al despuntar la v ida, a l lá á lo le jos

(Pag. 48.)

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O B R A S D E M A N U E L A O B Ñ A

4 3

De la existencia vi l de la comedia:

Soñar un cielo en que revuel tos vagan

Hermosos y inagnif icos vapores ,

La esperanza, la dicha,

La gloria y el placer y los amores;

¡Ondinas que se t ienden por el aire

Al despuntar la vida, al lá á lo lejos

Y que con el la crecen y con el la

Mueren entre los últ imos reflejosl

*

  *

Y, hermoso cisne que en el l impio lago

Agitando las o las con su pluma,

Ve brotar de su juego al dulce halago

Mil copos blancos de rizada espuma,

Y arroja un canto dolorido y vago

Al mirarlos perderse entre la bruma

El hombre en su tristeza,

Al ver rodar sus blancas i lusiones,

Sin colores, sin luz y sin bel leza,

De la noche que empieza

Por yo no sé qué lóbregas regiones;

Suspirando y en lágrimas deshecho

Ante la triste real idad que asoma,

Arranca un ¡ayl terrible de su pecho,

Y luego, al dar un paso, se desploma.

*

Atieta del dolor, de nu evo em pr en de

La lucha formidable

Con ese gladiador de las t inieblas

Que se l lama el destino;

Y cantando y sonriendo

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4 4

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Para insultar la palpitante pena

Que le destroza el corazón mezquino,

Lanza un grito feroz y entra á la lucha.. .

Pero,  vencido al f in, rueda en la arena

Que su a lma es poca y su amargura es mucha.

*

* *

Y entonces . . . cuando hambriento de placeres

. Soñ án dolo s s u p resa,

Se mira débil y abatido y solo

Sobre el obscuro borde de la huesa,

Recuerda el Dios á quien por darle oculto

El se f ingiera omnipotente y bueno;

Pero al sentir dentro del alma oculto

Del pesar y del dolor todo el veneno,

En su miser ia misma

Lo ve pequeño, pobre,

Y cogiendo del cieno en que se arrastra

Miserable repti l con su congoja,

Burlándose de su ídolo, á la frente

Como un supremo insulto se lo arroja.

*

Después. . . el aire de la muerte zumba

Con su bramar inquieto ,

El átomo vaci la, y. . . se derrumba.. .

La t ierra es una tumba.. .

El hombre un esqueleto .

*

Todo acabó. . . la noche de la nada

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

4 5

Confundiendo en sus pl iegues

Todo eso grande que la mente forma

Y que en el cráneo encierra,

Sólo dejó al pasar, como en recuerdo,

Un pedazo de t ierra. . .

Y allí . . . ¿qué hay más allá.. .?

¿Qué encuentra el hombre

Tras ese velo negro que separa

La luz de las t inieblas. . .?

¿Es en la tumba, acaso, donde toca,

Viéndola cara á cara,

Esa i lusión que en su carrera loca

Convertida en vapor se le escapara?

¿Es a l l í donde encuentra los perfumes

Y las notas dulcís imas y suaves .

Que no pudieron darle en sus encantos

Las flores ni las aves...?

O luminoso punto que camina

Partiendo de la nada,

Por un círculo estrecho, y que termina

Su ex i s tencia mezquina

Al l í donde ha empezado la jornada,

¿Concluye en el sepulcro

Que sus despojos últ imos recibe?

¿Es al l í donde muere para siempre?

¿Es a l l í para s iempre donde v ive?

¡Quién sabe. . . Nuestra mente

No alcanza á descifrar esos arcanos

Escri tos entre huesos y mortajas

Por yo no sé qué fétidos gusanos. . .

Remueve y busca en e l inmundo hueco

Donde ha v isto rodar un ser inerme,

Y sin hal lar á sus preguntas eco,

Sólo ve un cráneo seco

Que entre sus antros asquerosos duerme,

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Y entre tanto.. . allá va.. .

Luz tenebrosa

Cuyo dest ino y cuyo ser esconde

La impenetrable niebla del abismo. . .

Al lá va . . . tropezando y caminando,

¡Sin comprender adonde,

Sin comprenderse el mismo. . .

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E N L A A P O T E O S I S

D E L A C T O R

M E R C E D M O R A L E S

Mentira el  ¡más allá ¡Mentira el alma

Que el retroceso impuro

Hace nacer l lenando lo futuro,

Del triste cementerio entre la calma

¡Engaño esa creación que el fanatismo

Hace brotar del úl t imo lamento

Q ue

  m

  s l leva al ábismol

¡Mentira ese

  ad terrorem

  que el convento

Lanza á la humanidad mezquina y nec ia

Que, oyendo á la razón y a l pensamiento

No abarca esa mentira y la desprecia

El hombre es só lo el hombre,

Pobre criatura de miseria y lodo,

Que sueña, que del ira, y que en la fosa

Mira rodar con su existencia todo;

Pobre ser que termina la jornada

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Con el eco de su últ imo latido,

Para volver en sombra convertido

A su punto de origen,

  á la nada.

Es un astro misterio que atraviesa

La curva de la vida y se derrumba

Al coi cluir la carrera de ese cielo

Que en Oriente de la cuna empieza

Y acaba en el Ocaso de la tumba;

Molécula que, oculta entre la gasa

De la noche, s in ruta y s in dest ino,

Como una exhalación f lébi l y escasa,

Nace, se mece y pasa

Sin dejar una huel la en su camino,

Y que á veces l legándose val iente

Hasta el gol de la gloria,

Se enciende en él y vuela ,

Pero dejando entonces , donde acaba,

El germen de otra luz sobre la estela.

Luz inmortal idad con que del iran

El sabio y el artista y el guerrero

En medio de esos éxtasis soberanos

Que son la hora suprema

En que el genio prepara con sus manos,

Para ceñir sus frentes la diadema;

H ora en q ue el ho m br e alcanza.

Por el zodiaco de la fe y del arte,

Llegar hasta el zenit de su esperanza

Para robarle el rayo que algún día

Sobre su pobre lápida mortuoria,

Caiga á encender, subl ime de peesía ,

La antorcha fulgurante de la gloria.

Luz inmortal idad con que soñaban

Sonriendo de placer en su del irio,

El mártir l ibertad en el cadalso

Y el espectro conciencia en el martirio;

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O B K A S D E M A N U E L A C U Ñ A 49

Fulgor que, en la conquista

Del saber y el talento, se levanta

Descorriendo grandioso ante la vista,

El soñado horizonte de una t ierra

Donde bendita y mágica se encierra

La t ierra prometida del artista,

Esplendor auroral que era el ensueño

Consolador y grato en su pobreza

Del actor inspirado,

Que aún ayer se encontraba circundado

Con la aureola del genio en la cabeza;

Del audaz fingidor que ayer hacía

Sollozar ó reir bajo este techo,

Y que hoy, cadáver, duerme

De un pedazo de t ierra sobre el lecho.

Cayó. . .

  sobre su tumba

Gime, el arte y la patria inconsolada

Con sus hermosos besos maternales

Deposi ta una lágrima adorada,

En tanto que la fama que abandona

De la muerte en los antros funerarios

Al despojo. . . y al hombre,

Vuela augusta á escribir en sus santuarios

Las letras de su nombre.

¡Muerto, rep osa e n paz y si en la fiebre

De tu ambición y tu querer fecundo

Soñastes con un mundo más r i sueño

Que es te pequeño y miserable mundo;

Si astro que cruza la extensión vacía

Soñaste con dejar escrita en el la

Algo como la luz que en t í vivía

Para hacerte inmortal con esa huel la ,

Tu sueño está cumpl ido. . . tus cenizas

Y a no son m ás qu e escoria; 4

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5 0

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Pero el azul radioso de tu patria

Cuenta otra luz, la luz de tu memoria.

Los hombres como tú , jamás perecen

Al tocar los umbrales

De la obscura región de lo ignorado;

Los hombres como tú , mueren y crecen

Con la f igura inmensa de granito

Que de pie y magestuosa se levanta

De entre el polvo impalpable que la planta

Envuelve al resbalar en lo infinito.

Para t í no hay sepulcro, que el reflejo

De tu luz poderosa

Te basta en la caída,

Para seguir v iv iendo en otra v ida,

No en la estrechez de tu escondida fosa. . .

Tú como el astro hermoso de la aurora

Que rueda en el ocaso,

Dejando como huel la de su paso

La luna bri l ladora,

Caíste en el abismo,

Nítido sol de mejicano cielo:

Pero dejando al terminar el vuelo,

La luna de t i mismo.

Sacerdote t i tánico del arte,

Envuélvete sonriendo en la mortaja

Que te arropa en la huesa. . .

Donde tu cuerpo misero reposa

Y se alza el pedestal de tu grandeza.

¡Adiós , muerto subl ime

¡Sublime y noble atleta del proscenio

Descansa en paz mientras tu patria g ime

Sobre el recuerdo que tu gloria abona,

Y mientras teje en su santuario el genio,

Para rodear tu nombre, una corona.

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OCAMPO

«|AIláI» se dijo, y extendiendo al aire

Las g igantescas p lumas ,

Con la mirada fija en los fulgores

Que á través de las brumas

Conducen en su vuelo á los condores ,

Subió asentando la atrevida garra

Sobre la cumbre inmensa,

Donde e l mundo genés ico concluye

Y se l evanta e l mundo de l que p iensa;

Sobre la blanca cima de esa roca

Cuyas piedras de mármol y grani to

Se alzan entre lo azul de lo infinito,

De pedestal sublime al que las toca;

Al l í donde se encienden los tabores

Con su grandiosa y santa refulgencia

Al resonar del cánt ico que entona

Como un gri to de a larma la conciencia .

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5 2 O B E A S D E M A N U E L A C U Ñ A

S ubió, l legó, y al extender los ojos,

Sobre la turba de hombres

Que germinaba de sus pies debajo ,

Anhelando mirar lo que es un pueblo

Que marcha por la senda del trabajo,

En vez de la i lusión de su utopía,

Hal ló un pueblo de l ibres

Envuel to del incienso entre el aroma

Y enlazando á su cuel lo esa cadena

Cuyo es labón primero empieza en Roma;

Halló la l ibertad aprisionada

Entre los negros muros del convento ,

Y u n  más-allá  de luto y de t inieblas

Marcando el  hasta aquí  del pensamiento;

Al Dios dulzura convertido en otro

De sangre y venganza,

Al Dios creador entrando en la pelea

Con el rojo puñal de la matanza;

Y gozando al murmul lo de los sa lmos

Y gozando al gemir de la agonía,

Al Dios que sólo quiere que en sus altares

Los himnos del amor y la poesía .

* *

Y «¡No » dijo él, ard ien do

En esa inepiración senci l la y santa

Que hizo del vagabundo de Judea

El muerto más subl ime de los muertos

En el martirologio de la idea;

«Ya es t iempo de volver á su santuario

El dulce amor de la famil ia humana,

Sustituir el hogar al rel icario,

Sustituir la violeta al incensario,

Y el trino del turpial á la campaña;

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O B E A S D B M A N U E L A C U Ñ A

5 3

Ya es t iempo de rascar el negro abismo

Que ocul ta la verdad ala existencia ,

Y cambiar por el Dios del fanatismo

El Dios de la razón y la conciencia.»

Dijo ,

  y abandonando las remotas

Cumbres de la esperanza y de la vida,

Bajó á la t ierra entre las dulces notas

De esa cant iga t ierna y bendecida

Cuya primera vibración se escucha

Brotando de las arpas del del irio,

Y la úl t ima en la lucha

Con el ¡ayl estertóreo del martirio.

*

* *

Bajó ,

  y apóstol de la

  hiena-nueva,

De la luz y el derecho,

Su palabra de paz sonó en los aires

Anunciando a l Mes ías

Que el porvenir en su i lusión espera,

Y de quien son augustas profecías

Las protestas del mártir en la hoguera.

Bajó,  y envuelto entre el vapor espeso

De los blancos perfumes conventuales

El pueblo suyo, por el monje opreso ,

Escuchó la palabra de progreso

Salida de sus labios inmortales;

Y al buscar al apóstol atrevido

Donde su airado grito resonara,

Oyó el nombre de Dios . . . luego un gemido,

El incienso quedó desvanecido. . .

Y allí estaba el cadáver junto al ara.

* *

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5 4

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

La lucha fué un instante. . .

Un instante no más, y aquel v idente,

Misionero de luz entre los ciegos,

Se hundió en la sombra y ocultó la frente.

*

* *

Fué el cóndor que se lanza de las nubes

Sobre el tigre feroz que le arrebata

Los pol luelos hermosos de su cría ,

Y que baja, se mece,

Lucha, se aparta, vuelve, le provoca,

Y en el punto de herirle se estremece

Cayendo á agonizar sobre una roca.

Murió. . . su apostolado

Hizo temblar en su poder al frai le,

Y el frai le en nombre de ese dios maldito

Que vive entre la noche y lo encubierto,

Armó su mano entre la niebla impía ,

Y después, al nacer del otro día,

Hal ló e l mundo . . .

  un patíbulo y un mu erto.

. .

# -5-

Ese muerto al l í está. . . dentro el sepulcro

Cavado para ahogar en su si lencio

La gigante protesta de sus labios. . .

Esqueleto subl ime y majes tuoso

Más grande y elocuente en el reposo

De su lecho eternal y soberano,

Que en medio de la grita atronadora

Que alzara en su redor el Vaticano.

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

55

All í está. . . en ese túmulo sombrío

Regado con el l lanto de los l ibres. . .

Santa rel iquia que la edad presente

Guarda de su cariño

En el inmenso y dulce rel icario ,

Como un recuerdo de tristeza y gloria,

Que evoca del pasado en la memoria

Su camino de sangre y su calvario.

Al l í sstá , , . murmurando una esperanza

De miel y l ibertad para el íuturo

Precursor auroral de esa lumbrera

Tanto soñada y esperado tanto

Y á cuya luz en hoy v ienen tu¿ hi jos

Á arrullar tu dormir con sus canciones,

Á gemir en tu polvo, y á decirte

Sus nobles y sent idas bendiciones .

¡Mártir, descansa ya de la tarea,

Y duérmete en el lecho de perfumes

Con que la gratitud cubre tu foso. . .

Duérmete ya . . . mientras la fé y e l t tmplo

Cuyo poder al cabo se derrumba,

Vienen á despertarte en su caída.

De tu sueño inmortal bajo la tumba.

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UNO Y QUINIENTOS

Pensando las quin ientas unidades

Que e l núm ero qu in ientos co m pon ían ,

Que s i quinientas eran

Al uno y nada más se lo debían;

En sociedad se unieron, y los miembros

Sin vaci lar ni protestar alguno,

Levantaron un templo y en sus aras

Pusieron como Dios a l número uno.

*

Mientras que unidos todos le adoraban

Á nadie aquello le causó extrañeza;

Pero cierta ocasión en que uno de el los

Llegó solo del templo á los umbrales ,

Á pesar de la fe y el fanatismo,

Se hal ló con que él y Dios eran lo mismo,

Puesto que el uno y él eran iguales.

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OBRAS DE MANUEL ACUÑA 57

* *

Después de recorrer estos renglones

Que tantas reflexiones nos ofrecen,

Deduzco entre otras muchas conclusiones ,

Que en materia de Dios y rel ig iones

Los quinientos y e l mundo se parecen.

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LA SOÑADORA

O D A

L e í d a p o r J o s é Z a m o r a , á n o m b r e d e s u a u t o r , e n e l b e n e f i c i o

d e M a r í a S e r v l n

Pueblo: tú que prorrumpes en g igantes

Himnos de admiración y de entus iasmo

Ante el arte y lo bello;

T ú ,  de cuya alma toma

La vestal de la gloria y de la fama

Fuego para encender á su destel lo

De una lámpara míst ica la l lama;

T ú ,  que eres soñador y eres artista,

Lo mismo entre la paz que entre la lucha,

Prepara una guirnalda de tus f lores

Más queridas y. . . escucha.

Era una cuna, un lecho entretej ido

De gasas y jazmines. . .

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

5 9

Pequeño, vaporoso, recogido. . .

Una forma de nido

Como esos que se ven en los jardines.

Y en ese nido columpiado al aire

Con el vaivén arrullador del viento,

Era una n iña hermosa que soñaba

Con yo no sé qué blanco pensamiento;

Una n iña inocente que dormía

Entre los chales de su t ibia cuna,

Como una de esas hadas misteriosas

Que f ingen las t inieblas y la luna

Entre el húmedo cál iz de las rosas;

Virgen de amor en cuya casta frente

El so l de lo inmortal resplandecía

Majestuoso y ardiente,

Con su rayo de luz grabando en el la

Esa chispa radiosa que, más tarde,

Ante el sepulcro abierto se alza estrel la

Y en la

  vía-láctea

  de los genios arde.

Y la noche era negra, era una noche

Que f lotaba impalpable como un velo

Prendido en las montañas,

Sin la luz de un zig-zag entre las sombras

Ni la luz de un cocuyo entre las cañas;

Negro y basto ropaje

Que cobi jaba al átomo del mundo

Como al grano de arena el oleaje,

Quedando aquel la niña en el vacío

De las t inieblas , escondida y so la ,

Como queda la gota de rocío

Cuando cierra la brisa una corola. . .

Mas de pronto la curva de los cielos

Recogió su g igante vest idura,

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60

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Y libre de los pál idos fantasmas,

Que rodaban informes en la altura,

El aire se cubrió de resplandores

Que se acercaron t ibios y temblantes ,

Circu yend o la f re ate de la niñ a

Como un laure l inmenso de d iamantes ;

Y entonces una voz cuya candencia

Sonaba arrulladora

Como el canto de amores de la virgen,

Se oyó que repetía

En su dulce cascada de gorgeos:

—Duérmete , v ida mía ,

Gozando con la luz y la poesía

De la región que pueblan tus deseos . . .

Duérmete, f lor del arte,

Á la que el beso de las auras mece. . .

Duérmete. . . y cuando venga á despertarte

La voz de tu destino,

Y o ,

  el ángel de tu cuna,

Regaré de perfumes y de galas

La áspera cumbre que tu genio adora,

Y á donde t ienden las inmensas a las

Tu ambición y tu fe de soñadora.

Dijo la voz: y la corona ardiente

E nsa ncha ndo su cerco l um i no so

De estrel las inmortales,

Se perdió en los lejanos horizontes,

Mezclada con el fuego de la aurora

Que asomaba su luz tras de los montes.

Después, aquel la niña

Despertó de su mágico letargo,

Y emprendiendo e l camino

De la jornada que á la gloria l leva

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

61

Entre el dolor y e l desal iento amargo,

El mundo la miró sobre el proscenio

Arrancando un laurel á su dest ino

Y esculpiendo su busto peregrino

Sebre el augusto pedestal del genio.

Blanca y t ierna paloma

Que hasta el templo del arte alzó las alas

Para robar al arte sus secretos,

Descendiendo después sonriente y be l la

Entre el aplauso universal de un mundo

Lleno de amor y admiración por el la.

Por el la, que eres tú, la que hoy recojes

E l ideal de ta s sue ños in ían t i les

Entre el incienso embriagador del triunfo. . .

Por t i que haces sa l ir entusiasmado

El corazón del pueblo que hoy arranca

La cadencia más dulce y más sent ida

Del arpa de su gloria,

Para arrojarla con su ñor más blanca

Sobre el gigante altar de t'u victoria.

Por el la, que eres tú, la más querida

Esperanza de Méjico , la v irgen

Á qu ien el poi ven ir desd e la cu na

Prometiera su espléndida guirnalda,

Y que hoy v iene el rumor de las conquistas

Que tu celeste inspiración abona

Á ceñir tu frente esa corona

Que hace iguales á Dios y á los artistas.

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OBLACIÓN

A L O S M U E R T O S D E L A S O C I E D A D F I L O I Á T R I C A

Cuando la aurora enciende las montañas,

Y el águi la que duerme

Se siente acariciada por sus besos,

El águila se agita entre las rocas

De su salvaje y sol i tario nido,

Tiende la vista al cielo

Dominio de su empuje soberano ,

Y desatando el poderoso vuelo ,

Cruza la selva el l lano,

- D el l lano se levanta hasta las cum bres

Que la extensión corona,

Y allí , fuerte y robusta,

En pie sobre la nieve y el granito,

Se alza de nuevo y sube hasta que incrusta,

Sus formas de gigante en lo infinito.

Cuando el sol de la gloria,

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0 B E A S D E M A N U E L A C U Ñ A

6 3

Surt iendo en el espacio- intel igencia

Baña á un niño en su luz, el niño se alza

Sobre el desierto oscuro de la vida;

Y guiado por la fe que en su conciencia

Lleva como una lámpara encendida ,

Desterrado del cielo sobre el mundo

Y entreviendo su patria

A través de la bruma de su ensueño,

¡áe lanza de su ensueño por la vía,

Dejando al confundirse con la nada,

De su carrera de astros como huel las,

Las letras de su nombre,

Que son como las mágicas estrel las

Que bri l lan al crepúsculo del hombre.

Letras que al proyectar sobre la tumba

Sus luces inmortales ,

Son la más grande historia

Que pudiera grabar en sus anales

La virgen soberana de la gloria.

En la cuna de aquel los

Que hoy t ienen nuestras a lmas por santuario ,

Y por incienso, el de las rosas blancas

Que nacen en los bordes del osario,

También surgió con su fulgor de aurora

La chispa de la idea, también el los

Sintieron palpitar sobre su frente

Los ósculos de ese ángel que en la noche

Baja á inspirar sus sueños al creyente. . .

Sueños blandos y dulces , como todos

Los que su ánfora encierra

Y que a l fundirse con el hombre, lo hacen

La encarnación de Dios sobre la t ierra.

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6 4

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

El ideal de sus almas, el que en el los

Infiltraba la luz de sus caricias,

Era el amor bajo la doble forma

Del espacio y del mundo,

Del mundo, en la expresión de sus dolores

Marcados por la faz de un moribundo,

Y del espacio, como la hostia blanca

En donde ocul ta su div ina esencia ,

Ese Cristo del pobre y del que sufre,

Que se l lama la ciencia.

Y esa f ué su visió n, esa la d oble

Senda en que div idieron el camino,

Señalado en su afán supremo y noble

Por la sonrisa de ángel del destino,

Esa la ardiente cima en que se alzaron

Pensad ores y apóstoles á un t iem po,

Buscando la verdad mientras vert ían

La miel de sus virtuosos corazones. . .

Iguales á esas nubes que se lanzan

Tras la huella del sol por el vacío,

Derramando á la vez sobre la t ierra

Las caricias de amor de su rocío.

Y así fueron en tanto que la vida

Latió bajo de sus cráneos;

Fe y corazón, estrel las y perfumes;

Subl ime dual idad de una a lma misma

Que en dist inta región alzando el vuelo ,

Arriba, era la forma de la idea,

[Y abajo, era la forma del consuelo

Así fueron. . . constante sacrif icio

Sobre el altar del bien, mártires prontos

A morir por sus creencias en el ara

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

65

De la impiadada suerte:

Grupo de caridad que aparecía

Fie l en cumpl ir su augusto pensamiento

Donde quiera que hal laba un sufrimiento ,

|0 el buitre de la muerte se mecía . . .

Y cuando l lenos de ese santo orgullo

Que la virtud derrama en la conciencia,

Tocaban ya la cumbre bri l ladora

De su v is ión querida,

]La vida los dejó . . . pero las frases

Que al dolor arrancaron con su muerte,

Fueron bajo el destel lo sacrosanto

Que irradiaba al fulgor de su memoria,

Las primeras estrofas de ese canto

Qus hoy los arrulla en su mansión de gloria.

Al l í duermen, y a l l í como un perfume

Se alzan las bendiciones por la noche,

Flores del corazón que agradecidas

Bajo el ojo de Dios abren su broche:

Al l í duermen, y a l l í los que en el mundo

Les d i j imos hermanos ,

Deposi tando la oblación senci l la

De nuestro amor, hacemos de sus nombres

El gri to de entusiasmo que en la lucha

Dará al cobarde animación y brío;

Y del radioso albor de su recuerdo

Un astro suspendido en el vacío ,

Que será en los instantes de la prueba,

Cuando el cansancio nuestra frente amague,

La antorcha s ideral en donde el a lma

Encenderá su fe cuando se apague .

4

  1^T ~_ »

5

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RASGO DE BUEN HUMOR

¿Y qué? ¿Será posible que nosotros

Tanto amemos la gloria y sus fulgores,

La ciencia y sus placeres,

Que olv idemos por eso ios amores ,

Y más que los amores, las mujeres?

¿Seremos tan ridículos y necios

Que por no darle celos á la ciencia,

No hablemos de los ojos de Dolores ,

De la dulce sonrisa de Clemencia,

Y de aquella que, t ierna y seductora,

Aún no hace un cuarto de hora todavía ,

Con su boca de aurora,

«No te vayas tan pronto,» ¿nos decía?

¿Seremos tan ingratos y tan crueles,

Y tan duros y esquivos con las bel las,

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

67

Que no a lcemos la copa

Brindando á la salud de todas el las?

Y o ,

  á lo menos por mi, protesto y juro

Que si al irme trepando en la escalera

Que á la gloria encamina,

La gloria me dijera:

—Sube, que aquí te espera

La que tanto te halaga y te fascina;

Y á la vez una chica me gritara:

—Baje usted, que lo aguardo aquí en la esquina,

Lo juro, lo protesto y lo repito,

Si sucediera semejante historia,

A riesgo de pasar por un bendito,

Primero iba á la esquina que á la gloria.

Porque será muy tonto

Cambiar una corona por un beso;

Mas como yo de sabio no presumo,

Me atengo á lo que soy, de carne y hueso,

Y prefiero los besos y no el humo,

Que al fin, al fin, la gloria no es más que eso.

Por lo demás, señores,

¿Quién será aquel que al ir para la escuela

Con su libro de texto bajo el brazo,

No se olvidó de Lucio ó de Robredo

Por seguir, paso á paso,

A alguna que nos hizo con el dedo

Una seña de amor, así . . . al acaso?

¿O bien, que aprovechando la sordera

De la obesa mamá que la acompaña ,

Nos dice:—¡No me s igas

Porque mamá me pega y me regaña?

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68 O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

¿Y quién no ha consent ido

En separarse del objeto amado

Con tal de no mirarlo contundido?

¿Quién será aquél , en f in, que no ha sentiJo

Latir su corazón enamorado,

Y á quién, más que el café , no ha desvelado

E l

  café

  de no ser correspondido?

• Al aire, pues, señores,

Lancemos nuestros hurras por las bel las ,

Por sus gracias, sus chistes, sus amores,

Sus perros y sus gatos y sus flores

Y cuanto t iene relación con el las.

Al aire nuestros hurras

De las criaturas por el ser divino,

Por la mitad del hombre,

Por e l género humano femenino .

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E N E L T E R C E R A N I V E R S A R I O

D E L A

S O C I E D A D P I L O I A T R I C A Y D E B E N E F I C E N C I A

Falange de soñadores

Que de tu del irio en pos.

Marchas entre los negrores

De la vida á los fulgores

Que en tu alma refleja Dios.

Juventud grande y ardiente

Que á la luz que centel lea

Tu porvenir esplendente,

Muestras ceñida la frente

Con el laurel de la idea.

T u ,  que l levando cont igo

Cuanto hay de noble y humano

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7 0

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Al que miras sin abrigo,

En vez del nombre de amigo

Le das e l nombre de hermano .

T ú,  que s iguiendo la huel la

Qué á tu conciencia se ajusta ,

Has atesorado en el la

La virtud que te hace bel la,

Y el saber que te hace augusta.

No cejes en tu camino

Aunque e l des t ino te mande

Luto y penas de cont inuo,

Que si es muy fuerte el destino

Tú también eres muy grande.

Y si en tu alma de inspirada

Hay fuerza y valor de sobra

Para concluir la jornada,

Ya que tu obra está empezada,

Juventud, completa tu obra.

Sigue, sigue tras el vuelo

De esa v irgen cuyo encanto

Forma tu v ida y tu anhelo;

Sigue tu marcha hacia el c ie lo

De tus del irios, y en tanto,

Recibe de quien te admira

Proclamando tus v ictorias ,

Los acentos de una l ira

Que con tus glorias se inspira.

Porque hace suyas tus glorias.

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LAGRIMAS

A L A M E M O R I A D E M I P A D R E

Q u u m s u b i t i l l i u s tr i f t i s i i n a n o c t i s i m a g o

Q u a e m i h i s u p r e m u m t e m p u s i n u r b e f u i t :

Q u u m r e p e t o n o c t e m , q u a t o t m i h i c a r a r e l i q u i ,

L a b i t u r e x o c u l i s n u n c q u o q u e g u t t a m e i s .

Ovidio.—Elegia III.

Aún era yo muy niño, cuando un día ,

Cogiendo mi cabeza entre sus manos

Y l lorando á la vez que me veía

« ¡Adiós [ Adiós » me dijo;

« De sde este instan te un horizonte nu ev o

Se presenta á tus ojos;

Vas á buscar la fuente

Donde apagar la sed que te devora;

Marcha. . . y cuando mañana

Al mal que aún no conoces

Ofrezcas de tu l lanto las primicias,

Ten valor y esperanza,

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Anima el paso tardo,

Y mientras l lega de tu vuelta la hora,

Ama un poco á tu padre que te adora,

Y ten valor y.. . marcha.. . yo te aguardo.»

Así me di jo , y confundiendo en uno

Su sol lozo y el mío,

Me dio un beso en la frente.

Sus brazos me estrecharon. . .

Y.después. . . á los pál idos reflejos

Del so l que en el crepúsculo se hundía

Sólo v i una ciudad que se perdía

Con mi cuna y mis padres á lo lejos .

El v iento de la noche

Saturado de arrullos y de esencias,

Soplaba en mi redor, tranquilo y dulce

Como al iento de niño;

Tal vez l levando en sus l igeras alas

Con la t ibia embriaguez de sus aromas,

El acento fugaz y enamorado

Del s i lencio beso de mi madre

Sobre del blanco lecho abandonado. . .

Las campanas d i s tantes repet ían

El toque de oraciones. . . una estrel la

Apareció en el seno de una nube;

Tres de mi obscura huel la

La inmensidad se alzaba. . .

Yo entonces me detuve ,

Y haciendo estremecer el inf ini to

De mi dolor supremo con el grito:

«Adiós, mi santo hogar,  exclamé l lorando;

«¡Adiós, hogar bendito,

En cuyo seno viven los recuerdos

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

7 3

Más queridos de mi a lma. . .

Pedazo de ese azul en donde anidan

Mis i lus iones candidas de niño. . .

iQuién sabe si mis ojos

No volverán á verte. . .

| Q uién sabe si ho y te e nv ío

El adiós de la muerte. . .

Mas si el destino rudo

Ha de darme el morir bajo tu techo,

Si el ave de la selva

Ha de plegar las alas en su nido,

¡Guáidame mi tesoro hasta que vuelva »

Las lágrimas brotaron

A mis hinchados párpados. . . las sombras

Espesas y agrupadas de repente

Se abrieron de los astros á la huella.. .

Cruzó una luz por lo alto, alcé la frente,

El cielo era una página y en el la

Vi esta cifra:—¡Detente

Detente. . . y á mi oído

Llegó como un arrul lo de paloma

La nota de un gemido,

Algo como un suspiro de la noche

Rompiendo de l s i l enc io la honda ca lma. . .

Algo como la queja

De una alma para otra alma.. . .

Algo como el adiós con que los muertos ,

Del amor al esfuerzo soberano,

Saludan desde el fondo de sus tumbas

Al recuerdo lejano.

Al despertar de aquel supremo instante

De letargo sombrío,

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

La noche de la ausencia desplegaba

Su impenetrable velo ,

Sus sombras sin estrel las,

Su atmósfera de hielo. . .

Esa odiosa ceguez en que el ausente

Proscrito del cariño,

Cumple con su dest ierro, suspirando

Por sus recuerdos v írgenes de niño;

Ese inmenso dolor que hace del a lma

En el terrible y solitario viaje,

Un árido desierto

En donde es un miraje cada punto

Y en donde es un amor cada miraje. . .

Y así de la ampol leta de mi v ida

Se desl izaban las eternas horas

Sobre mi frente must ia y abat ida,

Sonando al extenderse en lontananza,

Como una dulce estrofa desprendida

Del arpa celestial de la esperanza;

Así , cuando una vez, en el instante

En que la blanca ñor de mi del ir io

Desplegada en los aires su capullo;

Cuando mi muerta fe se estremecía

Bajo sus ropas fúnebres de duelo ,

Al ver flotando en el azul del cielo

El alma de mi hogar sobre la mía;

Cuando iba ya á sonar para mis ojos

La úl t ima hora de l lanto ,

Y se cambiaba en música de sa lve

La música elegiaca de mi canto;

^ M i corazón co m o la f lor ma rchita

Que se abre á las sonrisas de la aurora

Esperando la v ida de sus rayos,

También se abrió. . . para plegar su broche,

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

75

Á las caricias del amor abierto,

Encerrando en el fondo de su noche

¡Las caricias de un muerto . . .

En el espacio blanco y encendido

Por los trémulos rayos de la luna,

Yo vi asomar su sombra. . .

La gasa del sepulcro lo envolvía

Con sus espesos pl iegues . . .

En su frente espectral se dibujaba

Una aureola de angust ia , lo que di jo

Se perd ió en la reg ión do nd e flotaba.. .

Su mano me bendi jo . . .

Su pecho sol lozaba. . .

La sombra se e levó como la niebla

Que en la mañana se a lza de los campos;

Cerré los ojos suspirando, y luego. . .

Oí un adiós en la profunda calma

De aquel la inmens idad muda y tranqui la ,

Y al levantar de nuevo la pupi la

¡El cielo estaba negro como mi almal

En el reloj terrible

Donde cada dolor marca su instante,

El dest ino inf lexible

Señalaba la cifra palpitante

De aquel la hora imposible;

Hora tri ste en que el int imo santuario

De mis sueños de g loria ,

Vio

  su altar solitario,

Convert ido un sol en tenebrario ,

Y su cul to en memoria . . .

Hora negra en que la urna consagra

Para envolverte, ¡oh, padre

Del cariño en la esencia perfumada,

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Fué un sepulcro sombrío

Donde sólo dejaste tu recuerdo

Para hacer más inmenso su vacío .

¡Padre. . . perdón porque te amaba tanto,

Que en el orgullo de mi amor creía

Darte en él un escudo

¡Perdón porque luché contra la suerte,

Y desprenderme de tus brazos pudo

¡Perdón porque á tu muerte

Le arrebaté mis últ imas caricias

Y te dejé morir s in que rompiendo

Mi alma los densos nublos de la ausencia ,

Fuera á unirse en un beso con la tuya

Y á escuchar tu postrera confidencia

Sobre la blanca cuna en que de niño

Me adurmieron los cantos de la noche,

El cielo azul flotaba,

Y s iempre que mis párpados se abrían,

Siempre hal lé en ese cielo dos estrel las

Qué al verme desde al l í se sonreían;

Mañana que mis ojos

Se a lcen de nuevo hacia el espacio umbrío

Que se mece fugaz sobre mi cuna,

Tú sabes, padre mío,

Que sobre aquel la cuna hay un vacío ,

Que de esas dos estrel las me falta una.

Caíste.. . de los l ibros de la noche

Yo no teugo la ciencia ni la clave;

En la tumba en que duermes

Yo no sé si el amor t iene cabida. . .

Yo no sé si el sepulcro

Puede amar á la vida;

Pero en la densa obscuridad que envuelve

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

77

Mi corazón para sufrir cobarde,

Yo sé que ex i s te e l germen de una hoguera '

Que á tu memoria se estremece y arde. . .

Yo sé que es e l más dulce de los nombres

El nombre que te doy cuando te l lamo,

Y que en la rel ig ión de mis recuerdos

Tú eres el dios que amo.

Caíste. . . de tu abismo impenetrable

La he lada nie bla arroja /

Su negra proyección sobre mi frente, '

Crepúsculo que avanza'

  1

Derramando en el aire trasparente

Las sombras de una noche s in oriente

Y el capuz de un dolor sin esperanza.

Padre. . . duérmete. . . mi a lma estremecida

Te manda su cantar y sus adioses;

V ue la ha cia tí , y flotando

Sobre la piedra fúnebre que sel la

Tu huesa sol i taria,

Mi amor la enciende, y sobre t í , sobre el la,

En la noche sin f in de tu sepulcro

Mi alma será una estrel la,

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A L A U R A

Yo te lo digo, Laura. . . quien encierra

Valor para romper el yugo necio

De las preocupaciones de la t ierra.

Quien sabe responder con el desprecio

A los que, amigos del anacronismo,

Defienden el pasado á cualquier precio.

Quien sacudiendo todo despot ismo

A ninguno somete su conciencia

Y se basta a l pensar consigo mismo.

Quien no busca más luz en la existencia

Que la luz que desprende de su foco

El so l de la verdad y la expei iencia ,

Quien ha sabido en este mundo loco

Encontrar el disfraz más conveniente

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

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Para encubrir de nuestro ser lo poco.

Quien al amor de su entusiasmo s iente

Que algo como una luz desconocida

Baja á imprimir un ósculo en su frente.

Quien t iene un corazón en donde anida

El genio á cuya voz se cubre en f lores

La paramal tristeza de la vida;

Y un ser al que combaten los dolores

Y esa noble ambición que pertenece

Al mundo de las a lmas superiores;

Culpable es, y su l ira no merece

Si debiendo cantar, rompe su l ira

Y s i l enc ioso y mudo permanece .

Porque es una tri st í s ima mentira

Ver cal lado al zentzontle y apagado

El t ibio sol que en nuestro cielo gira;

O ver el broche de la flor cerrado

Cuando la blanca luz de la mañana

Derrama sus caricias en el prado.

Que indigno es de la gloria soberana,

Quien siendo l ibre para alzar el vuelo,

Al ensayar el vuelo se amilana.

Y tu, que a l ientas ese noble anhelo ,

Mal harás si hasta el cielo no te elevas

Para arrancar una corona al cielo.. .

Álzate, pues, si en tu interior aún l levas

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8 0 O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

El germen de ese afán que pensar te hace

En nuevos goces y del ic ias nuevas.

Sueña, ya que soñar te satisface

Y que es para tu pecho una alegría

Cada i lusión que en tu cerebro nace.

Forja un mundo en tu ardiente fantasía ,

Ya que encuentras placer y te recreas

En viv ir del irando noche y día .

Alcanza hasta la c ima que deseas ,

Mas cuando bajes de esa cima al mundo

Refiérenos a l menos lo que veas .

Pues será un egoísmo s in segundo,

Que quien sabe sent ir como tú s ientes

Se envuelva en un s i lencio tan profundo.

Haz incl inar ante tu voz las frentes,

Y que resuene á tu canción unido

El general aplauso de las gentes.

Que tu nombre do quiera repet ido,

Resplandeciente en sus laureles sea

Quien salve tu memoria del o lv ido;

Y que la t ierra en tus pupilas lea

La leyenda de una alma consagrada

Al sacerdocio augusto de la idea.

Sí , Laura. . . que tus labios de inspirada

Nos repi tan la queja misteriosa

Que te dice la alondra enamorada;

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O B K A S D E M A N U E L A C U Ñ A

81

Que tu l ira tranquila y armoniosa

Nos haga conocer lo que murmura

Cuando entreabre sus pétalos la rosa;

Que oigamos en tu acento la tristura

De la paloma que se ocul ta y canta

Desde el fondo sin luz de la espesura;

O bien el grito que en su ardor levanta

El so ldado del pueblo , que á la muerte

Envuel to en su bandera se adelanta .

Sí, Laura.. . que tu espíritu despierte

Para cumpl ir con su misión subl ime,

Y que hal lemos en t í á la mujer fuerte

Que del oscurant ismo se redime.

6

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, S A L V E

E N U N O S P R E M I O S

Hoy que radiante de v ida,

De ensueños y de placer,

Vienes , juventud querida ,

A palpar estremecida

Tus i lusiones de ayer.

Hoy que la g loria sonriente

Que con sus gracias te atrajo,

Te acaricia dulcemente,

Ciñendo sobre tu frente

Las coronas del trabajo.

Hoy que á la luz que destel la

La estrel la de la victoria

Sobre tu empezada huel la ,

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O B R A S D E M A N D E L A C U Ñ A

8 3

Ves surgir al cabo de ella

Todo un porvenir de gloria;

Gózate mientras agite

Tu noble a lma la emoción,

Y entre tus goces , permite

Que á tus plantas deposi te

Mi lira y mi corazón.

Y mañana que á seguir

Tus pasos vuelvas tr iunfante,

Recuerda hasta sucumbir

Que el lema del porvenir

Es marchar s iempre adelante.

Y graba un tu pensamiento

Si tu valor se rebaja

Porque se agote tu al iento,

Que en el tal ler del talento

Quien triunfa es el que trabaja.

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» J C» » J C» O G= C° O

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 "cÑZT  o=

A tí , niña, la voz del sentimiento,

La palabra dulcísima y serena. . .

Que me has hecho al arrul lo de tu acento ,

Olvidar este eterno sufrimiento

Al que Dios ó la suerte me condena.

]A tí . . . la blanca estrella, á la que debo

La luz de un rayo de i lusión y calma,

Yo que hace tanto t iempo que no l levo

Más que luto y t inieblas en el a lma

A tí . . . la que te l lamas mensajera

De un porvenir de ensueños y de gloria

Que mi espíritu muerto ya no espera. . .

La dulce golondrina, la que me hablas

De una mañana y de una pr imavera ,

En medio de es tas brumas inverna les ,

Y en medio de estos ásperos breñales

Que ya no brotan ni una f lor siquiera.

G R A C I A S

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

85

¡Gracias... si tú no sab es ni ad ivin as

La suprema ventura que se s iente

Cuando de la corona de la frente

Viene a lguien á qui tarnos las espinas;

Si ignoras lo que vale

Una frase de amor y de consuelo

Para aquel que suspira sin un cielo

Que guarde el  ¡ay que de su pecho sale;

Yo no, que acostumbrado

A l lorar mis dolores siempre solo

Y en el fondo de mi alma retirado,

Y o ,

  niña, he comprendido que no hay queja

Como la queja que respuesta no hal la,

Que no hay pesar como el pesar oculto,

Que no hay dolor como el dolor que cal la,

Y que triste el l lorar, agobia menos

La calcinante lágrima que rueda,

Cuando una mano cariñosa enjuga

La que temblando en las pestañas queda.

¡Sí, niña de sde ahora

Ya al sufrimiento no seré cobarde,

Ni me hará estremecer aterradora

La l legada, trist ísim a de esa hora

Que empieza en las t inieblas de la tarde;

Te tengo á t í . . . la que á mi lado vienes

Cuando el consuelo de tu voz reclamo.. .

La que me das tus brazos y tu abrigo,

La que sufres conmigo si yo sufro,

La que al verme l lorar l loras conmigo. . .

¡Gracias y si algún día,

Cuando tu pecho al desengaño abras,

Llegas á padecer esta agonía

Y esta negra y letal melancolía

Que tanto han endulzado tus palabras,

Si alguna vez te miras en el mundo

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Sola y abandonada á tu congoja,

Sin encontrar en tu dolor profundo

Quien tus cal ladas lágrimas recoja;

Llámame entonces , y á tu blando lecho,

Mientras que tú dormitas y descansas

Yo iré á velar tranquilo y satisfecho

Y á encender en el fondo de tu pecho

La estrel la de las dulces esperanzas;

Llámame. . . y cuando en vano

Tiendas la v ista en tu redor sombrío ,

Yo iré á l levarte en el consuelo mío

Los besos y e l cariño de un hermano.

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P O R E S O

Porque eres buena, inocente

Como un sueño de doncel la ,

Porque eres candida y bel la

Como un nectario naciente,

Porque en tus ojos asoma

Con un dulcís imo encanto ,

Todo lo hermoso y lo santo

Del a lma de una pa loma,

Porque eres toda una esencia

De cast idad y consuelo ,

Porque tu alma es todo un cielo

De ternura y de inocencia,

Porque al sol de tus virtudes

Se mira en tí realizado

El ideal vago y soñado

De todas las juventudes;

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8 8

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Por eso, niña hechicera,

Te adoro en mi loco exceso;

Por eso te amo, y por eso

Te he dado mi vida entera;

Por eso á tu luz se inspira

La fe de mi amor subl ime;

¡Por eso solloza y gime

Como un corazón mi l ira

Por eso cuando te evoca

Mi afán en tus embelesos ,

Siento que un mundo de besos

Palpita sobre mi boca;

Y por eso entre la calma

De mi existencia sombría ,

Mi amor no anhela más d ía

Que el que una mi a lma con tu a lma,

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M I S T E R I O

Si tu alma pura es un broche

Que para abrirse á la vida

Quiere la calma adormida

De las sombras de la noche.

Si buscas como un abrigo

Lo más tranqui lo y espeso ,

Para que tu a lma y tu beso

Se encuentren so lo conmigo .

Y s i temiendo en tus huel las

Testigos de tus amores,

No quieres ver más que flores,

Más que montañas y estrel las;

Yo sé muchas grutas , y una

Donde podrás en tu anhelo ,

Ver un pedazo de cielo

Cuando aparezca la luna,

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9 0

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Donde á tu t ímido o ído

No l legarán otros sones

Que las tranqui las canciones

De algún ruiseñor perdido.

Donde á tu mágico acento

Y estremecido y de hinojos ,

Veré abrirse ante mis ojos

Los mundos de l sent imiento .

Y donde tu a lma y la mía,

Como una sola estrechadas,

Se adormirán embriagadas

De amor y melancol ía .

Ven á esa gruta, y en el la

Yo te diré mis desvelos,

Hasta que se hunda en los c ie los

La luz de la última estrella,

Y antes que el ave temprana

Su alegre vuelo levante

Y entre los á lamos cante

La vuel ta de la mañana,

Yo te volveré al abrigo

De tu estancia encantadora,

Donde al recuerdo de esa hora

Vendrás asonar conmigo . . .

Mientras que yo en el exceso

De la pasión que me inspiras

Iré á soñar que me miras,

E iré á soñar que te beso.

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E S P E R A N Z A

Mi alma, la pobre mártir

De mis ensueños dulces y queridos ,

La viajera del cielo, que caminas

Con la luz de un del irio ante los ojos,

No encontrando á tu paso más que abrojos

Ni s int iendo en tu frente más que espinas;

Sacude y deja el luto

Con que la sombra del dolor te envuelve,

Y olvidando el gemir de tus cantares

Deja la tumba y á la v ida vuelve.

Depon y arroja el duelo

De tu tristeza funeral y yerta,

Y ante la luz que asoma por el cielo

En su rayo de amor y de consuelo ,

Saluda al porvenir que te despierta.

Transforma en sol la luna

De tus noches eternas y sombrías;

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Renueva las sonrisas que en la cuna

Para hablar con los ángeles tenías;

Y abrigando otra vez bajo tu cielo,

De tus horas de niña la confianza,

Diles tu t \ l t imo adiós á los dolores,

Y engalana de nuevo con tus f lores

Las ruinas del altar de tu esperanza.

Ya es hora de que alt ivas

Tus a las surquen el azul como antes ,

Ya es hora de que vivas,

Ya es hora de que cantes;

Ya es hora de que enciendas en el ara

La blanca luz de las antorchas muertas,

Y de que abras tu templo á la que v iene

En nombre del amor ante sus puertas .

Bajo el espeso y pál ido nublado

Que enluta de tu frente la agonía,

Aún te es dado que sueñes , y aún te es dado

Vivir para tus sueños todavía. . .

Te lo dice su voz, la de aquel ángel

.Cuya memoria celest ial y blanca

Es el solo entre todos tus recuerdos .

Que ni quejas ni lágrimas te arranca. . .

Su voz dulce y bendita

Que cuando tu dolor aún era niño,

Bajaba entre tus cánticos de muerte,

Mensajera de amor á prometerte

La redención augusta del cariño. . .

Y yo la he visto, ¡mi almal desgarrando

Del manto de la bruma el negro broche

Y encendiendo á la luz de su mirada,

Esas dulces estrel las de la noche

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

9 3

Que anuncian la a lborada. . .

Yo he sent ido e l pertume vo luptuoso

Del crespón virginal que la envolvía ,

Y he sent ido sus besos , y he sent ido

Que al acercarse á mí se estremecía. . .

|S i , mi pobre cadáver, desenvuelve

Los pl iegues del sudario que te cubre

Levántate, y no caves

Tu propia tumba en un dolor eterno . . .

La vuelta de las aves

Te anuncia ya que terminó el invierno:

Saluda al sol querido

Que en el Levante de tu amor asoma,

Y ya que tu paloma vuelve a l nido,

Reconstruyele e l nido á tu paloma.

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R E SIG N AC EON

A...

|S in lágrimas, s in quejas ,

Sin decirlas adiós, sin un sol lozo

Cumplamos hasta lo úl t imo. . . la suerte

Nos trajo aquí con el objeto mismo,

Los dos venimos á enterrar el alma

Bajo la losa del escepticismo.

Sin lágrimas. . . las lágrimas no pueden

Devolver á un cadáver la existencia;

Que caigan nuestras ñores y que rueden,

Pero al rodar, siquiera que nos queden

Seca la vista y firme la conciencia.

¡Ya lo ves para tu alm a y para m i alm a

Los espacios y el mundo están desiertos. . .

Los dos hemos conclu ido ,

Y de tristeza y afl icción cubiertos,

Ya no somos a l f in s ino dos muertos

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

95

Que buscan la mortaja del olvido.

Niños y soñadores cuando apenas

De dejar acabábamos la cuna,

Y nuestras vidas al dolor ajenas

Se desl izaban dulces y serenas

Como el ala de un cisne en la laguna;

Cuando la aurora del primer cariño

Aún no asomaba á recoger el velo

Que la ignorancia v irginal del niño

Extiende entre sus párpados y e l c ie lo ,

Tu alma como la mía,

En su reloj adelantando la hora

Y en sus t inieblas encendiendo el día ,

Vieron un panorama que se abría

Bajo el beso y la luz de aquella aurora;

Y sintiendo al mirar ese paisaje

Las alas de un esfuerzo soberano,

Temprano las abrimos , y t emprano

Nos trajeron al término del viaje.

Le dimos á la t ierra

Los t intes del amor y de la rosa;

A nuestro huerto nidos y cantares,

A nuestro cielo pájaros y estrel las;

Agotamos las f lores del camino

Para formar con el las

Una corona al ángel del destino. . ."

Y hoy en medio del tr i ste desacuerdo

De tanta f lor agonizante ó muerta,

Ya sólo se alza pál ida y desierta

La f lor envenenada del recuerdo.

Del l ibro de la vida

La que escribimos hoy es la úl t ima hoja . .

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Cerrémoslo en seguida,

Y en el sepulcro de la fé perdida

Enterremos también nuestra congoja .

Y ya que el c ie lo nos concede que este

De nuestros males el postrero sea,

Para que el alma á descansar se apreste,

Aunque la úl t ima lágrima nos cueste ,

Cumplamos hasta el f in con la tarea.

Y después cuando al ángel del o lv ido

Hayamos entregado estas cenizas

Que guardan el recuerdo adolorido

De tantas i lus iones hechas trizas

Y de tanto placer desvanecido,

Dejemos los espacios y volvamos

A la tranquila vida de la tierra,

Ya que la noche del dolor temprana

Se avanza hasta nosotros y nos cierra

Los dulces horizontes del mañana.

Dejemos los espacios, ó si quieres

Que hagamos, ensayando nuestro a l iento ,

Un nuevo viaje á esa región bendita

Cuyo sólo recuerdo resucita

Al cadáver del a lma al sent imiento .

L a ncém o no s en t o nces á e se m undo

En donde todo es sombras y vacío ,

Hagamos una luna de l recuerdo

Si el sol de nuestro amor está ya frío;

Volemos, si tu quieres,

Al fondo de esas mágicas regiones ,

Y f ingiendo esperanzas é i lusiones,

Rompamos e l sepulcro , y l evantando

Nuestro atrevido y poderoso vuelo ,

Formaremos un cielo entre las sombras,

Y seremos los duendes de ese c ie lo .

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E P I T A L A M I O

A M I Q U E R I D O A M I G O J . M . B A N D E R A

Pues que en tu cielo aún bri l la

la luz de la esperanza,

Pues que en tu mundo aún v ierte

la fé su resplandor,

Poeta , duerme y sueña

mientras que tu a lma avanza

Por esa blanca huel la

que te abre en lontananza

La encarnación bendita

del ángel de tu amor.

Embriagúete la copa

de sueños y ventura

Que acerca hasta tus labios

su mano virginal ,

La misma que en tus horas

inmensas de amargura

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9 8

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Rasgaba de tu noche

la negra vestidura

Para encender en el la

la luz de lo inmortal .

Que lance tu arpa al aire

su acento enamorado;

Que t iemble entre sus cuerdas

tu ardiente corazón,

• Tu afán está cu m pl id o,

tu ensueño real izado:

Ya t iene una ave el nido

que es taba abandonado ,

Ya vuelve a l cul to el templo

cerrado á la i lusión.

Del viaje que á los cielos

tu noble fé emprendiera,

Buscando lo que e l mundo

jamás te pudo dar,

Ceñida de i lus iones

ha vuelto la viajera,

Trayéndote en sus brazos

la dulce compañera

Que tanto reclamaban

los ecos de tu hogar

Piadosa de tu luto,

piadosa de tu duelo ,

Tendió al oir tus quejas

sus alas hacia aquí . . .

|Poetal dale gracias

y fórmale en tu anhelo ,

U n m undo do nde a ca be

por olvidar el cielo,

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O B R A S D E M A N U E L / A C U Ñ A

99

El cie lo venturoso

que abandonó pjpr tí.

Despiértate á la aurora

dichosa de este día

E n qu e por fií i-acaban

tus noches de dolor;

Y en brazos de  la] v irgen

que tu i lusión te envía,

Elévate á ese espacio

donde alza su armonía

La voz del infinito,/

del alma y del amor.

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DOS VICTIMAS

¿Se acuerda usted de Juan? de aquel muchacho

De quien le di je á usted

Que eran aquellos cuadros tan bonitos

¿Y el paisajito aquél?

¿Si? pues, señor, ayer por la mañana

Como á eso de las diez,

Se suicidó por celos de su novia;

¿Lo pasará usted á creer?

Yo no pude ir á verle, porque he estado

Muy malo desde ant ier;

Pero Antonio, el que en casa de Jacinta

Nos habló aquella vez,

Cuando por poco mata á usted á palos

El papá de Isabel ,

Dice que estaba el pobre hecho pedazos

Desde el cuel lo á los pies,

Con la lengua de fuera y con los ojos

Volteados al revés;

Que el pavimento estaba ensangrentado,

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OBRAS DE MANUEL ACUNA

101

Manchada la pared,

Y que además del pecho en que tenía

Dos heridas ó tres

Se rasgó la garganta y, según dicen,

La barriga también.

Juzgando por el dicho de los guardas

Y el dueño del hotel ,

El arma con que Juan se

  dio

  la muerte

Fué un trónchete leonés .

El caso es que en la bolsa del chaleco

Le hal laron un papel

Que, sobre poco más ó menos, dice  j

Lo que va usted á ver:

—Para que á nadie acuse de mi muerte

Don Tiburcio Montiel ,

Sépase que me mato, porque quiero

Dejar de padecer. . .

Porque ya estoy cansado de esta v ida

Que tan odiosa me es ,

Y porque ya he bebido hasta las heces

El cáliz de la hiél.

Mi novia Sinforiana se ha casado,

Y esto no puede ser. . .

Un desgraciado menos. . . Pasajero,

¡Ruégale á Dios por él . . .t—

Así dice la carta que yo mismo

Vi en «El Siglo» de ayer,

¿Quién se hubiera pensado hace tres días ,

Figúrese usted, quién,

Que aquel huero tan gordo y colorado,

Que el barbencito aquel ,

Tan cal lado y tan serio, moriría

Pocas horas después. . .?

¿Verdad que nadie? pues el hecho es ese ,

As i como también

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102

\

Que la tal Sinforiana ha derramado

Mil lágrimas por él ,

Pues dice que su esposo el comandante,

So lamente en un mes ,

Le ha dado tres pal izas soberanas

Sin contar la de ayer;

Que l lega por la noche en un estado

Incapaz de embriaguez;

Que sin l levarle el diario le está siempre

Pidiendo que comer,

Y, en f in, que una y mil veces le ha pesado

Haberse ido con él .

La pobrecita está tan apurada

Que ya no hal la qué hacer,

Y según yo la he visto, apostaría

Doscientos contra cien,

A que si dura, durará á lo mucho

¡Hasta fines del mes.. .

Conclusión.—Sinforiana se ha matado.

¿No se lo dije á usted?

O B S A S D E M A N U E L A C U N A

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6

|2)

 (^p <S|2) Gj2 S |3 (SjS

E N T O N C E S Y H O Y

Ese era el cuadro que, al romper la noche,

Sus velos de crespón,

Alumbró, atravesando las ventanas,

La tibia luz del sol:

Un techo que acababa de entreabrirse

Para que entrara Dios,

Una lámpara pá l ida y humeante

Bri l lando en un rincón.

Y entre las almas de los dos esposos,

Como un lazo de amor,

Una cuna de mimbres con un n iño

Recien nacido . . .

  ¡yo

Posadas sobre la áspera cornisa

Todas de dos en dos;

Las golondrinas junto a l pardo nido

Lanzaban su canción.

En tanto que á la puerta de sus jaulas ,

Temblando de dolor,

Mezclaban la torcaza y los zentzontl is

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104

O B B A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Sus trinos y

  SU

  V O Z .

La madreselva, alzando entre las rejas

Su tallo trepador,

Enlazaba sus ramas y sus hojas

En grata confusión,

Formando un cort inaje en el que había

Por cada hoja una flor,

En cada f lor una gotita de agua,

Y en cada gota un sol ,

Ref lejo del dulcís imo de entonces

Y'del dol iente de hoy.

Mi madre, la que v ive todavía

Puesto que v ivo yo,

Me arrullaba en sus brazos suspirando

De dicha y de emoción,

Mientras mi padre en el senci l lo exceso

De su inf ini to amor,

Me daba las caricias que más tarde

La ausencia me robó,

Y que á la tumba en donde duerme ahora

A pagarle aún no voy. . .

Forma querida de l amante ensueño

Que embriagaba á los dos,

Yo era en aquel hogar y en aquel día

De encanto y bendición,

Para mi cuna blanca, un inocente,

Para el mundo un dolor,

Y para aquel los corazoues buenos

fUn tercer corazón.. . .

De aquel las horas bendecidas , hace

"Veintitrés años hoy...

Y de aquella mañana á esta, mañana,

De aquel sol á este sol,

Mi hogar se ha retirado de mis ojos,

Se ha hundido mi i lus ión,

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A 1 05

Y la que t iene al cielo entre sus brazos,

La madre de mi amor,

Ni v iene á despertarme en las mañanas,

Ni está donde yo estoy;

Y en vano trato de que mi harpa rota

Module una canción ,

Y en vano de que el l lanto y sus sol lozos

Dejen de ahogar mi voz. . .

Que solo y frente á todos los recuerdos

De aquel t i empo que huyó ,

Mi a lma es un santuario en cuyas ruinas ,

Sin lámpara y s in Dios ,

Evoco á la esperanza, y la esperanza

Penetra en su interior,

Como en el fondo de un sepulcro ant iguo

Las miradas del sol . . .

*

Bajo el c ie lo que ext iende la existencia

De la cun a al pa nte ón , *

En cada corazón palpi ta un mundo,

Y en cada amor un sol . . .

Bajo el cielo nublado de mi vida

Donde esa luz murió,

¿Qué hará este mundo de los sueños míos?

¿Qué hará mi corazón?

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A L P O E T A M Á R T I R

J U A N D I A Z C O V A R R U B I A S

I

Hoy que de cada laúd

Se eleva un canto á tu muerte,

Con la que supiste hacerte

Un altar del atatid;

Unido á esa juventud

Que tu historia viene á hojear,

Mientras ella alza el cantar

Que en su pecho haces nacer,

Yo también quiero poner

Mi ofrenda sobre tu altar.

I I

En la tumba donde f lota

Tu sombra augusta y querida

Descansa muda y dormida

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A 107

La lira de tu alma, rota.. .

De sus cuerdas ya no brota

Ni la patria ni el amor;

Pero en medio del dolor

Que sobre tu losa g ime

Ese s i lencio subl ime,

Ese es tu canto mejor.

n i

Ese es el que se levanta

De la harpa del patriotismo;

Ese s i lencio es lo mismo

Que la l ibertad que canta;

Pues en esa lucha santa

En que te hirió el retroceso,

Al sucumbir bajo el peso

De la que nada respeta ,

Sobre el cadáver del poeta

Se alzó cantando el progreso.

IV

U n m o ns t ruo cuy a m em o r i a

Casi en lo espantoso raya,

El que subió en Tacubaya

Al cadalso de la historia,

Sacrif icando su gloria

Creyó su triunfo más cierto,

Sin ver en sü desacierto

Y en su crueldad olv idando,

Que un labio abierto y cantando

Habla menos que e l de un muerto .

V

De tu ex i s tencia temprana

Tronchó la f lor en capullo,

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108

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Matando en el la al orgullo

De la l ira americana.

Tu inspiración soberana

Rodó ante su infamia v i l ;

Pero tu pluma gent i l

Antes de romper su vuelo ,

Tomó por página el c ie lo

Y escribió

  él once de Abril.

V I

La patria á quien en tributo

Tu santa vida ofreciste,

La patria l lora y se viste

Por tu memoria , de luto . . .

Y arrancando el mejor fruto

De su glorioso vergel ,

Te erige un altar y en él,

Corona tu al iento noble

Con la recompensa doble

De la palma y el laurel .

V II

Si tu afán era subir

Y alzarte hasta el infinito,

Ansiando dejar escri to

Tu nombre en el porvenir;

Bien puedes en paz dormir

Bajo tu sepulcro, inerte:

Mientras que la patria al verte

Contempla enorgul lecida,

Que si fué hermosa tu vida,

Fué más hermosa tu muerte .

v i /

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SONETO

Á MI QUERIDO AMIGO Y MAESTRO MANUEL DOMÍNGUEZ

Sabiendo, como sé, que en esta v ida

Todo es l lanto, tristeza y amargura,

Y que no hay ni siquiera una criatura

Que no lamente una i lusión perdida.

Sabiendo que la dicha apetecida

Es la sombra y no más de una impostura,

Y que la sola aspiración segura

Es la que a l sueño eterno nos convida:

Mi voz no puede levantar su acento

Para desearte, á más de los que t ienes,

Otros años de lucha y sufrimiento;

Pero mi voz te da sus parabienes,

Porque sé que hasta e l ú l t imo momento

Bril lará la honradez sobre tus sienes.

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H I M N O

A L A S O C I E D A D F I L O I A T R I G A

C O R O

Hoy es nuestro cumpleaños ,

hoy es la luz del día,

La misma de aquel día

que nos sintió vivir,

Cuando era nuestra gloria

la niña que nacía,

Cuando era el sol la ciencia,

y el cielo el porvenir.

I

Viajeros de la gloria,

que en fe de vuestra creencia

Buscáis donde á la c iencia

rendir adoración,

Ni os hace fa l ta un templo

teniendo la conciencia ,

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

111

Ni os hace falta una arpa

teniendo el corazón.

I I

Que l ibres y tranqui los

se mezclan en el v iento

La t ímida vio leta

y el pálido azahar,

Teniendo en vuestras a lmas

Las flores del talento

Ningunas son más propias

ni dignas de su altar.

n i

Para esa nueva Vesta

que exige del que la ama

Velar constantemente

de su ara junto al pié,

¡Ni antorchas ni perfumes.. .1

soplad sobre la l lama,

Y que jamás se ext inga

la luz de vuestra fé.

IV

Así es como á la c iencia

se deben los cantares,

Así es como á la c iencia

se debe la ovación;

Cambiando para el cul to

del mundo en sus a l tares ,

Al hombre en sacerdote,

Y al l ibro en oración.

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A N T E U N C A D Á V E R

¡Y bienl aquí estás ya. . . sobre la plancha

Donde el gran horizonte de la c iencia

La extens ión de sus l ími tes ensancha .

Aquí donde la r íg ida experiencia

Viene á dictar las leyes superiores

A que está sometida la existencia.

Aquí donde derrama sus fulgores

Ese astro á cuya luz desaparece

La dist inción de esclavos y señores.

Aquí donde la fábula enmudece

Y la voz de los hechos se levanta

Y la superstición se desvanece.

Aquí donde la c iencia se adelanta

A leer la solución de ese problema

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

113

Cuyo sólo enunciado nos espanta .

Ella que t iene la razón por lema

Y que en tus labios escuchar ansia

La augusta voz de la verdad suprema.

Aquí estás ya. . . tras de la lucha impía

En que romper a l cabo conseguiste

La cárcel que al dolor te retenía.

La luz de tus pupilas ya no existe,

Tu máquina vi ta l descansa inerte

Y á cumplir con su objeto se resiste.

¡Miseria y nada másl dirán al verte

Los que creen que el imperio de la vida

Acaba donde empieza el de la muerte.

Y suponiendo tu mis ión cumpl ida

Se acercarán á t í , y en su mirada

Te mandarán la eterna despedida.

Pero,

  ¡nol. . . tu misión no está acabada,

Que ni es la nad a el pu nto en que nace mo s, »

Ni e l punto en que morimos es la nada.

Círculo es la existencia , y mal hacemos

Cuando al querer medirla le as ignamos

La cuna y el sepulcro por extremos.

La madre es só lo el molde en que tomamos

Nuestra forma, la forma pasajera

Con que la ingrata v ida atravesamos.

8

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114

O B E A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Pero ni es esa forma la primera

Que nuestro ser reviste , ni tampoco

Será su úl t ima forma cuando muera.

Tú sin al iento ya, dentro de poco

Volverás á la t ierra y á su seno

Que es de la vida universal el foco.

Y al l í , á la vida en apariencia ajeno,

El poder de la l luvia y del verano

Fecundará de gérmenes tu c i eno .

Y al ascender de la raíz al grano,

Irás del vegetal á ser test igo

En el laboratorio soberano.

Tal vez para volver cambiado en trigo

Al triste hogar donde la triste esposa

Sin encontrar un pan sueña cont igo .

En tanto que las grietas de tu fosa

Ve rán alzarse de su fondo abierto »

La larva convertida en mariposa,

Que en los ensayos de su vuelo incierto

Irá al lecho infel iz de tus amores

A l levarle tus ósculos de muerto .

Y en medio de esos cambios interiores

Tu cráneo l leno de una nueva vida,

En vez de pensamientos dará f lores,

En cuyo cál iz bri l lará escondida

La lágrima, tal vez, con que tu amada

Acompañó al adiós de tu part ida.

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O B R A S D E M A N D E L A C U Ñ A

115

La tumba es el f inal de la jornada,

Porque en la tumba es donde queda muerta

La l lama en nuestro espíritu encerrada.

Pero en esa mansión á cuya puerta

Se ext ingue nuestro a l iento , hay otro a l iento

Que de nuevo á la vida nos despierta.

All í acaban la fuerza y el talento,

All í acaban los goces y los males,

Al l í acaban la fé y e l sent imiento .

All í acaban los lazos terrenales,

Y mezclados el sabio y el idiota

Se hunden en la región de los iguales .

Pero al l í donde el ánimo se agota

Y perece la máquina, a l l í mismo

El ser que muere es otro ser que brota.

El poderoso y fecundante abismo

Del ant iguo organismo se apodera

Y forma y hace de él otro organismo.

Abandona á la historia just ic iera

Un nombre, s in cuidarse, indi ferente,

De que ese nombre se eternice ó muera.

Él recoje la masa únicamente,

Y cambiando las formas y el objeto

Se encarga de que v iva eternamente.

La tumba sólo guarda un esqueleto ,

Mas la v ida en su bóveda mortuoria

Prosigue a l imentándose en secreto .

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116 O B R A S D E M A N U E L A C O Ñ A

Que al f in de esta existencia transitoria

A la que tanto nuestro afán se adhiere,

La materia, inmortal como la gloria,

Cambia de formas; pero nunca muere.

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L A F E L I C I D A D

Un cielo azul, dos estrellas

Bri l lando en la inmensidad;

Un pájaro enamorado

Cantando en el florestal;

Por ambiente los aromas

Del jazmin y el azahar;

Junto á nosotros el agua

Brotando del manantia l :

Nuestros corazones cerca,

Nuestros lab ios mucho más ,

Tú levantándote a l c ie lo

Y yo s iguiéndote a l lá ,

Ese es el amor, mi vida,

¡Esa es la felicidad.. .

Cruzar con las mismas alas

Los mundos de lo ideal ;

Apurar todos los goces,

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118

OBRAS DE MANUEL ACUNA

Y todo el bien apurar;

De los sueños y la dicha

Volver á la real idad,

Despertando entre las f lores

De un césped pr imavera l ;

Los dos mirándonos mucho ,

Los dos besándonos más ,

Ese es el amor, mi vida,

¡Esa es la felicidad.. .

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O D A

A N T E E L C A D Á V E R D E L D E . J O S É B . D E V I L L A Q R Á N

Si la vida es un cielo, y si la muerte

Es la noche más negra de ese c ie lo ,

Cuando el hombre a l morir deja encendida

La luz inmaculada de sus huel las;

Cuando igual á la tarde,

Sucumbe ceronándose de estrel las

Y haciendo en su caída

De un astro nuevo aparecer la cuna,

Entonces esa sombra maldec ida

Que se alza del abismo de la nada,

Si es la noche en el cielo de la vida,

En el cielo del triunfo es la alborada.

La tumba se convierte

En el primer peldaño de esa escala

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Que los Jacob del genio sueñan tanto;

La l ira de la muerte

En lugar de un gemido ensaya un canto;

Y la cripta mortuoria

Se cambia ante la losa que la cierra,

En la últ ima jornada de la t ierra

Y en la primera jornada de la gloria.

Al l í es donde comienza ese paisaje

Con qu e á su fé y á su d es tin o fieles,

Deliran én su afán los soñadores;

Donde está la partida de ese viaje

Que t iene por bel l í s imo miraje

Todo un mundo de palmas y de ñores . . .

All í es donde el Colón-intel igencia,

Divisando en la playa de su anhelo

La santa real idad de su creencia,

Se alza en todo el vigor de su conciencia

Gritando al verla y al tocarla.. .

 ¡cielo

La muerte no es la nada,

Sino para la chispa transitoria

Cuya luz ignorada

Pasa, sin alcanzar una mirada

De la pupila augusta de la historia;

Pero la f lor que muere y que se incl ina

Falta de al iento y de vigor al suelo,

Sigue v iv iendo aún en el mismo ocaso

Que de sus ricas galas la despoja,

Cuando al rodar del vaso la últ ima hoja

Queda su esencia perfumando el vaso .

Tú sucumbiste as i ; y aunque el abismo

Al mundo robe con tu cuerpo un hombre ,

Tú para el mundo seguirás e l mismo

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OBRAS DE MANUEL ACUÑA

Mientras v iva el perfume de tu nombre;

Por eso el sent imiento

Que en torno á este ataúd nos ha reunido,

No es el dolor hipócrita que al viento

Lanza la inút i l queja de un gemido;

No es e l pesar que apaga su lamento

En el si lencio ingrato del olvido,

Sino el placer que brota y se levanta

Sobre la eterna maica de tus huel las ,

Y que del himno que escribiste en el las

Hace el himno inmortal con que te canta .

Venimos á ceñir sobre tu frente

La corona de luz que tú querías;

A recoger para tu fé naciente

La l lama que en tu espíri tu escondías . . .

Y al mundo triste y de dolor cubierto

Que aguarda á que la tumba te devore

Venimos á decirle que no l lore,

Venimos á decirle que no has muerto . . .

Que hoy es cuando tú naces

A la luz de la gloria y de la vida,

Y hoy cuando te despiertas y cuando haces

Tu entrada por la t ierra prometida,

Que en vez de ser test igos

De un crepúsculo débi l que se apaga,

Los que hoy venimos á entregar un hombre

Al antro de las sombras eternales,

Venimos á encender en su des i erto

El sol que se alza de ese l ibro abierto

Donde quedan tus hechos inmorta les .

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AL RUISEÑOR MEJ ICANO

Hubo una se lva y un n ido

Y en ese nido un j i lguero

Que alegre y estremecido,

Tras de un ensueño querido

Cruzó por el mundo entero.

* *

Que de su paso en las huel las

Sembró sus notas mejores ,

Y que recogió con el las

Al ir por el cielo, estrellas,

Y al ir por el mundo, flores.

* *

Del nido y de la enramada

Ninguno la historia sabe;

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A 123

Porque la t ierra admirada

Dejó esa historia olvidada

Por escribir la del ave.

*

* *

La historia de la que un día,

Y al remontarse en su vuelo,

Fué para la patria mía

La estrel la de más val ía

De todas las de su cielo.

*

* *

La de aquel la á quien el hombre

Robara el nombre galano

Que no hay á quien no le asombre,

Para cambiarlo en el nombre

De Ruiseñor mej i cano .

Y de la que al ver perdido

Su nido de f lores hecho,

Hal ló en su suelo querido

En vez de las de su nido

Las f lores de nuestro pecho.

* *

Su historia. . . que el pueblo ardiente

En su homenaje más jus to

Viene á adorar reverente

Con el laurel esplendente

Que hoy ciñe sobre tu busto.

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Sobre esa piedra be nd ita ,

Que grande entre las primeras,

Es la página en que escrita

Leerán tu gloria infinita

Las edades venideras;

*

* *

Y que unida á la memoria

De tus hechos soberanos,

Se alzará como una historia

Hablándoles de tu g loria

A todos los mej icanos.

* *

Porque al mirar sus destel los

Resplandecer de este modo,

Bien puede decirse entre el los

Que e l nombre tuyo es de aquel los ,

Que nunca mueren de l todo .

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LA VIDA DEL CAMPO

B e a t u s U l e q u i p r o c u l n e g o t l i s . . .

Horacio.

Yo no sé s i e l señor Horacio Flaco

Fué quien se alzó el primero,

Echando á noramala la cul tura

Y hablando de la dicha y la ventura

Que se goza viviendo á lo ranchero;

Yo no sé si el buen vate poseería

Quinta ó hacienda, ó lo que al lá se est i le,

Ni si viviendo en el la se hal laría

Cuando

  dio

  en escribir su

  Beatas Ule;

Pero el hecho y el caso

Es que desde él á Rosas ,

Sin contar á Fray Luis y á Garci laso,

No hay poeta que no hable á cada paso

De la vida del campo y de sus cosas;

Y tanto de magníf ico y de bueno

Nos dicen de esa vida,

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i ? 6 O B R AS D E M A N U E L A C U Ñ A

Y tanto nos repi ten

  la escondida

Senda y la fruta del cercado ajeno,

Que ganas dan de veras

De comprar unas buenas chaparreras ,

De abandonar el fieltro por el ancho,

El bastón por la reata,

Y adiós diciendo á la ciudad ingrata,

A caballo ó á pié lanzarse á un rancho.

Y como esos señores

Saben decirlo y presentarlo todo

Con ese memodeodo

Exclusivo á los buenos escritores,

De aquí resulta en consecuencia clara,

Que ante cuadros tan bel los y fel ices,

Más de cuatro lectores

Se quedan con un palmo de narices

Y soñando en rediles y pastores.

De estos cuatro entusiastas, el que menos

Es seguro que exclama:

« |Oh | la v ida del cam po |Cuán herm oso

Debe de ser en la abrasada siesta

Gozar de la frescura y del reposo,

Cabe la margen del r iachuelo undoso

Que corre serpenteando en la floresta »

O bien si se hal la cerca la señora

Con la que piensa dar en el

  busilis,

Y que t iene por fuerza que ser Pi l is

Desde el momento en que entre á labradora,

Le dirá: «Por la tarde, Filis mía,

Nos iremos a l monte, y desde el monte

Verás cuan grato es al morir el día

El cuadro que presenta el horizonte.»

Y ésto , que ciertamente

Es de una grande y poética bel leza,

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

127

Le parece al

  señor

  tan conv incente ,

Que s in andarse

  en chicas,

Ni pensarlo primero,

Se mete de ranchero en la confianza

De que el dolor no puede ser ranchero.

|Ah ¡si yo refiriera una por una

Las v íct imas que debe

Este error, en el siglo diez y nueve

Va haciéndose tan raro por fortuna

Sin caminar más lejos ,

Yo que conmigo aún no me reconci l io

Por haberme buscado esa desgracia;

Yo soy el más completo verbi gracia

De un mártir de su amor por el idi l io.

Dióme hace t i empo ya por la manía

De leer y releer cuanto á mis manos

Sobre la vida pastoril caía,

Y tanto di en pensar noche y día

Sobre los bienes rústicos y urbanos,

Que convencido al f in de que la corte

Solo es del mal y del dolor la senda,

Exclamé: ¡Que el demonio te soporte. . .

Y después de pedir mi pasaporte

Me puse en dirección para una hacienda.

Aún no asomaba e l rubicundo Febo

Poniendo a l universo como nuevo ,

Y el saltador y alegre ji lguerillo

Aún no alzaba su canto entre las breñas,

Cuando yo y mi tordil lo,

Un animal muy bruto por más señas,

Atravesando cerros y asustando

Aquí á un conejo y más al lá á una l iebre,

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

íbamos ya en vereda y caminando

Yo en busca de un hogar y él de un pesebre.

Después de una hora larga

De correr y correr á la ventura,

A despecho y pesar de mi andadura

Que protestaba ya contra la carga,

Más que pesada, dura,

Y más que dura y que pesada, amarga,

Pues era nada menos mi amargura;

Después de una hora impia

De correr y de andar inút i lmente,

Sin poder dist inguir ni aún vagamente

Las señales de a lguna ranchería ,

Dimos por f in con una

Donde cansados ya de correr tanto,

Mi animal se alzó y dijo:

  ¡qué fortuna

Y yo me bajé y dije:

  ¡aquí implanto

Hacerlo,- y que tres perros

Se me echaran encima, fué todo uno;

Pero á la voz de alarma,

Salieron de la choza unos pastores,

Y cogiendo unas piedras , que son la arma

De que se valen s iempre esos señores ,

A su sola presencia fué acabando

Del canino furor hasta el residuo,

Y yo pude por f in en eco blando

Cantar la instalación de mi individuo.

—¡Oh habitantes fe l ices

De esta comarca rústica y tranquila. . . —

Les di je yo tan luego

Que vi los canes en Jugar seguro.

—Yo vengo aquí tras del fe l iz sos iego

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í bamos ya en vereda y cami nando

Yo en busca de un hogar y él un pesebre

tl'áff.  128.)

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

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Que en la alma del labriego

Derrama este a ire embalsamado y puro,

Cansado de la vida

Que se l leva en la corte aborrecida;

Yo vengo con el mal que me destroza

Y que g imiendo mi zampona exha la ,

A que me deis un sit io en vuestra choza,

Media torta de pan. . . y una zagala .—

Así fué, sobre poco más ó menos,

El pequeño y tri st í s imo discurso

Que improvisé al mirarme entre el concurso

De aquel los hombres rúst icos y buenos;

Y media hora después , una pastora,

No Flérida ni Arminda,

Pero,

  eso sí , tan linda

Que casi era una chica encantadora,

Se presentó á mi v i s ta completando

Con un trozo de pan que me traía

Las tres cosas aquellas,

Y haciéndome gozar con todas el las ,

De modo que yo di je:  ¡aquí es la mía

Nunca lo hubiera d icho ,

O por mejor decir, no lo hubiera hecho,

Pues apenas s int ió e l la sobre su hombro

Un beso que le di en mi desvarío ,

Cuando con triste asombro,

Cayó de mi i lus ión sobre el escombro

Un bofetón de Dios y Señor mío. . .

Después de que comí aquel pan amargo

Al que hizo más amargo este detal le ,

De mi fé y de mis creencias en descargo

Pronuncié suspirando un

  sin embargo,

Y m e pu se en ca m ino para el val le. . . 9

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

All í , pensaba yo, mientras seguía

El mejor y más cómodo sendero,

All í bajo de un olmo

Encontraré un consuelo en mi tri steza ,

Ya que la pérfida esa

A mi pena y dolor ha puesto colmo,

Bajo sus verdes y bri l lantes hojas

Iré á l lorar la pena que me mata;

- Y si la m u y ingrata

Va á reírse aún al l í de mis congojas,

Pues que en mi t ierno y ardoroso ahinco

Ni una sonrisa de su amor merezco,

O le hago comprender lo que padezco,

O le hago comprender

  ¡cuántas son cinco

Pero,

  señor, en el bendito val le,

Como en la a lma de un poeta de veinte años.

To do estaba tan seco y tan m arc hito ¡

Como el la á los primeros desengaños,

Los árboles sin ramas y sin hojas,

La hierba maci lenta y amari l la ,

Y en medio de este cuadro y á lo lejos,

Un arroyo estancado, á cuya ori l la

Rumiaban con afán dos toros v iejos .

Ante tal panorama,

Yo que soñaba coronar mi frente

Con las flores cogidas á una rama

De las verdes y muchas de la fuente;

Yo que soñaba en recrear mi oído

Con la canción dulcísima y sabrosa

D el tordo filarmónico e sco nd ido

Cabe las ramas de la selva umbrosa,

Me senté sobre el tronco de un encino

Y me puse á l lorar con tantas ganas,

Que los cielos al verme y al oirme

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

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Llorar con un dolor tan verdadero,

Empezaron también recio y de f irme

A gemir y á l lorar un aguacero.

¡ Ayl cóm o y cóm o ento nce s

Extrañé los

  simones

  de la plaza,

Y cómo fué aquel l íquido elemento

Que entraba hasta mis huesos poco á poco,

El mejor y más sól ido argumento

Para obligarme á ver que estaba loco.

Cuando l legué á la choza, las estrel las

Bril laban ya en el éter indeciso,

Y en derredor del fuego

Que alumbraba muy poco ciertamente,

Me hallé con que á la ley de un uso añejo,

Pero para el los bueno y necesario,

Bajo la voz de un viejo, un poco viejo,

Rezaban todos juntos el rosario.

Esto s í no es conmigo,

Me dije yo al primer

  Santa Haría,

"Viendo que no era aquella la más propia

Ocasión de salvarme del infierno;

Y encontrando en la fé que mi alma acopia,

Que aquel la copia era muy mala copia

Para darle el valor de un Padre Eterno;

Y como el sueño, gente que no reza,

Me estaba ya doblando la cabeza

Y yo empezaba ya á sent ir en mi a lma

Sus primeras y dulces vaguedades,

Me decidí á dormir en santa calma

Para acabar con tantas necedades. . . .

—El sueño por lo menos

Me hará gozar de la i lus ión que ansio—

Pensaba yo temblando

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

¡Y estremecido todo por el frío

—Y como el los me han puesto en este brete

Que peor no puede ser según barrunto,

Evocaré á Fray Luís y á Navarrete

\Y

  les diré lo que hay sobre el asunto. . . —

Y me dormí. . . pero una santa gota

Que cayendo del techo

Con una precisión constante y rara,

Bajaba desde el techo hasta la cara

Para seguir después por todo el pecho,

Me obligó á despertar en el instante

En que soñaba yo, l leno de galas ,

Bailar bajo la luz de un sol bri l lante

Entre un grupo magnif ico y radiante

De blancas y bel l í s imas zagalas .

¡Ah

y lo que roncan esas buenas gentes

Que á los más fuertes árboles destroncan,

Y que hacen tanto ruido con los dientes

Que parece mentira lo que roncan:

Nunca me hubiera yo n i sospechado

Ver por aquel los mundos,

Reunidos y durmiendo lado á lado

Tantos

  bajos profundos...

Así es que hal lando aquello peor que el rezo,

Pues era una calumnia contra el arte,

Le di gracias á Dios, y después de eso,

M e largué con la música á otra parte.

Metido entre un trigal y decidido

A terminar con él lo que era fáci l

No estando muy crecido,

Me encontré a l animal de mi cabal lo

Tan dado y atareado en su faena,

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

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Que á no ser por un medio

Muy usado y común entre animales ,

Probablemente no hal lo otro remedio

De sacai lo de aquellos andurriales.

Y aún no asomaba i luminando a l mundo

La dulce claridad del rubicundo,

Y la pastora aquella

Aún se alzaba a ver la últ ima estrel la,

Cuando cansado ya de ser tan loco

Y de soñar en lo que ya no pasa,

Rompí de mi i lus ión las dulces redes

Y me volví á la corte y á mi casa,

Donde estoy á las órdenes de ustedes .

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ODA

Á L A M E M O R I A D E L E M I N E N T E N A T U R A L I S T A

E L D O C T O R L E O N A R D O O L I V A

Si eso fuera, si fuera cierto

Que la últ ima palabra de la nda

Es la palabra débi l y no o ída

Con que del mundo se despide un muerto

Si la ex i s tencia humana

Solo durara lo que dura el soplo

Que la a l i enta y la empuja en su camino ,

Y si el l ímite negro de las tumbas

Fuera el l ímite impuesto á su dest ino;

La majestad que su misión encierra

Con su al iento vital se perdería,

Y el cadáver de un sabio no sería

Sino un cadáver más sobre la t ierra. . .

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A 1 3 5

Pero,

  ¡no que si el golpe de la muerte

Es bastante á doblar bajo su peso

Lo mismo que al idiota al varón fuerte,

Jamás podrá la tumba

Prestarles á los dos la misma tal la.

Como el dest ino ciego

Jamás podrá bajo su golpe injusto ,

Igualar á la encina y al arbusto

Que ruedan bajo el hacha del labriego.

Los hombres son iguales

Ante el abierto fondo de un sepulcro,

Porque del hombre en el cadáver frío

La creación inmortal no ve ni encuentra,

Sino una estatua que al perder la forma

Para otra forma en sus talleres entra;

Pero a l l í donde se hunde

Todo pié , y enmudece todo labio ,

Al l í donde se pierde

  y

  se confunde

La huel la del idiota y la del sabio,

Si la tumba entreabierta

Cubre á los dos bajo la misma calma,

Y si al cruzar la inmensidad desierta

Los dos encuentran la misma puerta

Confundiendo en el cielo á una y otra alma;

La justiciera historia

Dejando al uno vejetar perdido,

Alza al otro un altar en su memoria,

Marcando entre los dos la diferencia

Que la tierra y el cielo

Borran ante la vida y la creencia,

Y haciendo en el lugar aborrecido

Donde acaba esta vida transitoria,

Algo como otro cielo, de la gloria,

Y algo como otro infierno, del olvido. . .

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1 3 6

C B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Podrá el cincel hebreo

Dar á Josué una estatua en sus tal leres

Y negar esa estatua á Galileo;

Pero no podrá hacer que o lv ide el mundo

El robusto y divino

  e par si muove

De su credo profundo;

Que á pesar del fanático sombrío

Que en el si lencio del dolor lo encierra,

Su grito sonará sobre la tierra

Mientras ruede la t ierra en el vacío. . .

Podrá el templo crist iano

Desdeñar para su aire otro perfume,

Que el del incienso que en columnas blancas

Sobre el dorado vaso se consume;

Pero el santuario augusto de la ciencia

Jamás tuvo en su altar mejor aroma,

Que en aquel santo dia

En que era un mundo entero el incensario ,

Y un loco, un pensador, un temerario ,

Quien aquel incensario le ofrecía.

La ciencia, como el cielo,

T iene también sus h imnos y sus cantos ,

Y, lo mismo que Dios , t iene su cul to ,

Y, lo mismo que Dios , t iene sus santos . . .

En vez de las suntuosas catedrales

Que e l sue lo cubren con su inmensa mole ,

El la t iene la escuela , donde unidos

Por el amor sagrado de la idea,

Sobre el arpa bendita del santuario

' Lev antan la oración del pe nsa m iento ,

E l sabio co nte m pla nd o el f irmamento

Y el niño deletreando el si labario.

Y al l í es donde la gloria

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O B B A S D E M A N U E L A C U Ñ A 137

Tiene un al tar y un busto

Para cada escogido de la historia;

All í es donde la ciencia

Va á repet ir entre el c lamor del mundo,

La palabra de luz del moribundo

Qre sucumbe en la fé de su conciencia .

Y al l í es donde tú vives, varón justo,

Al que ahora bendice en sus altares

La santa voz del porvenir augusto;

El que tu ciencia y tus virtudes premia^

Consagrando á tu ciencia y sus virtudes

Las cauciones de todos sus laúdes

En el templo inmortal de la Academia.

Allí será donde tu boca, el l ibro,

Nos seguirá enseñando las verdades

Que al Universo le arrancó tu al iento;

Y al l í donde el progreso agradecido

Cuando la historia de tus hechos abra,

Llegará con tu nombre bendecido

A tocar á las puertas del olvido

Para hacerte brotar de tu palabra.

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Porque dejaste e l mundo de dolores

Buscando en otro cielo la alegría

Que aquí , si nace, sólo dura un día

Y eso entre sombras, dudas y temores .

Porque en pos de otro mundo y de otras f lores

Abandonaste esta región sombría ,

Donde tu a lma gigante se sent ía

Condenada á cont inuos s insabores:

Yo te vengo á decir mi enhorabuena

Al mandarte la eterna despedida

Que de dolor el corazón me l lena;

Que aunque cruel y muy triste tu partida,

Si la vida á los goces es agena,

Mejor es el sepulcro que la vida.

S O N E T O

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A D I Ó S

A....

Después de que el dest ino

me ha hundido en las congojas

Del árbol que se muere

crujiendo de dolor,

Tronchando una por una

las flores y las hojas

Que al beso de los cielos

brotaron de mi amor.

* *

Después de que mis ramas

se han roto bajo el peso

De tanta y tanta nieve

cayendo s in cesar,

Y que mi ardiente savia

se ha helado con el beso

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O B E A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Que el ángel del invierno

m e

  dio

  al atravesar.

* *

Después. . . es necesario

que tú también te a lejes

En pos de otras florestas

y de otro cielo en pos;

Que te alces de tu nido,

que te alces y me dejes

Sin escuchar mis ruegos

y sin decirme adiós.

* *

Yo estaba solo y triste

cuando la noche te hizo

Plegar las blancas alas

para acogerte á mi,

Y entonces mi ramaje

doliente y enfermizo

Brotó sus flores todas,

y todas para ti .

*

En el las te hice el nido

risueño en que dormías

De amor y de ventura

temblando en su va ivén ,

Y en él te hal laban s iempre

las noches y los días

Fel iz con mi cariño

y amándote también . . .

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

141

|Ahl nunca en mis del ir ios

creí que fuera eterno

El sol de aquellas horas

de encanto y frenesí;

Pero jamás tampoco

que el soplo del invierno

Llegara entre tus cantos,

y hal lándote tú aquí . . .

*

Es fuerza que te alejes.. .

rompiéndome en ast i l las

Ya s iento entre mis ramas

crujir el huracán,

Y heladas y t emblando

mis hojas amari l las

Se arrancan y vaci lan,

y vuelan y se van. . .

* *

Adiós , paloma blanca,

que huyendo de la n ieve

Te vas á otras regiones

y dejas tu árbol fiel;

Mañana que termine

mi vida obscura y breve,

Ya sólo tus recuerdos

palpitarán sobre él .

:í:

* ' *

Es fuerza que te alejes.. .

del cántico y del nido

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142

O B B A S D B M A N U E L A C D Ñ A

Tú sabes bien la historia,

paloma, que te vas. . .

El nido es el recuerdo

y el cántico el olvido

El árbol es el

  siempre,

y el ave es el

  jamás.

* *

Y [adiós mientras que puedes

oir bajo este cielo

El úl t imo [ay del himno

cantado por los dos.. .

Te vas y ya levantas

el ímpetu y el vuelo ,

Te vas y ya me dejas ,

paloma, [adiós, adiós

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A U N A F L O E

¿Cuándo tu broche apenas se entreabría

Para aspirar la dicha y el contento,

Te doblas ya y cansada y sin al iento,

Te entregas al dolor y la agonía?

4

¿No ves , acaso , que esa sombra impía

Q ue en ne gre ce el azul de l firmamento

Nube es tan sólo que al soplar el viento,

Te dejará de nuevo ver el día?. . .

¡Resucita y levántate A ú n no llega

La hora de que en el fondo de tu broche

Des cabida al pesar que te doblega.

Injusto para el sol es tu reproche,

Que esa sombra que pasa y que te ciega,

Es una sombra, pero aún no es la noche.

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E S T A H O J A . . .

Esta hoja arrebatada á una corona

Que la forma colocó en mi frente

Entre el aplauso fáci l é indulgente '

Con que el primer ensayo se perdona.

Esta hoja de un laurel que aún me emociona

Como en aquel la noche , dulcemente ,

Por más que mi corazón comprende y s iente

Que es un laurel que el mérito no abona:

Tú la viste nacer, dulce y buena

Te estremeciste como yo a l encanto

Que produjo al rodar sobre la escena;

Guárdala , y de la ausencia en el quebranto ,

Que te recuerde, de mis besos l lena,

Al buen amigo que te quiere tanto.

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© © © © © © @ © @ © © © © @ ® © 9 © © © © ® @ © © © © © @ @ © © © © ® © © @

NADA SOBRE NADA

P o e s í a l e í d a

 en la

  ve l ada l i t erar i a

  que

 ce l ebró

  la

  S o c i e d a d

El  Porvenir  la noche del

 

de Mayo do 1873

P u e s ,  señor, dije yo, ya que es p reciso,

Puesto

 que así lo han

 h e c h o

  en el

  programa,

Que rompa

 yo la

  bendecida prosa

Que preparada para

  el

  caso había,

Y  que escriba en vez de  el la alguna cosa

Así , que se  parezca á una po esía,

P o n g á m o n o s  al pun to ,

Y a que es  forzoso  y  necesario , en  obra.

Así dije,

  y

  t o m a ndo

N o

  el

  arpa

 ni la

  lira,

Q ue

  la

  lira

 y el

  arpa,

N o pa sa n hoy de ser una  m entira ,

S i no  una p l u m a de ave

Con la que  escribo  yo  genera lmente .

10

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146 O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Violenté las arrugas de mi frente

Hasta ponerla cej i junta y grave,

Y pensando en mi novia , en la adorada

Por quien suspiro y l loro sin sosiego,

Mojé mi pluma en el t intero, y luego

Puse estas ocho letras:

  A mi amada.

Su retrato, un retrato

Firmado por Mal leto y compañía ,

Se alzaba junto á mí plácido y grato,

Mostrándome las gracias y recato

Que tando adornan á la amada mía;

Y como el verlo solo

Basta para que mi amada se emocione,

Que Apolo me perdone

Si dije aquí que me sentí un Apolo.

Ello no es una rosa,

Ni es un ser ideal ni cosa que lo valga,

Pero en verso ó en prosa

No seré yo el estúpido que salga

Con que mi novia es fea,

Cuando puedo decir que es muy hermosa,

Por más que ni el la misma me lo crea;

Así es que en mi pintura,

H ec ha en rasgos por cierto no m u y fieles,

Aumenté de ta l modo su hermosura

Que casi resultaba una f igura

Digna de ser pintada por Apeles .

Después de dibujarla como he dicho

Faltando á la verdad por el capricho,

Iba yo á colocar el fondo negro

De su a lma inexorable y desdeñosa,

Cuando al hacerlo me ocurrió una cosa

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O B E A S D E M A N U E L A C U Ñ A

  14T

Que hundió mi plan, y de lo cual me alegro;

Porque, en úl t imo caso , >

Como pensaba yo entre las paredes

De mi cuarto sombrío ,

¿Qué les importa á ustedes

Que mi amada me n iegue sus mercedes , ,

Ni que yo tenga el corazón vacío?

Si mi vida vejeta en la tristeza

Y el yugo del amor ya no soporta,

¿Caeré de referirlo en la simpleza

Para que alguien me diga en su franqueza:

Si viera usted que á mí n ada me importa...?

N o,

  de seguro, que antes

Prefiero verme loco por tres días,

Que imitar á ese eterno Jeremías

Que se l lama el señor de Caravantes.

Y convencido de ésto;

Lo que era conveniente y necesario ,

Borré el t i tulo puesto,

Y buscando á mi l ira otro pretexto

Escribí este otro título:

  El Santuario.

¡El santuariol. . . exclamé; pero y ¿qué cosa

Puedo decir de nuevo sobre el caso,

Cuando en cada volumen de poesías ,

En versos unos malos y otros buenos

Hay diez odas y media por lo menos,

Sobre templos, santuarios y abadías?

Para entonar sobre ésto mis cantares

Á más de que el asunto vale poco,

¿Qué entiendo yo de claustros ni de altares,

Ni qué se yo de sacristán tampoco?

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- 1 4 8 O B R A S D E M A N U E L A C O Ñ A

N o ,

  en la naturaleza

Hay asuntos más d ignos y mejores ,

Y más l lenos de encanto y de bel leza,

Y ya que he de escribir, haré una pieza

Que se l lame:

  Lo s 2¡ fados y las flores.

Hablaré de la incauta mariposa

Que en incesante y atrevido vuelo ,

Ya abandona á la rosa por el cielo,

Y yá abandona el cielo por la rosa,

Del insecto pintado y sorprendente

Que de esconderse entre las hierbas trata,

Y de la ave inocente que lo mata;

Lo cual prueba que no es tan inocente;

Hablaré. . . pero y luego que haya hablado

Sacando á luz al boquirrubio Febo,

Yo pregunto, señor, ¿qué habré ganado

Con tratar lo que todos han tratado,

Si al hacerlo no digo nada nuevo?. . .

Conque si ésto tampoco es un asunto

Digno de preocuparme una sola hora,

Dejemos sus inút i les detal les ,

Ya que no hay ni un señor ni una señora

Que no sepan muy bien lo que es la aurora

Y lo que son las flores y los valles. . .

Coloquemos á un lado esas materias

Que se prestan tan poco para el caso,

Y pues ésto se ofrece á cada paso

Hablemos de la v ida y sus miserias .

Empezaré diciendo desde luego,

Que no hay virtud, creencias ni i lusiones;

Que en criminal y estúpido sosiego

Ya no late la fe en los corazones;

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A 149

Que el hombre imbéci l , á la g loria ciego, 

Sólo piensa en el oro y los doblones,

Y concluiré en est i lo gemebundo:

Que haya un cadáver más ¿qu é importa al mund o?

Y me puse á escribir, y así en efecto,

Lo hice en ciento cincuenta octavas reales ,

Cuyo único defecto ,

Como se ve por la que dicha queda,

Era qué en voz de ser originales

No pasaban de un plagio de Espronceda.

Como era fuerza, las rompí en el acto

Desesperado de mi triste suerte,

Viendo por f in que en esto de poesía

No hay un so lo argumento n i una idea

Que no peque de fúti l , ó no sea

Tan vieja como el pan de cada día.

En s i tuación tan tri ste

Y estando la hora ya tan avanzada,

¿Qué hago, me di je yo , para salvarme

De este grave y horrible compromiso.

Cuando n ingún asunto puede darme

Ni s iquiera un adarme

De novedad, de encanto , ó de un hechizo?

¿Hablaré de la mar yo que en mi vida

He viajado tan poco,

Que en materia de charcos sólo he visto,

Y eso una vez, el lago de Texcoco?

¿Hablaré de la guerra y de la gente

Que enardecida de las cumbres baja

Desafiando al contrario frente á frente,

Y habré de convert irme en un val iente

Yo que nunca he empuñado una navaja?

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150

O B R A S D E M A N D E L A C U Ñ A

N o ,

  señor, que aunque estudio medicina

Y pertenezco á esa importante clase

Que no hay pueblo y lugar en que no pase

Por ser la más horrible y asesina,

Aparte de que en ésto hay poco cierto,

Como lo prueba y mucho la experiencia ,

Y o ,

  á lo menos hasta hoy, me hal lo á cubierto

De que se a lce la sombra de a lgún muerto

A turbar la quietud de mi conciencia .

Sobre los l ibros santos, se podría

Con meditar y con plagiar un poco,

Arreglar ó escribir una peesía;

Pero ni ésto es muy fáci l en un dia

Ni para hablar sobre ésto estoy tampoco;

Porque en fiestas como ésta

Donde el placer está como en su templo,

Sal ir con el Diluvio, por ejemplo,

Fuera casi querer aguar la fiesta;

Y como yo no quiero que se diga

Que he venido á tal cosa,

Ya que en mi numen agotado no ha l lo

Ni el asunto ni el plan á que yo aspiro

Rompo mi humilde cí tara, me cal lo ,

Y con perdón de ustedes me retiro.

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CINCO DE MAYO

i

Tres eran, mas la Inglaterra

Volvió á lanzarse á las olas,

Y las naves españolas

Tomaron rumbo á su t ierra ,

Sólo Francia gritó: «¡Guerra »

So ña nd o ¡oh patria en ven cer te,

Y de la infamia y la suerte

Sirviéndose en su provecho

Se alzó erigiendo en derecho

El derecho del más fuerte.

I I

Sin ver que en l id tan sangrienta

Tu brazo era más pequeño,

La l id encarnó en su empeño

La redención de tu afrenta,

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152

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Brotó en luz amaril lenta

La l lama de sus cañones,

Y el mundo vio á tus legiones

Entrando al combate rudo,

Llevando por solo escudo

Su escudo de corazones.

I II

Y entonces fué cuando al grito

Lanzado por tu denuedo,

Tembló la Francia de miedo

Comprendiendo su del i to .

Cuando á tu a l iento inf ini to

Se oyó la palabra

  sea,

Y cuando al ver la pelea

Terrible y desesperada

Se alzó en tu mano la espada

Y en tu conciencia la idea.

IV

Desde que ardió en el oriente

La luz de ese sol eterno

Cuyo rayo puro y t ierno

Viene á besarte en la frente,

Tu bandera independiente

Flotaba ya en las montañas,

Mientras las huestes extrañas

Alzaban la suya airosa,

Que se agitaba orgullosa

Del bri l lo de sus hazañas.

V

Y llegó la hora, y el cielo

Nublado y obscurecido

Desapareció escondido

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

153

Como en los pl iegues de un velo .

La muerte t endió su vuelo

Sobre la espantada tierra,

Y entre el francés que se aterra

Y el mej icauo iracundo,

Se a lzó estremeciendo al mundo

Tu inmenso gri to de guerra.

V I

Y allí el francés, el primero

De los soldados del orbe,

El que en sus glorias absorbe

Todas las del mundo entero,

Tres veces pál ido y f iero

S e

  vio

  á correr obligado,

Frente a l pueblo denonado

Que para salvar tu nombre,

T e

  dio

  un so ldado en cada hombre

|Y un héroe en cada soldadol

VII

¡Tres veces y cuan do h un did a

Sintió su fama guerrera,

Contemplando su bandera

Manchada y escarnecida,

La Francia , v i endo perdida

La i lusión de su victoria,

A despecho de du historia

Y á despecho de su anhelo ,

Vio

  asomar entre otro cielo

Y en otro mundo la gloria.

VIII

Que entre la niebla indecisa

Qu e sobre el ca m po flotaba,

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154 O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Y entre el humo que se alzaba

Bajo el paso de la brisa,

Su más hermosa sonrisa

Fué para tu a lma inocente,

Su canción más e locuente

Para entonarla á tu huel la,

Y su corona más bel la

Para ponerla en tu frente.

I X

' [Sí, patria de sd e es e día

Tu no eres ya para el mundo

Lo que en su desdén profundo

La Europa se suponía ,

Desde entonces , patria mía,

Has entrado á una nueva era ,

La era noble y duradera

De la gloria y del progreso,

Que bajan hoy, como un beso

De amor, sobre tu bandera

X

Sobre esa insignia bendita

Que hoy viene á cubrir de f lores

La gente que en sus amores

En torno suyo se agita.

La que en la dicha inf ini ta

Con que en tu suelo la clava,

Te jura animosa y brava,

Como ante el francés un día,

Morir por tí , patria mía,

Primero que verte esclava.

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S O N E T O

A M I Q U E R I D O A M I G O V I C E N T E F U E N T E S

¡Oh,

  tü que á la l legada de mi santo

Tu tarjeta y tus plácemes me envías

En prueba de las buenas s impatías

Con que has sabido dist inguirme tanto

¡Oh,  tú que en vez de música y de canto,

Y en vez de bandolones y poesías ,

Vienes y l legas y me das los días

Con un  Vicente Fuentes  que da encanto

Párate, y sabe que, aunque no lo creas,

Te he agradecido en mi ánimo infinito

El que tan bueno con tu amigo seas;

Pero también que sepas necesi to

Que ya que tantos años me deseas ,

Debes darme e l

  remedio

  y el

  trapito.

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O D A

Leída en la ses iOu que e l Liceo Hidalgo

Celebró en honor de Doña Gertrudis ( ¡úmez do Avel laneda.

De los tres cielos que recorre el hombre

De la existencia en la medida impía ,

Cuando la g loria me enseñó tu nombre

Yo estaba en el primero todavía.

La pena que de l pecho

Hasta el abismo lóbrego desciende,

Y del cadáver de un amor deshecho

Pinje flotando en derredor del lecho

La aparición bel l í s ima de un duende;

La sombra á cuyo peso aborrecido

Muere el placer y el alma se acobarda,

Tratando de evocar en el olvido

El recuerdo dulcís imo y querido

De los besos del ángel de la guarda;

Todo eso que en la frente

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0 B R A 8 D B M A N U E L A C D Ñ A

157

Deja un sel lo de luto y desconsuelo,

Cuando en el alma pálida y dol iente

No queda ni la fé, que es del creyente-

La úl t ima golondrina que a lza el vuelo ,

Todo eso que de noche

Baja hasta el corazón como una sombra,

Y que terrible y s in piedad ninguna

Sus i lusiones todas despedaza,

Aún no era sobre el cielo de mi cuna

Ni la pál ida nube que importuna .

Se levanta enseñando la amenaza.

Dichoso con la dulce indi ferencia

Del que al amor de su cal lado asi lo

Ha vivido á la luz de la inocencia,

Acostumbrado á ver en la existencia ,

La imagen de un azul s iempre tranqui lo ,

Yo entonces ignoraba

Que, más a l lá de aquel humilde techo

Que sus caricias y su amor me daba,

Clamando al c ie lo y suspirando en vano

Desde el rincón sin luz de la vigi l ia,

Hubiera en otro hogar una famil ia

De la que yo también era un hermano. . .

Mi amor no sospechaba que exist iera

Más i lusión ni cariñoso exceso,

Que la mirada dulce y hechicera

De la santa mujer que la primera

Nos anuncia á la v ida con un beso . . .

Y hasta que a l dulce y mágico sonido

Del arpa que temblaba entre tus manos,

Dejé mi rama, abandoné mi nido

Y te seguí hasta ese árbol bendecido

Donde todos los n idos son hermanos ,

Fué cuando despertando de la ca lma

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O B E A S D E M A N U E L A C U Ñ A

En que f lotaba la existencia mía,

Sent í asomar en lo int imo de mi a lma

Algo como la luz de un nuevo día .

Tu voz fué la primera

Que me habló en la dulzura de ese idioma

Que canta como canta la paloma

Y g i m e co m o g i m e l a pa l m era -

Las cuerdas de tu l ira,

Como la voz de la primera alondra

Que'l lama á las demás y las despierta,

Fueron las que al arrullo de tu acento

Sonaron sobre mi a lma estremecida,

Como si siendo un pájaro la vida

Quisieran despertarlo al sentimiento. . .

Tu nombre va l igado en mi cariño

Con los recuerdos santos y amorosos

De mis t i empos de n iño ,

Con los placeres dulces y sabrosos

De esa época sonriente

En la que es cada instante una promesa,

Y en la que el ángel de la fé aún no besa

Las primeras arrugas de la frente;

Tu nombre es la memoria

Del pueblo y del hogar adonde un día

Fué á estremecerme el eco de tu gloria

Y el trino arrullador de tu poesía;

La evocación de todo lo más santo

En medio de mis noches desmayadas ,

Que aún t iemblan á las dulces campanadas

De aquellas horas en que amaba tanto. . .

Y así , cuando yo supe

Que abandonada á tu dolor morías ,

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

159

Y que en tu muda y lánguida tri steza

Renunciabas á ver junto á tu lecho,

Quien, al rodar sin vida tu cabeza,

Recogiera el laurel de tu grandeza

Y el últ imo sol lozo de tu pecho;

Cuando yo supe que en la huesa insana

Te incl inabas por f in pál ida y sola,

Sin que al adiós de tu alma soberana

Se enlutara la citara cubana

Ni gimiera la cítara española;

Al darte mis adioses, los adioses

De la eterna y postrera despedida,

Sentí que algo de triste sol lozaba

De mi dolor en el obscuro abismo,

Y que tu sombra que f lotaba arriba,

Al extinguirse y al borrarse se iba

Llevándose un pedazo de mí mismo.

Y entonces a l poder de los recuerdos

Borrando la distancia

Tendí mis a las hacia el nido blando

De los primeros sueños de la infancia;

Llegué a l r incón modesto

Donde tus dulces páginas le ía

A la fé y a l amor s iempre dispuesto

Y al l í de pié frente á la blanca cuna

Donde en sus f lores me envolvió el destino,

Busqué en su fondo a lguna

Que aún no cerrara su oloroso broche,

Y en él hal lé dormida

Esta con la que el a lma agradecida

Viene á aromar las sombras de esta noche.

Deuda que en mi cariño

Contraje desde niño con tu nombre,

Esta f lor es el cántico del niño

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160

O B K A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Mezclada con las lágrimas del hombre;

Esta f lor es el fruto de aquel germen

Que derramaste en mi niñez dichosa,

Y que al rodar sobre la humilde fosa

Donde tus restos duermen,

Entre sus piedras ásperas se arraiga,

Recogiendo su jugo en tus cenizas ,

Y esperando en su cál iz á que caiga

La gota de los cielos que la traiga

La esencia y el amor de tus sonrisas.

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A L A L U N A

A L S R . D . M A N U E L J . D O M Í N G U E Z

O h,  luna, blanca luna,

Que desde el cielo viertes tus fulgores

A despecho de todos los vapores

Con que la negra noche te importuna,

Yo sé que al permitirme la confianza

De que á abusar cantándote me atrevo,

Antes que hablarte de otra cosa debo

Darte una expl icación de mi tardanza;

Pero sabiendo, porque así lo he visto,

No recuerdo en que parte,

Que tú eres noble y generosa y buena

Con todos los prosélitos del arte,

Entre los que me inscribo al protestarte

Que nada hay que sin t í valga la pena,

Dejo los cumpl imientos

Y las excusas fúti les y vanas

11

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162

O B E A S D B M A N U E L A C U Ñ A

A f in de aprovechar estos momentos ,

Que tú al ver que en mis labios

Se agita el estro y mi si lencio trunca,

Recordarás que el vulgo y aun los sabios

Dicen que

  vale más tarde que nunca.

N o,

  y mira tú: desde hace mucho t iempo

Pensaba yo en venir á saludarte,

Y hasta recuerdo que sal í una noche

Sin más objeto que ese;

Pero aunque e l muy i lus tre Ayuntamiento

Me hizo creer que en el cielo te hallaría,

T ü,

  que probablemente estabas mala ,

Te ocultaste y me diste una antesala

Que me pesa en el cuerpo todavía .

Esto no te lo digo

Por lanzarte una pulla ni un reproche;

Pero este negro bosque me es test igo

De que no más que por hablar cont igo

Me anduve por aquí toda la noche.

Lo mismo que otra vez, ya no recuerdo

Si fué en Abril ó en Mayo. . . suspirando

Por verte frente á frente

Y á tu lado pasar la noche entera,

De modo y de manera

De estar solos y lejos de la gente,

Vengo, y tú que sin duda me creíste

Algún gemidor de esos

Que porque está desesperado y triste

Ya quiere que le des un par de besos,

No bien tras de estos álamos me viste,

Que escondiéndote en medio de las nubes

Cerraste tu balcón y te metiste.

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

163

Y la verdad que si esta fué tu idea

Ante mi aparición inoportuna,

Por mi vida te juro y te respondo,

Que te l levaste e l chasco más redondo

Que te has l levado desde que eres luna;

Pues aunque ya á mis años

Se usa entre los humanos corazones

Contar los sufrimientos á montones ,

Y á montones también los desengaños ,

Yo que si algo he sufrido

De mi existencia en la carrera corta,

Tengo la convicción ínt ima y grande

De que á nadie le importa ,

Porque s i sufro no hay quien me lo mande;

Si al pisar de la vida los abrojos

A verter una lágrima me atrevo,

La dejo que se escape de mis ojos

Y al l legar á mis labios me la bebo.

Conque ya verás tú si yo sería

Quien fuera á molestarte á tales horas,

Para llamarte solitaria ó fría,

Y cometer así una grosería

De esas que no perdonan las señoras,

Aparte de que á t í , s i no me engaño,

Te debe de importar muy poca cosa

Que en la vida enojosa

Camine el goce junto con el daño,

Asi como que al t iempo de las f lores

Siga el invierno nebuloso y frío,

O que en las t ibias noches del est ío

Disminuyan de fuerza los calores ,

Cosa que á muchos saca de su casa

Por tener de decírtelo el orgullo,

Cuando todo eso en real idad no pasa

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164

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

De ser una verdad de

  Pero Grullo.

Y sin mentar personas,

Por  allí  anda la i lustre Avel laneda,

Que en paz duerma en su lecho de coronas,

Que sin mirar que tu, rueda que rueda,

Maldi to el caso que del t iempo hacías ,

El la a l son de sus mágicos bordones

Te delataba á ese ladrón nefando

Que tantos goces con pasar nos roba,

S in

  oir'

 que su esposo despertand o

La l lamaba en un tono no muy b lando

Después de registrar toda la alcoba.

Y el sin igual Zorrilla,

El que nos regaló aquel mamarracho

Que yo admiraba tanto de muchacho

Creyéndolo la octava maravil la,

E l que con una ca lma

Cuyo molde es dif íci l que se encuentre,

Hizo aquí entre otros dramas el del vientre,

Y hasta allá fué á acordarse del del alma.

Y Carpió, el que de turco disfrazado

Sufrió tan honda pena

Que por poco se arroja al mar salado;

Pero que al fin se fué por otro lado

Arrastrando el alfanje por la arena.

Y Tagle, el que te hablaba al lá en los t iempos

De discordias civi les,

En que Rocha aún no andaba por e l mundo

Y en que aún eran de chispa los fusi les,

Pues éstos y otros más, si no tan buenos

Sí tan desocupados,

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A 165

Han emprendido de entus iasmo l l enos

La imitación de sus antepasados,

Por el placer de repetirte alguna

De esas necias é insulsas tonterías,

U porque hechos los tomos de poesías

No faltara en el índice:—«A la luna.»

Y si á lo menos fueran pasaderas

Las tantas que en tu elogio se han escrito

Y cuyas f irmas por prudencia cal lo,

P u e s ,  señor, con trescientos de á caballo,

Muy puesto en su lugar y muy bonito;

Pero,  nada. . . que entre esas que no cito

Porque no se me diga impert inente,

Hay muchas (no agravio la presente)

Que son un verdadero gregorito.

Lo digo y lo repito,

Sí , señor, que ésta no es una indirecta,

Pues aunque sal te a lguno

Que deseando escapar á este reproche,

Reclame la palabra y manif ieste

Cargado de razones y veneno,

Que no se puede hacer nada de bueno

Sobre un terreno tan vulgar como éste,

No habiendo obl igación chica ni grande

De escribir sobre tal ó cual materia,

Se comprende y se ve muy á las c laras ,

Aunque hable de ésta con tan poco aprecio ,

Que el culpable no es el la sino el necio

Que se mete en camisa de once varas .

¿Quién obl iga á ninguna

De las v iv ientes a lmas á que escriba,

Ni menos á que suba tan arriba

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Que tenga que escribir sobre la luna., .?

Y o m i sm o , s i m a ña na

A algún crít ico ocioso y exigente

Se le diera la gana

De zurrar á esta si lva la pavana,

Y de hacerlo delante de la gente,

Pues yo mismo, aunque fuera á mi despecho ,

(No pudiendo olv idarme de que es mía)

Mirando la justicia no tendría

Más que decir á todo:

  muy lien hecho.

Y tan es cierto que lo encuentro justo,

Y que me temo mucho una descarga

Por haberme sal ido con mi gusto ,

Que con objeto de que el sabio adusto

No halle esta si lva demasiado larga,

Una vez que tú, luna,

No me has de consolar si tal sucede,

Lo cual (aquí en conf ianza) muy bien puede

Por un capricho cruel de la fortuna,

Bien convencido de que en todo caso

Francos y leales seguiremos s iendo

Tan amigos como antes ,

Te dejo preparándole á la aurora

El dulce néctar de los nuevos broches ,

Y sin más que decirte por ahora,

Con el a lma, tu humilde servidora,

Me alegraré que pases buenas noches .

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E L R E O D E M U E R T E

A L E M I N E N T E A C T O R D . J O S É V A L E R O

Esa noche, ardiendo el pueblo

De animación y entus iasmo

Bajo el inf lujo subl ime

De tu genio soberano,

Todo era bravos y dianas,

Todo era vivas y aplausos,

Todo cariño en los ojos,

Todo cariño en los labios,

Y todo flores, laureles,

Admiración y . . . . entretanto ,

Al lá muy l e jos , muy l e jos ,

Sonando l ento y pausado ,

Se alzaba entre las t inieblas

Y entre el si lencio un cadalso,

Sin otro eco que el lat ido

Del pecho de l condenado

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Que en diá logo con la muerte

Velaba en un subterráneo.

Aquel cadalso se alzaba

Cada vez más y más alto,

Como un espectro, sombrío,

Como un vampiro, cal lado,

Como una tumba, implacable ,

Y como un monstruo , inhumano;

Se alzaba y sin que ninguno

Oyera aquel ruido amargo,

Por los sol lozos de un hombre

Solamente acompañado .

La humanidad impas ib le

Bajo su mudo letargo,

Miraba crecer y alzarse

Las formas de aquel cadalso,

Cuando tú, tú que escuchaste

Sus ecos tristes y vagos

Te levantaste por el la

Con la voz del entusiasmo,

Y en presencia de aquel pueblo

Y en frente de aquel tablado

Ceñida con tus laureles

La hiciste hablar por tus labios,

Salvando al sol de aquel día

Del rubor de aquel cadalso.

Yo no sé si ya habrá muerto •

Aquel que en su desamparo,

Aún más que unos pocos d ías ,

Y aún más que unos pocos años

Pudo gozar la dulzura

De ver á su hijo en los brazos,

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

169

Libre del infame nombre

De hijo del ajusticiado;

Pero yo que desde niño

Aprendí l leno de espanto

Á aborrecer los verdugos

Y á maldecir los cadalsos,

Dejo á la gloria que entone

Para ensalzarte su canto,

Y del condenado á muerte

Bajo los recuerdos gratos,

En nombre suyo, las gracias

De la humanidad te mando .

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A J O S E F I N A P E B E Z

(EN SU ÁLBUM)

En cambio de los c ie los

De amor y sent imiento

Que el alma adolorida

abrió tu inspiración,

Y en cambio de las horas

de olvido al sufrimiento

Que á tu arpa dulce y blanda

le debe el corazón.

En cambio, nuestros cantos

y todo lo que encierra

De bueno y amoroso

nuestra alma y nuestro ser. . .

Y en cambio nuestras f lores,

las flores de esta tierra,

Tu nido como alondra,

tu altar como mujer.

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A L A E M I N E N T E A C T R I Z

SALVADORA CAYRON

Si del boscaje fecundo

No quise flores cortar,

Cuando vi en mi afán profundo

Que al robárselas al mundo

Se las robaba á tu altar;

En mi ansia por tributarte

Mi ofrenda de admiración,

Acudo, señora, á darte,

Si no las flores del arte,

Las flores del corazón.

• 5 ?

  ^ f j ^ f -

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E s c r i t a p a r a l a S r a . C a y r ó n y l e í d a p o r e l l a e n s u f u n c i ó n

d e d e s p e d i d a

Pues que de l des t ino en pos

Débi l contra su cadena,

Frente al deber que lo ordena

Tengo que decirte

  adiós;

Antes que mi boca se abra

Para dar paso á ese acento,

La voz de mi sent imiento

Quiere hablarte

  una palabra.

Que muy bien pudiera ser

Que cuando de aquí me aleje ,

Al decirte

  adiós,

  te deje

Para no volverte á ver.

ADIÓS A MÉJ ICO

Y así entre el mal con que lucho

Y que en el dolor me abisma,

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Yo anhelo que por mí misma

Sepas

  que te quiero mucho . '

Que enamorada de t í

Desde antes de conocerte ,

Yo vine sólo por verte,

Y al verte

  te pase  aquí.

Que mi a lma reconocida

Te adora con loco empeño-,

Porque tu amor era el sueño

Más hermoso de mi v ida.

Que del l ibro de mi historia

Te dejo la hoja más bel la,

Porque en esa hoja destel la

Tu gloria más que mi gloria.

Que soñaba en no dejarte

Sino hasta el postrer momento,

Part i endo mi pensamiento

Entre tu amor y el del

  arte.

Y que hoy ante esa i lus ión

Que se borra y se deshace,

Sien to ¡ay de mí qu e se hac e

Peda zo s m i co ra zó n-

Tal vez ya nunca en mi anhelo

Podré endulzar mi tristeza

Con ver sobre mi cabeza

El esplendor de tu cielo.

Tal vez ya nunca á mi o ído

Resonará en la mañana,

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174

O B R A S D B M A N U E L A C U Ñ A

La voz del ave temprana

Que canta desde su nido.

Y tal vez en los amores

Con que te adoro y te admiro,

Estas f lores que hoy aspiro

Serán

  tas últimas flores.

Pero si afectos tan tiernos

Quiere el destino que deje,

Y que me aparte y me aleje

Para no volver á vernos;

Bajo la luz de este día

De encanto inefable y puro

Al darte mi

  adiós

  te juro,

¡Oh dulce Méjico míal

Que s i

  él

  con sus fuerzas trunca

Todos los humanos lazos ,

Te arrancará de mis brazos,

Pero de m i pecho ,

 ¡nunca

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A ASUNCION

E N S U Á L B U M

Mire usted, Asunción: aunque algún ángel

Metiéndose á envidioso ,

Conciba al lá en el cielo el mal capricho

De venir por la noche á hacerle el

 oso

Y en un rapto

  glorioso

Llevársela de aquí , como le ha dicho

No sé que nigromante misterioso ,

No vaya usted, por Dios, á hacerle caso,

Ni á dar con el tal ángel un mal paso;

Estése usted dormida,

Debajo de las sábanas met ida,

Y deje usted que la hable

Y que la vuelva á hablar y que se endiable,

Que entonces con un dedo

Puesto sobre otro en cruz, [afuera miedo

No vaya usté á rendirse

Ante el ruego ó las lágrimas y á irse. . .

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O B E A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Que donde usted nos deje

Por seguir en el vuelo á su Tenorio,

Después irá á l lorar al purgatorio

Sin tener quien la mime, aunque se queje. . .

Conque mucho cuidado

Si siente usted un ángel á su lado,

Que yo, como su amigo,

Con ta l que usted, Asunción, me lo permita ,

Le aconsejo y le digo

Que después de Rosario y Margarita

No admita usted más ángeles consigo.

Estése usted con el las

Compart iendo del ic ias é i lus iones ,

Que rodeada de ta les corazones

Todas las horas t ienen que ser bel las;

Viva usted muchos años

(Como un humilde criado le diría)

Y mañana que sola ó entre extraños

Se encuentre por desgracia en este día,

Si busca usted una alma que la ame

Llame usted á mi pecho, y con que l lame,

Si no estoy muerto encontrará la mía.

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@V®  @ l í @ ©i f ® ©l i ® f ì i® @ì i @ @ì i @ @ì ®

R O M A N C E R O

  DE LA

  G U E R R A

  D E

  I N D E P E N D E N C I A

EL GIRO

i

Medio oculta entre

  la

 selva

Como un nido entre

  las

 ram as,

Y m ed i o hund i da

 en el

  fondo

Tranqui lo

  de una

 cañada,

Al lá por aquel los t iempos

H u b o

  en

 L a nd í n

  (1)

  una casa

Q ue

 no

 por ser tan sen ci l la

N i

  de

 u na fecha tan larga,

Era menos pintoresca,

Ni tampoco menos b lanca ,

So m brea ba

  su

 puerta

 un

  o lmo

De hojosas

 y

  verdes ramas,

P u n t o s

  de

 citas

  de

 todas

( l ) E s t a d o

  de

  G u a n a j u a t o , e n t r e S a n t a C r u z

  y

  C h a m a c u e r o .

1 2

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O BB AS D E M A N U E L A C U Ñ A

Las aves de las montañas;

Y en uno de sus costados,

Brotando l ímpida y clara,

Saltaba entre los terrones

Y entre las hierbas el agua,

De noche s i empre tranqui la

Y eternamente cal lada.

Apenas el so l naciente

Fi l traba por sus ventanas,

Cuando estremeciendo el aire,

Sonaban dulces y c laras ,

La voz de una cuna hablando

De cuanto los niños hablan;

La voz de una madre, rica

De sent imientos y de a lma,

Y la voz de un hombre que era

La eterna voz de la patria,

Soñando ya con sus g lorias

Y ya con sus esperanzas.

Tez cobriza como aquellos

Primeros hi jos de Anahuac.

Que tantas veces hicieron

Temblar de miedo á la España,

Cuando la España atrevida

Midió con el los sus armas;

Fuerte y ági l como todos

Los hijos de las montañas;

Como un labriego, robusto;

Como un patriota, entusiasta;

Como un val iente, atrevido,

Y como un joven, todo alma,

El hombre de aquel las selvas ,

El hombre de aquel la casa ,

Era el eterno modelo

De esas figuras sagradas

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O B E A S D E M A N U E L A C U Ñ A

179

Que en el altar de los siglos

Hacen un dios de una estatua.

Veint icinco años apenas

Por ese t iempo contaba,

Y de sus nobles heridas

La suma aún era más larga,

Que no hubo por el Bajío

Ningún combate n i hazaña

Donde su ardor no estuviera,

Donde faltara su lanza,

Ni donde a l gri to de muerte

Sus huel las no señalara

Con el l icor de sus venas

u el de las venas extrañas.

Y al l í tranquilo y oculto

Su triste vida pasaba,

Lamentando en su impotencia

La esclavitud de la patria

Que renunciando á la lucha,

Re nu nc iaba á la esperanza:

Cuando una mañana, á la hora

Que el úl t imo sueño marca,

Des pertó, oy en do á lo lejos

Un ruido confuso de armas;

Y adivinando al instante

La suerte que le amagaba,

Bajó del lecho al influjo

De una decis ión extraña;

Besa en los labios á su hijo,

Besa en la frente á su amada,

Clava los ojos ardientes

En la entreabierta ventana,

Y al ver por sus enemigos

Ya casi envuel ta su casa ,

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O B E A S D B M A N U E L A C U Ñ A

Salta á las rocas, y entre ellos

Se escapa por la montaña.

I I

Aún no se alzaba del todo

La niebla de la mañana,

Y aún no acertaban á darse

Cuenta de tamaña audacia

Los si t iadores furiosos

Que sorprenderle esperaban,

Cuando al galope y bajando

Camino de la cañada,

Vieron venir á lo lejos

Un grupo de gente armada,

Compuesto de ocbo j inetes

Y el hombre que los mandaba,

En mayor número que e l los

Y con superiores armas,

Seguros de la victoria

Fáci l que se les aguarda,

Todos empuñan las r iendas,

Todos afirman la lanza,

Todos ven a l enemigo

Todos miden la distancia ,

Y en si lencio y todos el los

Prontos á ponerse en marcha,

Sólo esperan á que l legue

La hora de entrar en batal la.

Los insurgentes en tanto

Viendo las huestes contrarias ,

Más de coraje la encienden

Y más de amor la entusiasman,

Y ansiosos de dar su sangre

Por la salud de la patria,

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

1 8 1

Sobre el caballo se incl inan,

La f loja rienda adelantan,

Y fijos los barboquejos

Y el sombrero hacia la espalda,

Entre la niebla y el polvo

Corren, y vuelan y avanzan,

Siguiendo entre los peñascos

Al hombre de la cañada.

Y ya los de Bustamante (1)

Su primer paso avanzaban,

A nhe l a ndo en su i m pa c i enc i a

Como acortar la distancia

Que la interpuesta col ina

Con un recodo aumentaba ,

Cuando de pie en lo más alto

De las rocas escarpadas,

Vieron alzarse á un j inete

Que con voz sonora y clara,

—«Yo soy el Giro—les di jo ,

—Si al Giro es á quien aguardan;

Y el que lo busque que venga

Si t iene honor y t iene a lma,

Que á todos espera el Giro

Frente á frente y cara á cara.»—•

Dijo:

  y los fieros dragones

Al grito de « |viva España »

Como un solo hombre treparon

Hasta donde el Giro estaba

Dispuesto como los suyos

Á sucumbir por la patria. . .

Y fué la lucha, y terribles

Al dar la espantosa carga,

Insurgentes y real i stas

( l) E l gene ra l D . A n as tas i o B u s tam ante , pres i dente de l a R ep úbl i ca

y que en  B U  juventud mi l i t ó en e l e j érc i to rea l i s ta .

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182

O B K A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Ardiendo con cólera y rabia,

Se entremezclaron sedientos

De victoria y de matanza;..

Quiso la triste fortuna

Favorecer á la España,

El bri l lo de sus fulgores

Negándole á nuestras armas,

Que ya de los insurgentes

Uno tan sólo quedaba

Á caballo todavia,

Pero ya herido y sin armas.

Era el Giro, que entre doce

Dragones que le rodeaban.

Sin rendirse al desal iento

Ni incl inarse á la desgracia,

Luchaba y arremetía

Contra el que más se acercaba,

Convirt iendo á su cabal lo .

Á un t iempo en escudo y arma.

Por fin un brazo atrevido

Clavó en su pecho una lanza,

Perder haciéndole e l poco

Al iento que le quedaba,

Pero él aunque ya en el suelo,

•Con fuerza siempre y con alma,

Coge la lanza, del pecho

Sin vacilar se la arranca,

Y estremecido y al grito

De independencia y de patria ,

De pie sobre los peñascos

A sus contrarios aguarda;

Y después de herir á todos

Los que acercársele ensayan;

Hace huir á los restantes

Que ante heroicidad tamaña

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O B E A S D E M A N U E L A C U Ñ A

183

Se alejan, y desde lejos

Lo rematan á pedradas.

III

Mártir, que toda tu sangre

Supiste dar por la patria;

T ú ,

  de los desconocidos

Que murieron por salvarla,

¡Gracias por tu fortaleza,

Por tu sacrificio gracias

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v t '  vi/ \}/ v¡/ vk .¿tí. ,¿¡¿. v¡/ \k .  vl/r

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C I N E R A R I A

A N T E E L C A D Á V E R D E L A S R A . L U Z P R E S A

Jamás pensé al venir á estas regiones

Que mis palabras úl t imas serían

Para hablar á un cadáver.. .

Ni nunca que las notas de mi canto

Al perderse en el aire sonarían

Mezcladas con el eco de mi l lanto.

Cuando yo vine aquí , casi acababa

De sentir y estrechar entre mis brazos

Al buen amigo que en su noble empeño ,

Soñaba en un laurel para la frente

De la que hoy duerme en el sepulcro el sueño

Que dura y se prolonga eternamente.

Y ese hermano me hablaba del cariño

El más puro entre todos los amores,

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O B E A S D E M A N U E L A C U Ñ A 185

Sin penas, s in temores ,

Casi volv iéndose a l hablarme un niño;

Y le enviaba conmigo sus recuerdos,

Y le enviaba conmigo sus abrazos,

Y alegre en el amor en que se ardía,

Ni s iquiera pensaba en ese instante,

Que su madre distante, muy distante,

Casi en aquella hora se moría.

Yo también tuve un padre que á la fosa

Rodó s in que mis labios lo besaran,

Y sé lo que es ese dolor profundo

Que hace una noche eterna de los días

Y un desierto tri st í s imo del mundo.

Yo sé que horizonte es el que se cierra

Delante del espíritu aterrado,

Cuando eleva sus alas de la t ierra

La que en su pecho maternal encierra

Cuanto se alza de bueno á nuestro lado.

Yo adivino esa pena, y porque casi

Siento la misma angust ia que devora

Al huérfano infel iz que en su a is lamiento

Busca á su madre y por su madre l lora ,

Yo le traigo en su nombre mi gemido,

Y la eterna promesa de que nunca

Caerá sobre esa lápida el olvido

Yo le traigo en el canto de una l ira

Que cuando se habla de la madre t iembla

Y cuando se habla de su amor se inspira,

El adiós que sus labios no lograron

Dejar caer sobre sus ojos yertos

Cuando á la luz del mundo se cerraron

Para abrirse á la sombra de los muertos;

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186

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Mi adiós que en momentáneo regoci jo

La agitará volviéndola á la vida,

Para que pueda oir la despedida

Con que la vengo á saludar por su hijo.

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A L A P A T R I A

C o m p o s i c i ó n r e c i t a d a p o r u n a n i ñ a e n T a c u y a b a d e l o s

M á r t i r e s , e l 1G d e S e p t i e m b r e d e 18 7S .

Ante el recuerdo bendito

De aquel la noche sagrada

En que la patria aherrojada

Rompió a l f in su esclavi tud;

Ante la dulce memoria

De aquel la hora y de aquel día ,

Yo s iento que en la a lma mía

Canta a lgo como un laúd.

Yo siento que brota en f lores

El huerto de mi ternura,

Que t i embla entre su espesura

La estrofa de una canción;

Y al sonoroso y ardiente

Murmurar de cada nota,

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1 8 8

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Siento algo grande que brota

Dentro de mi corazón.

¡Bendita noche de gloria

Que asi mi espíritu agitas,

Bendita entre las benditas

Noche de la l ibertadl

Hora de triunfo en que el pueblo

Al so l de la independencia ,

Dejó l ibre la conciencia

Rompiendo la obscuridad.

Yo te amo.. . y al acercarme

Ante este altar de victoria

Donde la patria y la historia

Contemplan nuestro placer,

Yo vengo á unir a l tr ibuto

Que en darte el pueblo se afana

Mi canto de mejicana,

Mi corazón de mujer.

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H I D A L G O

Sonaron las campanas de Dolores ,

Voz de alarma en el cielo estremecía,

Y en medio de la noche surgió el día

De augusta Libertad con los fulgores.

Temblaron de pavor los opresores,

É Hidalgo audaz el porvenir veía,

Y la patria, la patria que gemía,

Vio

  sus espinas convertirse en flores.

¡Benditos los recuerdos venerados

De aquellos que cifraron sus desvelos

En morir por sel lar la independencia;

Aquel los que vencidos , no humi l lados ,

Encontraron el paso hasta los cielos

Teniendo por camino su conciencia

 I

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15 DE SEPTIEMBRE

Desqués de aquel la página sombría

En que trazó la historia los detalles

De aquel horrible día,

Cuando la triste Méxitl i veía

Sembradas de cadáveres sus cal les;

Después de aquel la página de duelo

Por Cuahutemoc escrita ante la historia,

Cuando sintió lo inúti l de su anhelo;

Después de aquella página, la gloria

Borrando nuestro cielo en su memoria

No volvió á aparecer en nuestro cielo.

La santa, la querida

Madre de aquel los muertos , vencedores

En su misma caída,

Fué hal lada entre el los , trémula y herida

Por el mayor dolor de los dolores. . .

En su semblante pál ido aún bri l laba

De su l lanto tri st í s imo una gota . . .

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A 191

A su lado se alzaba

Junto á un laurel una macana rota. . .

Y abandonada y so la como estaba,

Vencido ya hasta el úl t imo patriota ,

Al ver sus ojos sin mirada y fijos,

Los españoles la creyeron muerta ,

Y del incendio entre la l lama incierta

La echaron en la tumba con sus hi jos . . .

Y pasaron cien años y trescientos

Sin que á ningún oído

Llegaran los trist ísimos acentos

De su apagado y lúgubre gemido;

Cuando una noche un hombre que ve laba

Soñando en no sé qué grande y augusto

Como la misma fe que le inspiraba,

Oyó un inmenso gri to que le hablaba

Desde su a lma de justo . . .

— Yo soy — le repet ía ,

Descendiente de aquél los que en la lucha

Sellaron su derrota con la muerte. . .

¡Yo soy la queja que ninguno escucha,

Yo soy el l lanto que ninguno adviertel . . .

Mi fe me ha dicho que tu fuerza es mucha,

Que es grande tu virtud y vengo á verte;

Que en el eterno y rudo sufrimiento

Con que hace siglos sin cesar batal lo,

Yo sé que tú has de darme lo que no hal lo:

Mi madre que está aquí porque la s iento .—

Dijo la voz y al santo regocijo

Que el anciano s int ió en su omnipotencia ,

— Si el indio l lora por su madre, — dijo,

Yo encontraré una madre para ese hi jo ,

Y encontró aquel la madre en su conciencia .

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192 O B R A S D E M A N U E L A C U N A

Á esta hora, y en un día

Como éste , en que incensamos su memoria ,

Fué cuando aquel anciano lo decía ,

Y desde ese momento, patria mía,

Tú sabes bien que el astro de tu gloria

Clavado sobre el l ibro de tu historia,

No se ha puesto en tus cielos todavía,

Á esta hora fué cuando rodó en pedazos

La piedra que sel laba aquel sepulcro

Donde estuviste , como Cristo , muerta

Para resucitar al tercer día;

Á esa hora fué cuando se abrió la puerta

De tu hogar, que en su seno te veía

Con un supremo miedo en su a legría

De que tu aparición no fuera cierta;

Y desde ese momento, y desde esa hora,

Tranqui la y s in temores en tu pecho,

Tu sueño se cobija bajo un techo

Donde el placer es lo único que l lora. . .

Tus hi jos ya no g imen

Como antes al recuerdo de tu ausencia,

Ni cadenas hay ya que los last imen. . .

En sus feraces campos ya no corre

La sangre de la lucha y la matanza,

Y de la paz entre los goces suaves

Bajo un cielo sin sombras ni vapores,

Ni se avergüenzan de nacer tus flores,

Ni se avergüenzan de cantar tus aves.

Grande eres y á tu paso

Tienes abierto un porvenir de gloria

Con la dulce promesa de la historia

De que para tu sol nunca habrá ocaso. . .

Por él camina y s igue

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

193

De tu lección de ayer con la experiencia;

Trabaja y lucha hasta acabar esa obra

Que empezaste al volver á la existencia,

Que aún hay algo en tus cárceles que sobra,

Y aún hay algo que el vuelo no recobra,

Y aún hay algo de España en tu conciencia .

Yo te vengo á decir que es necesario

Matar ya ese recuerdo de los reyes

Que escondido tras de un confesionario,

Quiere darte otras leyes que tus leyes. . .

Que Dios no v ive ahí donde tus hi jos

Reniegan de tu amor y de tus besos ,

Que no es el que perdona en el cadalso,

Que no es el del altar y el de los rezos;

Que Dios es e l que v ive en tus cabanas,

Que Dios es el que vive en tus tal leres

Y el que se alza presente y encarnado

All í donde sin odio á los deberes

Se come por la noche un pan honrado.

Yo te vengo á decir que no es preciso

Que muera á hierro el que con hierro mate,

Que no es con sangre como el siglo quiere

Que el pueblo aprenda las lecciones tuyas;

Que el s ig lo quiere que en lugar de templos

Le des escuelas y le des ejemplos ,

Le des un techo y bajo

  del

  lo instruyas.

Así como en tu frente

Podrás al fin ceñirte la corona

Que el porvenir te t iene destinada;

Él , que conoce tu a lma, que adivina

En tí á la santa madre del progreso,

o

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19-1

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Y que hoy ante el recuerdo de aquel la hora

En que uno de sus besos fué la aurora

Que surgió de tu noche entre lo espeso,

Mientras el pueblo se entusiasma y l lora,

Te viene á acariciar con otro beso.

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A L M O Ñ O D E M E R C E D

Me cuentan que ibas corriendo

Como una sí l f ide alada,

Cuando de tus blondas trenzas

Te lo robaron las auras;

No sé yo de tal historia

Si es cierta ó es inventada;

Pero lo que sé   e 3  que ardiendo

De amor y de dicha el a lma,

Traigo tu moño en la bolsa

Desde ayer por la mañana;

Que le he hecho mil caricias

Y pienso hacerle otras tantas,

Que por ser color de rosa

Y por ser tuyo me encanta,

Y que por toda la v ida

Lo guardaré donde se hal la,

Reunido con un bi l lete

Que compré, de La Esperanza,

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196

O B B A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Con cosa de diez poesías,

De dos vales y una carta

Que me escribió hace dos meses

L a que m e

  dio

  calabazas.

Aquí lo tengo, y á menos

Que deje esta vida amarga,

No abandonaré tu moño ,

Dulce cariño del a lma,

Ni por lo uno ni por lo otro,

Ni por esto ni por nada,

Que de esa prenda querida

Pienso, merced adorada,

Hacer e l hermoso emblema

De todas mis esperanzas.

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Q @ ® Q Q © ® © @ 0 © @ @ © © © @ © @

N O C T U R N O

Á R O S A R I O

I

¡Pues bien yo nece si to

decirte que te adoro,

Decirte que te quiero

con todo el corazón;

Que es mucho lo que sufro

que es mucüo lo que l loro ,

Que ya no puedo tanto ,

y al grito en qu¿ te imploro

Te imploro y te hablo en nombre

de mi ú l t ima i lns ión .

I I

Yo quiero que tú sepas

que ya hace muchos días

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198

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Estoy enfermo y pál ido

de tanto no dormir;

Que ya se han muerto todas

las esperanzas mías,

Que están mis noches negras ,

tan negras y sombrías,

Que ya no sé ni donde

se alzaba el porvenir.

I II

De noche , cuando pongo

mis s ienes en la a lmohada

Y hacia otro mundo quiero

mi espíritu volver,

C a m i no m ucho , m ucho ,

y al fin de la jornada

Las formas de mi madre

Se pierden en la nada

Y tú de nuevo vuelves

en mi alma aparecer.

IV

Comprendo que tus besos

jamás han de ser míos ,

Comprendo que en tus ojos

no me he de ver jamás;

Y te amo, y en mis locos

y ardientes desvarios

Bendigo tus desdenes ,

adoro tus desvíos,

Y en vez de amarte menos,

te quiero mucho más .

V

A veces pienso en darte

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A 199

mi eterna despedida,

Borrarte en mis recuerdos

y hundirte en mi pasión;

Mas si es en vano todo

y el alma, no t e o lvida ,

¡Qué quieres tú que yo haga,

pedazo de mi v ida,

Qué quieres tú que yo haga

con este corazón

VI

Y luego que ya estaba

concluido su santuario .

Tu lámpara encendida,

tu velo en el altar;

El so l de la mañana

detrás del campanario,

V Chispean do las antorchas,

humeando e l incensar io ,

Y abierta allá á lo lejos

la puerta del hogar.. .

VII

|Qué hermoso hubiera s ido

vivir bajo aquel techo,

Los dos unidos s iempre

y amándonos los dos;

Tú s i empre enamorada ,

yo s iempre sat i sfecho,

Los dos una sola a lma,

los dos un solo pecho,

Y en medio de nosotros

Mi madre como un Dios

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

V III

¡Figúrate qué hermosas

las horas de esa vida

¡Qué dulce y bello el viaje

por una t ierra asi

Y yo soñada en eso ,

mi santa prometida,

Y al delirar en eso

con la a lma estremecida,

Pensaba yo en ser bueno

por tí , no más por tí .

I X

¡Bien sabe Dios que ese era

mi más hermoso sueño .

Mi afán y mi esperanza

mi dicha y mi placer;

Bien sabe Dios que en nada

ci fraba yo mi empeño,

S ino en amarte mucho

bajo el hogar risueño

Que me envolvió en sus besos

cua ndo m e

  vio

  nacer

X

Esa era mi esperanza.. .

mas ya que á sus fulgores

Se opone e l hondo abi smo

que existe entre los dos,

¡Adiós por la vez últ ima,

amor de mis amores;

La luz de mis t inieblas ,

la esencia de mis flores;

La l ira de poeta,

mi juventud, adiós

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LAS RUINAS

A

I

Las ruinas so lam ente

quedaban del santuario ,

Y en medio de las ruinas

la virgen del altar;

Conmigo l legó un ave,

y en trino dulce y vario

Volando en torno de el la

su acento empezó á alzar.

La virgen era hermosa,

y alzándose á porfía

Las ñores se agrupaban

en torno de su s ien,

Encima estaba el c ie lo ,

y encima estaba el día,

Y el pajaro, entre tanto,

cantaba siempre. . . ¿á quién?

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202

O B K A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Los ojos de la virgen

bri l laban dulcemente

Del astro de los astros

al mágico arrebol

Y. . . «[Oh virgen —dijo el ave--

bendita sea tu frente.

Puesto que en el la ha hal lado

como otro cielo el sol.

Para el la son los trinos

de todos los cantares

,Que vengo á darte, |oh virgen

cada hora matinal;

Que rotos y en el polvo

tu templo y tus altares,

Tu frente aún está viva,

¡tu frente es inmortal »

I I

Mañana que las penas

y el t iempo hayan destruido

El templo en que te adora

la ardiente juventud,

En medio de las ruinas

y en medio del o lv ido

Tendrás un ave s iempre

que cante tu virtud.

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A UN ARROYO

A M I H E R M A N O J U A N D E D I O S P E Z A

Cuando todo era f lores tu camino,

Cuando todo era pájaros tu ambiente,

Cediendo de tu curso á la pendiente

Todo era en t í fugaz y repentino.

Vino el invierno, con sus nieblas v ino

El hielo que hoy estanca tu corriente,

Y en situación tan triste y diferente

Ni aun un pálido sol te da el destino.

Y así es la vida; en incesante vuelo

Mientras que todo es i lus ión, avanza

En só lo una hora cuanto mide un c i e lo ;

Y cuando el duelo asoma en lontananza

Entonces como tú , cambiada en h ie lo

¿No puede reflejar ni la esperanza.

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L E T R I L L A

Sí, mi amigo D. Gregorio,

T iene usted mucha razón,

Eso mismo que usted d ice ,

Eso mismo que d igo yo . . .

I

Juzga usted que es una plaga,

Que es un castigo de Dios,

Esa turba de mocosos

Sin quehacer ni ocupación,

Que á falta de otra han tomado

La carrera de escritor;

Que s i hablan de l Nigromante

No lo bajan de chambón,

Que á Altamirano lo acaban,

Que á Peredo le hacen

  fo,

Que á Prieto lo ponen de asco,

Que á Justo lo dejan peor,

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

205

Y que l levando hasta Europa

Su orif ica erudición,

Destrozan á Victor Hugo

Y á Dumas y a Campoarnor,

Y á cuantos hal lan al paso,

Con su hidrofobia feroz;

Y agrega usted que sería

Muchísimo

  mejor

Que hacerles caso ó echarles

Un indiges to sermón,

Dejarlos á que los oiga

La madre que los parió.

Pues sí, señor D. Grego rio,

Tiene usted mucha razón,

Eso mismo que usted dice,

Eso mismo digo yo...

I I

Juzga usted que es un espanto

Piensa usted que es un horror,

Ver tantas compos ic iones

Como se publ ican hoy,

En que después de sa l imos

El imberbe trovador

Con uno de esos ideales

Que ya se hacen de cajón,

Muy sonrosados los labios ,

Muy argent ina la voz,

Muy los cabel los de seda,

(Vaya una transposición)

Y muy l l ena de desdenes ,

Que los merece el autor,

Termina és te con que la

  a m a

Con todo su corazón,

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Cuando mejor que' ocuparse

Eu hablarnos de su amor

Y en pintarnos los efectos

De su estúpida pasión

Según usted, debería,

Aquí para entre los dos,

Decirse bruto tres veces

Con mucha circunspección,

Alzar al cielo los ojos,

Rezar el «yo pecador»

Y en seguida dispararse

Media pistola de Colt .

Pues sí, señor D. Grego rio,

Tiene usted mucha razón,

Eso mismo que usted dice,

Eso mismo digo yo...

III

Dice us ted que ya da miedo

Que vale lo menos dos,

Ver á tantos que pretenden

Demostrar su erudición

Llenando de lat inajos

Su inconocible español ,

Y que tal verso de Ovidio

Lo dan por de Cicerón,

Cuando nunca escribió versos

El pobrecito orador,

Que á despecho suyo t iene

Que pasar por un ladrón

Gracias al atrevimiento

De esos benditos de Dios ,

Y agrega usted amigo mío,

Que en su muy pobre opin ión

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E n c i m i l l o 1". a l i i a / .ú  am o  u n a l o c a

Y

  l e d i o d e s u d i c h a e u u n o x c e s o

(Pág. 206.

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A 207

Debieran esos señores

Fijarse en qué escriben hoy

Que son tan raros los sabios

En la lengua de Catón,

Y en que cada cita de esas

Sépase la l engua ó no ,

Viene á ser como un peñasco

Donde el mísero lector

Tiene á fuerza que pararse

Y aguantarse un tropezón

Que bien puede hacer á a lguno

Que mande al diablo al autor.

Pues sí, señor

 D .

  Gregorio,

Tiene usted mucha razón,

Eso m ismo que usted dice, .

Eso mismo digo yo...

I V

Concluye usted en su carta,

Mi buen amigo y y señor,

Dic i éndome que no ac ierta

A encontrar la expl icación

De esas ínfulas de sabio

Y ese a ire de hombre de pro

Con que se presenta a lguno

Por haber sido orador

Y haber gri tado en Sept iembre,

jViva la Constitución

Lo que l e aplaudieron mucho ,

Según dice él que lo oyó,

Y protesta usted por su alma,

Que no hal la puesto en razón

Que por sólo ese motivo

Se le haga miembro de honor

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208

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

De cuanta academia existe

Dentro de la población,

Ni que se inscriba su nombre

Como colaborador

A la cabeza de todos

Los diarios que salen hoy,

Haciéndolo revest irse

De este aire de protección

Con que trata aun á los mismos

De donde el necio sal ió,

Y á quienes usted querría

Para acabar con la raza

Y quedarnos usté y yo ,

Que somos tan campechanos

Y hombres de tan buen humor

Y que hacemos unos versos

Que le gustan hasta Dios.

Pues si, señor D. Grego rio,

Tiene usted mucha razón,

Es.o mismo que usted dice,

Eso mismo digo yo...

Degollar de dos en dos

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H O J A S S E C A S

i

Mañana que ya no puedan

Encontrarse nuestros ojos ,

Y que vivarnos ausentes,

Muy lejos uno del otro,

Que te hable de mí este l ibro

Como de t i me habla todo.

II

Cada hoja es un recuerdo

tan triste como t ierno

De que hubo sobre ese árbol

un cielo y un amor;

Reunidas forman todas

el canto del invierno,

La estrofa de las nieves

y el himno del dolor.

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2 1 0

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

III

¡Mañana á la misma hora

En que el sol te besó por vez primera,

Sobre tu frente pura y hechicera

Caerá otra vez el beso de la aurora]

Pero ese beso que en aquel oriente

Cayó sobre tu frente solo y frío,

Mañana bajará dulce y ardiente,

Porque el beso del sol sobre tu frente

Bajará acompañado con el mío .

IV

En Dios le exiges á mi fe que crea,

Y que le alce un altar dentro de mí

¡A.hl ¡Si basta no más con que te vea

Para que yo ame á Dios, creyendo en t í

V

Si hay a lgún césped blando

cubierto de rocío

En donde s iempre se a lce

dormida alguna f lor,

Y en donde s i empre puedas

hallar, dulce bien mío,

Violetas y jazmines

Muñéndose de amor;

Y o quiero ser el césp ed '

Florido y matizado

Donde se asenten, niña,

Las huel las de tus pies;

Yo quiero ser la brisa

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Tranqui la de ese prado

Para besar sus labios

Y agonizar después.

S i hay a lgún pecho amante

que de ternura l leno

Se agite y se estremezca

no más para el amor,

Yo quiero ser, mi vida,

yo quiero ser el seno

Donde tu frente inc l ines

Para dormir mejor.

Yo quiero oir latiendo

Tu pecho junto a l mío ,

Yo quiero oir que dicen

Los dos en su latir,

Y luego darte un beso

De ardiente desvarío,

Y luego. . . arrodil larme

Mirándote dormir.

V I

Las doce. . . ¡adiós.. . Es fuerza que m e vaya

y que te diga adiós. . .

Tú lámpara está ya por ext inguirse,

y es necesario.

— A ú n n o .

—Las sombras son traidoras, y no quiero

que al asomar el sol,

Se detengan sus rayos á la entrada

de nuestro corazón.. .

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2 1 2

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

—Y ¿qué importan las sombras cuando entre el las

queda velando Dios?

—¿Dios? ¿Y qué puede Dios entre las sombras

al lado del amor?

—Cuando te duermas ¿me enviarás un beso?

— | Y m i a l m a

—[Adiós. . .

— ¡ A d i ó s . .

VII

Lo que siente el árbol seco

Por el pájaro que cruza

Cuando plegando las a las

Baja hasta sus ramas must ias ,

Y con sus cantos alegra

Las horas de su amargura;

Lo que se siente por el día

La desolación nocturna

Que en medio de sus pesares

Y en medio de sus angust ias ,

Ve asomar con la mañana

De sus esperanzas una;

Lo que s ienten los sepulcros

Por la mano buena y pura

Que solamente obl igada

Por la piedad que la impulsa ,

Riega de flores y de hojas

La blanca lápida muda,

Eso es a l amarte mi a lma

Lo que siente por la tuya,

Que has bajado hasta mi invierno,

Que has surgido entre mi angust ia

Y que has regado de flores

La soledad de mi tumba.

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

213

Mi hojarasca son mis creencias,

Mis t inieblas son la duda,

Mi esperanza es el cadáver,

Y el mundo mi sepultura. . .

Y como de entre esas hojas

Jamás retoña n inguna;

Como la duda es el cielo

De una noche s iempre obscura,

Y como la fó es un muerto

Que no resuci ta nunca,

Yo no puedo darte un nido

Donde recojas tus plumas,

Ni puedo darte un espacio

Donde enciendas tu luz pura,

Ni hacer que mi a lma de muerto

Palpi te unida á la tuya;

Pero si gozar contigo

No ha de ser posible nunca,

Cuando estés triste, y en la alma

Sientas a lguna amargura,

Yo te ayudaré á que l lores,

Yo te ayudaré á que sufras,

Y te prestaré mis lágrimas

Cuando se acaben las tuyas.

V II I

i

Aún más que con los labios

Hablumos con los ojos;

Con los labios hablamos de la t ierra,

Con los ojos del cielo y de nosotros.

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214

OBRAS DE MANUEL ACUÑA

n

Guando volví á mi casa

De tanta dicha loco,

Fué cuando comprendí muy lejos de el la

Que no hay cosa más triste que estar solo.

ni

Radiante de ventura

' Frenético de gozo,

Cogí una pluma, le escribí á mi madre,

Y al escribirle se lo dije todo.

I V

Después, á la fatiga

Cediendo poco á poco,

Me dormí , y a l dormirme sent í en sueños

Que el la me daba un beso y mi madre otro.

v

¡Oh sueño, el de mi vida

Más santo y más hermosol

¡Qué dulce has de haber s ido cuando aún muerto

Gozo con tu recuerdo de este modol

I X

Cuando yo comprendí que te quería

Con toda la lealtad del corazón,

Fué aquel la noche en que a l abrirme tu a lma

Miré hasta su interior.

Rotas estaban tus virgíneas alas

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M e d o r m í y a l d o r m i r m e s e n t í e n s u e n o »

Q u e e l l a m e d a b a u n b e s o y m i m a d r e o t r o

( P a g . 2 U .

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O B E A S D B M A N U E L A C U Ñ A 215

Que ocul taba en sus pl iegues un crespón

Y un ángel enlutado cerca de el las

Lloraba como yo.

Otro,

  tal vez, te hubiera aborrecido'

Delante de aquel cuadro aterrador;

Pero yo no miré en aquel instante

Más que mi corazón;

Y te quise, tal vez, por tus t inieblas,

Y te adoré, tal vez por tu dolor,

Que es muy bel lo poder decir que la a lma

Ha servido del sol . . .

X

Las lágrimas del niño

la madre las enjuga,

Las lágrimas del hombre

las seca la mujer. . .

|Qué tristes las que brotan

y bajan por la arruga,

Del hombre que está so lo ,

del hijo que está ausente,

Del ser abandonado

que l lora y que no siente

Ni el beso de la cuna,

ni el beso del placer

I X

¡Cómo quieres que tan pronto

Olvide el mal que me has hecho,

Si cuando me toco el pecho

La herida me duele más

Entre el perdón y el o lv ido

Hay una d i s tancia inmensa;

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2 1 6 O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Yo perdonaré la ofensa;

Pero olvidarla.. . ¡jamás .

X I I

«Te amo—dij i s tes—y jamás á o tro hombre

Le entregaré mi amor y mi albedrío,»

Y al querarme l lamar buscaste un nombre,

Y el nombre que dij iste no era el mío.

X I I I

¡Ah,

  glorial ¡De qué me sirve

Tu laurel mágico y santo,

Cuando el la no enjuga el l lanto

Que estoy vertiendo sobre él

¡De qué me sirve el reflejo

De tu soñada corona,

Cuando el la no me perdona

Ni en nombre de ese laurel

La que á la luz de sus ojos

Despertó mi pensamiento ,

La que a l amor de su acento

Encendió en mí la pasión;

Muerta para el mundo entero

Y aun para el la misma muerta ,

Solamente está despierta .

Dentro de mi corazón.

X I V

E l cielo está m u}' negro, y c om o un velo

Lo envuelve en su crespón la obscuridad;

Con una sombra más sobre ese c ie lo

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

217

El rayo puede desatar su vuelo

Y la nube cambiarse en tempestad .

Oye, ven á ver las naves,

Están vest idas de luto ,

Y en vez de las golondrinas

Están graznando los buhos. . .

El órgano está cal lado,

El templo solo y obscuro,

Sobre el altar.. . ¿y la virgen

Por qué t iene el rostro oculto?

¿Ves?.. .  en aquel las paredes

Están cavando un sepulcro ,

Y parece como que a lguien

Solloza al l í junto al muro.

¿Por qué me miras y t iemblas?

¿Por qué t ienes tanto susto?

¿Tú sabes quién es e l muerto?

¿Tú sabes quién fué el verdugo?

X V

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L A G L O R I A

P E Q U E Ñ O P O E M A E N D O S C A N T O S

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C A N T O P R I M E R O

LA CABEZA SIN CORONA

Como decir veinte años es lo mismo

Que decir corazón, ternura, amores,

Arranques, heroísmo,

Cielos, celajes, pájaros y ñores,

Y á falta de otros úti les mejores

Tener para salvar cualquier abismo

Las alas del l irismo,

Que s i no son muy buenas, no son malas

Porque al cabo y al f in siempre son alas,

Ya que de comenzar entre los modos

Tengo por fuerza que escoger alguno,

No pudiendo á la vez usar de todos,

Á f in de no pecar por importuno

Y, lo que fuera peor, por indigesto,

Ya que en esto me auxi l ia la memoria ,

Que no s iempre me auxi l ia como en ésto ,

Seguro de que todo lo reúno,

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222 0 B R A 3 D E M A N U E L A C U Ñ A

Diré que Pablo, el héroe de esta historia,

Se hal laba entre los veinte y los veint iuno,

Al dar principio al poema de la gloria.

Así es que aunque muy al ta

La bohardi l la en que v ive, y aunque pobre,

Porque s i t iene mucho que le fa l ta ,

No t iene en cambio nada que le sobre;

El muchacho contento en su pobreza

Desde el obscuro fondo de su pieza,

S i sabe que hay un mundo es so lamente

Porque así lo ha aprendido de la gente,

Pues él con otro mundo en la cabeza

De su bendita edad bajo la calma,

No cree que exista más naturaleza,

Que la que todo joven l leva en su alma.

I I

Pobre razonamiento

Que arrastrando en su vuelo a l sent imiento ,

De esperanzas origen tan fecundo,

Hace que el hombre tri ste ,

Desconozca es te mundo donde ex i s te

Hasta la hora de entrar al otro mundo. . .

Pues aunque esos rateros

Que en español se l laman desengaños

Lo dejen de i lusiones casi en cueros,

Sin que haya una i lusión que no le roben;

Él , en medio de propios y de extraños

Sostendrá con su ciento y pico de años

Que la a lma es s iempre nueva y s iempre joven.

III

Pablo, apartado por la negra ausencia

Del dulce hogar donde la luz del día

Vio

  por la vez primera en la existencia,

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0 B K A S D E M A N U E L A C U Ñ A

223

Siente f recuentemente

Esa vaga y leta l melancol ía

Del que t iene una madre y en su frente

No puede recibir , porque está ausente,

Los besos que su madre le daría;

Ve á su padre muy lejos

Á través de unos cie los muy obscuros,

Y extrañando su voz y sus consejos

Halla que, visto bien, no eran tan duros

Los que él l lamaba

  achaques de estos viejos;

Recuerda á sus hermanos

Con quienes en las horas del cariño

Jugaba esos mi l juegos soberanos

Que ocupan en la edad en que uno es niño

La alma al dormir y al despertar las manos. . .

Y pensando en todo esto

Que por haber pasado le parece

Más bonito y más tri ste por supuesto ,

Se afl ige, languidece,

Y para hacer más rápido y máj pronto

El término que falta á su carrera,

Se l evanta , y después de—Soy un tonto—

Coge el l ibro y estudia una hora entera.

Y estudia. . . y dan las dos de la mañana

Que lo encuentran despierto ,

Y dan las tres con el l ibro abierto

Lo sorprende la luz por la ventana. . .

Pues aunque Pablo sabe

Que no hay fuerza ó vigor que no se acabe

Cuando se abusa más de lo debido,

Ve que su al iento juvenil se agosta,

Y arrojando esa máxima al o lv ido,

S igue s i empre lo mismo, dec id ido

Á ser un hombre sabio á toda costa.

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224 O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

I V

Mas no vaya á pensarse que esto es todo

Lo que hace que él trabaje de este modo,

Pues queda y falta por decir que Elena,

Que es muy hermosa y además muy buena ,

Le dijo el otro día

Que le gustaba mucho la poesía ,

Y que si amarle más posible fuera,

Aún más de lo que le ama le amaría

Si él supiera decir lo que sentía

De la misma manera

Que un poeta cualquiera

Tratando de decirlo lo diría;

Y como Pablo , en cuanto á Elena toca,

Nunca ha sabido desplegar la boca

Mas que para rendirse á sus antojos,

Ha visto en la mirada de sus ojos

Que de ahí en adelante

Si ha de decirles á sus labios—rojos—

Tendrá para encontrar el consonante

Que ponerse de hinojos ,

Y queriendo agradarla á cualquier precio,

Aunque nunca jamás ha escri to una oda,

Por no hacerse acreedor á su desprecio

Pensó en una oda y escribió tan recio

Que en menos que lo digo, la hizo toda.

V

La oda era muy buena,

Como es fáci l pensarlo; ppro Elena

Que se oía l lamar Ja más hermosa

De todo el universo,

Y esto no en simple prosa sino en verso,

Lo cual, como se ve, ya es otra cosa,

Radiante de alegría

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O B B A S D B M A N U E L A C U Ñ A

225

Propuso que la prosa

Abol ida por s iempre quedaría

En cuantas cartas él la escribiría;

Y Pablo , que no hay modo de que pueda

Resist ir á un capricho de su amada,

Tras de—la prosa queda desterrada—

No supo más que contes tar—pues queda .

Y así con la a lma henchida

De ternura y pasión por su querida,

La escribe diariamente

Una carta de dos ó de más hojas,

Donde forzosamente

Hay muchas frases débiles y f lojas,

Pero en cambio también y de repente

Alguna que por nueva y por val iente

Recuerda á los Quintanas y á los Riojas;

Pues Pablo en fuerza de escribir cuartetas

Y de educar el gusto y el oído,

Ha conseguido a l f in ser aplaudido

Y al nombre y apel l ido de otros poetas

Ver agregar su nombre y su apel l ido.

V I

Y ésto que el pobre mozo

Se encontró con grandís imo alborozo

Cierta vez que un periódico leía,

Se lo enseñó á su amada

Con mucho del rubor y la alegría,

Del que por vez primera

Mira un a

  cosa

 suy a pub l icada,

Cuando ha s ido , además , acompañada

De una l isonja ó de una f lor cualquiera.

Cuan cierto es que la gloria

Brotando de la cosa más senci l la

15

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226

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Toma las formas de lo real y bri l la

De la ambición en la óptica i lusoria,

En dos l íneas ó tres de gaceti l la

Que al lá en la soledad de una bohardil la

Se aprenden muchas veces de memoria .

V II

Llena de regocijo

Por la prueba de amor que le presenta,

Quedó Elena con el la tan contenta

Que queriendo hablar mucho nada di jo;

Mas si no pudo hablar porque su boca

No estaba en aquel punto para eso,

En cambio le abrazó como una loca

Y le

  dio

  de su dicha en un exceso

Que casi casi en la demencia toca,

Un beso de esa especie que provoca

Á hacer interminable cada beso .

V I H

Pablo, que en la pasión en que se ardía

Por la graciosa Elena,

Al pensar en el beso de aquel día,

No acertaba á encontrar ni comprendía

Que pudiera exist ir cosa más buena;

Henchido de esperanzas y r i sueño

Como aquel que no l leva en su memoria

Ni aun la sombra del duelo más pequeño,

Al entregarse aquella noche al sueño

No soñó en otra cosa que en la gloria.

Sobre su alt iva frente

Bri l laba inmarcesible y refulgente

La corona inmortal de la victoria;

Y entre el inmenso aplauso que la gente

Alzaba vitoreándole á su vista,

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

227

Con esa buena fe de todo artista

Que se s iente muy grande interiormente

Cree'que el laurel de triunfo que conquista,

La gloria misma lo tej ió en persona

Aunque sabe muy bien que su corona

Salió del obrador de una modista.

IX

Sueña con que su nombre

Dicho s iempre entre muchas a labanzas

Ha hecho concebir mi l esperanzas

De que tenga la patria otro grande hombre.

Y de tan dulce sueño despertando

Y al despertar quedándose suspenso

Se incorpora en el lecho meditando

Con un placer inmenso,

En que si la ansia noble que le apena

Llegase al fin á realizarse un día,

Al corazón que ha consagrado á Elena

Su corona de poeta agregaría.

X

Y Pablo, á quien le sobra

Fuerza y valor porque le sobra afecto,

Concibe en su interior un gran proyecto

Y sin pensar en más lo pone en obra;

Llegando á ta l extremo en su demencia

Y á tal punto l legando en su arrebato,

Que ha olvidado los l ibros y la ciencia

Sin ver que está enfermándose de ausencia

Su pobre madre que le dice—

¡ingrato

X I

Y es que aunque Pablo quiere á su famil ia

Con el afecto de un amor gigante,

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228

O B B A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Por más que lo medita y lo conci l ia

Siempre hal la que el esfuerzo que lo auxil ia

Nunca l lega á auxil iarle lo bastante;

Que en la eterna vigi l ia

En que v ive soñando con su amante ,

Esta , que toda su memoria l lena,

Le hace olvidar la obligación, de modo

Que él so lo dice que ha pensado en todo

Si ha pensado en la gloria y en Elena.

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fluirá

 M(ik M(fc> M1Í0 M(ík> M

C A N T O S E G U N D O

LA CORONA SIN CABEZA

1

Entre el canto primero y el segundo

Han pasado dos años,

Y como todo pasa en es te mundo

Que si en algo es fecundo

Es por desgracia eterna, en desengaños,

Aquel montón de f lores

Donde v imos dormir como en un n ido

Á nuestros dos hermosos soñadores ,

Aquel montón de f lores se ha perdido

Con la triste esperanza en sus dolores

De encontrar el remedio del olvido.

I I

Dos años han pasado,

[Y el corazón de Elena está ya helado . .

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2 3 0

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

Ella que era tan buena.

Ya no es aquel la Elena

Á la que el pobre Pablo enamorado

Le consagraba en su i lusión serena

La gloria que aún no había conquistado. . .

En la triste bohardil la

Que aunque muy miserable y muy senci l la ,

Era en t iempos mejores

Todo un cielo de encantos y de amores ,

Hoy no se encuentra más que el desal iento ,

El tedio, la amargura, la tristeza,

Y en medio de todo ésto una cabeza

Donde duerme muy tr i s te e l pensamiento .

Y así es que Pablo , e l que en su dulce encanto

No l loraba jamás con otro l lanto

Que el l lanto del placer y la alegría,

Hoy l lora en su amoroso desencanto

Con el que antes de amar no conocía;

Repasa una por una,

Aquel las dulces horas tan hermosas

En que después de hablar de muchas cosas

Siempre olvidaban al partir alguna;

Al dar la media noche, vuelve aquél la

Que por primera vez lo hal ló con el la;

Y tropezando al del irar en eso

Con aquel l indo beso de aquel día

Tan dulcemente en su memoria impreso ,

|Ni puede resist irse á enviarla un beso,

Ni puede aborrecerla todavía . . .

H I

—«|Hacer, y hacer lo que hizo —»

Saltaba él sol lozando de improviso.

—«¡Ella que era tan pura y cuya frente

Un cielo hermoso de virtudes era,

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O B E A S D E M A N U E L A C U Ñ A 2 31

Tener que huir del mundo y de la gente

Como la infamia ó la traición lo hiciera

Matar al sol para sus ojos bellos

Bajo la noche en que el dolor la abisma,

Y sintiendo las lágrimas en el los

Envolverse la faz en sus cabel los

Con la vergüenza horrible de sí misma;

Buscar en otro pecho las dulzuras

De que mi pecho rebosaba l leno,

Sin dejar á mi amor salvar del cieno

Sus al i tas tan blancas y tan puras.

¡Ayl cuando yo por alfombrar su huel la

Si para alzarse al cielo hubiera sido,

Con la paloma deshaciendo el nido

Hubiera dado el corazón por el la. . .»

Y Pablo en el dolor que le devora

De su v ida ante el páramo desierto ,

Se incl ina y g ime y languidece y l lora

Como deben l lorar en la úl t ima hora

Los iumóvi les párpados de un muerto .

IV

A veces , m uc ha s vece s , Pab lo suele •

Con la i lusión de que ésto le consuele

Buscar en el trabajo y la lectura,

Olvidando las penas de aquí abajo,

Esa tregua al dolor que la amargura

Encuentra en la lectura y el trabajo. . .

Coge los l ibros que en mejores días

Formaban de su afán las alegrías,

Y abriéndolos por f in con el denuedo

De una resolución bien meditada,

Después de mucho leer y no leer nada

Concluye a l cabo por decir—jno puedo

Busca y toma en seguida

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232

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

La misma pluma aquel la

Que de manos de Elena recibida,

Le ayudó con los sueños de su v ida

A escribir tantas páginas para el la. . .

La clava en el papel febricitante

Como queriendo huir de su memoria

Y tratando de hacer la de otro amante,

Mas la historia que escribe es semejante

A la historia de Elena y á su historia,

Que aunque la buena lógica concluya

Que historia escrita así no ha de ser buena,

Raros serán los que al hacer la agena

No se acuerden un poco de la suya.

V

Sea de ello lo que fuere;

Como Pablo no puede aunque lo quiere

Olvidar el recuerdo de la ingrata

Por quien conoce el pobre que se muere,

Pues conoce que eso es lo que lo mata,

Por cuantos medios le es posible cuida

De recoger noticias de su Elena,

No habiendo á quien informes no le pida

Sobre si está contenta de la vida,

Sobre si es muy dichosa y si está buena;

Y cuando oyendo un día sus preguntas

Le contestó abrazándole un amigo:

—No sueña la infel iz más que cont igo ,

Y tus cartas las guarda todas juntas

 —

Radiante de ventura al oir ésto

De su amigo, estrechándole, se aparta ,

Y nue vam ente á la i lus ión d i spuesto -

Con mano alegre y con alegre gesto

Cogió una pluma y escribió esta carta:

«Si fuiste cruel conmigo y si hubo un día

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

233

En que apartando tu a lma de la mía

Me hundiste en el dolor y en la tristeza,

En prueba de que mi a lma te perdona

Te mando con mi amor esa corona

Que anhela por estar en tu cabeza. . .

Que pues en tu a lma aún escondido t ienes

Algo de aquel amor que me tenías ,

Si yo la conquisté para tus sienes

En el las debe de estar y no en las mías.»

V I

Puso Pablo su nombre , como un hombre

Que piensa decir mucho con su nombre;

Y después de plegarla en tres dobleces

Y de leerla y leerla muchas veces ,

Hal lando en su i lusión que estaba buena

Puso en e l so bre— A E l ena —

Y en seguida radiante y sat i sfecho

Con un inmenso júbi lo en e l pecho ,

Dando forma á una idea

Que en su amorosa senci l lez se abona,

Exclamó contemplando la corona:

—|Qué dichosa va á ser cuando la veal

VII

Y en tanto , aquel la madre, aquel la ausente

Sin consuelo ni a l iv io en su congoja

Lloraba sola y t in tener ni una hoja

Que enlazar á las canas de su frente.. .

¡Cuan cierto es que en la vida, aunque ésto asombre,

En medio del placer y el regocijo,

Si el hijo no se olvida de que es hombre,

El hombre sí se olvida de que es hijo

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234

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

V III

Lo que el amigo aquel le dijo un día

Al triste Pablo era una farsa impía;

Pues Elena la ingrata

Ni guarda aquelas cartas que decía,

Ni piensa en Pablo, ni el dolor la mata;

Que parecida en ésto y semejante

A más de a lguna amante

A quien mirándose a l espejo , he o ído

Parodiar con feroz desenvoltura

Una frase'muy vieja , de este modo:

— No se ha perdido nada, cuando todo,

Se haya perdido menos la hermosura;—

La ingrata Elena como l levo dicho,

Sin huir de las gentes y del día,

Ni l lora como Pablo suponía ,

Ni ha tenido jamás ese capricho.

Elena va a l paseo

De lucir y brillar en el deseo;

Tiene palco en el teatro y no hay velada,

Tertulia, baile, aniversario ó fiesta,

A que oportunamente conv idada

No se encuentre á as ist ir s iempre dispuesta .

Si alguna vez l loró su desvarío

Recordando su falta y sus deberes,

Después, y como todas las mujeres

En casos semejantes ,

Ha olv idado su fa l ta y su extravío ,

Tratando á sus amantes con desvío

Y aprendiendo á o lv idar á sus amantes .

De manera que Pablo que en su anhelo

Esperaba soñando con el c ie lo ,

Que su amante por f in le volvería

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O B R A S D E M A N D E L A C D Ñ A

235

Todo el cariño y la pasión de un día,

Con el cerebro ardiente

Y un montón de esperanzas en la frente,

Ans iando una respuesta

Que confirmara su i lusión no escasa,

Al entrar en su casa

Se hal ló un papel y en el papel con esta: —

«Como de aquí á dos meses

Que habré arreglado j 'a mis intereses,

Pienso casarme con mi primo Antonio

Que ha pedido mi mano en matr imonio ,

Le ordeno. . . le prohibo,

Siendo ésta la razón porque le escribo,

Que se vuelva á ocupar de la que un día

Tuvo el capricho de quererle un poco,

Sin sospechar que le volviera loco

Su demasiado amor á la poesía .

Respecto á su corona

Con la que dice usted que me perdona,

Es un obsequio cariñoso y blando

Que confieso en verdad que no merezco,

Así es que la agradezco,

Y como no me sirve se la mando.»

X

Cuando el triste de Pablo hubo leído

Por una y otra vez este recado

Tan esperado como no temido,

Viendo aquel los reng lones

Que en cambio de su fé y sus i lusiones

Le bl indan el escarnio y e l o lv ido,

Lleno de ese profundo desal iento

Del que lo pierde todo en un momento,

Cogió aquella corona sin cabeza,

Fruto de su trabajo y su cariño,

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236

0 B B A S   DE MANUEL ACUÑA

Y l lorando, l lorando como un niño

Que de una falta grave se confiesa,

—«¡Oh glorial—dijo al f in—si hasta tu asiento

En una hora de amor y atrevimiento

Soñé volar del mundo á arrebatarte

Uno de esos laureles con que el arte

Recompensa el trabajo y el talento;

Tú sabes bien ¡oh gloria

Que no lo hice por mí sino por el la,

Mas ya que el la tan dura como bel la

Ha insul tado mi fé y aún mi memoria;

¡Que acaben mi laurel y el regocijo

Que sentí de ceñírmelo al anhelo. . . »

Y deshaciendo su corona, dijo,

Y la arrojó en pedazos por el suelo.

X I

Después, tranqui lo ya , bajo la calma

De otro cielo mejor y diferente,

Pablo , pensando en la que estaba ausente,

En lugar de un laurel ¡ le mandó el alma

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E L P A S A D O

D R M E N T R E S C T O S

M é j i c o . É p o c a a c t u a l . L a a c c i ó n e m p i e z a á l a s c i n c o d e l a t a r d e , y a c a b a

a l a s c i n c o d e l a m a ñ a n a d e l d í a s i g u i e n t e .

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E U G E N I A

M A R Í A

ANTONIO

P E R S O N A J E S

D A V I D

M A N U E L

RAMIRO

Un  criado

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  CTO PRIMERO

S a l a d e c e n t e m e n t e a m u e b l a d a ,

  con una

 p u e r t a

  en el

  f o n d o

  y

  c u a t r o l a t e

r a l e s .

  M e s a

  en el

  c e n t r o

  con

  p a p e l e s

  y

  r e c a d o

  de

  e s c r i b i r .

  Un

  r e l o j ,

u n a c a m p a n a ,

  un

  á l b u m

  c o n

  r e t r a t o s ,

  un

  v e l a d o r , p e r i ó d i c o s .

  Al

l e v a n t a r s e

  e l

  t e l ó n , a p a r e c e n  Eugenia,  s e n t a d a

  en un

  s o f á , c o m o m e d i

t a n d o ,

  y

  David,

  q u e

 e n t r a

  de la

  c a l l e

  y se

  d e t i e n e

  por un

  m o m e n t o

  al

v e r l a .

E S C E N A I

E U G E N I A

  Y

  D A V I D

D A V I D

(¡En qué estará pensando )

  (Acercándose).

  ¡Eugenia

E U G E N I A

¡Ah ¿Eres tú, Da vid?

  Qué

  pronto

  has

  vuel to , am igo

mío.

D A V I D

¿Muy pronto?

E U G E N I A

Por

 lo

 m e n o s

  no

 has tardado tanto com o

  yo

  esperaba.

Y ,

  á lo

 que parece, v ienes m u y conten to ,

  ¿no es

  verdad?

D A V I D

Y con razón: figúrate que

 al

 volver

  de

 T a cuba y a

  me en

contré,

 en el

  m i sm o t ren

  en

 q ue

  yo

 venía , con

 un

 ant iguo

compañero

  de

 colegio,

 á

 qu i en

  tú

 no co noce s, pero del cual

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240

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

te he hab lado m uc ha s veces , c i tándole com o el mejor y

más querido de mis amigos.

E U G E N I A

¿Manuel Romea?

D A V I D

Si , Manuel Romea . Muy buen muchacho: ya verás

cuando lo trates. Y yo lo quiero mucho; como que es la

personiñca ción de mis recuerdos de estudiante, época, ta l

vez, la m ás herm osa de m i v ida, pue sto que enton ces fue

cuando te conocí .

E U G E N I A

Gracias, David. Y, dime: ¿has visto ya

  El Siglo XIX

  de

ayer?

D A V I D

N o.

  ¿Qué dice de importante?

E U G E N I A

Trae u n párrafo en qu e se desh ace en elogio s para t i ,

diciendo que. . .

  {Toma un periódico y se lo enseña en él punto

á que se refiere.)

  mira, aquí está.

D A V I D

¡Veamos

(Leyendo).

  «Te nem os el gusto de a nunciar á

«nuestros leciores qu e el célebre artista de cu yos triunfos

¡«hablamos en un o de nu estros núm er os pasad os, ha vuel-

»to,  desp ués de cinc o años de ause ncia, á la t ierra que le

»vió nacer. Sabemos que este t iempo lo ha empleado estu-

»diand o en Ital ia, y recorriendo las m ás he rm osa s ciuda-

»des del ant iguo m un do; estam os seguros de que esto ,

»unido á su talento y á su genio, hará que el joven artista

»se coloq ue á la altura de los m ás afamad os pintor es m e

j i canos . Nosotros lo f e l i c i tamos s inceramente por sus

»triunfos, dese and o para su frente todas las coronas qu e

» m erece.»

E U G E N I A

¿Ya lo ves?

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OBRAS

  D E M A N U E L A C U Ñ A

241

^ D A V I D

Esta s son picardías de a lgún buen am igo que m e quie

re,

  y que aumenta en su cariño el poco méri to que tengan

m is pintur as. Porque, á la verdad , los pobres no m ere cen

tanto .

  Y ahora que recuerdo, podría jurar que estas l íneas

ha n sido escritas por M anue l . Sí , es un o de los redactores

de

  El Siglo XIX.

  N i sabe lo qu e se le espera cu an do ven

ga.

  Voy á regañarle . Afortunadamente está aquí dentro de

poco.

E U G E N I A

¡Fel iz de t í , que t ienes quien te visi te

D A V I D

Si ayer apenas hemos l legado, ¿cómo quieres que ven

gan á visi tarte tus amigas?

E U G E N I A

¿Mis amigas?

D A V I D

[Vam os todav ía no t iene s razón para quejarte: Y a ves

yo:

  no he visto más. que á M anu el , y eso por un a casuali

dad, y , s in embargo, nada digo. Es toy seguro de que m a

ñan a van á asediarnos todos nuestros conocid os , y . . .

  (En

este mom ento, María, que llega, interrumpe á

  David

arroján-

dose á los brazos de Eugenia.)

E S C E N A I I

D I C H O S ,  MARÍA

MARÍA

[Eugenia

E U G E N I A

[María

M A R Í A

¡Tú ...

  [tú . . . ¡después de tanto tie,mpol.. . dame otro abrá-

16

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442 O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

zo...

  ¡déjame que te bese . . . ¿Y usted, David, bueno?

  (Ten

diéndole la mano.)

D A V I D

Com o siemp re, María; aun qu e no , no com o s iemp re,

s ino mejor.

M A R Í A

Pues qué, ¿ha estado usted enfermo?

D A V I D

Desde el momento en que dejé las playas de Veracruz. . .

Es tan hermoso este país de ñores y de volcanes, tan puro

este cielo bajo cu yo azul se desl izaron las prim eras horas

de m i vida, qu e, lejos de aquí , se sintió oprim ido el cora

zón por un a ansied ad inex pl ica ble , por u na especie de

nostalg ia , semejante á la que Adán debió experimentar a l

partir del Paraíso . Y luego, que yo no pue do presc indir

de las mejicanas. . . son tan bel las. . . ¡ tan adorables . . .

M A R Í A

Gracias, en su nombre, mi querido amigo; pero no de

biera usted decir eso; delante de Eugenia por lo menos.

E U G E N I A

¿Por qué, María?

M A R Í A

Porque te encelarás de ese cariño universal de tu mari

do,

  que, ya ves, hasta t iene la franqueza de decirlo.

E U G E N I A

¡Si te digo que es más enamorado

M A R Í A

¡Ahí ¡Ahí ¿Conque esas tenemos?.. .

D A V I D

E n cam bio, Eu gen ia es la am iga m ás ingrata de todas

las amigas.

M A R Í A

¿Cómo?

D A V I D

Cuando usted l legó, precisamente estaba acusando á to-

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O B B A S D B M A N U E L A C U Ñ A

243

das sus ant iguas compañeras de que la habían olv idado, y

de que. . .

N U G E N I A

E s verdad , querida; pero tú m e perdona rás que, lo h ay a

hecho en medio de mi so ledad y a is lamiento .

M A R Í A

Sin du da alguna, Eu genia , y pu ed es creer qu e s i ante s

no he venid o á verte , ha s ido porque hasta ho y en la ma

ñana me part iciparon la not icia de tu vuel ta .

D A V I D

Conque, señori tas , usted es d ebe n tener m uc ha s cosas

que decirse, y yo las dejo para que pu ed an hacerlo m ás

l ibremente .

E U G E N I A

¿Te vas?

D A V I D

Sí, querida; teng o u n poco de queh acer por al lá den tro,

y quiero conc luir esta m ism a tarde si es pos ible. M aría,

que no sea la úl t ima vez que nos v is i te .

M A R Í A

N o t iene usted razón para decírm elo , Da vid: soy dem a

siado egoísta, para no procurar me el placer de saludar á

una'hermana y á un amigo á quienes tanto quiero.

D A V I D

Gracias.

(Saluda y vase 2.

a

  puerta izquierda.)

ESCENA I I I

E U G E N I A , M A R Í A

M A R Í A

Y bien , Eu gen ia: ¿qué tal has pasado estos cinc o años?

¿Te habrás divert ido m uch o habrás estado m uy con

tenta?

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244

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

E U G E N I A

Sí, María; porq ue es u n gran placer vivir al lad o de u n

buen esposo, que nos ama, á quien amamos, y cuyos triun

fos en países tan artíst icos como la Ital ia, nos l lenan de

orgullo y satisfacción. ¡Si vieras cuan to goc é en m i pobre

casita de Flor enc ia, el día que supe por u n periód ico qu e

u n cuadro de Da vid hab ía obten ido el primer premio . ..

¡Oh ,  en aquel los m om en tos , no m e abría cam biado por

nadie, absolutamente por nadie. Dejando á un lado el sen

t imie nto nacional , hacien do abstracción del m ej icano , e l

autor era m i espo so, y ya tú pod rás figurarte q ue la cosa

era para volve rm e loca. Los diarios no hablab an m ás qu e

del pintor de

  El tormento de Cualiutemotzin,

  que era el asun

to del cuadro, elogiánd ole y aseguránd ole un porv enir de

gloria y celebridad.

MARÍA

Estarías muy alegre

E U G E N I A

¡Y s in embargo

MARÍA

¿Y sin emb argo, qué? con cluye .

i U G E N I A

María: tú, m ás que m i amiga, eres m i her m ana , y te lo

pu edo decir todo. Cuando yo consideraba que era la m u

jer del artista á qu ien todos adm iraba n y á qu ien todos

ansiaban conocer; cuando yo consideraba que era indigna

de l levar su nom br e qu e era un t í tu lo de gloria, y qu e y o

manchaba con el mío , se anegaban en lágrimas mis' ojos ,

y m ás de un a vez m e arrodillé para suplicar á D ios qu e

me matara, que me matara para dejarle l ibre.

M A R Í A

¡Pobre Eugenia

E U G E N I A

Cua ndo en el paseo , cogida de su brazo, veía yo qu e al

guno se f i jaba en nosotros y hablaba al oído de su compa-

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O B R A S D E M A N U E L A C U N A

245

ñero,

  me parecía que aque l hom bre estaba al tanto de m i

situac ión, y que hasta se volvería á m í, para acusar m e de

haber unido mi nombre a l de David. Y luego que los ar

t i stas se encue ntran en un a atmósfera tan lum inosa , tan

radiante, que el borrón m ás peq ueñ o es advert ido inm e

diatam ente, y e l m un do no perdona el m un do no sólo

m ata a l gusan o, s ino tam bién al inoce nte botón que ha

carcomido.

M A R Í A

¿Y David?

E U G E N I A

D av id no m e acusa; ha arrojado al o lvido m i pasad o;

pero mi conciencia no, y la conciencia habla muy al to .

M A R Í A

Es que tú no t ienes que temer de la conciencia. Si tú le

hub ieras enga ñado , s i te hubieras un ido á él guardan do

tu secreto, ¡vaya pero una mujer que t iene la abnegación

y la lealtad de presentarse á los ojos de su amado con toda

la espantosa real idad de la desgracia, no t iene de qué acu

sarse, si apesar de eso ha y u n ho m br e qu e le ofrece su

corazón y su porvenir. T ú hicis te lo qu e deb ías, aún m ás

de lo que debías, para que David prescindiera de tu cariño;

si no lo con segu iste, si él se olvidó de todo para enlazarse

cont igo , ninguno t iene derecho de culparte.

E U G * E N I A

E l mu nd o no sabe eso , e l m un do creerá que yo he abu

sado de su am or para enga ñarle, y esto m e desesp era por

David, que tal vez l legará á pensar lo mismo.

M A R Í A

[Vam os Eu genia , rechaza esos pensa mien tos que te

ha ce n sufrir tan rud am ente , y no te vue lvas á acordar

de semejantes cosas .

E U G E N I A

¡Ojalá fuera posible, María

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246

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

M A R Í A

¿Y por qué no?

E U G E N I A

¡Porque en situac iones com o la m ía, en todas partes,

has ta en las somb ras, los ojos no encu entr an sino aqu ello

precisamente que deseáramos arrojar de la memoria

Pero dejem os esto á u n lado, com o dices tú m u y bie n.

¿Quieres visi tar la pequeña galería que ha formado de sus

cuadros nuestro artista?

M A R Í A

Iba á suplicarte que me proporcionaras es placer; así es

qu e acepto, y te do y las gracias por habe rte an ticipa do á

mis deseos .

ESCENA IV

D I C H A S  Y  DAVID

D A V I D

¿Has o ido sonar la campani l la , Eugenia?

E U G E N I A

N o;

  hemos estado tan distraídas

D A V I D

Pu es á m i m e pareció ¿pero uste de s iban á sal ir p or

lo que veo?

M A R Í A

Sí, muy cerca.

E U G E N I A

Iba á enseñarle tus cuadros á María.

D A V I D

jAh

Muy bien .

E U G E N I A

Conque toma mi brazo, y vamos.

M A R Í A

V a m o s .

(Vanse primera puerta izquierda.)

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O B R A S

  DE

  M A N U E L A C U Ñ A 247

ES CE NA .V

D A V I D ,  LUEGO  M A N U E L .

D A V I D

S i

  me

 habré engañad o creyendo

  que

  tocab an. ¡Vayal

[Vaya

Y ese

 ch ico

 que no

  v iene.

MANUEL  entrando).

I Querido Da vid

D A V I D

|Manuell

  Se

 abrazan).

  Ya me

  figuraba

  yo que no

  v en

drías.

  Siéntate , hombre, s iéntate ,

  y

  d é j a m e

 que te

  m i re

  á

toda  mi  satisfacción; p ero antes , dím e, ¿todavía formas

parte de la  redacción  de El

  Siglo?

M A N U E L

Sí, y  co m prendo por qué me lo  preguntas .  Has  creído

qu e  el  párrafo relativo á tí ha  sal ido de mi  p l u m a ,  ¿no es

eso?

D A V I D

P u e s

  qué, ¿no es

  tuyo?

M A N U E L

N o , lo ha

  escrito

 un

  co m pa ñero

 que ni

  s iquiera

  te

  cono

ce.

  ¡Ya

 verás

D A V I D

¡Hombre

y yo que

  estaba

 en la

  f irme persuación

 de que

era tuyo

M A N U E L

Conque, vamos

 á ver,

 cuéntam e, ¿qué

 has

 h e c h o

 en

 todo

este t i empo que has  estado ausente?

D A V I D

P o c o m e n o s  que nada: pasearm e  en  R o m a  ó  Florencia

casi todo el día, después  de dar  a lgunos brochazos  en el

l i enzo,

 y

  vo lverme

  en

  seguida como

 tú lo ves.

M A N U E L

Debías añadir: después

 de

  obtener a lgun os triunfos

  en

la tierra clásica

 de los

  artistas.

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248 O B E A S D E M A N U E L A C U Ñ A

D A V I D

¿Triunfos?

M A N U E L

Y a lo creo; en cua nto s diarios florentinos caían á m is

m an os á f ines del año pasado, s iempre encontraba algún

elogio para el autor de  El tormento de Guahutemotzin.

D A V I D

Si, ya recuerdo: u n pobre cuadr ito que tuvieron la bon

dad de premiar en la Exposición.

M A N U E L

¿Bondad, eb?

D A V I D

N o,

  Manuel , ni digas que es m odes tia; si lo cono cieras,

te convencerías de que en real idad vale bien poco.

M A N U E L

Ad vierte que los i tal ianos son peritos en la m ateria, y

qu e algo deb e valer tu cuadro, cua nd o ob tuv o el prim er

premio.

D A V I D

Una casual idad

M A N U E L

Pa san do á otra cosa, pu esto que tus pin tur as no me re

cen la pena, ¿qué tal viajaste?

D A V I D

Algo;

  un poco de España, lo mismo que de Ita l ia ,  Lon-

dres,

  París

M A N U E L

¡Ab estuviste en París, ¿y qué tal?

D A V I D

Y a tú lo cono ces, á pesar de no hab erlo v isi tado. U na

ciudad inmensa y populosa , donde'está reconcentrado to

do lo bueno

  y

  to do lo m alo de la tierra. E l cerebro de esa

loca que se l lam a Fran cia, en el que es preciso estudiarla '

para comprenderla; porque, c iertamnnte, e l que conoce á

París ,

  pu ed e decir que cono ce á los franceses. Ah í es don-

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

2 4 9

de puede observarse el carácter de ese pueblo, mitad

hombre y mitad niño, que por una parte desempiedra una

calle para alzar u na barricada, rep rese nta do por s us obre

ros,  y por otra se dirige á Mabille, á divertirse, representa

do por una comparsa de estudiantes y grisetas.

M A N U E L

Hombre, á propósito, ¿se bai la al l í mucho Can-Can.

D A V I D

M ucho; el entu siasm o que ha producido ese bai le casi

raya en frenesí: aquel lo es una turba de furiosos, de salva

jes ,

  que se o lv idan de todo para ensimismarse en sus

piernas y en sus

  p i e s

y que saltan, se retuercen y se agi

tan.

  Ahí, en Mabil le, más que un sit io de recreo, le parece

á u no encon trarse en el infierno, rodeado por los espíritu s

del vértigo.

M A N U E L

¿Y por supuesto que el Can-Cán está admitido en todas

las clases de la sociedad?

D A V I D

E n todas: no tem o exagerarte, si te digo que de las tres

cuartas partes de la población apenas habrá una que no lo

haya ensayado alguna vez. Lo que yo s iento es que Méjico

está con tagiánd ose de tal ma nera en ese pu nto , qu e va á

ser otro París dentro de poco.

MANUJSL

N o;

  aquí el Can-Can está reducido al teatro, y nada más;

un as-cu an tas bai larinas, de piernas m ás ó m en os afrodi

siacas, y hé aquí todo. E l pú blico lo aplau de, pero no lo

acepta por fortuna.

D A V I D

Y o m e alegro, porqu e el tal bai lecito no es de lo m ás

moral , ni de lo más decente que digamos.

(Eugenia y Maña aparecen 1

A

 puerta izquierda.)

Estas señoras, por lo menos, estoy seguro que participan

en todo de nuestra opinión.

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2 5 0 O B E A S D E M A N U E L A C U Ñ A

ESCENA VI

DICHOS,  E U G E N I A Y M A R Í A .

MARÍA

Seguramente que s í . ¿Cómo vamos, Manuel?

M A N U E L

A. los p ies de u ste d, María.

EUHENIA

  (A  Manuel.)

Buenas tardes .

M A N U E L

Señorita

M A R Í A

Con que ¿de qu é se trataba cua nd o nosotras l legam os?

H e dicho qu e si , y quiero saber qu é es el lo, para confor

marme, ó para

D A V I D

Decía yo que el Can-Can es una innovación en la coreo

grafía que no debe aceptar nuestra sociedad.

M A R Í A

Y t iene usted mucha razón.

E U G E N I A

Yo digo lo mismo que María.

D A V I D

[Ah,

  Eug enia An tes de que se m e olv ide, quiero cu m

pl irte mi promesa; te presento á mi amigo y hermano Ma

nue l R o m ea .

  (A Manuel.)

  Mi esposa.

M A N U E L

Señora, mucho me l i sonjea contarme desde ahora en el

número de sus más rendidos servidores .

E U G E N I A

Gracias, caballero.

M A N U E L

Ac aba m os de tratar de bai le , y aprovecho la oportuni

dad para invi taros á un o que tendrá lugar en San Cosm e

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

251

esta misma noche .

  (A Haría.)

  H e estado ya en la casa de

usted á convidarla; pero ya que mi buena suerte ha hecho

que la encuen tre aquí , per sona lme nte la invi to , y conf ío

en que aceptará como Eugenia , y como David.

D A V I D

Y o

M A N U E L

N o,

  no vayas á decirme que no

  p u e d e 3 ,

  porque no ad

m i to excusas de n ing una especie; m e he com prom et ido

á l levarte, y no creo qu e seas tú qu ien m e ha ga faltar á

mi palabra: afortunadamente traigo conmigo las esquelas

M A R Í A

Yo iré con una condición.

M A N U E L

¿Cuál?

M A R Í A

Que Eugenia pase por mí , para acompañarme.

M A N U E L

¿Qué dice usted á eso , Eugenia?

E U G E N I A

Que á mí tal vez no me sea posible asist ir, porque

M A R Í A

Entonces yo tampoco iré .

M A N U E L

Na da, yo les entrego á usted es sus bi l letes ; si no los

aceptan, pu ed en romperlos en el acto , porque yo no los

recojo.

D A V I D ">

Pu es s i te em peñ as, iremos: querida Eu gen ia , pu ed es

prepararte para ir á t iempo por María.

M A R Í A

¿Es decir que se admite mi condición?

E U G E N I A

Ya lo ves.

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

253

aquí que te habías l levado una muchacha, pero eso lo to

mé yo por una s imple locura juveni l y nada más. Yo ig

noraba, aunque, ahora me lo supongo, que esa compañe

ra de viaje era tu esposa.

D A V I D

En efecto, Manuel , era mi esposa.

M A N U E L

Pe rm ítem e que te diga que no ent ie nd o una palabra.

E n aquel t iem po yo era tu am igo m ás int im o, e l qu e te

aco m pa ña ba á todas partes, y entre tus no vias no recuer

do haber conocido n inguna Eugenia . La ú l t ima de que me

hablaste fué Margarita, la querida de D. Ramiro; pero á

esa ni la cuento, porque para haberle dado tu nombre, era

preciso que antes hubieras perdido la razón.

D A V I D

Se gú n eso, ¿tú no te habrías enlazad o con el la?

M A N U E L

¡Hombre, nol

D A V I D

¿Y por qué?

M A N U E L

En primer lugar por mí; y en segundo lugar por los de

más.

D A V I D

No te comprendo.

M A N U E L

¿Tú crees en la rehabil i tación de la mujer caída?

D A V I D

Sí: yo sostengo que la mujer es rehabil i table, cuando su

alm a se ha conserv ado pura, y, sobre todo , cua nd o su fal

ta ha tenido por móvil , no la vanidad ni los placeres, sino

u n sen tim ien to no ble y gener oso, el de salvar la vida de

una madre, como en ese caso .

M A N U E L

E l fin no justi fica los m edio s , y e l m un do jam ás o lv ida

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254

O B R A S D E M A N D E L A C U Ñ A

ese refrán. Cuan do ve un o de sus m iem bro s gangren ado,

te m e corromp erse, y, s in pregu ntar la causa, se co nte nta

sim ple m en te con cortarlo . Por lo dem ás, no hace s ino lo

que tú mismo hartas en circustancias semejantes .

D A V I D

¿Yo?

M A N U E L

E s claro, y te lo vo y á probar en dos palabr as. U n día,

por ejemplo, ves á un asesino que me ataca puñal en ma

n o ,

  y te interp one s; de esto resulta qu e m e salvas, pero á

costa de tu brazo que ha recibido todos los golp es en la

lucha; pu es bie n, si á con sec uen cia de esto se gang rena,

¿te det iene s en cortarlo porqu e ha ya sido el salvador de

un amigo tuyo?

D A V I D

Si puedo sanar, lo dejo.

M A N U E L

El hecho es que eso es imposible , ó por lo menos muy

diñci l . Mientras el médico

  Sociedad

  no se convenza de que

un miem bro podrido es susc ept ib le de curarse, no ha de

prescindir de su sistema.

D A V I D

M anu el , veo que eres m u y severo en tus apreciacio

nes.

M A N U E L

Es toy seguro de que tu piensa s com o yo; def iendes el

caso,  y no m e eztraña , porq ue Margarita está com pren di

da en él; pero en el fondo, tú me concedes la razón.

DAVID  (con entusiasmo creciente)

Te engañas: yo no defiendo el caso por Margarita, como

dices ,

  s ino porque es m i conv icción, porque es m i creen

cia, que cualquier culpable puede rehabil i tarse de sus fal

tas .

  |Yo no con de no co m o la socieda d al presidiario qu e

ha robado u n pedazo de pan para su s hi jos , yo no conde

no á la pobre mu jer s in edu cac ión y abando nada, que el

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

255

día qu e se m uere de ham bre se ven de en el vért igo de la

miseria , por un as migajas de men drugo . .. ¡Yo á qu ien

co nd en o es á la socieda d que no da trabajo al artesano . ..

¡Al qu e no edu ca á la m ujer . . . ¡Al qu e la com pral ¡Yo á

qu ien con den o es á la socied ad que se enfanga y des

pu és se asus ta de si m isma . . . ¡A esa m adr e qu e arroja á

su s hijos en el albañ al y que de spu és no quiere recono

cerlos

M A N U E L

¿Y qué le vam os á hacer? Y o quiero conve nir cont igo

en que sea un a injust i c ia imperd onable que los hom bres

castiguen faltas, de las que tal vez son cómplices; pero está

dem asiad o arraigada para qu e tú, ó yo , abriguem os la es

peranza de destruirla.

D A V I D

N o:

  yo teng o m is ideas y m i m an era de ver las cosas;

pero sin la pretensión de hacérselas admitir á la sociedad.

El la pu ede seguir e l ca m ino qu e le cuadre: yo , por m í

parte, lo que nunca haré será sacrificar, en aras de sus ca

prichos y de  s u 3  necedad es , n i m is sent imien tos , n i m i

corazón.

M A N U E L

Pues serás un mártir.

D A V I D

Mártir es mejor que necio.

M A N U E L

Sin embargo. . .

D A V I D

D im e, M anuel ; u n hom bre que piensa y s iente y obra

por s í m ism o s in consul tar con la m ult i tud , tú, por ejem

plo,  si u n día te encontrará s con un a m ujer , áng el en el

fond o y meretriz en la superficie, qu e por la prim era vez

despertara en t í ese anac ronism o del sen t im iento que se

l lama amor; si al lado de esa mujer divisaras un horizonte

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256

O B E A S D E M A N U E L A C U Ñ A

de cielos y u n porve nir de f el idad, ¿renun ciarías á todo

esto por el mundo?

M A N U E L

[Francamente, sí

D A V I D

¡Mentira

M A N U E L

¿Mentira?

D A V I D

Tú no eres tan m iserable para dejarte vence r por la preo

cupación.

M A N U E L

Prescindo del

  Qué dirán.

D A V I D

Entonces . . .

M A N U E L

Pero no prescindo de mí mismo.

D A V I D

¿Qué quieres decir con eso?

M A N U E L

Sup ongam os por un mom ent o que tú fueras esposo de

M argarita. D im e: ¿no es verdad que en m ed io de tus i lu

sion es ínt im as con el la, cu an do febricitante y ebrio la tu

vieras en tus brazos acariciándola, ¿no es verdad que sen

tirás algo com o el infierno, ante el recuerd o de qu e aque

l los labios estaban ma nch ado s por el ósculo de la imp u

reza?

Suponiendo que tú fueras esposo de Margarita, si maña

na te diera un hijo, ¿no es verdad que ese hijo tendría de

recho á maldecirte por haberledado una madre, cuya man

ch a se reflejara sob re su fren te? Pe ro... ¡já ¡já ¡já es ta m os

tomando este asunto tan á lo serio, que no parece sino que

m i sup osición es verdadera, segú n el ceño qu e m e estás

poniendo. ¡Vamos querido David, espero haberte conven

cido por completo , y me ret iro contando con que esta no-

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David.—

¡No

Eugenia,-

  - ¡ A h

(El rasado.

  — F i n a l d e l a c t o

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O B R A S

  D E

  M A N U E L A C U Ñ A

257

che

  me

  referirás entre dos ponches todas las circunstancias

y todos

  los

 pormenores

 de tu

  enlace.

  Yo te

  conozco,

  y de

ben

  ser

 interesantes , porque

  tú

 t i enes

  muy

 buen gusto

  en

materia  de aventuras .

( T om a

  su

  sombrero.)

Conque arreglarse

 y

  hasta

 la

 vista

(Tendiéndole

  la

  mano)

DAVID

  secamente.)

Adiós .

MANUEL

  (desde la puerta.)

Mis saludos para Eugenia.

ESCENA VII I

D A V I D

  (solo.)

Apoyado en

 un

 sillón permanece algunos instantes con

 la

  mirada

fija y como amo-nadado.  E:i ,  sus palabras  como en su acción se

hará, notar

  la

 lucha que sostiene.

Expresiones para Ei igfnia . . .  ¡Sí,  para Margarita . . . ¡Yyo

que nunca

  me

  había

 fij ido en

  ell<

  ..

  ¡M<nuel tiene razón

Sas primeros besos be*os, sus  primeras caricias .. ]Oh |en

es te mompnto

  es

  cuando estoy s int iendo

  ese

  torcedor

  de

los recuerdos,

  ese

  infernal suplicio

  del

  pasado . . .

  ¡Es

  ver

dad

Yo

  creía, tener valor para vencer

 esa

  preocupación

  á

fuerza

 de

 c ar iño; yw»ro dewde

 hoy, ya no

 podré verla sin. . .

¡Esto es  h^rriblel  Y  luego, si yo  tuv iera  un  hijo.. . ¡Dios

mi" ¿qué

  he

  hecho para

 que me

 cast igues

  de

 este m odo?

(Pausa.)

  ¡Nada ¡mi  porven ir destruido .  .  ¡mis i lusiones

tronchadas . . .

  De hov más no

 seré sin o

  la

 befa

  de la

 socie

dad, que me escupirá  á la cara, es^ n om br e  de Indo... ¡Mar

garita ¡A.h ;Manuel

  no

  sabe

 que su*

 palabras

  han

  hecho

germinar en mi  corazón ... ¡Y el  baile ...  ¡Es  preciso  que

Eu genia va va

 al

  baile . . . Exploraré

  el

  terreno,

  así

  tendré

algo á qué a tenerm e.

E S C E N A

 IX

D A V I D

  Y

  E U G E N I A

EUGE NI A

¡Amigo míol

DAVI D

¡Margarita. . Eugenia

17

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258

OBRAS  D E  MANUEL ACUÑA

E U G E N I A  (con amargura).

Da vid, ¿por qué pron uncias ese nom bre? ¿Tienes a lgú n

motivo de queja contra mi?

D A V I D

Yo.. .

E U G E N I A

¿Juzgas acaso que no es suficiente lo que sufro, lo que el

mundo me hará sufrir mañana para expiar una falta que. . .

DAVID  (com o teniendo ser oído).

[Silencio

E U G E N I A

¿Y añades tú también tu insulto. . .?

D A V I D

Eugenia . . .

E U G E N I A

¿Crees qu e sea necesario que oiga y o ese no m br e para

acordarme de aquel t iempo en que era la. . .

D A V I D

[Silencio

E U G E N I A

¡Ah

yo pensa ba que jam ás encontraría u n torm entom ás espantoso que el que l levo en m i m ism a hace cinco

años ,  y s in embargo . .

D A V I D

[Vamos [perdónam e... yo te juro que. . . que no tuve nin

gú n objeto al decirte esa palabra.. . brotó de m is lab ios sin

saber cóm o.. . yo te aseguro qu e jam ás folverá á sonar en

tus oídos ...

¿Estás contenta?

E U G E N I A

1

*

[David

D A V I D

[No l lores. . . es la primer a vez que com eto esa inadver

tencia, y te ruego que me disculpes . . . Me parece que tengo

derecho para pedirte ese favor.. .

E U G E N I A

Está bien. . .

D A V I D

¿Y ya has arreglado todo lo necesario para ir al baile?

E U G E N I A

¿El bai le? No, todavía no,

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

259

D A V I D

[Perezosa p ue s apresúrate m ien tras yo vo y á hacer lo

m ism o, porque á las nu eve prom etiste estar en la casa de

María.

E U G E N I A

[Es verdad

(David se retira volviendo la cara y deteniéndose á cada paso

para mirar á Eugenia. Al llegar á la

  2 .

a

  puerta derecha , ter

mina la vacilación de que ha estado poseído, y como resol-

viéndoso; retrocede apresuradamente hasta Eugenia, cuya ca

beza coje entre sus mano s para besarla, soltándola brusca

mente en el instante de ir á hacerlo.)

D A V I D

¡No

(Tase precipitadamente.)

E U G E N I A

[Ahí

  (Cae desplomada en el sillón cercano.)

F I N D E L A C T O P R I M E R O

C T O S E G U N D O

S a l ó n d e d e s c a n s o , p r o f u s a m e n t e i l u m i n a d o , c o n d o s p u e r t a s a l f o r o , á

t r a v é s d e l a s c u a l e s s e v e r á u n p a t i o c o n u n a f u e n t e e n e l c e n t r o , r o

d e a d a d e t i e s t o s c o n m a d r e s e l v a s y p l a n t a s t r e p a d o r a s . E n e l s a l ó n ,

e s p e j o s , c u a d r o s , c o l u m n a s , b u s t o s , s o f á s , s i l l o n e s , c o n s o l a s , a l f o m

b r a , c a n d i l , c a n d e l a b r o s , t o d o d e l u j o y c o l o c a d o c o n g u s t o .

ESCENA I

D .  R A M I R O

¡Vaya un a casualidad ¡Ella aqui Lo qu e yo m en os m e

podía esperar en este bai le. Después de cinco años en que

casi hab ía acabado por olvidarla, se m e parece de rep ente

con su verdadero nom bre, y casada nad a m en os que con

el pintorcito de David, que t iene todo el descaro suficiente

para traerla á un a tertul ia y presentarla com o su esposa .

\Y

  q ué bien se habrán reido de m í los dos palom os . . . E s

claro,

  despu és de la partida que m e jugaron . . . pero ya, ya

les arreglaré las cuentas.

ESCENA I I

D .

  R A M I R O Y A N T O N I O

A N T O N I O

Querido D. Ramiro.

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260

OBRAS  D B  MANUEL AC UNA

RAMIRO

Querido Antonio , ¿cómo vamos?

ANTONIO

¿Qué diablos se hac e uste d por aquí tan solo? (Precisa

mente como yo lo necesi taba) .

R A MIR O

Ya lo vé usted, fast idiarme.

ANTONIO

¿Fastidiarse?

RAMIRO

Sí, desc ansa nd o de la fatiga y h uy en d o de ese alegre

torbel l ino, donde tanto se bai la y se divierte.

ANTONIO

¿Ha estado usted muy contento de la f iesta?

R A M I R O

|Hombre, si l

ANTONIO

¿Y qué ta l de mu chach as? ¿Habrá hec ho usted m uc ha s

conquistas, no es verdad?

RAMIRO

1

  ¿Conquistas?

ANTONIO

¿Y por que no?

R A MIR O

Usted decididamente está de broma, porque de otra ma

nera no pue de com prend er-e quiera convert ir en Cupido

á un hombre que cuenta ya diez lustros bien completos .

A N T O N I I

Pue s lo que sov yo, m e he encontrado con un a mu cha

cha. . . jy qué muchacha

RAMIRO

¿Bonita, eh?

ANTONIO

¡Encantadora, y sobre tono novelescal

RAMIRO

¿Novelesca?

ANTONIO

Y a lo creo, si es todo un t ipo, todo un perso naje d e co

media .

RAMIRO

¿Y esta noche es cuando usted la ha conocido?

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OBRAS  D E  MANUEL AC UNA 2 6 1

ANTONIO

N o ,

  no , señor, ha ce algú n t iem po; sólo qu e estos últ i

mos años la había yo perdido de v ista enteramente.

U A M I K O

¡Ah

|ah

ANTONIO

(Es preciso que este viejo se ponga de mi parte.)

RAMIKU  (a  aparté)

(¿A. dó nd e ira á parar ese m uc ha ch o?) ¡Conqu e de cía

usted que esa chica es una historial

ANTO NIO

Pu ede usted juzgarlo por s i m ism o por este pasaje de

su vida.

R A M I R O

A ver, o igamos.  (Se sientan )

ANTO NIO

Figúrese usted que la joven á que me ref iero v iv ía muy

hu tnü de m en te con su madre enferma en una casi ta de

los arrabales , cuan do un homb re, qu s prob ablem ente era

un gran f ilántropo, le propu so un a de esas infa m ias qu e

la general idad de las mujeres no escuchan sin ruborizarse

y estremecerse. La infel iz luchó por algún t iempo entre el

amor de su mad re y el sen t imie nto de la v irtud; pir o

un a noc he la pobre f-eñora se m oría por falta de u n m en

dru go, y.. . ¡el cariño fil ial ven ció E l viejo vio cu m pl id os

sus deseos.

RAMIRO

(Es Margarita, no me cabe duda.)

ANTO NIO

E l sacrificio fué inú til , porqu e la desg raciad a, al acer

car el pan de la deshonra á los labios de su madre, encon

tró que estaba muerta.

RAMIRO

¡Pobre niña. . . Pero, prosiga usted , qu e la historia está

posi t ivamente interesante.

A N T O N I O

Pu es bien; a l verse so la y enter am ente aband onada, la

joven, sin experiencia, y arrastrada por las circunstancias,

se dejó engañar por su miserable protector, que'en vez de

esposa la hizo su querida. Ante la sociedad, pasaba por su

sobrina; pero ya usted compre nderá que no todas las co-

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262 O B K A S

  D E

  M A N U E L A C U Ñ A

sas pueden ocultarse, y que al cabo y al fin se supo de qué

naturaleza eran aquellas relaciones.

RAMIRO

Era de esperarse; ya lo creo.

ANTONIO

U n pobre artista, sin em bargo , tom an do la f icción de

bu ena fe , se enamoró perd idam ente de la chica , que no

habiendo amado nunca, s int ió por él una atracción s impá

t ica y desconocida. Así pasaron muchos meses; é l engaña

do y cada vez m ás ciego, y el la ocu ltand o un cariño qu e

consideraba una locura. A cada instancia del amante, el la

contestaba que prescindiera de un amor que jamás podría

pagar le, elud iend o la respu esta franca, tanto por no d arle

u n golpe dem asiado rudo, com o por no tener que sonro

jarse ante sus ojos. U na noch e, sin em bargo , se lo dijo

todo ,  espera ndo de esta ma nera disuadirle; pero, por el

contrario...

RAMIRO

El muchacho persist ió en su idea.

ANTONIO

Y no sólo eso, sino que teniendo que partir para Ital iaen esos días, la víspera de su marcha se enlazó en secreto,

y la mañana siguiente desapareció con el la, dejando bur

lad o al viejo , qu e se ha llaba postr ado por la gota, y al

mismo t iempo á un pretendiente que tenia el capricho de

arrebatársela y hacerla su querida.

RAMIRO

¡Ah ¿Conque había otro además del afortunado?

ANTONIO

Utro,

  á quien el la sólo contestaba con desprecios, sospe

chando ta l vez sus intenciones .

R A MIR O  (bruscamente y levantándose).

¿Y todo esto , en resumidas cuentas , á qué v iene?

ANTONIO

[Hombre ¡Vaya un a pregunta

RAMIRO

¿Usted conoce á todos los personajes de su cuento?

ANTONIO

¿Y uste d conoc e á todos los ind ivid uo s de mi historia?

R A M I R O

Yo á todos.

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

263

A N T O N I O

Y yo también á todos.

R A M I R O

Ella es Margarita.

A N T O N I O

Y él es David.

R A M I R O

L o s o t ro s do s -

A N T O N I O

Somos usted y yo .

R A M I R O

Tenemos la venganza en nuestras manos .

A N T O N I O

Eso es precisamente lo que yo deseo.

R A M I R O

La sociedad esta de nuestra parte.

A N T O N I O

Eso era lo que pensaba.

R A M I R O

Da vid es un art i sta que no sueñ a m ás que con sus p in

celes y su Eugenia, y. . .

A N T O N I O

Perfectamente, comprendo el plan de usted, y es e l mis

mo que yo me había forjado.

R A M I R O

¡BienI pu es esta m ism a no ch e es nece sario qu e reciba

el golpe; y muy despreocupado y poco pundonoroso ha de

ser, sino se encarga él mismo de vengarnosl

A N T O N I O

¡Seguro (¡Después ella será mía )

R A M I R O

¿Qué decía usted?

A N T O N I O

¡Nada que lo de m ás de m i cu en ta corre; y o le aseguro

á usted que será el golpe de gracia.

R A M I R O

¿Qué es lo que piensa usted hacer?

A N T O N I O

Ahorre usted preguntas , y obremos cada cual por nues

tro lado. Cua lquier m ed io será bu en o, si el resu ltado co

rresponde á nuestros intereses.

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264

OBRAS  D E  MANUEL ACUÑ A

R A M I R O

Creo que nos hemos entendido, y no sería malo . . .

AN  ON10

Pon er ma no s á la obra,¿no es ver dad ?Pu es has ta la vista.

R A MIR O

Sí, querido Antonio, hasta la vista.

(Antonio va á salir, y al llegar a una de las puertas del fo

ro,

  se detiene por Eugenia y M anuel que aparecen en ella.)

A N T ON IO

  (al verlos.)

¡Ahí

ESCENA I I I

 DICHOS,  E U G E X J A Y M A N U E L

M A N U E L

¿A. dó nd e tan de prisa, A m on io? Señor D . Ram iro. . .

(saludándoles.)

ANTONIO

V in e á orear m i frente  b a ñ a d a  de sudor por el cansan

cio,  y vuelvo n ueva me nte

  a l

  bai le, para aturd irme en su

bul l ic io y en sus armonías . Si ustedes gustan. . .

M A I N U

I S I J

¡Gracias Eu gen ia está un poco fatigada, y mientr as. . .

A V I ' ,  s i l )

En tonc es , usted es , dispensarán que n o los acom pañe;

pero en cambio D. Ramiro hura mis veces.

KAMJKO

Con mucho gusto .

A N T O M  • (á

  Eugenia.)

A los pies de usted,  (á Manuel,)  ¡Adiós

ESCENA LV

DICHOS,

  menos

  A N T O N I O

MA . Ml f . L

Vamos , Eugenia , tome usted as i ento , y permí tame que

la presente á

  D.

  Ram iro, un o de los admiradores de Da

vid,  y que hace un m om en to m e indicaba e l deseo d e

conocerla.

R A M I R O

¡Señora ...

EUEIE.MA

¡Caballero ...

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O BRAS

  DE

  MANUEL ACUÑA 265

RAMIRO

Usted

  me

 perdonará

  si

  cree

  un

 atrevimiento

  la

  indica

ción

  que

 hice

  á

 Manuel

 de que en la

  primera oportunidad

me presentara

  con la

  esposa

 de uno de

 nuestros

 más cé

lebres artistas; pero

 yo soy asi:

 cuando

  me

 encuentro

  con

una notabilidad identifico

  con

 ella todo

 lo que se

 relacio

na,

  me

  agrada conocerlo.

MANUEL

Y,

  más,

  cuando

  se

  trata

 de la

 compañera

  de

  trabajos

y

  de

  estudios, como

  en

  este caso,

 ¿no es

 verdad?

RAMIRO

Seguramente, basta

 coa que á sus

 ojos

  se

  haya desarro

llado

 y

  tomado vuelo

  el

  genio artístico

  de

  nuestro ami

go,

  para

 que

 sobre

  su

  frente irradie algo

 de la

 gloria

 que á

él

 Je

 eorrecponde.

ECGEN IA

¡Señores ... (¡Qué situación

  tan

  espantosa )

l iAMIKO

Por

  lo

 demás, Manuel convenga u=ted conmigo

 en que

si

  la

  carrera

  del

  artista

 es un

  calvario,

  el

 calvario

 de Da

vid

  ha de

  haber sido

  muy

  dulce teniendo

  á su

  lado

  una

esposa como Eugenia.

MANUEL

Sin duda alguna;

 un

  artista

  de

  corazón como David,.ne

cesitaba

  una

  joven virtuosa  confo  Eugenia.

i U U t N i A

(¡Dios

 mío )

MANUEL

Yo

  lo

 digo

  por mi

 parte;

 en el

  caso

  de

  tomar estado,

elegirla

 á una

  mujer indigna.

RAMIKO

  con intención).

¿Que

  le

 parece

  á

 usted, Eugenia,?

EUGENIA

A

  mí.

MANUEL

Eugenia dice

  lo

 mismo

  que yo; y

  aunque

  su

  esposo

  sea

tan soñador

  que

 defienda

  la

  rehabilitación

  y

  quien sabe

cuántas otras utopias,

  yo me

 felicito

  de que

  ella

  se

  haya

interpuesto

  en su

  camino, porque,

  a¡-í, le ha

  evitado

  una

calaverada

  que la

  habría  coi-tado  muchas lágrimas.

Se levanta con naturalidad para recorrer los cuadros

 del

 salón)

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266

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

E U G E N I A

(|E1 n o sab e... ¡Qué suplic io )

M A N U E L

Y o quisiera que se hal lara aquí para pregu ntarle si in

siste todavía en sus opiniones; le pondría un paralelo para

que juzgara, á ver si entonces me decía lo mismo.

(Durante la distracción de M anuel con un álbum que halla so

bre una de las consolas, Eugenia y D. Ram iro sostienen apre

suradamente el siguiente aparte:)

R A M I R O

¿Qué respondes á eso, Margarita?

E U G E N I A

¿Qu ién le da. á uste d derecho para insu ltarm e, caba

llero?

R A M Í R 0

Nada de escenas teatrales que pondrían tu s i tuación en

peor estado.

E U G E N I A

Pero,  en fin, ¿qué es lo que usted quiere?

R A M I R O

Casi nada: hablarte á so las u n m om en to sobre ciertas

materias que tenemos atrasadas.

E U G E N I A

¡Imposible

R A M I R O

¿Cómo imposible?

E U G E N I A

Y o no pue do ni debo acceder á un capricho sem ejante .

R A M I R O

Te a dvierto q ue sino lo ha ces por b ien lo harás por fuerza.

E U G E N I A

Sería dif íci l que usted lo consiguiera.

R A M I R O

Yo pienso que es muy fáci l .

- E U G E N I A

M anuel es am igo de m i esposo y

R A M I R O

M anu el ignora la verda d, y tú no serás tan nec ia qu e

quieras descubrírsela.

E U G E N I A

¡Pero usted es un infame

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A 267

RAMIRO

Tal vez; mas como esto se va haciendo demasiado largo,

es preciso que termine.

E U G E N I A

¡Por com pasió n I

RAMIRO

¿No?

E U G E N I A

¡Pues bien, nol

RAMIRO

¡Perfectamente ¡Tú quieres que M anuel , que te ve co m o

un a mu jer digna y honrada, y que te l lama Eu gen ia , te

aplique lo que acaba de decir, y que reconozca á Marga

rita , que fué en u n t iem po m i sobrina M uy bien; ahora

verás cómo eso se arregla conforme á tu deseo.

(Yendo hacia Manuel).

E U G E N I A  (deteniéndole.)

¡Piedad ¡Por últ im a vez, pieda d

RAMIRO

¡Vamos Inventa un pretexto para dejarle , y acabemos.

E U G E N I A

¡Pero,  por DiosI

RAMIRO

Le sup licas que vay a á buscar á Da vid, por ejem plo, y

entretanto

E U G E N I A

Manuel .

(A este.)

M A N U E L

Eugenia .

E U G E N I A

Voy á tomarme la l ibertad de inferirle una molest ia .

M A N U E L

Me dará usted un placer si en algo puedo servirla.

E U G E N I A

De searía qu e se tom ara us ted el trabajo de b uscar á

David y decirle que lo espero aquí .

M A N U E L

Será usted complacida en el instante.

E U G E N I A

E nt o nces

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268

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

M A N U E L

Con el perm iso de usted , vue lvo. (

Vase) .

ESCENA V

E U G E N I A , D O N R A M I R O

E U G t t N I A

|Y bien, cabal lero , concluyamos

R A M 1 K O

Margarita, la casualidad ha h ec ho qu e no s ve am os al

cabo de cinc o años, y es fuerza aprovecha rla para pone r

las cosas en su verdadero punto do vista. Tú creerás tal

vez que al recogerte l ibránd ote de la m iseria y del infor

tun io ,

  no me impulsaba otro sent imiento que comprar de

esa manera tus caricias; tú creerás qu e un viejo resp ecto

de una inven no puede abrigar otra cosa que un capricho,

y, sin tmbargo, Margarita, si tú no lo adivinaste, la verdad

era que yo, inscontante por naturaleza, habla sentido des

pertar en m i interior algo que tu presen cia y tus m iradas

hicieron con mover y estrem ecerse. A fuerza de cariño,

pe ns é hacerte olvidar m is años; confiaba en qu e tend rías

compasión del pobre viejo, y que acabarías por amarle

y me sonreía á solas, acariciando en mi alma esa i lusión.

Y o confieso que ioi edad y las circun stancias en qu e m e

conociste debieron obligmme á desecharla; pero hay casos

en que, el hombre se empeña en una idea, y

  S I

- j  encuentra

capnz hasta de escalar el cii lo. Mi a l n a  s i naba en que

liegaria a destruir la ba nv iii inte rp ue sta entre nosotros; y

mientras, un extraño venía y me lo arrebataba todo, ab

solutam ente todo. Tú m e dirás que un homb re pue de

comprarlo todo en una muj-jr menos el alma; tú me dirás

que el oro no te con stituía en la obligación de am arm e;

qu e yo no ten go derecho para que jarm e contigo , ni para

pedirte cuentas; más todavía, me dirás que en vez de una

deu da de gratitud, abrigabas hac ia m í todo el aborreci

m iento de una mu jer al que la h a perdido; n orabuen a,

Margarita, pero el verdadero amor es ex ige nte , y si tú no

m e has perdonad o tu desgracia, de Ja q ue yo te habría

salvado, amándome, yo tampoco he pedido ni puedo per

donarte que de un golpe mataras todos mis del irios y mis

esperanzas. Hace un instante me decías que era un infame:

pues bien, si , seré un infame, pero no es á mi á quien de-

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OBRAS

  D E

  MANUEL AC UÑ A

269

bes culpar

  de

 que

  lo

 sea, sin o

 á la

 fatal idad qu e

 ha

  hecho

nacer en mí esta p asión terrible y  egoísta.  Por lo  dem á s ,

¿crees

 tú

 que p ueda

  yo

 res ignarme

  á

 que

 un

  h o m b r e

  me

arrebate lo que yo había div inizado,  lo que yo hab ía colo

cado

 en un

  altar para adorarlo? [No, Margarita,

 nol Yo te

he amado , te adoro tod avía, y  es necesario que tú me am es.

E U G K N I A

¡Imposiblel

RAMIRO

¿Y por qué

 ha de

  ser imposible?

ÍUGfciNIA

Porque

 mi

 a l m a

 es de

 David ,

 y

  mis deberes

RAMIRO

¿Tu s deber es? ¡No

No

 so n

  ni tu

  amor ni tus deberes

los que  te ret ienen  al lado de tu  esposo; porque  si tú le

amaras, por

 él

  m i s m o ,

  sin

 que

  tu

  propio interés tomara

parte, comprenderías  los  sufr imientos  que le  torturarán

mañana , cuando

  la

 sociedad

  te

 vea,

 á su

  lado,

  no con la

frente altiva, y ortru llosa de la, m uj er  sin ma ncha , s ino c on

la frente humil lada  de la mujer que  ha com etido una fal

ta;  comprenderías que  él se  ruborizará  de tu  vergüenza

cua ndo

  el

 velo

 de tu

 pa«ado l legue

  á

  descorrerse,

  y que

acabará por maldecirte

  a

ver encadenado

  su

  porveuir

  al

poste  de su deshonra.  Tú quieres perman ecer  á su  lado,

no porque

  la

 obligación

  t e lo

 prescriba, sin o p orque

  en la

fiebre del cariño,

  t e

  olvidas d^ un  deber que exige que te

apartes, que

  te

 alej

  s

 para d<-j trl" lihre

 y

  respetado.

1 - U H E N I A

  (estallando)

¡Dios m ío Pero ¿por qu é  me dice usted todo eso?

RA M I RO

Porque

  es

 preciso que veas

  la

 si tuación

  tal

  cual el la

  se

presenta; porque

 es

 preciso q ue palpes

  esa

  dob le porven ir

que  se te aguarda: ó el remordí m iento  y el  hast ío , v iv ien

do con

  tu

 esporo,

 ó el

 sacrificio

  y la

  satisf tceión, antepo

n i endo  á toda  su M icid ad . Por otra parte, si tú no  puedes

vivir sin sus caricias, ¿crees que tensa para

  tí

  caricias

  el

ho m bre que m a ña na  te  mire const i tuida  en su verdugo?

¡No,

  Margarital ¡Aún

 es

 t iem p o

  de

 salvar

 á

  David

  y á tu

conciencia Una separación puede hacernos dichosos á  los

tres

  al

 que a m a s

  al

 q u e

 te

 a m a ,

 y á tí

  m i sm a .

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2 7 0 O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

E U G E N I A

¡Está bie n yo

RAMIRO

¿Accedes? ¿Te resueltos? ¡Ahí ¡Gracias, gracias

fcüGüNlA

¡No,  eso; nunca

RAMIRO

¿Qué es lo que dices? Rec hazas m i cariño y m is pro

mesas?

E U G E N I A

Sí.

RAMIRO

¿Las rechazas?

E U G E N I A

Las rechazo.

RAMIRO

Es decir qué

E U G E N I A

Nada puede haber de común entre nosotros .

RAMIRO

Por úl t ima vez, piénsalo .

i E U G E N I A

Ya lo he pensado.

RAMIRO

M ás tarde tal vez no hay a rem edio, m ientr as que ahora

una sola palabra tuya puede evitar mayores resultados.

E U G E N I A

He dicho ya que no.

RAMIRO

Enh orabue na: m e retiro ya no volveré á molestarte

ni con m i presenc ia. ¡Hasta luego , Eu ge nia ¡Hasta lueg o,

Margarita

ESCENA VI

E U G E N I A

¡Miserable ¡Cómo pu do pensar qu e yo consentiríal ¡H h

Si sólo el recordarlo me da miedo

(Pausa.)

  ¡Qué supli-

ciol ¡David . .. ¡mis deb eres ¡¡mi pasado N o, yo no

tengo derecho á esperar que la inquietud y la calma vuel

va n otra vez á sonre irme . A nte s, yo no sufría m ás que en

m is horas de reconcentración, cuand o po nié nd om e frente

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OBRAS

  D E

  MANUEL ACUÑA

271

de mí misma, encontraba en vez del semblante de la niña,

u n sem blan te qu e m e hacía bajar los ojos de vergüenza ;

[pero l legaba Dav id, y con sus alhagos m e hac ía olvidarlo

todoi ¡Sus caricias ¡Ayl ¡Ya esta tard e sus lab ios ha n

pron unc iado el nom bre de Margarita ¿Y ma ñana. . .?

pDios santo yo no quiero que él m e acu se de su desgra

cia Sufriré yo solo; pero no m anch aré su no mb re con

el m ío; no le pagaré c on un infierno e l paraíso qu e m e ha

dado.  Serían un a vileza y una suprem a ingrat i tud. ¡Antes

la muerte

E S C E N A V i l "

E U G E N I A , M A R Í A Y A N T O N I O

A N T O N I O

  (en la puerta).

Manuel decía bien, aquí está Eugenia .

MARÍA

En efecto, Antonio. Gracias.

ANTO NIO

(¿Qué habrá sucedido con Don Romiro?)

M A R Í A  •  # '

Que no sea yo causa de que usted desaprove che estos

instantes. Le he distraído enmedio del bai le para inferirle

una molestia, y si desea volver. . .

ANTONIO

¿Me concede usted permiso? (Asi veré al viejo.)

MARÍA

¡Por supuesto, y gracias (Vase Antonio.)

E S C E N A V I I I

E U G E N I A Y M A R Í A

M A R Í A

¡Querida Eu gen ia Pero ¿qué t ienes? ¿qué te pasa?

¿por qué lloras?

EUGENI A

¡María

MARÍA

Va m os respónd em e, ¿qué t ienes? ¿acaso estás enferma?

E U G E N I A

¡Nada, no tengo nada ¡Vete, vete

¿Qué m e vaya? ¿y por qu é quieres qu e m e vaya? N o

comprendo. . .

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272

O B R A S

  D E  M A N U E L A C U Ñ A

E U G E N I A  (sollozando).

¿Sabes tú quién soy yo?

M A R Í A

La compañera más querida, la amiga de mi corazón.

EUGE NI A

]No,  María ¡Yo soy la m an ch a que se ex tien de , el pan

tan o que lo infecta todo, y qu e lo m ata todo. . . soy la hija

del infortunio, que no puede dar

  m á 3

  qu e infortu nio. . . Ja

pobre criatura qu e no t ien e derec ho ni al am or, ni á la

amistad, ni á la compasión, que no t iene derecho más que

á la bur la, y al escarn io.. . ¡Vete, M aría, vete . . . E n este

m om en to estam os solas , pero s i a lguno te v iera aquí con

m i g o ,

  te com pre nde ría en sus desprecios y sus risas por

habe r ten ido lástim a de m i dolor y de m i llanto . .. ¡Déja

me . . .

  ¡una m ujer co m o yo , debe estar aba ndo nad a, pros

crita de la socied ad, enm ed io de el la, sin am paro , sin re

fugio. . .

  cuan do m as con el consu elo de sus lágrimas En

otro tii mp¡> podía yo presentarte mi frente para que la be

saras;

  pero, ahora, ten go m ied o de qu e ha sta tl i , m i her

m an a, m e despr ecies al leer en el la este nom bre m aldito

que la cubre. ¡¡Ayer

(Alza la cabeza cubriéndose luego la cara con las manos.)

MAMA

¡Eugenia

E U G E N I A

¡Sí. has ta tú, María, lo único q ue m e qu eda ya sobre la

tierra

M»Rf  A

¡Y David . . . ¿Por qué le olvidas?

)•

 U G B N I A

¡Ahí es cierto, tú n o sabe s lo que esta tarde ha suc ed ido.

M U U A

¿Qué ha sucedido? Acaba.

EUGENI A

David. . .

M A R Í A

¡Concluye

E U G E N I A

¡Ha olv idado el nom bre de su esposa para l lamarla

Margarita

MARÍA

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OBRAS

  D E

  MANUEL AC UÑ A

273

[Margarita

EUGENIA

¡Sí,

 y

  después , cuando comprendió todo

 el

 m al que

 me

había hecho ,  en un arrebato de pasión , cogió  mis  s ienes

entre sus manos convulsas para besarme, y  cua ndo  yo es

peraba sobre mis cabel los el contacto  de sus labios ,  le vi

retroceder como horrorizado, desist iendo de su idea ¡Ah

¡María Tú

 ni

 siqu ieras p ue de s figurarte

  lo

  horrible que

  es

un desprecio que viene del que se ama; tú ni siquiera pue

des figurarte cuánto

  se

 encierra

  en

 eso

  de

  desgarrador

  y

terrible.

  (Llora.)

MARÍA

¡Vamos, amiga mía Cálmate,

  no

 l lores

  ni te

  desespe

res,

 si sufres m uch o ,  mi corazón,  al  m eno s , j a m á s  te ne

gará

 ni el

  cariño que

  te

 debe

 ni

  una palabra

  de

  consuelo

en tus pesares.

EUGENIA

¡Gracias, con el alm a gracias

MARÍA

Quizá no estén muy lejano  el t érmino  ni el rem edio . . .

fcUGEMA

¡Sí, en la tum bal

E S C E N A  IX

DICHAS,

  D A V I D , M A N U E L , A N T O N IO ,  y

  después

 UN

C R I A D O

MANUEL

¡Bahl querido David, fuerza  es que te conven zas . N o de

bes tomar

 á

 pecho s

 un

 asunto que

 en

 na da

  te

  concierne.

D A V I L >

  (sombrío.)

¿Que

 en

 nada m e concierne?

MARÍA

¿Qué sucede, Antonio?

EUGENIA

¿Manuel ,  de qué se trata?

  (Con interés.)

ANTONIO

Cualquiera cosa, señoritas; ha o ino David ,  en un grupo ,

murmurar de una joven que  se hal la  en este bai le,  y ha

sal ido á su defensa .

MARÍ A

¿Y qué decían?  18

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7/23/2019 Acuna,Manuel Obras De

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274

OBRAS

  D E

  MANUEL AC UÑ A

EUGENI A

Sí, ¿y cómo

  se

 l lama?

ANTONIO

Y o no

 oí su

 no m bre ,

  si es

 q ue

  lo

 dijeron. No sotros  Se-

ñálando

 a

 M anuel)

  l legamos cuando let ir iéndose  á sus an

t ecedentes , op inaban que  su  esposo hacía  muy mal en

traerla á  tertul ias como ésta, de  personas honradas  y de

educación.

MANUEL

E so

  ha

 sido todo; pero este D av id,

  en su

 gen io quijotes

co ha querido probarles que en a lgun as circunstancias  la

m u j e r

 es

 perdonable

  y en

 sus debi l idades

 y en sus

  extra

víos , y  que. . . '

CRIADO  entrando).

Me han dicho que traiga esta carta.

ANTONIO

[Ha l legado la hora .]

CRIADO

Es del amo de la casa.

DAVI D

¿A quién  te  dijo que  la dieras?

« . • R i A U t i

  (Señalando

 á

  Eugenia.)

¿La señora se l la m a M^rg^rna?

D a v i d  (reprimiéndose)

La señora se l l ama Eug enia .

C K I A D O

Eso es ,

 sí,

 pues entonces

  es

 para,

 la

 señora.

(S e

 la

 da

 y

  se relira)

MANUiiL,

(Pues ,

  señor no ent iendo una palabra) .

EUGENI A

[Dios m ío ¿Qué contend rá esta carta?

  [La abre

 y

 lee apa rte.]

«Señora:

 su

 no m bre

  y su

 repu tación corren

 ya de

  boca

»en boca entre los convidados; si uste d quiere evi tarse  y

«evitar

 á su

 esposo un a vergüenza, m e atrevo

 á

  suplicarla

»que abandone mis salones, tal vez  mu y pel igrosos par a

•usted .

(Eugenia permanece  como petrificada, viendo

  á

  David

  que le

arrebata

  la

 carta, ¿in que ella opong a resistencia David reco

rre el papel,

  y

 se lanza sobre Eug enia, deteniéndose

  en el

mom ento casi de tocarla.)

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OBBAS  D E  MANUEL  ACUÑA  275 

D A V I D

 

[Tú ¡no ...  o ¡la fatalidad

Sale precipitadamente  entre los demás que le abren  paso. 

Telón  rápido.

FIN  DEL ACTO  SEGUNDO 

TO  T R RO 

Decora c i ón  del  ac to  pr imero

ES EN

MANUEL, un CRIADO 

MANUEL  

¿Es decir que no ha vuelto  todavía? 

CKI. iDü

 

No, señor, no ha vuelto.  Vin.i con la señora, y  salió  in-

mediatamente,  llevando  su caja de pistolas. 

¿Su caja de pistolas? ¿Y  Eugenia? 

C K A U  

Está

 

en

 

su

 

habitación.

 

Si

 

usted

 

quiere

 

que

 

la

 

llame...

 

MAMJ KL

 

No,

 no, déjala.  ¡Ni po Iría yo verla frente á frente ¡Sin 

intención

 

me

 

he

 

convertido

 

en

 

su

 

verdugo ¡Pero

 

como

 

había de sospecharme ...  Y David... Cuánto  le  habrá  tor-

turado lo que esta tarde le dije en el entusiasmo  de la dis-

cusión.  ¡Si yo lo hubiera sabido На-Фа  cierto  punto  yo 

tengo la culpa de todo esto.  ¡Qué diablo Por lo pronto  lo 

que debo hacer es evitarle otra desgracia, ya  que  esta  es 

imposible

 

remediarla.

  Al  criado.

Si

 

viene

 

tu

 

amo,

 

le

 

dirás

 

que me espere,  ¡ehi que ie necesito. 

CE1ADO

 

Está muy bien, yo  le avisaré. 

MANUEL

 

Apresurémonos  antes que sea tarde.  Vase.

ES EN

EL CRIADO Y EUGENIA 

E U G E N I A

 

¿Quién hablaba aquí  contigo? 

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276

O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

C R I A D O

El señor Romea .

E U G E N I A

¿Vino á buscar á David?

C R I A O O

Sí, señora; le dije que no estaba en casa.

E U G E N I A

Bueno puedes retirarte.

(Tase él criado.)

ESCENA I I I

E U G E N I A

  (sola.)

]Qué día tan horrible ¡Al fin se ha n realizado todos mi s

prese nt imien tos Era fuerza que sucediera de ese mo do;

era fuerza que en la cam pa na del de stino sonara la hora

de la exp iación y d el castigo. E sta noc he se ha forjado el

primer eslabón de la cadena, que debe sujetarme á los do

lores.  (Pausa.)

  ¡Pobre Da vid ¡Cuánto hab rá sufrido á cau

sa de su infeliz esposa ¡Ahí ¡todo el cariño qu e un a muj er

puede encerrar dentro de su alma no sería suficiente para

curar la herid a, para cerrar la, l laga qu e ha abierto en su

corazón el pu ña l de m i pasadol Yo nu nc a debí con sentir

en este enlace, que á el como á mis nos condena á un mar

tirio siemp re palp itante y siem pre negro. ¡La socied ad es

m u y severa ¡Juzga, y sente ncia s in nin gu na com pasión

para el culpablel ¡Y si se conformara nada más con eso . . .

Pero en su fal los inc luy e hasta al inoc en te, al que no ha

tenido otra falta que disentir de su opinión y despreciarla.

Porqu e Da vid, ¿qué culpa t iene Da vid de m i desgracia?

¡Y y o no ten go ni á qu ién acusar . .. ¡mi madre . . . ¡no, no

¡Mi san ta y bu en a m ad re ni siquie ra se figuraría en el

instante de abandonar la t ierra que en ese mismo instante

su pobre Eu gen ia se ve nd ía para com prarle otras cua ntas

horas de existen cia ¡No, yo no tengo derech o ni á su gra

t i tud; cuando más á su perdón. . . á que no me maldiga des

de el cielo ...

ESCENA IV

E U G E N I A , A N T O N I O

A N T O N I O  (colocando su sombrero en la silla próxima á la puerta)

¡Magníf ico Está so la; entrem os. Bu en as noch es E uge nia .

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

277

E U G E N I A

An tonio , bue nas noches . ¿A qué debo ver á usted á es

tas horas por mi casa?

(Antonio se sienta á la invitación muda de Eugenia.)

A N T O N I O

Eu gen ia , desp ués de lo que ha pasado en el bai le de

San Cosme, creí que no era conv enien te á m i dignid ad,

como verdadero amigo de usted y de su esposo, permane

cer en el salón un solo instan te, m i carruaje estaba á la

puerta, y me resolví á venir á acompañarlos.

E U G E N I A

Gracias.

A N T O N I O

Us ted m e hará just ic ia en creer que he sent ido com o

nin gu no la desagradable ocurrencia de que yo m ism o fui

testigo á mi pesar.

1 U G E N I A

Antonio . . .

A N T O N I O

Porque en ñn , usted no me recía que la hub ieran abo

chornado con un desaire tan grosero.

E U G E N I A

¡Ah

A N T o N I O

Pero usted no debía haber aceptado la invi tación, con

siderando que. . .

E U G E N I A

(¡Esto másl)

A N T O N I O

Esas gentes s in educación y . . .

E U G E N I A

Caballero: pod ía uste d hab erm e ahorrado un a visita

cuyas intenciones se traslucen tan á las c laras .

A N T O N I O

¿Porqué dice usted eso, Eugenia?

E U G E N I A

¡Porque sus palabras, apar entem ente de consu elo , no

son en el fondo sino un insulto cobarde y miserablel

A N T O N I O

Eug enia: perm í tame usted que l e d iga que me ha com -

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278

O B R A S  DE  M A N U E L A C U Ñ A

p r e n d i d o  mu y mal, y que i g n o r o  qué  r a z one s pu e d a us t e d

t e ne r pa r a j u s t i f i c a r

  lo que me ha

  d i c ho .

EUGENIA

¿S í? ¿P iensa us ted

  que

 de s c onoz c o

  el

  o r ige n

  de lo que

ha s uc e d ido? ¿ Cr e e us t e d  que yo no he  a d i v i n a d o  en que

c a be z a s

 ha

  n a c i d o

  el

 p e n s a m i e n to

  de

 p e r d e r m e ,

  el

  pe ns a

m i e n t o  de d e s p e r t a r  y  a v i v a r  la  m u r m u r a c i ó n , p a r a  que

a r r o j a r a s ob r e

  mi

  f r en te

  lo

  a s q u e r o s o

 de su

  insu l to? ¡Ahí

U s t e d e s  los h o m b r e s  de  m u n d o  y del g r a n t o n o  son  así . . .

¡ in fames

  y

  m e z qu inos . . .

  Se

  figuran

  que con el

 d i n e r o p u e

de n a l c a nz a r lo t odo ; y  c u a n d o  se e n c u e n t r a n  con una mu-

j e r

  que

  sabe r es i s t i r

 á sus

 c a p r i c h o s c r i m i n a l e s , p o r q u e

 no

q u i e r e c o n v e n t i r s e  en  m e r c a n c í a,  se  v e n g a n  de  e l la , co m o

u s t e d , h a c i e n d o

  una

 a r m a

 de su

  d e b i l i d a d

 y de sus

  fa l tas .

S e l l a m a n c a tó l i c os  y  filántropos,  y  e n t i e n d e n  la  c a r i d a d á

s u m a n e r a p e r d i e n d o á una  d e s g r a c i a d a que se  m u e r e  de

h a m b r e ,  y  s i e n d o los p r i m e r o s  en el c i n i s m o p a r a l e v a n t a r

l a p i e d r a  y  a r ro já r se la .

A N T O N I O

N o s a b í a yo que t e n í a u s t e d e s te o t r o m é r i t o . S a b e us t e d

d i s e r t a r pe r f e c t a m e n te .

E U G E N I A

¡ Y o t a m b i é n i g n o r a b a

  que á más de

  i n f a m e fue r a u s t e d

c o b a r d e

A N T O N I O

D e j é m o n o s  de  i n s u l t o s ,  y  a c a b e m o s .  El  i n c i d e n t e  de

e s t a noc he

 ha

 p u e s t o

  la

  s i t u a c i ó n

  de

  u s t e d d e s e s p e r a n t e ,

su esposo  la  a b a n d o n a r á p r o b a b l e m e n t e , h a s t a a h o r a ,  y

u s t e d ,

 en el

  ú l t i m o r e s u l t a d o ,

 se

  ha l la rá so la

  y sin

  a poyo ,

r e d u c i d a  á la  m e n d i c i d a d y á la  m i s e r i a . E s t e p o r v e n i r  se

v e

 tan

  c la ro ,

 que ni

  s iqu i e r a

  se

 p u e d e p o n e r

  en

  d u d a a b r i

g a n d o o t r a e s p e r a n z a ;  lo ne c e s a r io  es  ev i ta r lo  en  c u a n d o

q u e p a .

  Si

  u s t e d q u i e re , m a ñ a n a m i s m o t e n d r á l u g a r

  esa

s e pa r a c ión , pe r o  al  m e n o s no le  f a l ta r á con qué  v iv i r ,  no

d igo en la  c o m o d i d a d , h a s t a  en la  o p u l e n c i a .

EU GEMA

  indignada).

¡Cabal lero

A N T Ó N  (O

P e r m í t a m e u s t e d c o n c l u i r .  En  o t ro t i e m p o , c u a n d o  le

h u b i e r a s i d o

 muy

  fácil hacer feliz

  á un

  h o m b r e

  que la

a m a b a , a c e p t a n d o  sus  p r o m e s a s , u s t e d  se  m os t r ó i n f ie x i -

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

279

ble ,

  inexorable; despreció sus ruegos y sus lágrimas, por

que en el horizonte de la v ida, div isaba uste d u n m un do

m ás risueño, un porvenir m ás halagador y m ás querido.

Pu es bien, Eugenia; hoy que el amor de ese hom br e v ive

todavía, hoy que de rodil las viene á pedirle y á suplicarle

nad a m ás que un poco de cariño; ho y q ue Dav id, ese

mundo y ese porvenir soñados, se ha vuel to un imposible

para usted, Eu gen ia , ¿no tendrá derecho su pobre am ante

de ha cin co añ os para ofrecerle con su corazón y su s ri

quezas un a tabla salvadora en su infortunio? ¿No tend rá

dere cho para decirla; hu ya m os á E urop a n adie no s co

noc e, busc arem os u n lugar aislado, ocu lto entre f lores, y

al l í , unidos los dos por el cariño; obligaremos á la fortuna

á que vuelva á mostrarnos su sonrisa?

E U G E N I A

¡Basta

A N T O N I O

¿Pero qué responde usted, Eugenia?

E U G E N I A

Le perd ono á uste d este nu ev o ultraje, pero pu ed e evi

tar el continuarlo.

A N T O N I O

Es que yo. . .

E U G E N I A

De lo contrario me veré en la necesidad de l lamar á mis

criados para que le arrojen.

A N T O N I O

¿Me amenaza usted entonces?. . .

E U G K . N I A

Es s implemente una advertencia .

A N T O N I O

¡Ah

Sí; com o la que recibió ust ed en la tertulia; ¿no es

verdad?

E U G E N I A

¡Caballero, salga listed de aquí en el acto

a

  NT-

  mío

U na palabra nada más. Si ra iñ .ma cuan do usted ha ya

comprendido que en esta c isa nada t>ene que esperar; que

David será para usted un remordimiento y una acusación

constantes; s i m aña na, recordando lo que ho y le he pro

metido, quiere usted acojerse en los brazos. . .

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280 O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

E U G E N I A

[Miserable

(Dirigiéndose á la cam panilla.)

ANTONIU  (deteniéndola.)

• N o es preciso que usted l lam e, m e retiro. La am o á us

ted dem asiado para desear que la crónica escan dalosa de

mañana la tome por dos veces á su cuenta .

E U G E N I A

En el instante sa lga usted de aquí .

A N T O N I O

Obedezco. . . ¡está muy bien

(tomando su sombrero)

  Adiós ,

Margarita; y cue nte con un a invita ción para m i pr óx im o

baile.

E U G E N I A

¡Esto es ya demasiado, Dios mío

A N T O N I O

¡Vaya, vaya, [Adiós

(Vase.)

ESCENA V

E U G E N I A ,

  después

  M A R Í A

E U G E N I A

¡Virgen santa ¿Qué he hec ho yo para que m e atormen

te de esta ma nera mi dest ino? ¿Qué he hec ho yo para no

ver en m i derredor m ás que im pla cab les verdug os que en

su crueldad hacen una diversión de mis dolores?

MARÍA

¡Eugenia

E U G E N I A

¿Le has visto?

M A R Í A

¿Á quién?

E U G E N I A

Á Antonio

M A R Í A

Le vi subir á su carruaje; ¿por qué me lo preguntas?

J i U G n í N I A

¿Sabes á que vino?

M A R Í A

N o,

  ni pudiera sospecharme.. .

E U G E N I A

Á cebarse en su venganza y á ofrecerme una l imosna, á

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  ugenia —

¡Miserable

Antonio.—No

  es

  p r e c i s o

  que

  u s t e d l l a m e ,

  me

  r e t i r o .

(El Pasado.—

Acto

  3.° —Escena I V.)

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O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A 281

proponer me qu e abandon ara á D avid para marchar con

él á Europa.

MA KÍA

Pero ese hombre es un infame. . . .

E U G E N I A

Sí, u n infa m e que ha aprovech ado la ocasión de devol

verme todo el odio que le tengo, y pagarme todo el abo

rrecimiento que me inspira .

M A R Í A

- ¿Y tu esp oso n o ha vu elto todavía?

E U G E N I A

¡No ha vue lto, se fué pr oh ibién do m e que le siguiera,

ó mandara seguirle , y yo me temo que le haya pasado una

desgracial Manuel vino á buscarle, y en este momento tal

vez sea el ún ico que le acom pañ e. ¡Su am igo ínt im o. . . e l

primero que m e ha acusado de m i fa lta , ignoran do todo

el ma rtirio qu e m e cau saba n sus palabrasl ¡Ahí si yo no

hub iera estado co nv en cid a de lo contrario, hab ría creído

que era intencional aquel la especie de placer con que pa

recía gozarse en m i torm en to. Y o le disculp o y le perdo no.

M A R Í A

¡Pobre amiga mía

E U G E N I A

¡Pobre am iga tuya . . . Si , soy m u y desgraciada . .. t ien es

razón para com pad ecer m e.. . es tanto lo qu e sufro, qu e yo

no sé lo que seria de m í si esto durara m uc ho t iem po .

¡Hace un m om en to quería l lorar, y mis ojos no ha n teni

do ni un a lágrima . .. la m uer te. . . m e parece co m o el últ i

mo refugio que me concede el c ie lo .

M A R Í A

Eug enia: no m e hables de ese m odo , s i no quieres qu e

l lore yo tam bién cont igo . E s verdad que tus quejas . son

m u y justas, y que no t iene s m ás seno qu e el m ío para

depositarlas; pero no debes desesperarte, ni pensar en esas

cosas.

  Tú no me harás el agravio de creerme indiferente á

tus pesares , soy tu hermana, y tengo derecho á compar

tirlos y á sufrir con ellos.

E U G E N I A

¡Perdóname pero tú lo has dicho, no teng o m ás am iga

qu e tú para decirle m is quejas y l lorar con el la, tú , m i

buena María, que me hablas de tu corazón y de tu cariño,

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282

OBRAS  DE MANUEL AC UÑ A

enmedio de los insultos con que los demás me agobian;

tú ,

  que vienes á mi lado en estos momentos de lucha y

agonía á enjugar el llanto de maldición que corre de mis

ojos  Dan las tres.)  Una, dos tres, que noche es ya,

MARÍA

Las tres.

EUGENIA

Y David que no viene todavía.

MARÍA

Ya no debe tardar, lo esperaremos.

EUGENIA

N o ,

  María, tú te vas á descansar en mi habitación mien

tras él vuelve.' Después, yo te prometo ir á hacerte com

pañía.

MaRÍA

Le aguardaremos las dos, Eugenia, yo no quiero dejarte sola.

EUGENIA

¡Vamos dentro de un minuto estaré á tu lado; entre

tanto rezaré mis oraciones, y le pediré á mi madre que

me dé lágrimas y valor para seguir sufriendo.

MARÍA

Y cuando acabes...

EUGENIA

Inmediatamente iré contigo.

MARÍA

Con esa condición, acepto. Hasta luego, Eugenia.

Besándola)

EUGENIA

Adiós, María. Reza tu también por mi.

MARÍA

(¡Pobre Eugenia (

 Vase.)

ESCEN

VI

.  EUGENIA  sola)

¡Aprovechemos los instantes; no hay tiempo que per

der Es necesario que todo haya concluido para cuando

él llegue. Ya que en un arrebato de cariño tuve la debili

dad de dejarme vencer por sus alnag.'S y sus ruegos, ac

cediendo al enlace de dos almas separadas por el abismo

de la deshonra, yo tengo la obligación de remediar, en

cuanto sea posible, los efectos de aquel momento de locu-

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O B R A S

  D E

  M A N U E L

  ACUÑA 283

ra. Si, si,

  Eugenia, ¡valor

No

 t i em bl es

 ni

 vaci les para cu m

plir con

  tu

 deber.

  (Toma un álbum, entre cuyas jotografias se

supone que está la de David.)

  El

 que amas ,

 el

  que adoras,

 és

te ,

  éste

  que te ha

 acariciado tantas vece s,

  te

 deberá

  á lo

m e n o s

  el

 sacrificio

  de tu

 vida por

  su

 l ibertad

  y

  por

 su di

cha ¡Te.

 lo

 ordena

  tu

 pasado . . .

  ¡mi

  pasado . . .

  ¡Sí,

  acabe

m os (Toma un pliego de papel  y  escribe.)

 Ahora

 sí. (Cierra  la

carta, extrae el retrato

 y

  lo besa repetidas veces.) ¡Adiós ¡ Adiosl

¡Amado de mis

 sueños (toca lacampanilla y aparece un criado)

E S C E N A

  VII

E U G E N I A Y

 UN

 C R IA D O

C R I A D O

¿Llamaba usted, señorita?

EUGENI

Sí acércate. David

  ha de

  volver dentro

 de

 poco,

  no le

digas que

 he

 sal ido. Cu ando te l lam e

 le

  entregas esta carta.

C R I A D O

E st á m uy b i en .

  Así lo

 haré.

E U G E N I A

No agregues

  ni

  una sola palabra más.

 Si

 M aría,

  la jo

ven que está

 en mi

  habitación, sale

 y te

 pregunta adon de

he ido,

 le

  dirás que

 no me

  has visto, que

 no lo

 sabes, ¿en

t iendes? que

 no ío

 sabes . Tom a.

  Le da un bolsillo.)

C R I A D O

Gracias, señorita.

E U G J C N I A

No o lv ides nada

  de lo

  que acabo

  de

 decirte.

C R I A D O

" Pierda usted cuidado,

 no lo

  olvidaré.

(Vase

  el

 criado

 y

  vuelve

 al

 mutis de Eugenia. Esta toma

 su

abrigo, que estará sobre una silla, se arrebuja en él y  sale apre

suradamente sin volver  la cara. Al llegar á la puerta del fond o,

se detiene como vacilando,  y resolviéndose al cabo dice.)

l

' .UGEXIV

¡Adiós ¡Adiós (7a.se.)

E S C E N A V I I I

E L C R I A D O

  solo

P u e s ,

  señor,

 yo no sé qué

  cosas suceden esta noche

  en

casa:

 el

 por tón abierto ha sta las tres

 de la

  mañana; v is i tas

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7/23/2019 Acuna,Manuel Obras De

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284 O B R A S D E M A N U E L A C U Ñ A

y carruajes; ¡el amo que entra por un lado y la señora que

sale por otro . .. A qu í deb e hab er algo, y algo grav e nec e

sariam ente Nadal Yo voy á seguirla y á acom pañ arla,

aunque sea de lejos, siquiera para que no vaya á pasarle

u na desgr acia. Pero ¿y la carta? Cu and o ella m e hiz o tan

tas recomendaciones , debe ser de mucha importancia que

la entregue.

  (Suena dentro un campanillazo.)

  Apropósito: pa

rece que el am o l lega. Ten tacione s m e están dan do de

decírse lo tod o, y de.. . pero no , m ás vale hace r lo qu e se

me ha ordenado.

(Se coloca tras de la puerta para que no le vean. David y

Manuel que llegan. Después de un momento se va.)

ESCENA IX

D A V I D Y M A N U E L

M A N U E L

Gracias á Dios que he m os l legado. Entra y descansa

para qu e te acu estes en segu ida á ver si el su eñ o y la re

flexión con siguen de t í lo que yo m e he emp eñ ad o vana

mente en alcanzar.

D A V I D

E s por dem ás que insistas; lo he pensad o m uc ho , y m i

resolución es invariable. Mañana, ó yo, ó ese hombre, que

dare mo s en el cam po. ¡Si él ha querido tener el gus to de

insul tarm e en plen a sociedad, insul tan do á m i esposa, yo

se lo amargaré matándole, sí , matándole

M A N U E L

¿Y qu ién te ha asegurado qu e D. Ra m iro fué el que. ?

D A V I D

N in gu no otro pu ede haber sido m ás que ese viejo ridí

culo y cobarde.

M A N U E L

Suponiendo que él sea: ¿según tu manera de ver te ha

deshonrado?

D A V I D

Sí.

M A N U E L

Y hablando razonadamente, ¿qué provecho crees tú que

te resulte de ese duelo?

D A V I D

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O B B Í S

  D E

  MANUEL AC UÑ A

285

Y a

  te lo he

 dicho: ve ngarm e.

M A N U E L

¿Eso «i

  tú

 quedas vencedor

  en la

  partida, pero

  sí,

 por

el contrario, á él le favorece  la  casualidad?

DAVID

No seré la befa  y el ba ldón  de  todos,  y  además habré

hecho cuanto pudiera ex ig irme

  mi

 conciencia

  de

  ho m bre

honrado.

MANUEL

N o ,

  no; en vez  de lavar esa d eshon ra,  lo  ún i co  que al

canzarás será prestarle mayores proporciones

  y

  darle

  más

publ icidad;

  tu

 conciencia

  no

 pue de ordenarte eso .

D A V I D

¿Es dfv.ir que yo  debo sufrir con los brazos cruzados este

ultraje?  Ó me aconsejarás qu e l leve este ne goc io  á los  tri

bunales ¿no es así, M anuel?

MANUEL

  (impaciente).

¡Vamos

DAVI D

¡Para que mañana todos me señalen  con el  dedo como

un hombre s in d ignidad

  y sin

  honor Para

  que

  m a ñ a n a

mi satisfacción sea imposible, porque para  la  m urm ura

ción

 y la

 ca l um ni a

  no

 hay espada.

MANUEL

Todo esto

 se

  habría evitado,

 si en

 vez

  de

  dejarte arras

trar por tus ideas, hubieras reflexionado  un  poco  en las

terribles consecuencias

  á

  que habían

  de

 con ducirte .

DAVI D

¡Manuel

MANUEL

U na a m i s t a d

 de

 ve int iún años , que

 tú no

 puedes poner

en duda , me da derech o p ara decirte esto.  Sí, David;  si tú

hubieras meditado entonces seriamente;

  si tú

 hubieras

  so

focado  el amor de E ug en i a  en  sus principios;  si no  hubie

ras unido

  tu

 nomb re con

  el

 suy o ,

  en

 este in stante

  no

 esta

rla destruido  el  edificio  de  gloria  en que has  trabajado

tanto t i empo,

 ni

  verías muerto

  en tu

  alma hasta

  el

  cariño

de esa misma mujer por quien hiciste  el  sacrificio  de tu

porvenir, o lv idándote  de que  un homb re co mo tú ,  un ar

t ista, pertenece

  á la

 sociedad antes que to do

  á

 es e terri

ble juez, que ya lo has  v isto ,  no  perdona . Enh orabu ena

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286

O B R A S  DE  M A N U E L A C U Ñ A

los principios filantrópicos,

  I03

 principios

  de

  caridad

 y de

perdón; pero

 eso se

  deja para Cristo.

 Un

 soñador,

  un

 obre

ro

 de

  Ja gloria, que tiene necesidad

  del

 m un do para reali

zar

 sus

 ens ueñ os, debe apartar

 á un

  Jado esas ideas,

 que

en

  el

  siglo diez

 y

  nuev e

  no son

  más que utopias .

  La

  natu

raleza

 de la

 sociedad

  es

  esa: intransigible

  y

  ex i g ent e .

  Es

una l laga que'no admite

 en su

 derredor

 á los

  leprosos;

  es

un m endi g o que

  no

 cons iente

  en su

  derredor

  á los

 hara

p o s

  no le

  hagas ver tus formas,

 y

 estará con tenta . Per

mi te que

  lo

 seas todo, me no s m iseria.

  Es

  preciso

  que te

conformes por haber cumpl ido

  tus

 capr ichos.

D A V I D

¿Y Eugenia?

  .

M A N U E L

La abandonas, asegurando

  su

 porvenir, para qu e m aña

n a

 no

 tenga q ue pedir un a l im osn a.

D A V I D

N o , yo no

 puedo

  ni

  debo cometer

  con

  e l la sem ejan te

cr imen,

  mi

 corazón

  se

 resiste

  á

  una infamia semejante .

MANUEL

¡Entonces déjala

  á tu

 lado,

  eso es lo más

 senc i l lo

S i

  tú

  quieres ver repetidos

  día

 po r

  día,

  hora

  por

  hora

  y

m i n u t o

  por

 m i n u i o ,

  el

 infierno

  y el

 sonrojo

 de

 esta noc he,

déjala

 á tu

 lado

  y

  resuélvete

  á

DAVIO

María llega: silencio.

E S C E N A

 X

D IC HOS, MA R ÍA ,

  luego un

 C R IA D O

MARÍA

¿Y Eugenia?

D A V I D

¿Cómo? Pues qué, ¿no está

 en su

 h abitación?

M A R Í A

A h í

  he

 estado

 yo

 esperándola

  me

 obligó

  á

  retirarme

co n

  la

 pro m esa

  de

  que pronto iría

  á

  descansar con m igo,

pero

D A V I D

¿Entonces?

M A R Í A

Y o

  me

 sospecho que ,

  en la

  i nqu i e t ud

  de ver á

 usted ,

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0BEAS  D E  MANUEL ACUÑ A

287

haya sa l ido acompañada

  de

 algú n criado para bus carle.

MANUfcL'

Pronto

 nos

 co nv encerem o s

  de lo

  cierto.

(Toca

  la

  campanilla)

M A H Í A

(Y o no sé

 qué

 prese nt im iento horrible  me acom ete, )

C K I A L I O

Señor

DAVID

¿Fias visto  tú salir á  Eugenia?

CRIADO

Sí, señor, sal ió como

  a

 las

 tres

 de la

 m a ñ a n a .

  Me

 encar

gó que le diera á  usted esta carta.  Se la da y

 vase)

DAVI D

¡Una carta [Su letra

(Rasga violentamente

 el

 sobre y  lee con marcada agitación.)

«David: ¡perdóname  si no te doy el beso  de  esta despe-

sd ida eterna ¡Creíste

 ser

 feliz

  con

 el a m o r  de una m ujer

«manchada;  te enga ñaste ¡Adiós ¡para siemp re ¡El

«ra mi do y tu fe l ic idad exig en  que te  deje, ubre Yo no

«debo arrastrarte

 en mi

  desgracia , haciénd ote v ict im a

  y

«solidario de mí

 ¡Ayer

Dios tendrá misericordia  de

 mi,

 ya

«que  los hombre^ me la nie ga n. ¡Davidl ¡perdón ¡olvida  á

»tu infel iz Eugenia,  y  adió s, adiós »

  (Declamando.)

  ¡Pero

«esto es imposible »

  (Vuelve

  á

 leer)

  «¡Adiós para siempre . . .

«¡Olvida á tu infeliz Eu genia . . .  y...»

  (Declamando)

  «¡No,

»no,  Eugenia . . . espérame, perdóname. . . ya v o y , ya voy ¡Yo

te adoro á pesar

  de

  tu pasado »

(Se encam ina vacilante hacia

 la

 puerta  como para correr,

  y

al hacerlo se desploma.)

MARÍA

  acercándose)

¡Pobre mujer

MANUEL

  (señalando  David)

¡¡Sí,

 y

  pobre mártirl

(Telón rápido.)

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Í N D I C E

Prólogo 8

A la Sociedad Filoiátrica en su instalación 17

La Brisa.—Imitación 22

Ta sé porque es.—Dolora 24

Ta vera*.-Dolor» 27

La Au>enC'a y el Olvido—Dolora 29

Mentí

 

a* de la existencia.—Dolora 31

La Rame 'a * 34

El H..mure 38

En la Apoteosis del actor.—Merced Morales 47

Ocainpo 51

Uno y quinientos 56

La Soñadora. — Oda 58

Oiilación.

 —A

 los muertos de la Sociedad Filoiátrica 62

Rasgo de buen humor 66

Eneltciceraniversaric déla Sociedad Filoiátrica y de beneficicucia 69

Lágrimas á la memoria de mi padre 71

.  A Laura - 78

¡Salve —En unos premios 82

Gracias 84

Por eso. . ' S7

Misterio 89

Esp-ranza 91

-•—Resignación.— A 94

Epitalamio.—A mi querido amigo J. M Bandera 97

Dos víctimas 100

-  Entonces y Hoy.. 103

Al poeta mártir.—.luán Díaz Covarruliia'" 106

Si'iieto.—A  mi querido amigo y maestro Manuel Domínguez. . . 309

Himno.—A la Sociedad Filoiátrica l io

T

  P

i i

ntr un ca iávcr - .112-

La felicidad 1«7

Oila.- Ante el cadáver del Dr. José B. de Vinagran 119

Al ruiscñ'.r mejicano 122

La vid* del campo . 135

Oda. A la memoria del eminente naturalista el Dr. Leonardo Oliva 134

Soneto 133

Adiós. A 139

A una flor 143

Esta neja 11*

Nada sobre nada 145

Cinco de mayo 151

Soneto.--A mi querido amigo Vicente Fuentes 155

Oda 156

A la luna 161

El reo de muerte 167

A Josefina Pérez (en su álbum) 170

A la eminente actriz Salvadora Cayrón 171

Adiós a Méjico 172

A Asunción  'i  n sn álbum) 175

Romancero de la Guerra de Independencia.

 —E]

 Giro 177

Ciner ria.—Ante el cadáver de la Sra. Luz Presa 184

A la Patria 187

Hidalir" 189

15 de Septiembre 190

Al moño de Merced 195

«•«Nocturno.-A Rosario 197

Las ruinas.—A 201

A un arroyo 203

Letrilla 204

-«-Hojas pecas 209

La Gloria.—Pequeño poema, en dos cantos 219

El Pasado.—Ensayo dramático-en treá actos y en prosa 237

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 Obras de J^onson  u  Terra i l

T o m o s p u b l i c a d o s  y que s e  h a l l a n  en '  or i ta

El Herrero dei Convenio

2  tomos

Los A m ores d e Aurora

2

  tomos

La Justicia  ác  los Gitanos

2  tomos

Las Máscaras Rojas

i tomo

Clara

 de

 Azay

^

  1

 .tomo

Colección completa Rocambola

: L o s . D r a m a s

  d e

  P a r i s

  ,

5 tomos

1 .

La 'Herencia Misteriosa.

2 . Sor  Lui sa  la  H e r m a n a  de

la Caridad.

3 . Club  de los  Explotadores .

4 .

T urquesa  la  Pecadora.

.

r

>.o

  El

  Conde

  de

  ArtoL'f.

L a s  H a z a ñ a s

  d e

  R o c a r a b o l o

4 tomos

l . u

  Carmen

  la

  Gitana.

2.»  La

 Condesa

  de  Artoff.

>5.°  La  Muerte  del  Salvaje.

4 . °  La

  V eng a nza

  de

  Bacará.

.El Manuscrito del Dominó

4 tomos

l .o  Los  Camilleros  del  Claro

de Luna.

2 . La

  Vuelta del Presidario.

8 . °

  Testamento de Grano duSal

4 .

Daniela .

L a

  R e s u r r e c c i ó n  d e  R o c a m b o l a

5 tomos

1 . El  Presidio  de Tolón .

2 . La

 Cárcel

  de

  Mujeres.

o.

La  Posada Maldita.

4.o

  La Caya de  Locas.

¡Redención

L a

  Última Palabra

  d e

 Rccamboíe

7 TOINI'H

l."

  La

 T id ioma

  de la

  Sangre.

~

u

  Los  Estr:tnguladoroíí.

i>.« Historia

 de un

  C rimen.

4 .«  Los M i llones  do la  Gitana.

ó.°

  La

  Hermosa Jardinera .

<>.«'  Un  D r a m a en la  India .

7 . °  Los

 Tesoros

  del

  Rajah.

L a s  M i s e r i a s

  d e

  L o n d r e s

5 tomos

La Maestra  de  Párvulos .

El Niño Perdido.

La Jaula de los  Pájaros.

E l Cementer io

 de los

 Ajus

ticiad»

 >s.

La Señorita Klcna.

L a s  D e m o l i c i o n e s

  d e

  P a r i s

2  tomos

1 .

Los

 A m o res

 do

  Limosino.

2 . La Prisión  de  Kocambole.

L a  C u e r d a

  d e l

  A h o r c a d o

2 tomos

. 1 .

El  Loco  de  Bodlan.

2 . "

  El

  H o m b r e

  ( ¡ r i s .

L a  V u e l t a  d e  R o c a m b o l a

*;tomos

1.

El

  C o m pa dre V u l ca no .

2 . Una Sociedad An ónim a.

S.'-> Amores  de una  E spañola .

4 .

Venganza

  de

  Rocambolu.

Las Tragedias

  del

  Matrimonio.

2 tomos

Los Dram as Sangrientos.

2 tomos

. 1 .

-i."

ó.»

C A S A E D I T O R I A L M A U C O I < -

C A L L E C O N S E J O

  DE

  C I E N T O ,

  29 6. —

  B A R C E L O N A

a

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