Adagio para viola d.doc

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Adagio para viola d’amore, cuento de Néstor Sánchez Cuento de Néstor Sánchez (1935-2003), del libro “La condición efímera” (1988) “Sánchez deja entrever a un viejo poeta -¿Juan L.Ortiz?- caminando hacia su propia laguna mental hecha de agua tiza, sin botes ni juncos ni más pájaros que la música de Telemann volando en su cabeza.” -Héctor Libertella, “11 relatos argentinos del siglo XX” (Una antología alternativa). A Hugo Gola Y en alguna medida capaz de volvérsenos irreprochable, querido viejo, vienen a traerlo un poco por telones de f ondo , por frases interrumpidas para siempre, las mortificaciones de su Rilke empeñado en alcanzar alguna vez los beneficios de la soledad perfecta o perfeccionable: cierto instante o mejor sospecha de instante con prolongaciones mudas y sucesivas en que podría (entonces les sería dado) recogerse de toda credulidad en la vida minúscula -o acaso dijeron de común acuerdo ilusoria. Algo rezagado bajo cielo tiza y más que merecerlo parece obligar -a causa de aquello de la entonación ajena en cada uno de nosotros- el perímetro textual que poco más tarde de la casa recorrería con los zapatos en el polvo, o sea al rato de haberlo recorrido con la vista, de haberlo recorrido con la sonrisa mil novecientos veinte, de haberlo insinuado con el cigarrillo en el extremo del brazo hacia la casi desolación de adelante. Porque usted no ignora por nada del mundo la posibilidad de describir aquel perímetro que lo contuvo, aunque probablemente preferiría no detenerse en pormenores: nada más nombrar el puñado de elementos seleccionados desde atrás de los lentes, cuatro o cinco palabras más algún matiz casi indiferenciado más la dudosa orientación del viento: esa diversidad simplísima -debió pensarlo de nuevo-

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Adagio para viola damore, cuento de Nstor SnchezCuento de Nstor Snchez (1935-2003), del libro La condicin efmera (1988)

Snchez deja entrever a un viejo poeta -Juan L.Ortiz?- caminando hacia su propia laguna mental hecha de agua tiza, sin botes ni juncos ni ms pjaros que la msica de Telemann volando en su cabeza.

-Hctor Libertella, 11 relatos argentinos del siglo XX (Una antologa

alternativa).A Hugo Gola

Y en alguna medida capaz de volvrsenos irreprochable, querido viejo, vienen a traerlo un poco por telones de fondo, por frases interrumpidas para siempre, las mortificaciones de su Rilke empeado en alcanzar alguna vez los beneficios de la soledad perfecta o perfeccionable: cierto instante o mejor sospecha de instante con prolongaciones mudas y sucesivas en que podra (entonces les sera dado) recogerse de toda credulidad en la vida minscula -o acaso dijeron de comn acuerdo ilusoria.

Algo rezagado bajo cielo tiza y ms que merecerlo parece obligar -a causa de aquello de la entonacin ajena en cada uno de nosotros- el permetro textual que poco ms tarde de la casa recorrera con los zapatos en el polvo, o sea al rato de haberlo recorrido con la vista, de haberlo recorrido con la sonrisa mil novecientos veinte, de haberlo insinuado con el cigarrillo en el extremo del brazo hacia la casi desolacin de adelante.

Porque usted no ignora por nada del mundo la posibilidad de describir aquel permetro que lo contuvo, aunque probablemente preferira no detenerse en pormenores: nada ms nombrar el puado de elementos seleccionados desde atrs de los lentes, cuatro o cinco palabras ms algn matiz casi indiferenciado ms la dudosa orientacin del viento: esa diversidad simplsima -debi pensarlo de nuevo- en la que todo se escapa sin remedio pero desde donde, en algn otro momento diferido, puede carecerse del rencor a perderla o exaltarla perdida y a partir de donde, un poco por telones de fondo, todo parecera confluir a una desmemoria si se prefiere impersonal y deslumbrada.

Despacio en direccin a la laguna aquel domingo con las mujeres que lo alentaban hasta el extremo de no percibirlo, la mitad precisa del invierno que tanto preocupara a su mejor Essenin: algo tiza y de provincia con la perra menos gil y siempre aterida a su alrededor. Es que los amigos -y las mujeres otra vez con vestidos mil novecientos veinte- nada ms pueden llegar a significarnos aquella parbola perpleja de la soledad?

Incluso es posible que se hubiese empeado en abandonar la casa desde el fondo de la casa o que por el contrario ni siquiera haba entrado cuando a partir del fondo lo vimos pegado a la verja y entonces pudo cumplirse aquello de que toda accin (usted la reducira a movimiento) est prevista por anticipado a la sospecha, inscripta en esa confluencia humildsima ya insinuada alguna vez pero sin duda pensando, a su modo, en Isadora Duncan resguardada por la trinchera con la que minti haberla defendido el nico (acorralndose) el nico y deliberadamente dichoso frente a la pera luctuosa de mil novecientos catorce.

Porque resultara inadecuado disimular que fue a partir de entonces en que usted se vincul -ya sin ningn tipo de reticencias- a la vociferacin subterrnea de Telemann.

O por otro lado como lo insinuara decenas de veces al nombrar el ro tal cual el ro cruzando equis aos a doscientos metros de su casa donde ya no est Eleonor: el ro de su Keats es un poco todos los das, sin duda, aunque tambin la vida -ese movimiento garrafal- podra volvrsenos desmesurada, es cierto, al nico precio de descubrirle el nico carozo que a su vez contiene la pepa con el rarsimo sabor mezclado al nico recuerdo impersonal de todos los sabores y de todas las catstrofes.El permetro neto ni demasiado espacioso ni demasiado contundente antes de desembocar a la laguna, nada ms la calle reconocible de tierra unas dos horas antes del crepsculo -todo el pasto quemado por la helada- y a tiro de fusil la enredadera de hojas prpura frente a la que ira a detenerse sin abandonar el centro como si a lo sumo el nico propsito fuera encender el nuevo cigarrillo para enseguida de eso y durante la comba del pauelo hasta los lentes recordarnos las hojas prpura de la enredadera en invierno pegndose a la pared de ladrillos speros en un instante que a partir del primer paso de cada uno quedara a su vez perdido sin remedio.

Por supuesto, all delante de todos la laguna literal sin botes ni nada, sin pjaros que planearan, sin algas, sin otra costa visible: apenas la perra adelantndose a oler algo en la resaca con esa especie de jbilo o de cansancio, las mujeres rodendolo -usted recuperara pobremente a Eleonor?-, estrechando muy de a poco aquel crculo durante algunos segundos de inquietud hasta llegar a impedirle el paso justo a esa hora bastante prolongada de las mediaciones.

Viejo querido, viejo deambulante de las correspondencias, el permetro previo a la laguna se completa a fin con esos pocos ranchos dejados de la mano de Dios en la imposibilidad del verano: sus veranos extendidos dentro del verano el confortamiento de la otra duracin? con la camisa arremangada en el tedio bajo el mismo rbol de casi toda la vida mirndolas chapotear y desorientarse en el letargo: fueron las mujeres -o ella en particular- las que necesitaron limpiarle el polvo de los zapatos cuando usted se detuvo de pronto? Fue entonces -o acaso ya frente a la laguna- cuando dijo sin contexto descifrable, por lo bajo, aquello del caracol de la diversidad.

Desde atrs vindolo ir hacia la laguna concebimos la fragilidad del viejo cuando camina por el centro de la calle (la humedad pegajosa pegndose a la ropa) y por lo tanto asociamos la pareja con tres caas de pescar contra la pared los dos comiendo carne sin mirarse entre s bajo un techo de juncos algo ennegrecido por las lluvias, ms el nio perplejo sobre un montculo, los brazos levantados y sostenidos hacia una rama o un nido frente a la escena ntegra de todos en direccin a la laguna.

Entonces alguien lo propuso: usted se mereca toda la msica de Telemann en el caso de tener en cuenta que Telemann, a lo sumo, tambin haba credo y celebrado ser nada cada vez que le pareca experimentar entre sus manos el caracol de nada de la diversidad.

Sin nadie hasta la casa a proponernos desde la verja la laguna, a proponernos despus la enredadera, las hojas prpura de la enredadera con lo que sin demasiados rodeos habr pretendido recordarnos que cada momento contiene la posibilidad casi inaudita de su contrario -aunque a pesar de todo tendera a callarlo una vez ms-.

Y que tampoco dira ni all ni ms adelante que todo corazn de carne est hecho a la medida de un riesgo semejante.

La amplitud de la laguna tiza bajo el cielo o las nubes en la bajada (en la barranca) la mano se tom del brazo de una de las mujeres en particular, la del poncho, y achic por lo tanto los pasos dado que no quera mirar desde all el agua o en todo caso algo debi suceder con la perra en la mitad de la barranca -justo en esa incomodidad- porque usted no slo se detuvo as sostenido del brazo de ella sino que adems se agach para acariciarle la cabeza y apretarle el hocico con la otra mano justo ah donde sus piernas menos sostenan en equilibrio, de nuevo sorprendido con su sonrisa mil novecientos veinte justo donde sus piernas menos podan sostener el equilibrio.

No bien se acerc hasta el borde del agua y mir espaciosamente (con la cortedad que le conocemos) en particular la mujer joven del poncho ya se haba alejado de usted y de nosotros, se haba ido a unos treinta pasos sin volverse a mirarlo sobre la tierra gruesa y demasiado hmeda.

Y por su parte usted, despojado de Eleonor, tardara en distinguirla sola abajo del poncho, con el culito hmedo y muy fro, con las piernas abrazadas y el mentn sobre las rodillas.

Imposible visualizar la otra costa: tampoco se volvi hacia nosotros ni entr a la laguna ni asegur hacia el agua tiza claro que no hay ni habr forma de armona posible mientras ella no producira ningn amago de movimiento o ademn, ni siquiera extendera una mano para apoyarse en algo a la cada de la tarde.

No haba pjaros que sobrevolaran el agua, no haba juncos ni tampoco botes: jadeos indistintos hasta que la perra entr a la laguna; correra un trecho enorme por el agua y paralela a nosotros. Haba, cerca de todos pero en especial del viejo, una rama algo podrida sobre el barro: atrs los rboles de la barranca y el nio no nos haba seguido porque resultaba imposible ubicarlo a todo lo largo de la lnea divisoria.

Y tal vez usted no sinti imprescindible acercarse hasta ella, la del poncho, y por ese mismo motivo no se acerc: el ruido apenas del agua en las olas insignificantes, con todo dicho.

Fue mucho ms tarde, cuando las otras mujeres empezaran a moverse. La perra empapada buscara un calor inexistente en el polvo, desfigurndose, y entonces lo vimos girar con tanta lentitud hacia ella, aunque tampoco se acerc.

En ltima instancia, a pesar de la inclinacin del cuerpo en bancarrota, no movera ningn msculo de la cara, ni de las piernas.

Sin embargo cuando mucho ms tarde empez a gesticular hacia nosotros pareca un idiota, un prestidigitador, aquel mercader del ro enormemente despojado y hasta casi vulgar. Cmo pudo resistir la tentacin de arrodillarse sobre la tierra hmeda y meter la cara detrs de las manos; cmo pudo volver a sonrerse y enseguida de eso juntar la nica rama con la perra que debido a esa causa no dejara de torearlo hasta que nos fuimos?

Aunque si ahora est volviendo sola una media hora ms tarde con el poncho por el centro de la calle y de las huellas en direccin a la casa tampoco le queda mucho ms que el resplandor opaco a su espalda, as, achuchada y vacilante.

Nosotros que ya habamos llegado a la casa encendimos fuego mientras usted descansaba -o finga hacerlo- en la pieza del medio, sobre la colcha y con el velador encendido.

Pero mejor vemosla durante una fraccin de segundo: acababa de recorrer las cinco o seis cuadras de tierra desde la laguna hasta la casa arrastrando algo los pies sobre el polvo y envuelta en un poncho tomar envi y saltar con las piernas separadas, con cierto desgano repentino, con los brazos pegados a los flancos. Por ese brevsimo instante est suspendida y algo despeinada en al aire sobre la zanja: la frente un poco fruncida y la punta del pie derecho llegando primero que nada a la tierra, hacia la casa, en la ltima luz, sola y con el culito hmedo y muy fro a causa de la tierra gruesa de la laguna.

Ninguno de nosotros dud de que haba tardado demasiado poco en reaparecer desde la pieza (la respiracin algo insegura bajo techo principios de siglo, cuatro paredes peladas y las cortinas), mientras las dems mujeres andaban por toda la casa con aquel recogimiento inesperado.

Y cuando usted se acerc hasta el fuego sin que lo notramos para dar toda la vuelta en apariencia buscando una rama con brasa en la punta lo cierto es que quedara de frente a la entrada, de cara a la calle donde est la verja tal vez en el mismo momento en que ella apoyara el otro pie sobre la tierra ya de este lado de la zanja.

De hecho le haba resultado imposible dormitar sobre la colcha debido a la luz del velador (o a causa de la inestabilidad aparente de esa luz) y por un instante de pie junto al fuego le temblaron un poco los labios

Entonces ella debi aparecer sin ninguna urgencia dejando la verja a sus espaldas porque la perra antes que nada se irgui y slo al rato correra en ese principio de oscuridad total de los patios. Tendi a demorarse con exceso hasta poner las palmas a unos dos metros del fuego mientras usted deba escuchar lo que alguien pretenda decirle o decirnos pero sin dejar de mirarla a travs del humo: todos admitimos su mutismo creyendo sospechar que algo volva a exaltarse en usted por encima de las formas ms o menos decorosas de cierto desahogo inencontrable, por la seal no slo vaga sino intil que le habra temblado al hablar (la entonacin ajena, eso) si se hubiese hecho referencia, por ltimo, a ese otro invierno desmedidamente atrs y sumergido.

Por las pocas chispas que a su modo anticipaban la llama azul a partir de la cual y casi con ilimitada certeza habra reconocido (incluso por medio de la danza o de la acrobacia) la otra enormidad de todo lo indecible.

Sin perder el control ella empez a lagrimear o en su defecto el humo fue metindosele por los ojos mientras dejaba las manos extendidas, mientras se le entibiaban las palmas, aunque lo cierto es que no deba tratarse de humo porque a partir de eso usted (que la tena de frente) iniciara esa ronda del fuego hacia ella.

Y ella por su parte, habr ido a experimentar la proximidad paulatina y el cielo de la noche.

Y usted no dijo todo poema es y ser la historia invertida de una carencia o, con un poco menos de afectacin: estamos realmente abandonados en medio de todo lo que queremos. Usted descrey una vez ms de toda palabra, en plena vejez, en la misma provincia de casi toda la vida.

Sin embargo aquel rato junt al fuego el que fue tan despacio hacia ella puede, viejo querido, perdurar intilmente en nosotros?

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Las Grandes Maniobras NstorSnchez Marzo 8, 2010Filed under: Literatura Argentina laperiodicarevisiondominical @ 11:11 am Tags: La Condicin Efmera, Las Grandes maniobras, Nstor SnchezA mediados del 2009, Editorial Paradiso reedit el que fuera el ltimo libro de Nstor Snchez, La Condicin Efmera, conjunto de relatos publicados inicialmente en 1988.Por intermedio de Paradiso, podemos hoy publicar uno de los mejores relatos del volumen, Las Grandes Maniobras.Una idea terrible me asalt:el hombre es doble, me dije.Grard de Nerval

En todo caso no estuvo abajo el roto que habra sido preciso y hasta cierto modo imprescindible para presenciar desde abajo el primer movimiento, una especie de gesto o mejor dicho ademn comn (doloroso, de ambos) que se buscara a s mismo en medio de cierta imprecisin descomedida. Claro que a la total ausencia del roto podra reprochrsele gran parte de la lentitud desusada en lo concerniente a los dos, pero sin ningn tipo de recelo tenda a tratarse del primer movimiento: ella a tres mil quinientos metros sobre el nivel del mar chileno y l a unos escasos centmetros de ella que entonces se vuelve con todo el cuerpo y por esa misma causa puede ser mirada a los ojos a tres mil quinientos metros de altura como si slo se dejara mirar, como si slo de esa forma fuese del todo posible la correlacin a la que por otra parte el estar del roto (incluso su indiferencia lejana) habra librado de cierta tragicidad poco menos que atentatoria.Dejndose llevar en el aplazamiento sin el menor sntoma de ser observada a los ojos y con el fatigado abismo a tan escasa distancia de ambos: ella volcada a la ausencia, con tierra extranjera en el pelo; l, en el corazn del abandono, como si unos pocos segundos antes terminara de sollozar en el juzgado, mirndola a los ojos hasta el lmite tolerable del primer movimiento y por supuesto llegarn un rato ms tarde al hotel de Valparaso para presenciar con las bocas pegadas lo que el roto ausente no presenci desde all abajo a la cada del sol, los dos a toda costa iluminados y a sesenta centmetros escasos de distancia infundada entre s.Ella que bastante fuera de ilacin y mientras vuelve a vestirse, asegura: pata, la vida es abstrusa, y por el tono empleado y sobre todo por pata-, l descubre con bastante agudeza que ese hotel ya es el hotel de la ciudad de Lima a eso de las doce del medioda, el pobre Melville, y lo que en ltima instancia se le escapa es que el segundo movimiento haba tenido lugar en el hotel de Valparaso, o sea cuando ella haba abandonado tambin la cama pero sin decir una sola palabra mientras l haba pensado su propio repertorio (o tal vez le haba parecido un sntoma) y no supo ni sabra si mirarla o no a los ojos y con veintiocho palabras decidieron partir lo antes posible de Valparaso: uno en el primer avin de vuelo regular, el otro en autostop aunque en su caso sin valija; y reencontrarse o no en la plaza ms importante de Lima, junto a cantero.Junto a cantero y lloraran en el ms completo recogimiento (bajo el canto de pjaros tambin extraantes), llorara por los dos movimientos anteriores aunque sin reconocrselo uno a otro dado que el primer movimiento a tres mil quinientos metros de altura apareca falto de la menor trascendencia y este gemir, en el caso que as pudiese llamarse, no significaba otra cosa que el tercer movimiento del doble exilio americano.Y ella se abrochara con desmedro una sandalia, y todo parecera lo mismo y muy otra cosa al mismo tiempo.

El quinto movimiento, en todo caso, reviste mayores responsabilidades en cuanto a las coordenadas intransigentes. Se produce cuando ella relee, sola en el hotel de Lima, la carta mexicana en papel avin y con dos manchas de aceite mitigadas con sal: enseguida baja corriendo la escalera, aunque este detalle forma parte de un movimiento estrictamente personal, incomparable, que hasta insinuara perderse en la naturaleza; o sea movimiento hacia la respuesta sin mucha relacin con l porque en ese mismo instante l se dormira en Mxico o de lo contrario lo mismo dejara de pensar en su carta releda a media voz por ella en el nuevo resplandor acalorante.En sus tres carillas sistemticas de unos pocos das ms tarde (reledas por l en un cine de Acapulco) ella haba especificado dos veces la palabra querido en el encabezamiento y sin problemas de soltura tenda a referirse a la casi bailarina extranjera en un night-club deshabitado a partir de las dos de la madrugada, en un night-club deshabitado que contena su aliento y hasta el sonido de sus ocurrencias, que por esos medios precisos pensaba costearse un pasaje a la ciudad de Pars donde hay poqusimos baos y el fro es intenso y que de repente en ese bar, el mismo bar de Lima desde donde le escribe, un hombre encaramado a una escalera a dos aguas pinta por medio de una brocha la pared de la derecha en relacin con su mesa; que eso representa otra prueba a favor de que cada partcula absolutamente cada partcula del todo contina, o sea la advocacin para que l la lea un da preciso (de interminable tristeza de fines) casi un ao ms tarde aunque eso s sentado a la sombra en una plaza de toros de la ciudad de Madrid, incluso detenindose en el muy posible remitente de ella en la capital francesa y aunque no tenga la menor apariencia de tal (en homenaje a las avenencias transcurridas), posibilitando ms de un noventa por ciento de condiciones para que se inicie el sexto movimiento, con las caractersticas siguientes: al promediar la segunda corrida de la tarde y a pesar de que el torero aguanta en uno de pecho, l se pone de pie para aparecer en una vereda que da a esa calle adoquinada que da a una fonda y en la fonda tan extranjera bebe con cierta ansiedad y hasta cree culminar un pensamiento indeciso relacionado con la hostilidad de la cultura justo en el decurso en que ella se deja mirar los ojos a travs del boulevard Saint Michel, mejor dicho al nico ojo que por caminar a su costado puede dominar el estudiante de psicologa con pantalones de lona quien debido a la referida incomodidad no puede saber lo que ella piensa o a lo sumo porque se trata de un pensamiento de toda la vida a partir de cierta tela de cretona o el perfume a la pumarola en la antecocina de la calle OHiggins.

Y en la medida de lo admitible presentir, cada uno por medio de sus resguardos de costumbre, que a la larga llegar el da y la hora precisa, el da y la hora del gran desacato provisorio, aleccionante.El avin ya detenido y echando reflejos bajo la intensidad abrumadora del sol que no puede ni debe omitirse porque a lo sumo quien espera algo del sol despus de meses o aos, si coincide con alguien en este mismo y prodigioso sentido, debe entregarse a la evidencia o permanecer otro poco adentro del referido avin francs (ella), o buscar de manera deliberada el otro extremo del saln del aeropuerto italiano (l), para que la distancia permita visualizar la cara del otro corriendo en direccin a la cara del otro aunque ella con el pelo ahora suelto que se agita atrs, rarificada, con una cartera de cocodrilo, con las rodillas; ms la boca si se quiere algo entreabierta de l un cuatro (o a lo sumo cinco) de agosto muy caluroso corriendo hacia ella sobre el piso encerado del aeropuerto de Miln.En cuanto a las sugerencias incongruentes que apenas vendran al caso, el octavo movimiento slo llega a completarse cuando ella, debido a eso de abrazarlo a la carrera, pisa la punta del pie derecho de l (agravio demasiado ntido) que no por ese motivo dejar de levantarla a peso unos quince centmetros a fin de girar algo sobre s mismo porque adems cuenta con una amiga ntima en Miln, Carla Dominici, corrompida y buena como una dulcsima flor del valle del Po.Y acto seguido (con leves alternancias) habr un costado algo fatigoso que busca y encuentra con sobriedad extremada el otro costado a su vez estemecindose, ellos juntos y aquel andar de ambos, ellos juntos que un rato ms adelante terminarn desembocando en la calle tpica mal iluminada de Miln con el propsito sigiloso aunque en apariencia compartido de cenar uno frente a otro en una total ausencia, siempre palmaria, de compaa.Y ella, de haberlo percibido con un poco menos de oscuridad, sin lugar a dudas habra dicho (o casi exclamado en otra lengua): caro, la desdicha es un viejo asunto calumniante, aunque cuando en realidad lo dijo en su propia lengua en casa de Carla Dominici ya era potencialmente, en todo su apogeo, el noveno movimiento en l que tram y al mismo tiempo compuso lo siguiente, por encima de cualquier desvelo de reiteracin o procedencia: poner en orden los papeles (a lo sumo a un par de semanas de esa encrucijada) y tramitar con soltura un pasaje al sur de Afganistn, una aldea indgena en el sopor y los bichos canasto, mientras ella, bastante ms delgada y coincidente a causa de la gripe italiana, se dedicara a caminar cada tarde, atenuada, sin consuelo cientfico, por las mismas seis o siete cales de la ciudad de Miln una vez confirmada como traductora para Feltrinelli Editore, de acuerdo con la ausencia de proposiciones perentorias por parte de un pintor rumano especializado en restauracin.

Y l, por consiguiente con la piel color Afganistn, escribindole con cierta inseguridad en el pulso una maana sin gota de aire a la direccin de Carla Dominici. Conquistando una continuidad relativa de frases breves, indecisas, signadas por la falta de un motivo ms o menos explcito hasta dar de corrido al dcimo movimiento que a pesar de las apariencias por dems adversas guarda en su factura ms ntima una precisin fuera de toda posibilidad de clculo (eso s alguien lama un helado bajo toldo color naranja y la bicicleta altsima ocupaba el resto de la calle empedrada): dcimo movimiento, con su alarde desencadenante, donde con toda nitidez puede apreciarse un resguardo deletreable, si se prefiere lmpido que, a toda costa y ms all de las imprecisiones de ambos, abarca lo que sigue de una manera intermitente y literal: nada de lo que quisimos ser olvidado.