Agua en los zapatos

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Reflexión sobre los sueños y la forma en que lidiamos con ellos en la vida cotidiana

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Agua en los zapatos

Por Daniel Alvarez Gorozpe

En una idea, idea de revolución, en una revolución que sea de libertad, de la

libertad de ser y hacer en la idea y en la revolución de no ser también me

quedé pensando.

Fuera tal vez acertado o erróneo comenzar así, es un intento por ilustrar eso

que es común a todos los sueños: el objeto de ser, en la idea, en la búsqueda y

en la permanencia, donde éstos nos llevan fuera del tiempo y el espacio, quizá

máxima expresión de la libertad, o la ilusión de que no estamos únicamente

condenados a nuestra realidad, ésa que nos anestesia de la muerte y nos

prolonga en la vida. Concatenación de ironías que se suman a nuestro juego,

nuestra revolución y el eterno deseo de ser, objeto y medio del ser humano.

¿Por qué es que nos dejamos seducir por los sueños? Nuestra vida está

marcada por un discurso que encuentra —o trata de encontrar, total libertad en

la acción de soñar; cuando se juzga, se estudia o se busca lo que se estudia.

Para nosotros como occidentales el sueño siempre es fin posible, meta

romántica de trascendernos en nuestra circunstancia, de conseguir al mismo

tiempo estar dentro y fuera de nosotros mismos, de hacer lo que somos y

viceversa. El sueño de ser feliz, dejar huella, ser una montaña, volar, ser un

árbol, no envejecer, tener superpoderes, trabajar menos y ganar más, no estar

crudo ni desvelado, ser soltero, ser Dios, ser un dios soltero, bajar la panza,

acabar con la pobreza, ser rico y no tener panza, tener superpoderes y no estar

crudo, árbol y millonario… nos visita desde que concebimos nuestra capacidad

de jugar, de imaginar, de pensar que jugamos e imaginar que entendemos.

Cuando somos niños jugamos a que somos héroes, villanos o piratas, cuando

crecemos imaginamos que somos adultos.

Basta crecer para darnos cuenta de nuestra fatalidad, de negociarnos en el

juicio y el estereotipo, en la exhibición y el claustro. Soñamos para ser,

hacemos a escondidas de nosotros mismos, y desafortunadamente rara vez

somos lo que soñamos. Que está bien ser responsable y mal ser egoísta, que

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tenemos que agradecer y compartir, que los arrebatos son inaceptables, no

importa si son de coraje o alegría, y somos al fin lo que logramos constreñir de

nosotros mismos cuando soñamos, aprendemos a ser calculadores y

metódicos, a llevar una agenda y felicitar en navidad y cumpleaños, pero

siempre viscerales, soñadores y voluntariosos, dicotomías vivas entre bien y

mal, fantasía y realidad; familia, profesión, un discurso político, religión, cultura,

un buen vino, aniversario, fotografía, comida chatarra, otra conversación

intelectual, noche, nocturno, vagabundo elitista, cocinero gourmet. Vida y

muerte, que la vida es un instante y la muerte cae en el instante, y si vivimos

para morir somos para caer, espíritu y carne, arte y ciencia, poesía y narrativa,

un debate entre lo que pueden y no ver nuestros ojos, lo que escuchamos y no

de nuestros padres o las instituciones, un constante sueño de fuga y

pertenencia a los demás, a nosotros, de ver a los demás para entender a

nosotros.

Colmados de preguntas, soñamos también con nuevos cuestionamientos

conforme vamos creciendo, y vivimos en un mundo de realidades que terminan

por no responder a bien absolutamente nada, de ahí que se sacralice la

muerte, pues confiamos en que lo mejor estará en el más allá. Presidente y

sacerdote que es también político y empresario, porque de día es filántropo y

de noche misántropo, los jueves filósofo, el lunes artista y los domingos

teporocho.

Pareciera ser que de los sueños sabemos cada vez menos, y no es que

soñemos menos, por el contrario, lo hacemos con más frecuencia, individuos

ansiosos de no ser lo que hacen, de hacer lo que son y por lo tanto, no ser ni

hacer en ese momento. Ni tampoco se trata de decir que soñamos menos

porque vivimos más, inmersos en el ajetreo cotidiano; los precios de la

gasolina, las colegiaturas, los exámenes, trabajo, el fútbol, las uñas, periódico y

noticias, este artículo, lo que pienso de este artículo, el póker, lo que tengo que

hacer mañana, lo que quiero hacer antes de morir, con quien me voy a acostar

el fin, los mariscos o el pastor, whisky o tequila, los precios del póker y el

whisky que me tomaré mañana entre el periódico y las colegiaturas con unos

tacos de bistec, qué hago leyendo, por qué me puse esta playera, a qué hora

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me voy a dormir... Y podría extender esta lista indefinidamente, hasta llegar a

ningún lado y volver a quién sabe dónde, y todo para decir que soñamos más y

entendemos menos, nos cansamos más y caminamos menos, poco

entendemos de economía y mucho de Britney Spears, la teoría es para los

intelectuales y los artistas están locos, la religión es monoteísta y los santos no

son dioses, y así conforme vamos creciendo nos acostumbramos a caminar

con agua en los zapatos bajo la lluvia y bajo el sol, a negar que estamos tristes

o avergonzados, a la ironía de cumplir exitosamente con lo que odiamos y

posponer lo que nos apasiona, y todo por un mejor mañana. Aprendemos

entonces, a domesticar nuestros sueños y volar con destinos agendados. A

dejar de fumar porque causa cáncer o rezar por lo niños con cáncer, a criticar a

los musulmanes y dar la paz en domingo, al redondeo y la democracia, a estar

siempre fuera de nosotros, con los ojos puestos en el exterior y sus defectos;

soñar parece entonces ser una carga, no es práctico ni redituable, desnuda en

público, no es concreto ni metódico, no obstante es real y siempre presente, y

no podemos entender cómo demonios entró si durante el camino nos

esmeramos en esquivar todos los charcos.