Adrian Salbuchi- Los constructores para la eternidad

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Los constructores para la eternidad Por Adrian Salbuchi Tradición milenaria Los grandes Maestros constructores de las catedrales góticas fueron los últimos exponentes de Creadores inspirados en la Tradición milenaria de Occidente que se apoya en la sana Vida Espiritual del Pueblo. Desde los albores de nuestro orden civilizado, los Pueblos Occidentales han manifestado la incomparable creatividad y fertilidad que yace en su potencialidad biopsíquica, a través de aquellos de sus miembros excepcionales que la Providencia escoge como voceros del sentir metafísico y religioso popular; de su Cosmovisión. Estos Hombres Creadores tenían el genio necesario para darle forma conciente –sea en la religión o en las artes- aquello que latía secretamente y en forma inconciente en el Espíritu de sus Pueblos; en su inconciente colectivo. Nutriéndose de esas fuentes ocultas en la Sangre de sus pueblos, fueron forjando el Alma de Occidente, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos, milenios antes del inicio de la historia escrita. Y es precisamente en tiempos históricos que vemos su resurgimiento en Egipto y, siguiendo el camino de siete mil años, su desplazamiento geográfico hacia el noroeste, por Grecia, Roma y finalmente Europa septentrional. Así, desde los mas remotos tiempos han existido un feliz equilibrio entre los pueblos sanos y fuertes que dieron

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Los constructores para la eternidadPor Adrian Salbuchi

Tradición milenaria

Los grandes Maestros constructores de las catedrales góticas fueron los

últimos exponentes de Creadores inspirados en la Tradición milenaria de

Occidente que se apoya en la sana Vida Espiritual del Pueblo.

Desde los albores de nuestro orden civilizado, los Pueblos Occidentales han

manifestado la incomparable creatividad y fertilidad que yace en su

potencialidad biopsíquica, a través de aquellos de sus miembros excepcionales

que la Providencia escoge como voceros del sentir metafísico y religioso

popular; de su Cosmovisión.

Estos Hombres Creadores tenían el genio necesario para darle forma

conciente –sea en la religión o en las artes- aquello que latía secretamente y

en forma inconciente en el Espíritu de sus Pueblos; en su inconciente colectivo.

Nutriéndose de esas fuentes ocultas en la Sangre de sus pueblos, fueron

forjando el Alma de Occidente, cuyo origen se pierde en la noche de los

tiempos, milenios antes del inicio de la historia escrita. Y es precisamente en

tiempos históricos que vemos su resurgimiento en Egipto y, siguiendo el

camino de siete mil años, su desplazamiento geográfico hacia el noroeste, por

Grecia, Roma y finalmente Europa septentrional.

Así, desde los mas remotos tiempos han existido un feliz equilibrio entre los

pueblos sanos y fuertes que dieron nacimiento y alimento a las elites creadoras

que a su vez alimentaban el desarrollo de esos mismos pueblos.

Armonía

El instinto de esos Pueblos les dictaba la necesidad vital de vivir en armonía

con el orden de la naturaleza, lo cual era exaltado em sus símbolos, sus

Dioses, su sentido de lo Eterno. Honraban a estos Dioses erigiéndoles

Templos usando la piedra, aquella “prima matéria” que los pueblos extraían de

las entrañas de la tierra para que sus Hombres Creadores –aplicando una

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técnica perfeccionada y un arte íntimamente inspirado en el Orden Natural-

garantizarán que esos símbolos de lo Eterno perdurarán por milenios. Todo lo

demás era secundario para estos pueblos: la economía, el intelectualismo, el

“interés privado”. Lo esencial era que su Espíritu hecho piedra perdurara en el

tiempo y el espacio. Su Arte era inseparable de su religión y de su

Cosmovisión, pues en éstas yacía aquello que separaba abismalmente al

Hombre de lo animal; y se conocía el peligro de recaer en lo animal. La Vida

del Hombre exige un constante esfuerzo hacia arriba, hacia lo Solar, caso

contrario las fuerzas oscuras y lunares lo atrapan. De ahí se entiende la gran

lucha de Occidente contra los dioses lunares de Oriente, que también

reflejaban el espíritu de sus pueblos, tan fundamentalmente distinto al nuestro.

Este Orden Creador se mantiene intacto hasta bien avanzada la era Cristiana

con el advenimiento del Gótico en cuyo florecimiento del siglo X al siglo XIV se

ve coronada magníficamente esta constante de construir para la Eternidad.

Las grandiosas catedrales de piedra que fueron brotando del suelo normando

como gigantescos bosques reflejan el orden y la proporción universales. En sus

columnas, vitrales y torres se plasma la Gran Tradición de Occidente,

sutilmente mimetizada bajo la circunstancial simbología cristiana.

Símbolos de Occidente

Los Maestros constructores de estos templos –anónimos en su mayor parte- se

inspiraron en fuentes antiquísimas, poblando la piedra y el vidrio con los

eternos símbolos de Occidente.

Sus naves magníficas con hileras de enormes columnas que como troncos de

gigantescos arboles abren sus ramas hacia las altas galerías y bóvedas y sus

coloridos vitrales que filtran la luz solar como frondosas copas arbóreas imitan

las sendas hundidas en el bosque primaveral nórdico que antiguamente unían

en forma totalmente recta los centros sagrados célticos.

Nos retraemos así a aquellas épocas en que aún entendíamos el canto de los

pájaros y el misterio del añejo roble...

Este fue el último florecimiento de lo que podemos llamar el estilo Grande de

Occidente y fue posible pues en aquél entonces que los pueblos aún

mantuvieran sus instintos sanos y su cohesión psicobiológica intacta, lo que

permitía mantener fuerte y vigente ese puente que el inconciente tiende a

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través del tiempo con los antiguos arcanos del conocimiento; aquello que

algunos llaman la memoria genética. Así pudo surgir con un estilo nuevo, la

vieja sabiduría que duerme en nuestras almas.

Estilo gótico

Tomemos como ejemplo de este fenómeno a la Catedral de Chartres, que es

una de las precursoras del estilo Gótico Grande y que se alza en Normandia

sobre la antigua colina de los Carnutos -estirpe Celta- y más precisamente,

sobre un antiguo templo druida, parte de cuya antiquísima cripta con su famosa

Virgen Negra se incorporó a la Catedral. La Tradición señala que esta Virgen

Negra se remonta a varios milenios antes de Cristo y estaría directamente

vinculada al culto de Isis. Esto ha hecho que la colina de Chartres sea un lugar

de peregrinación desde las épocas más remotas. El cristianismo luego

mantuvo esta tradición y Chartres siguió siendo uno de los tres grandes centros

de peregrinaje de Europa Occidental, junto con Santiago de Compostella y

Canterbury (este último también sobre una antigua colina sagrada celta). Tan

venerable era la tradición relacionada con Chartres que hasta las hordas

jacobinas la respetaron en su mayor parte.

Siguiendo nuestra milenaria Tradición, este templo -al igual que las pirámides

del Antiguo Egipto o el templo celta de Stonehenge en Inglaterra está

sutilmente orientado respecto del firmamento, de manera tal que, por ejemplo,

cada 21 de junio (solsticio de verano septentrional), a exactamente el mediodía

local, un haz de luz solar penetra por un punto claro en el Vitral de St.

Apollinaire e ilumina una única piedra blanca en el crucero sur por unos

escasos momentos.

Los Maestros constructores de estos templos nos son mayormente

desconocidos aunque nos han dejado su sello simbólico en los enormes

laberintos grabados a lo ancho del transcepto de las naves madre y

transversal, en alusión directa al gran arquitecto Dédalo y a Taseo, vencedor

solar del telúrico Minotauro.

Técnica y arte

Ellos supieron unir técnica y arte en estos templos en los que lo vertical

predomina y vence a lo horizontal; donde altísimas bóvedas desafían a la

gravedad, pues parece imposible que las delgadas columnas y vitrales puedan

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soportar su peso. Precisamente ese peso era ingeniosamente trasladado a

soportes en el exterior del templo a través de arcos y puentes que a su vez

originan un maravilloso efecto arquitectónico externo.

Fue la máxima espiritualización de la piedra. Al penetrar en la misteriosa

penumbra allí reinante, el Hombre percibe su pequeñez ante la grandeza

cósmica; la mirada se vuelve forzosamente hacia arriba y la inspiración así

inducida es reforzada con los sones del órgano, padre de todos los

instrumentos musicales cuyo único hogar es la catedral.

La Catedral era obra -La Obra- de generaciones y se nutría de la genialidad del

Pueblo, el cual aunque viviera en aparente pobreza material (si lo miramos con

los ojos del hombre moderno materialista), sentía, sin embargo, que perduraba

eternamente en La Obra a la que consagraba su vida. Cada gremio, cada

corporación -clérigos, laicos, nobles, militares- coordinaba sus esfuerzos para

consumar la perfección de La Obra bajo la conducción de sus Creadores.

Una guilda aportaba un vitral en honor a su santo patrón; una corporación

apoyaba la construcción de una capilla o conjunto de esculturas; un gremio

construía el órgano mayor. Era el Pueblo unido en forma jerárquica y articulada

aportando sus fuerzas espirituales y materiales para consumar una meta

superior que sintetizaba su Honor y su Orgullo: La Obra. Así, ese Pueblo sano,

fuerte, anónimo, fue el fértil sustento de esos genios Creadores. Ante tales

sentimiento y metas, el factor económico tenía un lugar muy secundario y

subordinado.

La revolución mundial materialista

Luego de este florecimiento de la Gran Tradición, el suelo fértil de Occidente se

vio contaminado por una amenaza ajena a su sentir. Pues a partir del siglo XVII

irrumpe en Europa la subversión de la Revolución Mundial Materialista que,

comenzando por las "revoluciones" inglesa y francesa, desemboca en el actual

mundo capitalista y bolchevique, simétricamente complementarios.

Así, Occidente enfermó y se fue disolviendo esa unión de propósito y espíritu,

cuyos pilares fundamentales son Dios, Sangre y Suelo; trilogía ésta que fue el

"leit-motiv" de la Gran Tradición durante miles de años.

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El Orden jerárquico del Pueblo que dio sustento a las magníficas obras que

hemos descripto fue carcomido por intelectualismos antinaturales que

prometían "libertad-igualdad-fraternidad" y llamaban a la lucha de clases.

La conciencia de los pueblos fue infectada con ideas que exaltaban el egoísmo

y los "intereses privados" y le hacían olvidar a la comunidad; se exaltaba lo

material a costa de lo espiritual; lo económico pasó al primer plano y toda la

vida se le subordinó.

El Pueblo dejó de ser una fuente de inspiración y sustento que permitiera el

surgimiento de la élite Creadora, porque al perder su sentido del Orden Natural,

olvidó lo espiritual y dejó caer el puente psíquico que lo mantenía unido con el

misterio del pasado, con la memoria genética.

La anterior estructura social verticalizada cedió ante la estratificación horizontal

de la lucha de clases y se dividió al Pueblo contra si mismo. El pueblo se

transformó en tierra estéril par ala que los Dioses ya no cuentan. Al ver esta

mezquindad, éstos nos abandonan y se alejan del Alma de los Hombres.

Sólo cuando el Pueblo pueda volver a estructurarse nuevamente según los

cánones de la Naturaleza, en su forma vertical y jerárquica, regresarán los

Creadores. Recién entonces volverán éstos a darnos el sentido de la Vida.

Mientras tanto, las tinieblas reinan en nuestro mundo. Sin embargo, debemos

saber que antes de retirarse, los Dioses dejaron a buen resguardo en la

Sangre de algunos y en el suelo de Occidente la semilla para un glorioso

renacer. Renacer que ya en este siglo XX ha aparecido fugazmente como un

rayo iluminando las tinieblas y señalándonos el Camino de los Dioses.

Bajo la sombra de esos templos de Piedra, inspirados en la soledad de esos

"bosques pétreos", va renaciendo y creciendo la Estirpe Solar que invocará a

los Dioses para que vuelvan a inspirarnos, reinando nuevamente ese Orden

entre el Pueblo y sus Creadores providenciales. Habrá entonces un nuevo

solsticio de verano que penetrará el Alma colectiva de la mejor parte de

Occidente, como aquel rayo solar del vitral de St. Apollinaire en Chartres y

dejaremos de estar divididos contra nosotros mismos, desechando consignas

internacionalistas foráneas y recordando que lo único verdadero, auténtico y

eterno es la Sangre del Pueblo, el Suelo patrio y la Divina Providencia.

Por Adrian Salbuchi – Revista Ideario, Abril 1984, número 19, págs. 9 y 10