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AGUILAR NATURAL Publicación cultural de Aguilar del Alfambra (Teruel) N.º 3 - Verano 2010 CONTENIDOS Los chopos cabeceros: el bosque de Aguilar del Alfambra La mujer aguilarana a fines del siglo XIV Pensando en voz alta La ermita de Santa Catalina Rastros y señales de mamíferos: el zorro

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AGUILAR NATURAL Publicación cultural de Aguilar del Alfambra (Teruel)

N.º 3 - Verano 2010

CONTENIDOS

Los chopos cabeceros: el bosque de Aguilar del Alfambra

La mujer aguilarana a fines del siglo XIV

Pensando en voz alta

La ermita de Santa Catalina

Rastros y señales de mamíferos: el zorro

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EDITORIAL “El paisaje aparecía trastornado por la mano del hombre. El minero violaba a la Naturaleza volcándola, desordenando sus ropajes. Todo había cambiado de lugar. Las cumbres habían sido echadas abajo por la piqueta y el barreno; las hondonadas, rellenas de escoria roja, estaban convertidas en mesetas. Las faldas de los montes aparecían desgarradas; lo que en otros tiempos era suave declive, asustaba ahora con el pavoroso corte del despeñadero. Habíase trastornado el curso de las aguas. Las antiguas fuentes, admiradas por los ancianos, escapábanse ahora con rezumamiento fangoso por las angostas galerías que perforaban las pendientes. Algunas montañas, despojadas de la envoltura roja que era su carne, mostraban el armazón calcáreo, la triste osamenta”.

Vicente Blasco Ibáñez, El intruso (1904)

Aguilar Natural. Publicación cultural de Aguilar del Alfambra. N.º 3 – Verano 2010 ISSN – 1889-6758 Dep. Legal - M-28945-2009 Edita: Plataforma Aguilar Natural Pza. Ayuntamiento, s/n 44156 Aguilar del Alfambra (Teruel) E-mail: [email protected] Página web: www.aguilarnatural.comColaboraciones: Chabier de Jaime, Ivo Aragón, José Antonio Izquierdo, Sergio Benítez Moriana, José Luis Paricio Hernando.

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LOS CHOPOS CABECEROS: EL BOSQUE DE AGUILAR DEL ALFAMBRA

El término de Aguilar del Alfambra tiene en su medio natural dos pequeños mundos. Hacia el sur, una extensa planicie arcillosa, hacia el norte y tras el pueblo, asoman los páramos y los peñascos calizos. Dos ambientes productivos, el agrícola cerealista y el ganadero.

Los rebollares y carrascales que antaño poblaron unos y otros terrenos debieron ser talados y roturados controlada y moderadamente hasta el siglo XVIII, y aceleradamente desde entonces. Con ello se conseguirían tierras de labor y pastos para alimentar a una población humana y una cabaña lanar en crecimiento por el próspero desarrollo de la industria lanar.

En la actualidad impresiona la deforestación en estas tierras.

Pero, estos campos y montes son dos realidades conectadas por el Alfambra. Este río, se desliza desde lo alto de la Sierra de Gúdar para fertilizar la estrecha vega de Allepuz, Jorcas y Aguilar hasta encajarse en el formidable desfiladero del Estrecho de la Hoz a la altura de la ermita de la Virgen del de la Peña.

El escaso caudal del río Alfambra ha sido histórica y primorosamente aprovechado mediante una serie de azudes que distribuyen las aguas hasta las huertas. Pese a su intenso sangrado, mantiene un cierto grado de naturalidad que se manifiesta en la presencia de meandros, escarpes y bancos de gravas que forman islas. Es el resultado de su régimen mediterráneo y de su suave relieve, factores que propician su dinamismo.

Pero los inviernos históricos en estas altas tierras turolenses siempre han sido largos y fríos. ¿Cómo se podría conseguir leña en un monte deforestado? La solución estaba en el río. A la hora de organizar el territorio la comunidad supo reservar un espacio para el río manteniendo una franja sin cultivar. Sobre estos terrenos se recreó el bosque que proveería de combustible y de madera a los vecinos.

En su origen se trataba de intervenir en la antigua selva fluvial del Alfambra, bien seleccionando y favoreciendo a algunas especies —como el chopo negro o el sauce blanco—, bien aclarando la masa forestal hasta convertirla en una dehesa. Prados frescos y sombreados, agua abundante y espacios comunales para el ganado.

Los árboles fueron manejados haciéndose trasmochos. Un grueso y corto tronco producía sobre su extremo todas las ramas. Cada docena de años, todas ellas eran apeadas quedando mondo el tronco. Sobre la cabeza, más gruesa tras cada escamonda, crecían los nuevos brotes lejos del alcance del diente de las reses que pacían en la riera. Los mejores fustes se empleaban en la arquitectura. Los palos menores y la ramera, alimentarían los hogares y los hornos.

Esto mismo debió ir ocurriendo en otros pueblos del Teruel Interior. Las partes altas y medias de las cuencas de los ríos Pancrudo, Guadalope, Martín, Aguas Vivas y Jiloca conservan también buenas formaciones de chopos cabeceros a pesar de las décadas de persecución, abandono e indiferencia.

Entonces, ¿qué tienen de especial las choperas de esta zona?

En primer lugar destaca su gran continuidad. Desde la vega de Allepuz hasta más allá de los estrechos de Los Alcamines esta arboleda se extiende por la huerta de Jorcas, Ababuj, Aguilar, Camarillas y Galve formando un continuo forestal. Este hecho es de gran importancia, como mínimo, para algunas especies de insectos que participan en la descomposición de la madera de los viejos árboles que presentan una muy limitada movilidad.

Río, acequias, manantiales y algunas ramblas mantienen alto el nivel freático durante bastantes meses y permiten el crecimiento de los chopos y sauces trasmochos. El paisaje es

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una larga cinta verde en el fondo del valle y un conjunto de grupos de chopos que salpican los campos en aquellos parajes en donde aflora el agua del subsuelo.

A este territorio sólo le falta una densa red de afluentes que propiciaran su mayor distribución espacial para multiplicar la población de los chopos cabeceros.

Hay muchos, no sabemos cuántos. Y muestran toda la variabilidad morfológica posible. En general, presentan alta la cabeza, alejada del suelo. Son muy abundantes los ejemplares de grandes dimensiones, troncos que superan los 150 centímetros de diámetro a la altura del pecho. Tozas enormes, capaces de mantener varias toneladas en forma de palos verticales ante el embate del viento y de su propio peso. Uno de los ejemplares más notables es el Chopo del Remolinar. Pero son más comunes los árboles jóvenes, lo que muestra la vigencia del cultivo de estos árboles en Aguilar. La mayoría son ejemplares de tallas medias, muy sanos y muy bien cuidados, especialmente en la zona de Los Estrechos.

A pesar de ello, entre tanta abundancia y variedad, son comunes los ejemplares con huecos y cavidades, con mucha madera muerta. Esto incrementa su interés para la fauna. Algunos chopos, empujados por su peso y soportados por su vecino, crecen hermanándose; otros que alcanzan el suelo en su caída pero no se han llegado a tronzar, rebrotan desde su toza formando árboles fénix. Pero además, árboles muertos, muchos caídos, otros en pie. Denostados por los algunos pero apreciados por los entomólogos por ser el hábitat de una fauna única, amenazada y valiosa al ser ya muy escasos los bosques donde aún abunda la madera muerta.

Chopo fénix, en el camino desde Aguilar hacia el Estrecho.

Al remitir la presión del ganado en estas dehesas, los arbustos están prosperando. Espinos albares, escaramujos, enebros y, próximos a los peñascos, guillomos, forman un estrato arbustivo que salpica el sotobosque de la chopera y que diversifica los ambientes ofreciendo oportunidades a una comunidad biológica más rica.

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Recorrer la riera entre Jorcas y los estrechos de Aguilar, es un placer. En cualquier época. La primavera ofrece unos paisajes espectaculares, los verdes sorprenden y, si el día es soleado y acaba de llover, la actividad de los organismos es incesante. En verano se agostan los secanos y la riera funciona como un oasis con su silencio y su frescor, mientras que el río ofrece su mínimo caudal. En el otoño, el follaje de la chopera vira a dorado con los primeros hielos y, si se retrasan los vientos, nos dejará más de tres semanas con unos tonos amarillos deliciosos. El frío del invierno, nos aleja del río, aunque la esporádica nevada nos ofrecerá panorámicas muy bellas.

La chopera de la riera hay que recorrerla desde dentro. Sin embargo, la de Los Estrechos es diferente. En principio, los chopos rehuyen los sustratos pedregosos ya que requieren suelos profundos en los que circule el agua subterránea. En los cañones fluviales no suelen encontrarse grandes choperas de cabeceros. Sin embargo este no es el caso de este río. Los materiales arcillosos del Alto Alfambra transportados por la corriente han creado una estrecha vega incluso en el fondo de un valle tan angosto. Justo lo que exige el chopo para su desarrollo. Entre Aguilar y Galve se extienden muchos kilómetros de desfiladero. De los cantiles calizos que asoman desde los páramos se puede disfrutar de una bellísima panorámica de los meandros encajados, donde destaca el verde serpenteante que forman los chopos cabeceros. Es un paisaje único.

Pero Aguilar es un pueblo en el que la cultura del chopo cabecero está viva.

No hay más que sentarse a charrar con algún jubilado. No hay que refrescarle la memoria sobre sus trabajos y aprovechamientos. Todos saben el oficio de la escamonda. Reconocen y estiman a sus propios árboles casi tanto como los tierrabajinos a sus oliveras. Y constatan la necesidad de mantener sus cuidados en unos tiempos de profundos cambios. Valoran la destreza en la escamonda de Herminio, el motosierrista de Gúdar, sabedores de su eficacia y habilidad.

Es también el aprecio demostrado por un alcalde cuando consigue implicar a los ingenieros para que se arreglen los 500 chopos de Los Estrechos, sacando la madera de modo inverosímil.

Es además la iniciativa de los jóvenes que creen en la tierra y en la cultura de sus mayores y la defienden de las pretensiones de una empresa minera (y sus poderosos respaldos) que expoliará muchos más recursos que la arcilla. Esta generación formada fuera y amante de lo propio busca incorporar su pueblo a la sociedad del conocimiento mediante la promoción de este patrimonio. De ahí la propuesta de un parque cultural, como proyecto de futuro para conservar este paisaje, para generar empleo y para poner en valor este recurso único dentro del marco del turismo cultural.

Es también la entusiasta entrega de todo un pueblo en la Fiesta del Chopo Cabecero, incierta aventura que concluyó como una movilización popular sin igual en defensa de un bien común, de una identidad, de una cultura ancestral... Fue algo increíble. Pocas veces como allí he tenido la sensación de estar asistiendo a una de las cenas con las que Astérix y Obélix concluyen sus aventuras. Esa sensación de satisfacción compartida que nos quedó a muchos de los que allí participamos. Como decía Fernando Herrero, nos hizo pensar —y soñar— que algo comenzaba a moverse en el “Teruel-en-el que-nunca-pasa-nada”.

Chabier de Jaime Centro de Estudios del Jiloca

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LA MUJER AGUILARANA A FINALES DEL SIGLO XIV: APROXIMACIÓN A PARTIR DE UNA FUENTE FISCAL

Objetivos del artículo y fuente documental

Las fuentes documentales medievales por lo general no se ocupan ni de la población humilde ni, particularmente, de las mujeres, hecho que refleja determinada mentalidad, usos sociales y condiciones de dominio y explotación. Por ello, encontrar información que permita hacernos una idea de la situación de la mitad de la población de cualquier sociedad, es básico si pretendemos construir un conocimiento cabal de las sociedades históricas.

Una de las posibilidades que nos ofrece la historiografía aragonesa para este fin es el estudio de las fuentes fiscales del medievo. En el presente artículo extractaremos todas las referencias que aparecen sobre mujeres de Aguilar en el monedaje de 1384-13871, con el fin de analizarlas y obtener unas conclusiones que nos permitan aproximarnos a la situación social de las mismas en aquellas fechas.

El monedaje o morabedí era uno de los impuestos con destino a las arcas reales a los que tenía que hacer frente la población de la Comunidad de aldeas de Teruel. Era una imposición regular —se cobraba cada siete años— y directa, consistente en el pago una tasa de 7 sueldos jaqueses. Quedaban excusados de él la población cuyo patrimonio valorado no alcanzara los 70 sueldos y los exentos por privilegio estamental: caballeros o eclesiásticos que no tuvieran inversiones en actividades artesanales o comerciales2.

Para poder saber quién debía afrontar el impuesto y quién no, era necesario realizar padrones de riqueza, misión desempeñada por los concejos y por los oficiales de la Comunidad de aldeas. En ellos se agrupaba a la población siguiendo los siguientes criterios: morabetins clars, aquellos que tenían un patrimonio superior a 70 sueldos; nichil, que no tributaban por no alcanzar dicha cifra; y los exentos por privilegio, marcados con una ‘C’ de caballero (a los religiosos no se les incorporaba). Además, había otros dos apartados en los que se incluía a aquellos sobre los que cabía cualquier tipo de duda patrimonial a resolver: dubdantes y trobas.

Gracias a estos documentos el historiador puede obtener, con las debidas precauciones, una magnífica información fiscal e inferir otra de carácter demográfico o relativa a la historia de las mujeres, como en este caso. Por tanto, nos encontramos ante una fuente que nos va a proporcionar información indirectamente y que ofrece una serie de dificultades metodológicas.

Una de ellas es la irregularidad de la información no fiscal que se hace constar en este tipo de documentación, ya que en ocasiones se consignan datos que otras veces no aparecen. También es problemático el que no haya una correlación entre las mujeres registradas en el monedaje con las que debían existir en Aguilar en aquel momento. Eso se debe a la naturaleza fiscal de la fuente, donde lo importante era reflejar quién debía pagar el impuesto y no dar una fiel muestra de la población. Unido a esto, se encuentra el hecho de que en la gran mayoría de los casos había un contribuyente por casa —la casa familiar era la unidad productiva del campesinado—, y solo se reflejaba en los padrones la identidad del cabeza de familia, papel abrumadoramente desempeñado por hombres salvo casos de viudedad u otras excepciones.

1 Toda la información sobre el monedaje de 1384-1387 ha sido extraída de: LEDESMA RUBIO, M. L.: Morabedí de Teruel y sus aldeas, Anubar, Zaragoza, 1982.

2 Más información sobre los monedajes en: SESMA MUÑOZ, J. Á.: “La población aragonesa ante la crisis demográfica del siglo XIV. El caso de la Comunidad de Teruel (1342-1385)”, Estudios de Historia Medieval en homenaje a Luis Suárez Fernández, Valladolid, 1991, pp. 457-471. —: “Movimientos demográficos de largo recorrido en el Aragón meridional”, La población de Aragón en la Edad Media (siglos XIII-XV): estudios de demografía histórica, SESMA MUÑOZ, J. Á (coord.); LALIENA CORBERA, C. (coord.), Leyere, Zaragoza, 2004, pp. 223-280.

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Monedaje e información sobre mujeres aguilaranas

En el monedaje de 1384-1387 aparecen 110 referencias a personas de Aguilar3. No hubo ningún exento por privilegio mientras que a 6 se les consideró nichil por su bajo nivel de renta. En esta lista hay un claro predominio de hombres: 86 (78,1%) frente a 24 mujeres (21,8%).

Mujeres de Aguilar en el monedaje de 1384-1387

Identidad Información adicional Morabedí / Sección

La muxer de Domingo Pasqual

[Mujer del citado] Morabetins clars

Sevilla Muxer quondam Sancho López Morabetins clars

Sezilla Muxer de Nicolás Calvo Morabetins clars

Donya Sancha Muxer de Domingo Navarro Morabetins clars

Sevilia Muxer quondam Domingo López Morabetins clars

Donya Benedita Crespo — Morabetins clars

Donya Lorença — Morabetins clars

Donya Mari López — Morabetins clars

La muxer de Domingo Ramo [Mujer del citado] Morabetins clars

Antona Muxer quondam Miguel Gómez Morabetins clars

Donya Mari Johan — Morabetins clars

Mari Espanyol — Morabetins clars

Donya Benedita López — Morabetins clars

Donya María Muxer de Pero Xiarch Morabetins clars

Benedita Muxer quondam Pero Xiarch Morabetins clars

La muxer de Johan Calvo [Mujer del citado] Morabetins clars

Catalina Muxer quondam Domingo Simón

Morabetins clars

Luna Muxer quondam Domingo Viceynt

Morabetins clars

Donya Toda Azuara — Morabetins clars

3 A partir de este dato fiscal podemos estimar la población de Aguilar en aquellos años. El método consiste en multiplicar el número de personas registradas en el monedaje por un módulo, el de personas probables que convivían con el titular. Empleando uno de 4 personas por hogar, moderado y comúnmente aceptado, tenemos que la población aguilarana debía rondar los 440 habitantes.

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Donya María La de Martín Dubdantes / Morabetí

Donya Benedita La de Johan Linares Dubdantes / Morabetí

Donya Mari Yuanes — Dubdantes / Morabetí

Donya Sancha De Pero Yust Dubdantes / Morabetí

Mari Gallén — Dubdantes / Nichil

Si procesamos esta información podemos sistematizarla en cuatro bloques coherentes:

• Seis son viudas seguras al figurar como muxer quondam (mujer en otro tiempo): Sevilla, Sevilia, Antona, Benedita, Catalina y Luna (el 25% de las 24 mujeres referidas).

• A la anterior cifra hay que añadir las cinco más que probables viudedades de las siguientes mujeres, dado que el marido que figura asociado a ellas no consta en el documento: Sezilla, Benedita, María, la mujer de Domingo Ramo y Sancha (20,8% del conjunto de las mujeres; si añadimos las viudedades seguras a las probables suman 45,8%).

• Por otra parte hay un grupo de cuatro mujeres que aparecen citadas y también constan sus maridos, por lo que son mujeres con su propio patrimonio y hay que deducir que su origen se basó en unas capitulaciones previas. Son los casos de la mujer de Domingo Pasqual, donya Sancha, la mujer de Johan Calvo y donya María la de Martín (16,6%).

• Por último hay un grupo de nueve mujeres sin vinculación marital alguna o viudedad que podamos establecer a partir del análisis del documento. Son: donya Benedita Crespo, donya Lorença, donya Mari López, donya Mari Johan, Mari Espanyol, donya Benedita López, donya Toda Azuara, donya Mari Yuanes y Mari Gallén. Hay que especular con que algunas de ellas estarían casadas con hombres citados en el monedaje o serían viudas, pero que a diferencia de los anteriores ejemplos, no se hizo constar tal información. También hay que pensar que, tal vez, alguna de ellas fuera soltera y, por tanto, dueña y administradora de su propio patrimonio. Constituyen un 37,5% del total y, si las sumamos a las del al anterior ítem, alcanzan un 54%.

Interpretación de la información y conclusiones

Los datos confirman uno de los aspectos más característicos del orden social campesino y feudal de fines del siglo XIV, el papel secundario de las mujeres respecto de los hombres, lo que podemos deducir del hecho de que los hombres ejercieran mayoritariamente (78,1%) el papel de titulares de los patrimonios familiares. Sin embargo, esta realidad no es solo constatable por el desequilibrio sexual descrito, sino que también puede observarse en registros simbólicos. Por ejemplo, en el hecho de que en muchas ocasiones se especifique que una mujer tributaria es viuda, y sin embargo no se indique lo mismo en los casos de viudos que pudiera haber. Más evidente es no citar a ningún marido en calidad de ‘esposo de’, a diferencia de las 9 ocasiones en las que eso sucede con mujeres. En la misma línea, del total de 15 referencias en las que solo conocemos a una persona por su nombre, y no por nombre y apellido, 13 se corresponden con mujeres. Por último, solo desconocemos el nombre y apellido de la persona referenciada en 3 casos, todos de mujeres, de las cuales sabemos de su existencia por su parentesco con un hombre.

Pero si la subordinación de la mujer respecto del hombre parece indudable en virtud del análisis del monedaje, también podemos concluir que su papel social no era nulo. En efecto, en un significativo 21,8% de ocasiones aparecen mujeres pagadoras del monedaje o susceptibles de serlo en base a la posesión de un patrimonio superior a los 70 sueldos. Es cierto que entre un 25% y un 45,8% de ocasiones, como mínimo, las mujeres desempeñaban este rol por viudedad, pero también que entre un 16,6% y un 54%, también

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como mínimo, lo hacían independientemente de su estado civil. Por lo tanto, este fenómeno, si bien era minoritario, no fue excepcional.

Por otra parte, el monedaje indica que la viudedad no comportaba mecánicamente la pobreza, aunque no tener 70 sueldos de renta no significara ser pobre. De las 24 mujeres citadas solo Mari Gallén es considerada nichil, lo que supone un 0,9% del total y una sexta parte de los excusados de tributar por baja renta. Esta proporción no es reflejo exacto de una mejor situación material de la mujer en la sociedad aguilarana del momento, sino más bien de que había más hombres titulares de patrimonios que mujeres. Además, no podemos descartar que a la hora de realizar el monedaje se excluyera a un grupo de población cuya pobreza no generaba ningún tipo de duda, y que entre este grupo se dieran casos de viudedad.

También puede constatarse la operatividad de las disposiciones forales que garantizaban una viudedad materialmente desahogada gracias al usufructo viudal, aunque dicha legislación tendía a amparar a las mujeres de una extracción social alta descuidando a las viudas de familias modestas4. Esta distinción de clase también puede realizarse en el caso de las cuatro mujeres que con toda certeza contaban con un patrimonio propio superior a los 70 sueldos independientemente del de sus maridos. Dicha autonomía material se preservaba gracias a las capitulaciones matrimoniales, una práctica restringida a las élites de la sociedad5, por lo que los casos de la mujer de Domingo Pasqual, Donya Sancha, la mujer de Johan Calvo y Donya María la de Martín, serían los de la oligarquía campesina que en aquel momento constituían la cúspide de la sociedad aguilarana.

Sugerente es el estudio de los posibles casos de riqueza en mujeres y el uso del tratamiento de respeto ‘donya’ en la documentación. Entonces sería sintomático que de los cuatro bloques de información que hemos organizado, en los dos primeros (los de viudedad segura y probable) dicho tratamiento no aparezca nunca, y sí se emplee con casi todas las mujeres de los dos siguientes bloques, lo que nos indicaría que el número de mujeres con patrimonio propio independientemente de su estado civil estaría más cerca del 50% que del 16%.

Para terminar el presente artículo es necesario señalar que las condiciones sociales de las mujeres que se aprecian en esta ‘fotografía’, no fueron estáticas. De hecho provenían de una situación sensiblemente mejor y se fueron degradando a lo largo de la Baja Edad Media y de la Edad Moderna, reduciendo a la mujer a una condición aún más dependiente del hombre y sujeta a una menor capacidad legal a la hora de ganar una posición material autónoma6.

Relieve gótico de la iglesia de Aguilar. Ivo Aragón

4 El usufructo viudal era el derecho del cónyuge a disfrutar los bienes privativos y de la parte que le correspondía al finado de la masa consorcial. Sobre la viudedad foral: Ver GARCÍA HERRERO, M. del C.: “Viudedad foral y viudas aragonesas a finales de la Edad Media”, Hispania: Revista española de historia, n.º 184, 1993, pp. 431-450.

5 En este tipo de acuerdos se distinguían los bienes privativos de cada cónyuge y previos al matrimonio, y los comunes o masa consorcial formada durante los años de matrimonio. Ver GARCÍA HERRERO, M. del C.: 1993, Op. cit., pp. 432-433 (nota 4).

6 En 1510 fue derogado del Fuero de Teruel el usufructo viudal a petición de los síndicos turolenses; ver CASTÁN ESTEBAN, J. L.: El final de los fueros de Teruel y Albarracín en el siglo XVI, Centro de Estudios de la Comunidad de Albarracín, Tramacastilla, 2009, pp. 168-169. Para un resumen de la trayectoria expuesta, ver GARCÍA HERRERO, M. del C.: 1993, Op. cit., pp. 431-450; y —: “La marital corrección: un tipo de violencia aceptado en la Baja Edad Media”, Clío & crimen, n.º 5, 2008, pp. 39-71 y pp. 43-45.

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PENSANDO EN VOZ ALTA

La corriente migratoria de las décadas 50, 60 y 70 dejó sin gente a muchos pueblos de nuestra provincia. Aguilar del Alfambra, Monteagudo, Ababuj, Jorcas y tantos otros, como no podía ser de otro modo, no fueron una excepción, y vivieron, como su gente, una etapa de cambio sin parangón en la historia reciente. Cabría preguntarse ahora si los que marchamos de los pueblos en su día tomamos la decisión correcta, o por el contrario erramos. ¡A estas alturas quién sabe! El caso es que no nos fue fácil. Pero de lo que no cabe duda es que de haber decidido seguir en nuestros pueblos, no sé si para bien o para mal, el mundo, al menos nuestro mundo, sería muy diferente.

Dejamos con mucho pesar nuestra tierra. Nos fuimos. Nos aventuramos sin garantías ni rumbo hacia horizontes lejanos, en busca de trabajo. Intentamos proyectar nuestro futuro ante unas expectativas, solo expectativas, mejores que las que nos ofrecía nuestra tierra. Y aparejadas a esas expectativas, iban también las de nuestros hijos. ¿Lo hemos conseguido? Pues en ocasiones, si de bienes materiales hablamos, diría que sí, en otros aspectos tendríamos que matizar. Pues nuestro pueblo, nuestra tierra, nuestra gente..., siguen siendo hoy nuestro punto de referencia, nuestro signo más sustancial de identidad.

No es casualidad que habiendo pasado tres cuartas partes de nuestra vida trabajando, luchando y viviendo en lugares que un día nos vendieron como idílicos, y aún gozando hoy de todas las comodidades —entonces inimaginables— que nos brinda la llamada sociedad del bienestar en nuestro lugar de residencia, nos “sacrifiquemos” y escapemos cada vez que tenemos ocasión. Que vayamos a un pequeño pueblo, de clima extremo y sin servicios mínimos, en el que sabemos de antemano que no vamos a encontrar cubierta ni la más elemental de las necesidades que pudiera echar en falta cualquier capitalino exigente, entiéndase un centro médico, una farmacia, un comercio, una panadería…

Tampoco es casualidad, que las personas que nacieron aquí, en Aguilar y pueblos colindantes, mayoritariamente deseen y soliciten en vida que sus restos al morir descansen en el cementerio de su querido pueblo, independientemente de lo que hayan progresado en la vida. Creo que éste es el deseo común de cualquier emigrante por razones obvias de sentido común. Primero, porque los vínculos que les unen a sus raíces, su casa materna, la tierra que les vio nacer y crecer…, ocupan espacios irreemplazables en sus vidas, y por otro lado, porque son sabedores de que el acompañamiento y el calor humano que van a recibir cuando les llegue “su hora” en su propio entierro, de parte de vecinos, familiares y amigos, no lo van a tener en ningún otro marco donde se ponga a prueba de forma tan evidente la sensibilidad humana. En general, esto lo valoramos más si cabe cuando, como nosotros —mi familia y yo mismo recientemente— se experimenta en carne propia, al morir nuestros padres y llevarlos a enterrar al pueblo, ese cariño de la gente, ese acompañamiento, esa expresión de afecto tan entrañable.

Está claro que salir de la tierra de uno no le agrada a nadie, y si hay que hacerlo, siempre vamos a anhelar el volver a nuestras raíces. Por eso cuando alguien rechaza o desprecia de algún modo a los inmigrantes que se juegan la vida viniendo en pateras a nuestro país o a otros, “intentando” ganarse la vida como lo hicimos nosotros en su día, quisiera recordarles que no fueron pocos los españoles que en los años 50, 60 y 70 malvivían amontonados en barracones en Francia y Alemania, y realquilados en Cataluña, Valencia y Zaragoza porque no tenían otro lugar mejor donde vivir. La coyuntura política, económica y social de aquellos años no daba para más. Pero el derecho a la subsistencia ha sido siempre, y afortunadamente lo sigue siendo ahora, innato a cualquier ser humano y condición. Aunque veamos con demasiada frecuencia que entre nosotros hay mucho racismo selectivo. Porque amigos y amigas, no importa tanto el color de la piel del inmigrante, como si el individuo es potencialmente un trabajador, o por el contrario juega —y consecuentemente cobra como tal— en un equipo de futbol de primera división.

Si de verdad queremos una sociedad más justa, pienso que no deberíamos actuar así.

José Antonio Izquierdo

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UN MONUMENTO DE AGUILAR

La ermita de Santa Catalina

A esta ermita llegaremos caminando durante poco más de un kilómetro por el camino a Jorcas. A nuestra derecha dejaremos la ermita del Santo Cristo, pasaremos por el Molino Nuevo —hoy convertido en vivienda—, una granja de conejos, el agradable merendero de San Antonio y los huertos cerrados, muestra de arquitectura popular con sus muros realizados a piedra seca.

Llegamos enseguida a la partida de Villallano, la gran explanada donde se yergue la ermita de Santa Catalina. En esta partida se halla actualmente una gravera creada durante la última guerra civil, con la finalidad de habilitarla como campo de aviación para el bando republicano, aunque no registró mucho uso durante la contienda. Una caseta solitaria construida en aquellos años, que el Ayuntamiento usa como almacén, continúa como testigo mudo de aquella breve experiencia. La propia ermita perdió su uso religioso durante la guerra para servir también de depósito. Precisamente la construcción de este aeródromo fue el origen del ensanchamiento del camino, hoy pista, que hasta aquí hemos transitado.

Vista del alzado principal de la ermita de Santa Catalina.

La localización solitaria de la ermita en esta llanada, junto a la carretera y entre campos de cereal, lejos del contraste que le daría situarse junto a otros elementos del casco urbano, le otorga sin duda cierta monumentalidad.

Responde a un estilo muy difundido durante el siglo XVI en el sur de Aragón, pervivencia del gótico mediterráneo, siendo de la misma tipología, por ejemplo, que las iglesias parroquiales de Jorcas y El Pobo. Se compone de una sola nave, sin capillas laterales como corresponde a una ermita, con cabecera poligonal reforzada por sólidos contrafuertes. El templo se cubre con una bóveda de crucería estrellada con nervios que se entrecruzan formando dibujos. Cuenta además con un coro, al que se asciende por una escalera lateral. Está construida con muros de mampostería y remates de sillería, cubierta de teja árabe y alero de teja y ladrillo.

La puerta de ingreso, un arco de medio punto construido con potentes dovelas, se sitúa en la fachada orientada al Sur, protegida por un tejadillo y dos falsos contrafuertes a modo de atrio. Como testimonio del fervor religioso de Aguilar, podemos ver sobre la entrada el

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relieve de una inscripción latina del siglo XVIII con las indulgencias otorgadas por el papa Clemente XIV a la población:

ECCLESIA HAEC SACROSANTAE BASILICAE VATICANAE PRINCIPIS APOSTOLORVM AD INDULGENTIARVM PARTICIPACIONEM PERPETVO AGREGATA FVIT ANNO 1774 A CLEMENTE XIV

PONTIFICE MXM.

La traducción, grosso modo, podría ser la siguiente: “Iglesia agregada a la Sacrosanta Basílica Vaticana del Príncipe de los Apóstoles, para la participación de las indulgencias a perpetuidad, por el Pontífice Clemente XIV, en el año 1774”. Ello equiparaba las indulgencias concedidas por la visita a la ermita con la visita a la Basílica de Roma. Sorprendente tal vez hoy. No tanto en su época.

Inscripción situada sobre el arco de ingreso a la ermita de Santa Catalina. La reciente restauración, terminada en 2006, ha rejuvenecido espectacularmente su aspecto. Deseamos que por muchos siglos.

Sergio Benítez Moriana

BIBLIOGRAFÍA BENITO MARTÍN, F.: Inventario arquitectónico: Teruel. Zaragoza: Gobierno de Aragón. Centro del Libro de Aragón, 1991.

GALINDO GUILLEN, T.: Notas para la historia del Aguilar del Alfambra: Recopilación de historia y tradición. Valencia: Martín Impresores, 1985.

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NATURALEZA

Rastros y señales de mamíferos en el término de Aguilar del Alfambra: El zorro

Existen muchas maneras de disfrutar del entorno natural de Aguilar. Una de ellas es la contemplación de su fauna. Resulta relativamente fácil observar la casi totalidad de su extensa nomina de aves, desde el gorrión hasta el águila real, pero mucho más difícil es poder ver a la mayoría de los mamíferos que habitan en el término municipal, desde la musaraña a la cabra montés. Existe una manera de descubrir su presencia sin llegar a verlos. Es la observación de los rastros y señales que dejan a su paso o a lo largo de sus actividades diarias. Como hablar de todos supondría escribir un libro, empezaremos por explicar los rastros más comunes de uno de los mamíferos más abundantes y fáciles de ver en la zona, el zorro (Vulpes Vulpes).

Zorro en el Ruidero.

Zorreras

Las zorreras o guaridas del zorro se pueden localizar en la práctica totalidad del término, pero especialmente en las siguientes zonas: Las Cuerdas, La Cueva, Cañaseca, Cañachica, Pinar, Hoz y Río.

Las construyen en taludes de suelos blandos con una entrada de unos 30 centímetros, extendiendo la tierra excavada en forma de abanico. También usan oquedades entre rocas o madrigueras de otros animales, especialmente de tejones, llegando a convivir con ellos. Cuándo es época de cría, en abril, mayo y junio, en las guaridas habitadas se pueden encontrar gran cantidad de restos de comida.

Zorrera en Cañachica. Zorrera en el río Alfambra.

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Excrementos

Los excrementos del zorro son uniformes: cilíndricos por una parte y puntiagudos por la otra, alcanzando un tamaño de unos 3 por 10 centímetros. Dependiendo de la alimentación pueden ser más o menos compactos y mostrar el color del alimento predominante. Los machos los depositan sobre sitios elevados para marcar su territorio.

Excremento sobre una piedra pinar. Excremento en el cauce seco del río.

Huellas

La extremidades de esta especie están formadas por cuatro dedos con uñas y una almohadilla central.

Son parecidas a las del perro aunque un poco más alargadas y delgadas. Si localizamos la huella en terrenos apropiados, se puede distinguir además el rastro que deja con la cola.

Huellas en el cauce del río, se observa la señal producida por la punta de la cola.

Huella sobre barro en el camino de Las

Cuerdas.

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Restos de alimentación

Son fáciles de observar las escarbaduras en los campos buscando nidos de ratón, culebras o lombrices. Cuando tienen saciada su hambre, los zorros suelen esconder los restos para otra ocasión dejando a veces un excremento sobre los mismos.

Zorro en Cañaseca.

Zorro en la Hoz.

Texto y fotos:

José Luis Paricio Hernando

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